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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Lara Karstein Dom Nov 22, 2015 3:14 am

"Unos buscan el dinero, pero para mí, la sangre es el dinero del alma."

París, la proveedora de mis más amorfas realidades y la más ridícula cuna de mis obsesiones. Una ciudad aletargada que conoce mis extremos y me mantiene avanzando en ella, bajo el murmullo de las voces anónimas y soterradas que la inundan. Sé de nuevo que me abre paso con la calma que precede a la tormenta y me sumerge en lo más absurdo de mi nuevo capricho. Debería irme.

He venido llevada por mis deseos a este club, en busca de quien domina y bebe la última gota de sangre humana que contuviera mi linaje. Una línea producto de la aventura de un viejo ancestro, una parte de su secreto de años que nunca se llegó a saber (O eso al menos dicen los registros a los que tuve acceso). Ella es aquél silencio, la postrera que ha sido contaminada pero en quien he puesto mis ojos tras años de seguimiento. No hubo vampiros en su línea; ese viejo Karstein traicionero había logrado salvaguardar una estría histórica que ahora era consumida.

Mi ánimo para buscar lo que consideraba mío no podría ser sano. El amo de la mujer a quien buscaba no sólo era capaz de dominarla a ella, sino a todo un clan, The Brotherhood of the Damned era su guarida, con reglas claras pero al fin suya ¿Por qué entonces me enfrentaba a eso? Quizás sólo era la angustia inconclusa de mis días, de mis fracasos, de la vida. Bien sabía que ni la grotesca balada de algún bufón favorito aliviaría el hastío de esta mente enferma y cruel, ni detendría el sepulcro en que mutaba mi conciencia. Parecía que me sumergía, o más bien, que con esfuerzo me metía en la cabeza una constante agonía que no acabaría hasta que la sufriera. Debía intentarlo, necesitaba extender mi línea y otorgarle mi apellido a una que ya no tenía siquiera un cuarto. Anhelaba recostruir lo que otros hace ya mucho destruyeron.

Al bar, ingresé como cualquiera, pero analizando todo con el mayor detalle y clavando la mirada en el lugar más resguardado. Él no estaría con todos, yo ya había estado allí, desde antes lo había observado. Mis pasos se encaminaron hacia su guardia, un par de muchachos menores que yo que flanqueaban una entrada a la parte inferior. Era una puerta pequeña y oscura, no podrían haber más
—Estoy aquí por Lucern— musité cuando los tuve lo suficientemente cerca. No obstante, mis manos habían sujetado sus muñecas y visiones desordenadas y veloces se trasladaban a sus mentes mientras buscaba confundirlos. No les había permitido respuesta para ingresar, pero tenía poco tiempo allí y debía apresurarme, el efecto no duraría mucho.

Con recelo, apresuré el paso en medio de aquella multitud. Quizás no estaban en exceso, pero el maldito olor a licántropo me hacía sentir como el fuego cuando consume a la madera, corroyendo mi garganta como el mismísimo infierno. Mi autocontrol no quería estar presente, mi necesidad de venganza clamaba. La suciedad de sus cuerpos a medias animales me generaba repulsión, su sola presencia era como las letrinas, testigos de decenas de cuerpos desnudos y fétidos. Los míos eran una decepción mezclándose con ellos, pero no podía desenfocarme. Por lo mismo, no gesticulé de ningún modo ni detuve mis ojos en ninguno de los malditos. Continué mi marcha hacia el fondo, a mi objetivo, a paso firme y con la mente abierta, atenta a cualquier pensamiento que llevara a una acción para mí perjudicial.

Y ahí estaba, sentado en un sillón oscuro que sólo lo mantenía a él, de espaldas a mí, observándolo todo. Seguramente ahí, en su modo privado, había escuchado el repiqueteo de mis zapatos de gran altura y un tacón demasiado delgado que ya manipulaba a la perfección. Mi ruido era a propósito, necesitaba hacerlo para que la sospecha no se extendiera a nadie. Por algo estaba allí adentro, por eso nadie me detenía.
—He venido a negociar con usted, Señor Ralph. No me conoce, pero tiene en su poder algo que me interesa— susurré, con nombre propio, con una firmeza impropia para una cueva de parcas y lobos que no me pertenecía.



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Mensaje por Tarik Pattakie Lun Nov 23, 2015 2:27 am

Una red de túneles y cuartos subterráneos, conectaban los tres puntos de encuentro del clan: el Théåtre Des Vampires, el Cementerio de Montmartre y el Club mejor conocido como The Brotherhood of The Damned. El sistema era demasiado complejo para que aquéllos menos cercanos a su líder, pudiesen adentrarse sin riesgo a perderse. El conde, había localizado varias entradas secretas a lo largo de París y había dado estrictas órdenes de que día y noche se mantuviesen en vigilancia. Mientras el Sol estuviese en lo alto, brindándole seguridad al ganado, eran los licántropos quienes hacían guardia. Lucern, solía compararlos con Cerbero, el perro que guardaba la puerta del Inframundo, asegurando que los muertos no salieran y que los vivos se quedaran justo del lado donde pertenecían. Que los detestase por considerarlos unas bestias sin control, muy por debajo en la pirámide donde su raza era la reinante, no significaba que no pudiese darles un uso adecuado. Ellos podían creer, que depositaba su ciega confianza en sus capacidades para darles tan importante tarea, pero aquello estaba malditamente lejos de la realidad. El conde solo les estaba dando el mismo trato que un amo tendría con sus mascotas. Conocer sus nombres, asegurarse que estaban bien alimentados, adiestrarlos en la obediencia, escuchar sus estúpidas sugerencias y fingir que estaba nimiamente satisfecho con el equilibrio logrado entre vampiros y licántropos. Pero era ahora, cuando la fría Luna seducía a los poderosos hijos de la noche, a dominar las calles bajo su abrigo, sin cadenas invisibles; que podía satisfacer las demandas de su mente. Había abandonado la Isla de If desde hacía varias semanas para instalarse nuevamente en su antigua morada y esa era su primera visita al Club por placer. Frente a él, una pared llena de huesos, acomodadas en forma de muralla, le acompañaban. Esa era especial a cualquier otra – dado que todas mostraban el mismo patrón – solo porque él completaba la obra. No se podía culpar al vampiro por no tener alma de artista. A lo largo de sus años como inmortal, había sido actor, pintor y escritor. Podía manipular masas solo con la persuasión en su voz, que no era una habilidad adquirida sino trabajada y; a su vez, podía encontrar la perfección y la belleza en una trágica muerte. Esa noche, uno de los rebeldes había sido inmortalizado en la pared. Vampiros atacando a humanos sin molestarse en buscar privacidad, era parte del problema que quería erradicar.

Dos inocentes habían muerto solo por haber observado estupefactos a la leyenda cobrar vida. Si no hubiese estado tan de buen humor, los habría llevado consigo con vida y no drenados. Un miembro de su clan podría haber manipulado sus mentes y luego liberarlos, pero esa noche se sentía con ánimos de disponer todo a su alrededor según sus deseos. Un día gobernaría a su raza, así que podría ir ejecutando, condenando o libertando como lo haría llegado su momento. El cráneo que había anexado a los demás huesos, parecía lamentar su decisión o quizás, Lucern solamente estaba siendo golpeado por la soberbia. Quien había despellejado a su enemigo, había hecho un jodido buen trabajo. Éste resaltaba por su color, a diferencia de sus compañeras. Pasaría un par de años para que nadie pudiese reconocer cuál pieza había sido anexada por él. Y era eso lo que le entretenía, mirar sus últimas pinceladas en ese lienzo, mientras bebía  una copa de vino mezclada con sangre de vírgenes. No vírgenes porque aún cargasen el himen intacto entre sus piernas, sino porque no habían sido mordidas o corrompidas de alguna forma por vampiros. Ellas, porque exclusivamente se alimentaba de mujeres – a no ser que la situación lo requiriese – daban su elixir libremente. El conde merecía lo mejor. Si quería alguien que se le resistiera, siempre podía salir de cacería y soltar al predador que también solía buscar su dosis de miedo o terror. Por el momento, estaba satisfecho. Había bebido hasta la saciedad y ahora se limitaba a disfrutar de ese líquido seductor. Tan seductor como el andar de la mujer que cruzaba el espacio para situarse tras él. El aire a su alrededor parecía crisparse. Casi podía sentir los hilos tejiéndose para atraparlos en sus redes. Para infortunio de la recién llegada, solo había un titiritero en ese teatro y llevaba su nombre grabado. Tragó, dejando que la voz susurrante de la dama acariciara su piel. Aunque ella no podía verlo, una sonrisa arrogante curvó sus comisuras. – No. No nos conocemos, pero presiento que resolveremos ese detalle insignificante muy pronto. – Intentó averiguar a través de los guardias, quién era ella. Podría haberse forzado en la mente ajena, pero no quería arriesgarse a que lo sintiera. – Esta noche no estoy de humor para la negociación. – Continuó, descartando rápidamente los motivos de su visita. – Pero puedo considerarlo. Siempre he defendido la creencia de que el placer, estimula a la mente. Eso nos da la posibilidad de abrir aquéllas puertas a las que de otra forma no tendremos acceso. –  Aunque quería ver el rostro de quien se había atrevido a irrumpir en su santuario, se negó a levantarse y enfrentarla. Había cierta intimidad en ese juego entre desconocidos. – ¿Quiere probar? No parece tener muchas opciones. Entrar fue fácil, pero salir podría tener sus dificultades. – Si era una amenaza o una advertencia, era difícil de discernir. Además, el dueño de ese lugar no tenía nada que perder. Al final de la noche, ella descubriría que lo que era de su propiedad, no podía cambiar de manos. Pero si tenía algo que ofrecer y le interesaba, se aseguraría de tenerlo más tarde, por las malas.


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Mensaje por Lara Karstein Dom Nov 29, 2015 12:55 pm

“...en tiempos de paz hay que pensar en la guerra...”
―Nicolás Maquiavelo

“The Brotherhood of the Damned” era en resumen el éxtasis de la voluptuosidad, unido a otro fenómeno único: El éxtasis de la sangre y el dominio ¿Cómo entonces no iba a asumir que su propietario era un ser excéntrico y dominante? De antemano deducía que con él nada iba a resultar sencillo. Y lo confirmé una vez levanté la vista y encontré los huesos de otros adornando la pared de enfrente, junto con la piedra, el mortero y la madera. Mis ojos ya se habían encontrado con diseños de ese tipo en el pasado: En Polonia, con los cráneos de difuntos enterrados en el sótano de una iglesia y siendo todos víctimas de la guerra, la hambruna y la epidemia de cólera que había devastado ese país al terminar el siglo pasado. También existía algo similar en Austria, donde los cráneos eran puestos en paredes del osario de la iglesia al no tener más espacio para albergarlos. Aquellos tenían los nombres escritos en el hueso frontal, acompañado de una flor, si la fallecida era una mujer, y con guirnaldas de hiedra si era el caso de un hombre. Y para mi satisfacción, puesto que gustaba de este tipo de muestras, pude contemplarlo en mi natal Italia, con la creación de Santa Maria della Concezione dei Cappuccini, una iglesia llena de huesos de los frailes capuchinos en Roma, mismos que primero habían sido enterrados para que se descompusiera todo menos los huesos. Allí los religiosos más recientes les oraban cada noche antes de acostarse y los contemplaban como algo sagrado. Sabía también de otras muestras de ese estilo, incluso en mi natal Milán, pero dudaba que el ejemplar de Lucern Ralph buscara lo mismo que aquellas. Para él no eran recuerdos ni mucho menos homenajes a los muertos. Aquellos debían de ser sus trofeos y la más disimulada pero al mismo tiempo directa de las amenazas. Él, seguramente, no era de ir a medias tintas. Él, pretendía ser el desollador de sus enemigos, el azotador de los reyes que lo desafiaran y el clamador del exterminio y de la muerte de cualquier opositor. Pero ¿Dominaba por virtud o por fortuna?

—No planeo que perdamos tiempo— respondí, dejando muy en claro que no sólo su tiempo era valioso, sino que también el mío. Mi solicitud no iba a hacer que me humillase ante la presencia de su ego, ni tampoco aparecería la filantropía de la que carecíamos ambos. Pero pronto, él comenzó a contrariarse, como si de repente se le antojara jugar con mi voluntad, como si le perteneciera como todo allí o, como si quizás, ya supiera lo que le había hecho a sus guardias. Evidentemente, preferí creer y actuar como si fuese por esa última causa y pese al riesgo que corría, sonreí. —Probablemente tengamos un concepto diferente de lo que significa placer— espeté, sin el más mínimo respeto hacia su poder, que parecía mantenerlo anclado al sillón, como si la educación le otorgara mayor peso a sus pies estancados. Él, creía que sus barreras eran inexpugnables y yo, esperaba que el pavoneo propio de quienes tienen esa necesidad de dominio, mermara para poder obtener lo que quería.

— ¿Me reta y amenaza sin haberme visto primero, conde? — cuestioné, dando otra puntada a lo que allí se tejía. De nuevo le dejaba claro que sabía de él lo suficiente. Sin embargo me sentía ligeramente molesta, si él se dignara a mirarme, sabría los años que declaraba mi piel y entonces me sabría mayor, más fuerte. Pero evidentemente ésto no le importaba. Él tenía muchos que atacarían si así se los ordenaba ¿Qué les había ofrecido para llegar a dominarlos así? Yo probablemente no podría ofrecer lo mismo y, aunque era capaz de enviar al Seol a unos cuantos con mis propias manos, su número me superaba y podría derribarme ¿De verdad valía la pena estar allí por un simple saco de sangre procedente de mi familia? —Lo que quiero de usted no se encuentra en este lugar. Hagamos esto breve, sus guardias arriba están aturdidos, como ya debe saberlo, y no puedo prometer que no ataquen y delaten lo que aquí sucede. Usted no quiere eso, ni yo tampoco. Tengo contados los minutos para devolvérselos como estaban. Ahora, míreme, porque quizás el sólo verme le haga entender lo que pretendo— Sí, quizás el parecido de las mujeres de mi familia le delatara lo que había ido a buscar. No iba a permitir que esa noche me otorgara mi fin. Allí, pretendía empezar todo de cero, dejando de lado mi locura y el acre flujo de mis últimos días, enfrentando con palabras a aquél león rojo, cuyo rugido sonaba para vampiros y licántropos por igual, con autoridad y terror, como si lo que dijera Maquiavelo se hiciera carne en su inmortalidad: "Es mejor ser temido, que amado". Pero yo no pretendía ser dominada. Nuestros negocios debían estar lejos del alcance de su poder y de mis años aunque, a decir verdad, nuestro encuentro funcionaba como si jugaramos ajedrez. Yo había hecho ya mi movimiento contra dos de sus peones. Ahora, era su turno.


Última edición por Lara Karstein el Sáb Dic 05, 2015 11:09 pm, editado 1 vez


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Mensaje por Tarik Pattakie Lun Nov 30, 2015 11:51 pm

Nadie parecía comprender el pacto que el conde tenía con Caronte. El barquero, un anciano flaco y gruñón, que podía disponer de todas las almas que le enviaba para evitar sentirse solo; aguardaba por el día en que él se presentara, para acompañarlo en esa última travesía hacia su eterna morada. Dos veces, había estado cerca de aparecer a orillas del río Estigia. La primera, cuando su humanidad había sido arrancada de su piel. Los cráneos y huesos conformando las paredes de aquélla enorme cripta, describían mejor esa noche que sus propios recuerdos. La segunda, hacía poco más de dos años, cuando había sido traicionado. Desde entonces, no depositaba su confianza en nadie. El poder que existía en el conocimiento, iba más allá de las habilidades que portaban vampiros y licántropos. Les había dado a los miembros de su clan aquello que tan estúpidamente añoraban: un sitio al cual pertenecer. Lucern los protegía a todos. Impartía castigo a los que tocaban lo suyo. O al menos, esa era la mentira más convincente que se había inventado; misma que le había posicionado como líder de ese puñado de títeres y mascotas, que rápida y siniestramente se multiplicaba. El que los guardias hubiesen sido fácilmente desechados, le molestaba tanto como le intrigaba. Encontraría la forma de eliminarlos sin llamar la atención de los otros. Sería fácil. Diría las palabras adecuadas. Nadie querría que le dañaran. ¿Quién sino, los conduciría en esa guerra a la que se unían a ciegas? Cuando llamaba a alguien a comparecer ante él, éste no tenía muchas opciones, o estaba a favor o en contra. Si era eso último, vivían lo suficiente para intentar buscar la salida, o para tratar de convencerlo de que siempre sí querían estar bajo su mando. Hasta el momento, ninguno lo había logrado. Lo que nadie había osado hacer, era abrirse camino a la fuerza en su fortaleza. La fémina debía confiar en sus capacidades para salir ilesa. O quizás, pensó, lo que tenía en su poder realmente podía interesarlo. No. Eso era imposible. Lo tenía todo, excepto la maldita corona como el Rey de los Vampiros, que era su principal objetivo tras todo ese teatro armado. Mientras con la base de su copa acariciaba el brazo del sillón, imaginó que la dueña de esa voz cargada de erotismo, era exactamente como le gustaban. Atrevida. No parecían gustarle los desafíos, aunque era una pena, se había metido exactamente en un laberinto. Las catacumbas, no tenían pasadizos tan peligrosos como los había en su mente. Cuando ella creía haber dado con la salida, él levantaría un muro, obligándole a tomar otro curso.

– ¿Recuerda cuál fue el castigo de Sísifo, rey de Éfira? Tenía fama de ser el más astuto y sabio de los hombres. – La forma en que escupía esas palabras, eran déspotas e incrédulas; casi burlescas. Lucern no compartía esa opinión. Había sido él quien había logrado lo imposible, ¡armar un ejército entre razas enemistadas! No había nadie con más inteligencia maquiavélica. – Fue y volvió del Inframundo. Burló a la muerte, tal como lo hicimos nosotros. – Le gustaba esa historia por esa razón. Si bien nadie sabía cómo se creó el primer vampiro, era un hecho que habían tenido que morir para renacer de nuevo. – Incluso si la escoltara yo mismo a la salida, una de estas noches volvería para saldar cualquier deuda pendiente. – Lo que evitó mencionar, es que lo haría fuese o no su voluntad. Sus colmillos se alargaron en un silencioso acto. Mordió su muñeca con fuerza, haciendo derramar el líquido sobre la copa. Su olor podía confundirse con los demás aromas que llenaban el excéntrico club. Finalmente, decidió complacerle, girando su asiento. La herida ya había sanado y su rica sangre, esperaba con ansias su destino. Su mirada, se clavó en la ajena. El rico color miel, parecía calentarlo. Refulgían tentadores, molestos, atractivos, sugestivos. – Yo no soy el encadenador, soy Plutón, el castigador. ¿Realmente quiere llevar una piedra hasta la cima de la montaña, una y otra, y otra vez? – Ahora que había conseguido lo que quería, no podía quejarse por su abierta amenaza. ¿No estaba siendo jodidamente complaciente con la dama?  Le estaba asegurando que su castigo no sería definitivo. Disfrutaría de su estadía, hasta el último momento; cuando decidiese que había tenido suficiente. – Quizás sí tenemos diferentes conceptos sobre cómo y dónde encontrar placer. – El rictus cruel en su boca, daba paso a una sonrisa engreída. Entre vampiros, podían conocer su edad con tan solo mirarse a los ojos. – Ellos no se moverán a menos que yo esté en peligro. Les comunicaré que estaremos bastante ocupados por aquí. Es bien sabido que odio las interrupciones. Las únicas manos que impartirán justicia, serán las mías. – Lo decía con total y doble intención. Así mismo, sus orbes de un azul intenso, no intentaban siquiera disimular que se sentía halagado por su físico. – Preferiría que en un futuro no decida qué es lo que quiero. – Recalcó, aceptando que había grabado cada una de sus palabras. “Piérdanse. Ella y yo, dispondremos de este sitio. No creo que esté preparada para una muestra de voyeurismo.” Aunque podía haber enviado el mensaje telepático, exclusivamente a los miembros que le interesaban, Lucern se aseguró de incluirla en su lista. Ninguna armadura, podía ser tan resistente. Él solo quería saber cuánto más, tenía que golpear el yelmo hasta romperlo. – Mi placer, sus negocios. No puedo darle uno sin lo otro. El tiempo, sin embargo, ya se lo he comprado. – La escucharía, siempre que fuese bajo sus términos. Levantó la copa en ofrecimiento, señal de que también podía actuar como todo un caballero.


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Mensaje por Lara Karstein Mar Dic 08, 2015 1:50 am

Me invitaba a entrar así a la casa del vino,
cuyas puertas siempre abiertas no sirven para salir.

La vida es un gesto desesperado de la impotencia hacia la nada. El poder, es una estresante necesidad de diferenciarnos de los cerdos para pasar a dominarlos. Y las palabras, son el peor de los laberintos cuando provienen de una lengua deliciosamente afilada. Por supuesto que entendía su mensaje a través de la tragedia griega, pero no iba a manifestarlo aún, porque esa era su jugada y yo había decidido saltar a su tablero. No obstante, cualquiera podía ganar.

Mi teoría acerca de Sísifo distaba de lo que ahora Lucern narraba, pero quería escucharlo hasta el final. Para mí, aquél tan descrito a medias por Homero, era más un tramposo y egoísta que un taimado héroe. Los dioses lo habían condenado a la inutilidad como fruto de una ambición desenfrenada que lo había llevado a traicionar lazos y promesas.
—Su burla a la muerte terminó cobrándole la inteligencia— “Si es que ya no estaba perdida cuando traicionó a los dioses” concluí para mí.  Para muchos, el castigo del necio constituía en subir una y otra vez la piedra, pero en mi concepto, él había dejado triturado su raciocinio antes de entregarse de lleno a la inutilidad de una tarea eterna. Tuve en mi lengua el deseo de decirle que ninguno de nosotros era Sísifo, ni tampoco Hades para otorgar permisos. Tampoco Hermes o ningún dios que pudiera detener al otro. No obstante, me contuve, porque no deseaba en ese lugar a nadie distinto de nosotros dos. Mi triunfo o derrota debía ser uno a uno, y relegaría mi edad y mis dones con tal de convencer al que quería lejos de su papel de amo de bestias. Pero él no parecía dispuesto a ceder y me hacía advertencias camufladas entre líneas que estuvieron plasmadas antes en La Odisea.

No obstante, giró de su comodidad y por fin me dio la cara. Mis ojos se fueron de inmediato a los suyos, porque yo no estaba allí para ser una más de su lista de lacayos. Incluso, los mantuve más firmes cuando su amenaza fue mucho más obvia y su mirada se clavó con fuerza en mí, como si con apenas eso pudiese devorarme. Su comparación con Plutón, sólo me daba a entender que no soportaría el espectáculo de ver su imperio desierto. Quizás pensaba cobrarme la confusión de dos de los suyos, porque probablemente fuera él mismo quien los condujera al eterno silencio. Aun así, eso tampoco me amedrentaba, porque Plutón tuvo que enviar a otro a hacer una tarea de la que no fue capaz él mismo. Plutón fue quien pasó por alto la naturaleza de Sísifo y aun así, le permitió volver a la tierra para vengarse de su propia esposa. Pero ¿Qué le darían a entender a él mis prolongados silencios? No me estaba sometiendo, porque más bien, sopesaba con cuidado mis palabras.
— ¿Realmente cree que voy a atacarle? No estoy aquí para probar mis habilidades físicas. Lo que busco va mucho más allá— mi aclaración, aunque silenciosa, agradecía el pedir privacidad, porque mis términos estaban limitados por sus juegos de guerra. No sería inútil frente a sus modos de defensa, pero tampoco vacilaría a la hora de conseguir lo que me había propuesto. Su ego se superponía a todo, pero ese sentimiento jamás ganó una batalla. La mente, sí.

—No soy yo quien decide el futuro del otro, Señor Ralph— de modo voluntario, permití que una sonrisa a medias se trazara en mis labios. Me parecía gracioso que justamente él, que se creía el dueño de la vida de tantos, me espetara algo de ese estilo, sin mencionar la orden mental que también compartió para mí. Pero no iba a discutir lo que no tenía futuro. Aquello debía avanzar, la sangre que corría por parte de sus venas era, de algún modo, la mía propia. Y podría comprobarlo, porque ahora me ofrecía una de mis mezclas favoritas: Vino y sangre, el elixir de mis dos bebidas predilectas mezcladas como ya me era costumbre; aunque con la diferencia que en este caso era la sangre de un vampiro. Aquél, era el vino de un asesino que me invitaba a degustarlo primero mientras esperaba que yo cediera después. Pero ella no había muerto y la sed espantosa que provocaba mi nuevo capricho, hizo que avanzara con paso lento pero firme hacia él, a quien no consideraba mi tumba y a quien no le retiraba la mirada. A mi modo, declaraba que no le temía. Incluso mis dedos cerrándose en el fino vidrio y estando tan cerca de su dominante presencia también lo manifestaban así. —Es usted muy sutil para amenazarme. Pero sólo quiero el placer que usted ya posee.— susurré, dada la corta distancia. Allí, le reformulaba su propuesta. Yo no podía darle ningún placer, porque él ya lo tenía. Más bien, debía ser hábil para quitárselo sin que sintiera la falta. A la larga, estaba segura que él no la necesitaba. —He de beber en este trago parte de mi propia sangre— apunté, justo antes de llevar la copa a mis labios.


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The River in Reverse (Lucern Ralph) Empty Re: The River in Reverse (Lucern Ralph)

Mensaje por Tarik Pattakie Jue Feb 11, 2016 11:02 pm

El conde encarnaba la esencia de la subyugación y conquista. Las catacumbas se habían convertido en su palacio: su propio Inframundo. Hades debía verse exactamente como él. No eran diferentes, después de todo. Estaban rodeados de sabandijas que hacían el trabajo sucio y que, por temor o respeto, existían para obedecerlos. Desde fuera, se podía oír la enloquecida risa de los vampiros y sus juguetes, los gemidos de los torturados y los gritos de éxtasis de los afortunados. En el club, las fantasías de los suyos se hacían realidad. No había límites para la imaginación. Dentro de esas paredes, la vileza les nutría. Hilos invisibles, de diversas emociones, avivaban su fuego. Su mirada refulgía, llamas azules y voraces, que saltaban ante las respuestas que recibía. Sus palabras, despertaron su intriga. ¿Quién era y qué exactamente tenía él en su poder, que le interesaba tener? Más importante aún, ¿qué estaba dispuesta ella a ofrecer a cambio? Tan codicioso como era, el vampiro estaba seguro que podría subir la apuesta y tener la jugada más alta para quedarse con todo. Poseer, esa era su mayor ambición. ¿Por qué no disfrutar de los placeres que se escondían en la mente de la fémina, a la par que se inmortalizaba en su cuerpo, para descubrir qué tan compatibles eran? El sexo podía ofrecer un sin límite de atracciones, siempre que se encontrase con el guía indicado. Para aquéllos que habían vivido muchos años, sin embargo, podía volverse metódico y aburrido. Lucern la penetró con su siniestra mirada, cuestionándose si ese era el caso de ella. Inconscientemente, ¿había terminado en el club para satisfacer olvidadas demandas? En cualquier caso, estaba en el sitio adecuado, con el tipo indicado. Cuando terminara ese encuentro, lo harían como aliados u enemigos. Eso no significaba, por supuesto, que no pudiese divertirse antes de lanzar un ultimátum. Maldita sea. Necesitaba saber cuál era su nombre. Odiaba la desventaja que eso representaba, pero no lo preguntaría, no ahora y tal vez nunca. Jugaría la carta que le había tocado y enviaría a uno de sus súbditos a hacer el trabajo más tarde, de ser necesario. Los rumores no tardarían en extenderse y encontrarla, solo llevaría tiempo y eso, poseía en exceso. La excitación que le despertaba saberse en cacería, provocó un gruñido desde lo profundo de su pecho; pero no fue hasta que pronunció esas últimas palabras y alzó la copa, que la satisfacción lo golpeó.

Aunque los rasgos del conde parecían esculpidos en granito, la manera en que su mirada se posó sobre la garganta de la hembra, mientras le veía tragar su sangre, no era indescifrable. Prometía, silenciosamente, que él tomaría un trago de ella; directamente de su cuello o, de otra zona más interesante. Su lengua serpenteó sobre sus dientes superiores, deteniéndose en sus colmillos; mismos que daban su consentimiento, ansiando rasgar la piel. Probar sangre de un vampiro, era exquisito, especialmente si éste era viejo. – Como Dédalo le advirtió a Ícaro, no vueles demasiado alto ni demasiado bajo. – En esa ocasión, no sería el Sol quien derretiría unas alas, o el mar quien las mojaría; sería él quien las arrancaría y se regodearía con la caída. La sentencia para los guardias había sido dictada. La destrucción y la muerte, eran putas que todas las noches pedían un revolcón con él. Como el sexo, eliminar a terceros, requería de creatividad para no caer en la rutina. El inglés, mejor que nadie, lo sabía. Encontrar algo que lo estimulara, se había vuelto cada vez más difícil. Por suerte, gobernar lo mantenía ocupado. Entre ello y coleccionar trofeos para completar sus obras, podía pasar la mayoría de sus noches. De modo que eso era, pensó son sorna, no era un qué sino un quién. ¿Sería una de sus prostitutas? Descartó esa opción de inmediato. Su más nueva adquisición era su mascota. Seguramente, no estaría allí por su esclava de sangre, ¿o sí? Hacía apenas unas noches, la había exhibido ante su “pueblo”. Las humillaciones que había infligido, iban desde obligarle a permanecer desnuda ante las miradas de vampiros y licántropos; hasta estigmatizarla, obligándola a llevar su marca. Gruñó. Si bien la joven obedecía con súbita alegría, pues no quería fallarle a su Amo, aquello se debía en su mayor parte, por el vínculo que ahora existía entre ellos. Por esa razón, Lucern se había negado a mantener esclavas para sí. Ella era su experimento y no tenía intención de romperla, no aún. – La fascinación, es un arma de doble filo. No puede competir contra ella, no cuando pocas cosas me interesan. – El conde se levantó, alzándose en todo su esplendor. Vestía de negro, su color predilecto. Cada palabra que salía de su boca, golpeaba como un látigo. Estaba molesto. Había dejado en claro que no quería tratar negocios, no estaba de humor para ello. Estaba refiriéndose a ella, la mascota que parecía, era importante para la hembra. – Si insiste en seguir por ese camino, podría perder mucho más que Sísifo. Una maldita pena. El club ofrece muchos estímulos, mismos que podría mostrarle, si consiente en participar. – Había acortado la poca distancia, su aliento soplando sobre los labios ajenos. Tan cerca, que podría devorarla, sino se apartaba.


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Mensaje por Lara Karstein Lun Mar 21, 2016 4:38 pm

"No todo lo que se puede contar cuenta, y no todo lo que cuenta puede ser contado".
Albert Einstein

Podría jurar que sus ojos prometían devorarme, y por eso no podría cerrar los míos. Qué absurdo, él creía que yo era como una especie de barca que se anclaba en su extenso mar. Lucern Ralph no podía ver más allá de lo dominable, y poco le importaba mencionar a cualquiera en la historia, fuera real o no, para corroborarlo de nuevo. Primero se creía Hades, ahora el mismísimo sol, capaz de destruir el sueño infantil de cualquiera que pisara sus dominios. Sin duda, me tomaba a mí por Icaro —Si vuelas muy bajo, el agua del mar mojará tu plumaje. Y si vuelas muy alto, el sol derretirá la cera. Conozco bien la historia, como también ese detalle en el que Dédalo mató a su sobrino Talos por haber superado su ingenio— agregué, sin temor alguno y jugando sus mismas cartas. Seguramente él ya había pensado destruirme, pero yo confirmaba que aquella intensión no me era del todo oculta.  

— ¿Cree que estoy aquí para captar su interés? — mis ojos entrecerrados que miraban con sospecha, declararon que se equivocaba. Yo no estaba allí por él, precisamente, aunque no me sorprendía que las mujeres le desfilaran con tal de llamar su atención. Pero pese a todo, de nuevo se equivocaba. —Vine a negociar con usted. Quiero una sola cosa, aunque a cambio de ella le entregaré cincuenta cabezas de lo que sea que elija. Dinero le sobra, supongo, aunque también podría pagar por lo que deseo, si es que prefiere que sea de ese modo. Quiero ser clara con usted, Señor Ralph, y espero que el estratega tras este bar de dobles intensiones sea capaz de responder a una oferta como la mía— espeté, con una firmeza propia de alguien que también ha batallado sus guerras. Yo lucía como una dama, y en efecto lo era; pero no por eso era una completa inútil que se sometía ante el primer sujeto con ínfulas de superioridad que se le aparecía en el camino ¿Quería que matara para él? Estaba dispuesta a hacerlo hasta cumplir lo que ofrecía. No más, no menos.

No obstante, la mayor pregunta de la noche era si ella realmente valía mis riesgos. Lucern Ralph extendía su dominio en amenazas para mí, e incluso, se había acercado lo suficiente como para pretender intimidarme de todas las formas posibles ¿Qué seguía en su lista? ¿Llamar a sus vasallos para que me tomaran prisionera para él? Si así sucedía, me quedaría claro que aquél líder no era más que un simple inmortal que envía a sus hombres a la guerra, mientras él permanece cómodo y sentado en un trono de cobardía disfrazado de poder. Por supuesto, no me moví ni un ápice. Al contrario, levanté el mentón y enarqué la ceja. Él era más alto que yo, pero mis años no eran en vano. Me importaba un demonio que se sintiera el dueño del mundo, porque mientras creyera que sólo la fuerza es quien domina sobre la mente, yo no flaquearía ni un segundo.
—Prefiero que me amenace de frente, sin más historias para interpretar entre líneas ¿No me dejará salir tan fácil de sus dominios, no es así? Quiero que lo intente usted, sin sus marionetas. Quiero que me amenace con lo que es capaz de hacer usted sólo, así como quiero que sepa de una vez por todas, que su nueva mascota me pertenece por sangre y linaje. Dígame el precio que tiene su cabeza, porque es justamente eso por lo que vine aquí— Talos cayó, Icaro cayó, Dédalo cayó. Si yo caía por su mano, lo llevaría conmigo, aunque, realmente, esperaba que mi provocación para que actuara sólo surtiera su efecto. La guerra no tendría que comenzar allí, aunque jugaría con las piezas que esa noche me tocara mover ¿Había algo más allá de su deseo de aterrorizarme? No conocía el alcance previo de sus estrategias en otros. Quizás, sólo buscaba probarme antes de poder determinar nada.

Y de nuevo vino la pregunta ¿Me estaba arriesgando más de lo que ella merecía? Estaba experimentando sobre cielos violentos, que se superponían a la tierra idealizada por muchos vampiros. Caminaba en un terreno romantizado en detalles de historias de muertes, que se exponían a sí mismas como bellas en medio de lo que seguramente no fue más que sufrimiento y sangre. Así se presentaba él, porque bastaban dos palabras para que lo describiera su mundo. Una sola mirada a su alrededor, ya contaba la historia de aquellos que se habían negado a su voluntad alguna vez. Y allí tenía yo una ventaja, porque podía interpretar allí lo que era él. En cambio, Lucern tenía muchas menos herramientas para poder leerme a mí.


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Mensaje por Tarik Pattakie Dom Abr 24, 2016 12:13 am

– La cabeza del Rey de Francia. – Los cuatro pilares de mármol negro, que sostenían la fachada de templo griego, probaron su resistencia ante el sonido de su voz. Las entrañas de la tierra, no le escupirían de su reino. Ni ahora, ni nunca. Los cráneos, que se encontraban encajados en las paredes, se miraban unos a otros, llevando el mensaje a través de los túneles. Click, clack. Click, clack. Si cerraba los ojos, podía oír, en su retorcida mente, el chocar de sus mandíbulas. Allí abajo, lo tétrico no le restaba majestuosidad al lugar. ¡Si incluso había una laguna, en forma de medio círculo, custodiando un trono de huesos humanos, cortesía del anterior dueño de ese excéntrico sitio! Fangtasia era el nombre, con que antaño, la habían bautizado. Tanta impetuosidad, tanta arrogancia y tanto poder, había germinado en la mente del vampiro inadecuado. Lucern lo había remplazado, tras destituirlo de su cargo, para alzarse como maestro, líder, amo y señor de las tinieblas. Cualquiera que estuviese prestando atención a lo que allí se sucedía, no sólo sería testigo de las palabras insultantes de la fémina, sino también, del rápido cambio de actitud en el conde. Los juegos, habían llegado a su fin. La crueldad que arañaba su garganta, salpicaba sus cuerdas vocales con sus finas garras, bañando e hiriendo, cada frase que la atravesaba. – Ese es el precio por la libertad de mi esclava. – No había nada en su expresión que dijese que estaba mintiendo. Bastaba una mirada a su rostro, para llegar a la conclusión de que él, nunca bromeaba o sonreía. Si tuviesen que describirlo, sombrío sería el adjetivo que liderara la lista. – Amenazas, subterfugios, hechos. No está en posición para exigir. Usted no es nadie aquí, sólo una desconocida que entró a la boca del lobo por libre albedrío. Si pisa una trampa, por culpa de su mala elección de palabras, no espere que ésta no se active para atraparla. – Los remolinos azules en sus orbes, arrastraban consigo caos y destrucción. Una vez que tocaran puerto, acabaría con todo a su paso. Movió su cabeza lo suficiente, para que su aliento, golpeara sobre el lóbulo derecho de la hembra. – Se necesita más que simples provocaciones para causar la reacción que busca en mí. ¿Cree que es el primer vampiro antiguo al que me enfrento? ¿O que será el último? ¿Por qué cree que estoy formando un ejército? Sólo existe una manera para acabar con los rebeldes: siendo un dictador. La edad, no importa. O no lo hará, pronto. – Su boca se torció, en lo más cercano a una sonrisa que se le vería; mientras que sus ojos, clavados en la pared, parecían estar visualizando los restos de Nigel Quartermane.

– Si aún está interesada en hacer negocios, es mejor que nos pongamos cómodos. – Lucern, volvió a su asiento. Desde esa posición, parecía exactamente lo que se acuñaba ser. Sin dejar de prestar atención, su mente se conectó con sus guardias, para hacer una petición. Minutos después, una de sus mascotas entró. La mujer iba desnuda, tal como había aprendido a estarlo en su presencia. Llevaba marcas de colmillos por casi cada parte de su cuerpo. Los más frescos, eran los que tenía en uno de sus muslos y pechos. La joven, de ojos esmeraldas, piel aceitunada y cabellos color azabache; caminó sin vacilar hasta su costado. Una simple palmeada sobre su pierna y ésta se encaramó sobre ella. – No comparto mi cena. – Señaló, recordando a otra mujer. Su mujer, se corrigió. Porque sin importar cuántas mujeres existiesen antes o después, ella le pertenecía. Cuando el conde poseía algo, lo hacía para siempre. Tal como lo era su esclava de sangre. El precio que había puesto por ella, era enorme. Difícil de conseguir, más no imposible. Al igual que él, sin embargo, Nigel estaba bajo protección de un antiguo. Mavra había prometido que conseguiría entretener al consejero del rey, así que el cometido, debía ser sencillo llegado su momento. Sólo tenía que ser paciente, algo de lo que carecía. Gruñó ante la forma en que la humana se frotaba contra su pernera, llamando su maldita atención. – Pero raras veces, me encuentro en una situación como éstas, obligado a actuar como anfitrión. Si desea un bocado, sólo tiene que servirse. – Invitó, mientras apartaba los cabellos del cuello de la hermosa joven, para exponerlo. Sus dedos frotaron la zona un segundo antes de que, finalmente, sus colmillos se clavasen para alimentarse, ganando un gemido ahogado de su proveedora. Terminó su tarea, antes de que su presa se corriera, más no la apartó de su lado. – Una cabeza, en lugar de cincuenta, es una verdadera oferta. ¿Lo toma o lo deja? – Fue entonces, cuando hizo gala de la Ilusión. El manto cayó sobre la humana, cambiando sus rasgos por los de la vampiresa. Ante ellos, estaba la copia exacta de ella, excepto que ésta, estaba completamente desnuda. De una u otra forma, Lucern siempre conseguiría lo que quería. Aunque, en esa ocasión, nada tuviese que ver con el deseo y todo con hacerle pagar por sus desafíos. Cuando sus dedos tocaron entre las piernas de la chica, el espectáculo empezó.


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Mensaje por Lara Karstein Dom Jun 26, 2016 12:15 am

De repente, parecía ser la traducción más real que tenía del hielo.

De nuevo, todo me declaraba que la sed de Lucern Ralph con respecto al poder, no se saciaba con nada, se le notaba en esos terribles ojos de astucia y de codicia. Quería ser él quien jugara todas las cartas, y se mostraba en cada acto como el anhelo de convertirse en un disparo a quemarropa, insaciable, dañino ¿Acaso pretendía llegar a dominar sobre toda una nación? La cabeza del rey, recién convertido en vampiro, no era algo fácil de pedir, o no al menos sin delatar la existencia de tantos seres sobrenaturales que aumentaba con el paso de los días. Era una especie de secreto a gritos, uno que pronto se llegaría a saber por manos de la propia iglesia. Su petición era un jaque mate, que daría lugar a un nuevo tablero en el que él, se convertiría en un rey con más del doble de peones que el anterior — ¿Realmente vale la pena empezar una guerra a partir de un sencillo interés? — cuestioné, aunque esa pregunta no sólo era dirigida a él, sino también a mí. Su premio, sería el poder. El mío, mantener un legado ¿Qué estábamos dispuestos a hacer para obtenerlo? Él lucía más como un demente, y yo como una ilusa.

La humana no era otra cosa diferente al resultado de una línea de sangre no deseada. Era el final de lo que comenzó como una traición de pacto y sangre de un Karstein rebelde y libertino y, hasta donde sabía, era la única línea existente bajo esas características. Las demás, fueron descubiertas y eliminadas sin contemplación alguna. Ahora, a pesar de lo que demandaba la tradición de los míos, era mi decisión legitimarla y otorgarle un apellido cuyo poder no conocía. La riqueza era incalculable, al igual que mi interés de volver a crear de la nada una línea de vampiros que se extendiera a través del tiempo.
—Dígame algo ¿Es ella lo suficientemente estúpida para suplicar una tortura que sólo luce como placer durante unos pocos minutos? — quizás no obtuviese la verdad en aquella respuesta, pero no quería una mujer débil y dependiente para comenzar lo que yo anhelaba. Lucern Ralph podría dominarla no sólo físicamente, sino que su mente podría estar deleitándose con su sola presencia. Él podría lograrlo, estaba segura de ello.

Con calma, le di la espalda y tras dar apenas un par de pasos, tomé asiento en un sillón cercano, viéndolo de nuevo de frente
—Se equivoca, no busco provocarlo, sino conocerlo. Quiero saber hasta dónde desea a esa mujer que lleva mi sangre, y el punto al que llega la fidelidad de ella, si es que no permanece a su lado por mero terror y dominio. Mis intenciones están lejos de su ejército, pero no pienso ser retenida en contra de mi voluntad. — una sonrisa cruzó mis labios, y supe que mi táctica tendría que estar lejos de cualquier rasgo de violencia. No soportaba el aroma de los animales moviéndose tan cerca, ni tampoco saber que había un par de inmortales mascotas esperando la señal de su amo para poder atacar. Seguramente lo disfrutaban, era probable también que fueran ellos mismos quienes desollaran a cada víctima, justo antes de ponerla como decoración en las paredes de un señor tan exigente como tirano. Eran todos ellos parte de su juego, al igual que la mujer que ingresó completamente desnuda a los pocos segundos de haberme acomodado. La miré a los ojos y seguí su recorrido. Él se regodeaba de su poder, y yo sencillamente aguardé con paciencia —Tampoco la deseo— susurré, observando la demencia y la sumisión en un cuadro que me resultó incluso triste. Jamás bebería de alguien como ella, porque tenía mis reglas, pero era una pena que allí no existiese la más mínima contemplación con respecto a nadie. Aunque quizás, ella no la merecía, porque sin importarle mi presencia parecía reclamar más atención de la que él le daba. Quería ser tomada allí mismo, no le interesaba nada más. Con delicadeza, retiré mis ojos de ella para centrarlos en él, en esos ojos dominantes que buscaban dar a entender mil palabras con tan sólo una mirada, abusando de su credulidad.

— ¿Obtiene con visiones lo que no es capaz de hacer con otras habilidades? — crucé las piernas como si nada me perturbara, porque no sabía si me sentía molesta por su grotesca ilusión, o si por el contrario, quería reír por semejante ocurrencia para mutar mis emociones. Podría esperarlo a que terminara, pero a ese paso, sería capaz de copular con una docena de esclavas antes de llegar a algún acuerdo conmigo. —Quizás pueda quedarse con ella, sólo quiero que tenga un hijo, y que me sea entregado—.


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