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Lágrimas de plata [Dacian Bassarides] 2WJvCGs


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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Lágrimas de plata [Dacian Bassarides]

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Mensaje por Dianne Cossment Sáb Dic 12, 2015 2:18 pm

Su corazón trabajaba el doble, su pecho subía y bajaba incesantemente y en cada respiración, en cada toma de aliento, se sentía morir un poco más. Ya no le quedaban fuerzas, estas estaban mermadas y su voluntad, rota y por el suelo, ya de poco podía servirle. De nuevo intentó arrastrarse por el suelo de aquel bosque húmedo otra vez y otra vez, de su boca nació un grito silencioso de dolor que terminó ahogado contra la piel de su brazo el cual se mordió por aliviar la tensión y los estremecimientos al fuego vivo de su cuerpo. Jadeó y quedándose de nuevo en el suelo, se sintió desfallecer. El dolor y el quemazón de la plata era insoportable. A cada paso que daba, la plata se adentraba más en su cuerpo dejándola indefensa y más debilitada de lo que ya se encontraba. ¿Cuántos días llevaba sin probar comida? ¿Cuántos días apresada y enjaulada en aquella cabaña de torturas? En su mente todo se confundía, los días pasaban a ser semanas y las semanas, meses y con la mirada perdida al frente, hasta empezaba a ver borroso. Si no terminaba muriendo por la plata, la tigresa blanca moriría deshidratada y por las recientes y graves heridas de esa misma mañana.

Un nuevo latido de su corazón hizo que boqueara de dolor y un nuevo grito expulsara por sus fauces. Sin embargo, de la boca de la felina no salió ni un ruido. ¿Cómo podría gritar, cuando tenía el cuello al rojo vivo? El cazador había hecho un buen trabajo con ella pues no satisfecho con el trabajo realizado con las torturas en su cuerpo, había buscado sonsacarle cada uno de sus gritos, hasta que por sí misma terminó con la garganta desgarrada de tanto gritar. Hasta la capacidad de oír su propia voz le había quitado. En un principio había pensado que aquel cazador no sabía qué hacía, pero y en cuanto los días fueron pasando y fue doblegándola, entendió que la equivocada desde el principio había sido ella. Él enseguida había jugado con ella, descubierto sus puntos débiles y donde residía su flaqueza. Lo que más le costó fue pasar por encima de su orgullo, por encima de aquella lealtad que profesaba a los suyos, pero a base de dolor al final, hasta las almas inquebrantables terminaban cantando y ella, al final, no fue ninguna excepción a esa regla.

Dianne apretó los dientes frustrada tras un nuevo intento de dar un paso más y sentir como sus patas dejaban incluso de responderle. Ya no podía aguantarse derecha, ni siquiera podía seguir arrastrándose, pero debía seguir intentándolo, aunque aquello acarreara su propia muerte. Quería ir a avisar a su familia, ¡debía de socorrerles! Ella tendría la culpa de la matanza y de no hacer nada, no podría jamás perdonárselo, no obstante, no había forma de llegar en ese estado antes que el cazador. Intentaba por todos los medios mover lo más lento posible su cuerpo, el cual ya apenas le respondía y con ello no conseguía nada. El veneno que  había inyectado Gerarld en los barrotes de su jaula, en esencia de plata, sabiendo que de salir de su jaula este terminaría adentrándose en sus heridas…a cada paso, a cada latido, se extendía más hacía el riego principal de su sangre. Y no había que decir que de llegar a la vena principal, ya estaría muerta. Ningún cambiante por fuerte que pudiera ser, podría aguantar y vivir para contar un envenenamiento a esos extremos.

Cerró los ojos una vez más y sin poder siquiera llorar, no en su forma de tigresa, deseó que la muerte llegase rápido a ella antes de que el cazador regresase y la devolviera a su jaula, dándole así dos malas noticias; la primera, que su familia estaría muerte y la segunda, que la próxima sería ella. La felina negada por completo a que aquella escena pudiera terminar pasando, aún menos la escena que contemplaba la muerte de su familia y su manada, con la última brizna de voluntad que le quedaba consiguió levantarse sobre tres de sus cuatro patas y temblorosa intentó apretar el paso. Los pulmones le quemaron debido al esfuerzo y sentía como a cada respiración la punzada en sus heridas se acrecentaba. La plata la estaba quemando, sus heridas quemaban, toda ella se sentía en llamas. Gruñó raspándose la garganta con ese sonido y presintiendo de pronto la cercanía de alguien por donde ella se encontraba, intentó esconderse, consiguiendo únicamente que las patas traseras terminaran fallándole y cayendo al suelo de mala manera terminase postrada en el bosque, sin aliento, ni fuerzas. El golpe de su cabeza y su cuerpo contra el suelo pasaron factura y finalmente, más muerta que viva para permanecer en la tierra, completamente desfallecida se entregó a la inconsciencia justo para cuando una sombra empezó a desdibujarse ante sus ojos. Intentó resistir, más antes de conocer la figura de la sombra, sin remedio sus ojos se cerraron, mientras, su cuerpo intentaba luchar con lo poco que le quedaba de fuerzas, contra el veneno que tan lentamente la destruía.



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Mensaje por Dacian Bassarides Sáb Feb 06, 2016 3:25 pm

Si por algo era conocido Dacian, era por ser fiel perseguidor de las causas perdidas, no como un buen samaritano, sino para hacer ver a todo el mundo (más que a la gente, al destino) que nada estaba perdido si creías bien en tus propósitos y los perseguías hasta que éstos se vieran cumplidos. Simple cabezonería.
Ir en contra de lo que muchos estipulaban como correcto o como “normal” era una de las muchas virtudes de Dacian que lo hacían meterse en problemas que nada tenían que ver con él y que casualmente cada uno de ellos le aportaba una pista sobre su pasado. Tenía todo lo que quería, una manada llena de amigos y colegas con los que compartía mucho más que charlas, pleitos y jarras de cerveza, ellos simplemente ya formaban parte de él, al igual que Roxanne. Bueno, para qué mentirnos, ella estaba por sobre el resto de los que componían la manada, ella ocupaba el puesto que antes tenía su hermano, su camarada; en cierto modo si cualquiera de su manada resultaba herido, él mataría, así que no debería de preguntarse qué haría por ella, porque sería demasiado para los oídos de cualquiera.
Pese a ser un Alfa, no era de extrañar verlo deambular sólo, aunque aquella noche era la excepción; cada cierto tiempo, les daba por “jugar al escondite” entre algunos miembros de la manada y a él, le había tocado encontrar y atrapar al resto.

Quizás aquello fuese algo infantil, pero era el modo que tenían en la manada de evadirse de los problemas reales, de crear concordia y de paso crear lazos más poderosos con los sentidos ya que lo primordial para ganar, era el rastreo.


1, 2, 3…
Los compañeros se miraron
entre sí y se echaron a reír en silencio.
4, 5, 6…
Algunos hicieron gesto de silencio y comenzaron
a desaparecer veloces  a empujones entre las sombras.
7, 8, 9 y 10
Y el juego comenzó.


- Ya voy! – Gritó Dacian y emprendió la carrera a través del bosque. Al ser de aquella naturaleza, muchos creerían que se conocían aquel bosque como la palma de su mano, bien pues así era pero no del todo, ya que se obligaban a seguir distintos senderos para no asentarse en un mismo lugar. Una vez asentados, lo hacían suyo, pero mientras tanto les servía como patio de recreo en su tiempo libre. Dacian sorteó los obstáculos naturales que iban desde arbustos a troncos caídos de árboles y siempre con cierta felicidad interior ya que aquella era una de las cosas que haría una y otra vez y jamás se retractaría de ello; correr. Pero no era oro todo lo que relucía, no; siguiendo uno de los rastros, otro olor le confundió de sobremanera lo que le hizo parar de inmediato a analizarlo bien. Plata. Aquel inconfundible olor a plata mezclada con sangre era algo que tenía inscrito en su ADN casi, otra de las razones de por qué quería conocer tan ansiosamente su origen.
Sus pasos eran cada vez más pausados, pero seguros del camino que trazaba hasta aquello que era causante de tan mal olor, no creía que fuese uno de los suyos pues el olor que desprendía no era tan fuerte como el hedor a sangre de licántropo. Dacian se preocupó, tampoco parecía ser una trampa pues de ser así hacía ya bastante rato que hubiese percibido si había alguien tratando de atacarles, pero no, tampoco se trataba de ello, así que se acercó, dispuesto a ahorrar los pocos metros que le quedaban hasta encontrar… ¡¿Pero qué diablos?!
Dacian se acercó corriendo a lo que parecía el pelaje de un animal completamente maltratado. ¿Quién en su sano juicio crearía tales heridas a un mero animal? No era común, era demasiado grande para lo que solía ver por París pero aun así le pareció extraña la clase de mente enferma que podía causar tales daños.

Se acercó y arrodilló de inmediato, sin llegar a tocar al animal, porque no podía saber si éste se iba a despertar en cualquier momento, aunque… Era técnicamente imposible por la escasa respiración que éste tenía. Dacian enterró sus dedos en el pelaje del cuello del animal, dejando que el pelaje envolviese sus dedos, para así notar si estaba tan moribundo como para ahorrarle sufrimiento. Pero notó algo tan extraño que le hizo aguantar la respiración, no por miedo, sino porque aquel era un gesto que él solía tener cuando estaba completamente concentrado, a punto de saltar como empujado por una fuerza mayor. Abrió los ojos como platos al ver que el espeso pelaje desaparecía y debajo de éste se encontraba la piel morena, desnuda y acribillada de una muchacha joven. Dacian retiró la mano y sin articular palabra se sacó la camisa para envolverla y así cargarla entre sus brazos. No le costó cargarla; se quedó observándola para no perder cuenta de su respiración a la vez que pensaba que en qué maldita y jodida mente cabía siquiera hacerle tal daño a una mujer… ¿Cuál había sido el delito?

- Vas a estar bien, te lo prometo. – Musitó Dacian como si ella pudiera oírle. No la conocía y tampoco sabía si la idea de llevarla al campamento iba a ser errónea o no, lo único que importaba en aquellos instantes era que ella sobreviviese a la noche.

- SALID DEL ESCONDITE, MALDITA SEA NECESITO AYUDA! – Dacian gritó, de forma que ellos sabrían que no era una mera estrategia para hacerles salir del escondite y así poder ganar el dichoso juego. Algunos salieron a paso lento, sin creer el grito de Dacian hasta que lograron ver qué era lo que portaba en sus brazos. Ellos mismos gritaron al resto para que salieran.

- Id al campamento, traed mantas y todo lo que veais necesario. Allí estará Roxanne, decidle que vaya en busca de medicinas. – Dijo para que ellos se adelantasen, ya que pese a su fuerza, no podía ir más deprisa debido a la salud de la desconocida.

No pasaron más de cinco minutos hasta que Dacian logró llegar al campamento; allí todos estaban de arriba abajo sin entender muy bien qué era lo que ocurría. Muchos se quedaron mirando expectantes, otros rezaban porque no fuese una trampa y la que iba a ser la mujer de uno de sus compañeros, trataba de hervir agua para las necesidades de la muchacha, contemplando el horror. Dacian les respondió a cada uno con una mera mirada, suficiente como para que todos confiasen en su hacer y no especulasen con que ella bien podría no ser tan buena como sus heridas decían. Dacian entró en su tienda y allí dejó a la muchacha, sobre el camastro que habían improvisado días atrás, con delicadeza, como si con cualquier movimiento brusco, ésta pudiera morir.


Última edición por Dacian Bassarides el Dom Feb 07, 2016 10:08 am, editado 1 vez


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Mensaje por Dianne Cossment Dom Feb 07, 2016 6:46 am

La consciencia había escapado lejos de límites del físico de la felina. Las heridas que llevaba semanas soportando y las más recientes —las peores— hechas de plata, la misma que ahora corría por sus venas, la habían hecho padecer un largo camino lleno de dolor y agonía hasta llegar donde había llegado en su huida. A apenas una escasa hora de la cabaña en la que la habían encerrado finalmente había caído, siendo ese preciso instante, en cuando sus ojos decidieron cerrarse, esperando que con la oscuridad todo recuerdo de aquel dolor desapareciera de su mente, que unos ojos la avistaron y acudieron en su ayuda rápidamente, sin dilación. Ya para entonces, cuando la presencia masculina se encontró junto a ella, ya había dejado de sentir. Tan débil como estaba, apenas podía mantener su respiración pero aun así había una parte de ella que seguía luchando por permanecer en vida, y era a aquel deseo al cual Dianne se aferraba con cada halito restante de vida en su cuerpo.

Desde la oscuridad eterna de su consciencia, donde solo había oscuridad, silencio y una inquietud pesada, sintió una caricia y en su mente agradeció aquella calidez emanada. Llevaba tanto tiempo sin sentir nada más que la caricia helada del cuchillo en su cuerpo, que había olvidado lo que se sentía cuando la acariciaban sin dañarle. Aquella caricia la calmó, tranquilizó su mente maltratada y liberándose de su miedo su cuerpo mutó de forma incapaz de permanecer más rato como tigresa, cuando ya sus fuerzas eran consumidas en un intento de sobrevivir. Sus patas perdieron el pelaje y la forma volviéndose unas extremidades femeninas y el rostro de la tigresa se transformó en el dulce rostro de una joven. Casi pareciera que se encontrase durmiendo plácidamente pero las heridas en su cuerpo, hacían constatar lo contrario. Los brazos masculinos la tomaron con delicadeza y su cuerpo ni se movió. Dianne sentía que flotaba. No sentía dolor, su cuerpo lo había bloqueado para no empeorar su estado, no obstante, si era consciente de todo lo que ocurría a su alrededor.

Aquellos brazos que la tomaban con firmeza provenían del joven que olía a bosque, a naturaleza. Su aroma era una mezcla perfecta de humanidad y bestia. Respiró de aquel aroma y relajándose en sus brazos, dejó que las palabras que le había susurrado la calmasen. “Vas a estar bien, te lo prometo.” Le había dicho y en ese instante, la felina luchó con todas sus fuerzas para despertarse y ver quien la había salvado. Luchó contra la oscuridad de la inconsciencia sin resultado. ¿Hermano… eres tú? Se preguntó imaginándose a sí misma alzando una mano para acariciar la mejilla de su salvador, quien ella creía su hermano. Había algo animal y peligroso en el perfume masculino, pero también había una seguridad en aquella voz, que le decía no iba a dejarla marchar, no sin luchar por ella, lo que exactamente su hermano haría por ella una y mil veces. Hermano, no me dejes sola… por favor quédate conmigo, no te vayas, le rogó a través de su mente al fantasma de su hermano al ser consciente de las voces de su alrededor. Estamos en casa…. Estoy en casa,  se dijo con una sonrisa al oír la gente a su alrededor. Los brazos que la sostenían la acercaron más a él y ella en su mente se agarró a su hermano, como cuando de pequeña él era su salvador las noches que despertaba empapada en sudor por las pesadillas, y él acudía como su salvador a protegerla.

Las voces de pronto se silenciaron y Dianne agradecida volvió a sumirse en su sueño en el que su hermano la había rescatado. Se imaginó su sonrisa, también la forma de mirarla, regañándola en silencio por la osadía de haberse enfrentado sola a un cazador pero tras esa mirada, el amor y la preocupación era imposible de negarlo. Entonces ella lo abrazaría y le rogaría por su perdón, llorando como la mera idea de perderle, de no verle más, provocaba en ella.  

Lentamente su espalda fue depositada con delicadeza sobre el camastro y en cuanto su cuerpo herido tocó la madera, abrió los labios y gimió de dolor por primera vez desde que se viera refugiada en la inconsciencia. Sintió enseguida de nuevo aquella voz calmándola, como si su hermano la estuviese acunando para darle fuerzas y de nuevo, se calmó. Las heridas seguían quemando y como más quemaban, más rápido la ilusión de estar en brazos de su hermano se le escapaba por entre los dedos de la mano. Pero aquella voz, aquella voz era la que la mantenía viva. Su respiración volvió a normalizarse y suspirando descansó sobre el camastro, agradeciendo que su salvador, su hermano, se quedase con ella.

Dacian, aquí lo traemos todo. Mantas, paños calientes, el agua… Ya no sabíamos que más traer. — Una voz femenina irrumpió en balbuceos en la tienda apresurada seguida de otra joven. — Roxanne aún no ha regresado con las medicinas. ¿Vamos en su búsqueda? ¿Qué hacemos con todo esto?  ¿Cómo…. C—como la ayudamos?

La más joven parecía inexperta en aquel tipo de situación, temblaba y su voz, lejos de sonar tranquilizadora, de haber estado Dianne completamente lucida la hubiera transmitido aquella inseguridad. Por suerte, la otra joven, con más experiencia mantuvo la calma y acercándose al camastro la observó atentamente. El cuerpo de la felina se encontraba tapado parcialmente por la camisa de Dacian, se veían las heridas más las más profundas no se encontraban a simple vista. Miró al rostro de la joven y al ver los parpados de esta moverse, ensombreció su rostro.

Deberías de salir y dejarnos a solas con ella —habló con voz experta, manteniendo la calma —Debemos de destaparla y está despertando. Si tenemos que hacer algo debemos hacerlo ahora, antes de que esté consciente y pueda moverse.

¿Irse? ¿Su hermano… su salvador? ¡No, no, NO! Gritó en su mente asustada ante la idea de que la abandonase ahora que parecía haber encontrado la paz con su voz. Intentó despertarse y obligándose a mover los parpados, primero logró mover la mano. Apenas fue un ligero movimiento pero lo suficiente para apretar la mano masculina que la sostenía y atraer su atención antes de que este pudiera irse, alejarse de ella. Sus parpados se movieron y con pesadez, abrió lentamente los ojos despertándose de nuevo al dolor de sus heridas. Enseguida despertó el dolor se hizo real y con la mirada entelada de lágrimas, ladeó el rostro magullado hacia el joven. Le vio borroso, pero ahí estaba ese olor y esa mirada preocupada. Le devolvió la mirada y cansada, exhausta le dedicó media sonrisa al tiempo que apretaba de nuevo su mano, intentando retenerlo.

N—o te v—ayas...—le rogó con la voz ronca y temblorosa. — Q-Quédate.



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Mensaje por Dacian Bassarides Dom Feb 07, 2016 10:56 am

No hizo falta ni una palabra suya para que ellos entendieran a la perfección qué debían hacer según las necesidades de la extraña, así funcionaba la manada. Dacian fué sacado de su propia tienda y allí entraron las otras dos mujeres, presumiendo así de que él no debía de ver algo que él mismo se esmeró en ocultar. Una vez fuera de la tienda, varios de los jóvenes acudieron a él y éste, muy lejos de reprenderles por su curiosidad les explicó el peligro al que estaban expuestos.

- No quiero que ninguno de ustedes husmee en la tienda, dejad a la chica descansar hasta que se recupere. - Lo primordial era que ella saliese del peligro, así como crear algún tipo de perímetro de seguridad para que nadie se acercase ni lo más mínimo al campamento. - Ustedes, asegurense de que nadie ronda a menos de un kilómetro. - Los chicos asintieron y se fueron a hacer la tarea que Dacian les encomendó. Roxanne no volvía, pero estaba seguro de que estaría bien pues fué acompañada de un par de chicos. Inquieto, Dacian decidió volver a entrar en la tienda, recibiendo así una mala mirada por parte de las mujeres que querían que la muchacha no fuese vista por un hombre. Dacian, ni siquiera les hizo caso, aunque ellas sabían que él era más útil dentro que fuera, pues si no se hacía algo pronto, la muchacha moriría en cuestión de horas, aunque el medicamento llegase a tiempo. En aquel momento, la muchacha dió signos de  vitalidad, pues parecía luchar contra el sufrimiento que su cuerpo padecía.

- Shh... Shh... - Dacian se inclinó sobre ella, justo antes de que su mano fuese sujeta. - No va a despertar, no aún, está luchando pero eso sólo hará que empeore. - Dijo dirigiéndose a las mujeres, sin dejar de mirar el rostro de la muchacha. - No luches, descansa, no fatigues tu cuerpo más de lo que está. - Dijo con tono suave, como si estuviera contándole algo muy importante y profundo. Dicho aquello, hizo un gesto a las mujeres para que salieran de la tienda, pues ellas eran simples humanas y no querrían ver lo que estaba a punto de suceder. Era necesario, más quizá que los medicamentos que podían aliviarle el dolor, pero no sanar su cuerpo tan velozmente como lo que estaba pensando en hacer Dacian. Procuró que su respiración fuese calma, que estuviese aún inconsciente y no cansada, tomó un pequeño trapo y lo colocó entre sus dientes por si despertaba y se mordía la lengua por acto reflejo. No vió necesario atarla, si despertaba, él podría sujetarla sin problemas pues estaba débil.

Una de las cosas que todos en la manada sabían y que ninguno se atrevía a comentar, eran las extrañas habilidades de Dacian como licántropo. Quizás ese fuera uno de los aspectoa que le llamaban a cada uno para formar parte de la manada; el simple solucionar de un problema de una forma un tanto insensata, pero con la misma delicadeza que un cirujano. Dacian, era de los pocos que sabía cómo moder sin traspasar la maldición o envenenar al contrario. Y así hizo. Se arrodilló junto a la cama y tomó el brazo de la muchacha, en dónde una de sus heridas se abría de forma grotesca.

La mordió. Dacian humedeció sus labios y sin pensarlo dos veces mordió a la muchacha, lo justo como para poder extraer la sangre envenenada y sentir en su propia boca el sabor amargo de ésta, la cual inmediatamente escupió en un cubo de hojalata cercano. Escocía, sí. Quemaba, y tanto. Pero no era nada que se pudiera solucionar con hierbas y un poco de tratamiento por si algun resto se escapaba a su garganta. Era poco el dolor a soportar comparado con salvar la vida de la muchacha. Ignoraba si ella sentía dolor, pero él procuraba ser lo más cuidadoso que podía. La volvió a morder y así hasta un total de siete veces, succionando cada ápice de plata que amenazaba con acabar con su vida. Las heridas serían lo de menos, si ella realmente agradecía el gesto. Tampoco esperaba que le agradeciese pues él tan sólo pretendía salvar aquella vida que tan injustamente hicieron mermar. Dacian se separó del último rincón de su piel y se secó la boca con uno de los trapos, esperando, quizás, que aquello hubiese funcionado.

- Nos ha dicho que no entremos... No deberías ent... Roxanne! - Gritó la mujer, cuando Roxanne sin previo aviso irrumpió en la tienda cerrando a sus espaldas. Dacian tan sólo la miró y ésta viró la mirada desde la muchacha, hasta Dacian y luego hacia el cubo que apestaba a muerte. - ¡Estás jodidamente loco, Dacian Bassarides! - Y éste se echó a reir. Ella sabía que él agradecía cada mal gesto, cada burrada soltada por aquellos labios de señorita, así como que ella sabía que era inútil regañarle pues a tozudos no les ganaba nadie. Ella suspiró y le entregó a Dacian los tan ansiados medicamentos, para luego recibir un beso en la frente de su parte. - No lo vuelvas a hacer. - Sentenció la muchacha justo antes de volver a dejarles solos, sin antes llevarse el maldito cubo y mandarlo lo más lejos posible, allí dónde no volviera a hacerles daño nunca.

Dacian ojeó los medicamentos, algunas hierbas y aceites que las mujeres no tardaron en majar para tapar cualquier herida de la muchacha y el resto serviría para elaborar un rápido brebaje para que lo tragado no se alojase en ningún rincón del organismo y se fuera igual que entró. Al cabo de unas horas, Dacian tomó un sorbo y se agachó nuevamente junto a la muchacha -ya envuelta en un camisón blanco- para levantar así su cabeza y obligarla a tomar.

- No es Chàrdonay, pero te salvará la vida. - Bromeó con sutilidad, a la vez que la hacía beber.


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Mensaje por Dianne Cossment Dom Feb 07, 2016 6:50 pm


No luches, descansa…

¿Cuántas veces habría necesitado escuchar esas mismas palabras cuando el cazador la torturaba, y ella solo hacía que resistir y luchar más y más? En ocasiones, había persistido hasta perder el conocimiento pero y entonces, cuando su cabeza caía hacia un lado por completo lejos de sí misma, él la despertaba y volvía de nuevo todo a empezar en una sucesión sin fin.

Esa vez pero Dianne mirando al rostro borroso que tenía frente a ella asintió y a pesar de que por una parte deseaba despertarse para ver que iban a hacer con ella, la otra parte solo deseaba descansar y reposar. No temió y dejando que aquella voz se llevara consigo todos sus miedos, cerró los ojos y se abandonó de nuevo al goce de no sentir nada, hasta que quedándose de nuevo a solas,  sintió una mirada concentrada en ella, en el pulso de su respiración y allí, empezó a despertar siendo más bien después de los primeros minutos de que el licántropo se pusiera manos a la obra, que sintió el trapo en su boca, contra sus dientes. Extrañada lo mordió recuperando cierta consciencia sobre su cuerpo, y allí, sintiendo de nuevo como regresaba su consciencia, sintió el primer aliento frío contra su cálida piel y jadeó sorprendida para sí misma, sin saber si aún soñaba o era todo real.

Abrió los ojos con pesadez y le vio. Era él, agachado junto a ella y sobre su cuerpo. Su cabeza tapaba parte de su visión mientras este se posicionaba en uno de sus costados, pero que no pudiese ver, no quería decir que no sintiera nada. Y para bien o para mal, era consciente de cualquier cambio en su piel, sobretodo de aquel que lo llevaba a pegarse a su cuerpo, casi como si lo besara.

Los labios rozaron su piel segundos después de aquella ligera impresión de sus labios besando la herida, y en cuanto de entre sus labios se evocó un suspiro, este se transformaba en un suave quejido al sentir como algo traspasaba su piel y se tornaba doloroso. La frescura que sentía al besar los labios su piel, enseguida se vio turbada por la sensación de las llamas lentamente retrocediendo hacia el exterior de su piel. Por suerte, en las heridas no había habido ninguna vena principal dañada por la esencia de plata, lo que hacía que la plata se hubiese quedado en los tejidos más próximos a la herida. Únicamente dos de las ocho heridas repartidas por todo su cuerpo eran peligrosas pues en la gran mayoría la plata no había logrado hacerse paso hasta el conducto principal. Sin embargo, seguramente de haber esperado un poco más, de tardar en ayudarla y rescatarla, estas habrían llegado sin remedio alguno a su corazón y de allí, a darle una agonizante muerte.

Entre aquella neblina de la inconsciencia que seguía turbando su despertar, le vio morderle casi con suavidad, con sumo cuidado, casi con reverencia y la joven se estremeció. Era común entre su manada de cambiantes el morderse en sus pieles animales. De esa forma se imponía el mando sobre los demás y en cierto modo, cada uno así aprendía su papel. Muchas veces la habían mordido, incluso su hermano lo había hecho para regañarla cuando apenas era una cachorra, no obstante, ninguna vez que recordase la hizo sentir como ahora. Se sentía liviana, cálida, suave contra la humedad de sus labios y a pesar del dolor de después cuando este la mordía, había algo erótico en cómo se amoldaba a su piel y la probaba.

Si el licántropo hubiese levantado la mirada hacia su rostro, la habría visto con las mejillas sonrojadas y los ojos cristalinas entelados, su mirada cristalina fijada en él y con un surco en la barbilla provocada por la contención del dolor, como un sudor frío bajándole por la frente, producto del esfuerzo realizado en quedarse inmóvil mientras en medio aquella neblina ella lo contemplaba en silencio salvarla.

Siguió todo el rato que pudo mantenerse despierta, mirándole. Estaba tan concentrado que apenas parecía darse cuenta de los suaves quejidos que no podía acallar o del temblor de sus piernas cuando este se dedicó a sacar la plata de las heridas en esa delicada zona. Dolía, ¡Y tanto que dolía! como el maldito infierno que dolía, pero este dolor al contrario del que sentía horas atrás, solo era fuerte al inicio, luego el dolor menguaba hasta desvanecerse y dejaba solo una sensación de quemazón muy leve; un ligero cosquilleo en los bordes de la piel maltratada. Cada vez el entumecimiento de su cuerpo con la extracción de la plata era mayor y como mayor era el grado de entumecimiento de sus extremidades, más grande era el deseo de dejarse llevar de nuevo y descansar. No obstante, la joven logró quedarse en aquella duermevela en la que se encontraba viendo a su salvador, hasta que este terminó con la última herida; la de su vientre. Suspiró al sentir la última succión y respirando hondo cuando le sintió aflojar la mordida en su piel, se abrazó ahora si con todas sus fuerzas a la inconsciencia, ya luego tendría tiempo de pensar en lo que había sentido y en preocuparse por donde se encontraba y quienes eran aquellos, pues no parecía estar realmente en su hogar de nuevo, si no que parecía haber terminado en otra manada. Una liderada por el joven que la había salvado.

Sin fuerzas, cayó dormida profundamente y por horas no sintió nada, apenas se movió cuando le vendaron las heridas y únicamente, cuando le pusieron un ungüento en la herida del vientre fue que se movió para un lado, intentando que la dejaran en paz y apartar aquello que aún dentro de sus sueños, provocaba aquel ligero dolor que aún ahora soportaba. Pasaron las horas y a pesar de que ahora todo dependía de sus habilidades como cambiante para sanar las heridas más rápidamente, aún necesitaba de cuidados, siendo este último el que la hizo —o más bien, la obligó— a despertar.

N—No…  —Protestó queriendo regresar a los brazos de Morfeo cuando le levantaron la cabeza, moviéndola. —Dejadme.

Quería regresar a los brazos de Morfeo y al sentir su cabeza como se la levantaban ligeramente de donde se encontraba postrada, gruñó aún sin fuerzas. ¿Más ungüentos? Se preguntó recordando aún el dolor del anterior que le habían aplicado a las heridas y a las que pese a no reaccionar, hasta en la inconsciencia lo había sentido. Por un momento pensó que le habían hecho caso, hasta que oyó una profunda respiración masculina a su lado y a regañadientes se obligó a despertar. Dianne abrió los ojos con un suave aleteo de sus pestañas y enseguida, quedó cegada. Después De pasarse horas dormida, en completa oscuridad, ver ni que fuese un renglón de luz, ya era bastante fuerte de asimilar. Cerró los ojos y abriéndolos de nuevo, todo comenzó a cobrar forma delante de ella. Estaba en una habitación en la semi penumbra, se encontraba tapada con una manta y su cuerpo parecía estar cubierto por un camisón. Entrecerró los ojos y sintiendo como le hormigueaban y escocían algunas heridas, focalizó la mirada al frente, encontrándose con el rostro de aquel joven al que en sueños se había referido como su ángel, su salvador.

Le miró pasando su mirada de sus ojos hacia el brebaje que sostenía para ella contra su boca, y solo tras olerlo disimuladamente, abrió lentamente la boca y le concedió el permiso para darle de aquel líquido que no esperaba fuese mejor de lo que olía. Y ciertamente fue así, tan rápido aquel líquido pasó por su garganta, le dio un ataque de tos y  tosió a causa del agrio y picante sabor del remedio. Apartó el brebaje de su boca y dando paso a la tranquilidad, dejó de toser regresando sus orbes a la mirada masculina.

G—Gracias… —dijo con voz ronca tras unos intentos de probar su voz. —Me salvasteis.

Sonrío la cambiante y antes de que el joven se apartase de ella, tocó con una de sus manos una de sus mejillas y sonrojándose, sin querer saber cómo se vería su aspecto en esos momentos, tal como la caricia comenzó, apartó la mano, esperando no haberse sobrepasado con la confianza.

Antes te vi, me mordiste, pero… no parecéis un vampiro. No podeís serlo ¿Qué sois? ¿Quiénes s—sois?



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Mensaje por Dacian Bassarides Jue Feb 11, 2016 10:10 am

Dacian siempre parecía tener la situación controlada, pero en realidad no era más que algo innato, algo que le decía que ya había pasado por tantas circunstancias incluso peores, que ahora aquello le parecía técnicmanete fácil de solucionar. Tan fácil como lo era que ella se recuperase, pero para él las cosas iban mucho más allá de lo que se presentaba a primera vista, siempre se inculcaba en los problemas de una manera personal, lo cual, le hacía ser un completo insensato. Pero ¿Qué decir? Las cosas no debían quedarse de aquella manera y a juzgar por las heridas hechas a aquella... Cambiaformas, ni siquiera quería imaginar a qué otras criaturas les haría el mismo o peor daño o cuántas habían perecido entre sus manos. El mal debería de ser erradicado de raíz y Dacian como buen cabezota arrasaría con todo con tal de llegar hacia el núcleo del problema.

En cuanto pudo ver que la chica reaccionaba, se sintió aliviado, mostrando en todo caso una sonrisa cordial, pues de sentir dolor, ella aún no hubiese despertado. Aquello era síntoma de que estaba recuperándose como debía. No le avergonzaba la idea de haber saboreado su piel, ni tampoco se sentía culpable por el hecho de hacerlo pues sabía que aquello marcaría la diferencia entre una muchacha sana o una chica muerta. Dacian sonrió, amable, proporcionándole en ese momento toda la cordialidad que podía para que ella tan sólo sintiese que estaba a salvo.

- Mi nombre es Dacian y hace unas horas te trajimos a nuestro campamento. - Dijo, aceptando la caricia, aunque extrañado, entendió que era el modo que tenían ciertos cambiaformas de demostrar aceptación. Él, sin embargo tomó su mano entre las suyas y alargó la propia para tocar su frente y ver así si tenía algún rastro de fiebre; al parecer todo estaba bien. - Antes de hacerte preguntas, te dejaré que descanses aquí. No te preocupes por nosotros, somos gente de fiar. - Su tono, siempre agradable y cercano, era la única muestra que podía darle a la muchacha de la veracidad de ellas.

- Soy licántropo. - Dijo, sin miedo a que le temiese, dejando en claro que bajo aquella tela que cubría la tienda, todo iba a ser sincero, así como sus palabras y el modo de cuidarla sin pedir nada a cambio. - Me gustaría saber tu nombre. - Musitó. - Te podrás quedar todo el tiempo que necesites, aquí todo el mundo es cordial, algunos son como yo, pero otros son humanos, como por ejemplo las mujeres que entraron a curarte y vestirte. - La información era escasa, pero necesaria para que no se sintiese encerrada en contra de su voluntad. Dacian se quedó mirando sus largas pestañas que parecían ser mariposas, y su rostro que no perdía la hermosura ni aunque hubiese pasado por aquel tipo de tortura. A Dacian le parecía fascinante el tipo de personas que por mucho que sufriesen jamás dejasen de ser quienes eran, y aunque él no la había conocido aún, sabía que aquellas heridas no se las hubiesen hecho si no hubiese sido una mujer luchadora; son las victimas preferidas.

- Ésta noche voy a quedarme aquí para vigilar que no empeores, aún queda rato, así que puedes pedir cualquier cosa que necesites, pero por favor no salgas de la cama o no curarás cómo se debe. - Sabía que muchos de ellos tenían sanación acelerada, pero la dureza de la tortura hacía que éstos se curasen más lentamente y por lo tanto no había que ir tan a la ligera con ese tema, ya que cualquier herida podría ser mortal, así como si se la practicasen a cualquier ser humano corriente.


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Mensaje por Dianne Cossment Jue Mar 10, 2016 1:56 pm

La mano masculina que por unos segundos descansó sobre la frente de la fémina en la búsqueda del conocimiento si podía esta padecer fiebre o no, era una de las caricias más próxima al recuerdo de su madre en todos aquellos últimos años. Pocos recuerdos guardaba la cambiante felina de su madre que murió siendo ella muy pequeña, pero todos y cada uno de aquellos pocos recuerdos que guardaba bajo llave en su mente, le hablaban del amor que esta le tenía, de la forma en que siempre buscaba protegerla y que donde sea que se encontrase, su madre siempre más cerca o más lejos, se encontraba allí, dándole su apoyo incondicional. Aquel amor también lo había encontrado años después de su fallecimiento, en su hermano Gaspard, no obstante, jamás volvió a ser lo mismo. Nunca antes una caricia pudo representar tanto, como para avivar los recuerdos de lo que era sentirse así de protegida y cuidada. Y ahora sin embargo, una sola caricia de aquellas manos que la habían salvado, pudo representar tanto como para extrañar los cuidados de aquella madre que de tan pequeña tuvo que abandonarla.

Dianne lo miró y agradeció que la luz exterior fuese menguando con la llegada de la noche para que así el joven no pudiese ver como sus ojos tras aquella caricia se nublasen ligeramente en el agua de las lágrimas. Había estado encerrada más de dos semanas, y sin saber el tiempo exacto de su encarcelamiento y tortura…si el cazador la había tocado, ni una sola vez se acordaba de que hubiese sido para calmarla o darle paz, sino para todo lo contrario y de aquello, sí que podía acordarse todavía. Por ello, el que el joven fuese así con ella, le dio una paz a su alma que ni él mismo podía adivinar. La forma en que la miraba, su sonrisa amable, su tacto suave cuando se trataba de ella e inclusive, el tono modulado de su voz, todo él contribuía a serenarla y calmarla, a adormecer sus demonios.

Me llamo Dianne — le contestó con una suave sonrisa medio adormilada todavía. —Y soy una felina... una cambiante.

Algo en ella ya le decía que él era consciente de ello. Cuando la había salvado era un animal, era un tigre, su tigresa blanca por lo que conocía su identidad como criatura sobrenatural, más decirlo en cierta forma la hizo sentirse bien. Dacian estaba siendo sincero en sus respuestas y ella no sería menos, y aunque no quisiera recordar todo lo que había pasado, sabía que pronto o tarde, tendría que explicárselo. Ellos también podían correr peligro, como su familia. Y ya suficiente cargaba con que su manada estuviese sufriendo por su culpa, como para cargar con más vidas inocentes sobre su delicada espalda.

Sintió su mirada en sus orbes y devolviéndole la mirada se quedó inmóvil, apenas sin respiración en lo que aquel contacto se alargaba. Sus ojos le recordaban vagamente a su hermano, tenían la misma forma aunque no el mismo color y los del lobo, no únicamente eran más intensos que los de su hermano, si no más profundos. Finalmente, terminó por terminar de escucharle y asintió, aunque desviando la mirada de los ojos del licántropo, giró la mirada hacia uno de sus costados, precisamente donde se hallaba la puerta de entrada y de salida. La única que había en aquel lugar.

Os agradezco de todo corazón haberme salvado...—Susurró volviendo a mirarle con agradecimiento en los ojos y también, un poco de dolor por todo lo que debía de decir— pero no debería de estar aquí. Yo…— Exhaló aire y necesitó tranquilizarse al notar un nudo en su estómago y en su garganta al pensar en su familia y en aquel infame cazador —Y-yo no debería estar aquí, debía de haber muerto… Así lo quería él y por mi culpa, mi manada corre peligro y no quiero que v-vosotros correos el mismo peligro. —Su voz apenas era audible llegados a este punto, su cabeza intentaba bloquear los recuerdos, no obstante, aun así ella aún podía seguir recordando. — No quiero que nadie sufra por mí. No quiero que vuelva… que no vuelva, por favor. —Rogó en voz baja sin saber a quién se lo decía, si al joven que seguía a su lado o a los cielos.

Debéis dejarme marchar por vuestro bien y el de los vuestros, —le dijo con todo el dolor de su alma, sabiendo que de hacer lo que decía, ella no sobreviviría.

Para qué querer seguir viviendo, se preguntó sin poder apartar la mirada de aquellos ojos que únicamente por ellos, es que aún resistia... pero, a que costa quería vivir ¿Querer sobrevivir para acordarse de que por su culpa su manada sufrió algún daño? ¿Qué los pudieron haber matado? No, de esa forma no deseaba vivir, aún el ángel que la había salvado le diera fuerzas para resistir aquel miedo atroz… su alma ya estaba media rota.

¿Quién la querría ahora así?

No deseo seros una carga... Dacian.—Añadió con las primeras lágrimas en sus ojos.



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Mensaje por Dacian Bassarides Dom Abr 10, 2016 10:16 am

Dacian no pretendía mirarla con compasión, ni mucho menos sentir lástima por su estado. Aquello no causaría más que la propia destrucción de la muchacha y sin embargo solía ser mucho más cauto en ese aspecto. Sus actos, su simple callar y oír todo lo que ella tenía que decirle, pretendían sino brindarle apoyo y toda esa cercanía que ella necesitaba en aquel momento tan cruacial, tal y como si se tratase de un amigo de toda la vida. Estaba lejos de su hogar y sus palabras de miedo a convertir a sus salvadores en víctimas colaterales no hizo más que abrir el corazón del licántropo ante tal acto de benevolencia.

Él no era el mejor de los ejemplos a seguir, su vida había estado llena de actuaciones que más bien quisiera olvidar por completo y algunas que aunque no las recuerde, sabe que son las más peores ocurridas en la vida de un hombre; y claro que él no era un simple hombre, pero estaba destinado a vivir con esa carga que ni mucho menos dejaría en hombros ajenos, en ese aspecto, se identificaba con la cambiante, con Dianne, que pese al dolor que sentía en éstos instantes, sabía que más tarde sería mucho peor e inaguantable y él, se sentía con la necesidad de apaciguar su alma para que la culpa quedara lejos y así, pudiese olvidar el mal pasado.

Dacian se irguió y tomó una de las mantas que habían traído para la muchacha y sin mediar palabra, la instó a levantarse. Necesarias eran las palabras, aunque mucho mejor entendídas serían si ésta lograse depositar su confianza en él, dejar en sus manos tan valiosa muestra de aceptación. La ayudó, claro que lo hizo y vió innecesario el calzar zapatos, pues sabía que contra más cerca de la tierra estuviese, mayor sería la conexión que necesitaba que se crease para la correcta sanación.
- Ven conmigo, tan sólo sígueme, no hagas preguntas innecesarias, lo entenderás todo a su debido tiempo. - Dacian musitó con voz relajada, impidiendo que su voz rompiese con aquel ambiente tan cercano y cómodo. Él colocó la prenda sobre sus hombros que aunque débiles, soportaban bien la necesaria; y la guió a través de las cortinas de la tienda, para así poder cruzar el campamento ante la atenta mirada de algunos de los más jóvenes, el resto, ni siquiera reparó en ellos no porque no se preocupasen, sino por el simple hecho de que a veces se necesitaba cierta intimidad y eso incluía el hecho de que contra menos ojos curiosos hubiese, mejor sería para la chica. El lugar estaba lo suficientemente cerca en el caso de necesitar ayuda y lo necesariamente lejos como para meditar sin ser molestado en ningún momento. Ante ellos, se expandía el horizonte y muy difícilmente las vistas podrían ser reproducidas desde otro punto del mundo, así que debían sentirse privilegiados ante tal belleza. Dacian, le mostró asiento, ya que se distinguía a la perfección que él solía retirarse allí dado el cuidado que tenía la zona y el hueco que se había labrado a base de un par de rocas amontonadas, madera y paja.

- Ven, te prometo que no te empujaré. - Bromeó sin salir del todo de ese estado de tranquilidad y sosiego, tendiéndole la mano para que Dianne se sentase a su lado.

El silencio de nuevo reinó y Dacian entonces vió oportuno el comenzar a hablar, ya que para ello necesitaba no interrumpir todo lo que la muchacha necesitaba decirle. - Quiero que entiendas todo lo que te voy a decir, porque no estaré dispuesto a dar mi brazo a torcer y estoy completamente seguro de que todos los del campamento segundan mi voz. - Dejó una leve pausa, para que ella pudiese entender la magnitud de sus palabras, sin hacerla sentir incómoda. - Desde el momento en el que te encontré, ya formas parte de mi vida... Y por ello quiero decirte que en cuanto te recuperes, veremos el modo de ayudar a los tuyos, no quiero que pienses que eres una carga para nosotros, somos nosotros... Yo,el que te agradecerá infinitamente, porque de no ser por tí, quizás algunos de los nuestros también hubiesen sido llevados y en cambio, reforzamos nuestra seguridad sin entrar en la paranoia. Dianne, te prometo que buscaremos respuestas y el consecuente castigo. - Dacian parecía seguro de cada palabra que sus labios rogaban con el fin de que ella sintiese la magnitud del problema, y que no sólo la englobaba a ella.

- Quisiera que me contaras todo lo que te ocurrió, pero tómate todo el tiempo que necesites. No pretendo usarte, sino entender y actuar de modo que te sientas verdaderamente satisfecha, porque créeme, sé lo que es una tortura así como también sé que hay heridas que tardan mucho en cerrarse, algunas, quedan abiertas para siempre.- Tan sólo bastó un simple gesto para subir la manga de su camisa y mostrar parte de su brazo aún lleno de cicatrices de quemaduras que bien pudieron matarle de haber sido un hombre corriente. Muchas cicatrices adornaban su cuerpo, algunas peores que la que acababa de enseñarle, pero de igual forma, sentía que el dolor de ella costaría tiempo en hacérselo olvidar. La observó de soslayo, sin perder la mirada al frente, viendo cómo el sol estaba por desaparecer en el horizonte. Necesitaba ese vínculo con ella y ahora quedaba de su mano el aceptar o no su ayuda.

- En mi vida nunca supe qué hacer para quitar ese sabor amargo que me quedó tras un tiempo duro, pero con tu llegada, por fín he sabido lo que necesitaba hacer. Déjame ayudarte, Dianne, y te prometo que nadie, nunca, volverá a hacerte daño.


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