AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Recuerdo de un hasta pronto (Priv)
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Recuerdo de un hasta pronto (Priv)
Tras la finalización de la Segunda Guerra Mundial, todo volvió a la calma. Los países establecieron un pacto entre ellos, mientras el pueblo debía regresar a unas casas destruidas por la guerra, con el estómago rugiendo en las noches por la falta de sustento y recursos. Pero pronto todo se estableció, los países que estaban en pobreza crecieron, se fortalecieron y dejaron enterrado todo aquel pasado oscuro que había enseñado al mundo el lado cruel del ser humano.
Como vampiro, los días sangrientos en los que podía ir entre las calles, alimentándose sin necesidad de ocultar su verdadera naturaleza, habían terminado. Así como se finalizó la guerra, también se apagó el aura de dolor y melancolía que le recorría. Era demasiado viejo y había visto demasiadas cosas, pero fue la visión de Alemania; casi destruida, embargada por todas las deudas contraídas con los demás países, saliendo adelante con fortaleza, convirtiéndose en un lugar próspero, lo que hizo que él entendiera que debía sacar fuerzas para apagar todo aquel odio que le recorría el interior. Las perdidas creaban un tiempo de luto que debía tener un fin, no podía seguir culpándose por un adiós que tarde o temprano supo que llegaría. No habría jamás nadie como Maurice, y éste siempre seguiría vivo en su memoria, siendo inmortal gracias a su maldición. Le consolaba saber que sólo cuando su cuerpo vampirico pereciera, ambos "morirían" juntos; uno físicamente y otro con la desaparición de su conciencia y recuerdos.
Ser una criatura casi inmortal, le otorgaba la posibilidad de adaptarse en muchos ámbitos y así lo hizo. Invirtió dinero en numerosas empresas de armamento, farmacéutica y energías. Creó un imperio empresarial inquebrantable en el que participaban numerosas personas de todos los países en las que desarrollaba su actividad. Se divertía viendo cómo todos aquellos humanos lo miraban como si fuese un dios de las finanzas, si supieran que él simplemente les leía la mente y por ello siempre se salía con la suya, seguramente no lo mirarían igual. A pesar de que sólo podía dirigir sus empresas en horas nocturnas, las comunicaciones, ordenadores e internet, le permitían "estar" donde necesitase. Sin salir de su casa podía manejar más de 30 empresas, asegurándose de que sus cuentas bancarias siguieran creciendo, teniendo más dinero del que jamás podría llegar a soñar cualquier contable. Pero ese juego humano era sólo uno de sus entretenimientos, él se divertía más con las armas que creaba, jugando con ellas, destruyendo cosas para después volverlas a construir. Parecía un niño, riéndose cada vez que accionaba alguna de las armas que tenían unas balas capaces de explotar como pequeñas bombas.
En las noches en las que las armas no le eran un juguete apetecible, visitaba clubes nocturnos de moda, relacionándose con todos aquellos que le despertaban interés, creando una red joven de contactos a los que llamaba cuando deseaba una cálida compañía que le acompañara entre las sábanas cuando su soledad mordía en las entrañas. Incluso algunos habían creado la acuciante necesidad de sentir sus colmillos lacerando su piel, aunque sus donantes de sangre eran personas seleccionadas con mucho recelo. No deseaba que nadie tuviera conciencia de quién era, qué era y a qué se dedicaba. Lo único que había permanecido a lo largo de los años en él, era su mente estratégica. Todas sus empresas eran dirigidas bajo distintos nombres falsos, en los clubes su nombre verdadero se alzaba, ya que siempre le había gustado escuchar cómo su nombre era susurrado entre gemidos. No le gustaría que sus amantes ocasionales gritasen el nombre de otro hombre. Tenía demasiado orgullo y vanidad. El dinero era algo que le sobraba, así como su gran numero de prendas de alta costura. Su vida era etéreamente perfecta, pero, ¿ qué le hacía a veces detenerse en la contemplación del contenido de su copa ?.
- Otro whisky - Le ordenó a una de los jóvenes camareros de aquel carísimo restaurante en el que se encontraba. Sentado en una de las mesas más separadas de las demás, gozaba de unas vistas realmente hermosas, ya que el restaurante estaba situado sobre una ladera desde la cual se veía toda la ciudad a los pies de todos los clientes. La gran cristalera que se extendía de un lado al otro del restaurante, dejaba a todos que pudieran disfrutar de un ambiente moderno y ostentoso.
A diferencia de todos a su alrededor, sólo bebía mientras miraba por aquella pared de cristal, dejando que su perfil quedase iluminado bajo la luz de aquellas bombillas eléctricas fijadas en arañas de cristal que creaban brillos multicolores si fijabas los ojos en aquellas lágrimas que colgaban con aire gracioso. Su cabello oscuro, peinado en suave ondas, enmarcaban sus ojos azules y labios rojizos, aunque su boca poseía una mueca de indudable aburrimiento, como si no estuviese contento con el sabor del contenido de lo que bebía. Hoy era uno de esos días en los que sólo se dedicaba a disfrutar de la soledad, aunque algo le decía que terminaría buscando su móvil para llamar a alguna compañía que lo entretuviera. Necesitaba recordar qué se sentía cuando sus manos se derretían en el calor que emanaba un cuerpo humano.
Como vampiro, los días sangrientos en los que podía ir entre las calles, alimentándose sin necesidad de ocultar su verdadera naturaleza, habían terminado. Así como se finalizó la guerra, también se apagó el aura de dolor y melancolía que le recorría. Era demasiado viejo y había visto demasiadas cosas, pero fue la visión de Alemania; casi destruida, embargada por todas las deudas contraídas con los demás países, saliendo adelante con fortaleza, convirtiéndose en un lugar próspero, lo que hizo que él entendiera que debía sacar fuerzas para apagar todo aquel odio que le recorría el interior. Las perdidas creaban un tiempo de luto que debía tener un fin, no podía seguir culpándose por un adiós que tarde o temprano supo que llegaría. No habría jamás nadie como Maurice, y éste siempre seguiría vivo en su memoria, siendo inmortal gracias a su maldición. Le consolaba saber que sólo cuando su cuerpo vampirico pereciera, ambos "morirían" juntos; uno físicamente y otro con la desaparición de su conciencia y recuerdos.
Ser una criatura casi inmortal, le otorgaba la posibilidad de adaptarse en muchos ámbitos y así lo hizo. Invirtió dinero en numerosas empresas de armamento, farmacéutica y energías. Creó un imperio empresarial inquebrantable en el que participaban numerosas personas de todos los países en las que desarrollaba su actividad. Se divertía viendo cómo todos aquellos humanos lo miraban como si fuese un dios de las finanzas, si supieran que él simplemente les leía la mente y por ello siempre se salía con la suya, seguramente no lo mirarían igual. A pesar de que sólo podía dirigir sus empresas en horas nocturnas, las comunicaciones, ordenadores e internet, le permitían "estar" donde necesitase. Sin salir de su casa podía manejar más de 30 empresas, asegurándose de que sus cuentas bancarias siguieran creciendo, teniendo más dinero del que jamás podría llegar a soñar cualquier contable. Pero ese juego humano era sólo uno de sus entretenimientos, él se divertía más con las armas que creaba, jugando con ellas, destruyendo cosas para después volverlas a construir. Parecía un niño, riéndose cada vez que accionaba alguna de las armas que tenían unas balas capaces de explotar como pequeñas bombas.
En las noches en las que las armas no le eran un juguete apetecible, visitaba clubes nocturnos de moda, relacionándose con todos aquellos que le despertaban interés, creando una red joven de contactos a los que llamaba cuando deseaba una cálida compañía que le acompañara entre las sábanas cuando su soledad mordía en las entrañas. Incluso algunos habían creado la acuciante necesidad de sentir sus colmillos lacerando su piel, aunque sus donantes de sangre eran personas seleccionadas con mucho recelo. No deseaba que nadie tuviera conciencia de quién era, qué era y a qué se dedicaba. Lo único que había permanecido a lo largo de los años en él, era su mente estratégica. Todas sus empresas eran dirigidas bajo distintos nombres falsos, en los clubes su nombre verdadero se alzaba, ya que siempre le había gustado escuchar cómo su nombre era susurrado entre gemidos. No le gustaría que sus amantes ocasionales gritasen el nombre de otro hombre. Tenía demasiado orgullo y vanidad. El dinero era algo que le sobraba, así como su gran numero de prendas de alta costura. Su vida era etéreamente perfecta, pero, ¿ qué le hacía a veces detenerse en la contemplación del contenido de su copa ?.
- Otro whisky - Le ordenó a una de los jóvenes camareros de aquel carísimo restaurante en el que se encontraba. Sentado en una de las mesas más separadas de las demás, gozaba de unas vistas realmente hermosas, ya que el restaurante estaba situado sobre una ladera desde la cual se veía toda la ciudad a los pies de todos los clientes. La gran cristalera que se extendía de un lado al otro del restaurante, dejaba a todos que pudieran disfrutar de un ambiente moderno y ostentoso.
A diferencia de todos a su alrededor, sólo bebía mientras miraba por aquella pared de cristal, dejando que su perfil quedase iluminado bajo la luz de aquellas bombillas eléctricas fijadas en arañas de cristal que creaban brillos multicolores si fijabas los ojos en aquellas lágrimas que colgaban con aire gracioso. Su cabello oscuro, peinado en suave ondas, enmarcaban sus ojos azules y labios rojizos, aunque su boca poseía una mueca de indudable aburrimiento, como si no estuviese contento con el sabor del contenido de lo que bebía. Hoy era uno de esos días en los que sólo se dedicaba a disfrutar de la soledad, aunque algo le decía que terminaría buscando su móvil para llamar a alguna compañía que lo entretuviera. Necesitaba recordar qué se sentía cuando sus manos se derretían en el calor que emanaba un cuerpo humano.
Última edición por Löwe Von Meer el Dom Mar 20, 2016 5:07 am, editado 1 vez
Löwe Von Meer- Vampiro Clase Alta
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Re: Recuerdo de un hasta pronto (Priv)
Nueva Orleans
Agosto de 1951
Vieja. Esa era la palabra. Me sentía vieja, tal vez porque lo era. Mis ojos habían visto tantas desgracias que ya apenas mis facciones reaccionaban ante otra más. Impasible. ¿Cuándo me había convertido en una desconsiderada? Pudiera ser que se debiera a una concatenación de sucesos. Marcas de una piel marmórea pero herida, a fin de cuentas. Si tuviera las agallas suficientes, hacía tiempo ya que hubiese puesto fin a una existencia a la que no encontraba el mayor sentido. ¿Para qué amar? ¿Para qué odiar? ¿Para qué desear? ¿Para qué soñar? Si todo acababa en la más absoluta nada.
Mi estado de ánimo contrastaba enormemente con arrojo de la ciudad. Me había trasladado a Norteamérica a finales del 45, viajando en la bodega de un barco, como las ratas. Después de visitar Nueva York me aventuré al bárbaro sur y allí me quedé. No poseía más clavos a los que agarrarme, después de todo.
La noche de Nueva Orleans se descubrió en todo un acontecimiento. Color, vudú y música. Sobre todo música. Confieso que sigo siendo de los clásicos, y que a mi parecer nadie superará a Mozart, el que fuera mi maestro (¡casi en otra vida, podría decir!), no obstante, el jazz era placentero y alegre. Quizá sólo necesitaba una gota de jazz. Quizá sólo era eso.
Entré en un local del Barrio Francés y el calor del interior sacudió de lleno mi rostro. Allí dentro, nadie parecía acordarse de los horrores de la guerra. Tampoco tenían por qué. La guerra es sólo para los que no saben olvidar. Tomé asiento en uno de los lugares que quedaban despejados en la barra, pero no pedí nada. Sólo había acudido allí para escuchar. Un sí, un la. El fa sostenido. Desde mi perspectiva no alcanzaba a visualizar las manos del pianista, mas me las podía imaginar con total perfección. Y la marea de melancolía, que hacía unos años (¿siglos, a lo mejor?) ahogaba mis entrañas cada vez que escuchaba una nota salir del marfil de ese instrumento, había desaparecido por completo. Mi apego hacia la música de un piano había desaparecido por completo. ¿En qué me estaba convirtiendo? ¿A qué clase de ser había evolucionado? No podía recordar como fui, lo que fui. Ojalá alguien pudiera asegurarme que, a pesar del tiempo, todavía podía reconocerme.
Una voz de tenor escupió las palabras mágicas. "Otro whiskey". Otro perdido, pensé yo. Mas, ¿qué había en esa voz, en esas formas? ¿Estaba delirando? Fantasmagóricas figuras de un pasado que venían a acosarme, como ya hicieran con mi profesor herr Mozart en su momento.
-Löwe Von Meer. -pronuncié esas palabras con una estela de sonrisa y asombro. Jamás podría olvidar un nombre como aquel; anciano, ilusorio, grandioso. La grandiosidad de un pasado perdido. Ignoraba si mi compañero de noche recordaría el mío, pero esperé a ver su reacción.
Agosto de 1951
Vieja. Esa era la palabra. Me sentía vieja, tal vez porque lo era. Mis ojos habían visto tantas desgracias que ya apenas mis facciones reaccionaban ante otra más. Impasible. ¿Cuándo me había convertido en una desconsiderada? Pudiera ser que se debiera a una concatenación de sucesos. Marcas de una piel marmórea pero herida, a fin de cuentas. Si tuviera las agallas suficientes, hacía tiempo ya que hubiese puesto fin a una existencia a la que no encontraba el mayor sentido. ¿Para qué amar? ¿Para qué odiar? ¿Para qué desear? ¿Para qué soñar? Si todo acababa en la más absoluta nada.
Mi estado de ánimo contrastaba enormemente con arrojo de la ciudad. Me había trasladado a Norteamérica a finales del 45, viajando en la bodega de un barco, como las ratas. Después de visitar Nueva York me aventuré al bárbaro sur y allí me quedé. No poseía más clavos a los que agarrarme, después de todo.
La noche de Nueva Orleans se descubrió en todo un acontecimiento. Color, vudú y música. Sobre todo música. Confieso que sigo siendo de los clásicos, y que a mi parecer nadie superará a Mozart, el que fuera mi maestro (¡casi en otra vida, podría decir!), no obstante, el jazz era placentero y alegre. Quizá sólo necesitaba una gota de jazz. Quizá sólo era eso.
Entré en un local del Barrio Francés y el calor del interior sacudió de lleno mi rostro. Allí dentro, nadie parecía acordarse de los horrores de la guerra. Tampoco tenían por qué. La guerra es sólo para los que no saben olvidar. Tomé asiento en uno de los lugares que quedaban despejados en la barra, pero no pedí nada. Sólo había acudido allí para escuchar. Un sí, un la. El fa sostenido. Desde mi perspectiva no alcanzaba a visualizar las manos del pianista, mas me las podía imaginar con total perfección. Y la marea de melancolía, que hacía unos años (¿siglos, a lo mejor?) ahogaba mis entrañas cada vez que escuchaba una nota salir del marfil de ese instrumento, había desaparecido por completo. Mi apego hacia la música de un piano había desaparecido por completo. ¿En qué me estaba convirtiendo? ¿A qué clase de ser había evolucionado? No podía recordar como fui, lo que fui. Ojalá alguien pudiera asegurarme que, a pesar del tiempo, todavía podía reconocerme.
Una voz de tenor escupió las palabras mágicas. "Otro whiskey". Otro perdido, pensé yo. Mas, ¿qué había en esa voz, en esas formas? ¿Estaba delirando? Fantasmagóricas figuras de un pasado que venían a acosarme, como ya hicieran con mi profesor herr Mozart en su momento.
-Löwe Von Meer. -pronuncié esas palabras con una estela de sonrisa y asombro. Jamás podría olvidar un nombre como aquel; anciano, ilusorio, grandioso. La grandiosidad de un pasado perdido. Ignoraba si mi compañero de noche recordaría el mío, pero esperé a ver su reacción.
- Off:
- Buenas, Löwe. Te mandé un MP preguntándote lo de la ubicación del tema, espero que no te importe la ciudad ni la fecha. Si quieres cambiarlo sólo mándame un MP y lo haré sin problemas :3
Carolina Van de Valley- Vampiro Clase Media
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Re: Recuerdo de un hasta pronto (Priv)
El sonido de su nombre en una boca ajena le hizo levantar su rostro hacia el dueño de aquella suave entonación. Aquella cadencia femenina la tenía registrada en el gran abanico de su imperturbable memoria, pues si algo no había perdido a pesar de la edad, era precisamente los recuerdos de todos los años que habían transcurrido de su existencia en aquel mundo.
No pudo evitar el deslizar sus ojos por el cuerpo de la mujer, buscando alguna señal de diferencia en ella, ya que, por lo que recordaba, sólo se habían visto una unica vez. Un encuentro que formó parte de algo especial, precisamente porque fue la única vampiresa con la que se relacionó durante la Guerra Mundial. En aquellos años había sufrido la mayor decadencia moral de su existencia, todo había perdido brillo y sentido y, precisamente por ello, se había decidido a no tener contacto con otro congénere. Más ella había salido de la nada, igual que ahora.
- Señorita Van de Valley. - Separó su silla y se levantó para poder saludar a aquella mujer que, varias décadas atrás, había sostenido la osadía suficiente como para interrumpir sus pensamientos, tal y como había hecho esta vez. E igual que entonces, él hizo gala de su educación refinada e indudablemente antigua, saludándola con una inclinación de su cabeza antes de separar uno de sus asientos como deferencia hacia ella.
- Espero no sea un inconveniente el señalar lo hermosa que se encuentra esta noche.- Sonrió al recordar que él la había calificado como un lirio. Ciertamente su olor era una mezcla entre ello y madera, no sabía por qué pero así era. Como si su cuerpo siempre mantuviese el aroma de la madera de algún instrumento musical en él. Extraño.
- Por favor, acompáñeme esta noche. Como ve, nuevamente estoy solo- Mantuvo su sonrisa cordial, aunque esta vez, sus ojos brillaron con un sentimiento de amabilidad hacia ella. Haciendo evidente que recordaba su presencia como algo grato del pasado.
No pudo evitar el deslizar sus ojos por el cuerpo de la mujer, buscando alguna señal de diferencia en ella, ya que, por lo que recordaba, sólo se habían visto una unica vez. Un encuentro que formó parte de algo especial, precisamente porque fue la única vampiresa con la que se relacionó durante la Guerra Mundial. En aquellos años había sufrido la mayor decadencia moral de su existencia, todo había perdido brillo y sentido y, precisamente por ello, se había decidido a no tener contacto con otro congénere. Más ella había salido de la nada, igual que ahora.
- Señorita Van de Valley. - Separó su silla y se levantó para poder saludar a aquella mujer que, varias décadas atrás, había sostenido la osadía suficiente como para interrumpir sus pensamientos, tal y como había hecho esta vez. E igual que entonces, él hizo gala de su educación refinada e indudablemente antigua, saludándola con una inclinación de su cabeza antes de separar uno de sus asientos como deferencia hacia ella.
- Espero no sea un inconveniente el señalar lo hermosa que se encuentra esta noche.- Sonrió al recordar que él la había calificado como un lirio. Ciertamente su olor era una mezcla entre ello y madera, no sabía por qué pero así era. Como si su cuerpo siempre mantuviese el aroma de la madera de algún instrumento musical en él. Extraño.
- Por favor, acompáñeme esta noche. Como ve, nuevamente estoy solo- Mantuvo su sonrisa cordial, aunque esta vez, sus ojos brillaron con un sentimiento de amabilidad hacia ella. Haciendo evidente que recordaba su presencia como algo grato del pasado.
Löwe Von Meer- Vampiro Clase Alta
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Re: Recuerdo de un hasta pronto (Priv)
Sólo lo había visto una vez pero recordaba con bastante precisión los rasgos antiguos y milenarios del rostro de mi acompañante. Quizá con algún que otro atisbo de irrealidad perfecta, confeccionada por el fútil platonismo creado con los años. ¡Pero qué digo! ¿Acaso no éramos seres impecables en nuestro físico, creyendo los humanos de nosotros unos cuasi ángeles? Ángeles venidos a menos, me atrevería a perfilar en la anodina descripción que la literatura mortal hacía de nosotros.
Me niego a pensar que es el destino el que ha hecho que Löwe y yo nos encontremos de nuevo esta noche, a esta precisa hora, en este preciso lugar, de todos los lugares posibles del mundo. Hace tiempo que dejé de creer en el sino (¿y es que había creído alguna vez en él?). Nuestra existencia se alargaba tanto que era inevitable reunirse con viejos conocidos a lo largo de los siglos que duramos, lo que me llevaba a pensar; ¿acabaremos en algún momento? Oh, ojalá que sí. Ya no puedo soportarlo mucho más tiempo. Demasiado de todo.
-Le agradezco el cumplido, pero mucho me temo que no es mérito mío.
Encogimiento de hombros elegante, casi imperceptible. Llevaba siendo de la misma manera durante tres siglos ya. ¿Dónde estaban mis arrugas, mis vetas, mis cicatrices? Todo lo que había padecido (y gozado) por dentro lo quería también por fuera. Llamadme loca, insensata. ¿Quién no desea la vida eterna? La respuesta es sencilla; únicamente aquellos que no la tienen. La vida es valiosa precisamente por su fugacidad. Por eso y sólo por eso. ¡Qué idiota aquella Carolina joven e inexperta que temía a la muerte! Ahora deseo abrazarla, besarla, dormir con ella. De nuevo; ha sido demasiado de todo.
-Los de nuestra clase parecemos condenados a eso. -respondí entonces a su comentario, a la soledad que lo acompañaba aquella noche- Qué gracia. Precisamente nosotros, que podemos encontrar compañeros eternos. Al final, el Universo siempre nos los arrebatan.
Me detuve a observar la distancia; los músicos. Qué melodía tan distinta a la que Friedrich y yo solíamos tocar. Ahora tengo la sensación de que eso ya no se aprecia. Lo nuevo mata a lo viejo para poder imperar. Mas, si se piensa con detenimiento, es ese asesinato a manos de la frescura moderna lo que eleva a lo antiguo al trono de la leyenda y lo convertía en arte. ¿No era bello?
-Me pregunto si esto formará parte de algún extraño e irónico ciclo que tenemos que completar cada cierto tiempo. -comenté ahogando una sonrisa sarcástica en mis ojos, en mis labios.
Intenté buscar algo en los gestos corporales de mi compañero que me indicasen si seguía siendo el mismo de la Viena de hacía diez años, o había algo -una marca, un retazo de vida a medio perfilar- que lo hubiesen hecho cambiar. Pues los vampiros mudamos con los años; no podemos aguantar demasiados siglos interpretando un mismo papel. Y así acabábamos perdiéndonos en nuestras propios y patéticos entremeses de teatro.
-¿Le parece si brindamos? Por nuestro reencuentro. -propuse. En realidad, sólo quería brindar con alguien por el mero hecho de hacerlo, por escuchar el tintineo cristalino de copa chocando contra copa conocida. Qué miserable existencia aquella que mendiga por unas pocas gotas de compañía.
Me niego a pensar que es el destino el que ha hecho que Löwe y yo nos encontremos de nuevo esta noche, a esta precisa hora, en este preciso lugar, de todos los lugares posibles del mundo. Hace tiempo que dejé de creer en el sino (¿y es que había creído alguna vez en él?). Nuestra existencia se alargaba tanto que era inevitable reunirse con viejos conocidos a lo largo de los siglos que duramos, lo que me llevaba a pensar; ¿acabaremos en algún momento? Oh, ojalá que sí. Ya no puedo soportarlo mucho más tiempo. Demasiado de todo.
-Le agradezco el cumplido, pero mucho me temo que no es mérito mío.
Encogimiento de hombros elegante, casi imperceptible. Llevaba siendo de la misma manera durante tres siglos ya. ¿Dónde estaban mis arrugas, mis vetas, mis cicatrices? Todo lo que había padecido (y gozado) por dentro lo quería también por fuera. Llamadme loca, insensata. ¿Quién no desea la vida eterna? La respuesta es sencilla; únicamente aquellos que no la tienen. La vida es valiosa precisamente por su fugacidad. Por eso y sólo por eso. ¡Qué idiota aquella Carolina joven e inexperta que temía a la muerte! Ahora deseo abrazarla, besarla, dormir con ella. De nuevo; ha sido demasiado de todo.
-Los de nuestra clase parecemos condenados a eso. -respondí entonces a su comentario, a la soledad que lo acompañaba aquella noche- Qué gracia. Precisamente nosotros, que podemos encontrar compañeros eternos. Al final, el Universo siempre nos los arrebatan.
Me detuve a observar la distancia; los músicos. Qué melodía tan distinta a la que Friedrich y yo solíamos tocar. Ahora tengo la sensación de que eso ya no se aprecia. Lo nuevo mata a lo viejo para poder imperar. Mas, si se piensa con detenimiento, es ese asesinato a manos de la frescura moderna lo que eleva a lo antiguo al trono de la leyenda y lo convertía en arte. ¿No era bello?
-Me pregunto si esto formará parte de algún extraño e irónico ciclo que tenemos que completar cada cierto tiempo. -comenté ahogando una sonrisa sarcástica en mis ojos, en mis labios.
Intenté buscar algo en los gestos corporales de mi compañero que me indicasen si seguía siendo el mismo de la Viena de hacía diez años, o había algo -una marca, un retazo de vida a medio perfilar- que lo hubiesen hecho cambiar. Pues los vampiros mudamos con los años; no podemos aguantar demasiados siglos interpretando un mismo papel. Y así acabábamos perdiéndonos en nuestras propios y patéticos entremeses de teatro.
-¿Le parece si brindamos? Por nuestro reencuentro. -propuse. En realidad, sólo quería brindar con alguien por el mero hecho de hacerlo, por escuchar el tintineo cristalino de copa chocando contra copa conocida. Qué miserable existencia aquella que mendiga por unas pocas gotas de compañía.
Carolina Van de Valley- Vampiro Clase Media
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Re: Recuerdo de un hasta pronto (Priv)
Esbozó una suave sonrisa al escuchar su comentario. Parecía que nuevamente la señorita Van De Valley era incapaz de aceptar cualquier cumplido esbozado hacia su persona, lo cual le resultaba siempre un tanto desconcertante. Quizás fuera su propio ego revolviéndose con incomodidad ante alguien tan sencilla como ella. O tal vez sólo fuera la incapacidad de concebir a cualquier criatura sobrenatural siendo incapaz de convivir con aquella presencia que mantenían, al menos en el caso de los vampiros, durante siglos sin mutar. Qué criatura más excitante.
- Por favor, señorita Van Del Valley, acepte mi cumplido. Normalmente no suelo llamar a los demás hermosos, así que tómelo. Si no es por vos, al menos por mi ego. - Amplió su sonrisa, mezclando aquella mueca abierta y natural, con un brillo pícaro y seductor en la mirada. Algo inspirado en la atracción innata que emitían los vampiros, pero no en una intención secundada en el deseo de descubrir aquella elegancia que se ocultaba tras capas de ropa innecesarias.
A pesar de ser un hombre con una gran caballerosidad, persistía en él aquel instinto vikingo y sanguinario que sólo hallaba placer en las cosas más sencillas de la vida; el vino, las mujeres y el sexo. Con el tiempo, aquella simplicidad se había ido complicando, siéndole añadidas su curiosidad ante todo lo que no conocía, su hambre de conocimientos, así como su incapacidad de aceptar cualquier tipo de norma que no se hubiera autoimpuesto así mismo. Quizás resultase extraño, pero cuanto más pasaba el tiempo, más se afianzaba su carácter salvaje e indomable, siendo a veces recordado por sus palabras sagaces, crueles o pícaras. Podría decirse que era un ser complejo, ¿Pero acaso no era natural, habiendo tenido que cambiar con tanta rapidez como lo hacía el mundo en sí mismo?.
- Carolina - Susurró con cierta censura, notando en ella aquel brillo apagado que él mismo lució durante casi tres siglos. Sus ojos azules parecían ser capaces de comprender todo aquello que guardaba en su mente, y no porque la estuviera leyendo con sus poderes, sino porque cuando uno cruzaba el valle de las sombras, podía reconocer en otros cuando éste llegaba a sus congéneres.
Los vampiros estaban condenados a pasar por el valle de las sombras, nombre que él mismo le había adjudicado a aquel estado de crisis de identidad, en la que nada parecía tener sentido. No en vano habían historias de vampiros que se lanzaban a las llamas, en pos del descanso final. De la última liberación. Más él había pasado por ello y había salido de su crisis con un hambre aún mayor por la vida, quería seguir caminando por el mundo, porque con él llevaba a cuestas los recuerdos de personas que haría eternas hasta que diera su último suspiro.
- Ahora no estamos solos, permíteme ser tu compañero esta noche, os prometo no dejar que caigáis en la oscuridad que está naciendo en vuestro interior.- Su sinceridad era más que evidente, pero recalcó sus palabras cuando movió una de sus manos para darle una señal al mêtre del local.
En cuanto el empleado se hubo acercado, pidió que sirvieran a ambos una botella de vino de cierta cosecha alemana, un guiño para aquel lugar en el que ambos se encontraron en el pasado y desnudaron sus almas ante un extraño, creyendo que jamás volverían a encontrarse. Más por alguna razón, estaban de nuevo juntos, enfrentados mirada con mirada, como si ambos buscasen en el otro alguna señal de lo que había ocurrido con ellos durante aquel tiempo.
- Brindemos pues, señorita Van Del Valley; por las casualidades, por usted, por la música y por mí, si es que me permite incluirme en el brindis - Rió con afabilidad, aligerando el peso de sus palabras, como si fueran conocidos de toda una vida. Aunque, en referencias humanas, ambos podrían considerarse precisamente eso.
- Por favor, señorita Van Del Valley, acepte mi cumplido. Normalmente no suelo llamar a los demás hermosos, así que tómelo. Si no es por vos, al menos por mi ego. - Amplió su sonrisa, mezclando aquella mueca abierta y natural, con un brillo pícaro y seductor en la mirada. Algo inspirado en la atracción innata que emitían los vampiros, pero no en una intención secundada en el deseo de descubrir aquella elegancia que se ocultaba tras capas de ropa innecesarias.
A pesar de ser un hombre con una gran caballerosidad, persistía en él aquel instinto vikingo y sanguinario que sólo hallaba placer en las cosas más sencillas de la vida; el vino, las mujeres y el sexo. Con el tiempo, aquella simplicidad se había ido complicando, siéndole añadidas su curiosidad ante todo lo que no conocía, su hambre de conocimientos, así como su incapacidad de aceptar cualquier tipo de norma que no se hubiera autoimpuesto así mismo. Quizás resultase extraño, pero cuanto más pasaba el tiempo, más se afianzaba su carácter salvaje e indomable, siendo a veces recordado por sus palabras sagaces, crueles o pícaras. Podría decirse que era un ser complejo, ¿Pero acaso no era natural, habiendo tenido que cambiar con tanta rapidez como lo hacía el mundo en sí mismo?.
- Carolina - Susurró con cierta censura, notando en ella aquel brillo apagado que él mismo lució durante casi tres siglos. Sus ojos azules parecían ser capaces de comprender todo aquello que guardaba en su mente, y no porque la estuviera leyendo con sus poderes, sino porque cuando uno cruzaba el valle de las sombras, podía reconocer en otros cuando éste llegaba a sus congéneres.
Los vampiros estaban condenados a pasar por el valle de las sombras, nombre que él mismo le había adjudicado a aquel estado de crisis de identidad, en la que nada parecía tener sentido. No en vano habían historias de vampiros que se lanzaban a las llamas, en pos del descanso final. De la última liberación. Más él había pasado por ello y había salido de su crisis con un hambre aún mayor por la vida, quería seguir caminando por el mundo, porque con él llevaba a cuestas los recuerdos de personas que haría eternas hasta que diera su último suspiro.
- Ahora no estamos solos, permíteme ser tu compañero esta noche, os prometo no dejar que caigáis en la oscuridad que está naciendo en vuestro interior.- Su sinceridad era más que evidente, pero recalcó sus palabras cuando movió una de sus manos para darle una señal al mêtre del local.
En cuanto el empleado se hubo acercado, pidió que sirvieran a ambos una botella de vino de cierta cosecha alemana, un guiño para aquel lugar en el que ambos se encontraron en el pasado y desnudaron sus almas ante un extraño, creyendo que jamás volverían a encontrarse. Más por alguna razón, estaban de nuevo juntos, enfrentados mirada con mirada, como si ambos buscasen en el otro alguna señal de lo que había ocurrido con ellos durante aquel tiempo.
- Brindemos pues, señorita Van Del Valley; por las casualidades, por usted, por la música y por mí, si es que me permite incluirme en el brindis - Rió con afabilidad, aligerando el peso de sus palabras, como si fueran conocidos de toda una vida. Aunque, en referencias humanas, ambos podrían considerarse precisamente eso.
Löwe Von Meer- Vampiro Clase Alta
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¿Cuánto podía durar lo eterno? ¿Cómo concebir, con esta limitada mente humana -sí; humana, al fin y al cabo- algo tan vasto y grandioso como lo eterno? ¿Existiría alguien que hubiese vivido desde el principio de los siglos? ¿Desde que Dios creó a Adán? No lo creía. La eternidad era demasiado eterna, más para los que nos habíamos criado con los paradigmas de una vida humana. Además, no creía tampoco que hubiese alguien tan ególatra, tan pagado de sí mismo, que quisiese convivir consigo mismo durante todos aquellos siglos. Y, ¡empero! ¿Acaso no había entre los nuestros personas con tanta ansia de conocimiento que no quisiesen experimentar qué sería del futuro y cómo avanzaría la civilización? ¿Sería aquello maravilloso o funesto? ¿Qué auguraba a los humanos; más guerras, más codicia, más descubrimientos, llegar a la luna? ¿Quedaban todavía cosas prodigiosas que ver, o ya se había llegado hasta donde se podía llegar?
Descendamos por un instante a Nueva Orleans otra vez. Quizá lo admirable se encontraba allí. En lo normal de la vida. En ese pequeño milagro de haberme reencontrado con el ánima del pasado, que parecía muy lejano pero que a ojos de los nuestros no lo era tanto; únicamente un suspiro del alma. Sí. Quizá debería brindar, sólo por aquella noche.
-Brindemos, está bien. -accedí con un movimiento de cabeza. Alcé la copa y la choqué con el cristal de mi compañero. Ambas hicieron un titilante sonido, mágico, de cuento. El sonido de una ninfa en un bosque, de un guerrero de hielo desenfundando un arma.
-Tiene razón, Löwe. Últimamente estoy decayendo en la negrura. O tal vez empecé hace más tiempo, no lo sé. Quizá, siempre fui así. -rodeé el filo de la copa con mis dedos, sintiendo el tacto suave del vidrio sobre ellos.- Hay personas que nacen ya estando tristes.
Eso decía Friedrich. Y que de esas personas era necesario huir, porque únicamente contaminan todo a su alrededor. Según el Maestro; "Con la tristeza sólo se pueden hacer dos cosas: grandes obras de arte, o grandes destrozos de la Humanidad. Si no estás dispuesto a contribuir a lo primero, mejor quítate de en medio". Eran palabras cargadas de cinismo, claro. Pero, ¿qué se podía esperar de Dvorak? Era un genio loco. A su manera, él también estaba triste. O cabreado. Nunca lo supe del todo. ¡Cómo lo echaba de menos! Él era la energía que hinchaba mi espíritu maldito.
-Pero no quiero atormentarlo. No estaría bien, y menos en un sitio como éste, donde la música invita a festejar y no a llorar. -hice un aspaviento con la mano, restando importancia a todo el asunto. No tenía nada de especial, a fin de cuentas. Había aprendido a sobrevivir con el peso del corazón.-¿Qué ha sido de usted todo este tiempo, Löwe? Hábleme. ¿Qué sitios ha visitado? ¿Qué gente extraordinaria ha conocido?
Sí; hábleme, hábleme, señor Von Meer. Quizá así pueda olvidarme de esa nube, la nube negra que convivía en mi cabeza, trayendo recuerdos del ayer. ¿Se habían llegado a ir, en algún momento? Oh, sí. Durante un tiempo; un tiempo maravilloso y terrorífico. El tiempo en el que no estaba sola. La soledad, ¡cómo la odiaba! Y, sin embargo, cuánto la necesitaba.
Descendamos por un instante a Nueva Orleans otra vez. Quizá lo admirable se encontraba allí. En lo normal de la vida. En ese pequeño milagro de haberme reencontrado con el ánima del pasado, que parecía muy lejano pero que a ojos de los nuestros no lo era tanto; únicamente un suspiro del alma. Sí. Quizá debería brindar, sólo por aquella noche.
-Brindemos, está bien. -accedí con un movimiento de cabeza. Alcé la copa y la choqué con el cristal de mi compañero. Ambas hicieron un titilante sonido, mágico, de cuento. El sonido de una ninfa en un bosque, de un guerrero de hielo desenfundando un arma.
-Tiene razón, Löwe. Últimamente estoy decayendo en la negrura. O tal vez empecé hace más tiempo, no lo sé. Quizá, siempre fui así. -rodeé el filo de la copa con mis dedos, sintiendo el tacto suave del vidrio sobre ellos.- Hay personas que nacen ya estando tristes.
Eso decía Friedrich. Y que de esas personas era necesario huir, porque únicamente contaminan todo a su alrededor. Según el Maestro; "Con la tristeza sólo se pueden hacer dos cosas: grandes obras de arte, o grandes destrozos de la Humanidad. Si no estás dispuesto a contribuir a lo primero, mejor quítate de en medio". Eran palabras cargadas de cinismo, claro. Pero, ¿qué se podía esperar de Dvorak? Era un genio loco. A su manera, él también estaba triste. O cabreado. Nunca lo supe del todo. ¡Cómo lo echaba de menos! Él era la energía que hinchaba mi espíritu maldito.
-Pero no quiero atormentarlo. No estaría bien, y menos en un sitio como éste, donde la música invita a festejar y no a llorar. -hice un aspaviento con la mano, restando importancia a todo el asunto. No tenía nada de especial, a fin de cuentas. Había aprendido a sobrevivir con el peso del corazón.-¿Qué ha sido de usted todo este tiempo, Löwe? Hábleme. ¿Qué sitios ha visitado? ¿Qué gente extraordinaria ha conocido?
Sí; hábleme, hábleme, señor Von Meer. Quizá así pueda olvidarme de esa nube, la nube negra que convivía en mi cabeza, trayendo recuerdos del ayer. ¿Se habían llegado a ir, en algún momento? Oh, sí. Durante un tiempo; un tiempo maravilloso y terrorífico. El tiempo en el que no estaba sola. La soledad, ¡cómo la odiaba! Y, sin embargo, cuánto la necesitaba.
Carolina Van de Valley- Vampiro Clase Media
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Sonrió a su acompañante de aquella noche, una grata sorpresa que se había personificado para traerle una visión del fantasma del pasado. No era agradable admitir que había sido suficiente débil como para hundirse por una única persona, aunque Maurice jamás había sido sólo una persona. Sino la persona. Su único. Y había dolido tanto que jamás dejaría que hubiera otro en su vida.
El sonido del vino creaba susurros de carmesí en el interior de la copa que sostenía entre sus dedos, una curiosa demostración de musicalidad en tal fragilidad. Un acontecimiento mágico para seres que tenían el poder en sus carnes, la verdadera fuerza de conocer el sonido del ruido, el aroma de los sentimientos o el tacto del humo. En ellos residía la pre-cognición de lo imposible, una habilidad difícilmente digerida a borbotones en los primeros años de un neófito.
- No hay nada que me guste más, que se me consienta en mis peticiones - Su sonrisa se ensanchó de forma pícara, una cualidad que ya poseía antes de ser convertido en vampiro. Tenía una de esas personalidades demasiado fuertes entonces, ahora era sólo una marca de su persona. Como si el tener picardía y un carácter explosivo no pudieran ser separados de su propio nombre.
De alguna extraña forma, todos los vampiros que conocían carecían de un nombre similar al otro, como si la naturaleza se hubiera encargado de seleccionarlos de tal forma que jamás algún portador de un nombre pudiera competir con otro. Sería una lástima que tuviera que asesinar a alguien con su mismo nombre, sólo por la certeza de que no podían existir dos Löwes en este mundo. Sabía perfectamente cómo era, jamás cometería el error de subestimarse.
- Usted no nació triste, querida Carolina, simplemente abrazó el sentimiento que ha conocido por más tiempo.- Se encogió de hombros y degustó el vino, cerrando los ojos para experimentar aquella película de emociones que danzaban sobre su lengua. Un suspiro de algo muy similar a un juego preliminar. - Lo cual es lamentable, alguien debería haberla desnudado. Arrancado esa terrible mortaja sobre la que oculta su exquisita alma.
El juego de palabras no era en vano, ya que era difícil para un vampiro el dejar que las emociones humanas fluctuasen por ellos hasta el punto de cambiarlos. Siempre se escogía las que lo hacían sentir a salvo; en su caso, gozaba de la ira y la sed de sangre, así como de la picardía e ironía. Sabía cómo moverse allí, pero cuando llegaba algo como la inseguridad, jamás lo vestía. Era un sentimiento atroz que se alegraba de desconocer. Ella necesitaba arrancarse la tristeza y para ello, no había nada como ser desnudado por dedos hábiles.
- Por favor, Carolina, haga lo que desee. Salvo jugar con estacas, es un tormento que no he sabido apreciar. - Rió con total despreocupación, como si no la hubiera invitado a volverse loca, a ser irremediablemente malévola. Era divertido dejarse llevar, llenarse de ese júbilo que parecía llenar el ambiente cuando estaban rodeados de música, de la alegría de los humanos, esa euforia que era difícil de atrapar. Un regreso a la terrible humanidad.
- Lo cierto es que he visitado muchos lugares, he visto las desoladas calles destruidas en los bombardeos, los hospitales de los heridos y mutilados, incluso he perdido la calma en algunos países.- La verdad de sus palabras era que había asesinado a muchos violadores, siempre le gustó la violencia, pero había cosas que ni siquiera él había hecho. Entre ellas el violar a alguien, no le importaba que fueran salvajes en su cama o el asesinar a inquisidores o criaturas lo suficiente fuertes como para dejarle alguna que otra cicatriz, pero alguien más débil que él jamás era un premio grato de maltratar.
Le relató todos los países que vio, los experimentos con los que se encantó e incluso su dificultad a la hora de aprender a pilotar algunos aviones y el miedo que sufrió al ver cómo se estrellaba con uno de ellos contra el suelo por olvidarse de reponer la codiciada gasolina. Sus aventuras decayeron de interés cuando mencionó que se dedicaba a invertir en empresas y que ahora tenía que huir de los cobradores de impuestos para el estado, que siempre parecían acosarlo a pesar de tener distintos nombres en cada uno de los países. Era una forma de ocultar su verdadera persona.
- Pero, a pesar de haber conocido muchas criaturas sobrenaturales nuevas y sorprendentes, usted es la primera congénere con la que me encuentro.- Dejó que el silencio rodease sus últimas palabras, sabiendo que en ellas quedaba patente su preocupación por la posible disminución de su especie en el mundo. Los vampiros era difíciles de exterminar, pero su locura y el dolor de coexistir muchos años, hacía que los suicidios fueran cosas frecuentes.
- No sé si es que nos hemos acostumbrado a ir dando tumbos por el mundo, completamente solos, o simplemente estamos desapareciendo de manera natural. - Su copa fue colocada con cuidado sobre la mesa, para que pudiera recostarse sobre su asiento y desviar su mirada pensativa por el ventanal de aquel lujoso restaurante. Paseó su vista por todo aquel valle natural y hermoso, permitiéndose unos minutos de intimidad, sin que Carolina pudiera ver qué se ocultaba realmente en su mente.
- Deje que la desnuden, señorita Van De Valley, cosas terribles ocurren cuando uno se atreve a continuar por el valle de las sombras.- Su voz era tan tétrica que, cuando se giró, con una sonrisa, parecía haberse doblado en dos personas completamente distintas. Una que sentía lo cerca que estaba Carolina de perder su batalla con el pasado y otra que quería mostrarle las bellezas que aún se ocultaban en el mundo.
El sonido del vino creaba susurros de carmesí en el interior de la copa que sostenía entre sus dedos, una curiosa demostración de musicalidad en tal fragilidad. Un acontecimiento mágico para seres que tenían el poder en sus carnes, la verdadera fuerza de conocer el sonido del ruido, el aroma de los sentimientos o el tacto del humo. En ellos residía la pre-cognición de lo imposible, una habilidad difícilmente digerida a borbotones en los primeros años de un neófito.
- No hay nada que me guste más, que se me consienta en mis peticiones - Su sonrisa se ensanchó de forma pícara, una cualidad que ya poseía antes de ser convertido en vampiro. Tenía una de esas personalidades demasiado fuertes entonces, ahora era sólo una marca de su persona. Como si el tener picardía y un carácter explosivo no pudieran ser separados de su propio nombre.
De alguna extraña forma, todos los vampiros que conocían carecían de un nombre similar al otro, como si la naturaleza se hubiera encargado de seleccionarlos de tal forma que jamás algún portador de un nombre pudiera competir con otro. Sería una lástima que tuviera que asesinar a alguien con su mismo nombre, sólo por la certeza de que no podían existir dos Löwes en este mundo. Sabía perfectamente cómo era, jamás cometería el error de subestimarse.
- Usted no nació triste, querida Carolina, simplemente abrazó el sentimiento que ha conocido por más tiempo.- Se encogió de hombros y degustó el vino, cerrando los ojos para experimentar aquella película de emociones que danzaban sobre su lengua. Un suspiro de algo muy similar a un juego preliminar. - Lo cual es lamentable, alguien debería haberla desnudado. Arrancado esa terrible mortaja sobre la que oculta su exquisita alma.
El juego de palabras no era en vano, ya que era difícil para un vampiro el dejar que las emociones humanas fluctuasen por ellos hasta el punto de cambiarlos. Siempre se escogía las que lo hacían sentir a salvo; en su caso, gozaba de la ira y la sed de sangre, así como de la picardía e ironía. Sabía cómo moverse allí, pero cuando llegaba algo como la inseguridad, jamás lo vestía. Era un sentimiento atroz que se alegraba de desconocer. Ella necesitaba arrancarse la tristeza y para ello, no había nada como ser desnudado por dedos hábiles.
- Por favor, Carolina, haga lo que desee. Salvo jugar con estacas, es un tormento que no he sabido apreciar. - Rió con total despreocupación, como si no la hubiera invitado a volverse loca, a ser irremediablemente malévola. Era divertido dejarse llevar, llenarse de ese júbilo que parecía llenar el ambiente cuando estaban rodeados de música, de la alegría de los humanos, esa euforia que era difícil de atrapar. Un regreso a la terrible humanidad.
- Lo cierto es que he visitado muchos lugares, he visto las desoladas calles destruidas en los bombardeos, los hospitales de los heridos y mutilados, incluso he perdido la calma en algunos países.- La verdad de sus palabras era que había asesinado a muchos violadores, siempre le gustó la violencia, pero había cosas que ni siquiera él había hecho. Entre ellas el violar a alguien, no le importaba que fueran salvajes en su cama o el asesinar a inquisidores o criaturas lo suficiente fuertes como para dejarle alguna que otra cicatriz, pero alguien más débil que él jamás era un premio grato de maltratar.
Le relató todos los países que vio, los experimentos con los que se encantó e incluso su dificultad a la hora de aprender a pilotar algunos aviones y el miedo que sufrió al ver cómo se estrellaba con uno de ellos contra el suelo por olvidarse de reponer la codiciada gasolina. Sus aventuras decayeron de interés cuando mencionó que se dedicaba a invertir en empresas y que ahora tenía que huir de los cobradores de impuestos para el estado, que siempre parecían acosarlo a pesar de tener distintos nombres en cada uno de los países. Era una forma de ocultar su verdadera persona.
- Pero, a pesar de haber conocido muchas criaturas sobrenaturales nuevas y sorprendentes, usted es la primera congénere con la que me encuentro.- Dejó que el silencio rodease sus últimas palabras, sabiendo que en ellas quedaba patente su preocupación por la posible disminución de su especie en el mundo. Los vampiros era difíciles de exterminar, pero su locura y el dolor de coexistir muchos años, hacía que los suicidios fueran cosas frecuentes.
- No sé si es que nos hemos acostumbrado a ir dando tumbos por el mundo, completamente solos, o simplemente estamos desapareciendo de manera natural. - Su copa fue colocada con cuidado sobre la mesa, para que pudiera recostarse sobre su asiento y desviar su mirada pensativa por el ventanal de aquel lujoso restaurante. Paseó su vista por todo aquel valle natural y hermoso, permitiéndose unos minutos de intimidad, sin que Carolina pudiera ver qué se ocultaba realmente en su mente.
- Deje que la desnuden, señorita Van De Valley, cosas terribles ocurren cuando uno se atreve a continuar por el valle de las sombras.- Su voz era tan tétrica que, cuando se giró, con una sonrisa, parecía haberse doblado en dos personas completamente distintas. Una que sentía lo cerca que estaba Carolina de perder su batalla con el pasado y otra que quería mostrarle las bellezas que aún se ocultaban en el mundo.
Löwe Von Meer- Vampiro Clase Alta
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Re: Recuerdo de un hasta pronto (Priv)
Vosotros los mortales nos creéis rudos, malévolos y sin alma. Sanquinarios, feroces. Brutales animales, monstruosas bestias de cuento. Alimentamos cada pesadilla vuestra, cada desvelo. También las más morbosas fantasías. Para unos somos únicamente ficción, para los que habéis tenido la mala suerte de cruzaros en el camino de alguno de los míos, nos consideráis repugnantes seres de circo.
Lo cierto es que creo que somos las criaturas más sentimentales del mundo. Es la maldición del poder vivir muchos siglos, imagino. Claro que yo tampoco entiendo demasiado de las ansias del corazón ni de las aflicciones del alma; únicamente de la mía, si es que no la perdí aquel día de mil setencientos y pico (¡Dios santo! ¿Tanto hace? ¿Tan poco me importa, que ni siquiera puedo recordar la fecha exacta de mi despertar a la inmortalidad?). Sin embargo, escuchando a mi buen amigo -si me permitís llamarlo así- Von Meer, mi creencia en la sensibilidad nuestra raza se acrecenta.
Me gusta, sin embargo. Me da la falsa seguridad de que fuimos humanos una vez.
-Extraño, ¿no es así? Cuando se supone que somos inmortales -reí sin ganas ante el comentario de Löwe. Extinguidos. ¿Sería posible llegar a esa situación? No resultaría extraño, cuando nuestra raza ha sido perseguida desde los oscuros siglos de la Edad Media. La Iglesia, aquella institución en la que una vez hube confiado, cuando era más joven, ingenua, y en especial, antes de perder a Clotilde, se había encargado de arrasarnos. Pero nos habíamos defendido, ¿no era así? Con garras y colmillos- Yo hace mucho que evito a los nuestros. Quizá en un estúpido intento de mantener algo de humano en mí. ¿No es de imbéciles, Löwe? Añorar algo que no puedo volver a poseer, y que es tan imperfecto, tan deficiente. Es como si un tigre añorase ser ratón.
Dibujé una sonrisa de ensoñación, como las de los adultos que recuerdan un fragmento dulce y cándido de su infancia. En parte, era algo así. El sentimiento, digo. ¿Veis? ¡Otra vez hablando de sensiblerías! Y, ¿qué puedo hacer? Si el estigma de artista no se borraba de mi ya pasasen mil años más.
-Recuerdo cuando aquel que me convirtió hablaba de la grandeza de los nuestros; de que éramos un siguiente paso en la evolución. No se daba cuenta de nuestro fallos, ni aprendió de la historia que todos los imperios terminan por caer, tal como hizo el romano, el español. Como lo ha hecho el Reich.
Desvarío a veces, cuando pienso en Friedrich. Es algo que me oprime el pecho, debilita todos mis sentidos. Pero cada año que pasa, la cuerda que me aprisiona las costillas se afloja un poco más. ¿Algún día se soltará del todo? Dí un par de vueltas al cóctel con la sombrilla de madera. El líquido azulado y cristalino se revuelve en la copa, y su color es tan bello, como el del agua del mar, aunque nunca llegué a ver el mar de color azul, sólo de ese negro que se refleja en la noche estrellada.
Despegué entonces la vista de mi cóctel y miré a Löwe. El sobrecogedor Löwe, el elegante Löwe, el conmovedor y romántico Löwe. ¿Cómo era posible que alguien que sólo había visto dos veces en mi vida pudiese adivinar tanto de las palabras que salían de mis labios? El sabio Löwe. Únicamente alguien que había sufrido podía llegar a ese nivel de entendimiento del ánima.
-Oh, mi buen Von Meer. ¿Y qué harían si descubren que lo que hay bajo esa desnudez es sólo un montón de contradicción y autocompasión? -dejé escapar un suspiro.
Lo cierto es que creo que somos las criaturas más sentimentales del mundo. Es la maldición del poder vivir muchos siglos, imagino. Claro que yo tampoco entiendo demasiado de las ansias del corazón ni de las aflicciones del alma; únicamente de la mía, si es que no la perdí aquel día de mil setencientos y pico (¡Dios santo! ¿Tanto hace? ¿Tan poco me importa, que ni siquiera puedo recordar la fecha exacta de mi despertar a la inmortalidad?). Sin embargo, escuchando a mi buen amigo -si me permitís llamarlo así- Von Meer, mi creencia en la sensibilidad nuestra raza se acrecenta.
Me gusta, sin embargo. Me da la falsa seguridad de que fuimos humanos una vez.
-Extraño, ¿no es así? Cuando se supone que somos inmortales -reí sin ganas ante el comentario de Löwe. Extinguidos. ¿Sería posible llegar a esa situación? No resultaría extraño, cuando nuestra raza ha sido perseguida desde los oscuros siglos de la Edad Media. La Iglesia, aquella institución en la que una vez hube confiado, cuando era más joven, ingenua, y en especial, antes de perder a Clotilde, se había encargado de arrasarnos. Pero nos habíamos defendido, ¿no era así? Con garras y colmillos- Yo hace mucho que evito a los nuestros. Quizá en un estúpido intento de mantener algo de humano en mí. ¿No es de imbéciles, Löwe? Añorar algo que no puedo volver a poseer, y que es tan imperfecto, tan deficiente. Es como si un tigre añorase ser ratón.
Dibujé una sonrisa de ensoñación, como las de los adultos que recuerdan un fragmento dulce y cándido de su infancia. En parte, era algo así. El sentimiento, digo. ¿Veis? ¡Otra vez hablando de sensiblerías! Y, ¿qué puedo hacer? Si el estigma de artista no se borraba de mi ya pasasen mil años más.
-Recuerdo cuando aquel que me convirtió hablaba de la grandeza de los nuestros; de que éramos un siguiente paso en la evolución. No se daba cuenta de nuestro fallos, ni aprendió de la historia que todos los imperios terminan por caer, tal como hizo el romano, el español. Como lo ha hecho el Reich.
Desvarío a veces, cuando pienso en Friedrich. Es algo que me oprime el pecho, debilita todos mis sentidos. Pero cada año que pasa, la cuerda que me aprisiona las costillas se afloja un poco más. ¿Algún día se soltará del todo? Dí un par de vueltas al cóctel con la sombrilla de madera. El líquido azulado y cristalino se revuelve en la copa, y su color es tan bello, como el del agua del mar, aunque nunca llegué a ver el mar de color azul, sólo de ese negro que se refleja en la noche estrellada.
Despegué entonces la vista de mi cóctel y miré a Löwe. El sobrecogedor Löwe, el elegante Löwe, el conmovedor y romántico Löwe. ¿Cómo era posible que alguien que sólo había visto dos veces en mi vida pudiese adivinar tanto de las palabras que salían de mis labios? El sabio Löwe. Únicamente alguien que había sufrido podía llegar a ese nivel de entendimiento del ánima.
-Oh, mi buen Von Meer. ¿Y qué harían si descubren que lo que hay bajo esa desnudez es sólo un montón de contradicción y autocompasión? -dejé escapar un suspiro.
Carolina Van de Valley- Vampiro Clase Media
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Re: Recuerdo de un hasta pronto (Priv)
Mantuvo su mirada incluso cuando aquella mujer demostró cuán débil era su estado de ánimo. Su fragilidad le resultaba conmovedora, había visto a muchos vampiros mostrar las mismas duras. Incluso él había visto las puertas de su propio infierno personal, teniendo que parchear su alma para continuar.
- Hacerle el amor, señorita Van De Valley.- Respondió con simplicidad, aludiendo a la única forma que tendría de vendar sus heridas y seguir adelante.
Podría parecer cínico que él dijera algo referente al amor, más cuando sólo había amado una sola vez en más de mil años. Pero nunca había sido bueno aceptando a otra persona a su lado, más allá de lo necesario para aliviar sus intereses. Era un vikingo salvaje, más acostumbrado a las emociones pasionales que aquella dolorosa emoción que lo había atado una vez a su amante.
Entendía perfectamente el porqué Carolina evitaba a los demás, incluso el motivo que la llevaba a no enamorarse. Al fin y al cabo, ¿ no pasaban todos los seres del mundo, por aquellas inquietudes alguna vez?. Era peligroso dejar que otra persona tuviera tanto poder sobre uno, más cuando los siglos eran recuerdos atroces de unas memorias melancólicas y dramáticas.
- Pierda su seguridad, durante horas, días o semanas. - Miró su copa y la meció entre sus dedos, dejando que el líquido danzase en el interior. La llevó a sus labios y bebió con lentitud, observando a aquella mujer, de forma perezosa. - Es más de lo que cree, si no sabe apreciar quién es usted, créame, habrán otros que lo hagan.
Rió con suavidad y terminó sacudiendo su cabeza como si hubiera dicho algo de lo que no estaba totalmente de acuerdo.
- Permítame corregirme, es evidente que habrá quién la aprecie, pero lo importante es que se desnude y vuelva a vestirse. - Suspiró y se señaló el pecho, en el lugar en el que estaba su corazón - Emociónese, pero tenga cuidado. Hay personas que penetran más rápido que las estacas.
- Hacerle el amor, señorita Van De Valley.- Respondió con simplicidad, aludiendo a la única forma que tendría de vendar sus heridas y seguir adelante.
Podría parecer cínico que él dijera algo referente al amor, más cuando sólo había amado una sola vez en más de mil años. Pero nunca había sido bueno aceptando a otra persona a su lado, más allá de lo necesario para aliviar sus intereses. Era un vikingo salvaje, más acostumbrado a las emociones pasionales que aquella dolorosa emoción que lo había atado una vez a su amante.
Entendía perfectamente el porqué Carolina evitaba a los demás, incluso el motivo que la llevaba a no enamorarse. Al fin y al cabo, ¿ no pasaban todos los seres del mundo, por aquellas inquietudes alguna vez?. Era peligroso dejar que otra persona tuviera tanto poder sobre uno, más cuando los siglos eran recuerdos atroces de unas memorias melancólicas y dramáticas.
- Pierda su seguridad, durante horas, días o semanas. - Miró su copa y la meció entre sus dedos, dejando que el líquido danzase en el interior. La llevó a sus labios y bebió con lentitud, observando a aquella mujer, de forma perezosa. - Es más de lo que cree, si no sabe apreciar quién es usted, créame, habrán otros que lo hagan.
Rió con suavidad y terminó sacudiendo su cabeza como si hubiera dicho algo de lo que no estaba totalmente de acuerdo.
- Permítame corregirme, es evidente que habrá quién la aprecie, pero lo importante es que se desnude y vuelva a vestirse. - Suspiró y se señaló el pecho, en el lugar en el que estaba su corazón - Emociónese, pero tenga cuidado. Hay personas que penetran más rápido que las estacas.
Löwe Von Meer- Vampiro Clase Alta
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Re: Recuerdo de un hasta pronto (Priv)
Sus palabras certeras, vulgares quizá en otra persona pero no en labios de Von Meer, fueron recibidas con una extraña calidez. Calidez ficticia, claro está, puesto que a las almas condenadas como las nuestras no se nos permite sentir sensaciones físicas. Hacía tiempo que la carne de otros no significaba nada para mi, el calor imaginario de dos cuerpos fusionados no tenía efecto en el mármol de mi piel. No me interesaba llenar la noche con cáscaras vacías. Tal vez todavía quedaba algo de puritana en mi interior, después de todo.
¿Eso era yo, entonces? ¿Y eso era Löwe? ¿Una cáscara vacía? Sin duda, escrito en el papel parece mucho más romántico de lo que en realidad era. El horror de no poder henchir el espíritu con nada a tu alrededor; eso era el hastío. Pensé en mi vida mortal; mis hermanos, mis padres. Incluso cuando todavía bombeaba la sangre en mis venas quería el algo más, y ese algo más mágico y extraño y oscuro ya se había convertido en lo común y ordinario.
-Habla por experiencia. -no era una pregunta, era una afirmación categórica. Lo olía, lo leía en sus ojos sin necesidad de tener que utilizar mi don vampírico para introducirme en sus pensamientos-¿Quién fue esa persona, señor Von Meer? La que se le clavó más hondo que una estaca.
Atrevida. Un siglo atrás no hubiese hecho tal pregunta. Pero el tiempo corre, nos cambia, eso sin duda. Ya no soy la que fui en la Viena imperial, tampoco en la Francia de las luces. ¿Me asusta eso? Un poco, he de admitir. El tiempo corre, y no se puede hacer nada para evitarlo. Ni siquiera nosotros, los seres de otro mundo.
-No crea lo que no es, mi buen Löwe. Yo también me he emocionado; cuando todo esto era más nuevo, más reluciente. Amé, amé y amé y perdí. ¿Podemos culparnos por ello? -me encogí de hombros. Estaba cansada de perder tanto- ¿Sabe? -dije, al cabo de una pausa-No entiendo ese dicho de sabe más el Diablo por viejo que por Diablo. Ser viejo no siempre te hace sabio.
Quizá él lo sabría mejor que yo, puesto que Löwe Von Meer era un vampiro añejo como el buen vino. ¿Cómo se puede vivir con tantos pasados, mentiras, engaños, decepciones a tus espaldas? Si los humanos apenas soportaban uno sólo de sus ayeres. ¿Cómo se supone que debíamos lidiar con ellos nosotros, los vampiros? Bajé la vista hacia la copa de cóctel. La verde oliva se encontraba sumergida en el líquido transparente, como una mota de color suspendida en la nada. Di un par de vueltas a la bebida con la sombrilla de decoración y bebí otro sorbo. Luego volví a alzar la vista hacia el vampiro:
-¿Puede prometerme que se quedará esta noche conmigo? ¿Que hoy no lo perderé a usted también?
¿Eso era yo, entonces? ¿Y eso era Löwe? ¿Una cáscara vacía? Sin duda, escrito en el papel parece mucho más romántico de lo que en realidad era. El horror de no poder henchir el espíritu con nada a tu alrededor; eso era el hastío. Pensé en mi vida mortal; mis hermanos, mis padres. Incluso cuando todavía bombeaba la sangre en mis venas quería el algo más, y ese algo más mágico y extraño y oscuro ya se había convertido en lo común y ordinario.
-Habla por experiencia. -no era una pregunta, era una afirmación categórica. Lo olía, lo leía en sus ojos sin necesidad de tener que utilizar mi don vampírico para introducirme en sus pensamientos-¿Quién fue esa persona, señor Von Meer? La que se le clavó más hondo que una estaca.
Atrevida. Un siglo atrás no hubiese hecho tal pregunta. Pero el tiempo corre, nos cambia, eso sin duda. Ya no soy la que fui en la Viena imperial, tampoco en la Francia de las luces. ¿Me asusta eso? Un poco, he de admitir. El tiempo corre, y no se puede hacer nada para evitarlo. Ni siquiera nosotros, los seres de otro mundo.
-No crea lo que no es, mi buen Löwe. Yo también me he emocionado; cuando todo esto era más nuevo, más reluciente. Amé, amé y amé y perdí. ¿Podemos culparnos por ello? -me encogí de hombros. Estaba cansada de perder tanto- ¿Sabe? -dije, al cabo de una pausa-No entiendo ese dicho de sabe más el Diablo por viejo que por Diablo. Ser viejo no siempre te hace sabio.
Quizá él lo sabría mejor que yo, puesto que Löwe Von Meer era un vampiro añejo como el buen vino. ¿Cómo se puede vivir con tantos pasados, mentiras, engaños, decepciones a tus espaldas? Si los humanos apenas soportaban uno sólo de sus ayeres. ¿Cómo se supone que debíamos lidiar con ellos nosotros, los vampiros? Bajé la vista hacia la copa de cóctel. La verde oliva se encontraba sumergida en el líquido transparente, como una mota de color suspendida en la nada. Di un par de vueltas a la bebida con la sombrilla de decoración y bebí otro sorbo. Luego volví a alzar la vista hacia el vampiro:
-¿Puede prometerme que se quedará esta noche conmigo? ¿Que hoy no lo perderé a usted también?
Carolina Van de Valley- Vampiro Clase Media
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Había momentos que, incluso para criaturas inmortales como ellos carentes de una necesidad fisiológica que les obligara a respirar, les arrebaraba el aliento. Y ése era la mera mención a su conflicto interno. A uno de los demonios que convivía con él, noche tras noche, acompasando sus pasos al caminar determinado y a veces fluctuante de su persona. Carolina no tenia idea de lo cerca que estaba de rozar una de sus heridas más profundas.
- Lo hago - Afirmó con rotundidad, sin atreverse a contradecir algo que, a la par que obvio, era lo suficientemente importante como para intentar ocultarlo como un secreto no deseado. - Es lo que me permite aconsejarla, aunque no lo crea, no soy tan frívolo como parezco. Jamás podría hablarle de amor, si no hubiera experimentado el tormento personalmente.
Inspiró lentamente, obligándose a romper aquella rigidez que parecía haberse adueñado de su espalda. No podía evitar reaccionar a sus recuerdos, pues no había enterrado a su amante, sino que lo había abrazado para que éste lo acompañase hasta su último aliento. Quizás era así también para la hermosa señorita Van De Valley. La melancólica y perspicaz Carolina. ¿ Era su amor por la música la que le impedía gozar de nuevos ritmos musicales?. O quizás era el autor de las notas que seguían resonando en sus memorias, la que la empujaba cada vez más a un abismo tan profundo, que aún no podía siquiera imaginar.
- Era doloroso. Se instaló lentamente en mi mente, con la misma habilidad que cualquier estafador, consiguiendo atarme de tal forma, que incluso aún ahora, una mención de su nombre me estrangula, dejándome colgando a su merced. - Respondió con tranquilidad, sin el más mínimo atisbo de vergüenza. Así de profundas y certeras eran sus palabras. - Me obligué a expulsarlo de mi mente, creyendo que era quien tenia la última palabra sobre cuándo finalizaría nuestra relación. Pero nos equivocamos los dos; ni yo elegí cuando llegaría el fin, ni él acertó en la posibilidad de que pudiera llegar a la osadía de olvidarlo.
Bebió con una sonrisa, como si hubiera terminado por aceptar aquel tenue dolor que lo aguijoneaba con dureza en el pecho. Sus ojos ardían, sin tener la posibilidad de llorar. Así de muerto estaba.
- Éramos dos estúpidos, pero jamás desperdiciamos el tiempo intentando vivir en un mundo que se nos hacia demasiado pequeño para soportar la intensidad de nuestros sentimientos. - Se sorprendió al ver que por primera vez comenzaba a entender perfectamente el miedo de Maurice por la posibilidad de que no fuera lo suficientemente fuerte como para aguantar aquella relación. Cuando decía que era un hombre pasional, no era algo de una mera discusión. Señor, lo había torturado tanto como para volver a cualquier persona loca. Era un completo monstruo, uno que se había tenido que comer los restos de su corazón roto.
- Hay amores que matan y otros que al morir se fortalecen. - Se encogió de hombros y abandonó su copa en la mesa, intentando ignorar el ligero temblor de sus manos. - Por eso le digo que viva, Carolina, dejen que la amen. Cometa errores, acérquese a la muerte e invítela a comer. Pero no deje que el miedo a perder le impida ganar.
Tomó uno de los cuchillos de la mesa y se hizo un corte en la palma de la mano. Un movimiento rápido y certero que abrió su piel y dejó que unas gotas de su sangre se derramase de la herida, para deslizarse por su piel, hasta caer sobre el blanco mantel. Las gotas de color púrpura saltaron, antes de deshacerse en manchas que permanecerían allí hasta que alguien las limpiase más tarde. Pero a pesar de que las manchas estaban allí, su herida comenzó a cerrarse, dejando una tenue marca rosada de su presencia que, en algún momento desaparecería.
- ¿ Ha visto mi herida, Señorita Van De Valley ?. Pues nosotros somos iguales. No importa qué nos hagan, estamos preparados para sanar y recuperarnos. Nuestra función es vivir. - Señaló las manchas del mantel y suspiró. - Sólo los humanos tienen la posibilidad de ser heridos y llevar esas cicatrices. Es por eso que ellos son los únicos capaces de enseñarnos cómo cerrar nuestras heridas. Eso, señorita Van De Valley, es lo que significa la frase. Nadie le enseña a otro sólo por su condición de criatura malévola y pérfida. Sino la experiencia.
Se mantuvo en silencio y llamó al camarero de nuevo para informarle de que quería que le cambiase el mantel. Sólo hizo falta diez minutos, dos camareros y un mêtre, para dejar un nuevo mantel, así como una nueva botella de vino entre ellos para seguir su conversación.
- Puedo daros ésta noche, la siguiente y la siguiente a ésa. - Sonrió para darle tranquilidad, ocupándose de rellenar las copas de ambos, presuroso de servirla tal y como habría hecho siglos atrás por educación. - Le prometo que no me perderá, al menos temporalmente, pero no puedo serle deshonesto. No a usted. - Miró sus manos, aquellos frágiles dedos femeninos que habían tocado antes una canción para numerosos desconocidos, en una sala llena de condenados a muerte. En otro país, en otra vida.
- Algún día me iré, tal y como lo hice una noche atrás, sin mirar atrás. Porque nací libre y aprendí que jamás podré aferrarme a otra persona. - Elevó sus ojos hacia Carolina y amplió su sonrisa. - Pero le prometo que haré que lleve consigo el recuerdo de una herida, incluso aunque no quede de ella, más rastro que el recuerdo del escozor que deja el filo de un cuchillo. La pregunta es, ¿ está usted preparada para vivir, Carolina ?
- Lo hago - Afirmó con rotundidad, sin atreverse a contradecir algo que, a la par que obvio, era lo suficientemente importante como para intentar ocultarlo como un secreto no deseado. - Es lo que me permite aconsejarla, aunque no lo crea, no soy tan frívolo como parezco. Jamás podría hablarle de amor, si no hubiera experimentado el tormento personalmente.
Inspiró lentamente, obligándose a romper aquella rigidez que parecía haberse adueñado de su espalda. No podía evitar reaccionar a sus recuerdos, pues no había enterrado a su amante, sino que lo había abrazado para que éste lo acompañase hasta su último aliento. Quizás era así también para la hermosa señorita Van De Valley. La melancólica y perspicaz Carolina. ¿ Era su amor por la música la que le impedía gozar de nuevos ritmos musicales?. O quizás era el autor de las notas que seguían resonando en sus memorias, la que la empujaba cada vez más a un abismo tan profundo, que aún no podía siquiera imaginar.
- Era doloroso. Se instaló lentamente en mi mente, con la misma habilidad que cualquier estafador, consiguiendo atarme de tal forma, que incluso aún ahora, una mención de su nombre me estrangula, dejándome colgando a su merced. - Respondió con tranquilidad, sin el más mínimo atisbo de vergüenza. Así de profundas y certeras eran sus palabras. - Me obligué a expulsarlo de mi mente, creyendo que era quien tenia la última palabra sobre cuándo finalizaría nuestra relación. Pero nos equivocamos los dos; ni yo elegí cuando llegaría el fin, ni él acertó en la posibilidad de que pudiera llegar a la osadía de olvidarlo.
Bebió con una sonrisa, como si hubiera terminado por aceptar aquel tenue dolor que lo aguijoneaba con dureza en el pecho. Sus ojos ardían, sin tener la posibilidad de llorar. Así de muerto estaba.
- Éramos dos estúpidos, pero jamás desperdiciamos el tiempo intentando vivir en un mundo que se nos hacia demasiado pequeño para soportar la intensidad de nuestros sentimientos. - Se sorprendió al ver que por primera vez comenzaba a entender perfectamente el miedo de Maurice por la posibilidad de que no fuera lo suficientemente fuerte como para aguantar aquella relación. Cuando decía que era un hombre pasional, no era algo de una mera discusión. Señor, lo había torturado tanto como para volver a cualquier persona loca. Era un completo monstruo, uno que se había tenido que comer los restos de su corazón roto.
- Hay amores que matan y otros que al morir se fortalecen. - Se encogió de hombros y abandonó su copa en la mesa, intentando ignorar el ligero temblor de sus manos. - Por eso le digo que viva, Carolina, dejen que la amen. Cometa errores, acérquese a la muerte e invítela a comer. Pero no deje que el miedo a perder le impida ganar.
Tomó uno de los cuchillos de la mesa y se hizo un corte en la palma de la mano. Un movimiento rápido y certero que abrió su piel y dejó que unas gotas de su sangre se derramase de la herida, para deslizarse por su piel, hasta caer sobre el blanco mantel. Las gotas de color púrpura saltaron, antes de deshacerse en manchas que permanecerían allí hasta que alguien las limpiase más tarde. Pero a pesar de que las manchas estaban allí, su herida comenzó a cerrarse, dejando una tenue marca rosada de su presencia que, en algún momento desaparecería.
- ¿ Ha visto mi herida, Señorita Van De Valley ?. Pues nosotros somos iguales. No importa qué nos hagan, estamos preparados para sanar y recuperarnos. Nuestra función es vivir. - Señaló las manchas del mantel y suspiró. - Sólo los humanos tienen la posibilidad de ser heridos y llevar esas cicatrices. Es por eso que ellos son los únicos capaces de enseñarnos cómo cerrar nuestras heridas. Eso, señorita Van De Valley, es lo que significa la frase. Nadie le enseña a otro sólo por su condición de criatura malévola y pérfida. Sino la experiencia.
Se mantuvo en silencio y llamó al camarero de nuevo para informarle de que quería que le cambiase el mantel. Sólo hizo falta diez minutos, dos camareros y un mêtre, para dejar un nuevo mantel, así como una nueva botella de vino entre ellos para seguir su conversación.
- Puedo daros ésta noche, la siguiente y la siguiente a ésa. - Sonrió para darle tranquilidad, ocupándose de rellenar las copas de ambos, presuroso de servirla tal y como habría hecho siglos atrás por educación. - Le prometo que no me perderá, al menos temporalmente, pero no puedo serle deshonesto. No a usted. - Miró sus manos, aquellos frágiles dedos femeninos que habían tocado antes una canción para numerosos desconocidos, en una sala llena de condenados a muerte. En otro país, en otra vida.
- Algún día me iré, tal y como lo hice una noche atrás, sin mirar atrás. Porque nací libre y aprendí que jamás podré aferrarme a otra persona. - Elevó sus ojos hacia Carolina y amplió su sonrisa. - Pero le prometo que haré que lleve consigo el recuerdo de una herida, incluso aunque no quede de ella, más rastro que el recuerdo del escozor que deja el filo de un cuchillo. La pregunta es, ¿ está usted preparada para vivir, Carolina ?
Löwe Von Meer- Vampiro Clase Alta
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La hermosa tristeza en las palabras que Löwe destilaba me conmovió. ¡Cuán arrebatador desconsuelo! ¡Qué animal más devotamente destruido! Y aún en su fragilidad era capaz de ver la fortaleza que inspiraba. Hablaba de su persona perdida con la ensoñación devastadora de un poeta. ¿Acaso es nuestra raza tan pasional para arrebatar una vida como para quererla? Aún hoy trato de descifrar qué era lo que nos mantenía unidos a Friedrich y a mi. Rabia, pérdida, pasión, música, familia. Una lista de abstractas sensaciones que quizá jamás llegue a conocer del todo.
Escuché a Löwe en solemne silencio, cada una de sus palabras pintando mi propia historia pasada. ¿Quién decía que los vampiros éramos inhumanos? ¿Quién se atrevía a prorrumpir que no poseíamos almas? ¿Había llegado yo a dudar de nuestra esencia espiritual tiempo atrás? ¿Y cómo hacerlo ahora que escuchaba las cuitas de la conciencia de Von Meer? ¿Me atrevería ahora a negarlo? Quedé unos momentos en silencio después de que Löwe finalizase su confesión. Había algo de razón en ese dicho que rezaba que era más fácil sincerarse con un desconocido que con un amigo. No obstante, ¿seguía siendo Von Meer un extraño para mi después de esto?
Las gotas de sangre regaron el mantel blanco hueso. Unas cuantas esferas imperfectas pero a la vez completas que daban un tinte macabramente atractivo a las dos copas medio vacías que nos acompañaban en la velada. La cicatriz de la palma de Löwe pronto volvió a sanar. En la piel marmórea ya no había rastro de marca ninguna, pero allí había estado. ¿Cómo negarlo si yo misma lo había visto con mis propios ojos?
-Gracias. -fue lo que salió de mis labios tras haber tomado otro sorbo de mi copa- Por contarme su historia. -de alguna manera la percibía como una lección de vida, una especie de parábola pagana- Tiene razón. Pero no me dirá que es altamente contradictorio hablar de vida cuando nosotros dejamos de respirar hace siglos. -sonreí, esta vez una sonrisa abierta, sincera de algún modo, dejando al descubierto dos incisivos perfilados como dagas de marfil.
-Quiero creer que sí lo estoy, mi buen Von Meer. Pero lo más difícil de este mundo es vivir en él, ¿no le parece? -me encogí de hombros. El cigarro se apagaba poco a poco en el cenicero. Lo apagué- ¿Sabe? A partir de ahora eso es lo que haré. Es una promesa que le hago. -incliné levemente la cabeza hacia un lado, un bucle dorado descendió por mi hombro- ¿Qué tal si pedimos otra copa? -con un gesto llamé la atención del camarero. Pedí otro cóctel de exótico Mojito cubano.
Escuché a Löwe en solemne silencio, cada una de sus palabras pintando mi propia historia pasada. ¿Quién decía que los vampiros éramos inhumanos? ¿Quién se atrevía a prorrumpir que no poseíamos almas? ¿Había llegado yo a dudar de nuestra esencia espiritual tiempo atrás? ¿Y cómo hacerlo ahora que escuchaba las cuitas de la conciencia de Von Meer? ¿Me atrevería ahora a negarlo? Quedé unos momentos en silencio después de que Löwe finalizase su confesión. Había algo de razón en ese dicho que rezaba que era más fácil sincerarse con un desconocido que con un amigo. No obstante, ¿seguía siendo Von Meer un extraño para mi después de esto?
Las gotas de sangre regaron el mantel blanco hueso. Unas cuantas esferas imperfectas pero a la vez completas que daban un tinte macabramente atractivo a las dos copas medio vacías que nos acompañaban en la velada. La cicatriz de la palma de Löwe pronto volvió a sanar. En la piel marmórea ya no había rastro de marca ninguna, pero allí había estado. ¿Cómo negarlo si yo misma lo había visto con mis propios ojos?
-Gracias. -fue lo que salió de mis labios tras haber tomado otro sorbo de mi copa- Por contarme su historia. -de alguna manera la percibía como una lección de vida, una especie de parábola pagana- Tiene razón. Pero no me dirá que es altamente contradictorio hablar de vida cuando nosotros dejamos de respirar hace siglos. -sonreí, esta vez una sonrisa abierta, sincera de algún modo, dejando al descubierto dos incisivos perfilados como dagas de marfil.
-Quiero creer que sí lo estoy, mi buen Von Meer. Pero lo más difícil de este mundo es vivir en él, ¿no le parece? -me encogí de hombros. El cigarro se apagaba poco a poco en el cenicero. Lo apagué- ¿Sabe? A partir de ahora eso es lo que haré. Es una promesa que le hago. -incliné levemente la cabeza hacia un lado, un bucle dorado descendió por mi hombro- ¿Qué tal si pedimos otra copa? -con un gesto llamé la atención del camarero. Pedí otro cóctel de exótico Mojito cubano.
Carolina Van de Valley- Vampiro Clase Media
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Re: Recuerdo de un hasta pronto (Priv)
Inclinó su cabeza como respuesta a su agradecimiento, en realidad no creía que hubiera mucho por lo que mereciera aquella respuesta. Sólo hacía lo que deseaba, como siempre, dejándose llevar junto aquella mujer que parecía estar tan perdida. No era un hombre dado al altruismo, pero su caso era especial, el destino los unía constantemente bajo diferentes épocas, haciendo que chocasen sus opiniones, mezclándose, conformando una mentalidad nueva y única.
Los encuentros entre vampiros siempre solían generar una lucha de ideales, lo que a veces proporcionaba satisfacción y una nueva meta de cara al futuro. Otras, desgraciadamente en su mayoría, sólo servía para que alguna de las partes pereciera o diera lugar a la salvaje necesidad de primar sobre otro cazador. Era el instinto, sobreponiéndose a la mente. Afortunadamente, tanto Carolina como él, habían superado los suficientes siglos como para entender que las batallas se realizaban mayoritariamente con palabras y recuerdos, en soledad, cuando el único enemigo eras tú.
- Lo contradictorio es su necesidad de compararnos con los humanos. Su vida y la nuestra no puede ser idéntica. - Se encogió de hombros con tranquilidad, sin siquiera detenerse demasiado a meditar sus palabras. Ya era algo que había considerado anteriormente, cuando le preocupaba la diferencia entre su amante y la facilidad con la que podría perecer entre sus manos por un descuido. Y entonces entendió que Vampiros y Humanos eran dos especies diferentes, unidas por el nexo de la sangre y su mutación, pero no había nada más salvo sentimientos.
- El concepto de la vida, entendida como una criatura con corazón palpitante es un tanto vago para nosotros. Por no decir que la considero en ocasiones insultante, es lo que nos separa de la comida, por muy deseables e interesantes que sean.- Amplió su sonrisa y dejó que una leve carcajada sacudiera el espacio que había entre ellos. - Señorita Van De Valley, nosotros también tenemos una vida, incluso si nuestro corazón no late, sin humanidad también cabe la existencia de entidades oscuras.
La miró a los ojos con picardía, sabiendo que se acercaba la hora en que le daría una respuesta sobre su propuesta. Estaba allí, implícito en su brillante sonrisa, el ánimo y valor para continuar incluso cuando no se confiaba en la firmeza de los pasos a dar. Pero la guiaría, como un padre ante su bebé, hasta que sus piernas fueran capaces de sostenerla, para que después pudiera correr lejos de su presencia.
- Me alegro que aceptara Señorita Van De Valley, espero que después de mis lecciones, sea capaz de encontrar esa voluntad que dejó escapar en algún momento. - Rompió a reír y pidió un whisky doble, sabía que iba a necesitar algo fuerte para poder descender aquel leve nudo que tenía en su garganta. Era la primera vez en siglos que se comprometía a cuidar de alguien, incluso un hombre como él, podía reconocer el peso de la responsabilidad. Pero agitó su cabeza y, cuando llegaron las copas, alzó la suya hacia la hermosa Carolina.
- Por usted querida, por la paradoja de la vida y la antítesis de la muerte.- Le guiñó un ojo, antes de beber una buena parte del contenido, cuestionándose si ella sería capaz de soportar aquel reto. No sería fácil, ni él era un hombre delicado y abnegado, ni ella alguien acostumbrada a compartir su espacio o existencia con alguien distinto de sus fantasmas del pasado. Iba a tener que desnudarla, completamente, hasta que su piel chocase con la férrea decisión de vivir, abandonando esa tendencia a la mera supervivencia. Que los Dioses los protegieran.
Los encuentros entre vampiros siempre solían generar una lucha de ideales, lo que a veces proporcionaba satisfacción y una nueva meta de cara al futuro. Otras, desgraciadamente en su mayoría, sólo servía para que alguna de las partes pereciera o diera lugar a la salvaje necesidad de primar sobre otro cazador. Era el instinto, sobreponiéndose a la mente. Afortunadamente, tanto Carolina como él, habían superado los suficientes siglos como para entender que las batallas se realizaban mayoritariamente con palabras y recuerdos, en soledad, cuando el único enemigo eras tú.
- Lo contradictorio es su necesidad de compararnos con los humanos. Su vida y la nuestra no puede ser idéntica. - Se encogió de hombros con tranquilidad, sin siquiera detenerse demasiado a meditar sus palabras. Ya era algo que había considerado anteriormente, cuando le preocupaba la diferencia entre su amante y la facilidad con la que podría perecer entre sus manos por un descuido. Y entonces entendió que Vampiros y Humanos eran dos especies diferentes, unidas por el nexo de la sangre y su mutación, pero no había nada más salvo sentimientos.
- El concepto de la vida, entendida como una criatura con corazón palpitante es un tanto vago para nosotros. Por no decir que la considero en ocasiones insultante, es lo que nos separa de la comida, por muy deseables e interesantes que sean.- Amplió su sonrisa y dejó que una leve carcajada sacudiera el espacio que había entre ellos. - Señorita Van De Valley, nosotros también tenemos una vida, incluso si nuestro corazón no late, sin humanidad también cabe la existencia de entidades oscuras.
La miró a los ojos con picardía, sabiendo que se acercaba la hora en que le daría una respuesta sobre su propuesta. Estaba allí, implícito en su brillante sonrisa, el ánimo y valor para continuar incluso cuando no se confiaba en la firmeza de los pasos a dar. Pero la guiaría, como un padre ante su bebé, hasta que sus piernas fueran capaces de sostenerla, para que después pudiera correr lejos de su presencia.
- Me alegro que aceptara Señorita Van De Valley, espero que después de mis lecciones, sea capaz de encontrar esa voluntad que dejó escapar en algún momento. - Rompió a reír y pidió un whisky doble, sabía que iba a necesitar algo fuerte para poder descender aquel leve nudo que tenía en su garganta. Era la primera vez en siglos que se comprometía a cuidar de alguien, incluso un hombre como él, podía reconocer el peso de la responsabilidad. Pero agitó su cabeza y, cuando llegaron las copas, alzó la suya hacia la hermosa Carolina.
- Por usted querida, por la paradoja de la vida y la antítesis de la muerte.- Le guiñó un ojo, antes de beber una buena parte del contenido, cuestionándose si ella sería capaz de soportar aquel reto. No sería fácil, ni él era un hombre delicado y abnegado, ni ella alguien acostumbrada a compartir su espacio o existencia con alguien distinto de sus fantasmas del pasado. Iba a tener que desnudarla, completamente, hasta que su piel chocase con la férrea decisión de vivir, abandonando esa tendencia a la mera supervivencia. Que los Dioses los protegieran.
Löwe Von Meer- Vampiro Clase Alta
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