AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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No es un adiós. Es un hasta pronto. [Beatrice Delteira]
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No es un adiós. Es un hasta pronto. [Beatrice Delteira]
Un joven corría por las calles de París con todas sus fuerzas. Sus piernas le llevaban tan rápido como si le fuese la vida en ello, trataba de esquivar a los viandantes sin tener que empujar a nadie, pero a veces no podía evitarlo. Aquel joven era Bethlem, y en realidad una gran parte de su corazón se iba en aquella carrera, o más bien en el tren al que se iba a subir la razón por la que corría. Quizá normalmente no habría podido aguantar tantísimo, puesto que prácticamente estaba llegando a la estación, que se alejaba bastante de su casa... Pero tenía un motivo por el que correr sin detenerse ni un instante: Beatrice, ella era la única razón por la que no tenía la más mínima intención de pararse, aunque se le fuese a salir el corazón del pecho.
Los días anteriores habían sido unos días terribles. El padre de la joven había fallecido de la forma más horrible imaginable. Los hechos pasaban una y otra vez por la mente del joven, como si su cabeza no quisiese que se le olvidasen, o como si en cierto modo, tratase de recordar algo más. Bethlem había estado unos días sin saber de Beatrice, y como estaba preocupado, por si había hecho algo que la hubiese ofendido, había decidido acercarse a la casa de los Delteira. Fue aquel día cuando lo supo, fue aquel día cuando supo lo que había ocurrido en aquella casa. Le habría gustado estar allí con Beatrice, abrazarla, y dedicarle todo su tiempo para que se sintiese mejor... Pero le dijeron que no quería visitas, por lo que quiso respetarla, y se mantuvo al margen. Los días pasaron, y como Bethlem continuó sin saber nada de la joven a la que tanto adoraba, aquella misma mañana, decidió volver a intentarlo. Para su sorpresa, la noticia que recibió fue que Beatrice había salido apenas unos minutos antes para tomar un tren... Y allí se encontraba, corriendo hacia la estación sin importar lo que se cruzase a su paso.
El joven podía comprender perfectamente el dolor de la chica, él lo había sentido muchos años atrás, y aún estaba instalado en su pecho en muchas ocasiones.Podía comprender que el dolor se acrecentaba cuando se trataban de aquellas circunstancias. Por eso había respetado su dolor y se había apartado, aunque no sabía si había sido decisión de Beatrice o no. Tan sólo había algo que no podía comprender. Se trataba de algo que rodeaba la muerte del padre de Beatrice que le tenía intranquilo. Había algo en su interior que además de hacerle sentir la tristeza que podía sentir Beatrice le hacía sentir de alguna manera culpable. Algo en su interior le decía que las cosas no marchaban bien, que nada de aquello estaba bajo circunstancias normales.
Pasado el tiempo, el joven lobo logró llegar a la estación. Esperaba poder encontrar a Beatrice a tiempo, poder hablar con ella, poder abrazarla... Poder demostrarla que podía contar con él fuera como fuese. Bethlem se plantó en medio de la estación, con la mirada nerviosa, tratando de encontrar a Beatrice como fuese posible.
Los días anteriores habían sido unos días terribles. El padre de la joven había fallecido de la forma más horrible imaginable. Los hechos pasaban una y otra vez por la mente del joven, como si su cabeza no quisiese que se le olvidasen, o como si en cierto modo, tratase de recordar algo más. Bethlem había estado unos días sin saber de Beatrice, y como estaba preocupado, por si había hecho algo que la hubiese ofendido, había decidido acercarse a la casa de los Delteira. Fue aquel día cuando lo supo, fue aquel día cuando supo lo que había ocurrido en aquella casa. Le habría gustado estar allí con Beatrice, abrazarla, y dedicarle todo su tiempo para que se sintiese mejor... Pero le dijeron que no quería visitas, por lo que quiso respetarla, y se mantuvo al margen. Los días pasaron, y como Bethlem continuó sin saber nada de la joven a la que tanto adoraba, aquella misma mañana, decidió volver a intentarlo. Para su sorpresa, la noticia que recibió fue que Beatrice había salido apenas unos minutos antes para tomar un tren... Y allí se encontraba, corriendo hacia la estación sin importar lo que se cruzase a su paso.
El joven podía comprender perfectamente el dolor de la chica, él lo había sentido muchos años atrás, y aún estaba instalado en su pecho en muchas ocasiones.Podía comprender que el dolor se acrecentaba cuando se trataban de aquellas circunstancias. Por eso había respetado su dolor y se había apartado, aunque no sabía si había sido decisión de Beatrice o no. Tan sólo había algo que no podía comprender. Se trataba de algo que rodeaba la muerte del padre de Beatrice que le tenía intranquilo. Había algo en su interior que además de hacerle sentir la tristeza que podía sentir Beatrice le hacía sentir de alguna manera culpable. Algo en su interior le decía que las cosas no marchaban bien, que nada de aquello estaba bajo circunstancias normales.
Pasado el tiempo, el joven lobo logró llegar a la estación. Esperaba poder encontrar a Beatrice a tiempo, poder hablar con ella, poder abrazarla... Poder demostrarla que podía contar con él fuera como fuese. Bethlem se plantó en medio de la estación, con la mirada nerviosa, tratando de encontrar a Beatrice como fuese posible.
Bethlem Galianno- Licántropo Clase Media
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Fecha de inscripción : 16/04/2015
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Re: No es un adiós. Es un hasta pronto. [Beatrice Delteira]
El día había amanecido claro, brillante, como todos los días desde el suceso. Mientras se vestía el recuerdo de la noticia volvía a la cabeza de la chica una y otra y otra vez. Era de buena mañana la chica se había levantado temprano, quería ir al mercado a comprar lores frescas para la sala de música, solía pasar mucho tiempo allí practicando la obra de Bethlem.
Mientras se vestía la imagen de un hombre llamando a la puerta con aspecto alterado llegó a su mente, ella ya había estado con la capa puesta, lista para salir, cuando el ama de llaves abrió a la tensa llamada. Un hombre se quitó el sombrero y anunció:
- Sir Delteria ha fallecido, la policía viene de camino, sospechan que haya podido des un animal.
Beatrice, se asomó a la puerta, y preguntó un sencillo "Qué", no podía creérselo, si su padre había salido la noche anterior al club de caballeros... Pero si era cierto, la policía llegó, describiendo con todo lujo de detalles el aspecto de su padre, Beatrice era incapaz de llorar, se retiró a su cuarto, ¿era en serio? parecía tan irreal...
Ya en el carruaje, mientras veía pasar las calles, apretó una carta entre sus manos, no había podido despedirse de él, pero debía hacerlo, por eso la carta, la mandaría por correo en la estación. Con ojos perdidos, miró pasar las casas a su alrededor, demasiado rápido, todo estaba pasando demasiado rápido...
Los días siguientes, Beatrice, las siguientes al anuncio, la investigación seguía abierta, Beatrice, aun sin acabar de aceptar los echos, comenzó a llorar sin entender del todo, ¿Ya no volvería a verlo? ni siquiera le había dado un abrazo antes de despedirse, como solía hacer, le había dado una sonrisa y poco más. En el entierro, como era costumbre inglesa, no derramó una sola lágrima, su vestido negro solo hacía que le pesaran aun más los hombros y que las lágrimas quisieran salir con mayor fuerza, su padre, de quien lo había aprendido todo... La misa solo lo hacía todo más real, no podía ser cierto...
Bajando del carruaje, tomó su bolso de mano, estaban en la estación, iba a subir a un tren camino a Italia, como había dicho su padre en el testamento, quería que fuera allí a estudiar arte para, después, ocuparse del negocio familiar. Su madre no le había permitido recibir visitas, aunque lo cierto es que a la joven le habría venido bien distraerse, pero no, con sus ventanas completamente bajadas, había llorado en su cuarto durante días, sola, deseando despertar de esa ensoñación, esa pesadilla, deseando ver a su compositor, a Bethlem, sentía que solo con él recuperaría la calma, pero era imposible.
Cuando se leyó el testamento, Beatrice escuchó con pasividad, no quería irse, quería estar con su madre y apoyarla, pero la ultima voluntad de su padre era que ella heredase el negocio, y, para ello, necesitaba perfeccionar sus estudios. Tres días después saldría hacia la toscana.
Ya esperaba el tren, ya había tirado la carta, y, aunque sabía que era imposible, deseaba verlo, verlo una última vez... El tren llegó entonces, debía subir, mientras un mozo cargaba las maletas, la chica, con cara seria, y desesperanzada, miraba a su alrededor, escuchando los murmullos chismosos de quienes la rodeaban. En cuanto pudo, para alejarse de las palabras hirientes que en ese momento no podía soportar, antes de soltar una fresca y poner en duda su honor, subió al tren y bajó la ventanilla para que le diese el aire frío, seguía sin aceptarlo...
Mientras se vestía la imagen de un hombre llamando a la puerta con aspecto alterado llegó a su mente, ella ya había estado con la capa puesta, lista para salir, cuando el ama de llaves abrió a la tensa llamada. Un hombre se quitó el sombrero y anunció:
- Sir Delteria ha fallecido, la policía viene de camino, sospechan que haya podido des un animal.
Beatrice, se asomó a la puerta, y preguntó un sencillo "Qué", no podía creérselo, si su padre había salido la noche anterior al club de caballeros... Pero si era cierto, la policía llegó, describiendo con todo lujo de detalles el aspecto de su padre, Beatrice era incapaz de llorar, se retiró a su cuarto, ¿era en serio? parecía tan irreal...
Ya en el carruaje, mientras veía pasar las calles, apretó una carta entre sus manos, no había podido despedirse de él, pero debía hacerlo, por eso la carta, la mandaría por correo en la estación. Con ojos perdidos, miró pasar las casas a su alrededor, demasiado rápido, todo estaba pasando demasiado rápido...
Los días siguientes, Beatrice, las siguientes al anuncio, la investigación seguía abierta, Beatrice, aun sin acabar de aceptar los echos, comenzó a llorar sin entender del todo, ¿Ya no volvería a verlo? ni siquiera le había dado un abrazo antes de despedirse, como solía hacer, le había dado una sonrisa y poco más. En el entierro, como era costumbre inglesa, no derramó una sola lágrima, su vestido negro solo hacía que le pesaran aun más los hombros y que las lágrimas quisieran salir con mayor fuerza, su padre, de quien lo había aprendido todo... La misa solo lo hacía todo más real, no podía ser cierto...
Bajando del carruaje, tomó su bolso de mano, estaban en la estación, iba a subir a un tren camino a Italia, como había dicho su padre en el testamento, quería que fuera allí a estudiar arte para, después, ocuparse del negocio familiar. Su madre no le había permitido recibir visitas, aunque lo cierto es que a la joven le habría venido bien distraerse, pero no, con sus ventanas completamente bajadas, había llorado en su cuarto durante días, sola, deseando despertar de esa ensoñación, esa pesadilla, deseando ver a su compositor, a Bethlem, sentía que solo con él recuperaría la calma, pero era imposible.
Cuando se leyó el testamento, Beatrice escuchó con pasividad, no quería irse, quería estar con su madre y apoyarla, pero la ultima voluntad de su padre era que ella heredase el negocio, y, para ello, necesitaba perfeccionar sus estudios. Tres días después saldría hacia la toscana.
Ya esperaba el tren, ya había tirado la carta, y, aunque sabía que era imposible, deseaba verlo, verlo una última vez... El tren llegó entonces, debía subir, mientras un mozo cargaba las maletas, la chica, con cara seria, y desesperanzada, miraba a su alrededor, escuchando los murmullos chismosos de quienes la rodeaban. En cuanto pudo, para alejarse de las palabras hirientes que en ese momento no podía soportar, antes de soltar una fresca y poner en duda su honor, subió al tren y bajó la ventanilla para que le diese el aire frío, seguía sin aceptarlo...
Beatrice Delteria- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 16/04/2015
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Re: No es un adiós. Es un hasta pronto. [Beatrice Delteira]
Bethlem se encontraba en medio de aquella multitud, desesperado por encontrar el tren, el tren en el que podría volver a ver a su amada. Los nervios, aquellas ganas imperantes de contemplarla, de escuchar su voz... El recuerdo del aroma a flores que desprendían su cuello y su pelo. Aquella inquietud que sentía en el fondo de su corazón hizo que tardarse más de la cuenta en fijarse en el gran cartel que indicaba los andenes de los trenes. Apenas lo hubo visto el joven echó a correr. Quizá llegaba por lo menos a tiempo para decirle todo aquello que llevaba unos días queriendo expresar, con eso se conformaría, necesitaba que Beatrice supiese lo que su corazón necesitaba gritarle al viento.
El compositor llegó con paso firme a su destino, a lo lejos veía el tren al cual se estaban subiendo ya los viajeros. Sabía que tenía poco tiempo, por lo que en un acto desesperado gritó varias veces su nombre. Finalmente logró verla, observando el exterior con una mirada entristecida, una mirada que indicaba el sufrimiento que había tenido que soportar desde la muerte de su padre. Bethlem se acercó de nuevo a paso ligero a la ventana, su corazón latía de forma que parecía que se le fuese a salir del pecho, le temblaban las piernas y jadeaba como nunca lo había hecho por el esfuerzo que había hecho para llegar hasta allí.
-¡Beatrice!.- Exclamó acercándose a ella con expresión afligida, tratando de tomar aire. Su pecho subía y bajaba tratando de recuperar todo el aire del que había carecido durante el camino. Quería decirle que lo sentía, quería decirle que estaba allí con ella... Pero una imagen nubló su mente unos instantes. De pronto visualizó al padre de Beatrice tendido en el suelo, con numerosas heridas y bañado en un enorme charco de sangre. El joven miró a Beatrice unos instantes sin mirarla en realidad, con una mirada perdida en el vacío de un recuerdo que no entendía. No podía comprender lo que acababa de ver, o en realidad se negaba a verlo. Él jamás había estado en el escenario del crimen... O al menos, eso era lo que su parte consciente le hacía creer. De hecho, Bethlem jamás había conocido al padre de Beatrice, ¿por qué sabía que aquel era su padre?, ¿cómo podía tener una imagen tan clara de su mente? ¿por qué sentía unas ganas imperantes de disculparse? ¿por qué aquel dolor repentino en su pecho?.
Aquel momento de vacilación que le había producido aquella imagen le impidió darse cuenta de que por unos instantes, podría haber subido a aquel tren, pero las puertas empezaban a cerrarse y ya no había otra opción que hablarle a Beatrice desde el lugar en el que se encontraba.
-Beatrice yo... Yo...- Tomó aire y se decidió a decir todo aquello que quería decir.- Lo siento mucho Beatrice. Siento mucho no haberte visto en estos días, lo intenté pero no me permitieron verte. No he podido dejar de pensar en ti en este tiempo, sentía que me iba a volver loco... Y cuando supe...- Hizo una pausa sintiendo que le temblaba la voz.- Cuando supe que te marchabas yo...- Cogió las manos de la joven entre las suyas, aquellas suaves manos que tanto le agradaban.- Es tarde para pedirte que no te marches... Pero por favor, permíteme ir a buscarte. Permíteme acompañarte todo lo que no te he podido acompañar en estos momentos difíciles. Déjame permanecer a tu lado.- Dijo todo aquello desde el corazón, dejando que saliesen las palabras. Sintió que sus ojos se empañaban.- Sólo dime a dónde te diriges y cogeré el próximo tren hacia ese lugar.-Clavó su mirada en la ajena esperando que aquellos expresasen todo lo que las palabras no podían expresar.
El compositor llegó con paso firme a su destino, a lo lejos veía el tren al cual se estaban subiendo ya los viajeros. Sabía que tenía poco tiempo, por lo que en un acto desesperado gritó varias veces su nombre. Finalmente logró verla, observando el exterior con una mirada entristecida, una mirada que indicaba el sufrimiento que había tenido que soportar desde la muerte de su padre. Bethlem se acercó de nuevo a paso ligero a la ventana, su corazón latía de forma que parecía que se le fuese a salir del pecho, le temblaban las piernas y jadeaba como nunca lo había hecho por el esfuerzo que había hecho para llegar hasta allí.
-¡Beatrice!.- Exclamó acercándose a ella con expresión afligida, tratando de tomar aire. Su pecho subía y bajaba tratando de recuperar todo el aire del que había carecido durante el camino. Quería decirle que lo sentía, quería decirle que estaba allí con ella... Pero una imagen nubló su mente unos instantes. De pronto visualizó al padre de Beatrice tendido en el suelo, con numerosas heridas y bañado en un enorme charco de sangre. El joven miró a Beatrice unos instantes sin mirarla en realidad, con una mirada perdida en el vacío de un recuerdo que no entendía. No podía comprender lo que acababa de ver, o en realidad se negaba a verlo. Él jamás había estado en el escenario del crimen... O al menos, eso era lo que su parte consciente le hacía creer. De hecho, Bethlem jamás había conocido al padre de Beatrice, ¿por qué sabía que aquel era su padre?, ¿cómo podía tener una imagen tan clara de su mente? ¿por qué sentía unas ganas imperantes de disculparse? ¿por qué aquel dolor repentino en su pecho?.
Aquel momento de vacilación que le había producido aquella imagen le impidió darse cuenta de que por unos instantes, podría haber subido a aquel tren, pero las puertas empezaban a cerrarse y ya no había otra opción que hablarle a Beatrice desde el lugar en el que se encontraba.
-Beatrice yo... Yo...- Tomó aire y se decidió a decir todo aquello que quería decir.- Lo siento mucho Beatrice. Siento mucho no haberte visto en estos días, lo intenté pero no me permitieron verte. No he podido dejar de pensar en ti en este tiempo, sentía que me iba a volver loco... Y cuando supe...- Hizo una pausa sintiendo que le temblaba la voz.- Cuando supe que te marchabas yo...- Cogió las manos de la joven entre las suyas, aquellas suaves manos que tanto le agradaban.- Es tarde para pedirte que no te marches... Pero por favor, permíteme ir a buscarte. Permíteme acompañarte todo lo que no te he podido acompañar en estos momentos difíciles. Déjame permanecer a tu lado.- Dijo todo aquello desde el corazón, dejando que saliesen las palabras. Sintió que sus ojos se empañaban.- Sólo dime a dónde te diriges y cogeré el próximo tren hacia ese lugar.-Clavó su mirada en la ajena esperando que aquellos expresasen todo lo que las palabras no podían expresar.
Bethlem Galianno- Licántropo Clase Media
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Fecha de inscripción : 16/04/2015
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Re: No es un adiós. Es un hasta pronto. [Beatrice Delteira]
¿Cómo había podido pasar todo eso? ¿Por qué de forma tan repentina? ¿por qué todo era tan rápido? En menos de dos semanas había tenido que decir adiós a su padre, a su madre, a todo lo que conocía y a lo que le quedaba por conocer en Francia.
"Bethlem..." pensó. Ojala se hubiera podido despedir de él, lo deseaba con tantas ansias que incluso le daba la impresión de escuchar su voz. Pero... no era posible, ¿cierto? Solo estaba siendo una idiota soñadora a la que, a pesar de todo, aun le quedaban esperanzas vanas de cosas imposibles en la vida real. Solo en las novelas románticas se veía correr al joven tras la chica a la que acababa de conocer, solo en las novelas los amores tempranos llegaban a buen puerto, solo en las novelas salían bien las cosas y demasiada casualidad sería que el joven compositor, "mi compositor", como ella solía musitar, sin darse cuenta, cada vez que contemplaba la partitura que el chico le había regalado, estuviera en la estación en ese preciso momento.
Mientras cavilaba, el revisor pasó a pedir el visado. La chica, sin sonreír, desde su asiento en el vagón de clase alta, le entregó ambas cosas, y espero a que el hombre asintiera y la ayudase a subir su maleta a la balda donde ella ya había puesto sus guantes y un par de bolsas de mano.
Con un suspiro, volvió a sentarse y miró por la ventana cuando el tren soltaba el primer pitido, Un movimiento en el andén, y una voz llamó su atención. Con premura, sin acabar de creérselo, abrió la ventana del tren, que empezaba a tomar velocidad.
- ¡Bethlem!- llamó sosteniéndose el sombrero sobre la cabeza. La gente los observaba, era difícil creer que el chico realmente estuviera allí, había querido verle tantísimas veces durante esos días que tal vez se había vuelto loca y estaba teniendo alucinaciones. Las lágrimas acudieron a los ojos de la chica, y comenzaron a escaparse huyendo de su rostro sin a penas rozarlo por el viento del tren.- ¡Ven a buscarme a Italia!- Pidió con toda la fuerza de su voz- ¡Te estaré esperando!- prometió cuando el sombrero salió volando hacia el anden justo a la vez que el tren abandonaba la estación.
Beatrice se quedó mirando por la ventana como la figura del joven; quien sabría todo lo que necesitara saber cuando, al llegar, a su casa, leyese la carta; se volvía cada vez más y más pequeña, y como la ciudad que la había visto crecer, aprender, reír, llorar y enamorarse quedaba ya como un recuerdo donde se quedaban su corazón y sus lágrimas.
Cuando la estación no fue más que un punto en la distancia, la chica por fin atendió a las peticiones de uno de los revisores, que la instaba a guardar la compostura y permanecer segura en el interior del vagón. Tomando aire, secándose las lágrimas con suavidad, se sentó y guardó silencio mientras el hombre de uniforme azul se marchaba pidiendo que se comportase y cerrando la puerta a sus espaldas. De nuevo, Beatrice se quedó sola con sus pensamientos. En Venecia también estaría sola.
La recogería una tía suya en la estación, la mujer, bohemia, había abandonado la vida adinerada de la que había dispuesto en Inglaterra con un posible marido para vivir en Italia y montar una galería de arte, era la oveja negra de la familia, la bohemia, la loca, la que vivía en concubinato con un joven pintor. Beatrice no la conocía, no sabía nada de ella salvo lo que había oído de sus padres. Siempre había pensado que la mujer era una persona valiente y curiosa, y por fin la conocería. Seguro que a su madre no le había hecho ninguna gracia la ultima voluntad de su padre.
La chica apoyó el cuello en el asiento y dejó que las lágrimas resbalasen por su cara, tenía miedo de lo que le esperaba, pero le había pedido a Bethlem que se reuniera con ella en Italia, y ella, de todos modos, no podía volver a Paris en, al menos, dos años, necesitaba acabar sus estudios.
Se alzó y rebuscó entre sus cosas la copia del testamento de su padre, y volvió a leerlo. Ese hombre... no se habría dejado matar por un animal normal y corriente, la chica pondría la mano en el fuego en el que debía haber algo más tras todo eso. En cuanto tuviera la oportunidad, investigaría, no podía contentarse con una explicación tan vaga...
"Bethlem..." pensó. Ojala se hubiera podido despedir de él, lo deseaba con tantas ansias que incluso le daba la impresión de escuchar su voz. Pero... no era posible, ¿cierto? Solo estaba siendo una idiota soñadora a la que, a pesar de todo, aun le quedaban esperanzas vanas de cosas imposibles en la vida real. Solo en las novelas románticas se veía correr al joven tras la chica a la que acababa de conocer, solo en las novelas los amores tempranos llegaban a buen puerto, solo en las novelas salían bien las cosas y demasiada casualidad sería que el joven compositor, "mi compositor", como ella solía musitar, sin darse cuenta, cada vez que contemplaba la partitura que el chico le había regalado, estuviera en la estación en ese preciso momento.
Mientras cavilaba, el revisor pasó a pedir el visado. La chica, sin sonreír, desde su asiento en el vagón de clase alta, le entregó ambas cosas, y espero a que el hombre asintiera y la ayudase a subir su maleta a la balda donde ella ya había puesto sus guantes y un par de bolsas de mano.
Con un suspiro, volvió a sentarse y miró por la ventana cuando el tren soltaba el primer pitido, Un movimiento en el andén, y una voz llamó su atención. Con premura, sin acabar de creérselo, abrió la ventana del tren, que empezaba a tomar velocidad.
- ¡Bethlem!- llamó sosteniéndose el sombrero sobre la cabeza. La gente los observaba, era difícil creer que el chico realmente estuviera allí, había querido verle tantísimas veces durante esos días que tal vez se había vuelto loca y estaba teniendo alucinaciones. Las lágrimas acudieron a los ojos de la chica, y comenzaron a escaparse huyendo de su rostro sin a penas rozarlo por el viento del tren.- ¡Ven a buscarme a Italia!- Pidió con toda la fuerza de su voz- ¡Te estaré esperando!- prometió cuando el sombrero salió volando hacia el anden justo a la vez que el tren abandonaba la estación.
Beatrice se quedó mirando por la ventana como la figura del joven; quien sabría todo lo que necesitara saber cuando, al llegar, a su casa, leyese la carta; se volvía cada vez más y más pequeña, y como la ciudad que la había visto crecer, aprender, reír, llorar y enamorarse quedaba ya como un recuerdo donde se quedaban su corazón y sus lágrimas.
Cuando la estación no fue más que un punto en la distancia, la chica por fin atendió a las peticiones de uno de los revisores, que la instaba a guardar la compostura y permanecer segura en el interior del vagón. Tomando aire, secándose las lágrimas con suavidad, se sentó y guardó silencio mientras el hombre de uniforme azul se marchaba pidiendo que se comportase y cerrando la puerta a sus espaldas. De nuevo, Beatrice se quedó sola con sus pensamientos. En Venecia también estaría sola.
La recogería una tía suya en la estación, la mujer, bohemia, había abandonado la vida adinerada de la que había dispuesto en Inglaterra con un posible marido para vivir en Italia y montar una galería de arte, era la oveja negra de la familia, la bohemia, la loca, la que vivía en concubinato con un joven pintor. Beatrice no la conocía, no sabía nada de ella salvo lo que había oído de sus padres. Siempre había pensado que la mujer era una persona valiente y curiosa, y por fin la conocería. Seguro que a su madre no le había hecho ninguna gracia la ultima voluntad de su padre.
La chica apoyó el cuello en el asiento y dejó que las lágrimas resbalasen por su cara, tenía miedo de lo que le esperaba, pero le había pedido a Bethlem que se reuniera con ella en Italia, y ella, de todos modos, no podía volver a Paris en, al menos, dos años, necesitaba acabar sus estudios.
Se alzó y rebuscó entre sus cosas la copia del testamento de su padre, y volvió a leerlo. Ese hombre... no se habría dejado matar por un animal normal y corriente, la chica pondría la mano en el fuego en el que debía haber algo más tras todo eso. En cuanto tuviera la oportunidad, investigaría, no podía contentarse con una explicación tan vaga...
Beatrice Delteria- Humano Clase Alta
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Re: No es un adiós. Es un hasta pronto. [Beatrice Delteira]
Las piernas del joven ya no daban para más. Aguantaron hasta el momento en el que la cabeza del tren abandonaba la estación y el sombrero de Beatrice volaba a causa del viento producido por el movimiento de la máquina. Bethlem se dobló sobre si mismo apoyándose sobre sus piernas para tomar aire mientras echaba un último vistazo en la dirección que había tomado el tren. Un guardia le tomó del brazo con la intención de hacerle salir del andén, pero el joven se sacudió para que éste le soltase. Sabía muy bien dónde se encontraba la salida, y sabía que no debía estar allí. Con aire rendido tomó el sombrero que descansaba en el suelo. Cuando volviese a ver a Beatrice en Italia se lo devolvería. Una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro, y a su memoria vino aquella capa que una vez tuvo que devolverle y que les llevó a pasar una noche tan inolvidable como la noche en la que se conocieron.
El compositor se retiró del andén, y sin dudarlo se puso a la cola de las taquillas para comprar un billete a Venecia. Lo pediría lo más cercano a aquel día posible. Sabía que no le costaría encontrar trabajo en Italia, al fin y al cabo ya había pasado algunos años de su vida allí, conocía a personas que podían ayudarle, o que podían necesitar de sus servicios. Propondría a Enzo que fuese con él, aunque si decidía no hacerlo lo respetaría… Sabía que su maestro apreciaba sobre manera su vida en París, y aunque nunca le había visto feliz por completo, en París si que había encontrado cierta paz que no había podido disfrutar en Italia, no al menos en el tiempo que el joven había compartido con él. Lo importante es que podía ser una ayuda para Beatrice, después de todo conocía bastante bien Venecia. Estaría allí para ella en lo que necesitase. Cuando fue su turno pidió su billete, el próximo tren a Venecia saldría de aquella misma estación en tres días. Era perfecto, al chico le daría tiempo a prepararse y zanjar algunos asuntos antes de irse.
Tras pagar el billete y guardarlo en su bolsillo, el joven empezó a sentir cómo un deje de esperanza se abría en su corazón. Aquel trozo de papel pesaba para el joven más de lo que cualquiera pudiese imaginar. Se sentía como si ahora llevase luz guardada en su chaqueta. Lo había guardado en el interior de su chaqueta, pegado al corazón, asegurándose de que no podía perderse de ninguna de las maneras. De algún modo, ahora Bethlem sentía calor en su pecho, haciendo que un ápice de alegría se dibujase ahora en su rostro.
El chico repasó mentalmente todas las cosas que debía hacer. Debía hablar con su maestro, en el fondo no tenía muy claro cuánto tiempo iba a estar en Venecia, por ello había decidido tomar tan sólo un billete de ida. También debía despedirse formalmente de algunos de sus mejores clientes y preparar una buena maleta en la que llevarse todas sus pertenencias.
Aún con aquella rápida solución, Bethlem no podía evitar sentir cierta presión en su pecho. Seguía pensando que había algo que no marchaba bien, había algo que le hacía estar inquieto y aún no sabía el qué. Debía averiguarlo, necesitaba sentir qué era aquello que le hacía sentirse tan mal. A paso ligero puso rumbo a su modesta vivienda, tenía muchas cosas que hacer.
El compositor se retiró del andén, y sin dudarlo se puso a la cola de las taquillas para comprar un billete a Venecia. Lo pediría lo más cercano a aquel día posible. Sabía que no le costaría encontrar trabajo en Italia, al fin y al cabo ya había pasado algunos años de su vida allí, conocía a personas que podían ayudarle, o que podían necesitar de sus servicios. Propondría a Enzo que fuese con él, aunque si decidía no hacerlo lo respetaría… Sabía que su maestro apreciaba sobre manera su vida en París, y aunque nunca le había visto feliz por completo, en París si que había encontrado cierta paz que no había podido disfrutar en Italia, no al menos en el tiempo que el joven había compartido con él. Lo importante es que podía ser una ayuda para Beatrice, después de todo conocía bastante bien Venecia. Estaría allí para ella en lo que necesitase. Cuando fue su turno pidió su billete, el próximo tren a Venecia saldría de aquella misma estación en tres días. Era perfecto, al chico le daría tiempo a prepararse y zanjar algunos asuntos antes de irse.
Tras pagar el billete y guardarlo en su bolsillo, el joven empezó a sentir cómo un deje de esperanza se abría en su corazón. Aquel trozo de papel pesaba para el joven más de lo que cualquiera pudiese imaginar. Se sentía como si ahora llevase luz guardada en su chaqueta. Lo había guardado en el interior de su chaqueta, pegado al corazón, asegurándose de que no podía perderse de ninguna de las maneras. De algún modo, ahora Bethlem sentía calor en su pecho, haciendo que un ápice de alegría se dibujase ahora en su rostro.
El chico repasó mentalmente todas las cosas que debía hacer. Debía hablar con su maestro, en el fondo no tenía muy claro cuánto tiempo iba a estar en Venecia, por ello había decidido tomar tan sólo un billete de ida. También debía despedirse formalmente de algunos de sus mejores clientes y preparar una buena maleta en la que llevarse todas sus pertenencias.
Aún con aquella rápida solución, Bethlem no podía evitar sentir cierta presión en su pecho. Seguía pensando que había algo que no marchaba bien, había algo que le hacía estar inquieto y aún no sabía el qué. Debía averiguarlo, necesitaba sentir qué era aquello que le hacía sentirse tan mal. A paso ligero puso rumbo a su modesta vivienda, tenía muchas cosas que hacer.
Bethlem Galianno- Licántropo Clase Media
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Re: No es un adiós. Es un hasta pronto. [Beatrice Delteira]
¿Cómo había podido decir eso? ¿Quién era ella para pedirle que la buscara? por no hablar de lo que había dicho en su carta, que, en ese momento, debía estar llegando a su destino. Suspiró sentada en el vagón, y lo observó intentando dejar la mente en blanco.
Nada lo lograba, pasó varios minutos en silencio, mirando por la ventana, intentando que el pasar del paisaje emborronado le emborronara también los recuerdos. Rezó para dormirse, no quería saber como era el viaje, pero no lo logró, así que, finalmente, manteniendo el equilibrio con el traqueteo del tren y tomó el estuche de su violín, en ese tipo de casos, cuando nada podía calmar su mente y su corazón latía más lento de lo que debería, era la música lo único que le devolvía algo de serenidad.
Lo abrió con primor y lo miró con añoranza, dejaba atrás tantas cosas, lo único que conservaba de su vida en Francia era ese violín rojo como la sangre, y con una cuerda dorada en el centro. La corda d'oro, le habían dicho que se le llamaba, diciendo que traía suerte. La chica no sabía si era cierto, y, en ese momento, le importaba poco.
Cerró el estuche y abrió la ventana dejando que el aire entrase a su estancia del vagón, la puerta se mantenía cerrada y ella en pie, se puso el violín al hombro y se colocó en posición, dispuesta a tocar esa melodía que, desde pequeña, calmaba sus nervios, el Ave María, su Ave María.
Comenzó a sonar con su cadencia habitual, ese sonido tan dulce que caracterizaba el violín de la chica, sin embargo, a medida que la sonata avanzaba, la cadencia se volvía triste, melancólica, atronaba el pecho, dolía el amor, no era música, era llanto transformado en notas. El sonido salió de la pequeña estancia, se expandió por el pasillo, salió por la ventana, y llegó a los oídos de los pasajeros de tren, del primero, al último, expandido por el aire.
Incluso quienes no sabían de musica eran incapaces de quedar indiferentes, algunos reflexionaban en silencio, invadidos por el tono melancólico, otros, en cambio, miraban al cielo por las ventanas en señal de recuerdo, y, finalmente, los que más notaban el sentimiento, soltaban alguna que otra lágrima, lágrimas que la propia Beatrice no se atrevía a derramar.
Pasó de una melodía a otra durante horas, hasta que, al final, cayó la noche, y una cuerda saltó haciéndole un corte en un dedo.
-Aix- protesto mirándose las manos, no era el único corte que tenía, le sangraban los dedos, las cuerdas, el violín e incluso el arco estaban manchados con sangre. Había pasado tanto tiempo tocando que se había hecho polvo lo dedos.
Se sentó en el sofá que dentro de poco pasaría a ser su cama y miró por la ventana, la carta ya debía haber llegado a casa de Bethlem. Dejó el violín a un lado y sacó un pañuelo de su bolsillo, usándolo para cortar las hemorragias de los dedos, le dolería durante varios días...
Miró por la ventana, el viento era frío, ya, y las estrellas y una enorme luna menguante iluminaban el cielo, su imaginación llegó hasta el hogar del chico, y pensó en que pensaría él al leer su carta. Se sabía las palabras de memoria, las veía como si en ese momento estuviera leyendo el papel...
" Mi muy querido Bethlem, si puedo decirlo, mi compositor.
Hace hoy dos días sucedió un acontecimiento que, por desgracia, cambiará mi vida para siempre. Mi padre fue encontrado en la calle, volviendo a casa, había abandonado este mundo para subir a reunirse con el creador. Mucha gente podría pensar, por el estado en el que se encontraba, que no era él, pero se equivocarían, yo misma fui la que comprobó el cuerpo, y reconocí sus ojos.
Estaba destrozado, dicen que fue un animal salvaje, sin embargo, no lo creo, mi padre, como buen inglés, era un experto cazador, dominaba a cualquier animal, una vez hasta lo vi enfrentarse a un oso, a un oso pardo, imagínate"
Las lágrimas corrían por la cara de la joven, que, recordando el suceso con el oso, sonrió y lloró más.
" De todos modos, mi carta no iba a contarte eso, pero no se como explicarte, se que no debería escribirte, se que no es adecuado, que nos conocemos de hace poco, que la sociedad se escandalizaría si supiera que te mando esta carta, pero poco me importa eso ahora mismo.
Cuando llegué a Francia, había abandonado a mis amigos en Londres, llegué a París, y me enamoraron sus paisajes, los jardines, el Louvre, el Sena, que tantas veces he pintado en mis cuadros. Me encantó la cultura, la sociedad parisiense, mucho más abierta que la inglesa, pero, nada me emocionaba, hasta que te conocí a ti, fuiste la primera persona que me sacó una sonrisa real, la primera persona que me emocionó y que llegó a tocarme el alma, lo que más me gusta de París, sin lugar a dudas, eres tu.
Ahora vuelvo a irme, a abandonar un nuevo hogar, esta vez dejando atrás a mi familia, y a ti. La ultima voluntad de mi padre fue que fuera a Italia, a Venecia, con una tía a estudiar arte para, después, ocuparme de los negocios familiares, 5 años, pero no puedo estar tanto tiempo alejada, por ello, intentaré volver en 1 solo año.
Se que a penas nos conocemos, pero siento que te conozco de siempre, por eso, aunque no tengo derecho a pedírtelo, aunque es muy probable que no quieras cumplirlo, y lo entenderé. Siempre me he mantenido callada, siempre he seguido ordenes, pero no podía acatar esta sin pronunciarme, por ello, he decidido ser egoísta por una vez, y mandarte esta petición, por favor, espérame.
No se si querrás cumplirlo, ni que pensarás de mi al leer esta carta, pero me gustaría poder decirte sin miedo las palabras que no me atrevo a pronunciar, a contarte los sentimientos que no soy capaz de escribir porque las palabras solas no bastan. No se si tu esperarás por mi, pero yo te llevaré siempre en el corazón.
Eternamente tuya:
Bea"
Sentenciaba a misiva.
Nada lo lograba, pasó varios minutos en silencio, mirando por la ventana, intentando que el pasar del paisaje emborronado le emborronara también los recuerdos. Rezó para dormirse, no quería saber como era el viaje, pero no lo logró, así que, finalmente, manteniendo el equilibrio con el traqueteo del tren y tomó el estuche de su violín, en ese tipo de casos, cuando nada podía calmar su mente y su corazón latía más lento de lo que debería, era la música lo único que le devolvía algo de serenidad.
Lo abrió con primor y lo miró con añoranza, dejaba atrás tantas cosas, lo único que conservaba de su vida en Francia era ese violín rojo como la sangre, y con una cuerda dorada en el centro. La corda d'oro, le habían dicho que se le llamaba, diciendo que traía suerte. La chica no sabía si era cierto, y, en ese momento, le importaba poco.
Cerró el estuche y abrió la ventana dejando que el aire entrase a su estancia del vagón, la puerta se mantenía cerrada y ella en pie, se puso el violín al hombro y se colocó en posición, dispuesta a tocar esa melodía que, desde pequeña, calmaba sus nervios, el Ave María, su Ave María.
Comenzó a sonar con su cadencia habitual, ese sonido tan dulce que caracterizaba el violín de la chica, sin embargo, a medida que la sonata avanzaba, la cadencia se volvía triste, melancólica, atronaba el pecho, dolía el amor, no era música, era llanto transformado en notas. El sonido salió de la pequeña estancia, se expandió por el pasillo, salió por la ventana, y llegó a los oídos de los pasajeros de tren, del primero, al último, expandido por el aire.
Incluso quienes no sabían de musica eran incapaces de quedar indiferentes, algunos reflexionaban en silencio, invadidos por el tono melancólico, otros, en cambio, miraban al cielo por las ventanas en señal de recuerdo, y, finalmente, los que más notaban el sentimiento, soltaban alguna que otra lágrima, lágrimas que la propia Beatrice no se atrevía a derramar.
Pasó de una melodía a otra durante horas, hasta que, al final, cayó la noche, y una cuerda saltó haciéndole un corte en un dedo.
-Aix- protesto mirándose las manos, no era el único corte que tenía, le sangraban los dedos, las cuerdas, el violín e incluso el arco estaban manchados con sangre. Había pasado tanto tiempo tocando que se había hecho polvo lo dedos.
Se sentó en el sofá que dentro de poco pasaría a ser su cama y miró por la ventana, la carta ya debía haber llegado a casa de Bethlem. Dejó el violín a un lado y sacó un pañuelo de su bolsillo, usándolo para cortar las hemorragias de los dedos, le dolería durante varios días...
Miró por la ventana, el viento era frío, ya, y las estrellas y una enorme luna menguante iluminaban el cielo, su imaginación llegó hasta el hogar del chico, y pensó en que pensaría él al leer su carta. Se sabía las palabras de memoria, las veía como si en ese momento estuviera leyendo el papel...
" Mi muy querido Bethlem, si puedo decirlo, mi compositor.
Hace hoy dos días sucedió un acontecimiento que, por desgracia, cambiará mi vida para siempre. Mi padre fue encontrado en la calle, volviendo a casa, había abandonado este mundo para subir a reunirse con el creador. Mucha gente podría pensar, por el estado en el que se encontraba, que no era él, pero se equivocarían, yo misma fui la que comprobó el cuerpo, y reconocí sus ojos.
Estaba destrozado, dicen que fue un animal salvaje, sin embargo, no lo creo, mi padre, como buen inglés, era un experto cazador, dominaba a cualquier animal, una vez hasta lo vi enfrentarse a un oso, a un oso pardo, imagínate"
Las lágrimas corrían por la cara de la joven, que, recordando el suceso con el oso, sonrió y lloró más.
" De todos modos, mi carta no iba a contarte eso, pero no se como explicarte, se que no debería escribirte, se que no es adecuado, que nos conocemos de hace poco, que la sociedad se escandalizaría si supiera que te mando esta carta, pero poco me importa eso ahora mismo.
Cuando llegué a Francia, había abandonado a mis amigos en Londres, llegué a París, y me enamoraron sus paisajes, los jardines, el Louvre, el Sena, que tantas veces he pintado en mis cuadros. Me encantó la cultura, la sociedad parisiense, mucho más abierta que la inglesa, pero, nada me emocionaba, hasta que te conocí a ti, fuiste la primera persona que me sacó una sonrisa real, la primera persona que me emocionó y que llegó a tocarme el alma, lo que más me gusta de París, sin lugar a dudas, eres tu.
Ahora vuelvo a irme, a abandonar un nuevo hogar, esta vez dejando atrás a mi familia, y a ti. La ultima voluntad de mi padre fue que fuera a Italia, a Venecia, con una tía a estudiar arte para, después, ocuparme de los negocios familiares, 5 años, pero no puedo estar tanto tiempo alejada, por ello, intentaré volver en 1 solo año.
Se que a penas nos conocemos, pero siento que te conozco de siempre, por eso, aunque no tengo derecho a pedírtelo, aunque es muy probable que no quieras cumplirlo, y lo entenderé. Siempre me he mantenido callada, siempre he seguido ordenes, pero no podía acatar esta sin pronunciarme, por ello, he decidido ser egoísta por una vez, y mandarte esta petición, por favor, espérame.
No se si querrás cumplirlo, ni que pensarás de mi al leer esta carta, pero me gustaría poder decirte sin miedo las palabras que no me atrevo a pronunciar, a contarte los sentimientos que no soy capaz de escribir porque las palabras solas no bastan. No se si tu esperarás por mi, pero yo te llevaré siempre en el corazón.
Eternamente tuya:
Bea"
Sentenciaba a misiva.
Beatrice Delteria- Humano Clase Alta
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Re: No es un adiós. Es un hasta pronto. [Beatrice Delteira]
El joven irrumpió en la casa como si se hubiese dejado seducir por la ira, pero no era ira lo que le llevaba a descontrolar su fuerza, si no los nervios que sentía por tener que hacer todas aquellas tareas en aquellos tres días escasos.
Por suerte, Enzo se encontraba en la casa. El hombre se asomó desde el salón con aire curioso al oír llegar así a su aprendiz. -Buenos días Bethlem, reconozco que esta vez me preocupaste, te oí marcharte, pero no llegó a mis oídos ninguna noticia de tu partida.- En la voz del maestro se notaba un aire de alivio, al mismo tiempo que cierto deje de regañina. -Lo siento maestro, pero me temo que era algo importante… Además tengo noticias y una petición que hacerte.-El chico miró a su maestro con preocupación. El hombre, que reconocía cuándo el joven compositor necesitaba ayuda se acercó a él y le puso una mano en el hombro.-De acuerdo chico, pero antes de que me des tus tan tortuosas noticias, ha llegado una carta para ti, creo que te hará bien leerla. Estaré en el salón meditando para cuando quieras hablar conmigo.- Sin decir más Enzo se alejó del chico con aire tranquilo, Bethlem a su vez cogió su carta y se dispuso a leerla apoyándose en el umbral la puerta cerrada:
“Mi muy querido Bethlem […] Mi compositor” Aquellas palabras arrancaron una sonrisa instantánea en el rostro del joven, puesto que de ellas se desprendía un afecto especial, él sabía que aquello era así.
“Yo misma fui la que comprobó el cuerpo, y reconocí sus ojos” En el estómago del chico se hizo un nudo, no sólo por la imagen que se compuso en su cabeza de Beatrice reconociendo el cuerpo de su padre… Si no porque de alguna manera, sabía lo que vendría a continuación.
“Dicen que fue un animal salvaje […] No lo creo […] Una vez le vi enfrentarse a un oso.” El nudo que tenía en su estómago se extendió hasta su garganta. De nuevo aquellas imágenes ya descritas volvieron a la mente del joven, una lágrima resbaló por su mejilla a causa de la presión que sentía en el pecho. Se sentía culpable y en su mente cada vez tenía más claro por qué sentía aquella culpabilidad.
“Lo que más me gusta de París, sin lugar a dudas, eres tu” Bethlem no pudo evitar volver a sonreír, parte de aquellos nudos que se habían agarrado a su estómago y garganta desaparecieron. Quien se atreviese afirmar que a los hombres no les gustaban las palabras enternecedoras estaba muy equivocado, o al menos lo estaba con Bethlem -Tú también eres lo que más me gusta de París Beatrice.- Dijo en un susurro como si ella pudiese oírle.
Bethlem lo tenía muy claro, no sólo la esperaría, si no que iría a buscarla sin duda alguna, ni si quiera habría hecho falta que ella se lo hubiese pedido. Se sentía aliviado al saber que había hecho bien comprando un billete a Venecia, se sentía aliviado al saber que la joven y hermosa dama sentía por él lo mismo que él sentía por ella.
Sin pensárselo dos veces fue a hablar con su maestro. Le explicó la situación, le explicó que viajaría a Venecia, le dijo que podía ir con él si así lo deseaba, pero que no le iba a obligar a abandonar París si no quería hacerlo, sabía lo feliz que era su maestro allí, y no lo culparía de querer quedarse. También pidió consejo a su maestro, se sentía consternado porque sabía con mayor certeza que él había sido el causante de la muerte del padre de Beatrice… Y no sabía qué hacer con respecto a ello, por una parte sentía que debía decírselo a la joven, por otra temía perderla de hacerlo. De la misma manera podía perderla si no lo hacía. Lo que si tenía claro es que lo primero que debía hacer era llegar a Venecia, y encontrarse con la mujer a la que amaba.
Por suerte, Enzo se encontraba en la casa. El hombre se asomó desde el salón con aire curioso al oír llegar así a su aprendiz. -Buenos días Bethlem, reconozco que esta vez me preocupaste, te oí marcharte, pero no llegó a mis oídos ninguna noticia de tu partida.- En la voz del maestro se notaba un aire de alivio, al mismo tiempo que cierto deje de regañina. -Lo siento maestro, pero me temo que era algo importante… Además tengo noticias y una petición que hacerte.-El chico miró a su maestro con preocupación. El hombre, que reconocía cuándo el joven compositor necesitaba ayuda se acercó a él y le puso una mano en el hombro.-De acuerdo chico, pero antes de que me des tus tan tortuosas noticias, ha llegado una carta para ti, creo que te hará bien leerla. Estaré en el salón meditando para cuando quieras hablar conmigo.- Sin decir más Enzo se alejó del chico con aire tranquilo, Bethlem a su vez cogió su carta y se dispuso a leerla apoyándose en el umbral la puerta cerrada:
“Mi muy querido Bethlem […] Mi compositor” Aquellas palabras arrancaron una sonrisa instantánea en el rostro del joven, puesto que de ellas se desprendía un afecto especial, él sabía que aquello era así.
“Yo misma fui la que comprobó el cuerpo, y reconocí sus ojos” En el estómago del chico se hizo un nudo, no sólo por la imagen que se compuso en su cabeza de Beatrice reconociendo el cuerpo de su padre… Si no porque de alguna manera, sabía lo que vendría a continuación.
“Dicen que fue un animal salvaje […] No lo creo […] Una vez le vi enfrentarse a un oso.” El nudo que tenía en su estómago se extendió hasta su garganta. De nuevo aquellas imágenes ya descritas volvieron a la mente del joven, una lágrima resbaló por su mejilla a causa de la presión que sentía en el pecho. Se sentía culpable y en su mente cada vez tenía más claro por qué sentía aquella culpabilidad.
“Lo que más me gusta de París, sin lugar a dudas, eres tu” Bethlem no pudo evitar volver a sonreír, parte de aquellos nudos que se habían agarrado a su estómago y garganta desaparecieron. Quien se atreviese afirmar que a los hombres no les gustaban las palabras enternecedoras estaba muy equivocado, o al menos lo estaba con Bethlem -Tú también eres lo que más me gusta de París Beatrice.- Dijo en un susurro como si ella pudiese oírle.
Bethlem lo tenía muy claro, no sólo la esperaría, si no que iría a buscarla sin duda alguna, ni si quiera habría hecho falta que ella se lo hubiese pedido. Se sentía aliviado al saber que había hecho bien comprando un billete a Venecia, se sentía aliviado al saber que la joven y hermosa dama sentía por él lo mismo que él sentía por ella.
Sin pensárselo dos veces fue a hablar con su maestro. Le explicó la situación, le explicó que viajaría a Venecia, le dijo que podía ir con él si así lo deseaba, pero que no le iba a obligar a abandonar París si no quería hacerlo, sabía lo feliz que era su maestro allí, y no lo culparía de querer quedarse. También pidió consejo a su maestro, se sentía consternado porque sabía con mayor certeza que él había sido el causante de la muerte del padre de Beatrice… Y no sabía qué hacer con respecto a ello, por una parte sentía que debía decírselo a la joven, por otra temía perderla de hacerlo. De la misma manera podía perderla si no lo hacía. Lo que si tenía claro es que lo primero que debía hacer era llegar a Venecia, y encontrarse con la mujer a la que amaba.
Bethlem Galianno- Licántropo Clase Media
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Re: No es un adiós. Es un hasta pronto. [Beatrice Delteira]
Agotada por los sucesos se acostó a dormir, el tren tardaba día y medio en llegar, así que estaría atrapada en ese vagón, sola, durnte mucho tiempo, más le valía dormir, intentar olvida, imaginar que le esperaba en Italia, sabía que poco pararía por la casa de su tía, un antiguo y reconstruido palacio veneciano no muy lejos de la Plaza de San Marcos.
Por lo que había oido llegaría en época de carnaval, así que la gente no cesaría de ir y venir por enfrente del hogar. Podía esperar cualquier cosa. Los rumores que hasta Pris llegaban hablaban de bandidos durante los festivales, no era una buena época para que viajasen los nobles, sin embargo, muchos lo hacían atraidos pos el misterios que envolvía las mascaras, los vestidos, las pelucas del carnaval, que finalizaba en la ya nombrada Plaza, con un discurso de algún noble que hubiera pagado la fiesta ese año, y un estallido de fuegos artificiales.
Pero aunque la espectativa de ver el ambiente animaba en parte a la joven, que ya tumbada estaba casi dormida, no tenía animos para aparecer en público, no obstante, estaba segura de que su tía la obligaría a ir. Finalmente, se giró sobre la cama montable y, mirando el pasar del paisaje, terminó por dormirse.
************************
Su sueño fue pesado, y se levantó tarde, con un tremendo dolor de cabeza, era tan tarde que poco faltaba para llegar a la estación de Roma, la situada en el Trastevere. Recogió sus pertenencias, se vistió de forma adecuada y peino como mejor pudo, echando en falta su sombrero, debía haber quedado perdido en la estación inglesa.
Desayunó sola en el vagón restaurante, y, al poco, llegó el tren a la estación. Salió del vagón, socorrida por uno de los mozos del tren, que bajó su maleta. La chica rechazó su ayuda cuando le tendió la mano para ayudarla a descender, los dedos mal vendados se esncontraban dentro de los guantes, y no podía permitir que nadie viera esas heridas, en las manos de una dama eran un crimen.
Bajó con cuidado sosteniendose de la baranda, sorprendiendo a varias personas que se giraron a mirarla, para cuchichear, una dama que rechazaba la ayuda de alguien, inpensable... Alzó la vista al intenso sol de roma, y vio un cartel con su apellido, "Srta Delteria".
Un hombre alto moreno, de pelo negro y barba oscura, vestido de traje son pajarita o corbata, con una mujer de unos 40 años, de pelo rojo colgada del brazo. Se aceró a ambos, al fin y a cabo, el cartel llevaba su nombre.
- Oh, ¡Beatrice!- exclamó la mujer- Soy yo, la tía Edith, él es Julio, bienvenida a La belle Italia.- pronunció la mujer, Beatrice acababa de llegar a su nueva casa.
Por lo que había oido llegaría en época de carnaval, así que la gente no cesaría de ir y venir por enfrente del hogar. Podía esperar cualquier cosa. Los rumores que hasta Pris llegaban hablaban de bandidos durante los festivales, no era una buena época para que viajasen los nobles, sin embargo, muchos lo hacían atraidos pos el misterios que envolvía las mascaras, los vestidos, las pelucas del carnaval, que finalizaba en la ya nombrada Plaza, con un discurso de algún noble que hubiera pagado la fiesta ese año, y un estallido de fuegos artificiales.
Pero aunque la espectativa de ver el ambiente animaba en parte a la joven, que ya tumbada estaba casi dormida, no tenía animos para aparecer en público, no obstante, estaba segura de que su tía la obligaría a ir. Finalmente, se giró sobre la cama montable y, mirando el pasar del paisaje, terminó por dormirse.
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Su sueño fue pesado, y se levantó tarde, con un tremendo dolor de cabeza, era tan tarde que poco faltaba para llegar a la estación de Roma, la situada en el Trastevere. Recogió sus pertenencias, se vistió de forma adecuada y peino como mejor pudo, echando en falta su sombrero, debía haber quedado perdido en la estación inglesa.
Desayunó sola en el vagón restaurante, y, al poco, llegó el tren a la estación. Salió del vagón, socorrida por uno de los mozos del tren, que bajó su maleta. La chica rechazó su ayuda cuando le tendió la mano para ayudarla a descender, los dedos mal vendados se esncontraban dentro de los guantes, y no podía permitir que nadie viera esas heridas, en las manos de una dama eran un crimen.
Bajó con cuidado sosteniendose de la baranda, sorprendiendo a varias personas que se giraron a mirarla, para cuchichear, una dama que rechazaba la ayuda de alguien, inpensable... Alzó la vista al intenso sol de roma, y vio un cartel con su apellido, "Srta Delteria".
Un hombre alto moreno, de pelo negro y barba oscura, vestido de traje son pajarita o corbata, con una mujer de unos 40 años, de pelo rojo colgada del brazo. Se aceró a ambos, al fin y a cabo, el cartel llevaba su nombre.
- Oh, ¡Beatrice!- exclamó la mujer- Soy yo, la tía Edith, él es Julio, bienvenida a La belle Italia.- pronunció la mujer, Beatrice acababa de llegar a su nueva casa.
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