AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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You're already, the voice inside my head [Priv. Émile]
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You're already, the voice inside my head [Priv. Émile]
Salió de casa aquella tarde, sumido en una extraña calma que solo avecinaba tormenta, o quizás algo peor. Se perdió por los callejones, ignoró toda dirección que se le antojara lógica, y buscó un destino sin tenerlo. A su alrededor, la ciudad lo acechaba como quien persigue a un criminal sin juzgar, y el vampiro no podía sino sentirse atrapado en las entrañas de una realidad que se repetía una y otra vez. Su parte más racional, se reía de él por seguir persiguiendo el pasado de manera tan desesperada, frustrada y a menudo, patética.
El griego ignoró el temporal, la lluvia violenta que esperaba calar la gabardina y empaparle el cabello. Encontró algo de alivio en la dureza y la frialdad del tiempo, como si este pudiera acrecentarse hasta borrarle del mapa; y lejos de sentirse preocupado por pensamientos tan suicidas, ni se molestó.
Quedó así bajo la lluvia, calándole hasta los huesos, en medio de la Rue, y solo esperó, rezó poder disolverse aun con la incongruencia del deseo. La suerte, o tal vez la desgracia, quiso que alzara la vista para reconocer el cartel desgastado del Teatro, y sin saber porqué, se dejó arrastrar hacia él. Hacía tiempo que no se alimentaba, y tanto como estaba al borde de sus fuerzas, agotado, también se encontraba preso del descontrol que lo invitaba a hacer cosas impensables.
Los pasillos lo acogieron con sus alfombras de terciopelo, girando a izquierda y derecha de manera laberíntica. Su cuerpo, preso del hambre, reconoció a los humanos, entrando y saliendo, abandonando las funciones hasta dejar el antro vacío, o casi. Al fondo, distinguió una de las muchas puertas, éstas llevando al interior de una de aquellas salas destinadas solo a los ensayos. No quiso entrar, hasta que oyó el lamento suave de un violín, y junto a él un piano.
Acarició los grabados de la puerta de madera, cerró los ojos apoyando la frente en esta, y acabó abriéndola, adentrándose en el interior sin hacer ruido alguno. Empapado de pies a cabeza y dispuesto a que no tardaran en echarle, no pudo ya dar media vuelta, ignorante del error que acababa de cometer. El teatro era hogar de buenas galas, el entorno social predilecto para las altas esferas, pero poco le importaba eso al vampiro en ese momento: Aquel en el que lo que creyó enterrado salió de donde estuviera, demostrándole una vez más que no era nadie, solo un peón más, sin que pudiera remediarlo.
La melodía llenó la sala, melancólica, acunada por dos violines más y un piano de cola que perdían protagonismo ante la voz cantante del primer violín.
No fue eso lo que le sacó fuera de si, aun con la impertinencia del instrumento, sino las figuras en el escenario, concretamente una, hacia la derecha, dispuesta a acecharle como un espectro fuera donde fuera. Se le secó la garganta, y no respiró. Si hubiera tenido pulso se le habría detenido. Aflojó las manos que había mantenido en puños y se quedó ahí, en medio del pasillo que bajaba a los asientos. Los miles de asientos vacíos abrazando el escenario lo cohibieron como un público inexistente que se divertía ante la atracción.
Philippo no se movió, helado, y sus ojos casi perforaron la imagen del fantasma en pie, esbelto, sosteniendo el violín de madera. Memorizó su rostro una vez más, con un punto ansioso, los ojos azules primero, enmarcados en pestañas negras y largas que los acentuaban aún más. El cabello negro después, tan rizado como siempre, cayendo despreocupado en bucles suaves. El mentón más tarde, y las facciones perfectas seguidamente, que habría tallado en mármol en otro tiempo. Se perdió otra vez en sus manos, sosteniendo el instrumento y dejando ir notas que no había oído antes. Por encima de todo, notó crecer esa posesividad, esa desesperación que movía la necesidad de llevarlo consigo, raptarle, repetirle lo que sabía mil veces hasta que le creyera, hasta que quisiera creerlo. DEBÍA hacerlo.
Había pasado mucho tiempo desde la última vez que pudo verle tan de cerca.
-¿Quien eres esta vez? -Susurró a voz tan baja que apenas lo oyó él mismo, y acto seguido no supo que hacer. El miedo, el terror de volver a sufrir su pérdida lo acosó como una enfermedad. - Acabarás matándome.
El griego ignoró el temporal, la lluvia violenta que esperaba calar la gabardina y empaparle el cabello. Encontró algo de alivio en la dureza y la frialdad del tiempo, como si este pudiera acrecentarse hasta borrarle del mapa; y lejos de sentirse preocupado por pensamientos tan suicidas, ni se molestó.
Quedó así bajo la lluvia, calándole hasta los huesos, en medio de la Rue, y solo esperó, rezó poder disolverse aun con la incongruencia del deseo. La suerte, o tal vez la desgracia, quiso que alzara la vista para reconocer el cartel desgastado del Teatro, y sin saber porqué, se dejó arrastrar hacia él. Hacía tiempo que no se alimentaba, y tanto como estaba al borde de sus fuerzas, agotado, también se encontraba preso del descontrol que lo invitaba a hacer cosas impensables.
Los pasillos lo acogieron con sus alfombras de terciopelo, girando a izquierda y derecha de manera laberíntica. Su cuerpo, preso del hambre, reconoció a los humanos, entrando y saliendo, abandonando las funciones hasta dejar el antro vacío, o casi. Al fondo, distinguió una de las muchas puertas, éstas llevando al interior de una de aquellas salas destinadas solo a los ensayos. No quiso entrar, hasta que oyó el lamento suave de un violín, y junto a él un piano.
Acarició los grabados de la puerta de madera, cerró los ojos apoyando la frente en esta, y acabó abriéndola, adentrándose en el interior sin hacer ruido alguno. Empapado de pies a cabeza y dispuesto a que no tardaran en echarle, no pudo ya dar media vuelta, ignorante del error que acababa de cometer. El teatro era hogar de buenas galas, el entorno social predilecto para las altas esferas, pero poco le importaba eso al vampiro en ese momento: Aquel en el que lo que creyó enterrado salió de donde estuviera, demostrándole una vez más que no era nadie, solo un peón más, sin que pudiera remediarlo.
La melodía llenó la sala, melancólica, acunada por dos violines más y un piano de cola que perdían protagonismo ante la voz cantante del primer violín.
No fue eso lo que le sacó fuera de si, aun con la impertinencia del instrumento, sino las figuras en el escenario, concretamente una, hacia la derecha, dispuesta a acecharle como un espectro fuera donde fuera. Se le secó la garganta, y no respiró. Si hubiera tenido pulso se le habría detenido. Aflojó las manos que había mantenido en puños y se quedó ahí, en medio del pasillo que bajaba a los asientos. Los miles de asientos vacíos abrazando el escenario lo cohibieron como un público inexistente que se divertía ante la atracción.
Philippo no se movió, helado, y sus ojos casi perforaron la imagen del fantasma en pie, esbelto, sosteniendo el violín de madera. Memorizó su rostro una vez más, con un punto ansioso, los ojos azules primero, enmarcados en pestañas negras y largas que los acentuaban aún más. El cabello negro después, tan rizado como siempre, cayendo despreocupado en bucles suaves. El mentón más tarde, y las facciones perfectas seguidamente, que habría tallado en mármol en otro tiempo. Se perdió otra vez en sus manos, sosteniendo el instrumento y dejando ir notas que no había oído antes. Por encima de todo, notó crecer esa posesividad, esa desesperación que movía la necesidad de llevarlo consigo, raptarle, repetirle lo que sabía mil veces hasta que le creyera, hasta que quisiera creerlo. DEBÍA hacerlo.
Había pasado mucho tiempo desde la última vez que pudo verle tan de cerca.
-¿Quien eres esta vez? -Susurró a voz tan baja que apenas lo oyó él mismo, y acto seguido no supo que hacer. El miedo, el terror de volver a sufrir su pérdida lo acosó como una enfermedad. - Acabarás matándome.
Philippo Stagiakos- Vampiro Clase Media
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Fecha de inscripción : 04/11/2015
Localización : ¿Importa?
Re: You're already, the voice inside my head [Priv. Émile]
La viola de Luka esperaba pacientemente a que el piano le devolviera el protagonismo que compartía con sus hermanos de cuerda, los violines. El músico lo hacía también, fingiendo escuchar el sonido que bañaba la sala y pensando realmente en las primeras notas de su intervención. No faltaba mucho y a cada nota que salía del instrumento inventado en otros tiempos por Bartolomeo Cristofori, quedaba aún menos. Sintiendo cercana su intervención, el violista se preparó, apoyando el instrumento en su hombro y sujetándolo con la barbilla mientras sus manos acariciaban las cuerdas del mástil sin llegar a provocar vibración en ellas. Dejó escapar un suspiro completamente innecesario y finalmente llevó al arco a acariciar aquellas mismas cuerdas para que entre los dos crearan aquel sonido que había aprendido a amar.
De pie delante de un público que consistía en cinco personas, con el apoyo de instrumentos amigos sobre el escenario y con el conocimiento de que si algo salía mal le detendrían y podría empezar de nuevo, Luka empezó a hacer su magia. No como la que hacían los magos, por supuesto, ni siquiera la que podía encontrar en los circos estrambóticos que aparecían de tanto en tanto, sino magia de verdad, de la que nacía en sus manos y surgía gracias al instrumento que acariciaba con todo el cuidado del mundo. El joven se encontraba en un ensayo, rodeado de gente a la que en el escenario podía llamar amigos y de lo que no sabía nada detrás de éste. Entre el público estaban los evaluadores, profesionales que le escuchaban con ojo crítico más que admirando su música y dejándose llevar con ella. Eran ellos los que solían decirle que en el estreno todo debía salir perfecto; palabras que le presionaban a pesar de que Luka conociera sus limitaciones.
Pero el ensayo se vio interrumpido cuando apareció una figura ajena a aquel pequeño mundo. Luka siguió tocando, como si no lo hubiera visto, más esperó que el público sí se girara hacia la figura desconocida. Nadie lo hizo. Sin desconcentrarse, miró un momento hacia los violines y el piano que le acompañaban: tampoco parecían haberse cerciorado de la existencia de una nueva presencia en la sala. Aquello le dejaba solo frente al “peligro”. El hombre observó la figura empapada y desconocida que parecía observarle únicamente a él y por un momento se sintió cohibido. Su mano tembló sobre el mástil y casi consiguió que la melodía acabara en tragedia, pero fue capaz de evitarlo a tiempo. Y fue entonces cuando cerró los ojos, diciéndose que el extraño no causaría un efecto tan fuerte en él como para impedirle tocar. Lo haría como siempre, mayestático, y obligaría al recién llegado a amar también su música. Empezó a partir de ese momento a tocar únicamente para él, más que para críticos evaluadores.
Para su suerte o su desgracia, el primer violín empezó a fallar y el violinista terminó deteniendo su trabajo y gruñendo con frustración. Luka aprovechó aquello para devolver su mirada al pasillo en el que había visto al desconocido y cuya posición era delatada por los rastros de agua que quedaban sobre éste. Un hombre mayor del público se levantó para empezar a explicarle al violinista cuáles habían sido sus fallos. Pero Luka no les escuchaba, ya no. Su mirada buscaba algo más interesante. Tras varios minutos, otro miembro del público se levantó para dar el ensayo por terminado y el chico tuvo claro dónde debía dirigirse.
De pie delante de un público que consistía en cinco personas, con el apoyo de instrumentos amigos sobre el escenario y con el conocimiento de que si algo salía mal le detendrían y podría empezar de nuevo, Luka empezó a hacer su magia. No como la que hacían los magos, por supuesto, ni siquiera la que podía encontrar en los circos estrambóticos que aparecían de tanto en tanto, sino magia de verdad, de la que nacía en sus manos y surgía gracias al instrumento que acariciaba con todo el cuidado del mundo. El joven se encontraba en un ensayo, rodeado de gente a la que en el escenario podía llamar amigos y de lo que no sabía nada detrás de éste. Entre el público estaban los evaluadores, profesionales que le escuchaban con ojo crítico más que admirando su música y dejándose llevar con ella. Eran ellos los que solían decirle que en el estreno todo debía salir perfecto; palabras que le presionaban a pesar de que Luka conociera sus limitaciones.
Pero el ensayo se vio interrumpido cuando apareció una figura ajena a aquel pequeño mundo. Luka siguió tocando, como si no lo hubiera visto, más esperó que el público sí se girara hacia la figura desconocida. Nadie lo hizo. Sin desconcentrarse, miró un momento hacia los violines y el piano que le acompañaban: tampoco parecían haberse cerciorado de la existencia de una nueva presencia en la sala. Aquello le dejaba solo frente al “peligro”. El hombre observó la figura empapada y desconocida que parecía observarle únicamente a él y por un momento se sintió cohibido. Su mano tembló sobre el mástil y casi consiguió que la melodía acabara en tragedia, pero fue capaz de evitarlo a tiempo. Y fue entonces cuando cerró los ojos, diciéndose que el extraño no causaría un efecto tan fuerte en él como para impedirle tocar. Lo haría como siempre, mayestático, y obligaría al recién llegado a amar también su música. Empezó a partir de ese momento a tocar únicamente para él, más que para críticos evaluadores.
Para su suerte o su desgracia, el primer violín empezó a fallar y el violinista terminó deteniendo su trabajo y gruñendo con frustración. Luka aprovechó aquello para devolver su mirada al pasillo en el que había visto al desconocido y cuya posición era delatada por los rastros de agua que quedaban sobre éste. Un hombre mayor del público se levantó para empezar a explicarle al violinista cuáles habían sido sus fallos. Pero Luka no les escuchaba, ya no. Su mirada buscaba algo más interesante. Tras varios minutos, otro miembro del público se levantó para dar el ensayo por terminado y el chico tuvo claro dónde debía dirigirse.
Émile Bertrand- Vampiro Clase Baja
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Fecha de inscripción : 07/11/2015
Re: You're already, the voice inside my head [Priv. Émile]
Se dejó llevar por la melodía, inmerso en ésta, casi abstraído en esas miles de voces del pasado. Hablaban todas a una, ensordeciendole, pero por encima de todo, le venían a la mente los innumerables nombres que había tenido el contrario. La duda era como se llamaría ahora, si se creía nativo de Francia, o de donde. Una parte de si se alegraba, de haberlo encontrado en situación tan peculiar, no como otras tantas veces. Por lo menos en aquella situación el humor de Asariel no lo recluía a una posición mucho más degradante, o torturada.
Volvió a la realidad cuando la música se detuvo repentinamente, presa de varios fallos que no venían del violín que escuchaba, e ignoró completamente las miradas indiscretas que lo tacharon de descarado tras presentarse así en un ensayo de aquel calibre. Supo que Émile había estado evitando mirarle en contadas ocasiones durante la representación, y esperó tener que perseguirle, buscarle y llevárselo como había hecho ya antes, sin embargo lo que imaginó no ocurrió. Lo observó bajar las escaleras, sin moverse ni un ápice del sitio, y su figura se acercó, hasta situarse justo delante, confundiendolo, una parte de él preguntándose si de verdad sería tan fácil, si de verdad era real.
Contuvo el impulso de alzar una de las manos y tomar la muñeca contraria, y terminó por hablar, dubitativo, mencionando lo primero en lo que pudo pensar.- ¿Para quien tocabais? -Terminó por decir solamente, mirando apenas alrededor, inquieto, en el caso de que Asariel se encontrara por allí. Dudaba de si el propio Emile sabría de su naturaleza como vampiro, y por ello decidió mencionarlo de forma velada.- Debeis de tener mucha practica en lo que refiere a la música. ¿Cuanto exactamente? -Notó a los demás, abandonando la sala poco a poco, hasta que esta quedó vacía, con la excepción del fantasma y él.
Se percató de que no se había presentado, al menos no esta vez, y le extendió la mano sin apartar la vista del contrario. -Philippo. Es un placer. - Esperó, inseguro, consciente ahora de su apariencia y de lo que debía de estar pensando el contrario de él. Que estaba loco, quizás, o que directamente era una persona peculiar, alguien extraño. Una parte del griego desearía que su primer encuentro en París no hubiera tenido que ser así, pero no lo habría cambiado por otros 200 años de espera.
Dudó, planteandose que hacer durante mucho tiempo, y terminó lanzándose, sin reparos después de tantos siglos. Se aventuró a hablarle en griego, como sabía que el contrario no esperaría y comprendería. Era curioso hasta donde llegaba la influencia de Asariel, capaz de borrar recuerdos y mezclarlos pero no el conocimiento adquirido.- Tal vez... tal vez lo encontreis algo precipitado pero... ¿me acompañaríais esta noche a dar una vuelta?
No terminó de creer que Émile se encontrara allí, su viva imagen y por una triste vez decidió actuar como hizo entonces en Italia, sin tratar de hacerle recordar, contentandose con poder verle en su lugar. También supo que el contrario dudaría acerca de aceptar o no su oferta; otro humano en su lugar hubiera temido algo extraño, pero ambos eran vampiros, y los temores mortales evolucionaban notoriamente en ese aspecto. ¿Que amenaza podría suponer Philippo para alguien tan inmortal como él?- Siempre que no tengais responsabilidades, por supuesto.
Volvió a la realidad cuando la música se detuvo repentinamente, presa de varios fallos que no venían del violín que escuchaba, e ignoró completamente las miradas indiscretas que lo tacharon de descarado tras presentarse así en un ensayo de aquel calibre. Supo que Émile había estado evitando mirarle en contadas ocasiones durante la representación, y esperó tener que perseguirle, buscarle y llevárselo como había hecho ya antes, sin embargo lo que imaginó no ocurrió. Lo observó bajar las escaleras, sin moverse ni un ápice del sitio, y su figura se acercó, hasta situarse justo delante, confundiendolo, una parte de él preguntándose si de verdad sería tan fácil, si de verdad era real.
Contuvo el impulso de alzar una de las manos y tomar la muñeca contraria, y terminó por hablar, dubitativo, mencionando lo primero en lo que pudo pensar.- ¿Para quien tocabais? -Terminó por decir solamente, mirando apenas alrededor, inquieto, en el caso de que Asariel se encontrara por allí. Dudaba de si el propio Emile sabría de su naturaleza como vampiro, y por ello decidió mencionarlo de forma velada.- Debeis de tener mucha practica en lo que refiere a la música. ¿Cuanto exactamente? -Notó a los demás, abandonando la sala poco a poco, hasta que esta quedó vacía, con la excepción del fantasma y él.
Se percató de que no se había presentado, al menos no esta vez, y le extendió la mano sin apartar la vista del contrario. -Philippo. Es un placer. - Esperó, inseguro, consciente ahora de su apariencia y de lo que debía de estar pensando el contrario de él. Que estaba loco, quizás, o que directamente era una persona peculiar, alguien extraño. Una parte del griego desearía que su primer encuentro en París no hubiera tenido que ser así, pero no lo habría cambiado por otros 200 años de espera.
Dudó, planteandose que hacer durante mucho tiempo, y terminó lanzándose, sin reparos después de tantos siglos. Se aventuró a hablarle en griego, como sabía que el contrario no esperaría y comprendería. Era curioso hasta donde llegaba la influencia de Asariel, capaz de borrar recuerdos y mezclarlos pero no el conocimiento adquirido.- Tal vez... tal vez lo encontreis algo precipitado pero... ¿me acompañaríais esta noche a dar una vuelta?
No terminó de creer que Émile se encontrara allí, su viva imagen y por una triste vez decidió actuar como hizo entonces en Italia, sin tratar de hacerle recordar, contentandose con poder verle en su lugar. También supo que el contrario dudaría acerca de aceptar o no su oferta; otro humano en su lugar hubiera temido algo extraño, pero ambos eran vampiros, y los temores mortales evolucionaban notoriamente en ese aspecto. ¿Que amenaza podría suponer Philippo para alguien tan inmortal como él?- Siempre que no tengais responsabilidades, por supuesto.
Philippo Stagiakos- Vampiro Clase Media
- Mensajes : 23
Fecha de inscripción : 04/11/2015
Localización : ¿Importa?
Re: You're already, the voice inside my head [Priv. Émile]
La figura desconocida se encontraba colocada a tres escalones de Luka, distancia suficiente para que le sacara tranquilamente dos cabezas de altura. La mirada de violista se centró primero en la parte del cuerpo contrario que quedaba a su altura y no pudo evitar pensar que su respiración no resultaba normal ni parecía vital como la de los humanos. No le extrañó: alguien con un cuerpo magnífico como el que se escondía entre las ropas del desconocido no tenía por qué ser un producto humano. Tras unos segundos de auto-reflexión se animó a alzar la mirada y lo que vio le dejó extrañado: un rostro nervioso. También un aura contradictoria, como si el extraño luchara contra sus impulsos. Aun así Luka se mantuvo en silencio, expectante, y cuando llegó la pregunta emergida de los labios ajenos, no pudo más que dejar escapar aire por la nariz y dibujar una pequeña sonrisa. No era aquella la cuestión que había estado esperado. Aunque tampoco había esperado ninguna, sino que se habría contentado con su silencio, por extraño que pareciera. Pues había algunos seres de la noche como ellos dos que se comunicaban de aquella extraña manera.
—Suelo tocar para mí mismo, pues mi oído es el mayor crítico con el que podría encontrarme... pero en esta ocasión ha sido otro mi principal objetivo —dijo simplemente, sin revelar que por primera vez había decidido que merecía la pena dedicar su música a alguien más. Se arrepentía un poco de aquella decisión pues al fin y al cabo, nadie le dedicaba su música a los desconocidos. Quizá los auto-proclamados músicos de corazón, los que dedicaban su obra a su público, pero Luka sabía que ese tipo de músicos no eran más que charlatanes. Instrumentos humanos bonitos y poco más. Los auténticos magos de la música dejaban que el poder fluyera únicamente por su propio cuerpo. El siguiente comentario del extraño le sacó de sus pensamientos y le provocó también una leve inquietud, pues el hombre que estaba ante él empezaba a mostrar sus cartas. Luka se preguntó si su interés en él se debería únicamente a que ambos compartían la vida eterna. En una ocasión había escuchado que algunos vampiros daban caza a otros. Esperaba que esa no fuera una de aquellas situaciones—. A veces siento que llevo tocando toda mi vida.
¿Y en otras? Luka calló, sin atreverse a desvelarle al extraño que en otras ocasiones sentía que aquello de la música era lo más reciente que se había puesto a hacer. No tenía confianza con el otro, no sabía quién era ni lo que quería de él. Únicamente era un hombre mojado que había interrumpido un ensayo y le había observado escondiendo secretos en su mirada. Fue por ello por lo que la actitud de Luka se mantuvo aparentemente fría, distante. Como si el otro acabara de leerle los pensamientos, una mano fue tendida hacia él y un nombre llamativo emergió de los labios contrarios. Luka dudó si marcharse tras la presentación, si correr el riesgo de presentarse él también. Lo dudó, pero mientras su cabeza seguía pensando, su parte irracional ya había enviado la orden al cerebro de alargar su propia mano y estrechar la contraria.
—Luka. —alegó, perdiendo su oportunidad de huida y aceptando lo que fuera que le deparara Philippo—. Tenéis un nombre un tanto curioso. ¿Me permitís preguntar por su origen? —A su espalda, los pocos miembros del grupo que quedaban en el escenario fueron desapareciendo por salidas situadas en los laterales de la sala, dejándoles a solas. El temor en el corazón del violista creció. Se decía a sí mismo que no podía pasarle nada y que su vida no corría peligro pero aun así sintió ganas de marcharse de allí y alejarse de toda la situación. La mano contraria tenía contra su piel un tacto familiar que no hacía más que ahogarle. Fue entonces cuando las palabras extrañas pronunciadas en un idioma distinto quedaron flotando en el aire. Luka las entendió, como si hubieran sido dichas en el más sencillo de los idiomas. Olfateó su propia melancolía y escuchó el sonido del primer hogar. Y nuevamente su parte irracional actuó primero, respondiendo en el idioma extraño dotado de un deje musical que no tenía el francés—. Sinceramente lo estoy encontrando todo demasiado precipitado, Philippo. —confesó, usando por primera vez el nombre del otro. Hacerlo le hizo sentir extrañamente nervioso, sentimiento que contribuyó a que empezara a desesperarse. Retrocedió dos pasos, descendiendo dos peldaños en el proceso, y se llevó una mano temblorosa al cuello.
El idioma desconocido había surgido naturalmente de su garganta, convirtiendo lo imposible en posible. No únicamente aquello, sino que el nombre contrario le había causado una sensación de vértigo que había empeorado al imaginarse a sí mismo saliendo de aquel lugar con el desconocido. Luka creía que ya había rozado su límite. Carraspeó, intentando aparentar normalidad, y se recolocó su vestimenta mientras pensaba en la respuesta que podría darle al desconocido. Era maleducado rechazar la proposición gratuitamente. Tampoco tenía más compromisos, ni siquiera con una casa vacía que esperaba su vuelta ansiosamente. En silencio, volvió a subir los dos peldaños que había bajado en su retroceso y terminó por subir también los tres restantes, quedándose a la altura de Philippo. Le miró a los ojos, unos ojos claros que le estremecieron en lo más profundo, y alzó la mano para enseñarle educadamente la salida—. Usted primero, por favor.
—Suelo tocar para mí mismo, pues mi oído es el mayor crítico con el que podría encontrarme... pero en esta ocasión ha sido otro mi principal objetivo —dijo simplemente, sin revelar que por primera vez había decidido que merecía la pena dedicar su música a alguien más. Se arrepentía un poco de aquella decisión pues al fin y al cabo, nadie le dedicaba su música a los desconocidos. Quizá los auto-proclamados músicos de corazón, los que dedicaban su obra a su público, pero Luka sabía que ese tipo de músicos no eran más que charlatanes. Instrumentos humanos bonitos y poco más. Los auténticos magos de la música dejaban que el poder fluyera únicamente por su propio cuerpo. El siguiente comentario del extraño le sacó de sus pensamientos y le provocó también una leve inquietud, pues el hombre que estaba ante él empezaba a mostrar sus cartas. Luka se preguntó si su interés en él se debería únicamente a que ambos compartían la vida eterna. En una ocasión había escuchado que algunos vampiros daban caza a otros. Esperaba que esa no fuera una de aquellas situaciones—. A veces siento que llevo tocando toda mi vida.
¿Y en otras? Luka calló, sin atreverse a desvelarle al extraño que en otras ocasiones sentía que aquello de la música era lo más reciente que se había puesto a hacer. No tenía confianza con el otro, no sabía quién era ni lo que quería de él. Únicamente era un hombre mojado que había interrumpido un ensayo y le había observado escondiendo secretos en su mirada. Fue por ello por lo que la actitud de Luka se mantuvo aparentemente fría, distante. Como si el otro acabara de leerle los pensamientos, una mano fue tendida hacia él y un nombre llamativo emergió de los labios contrarios. Luka dudó si marcharse tras la presentación, si correr el riesgo de presentarse él también. Lo dudó, pero mientras su cabeza seguía pensando, su parte irracional ya había enviado la orden al cerebro de alargar su propia mano y estrechar la contraria.
—Luka. —alegó, perdiendo su oportunidad de huida y aceptando lo que fuera que le deparara Philippo—. Tenéis un nombre un tanto curioso. ¿Me permitís preguntar por su origen? —A su espalda, los pocos miembros del grupo que quedaban en el escenario fueron desapareciendo por salidas situadas en los laterales de la sala, dejándoles a solas. El temor en el corazón del violista creció. Se decía a sí mismo que no podía pasarle nada y que su vida no corría peligro pero aun así sintió ganas de marcharse de allí y alejarse de toda la situación. La mano contraria tenía contra su piel un tacto familiar que no hacía más que ahogarle. Fue entonces cuando las palabras extrañas pronunciadas en un idioma distinto quedaron flotando en el aire. Luka las entendió, como si hubieran sido dichas en el más sencillo de los idiomas. Olfateó su propia melancolía y escuchó el sonido del primer hogar. Y nuevamente su parte irracional actuó primero, respondiendo en el idioma extraño dotado de un deje musical que no tenía el francés—. Sinceramente lo estoy encontrando todo demasiado precipitado, Philippo. —confesó, usando por primera vez el nombre del otro. Hacerlo le hizo sentir extrañamente nervioso, sentimiento que contribuyó a que empezara a desesperarse. Retrocedió dos pasos, descendiendo dos peldaños en el proceso, y se llevó una mano temblorosa al cuello.
El idioma desconocido había surgido naturalmente de su garganta, convirtiendo lo imposible en posible. No únicamente aquello, sino que el nombre contrario le había causado una sensación de vértigo que había empeorado al imaginarse a sí mismo saliendo de aquel lugar con el desconocido. Luka creía que ya había rozado su límite. Carraspeó, intentando aparentar normalidad, y se recolocó su vestimenta mientras pensaba en la respuesta que podría darle al desconocido. Era maleducado rechazar la proposición gratuitamente. Tampoco tenía más compromisos, ni siquiera con una casa vacía que esperaba su vuelta ansiosamente. En silencio, volvió a subir los dos peldaños que había bajado en su retroceso y terminó por subir también los tres restantes, quedándose a la altura de Philippo. Le miró a los ojos, unos ojos claros que le estremecieron en lo más profundo, y alzó la mano para enseñarle educadamente la salida—. Usted primero, por favor.
Émile Bertrand- Vampiro Clase Baja
- Mensajes : 10
Fecha de inscripción : 07/11/2015
Re: You're already, the voice inside my head [Priv. Émile]
Pudo adivinar el nerviosismo del contrario, mas no hizo nada por explicarse, esperando que esa sola invitación fuera suficiente para tenerle por lo menos unas cuantas horas. Era irónico, porque notaba su propio cuerpo en tensión, imitando al ajeno, y lo primero en lo que pudo pensar, es que le entendía completamente.
Se encontraba ausente, bebiendo de su presencia todavia cuando habló, y la voz se le antojó dolorosamente conocida, en un idioma distinto que a pesar de ello no le despertaba tanta nostalgia como el original. Fue cómico, porque casi se sintió como aquel niño pequeño, decidido a seguir hablandole en griego, deseoso de oirle y quizás sanarse de esa manera un poco las heridas.
Analizando su propia propuesta, se preguntaba hasta donde "Luka" sospechaba de sus intenciones. Le habría gustado saber en que pensaba por una vez, solo para aclarar cualquier posible duda. Por lo menos le dejaría claro que de entre todas las cosas que podría hacerle, daño no sería exactamente una de ellas, tampoco es que pudiera. No cuando tienes a alguien tan idealizado en la cabeza, persiguiendote día si y día también. Philip alababa a Émile, lejos de desear causarle mal, más allá de ello, estaba obsesionado con 'salvarle', pese a que "Luka" en aquel momento se mostrara bien.
-Teneis talento, o por lo menos, así me lo parece. Le preguntaría donde aprendió a tocar pero se me antoja una indiscreción. -Le habló en griego, ignorando las últimas miradas indiscretas que dejaban la sala, y casi sintió ese vértigo, familiar, al tomar la mano ajena en la propia. No mostró intención de soltarla, reprimiendose por no acariciar la palma con los dedos, y aun con ello terminó haciendolo escuetamente en su dorso con el pulgar.
-Philippo es una variación directa del griego Φίλιππος (Philippos), aunque también existe la variación romana, Philippus. Personalmente me desagrada esta última.-Hizo una pausa, y lo miró directamente, casi intimidado por la nueva presencia de Émile, de Luka. - Vuestro nombre es interesante también, no lo había oído hasta ahora. -Contestó al final, y forzó una sonrisa muy escueta, que si bien se alegraba de hablar con él, se mostraba ávido por hacerle recordar. ¿Y qué deseaba Philip en aquel momento? Oh, bonitas indecencias, aun sin poder. No todavía.
Se obligó a cortar el hilo de pensamientos, aquel que le frustraría y que sin duda le volvería alguien violento, alguien como había sido en Fenicia y más tarde en Roma. Pero no. Philippo no podía permitirse raptarle, no otra vez. No se arriesgaría a asustarle o provocar su huída. El tiempo le había enseñado a tratar con el griego, paso a paso.
Se preguntó a donde llevarle, dudoso ahora de que fuera buena idea. Por supuesto, no es como si pudiera invitarle a cenar, al menos, si no quería matar a alguien en un callejón por el bien de ambos. No sabía cuales eran los ideales de Luka respecto a ello, y fue por eso que se abstuvo, decidiéndose por una variante mucho más civilizada, a su parecer.
-Siento si se os antoja precipitado, le juro que no es mi intención molestarte, es solo... -Negó y terminó pasandose una mano por el cabello, sabiendo su propio aspecto, y sorprendido de que siquiera le concediera conversación. -Soy pintor. -Contestó, buscando las excusas pertinentes, y a su vez, dándose cuenta de que era verdad, o por lo menos, lo había sido antes de que parara de hacerlo abruptamente. - Retratista más bien. Me han pedido paisajes en otras ocasiones pero los detesto. Demasiado vacíos, o bueno, casi todos. -Lo miró.- Llevo un tiempo buscando... una nueva musa.
Guardó silencio, y se tildó de mentiroso, completamente sabeedor de lo que ocultaba en su estudio, bajo telas que apenas se atrevía ya a levantar. Le había pintado ya innumerables veces, pero casi se le antojaba correcta la idea de hacerlo de nuevo. Captó ese ademán del contrario por apartarse, y cerró las manos en puños, tenso, hasta que se volvió a acercar, y pudo permitirse mirarlo a su nivel. Se tranquilizó, captando el gesto que los dirigía hacia la salida, y lo hizo entonces.- No tenéis que aceptar la propuesta, pero si de verdad queríais saber mis intenciones, eran esas.
Mintió, de manera un tanto descarada, sabiendo que no podría probarlo tampoco, y fue con él por los pasillos, abandonando el teatro y quedando a merced de las calles, la luna brillante situada en lo alto sobre sus cabezas.
Se encontraba ausente, bebiendo de su presencia todavia cuando habló, y la voz se le antojó dolorosamente conocida, en un idioma distinto que a pesar de ello no le despertaba tanta nostalgia como el original. Fue cómico, porque casi se sintió como aquel niño pequeño, decidido a seguir hablandole en griego, deseoso de oirle y quizás sanarse de esa manera un poco las heridas.
Analizando su propia propuesta, se preguntaba hasta donde "Luka" sospechaba de sus intenciones. Le habría gustado saber en que pensaba por una vez, solo para aclarar cualquier posible duda. Por lo menos le dejaría claro que de entre todas las cosas que podría hacerle, daño no sería exactamente una de ellas, tampoco es que pudiera. No cuando tienes a alguien tan idealizado en la cabeza, persiguiendote día si y día también. Philip alababa a Émile, lejos de desear causarle mal, más allá de ello, estaba obsesionado con 'salvarle', pese a que "Luka" en aquel momento se mostrara bien.
-Teneis talento, o por lo menos, así me lo parece. Le preguntaría donde aprendió a tocar pero se me antoja una indiscreción. -Le habló en griego, ignorando las últimas miradas indiscretas que dejaban la sala, y casi sintió ese vértigo, familiar, al tomar la mano ajena en la propia. No mostró intención de soltarla, reprimiendose por no acariciar la palma con los dedos, y aun con ello terminó haciendolo escuetamente en su dorso con el pulgar.
-Philippo es una variación directa del griego Φίλιππος (Philippos), aunque también existe la variación romana, Philippus. Personalmente me desagrada esta última.-Hizo una pausa, y lo miró directamente, casi intimidado por la nueva presencia de Émile, de Luka. - Vuestro nombre es interesante también, no lo había oído hasta ahora. -Contestó al final, y forzó una sonrisa muy escueta, que si bien se alegraba de hablar con él, se mostraba ávido por hacerle recordar. ¿Y qué deseaba Philip en aquel momento? Oh, bonitas indecencias, aun sin poder. No todavía.
Se obligó a cortar el hilo de pensamientos, aquel que le frustraría y que sin duda le volvería alguien violento, alguien como había sido en Fenicia y más tarde en Roma. Pero no. Philippo no podía permitirse raptarle, no otra vez. No se arriesgaría a asustarle o provocar su huída. El tiempo le había enseñado a tratar con el griego, paso a paso.
Se preguntó a donde llevarle, dudoso ahora de que fuera buena idea. Por supuesto, no es como si pudiera invitarle a cenar, al menos, si no quería matar a alguien en un callejón por el bien de ambos. No sabía cuales eran los ideales de Luka respecto a ello, y fue por eso que se abstuvo, decidiéndose por una variante mucho más civilizada, a su parecer.
-Siento si se os antoja precipitado, le juro que no es mi intención molestarte, es solo... -Negó y terminó pasandose una mano por el cabello, sabiendo su propio aspecto, y sorprendido de que siquiera le concediera conversación. -Soy pintor. -Contestó, buscando las excusas pertinentes, y a su vez, dándose cuenta de que era verdad, o por lo menos, lo había sido antes de que parara de hacerlo abruptamente. - Retratista más bien. Me han pedido paisajes en otras ocasiones pero los detesto. Demasiado vacíos, o bueno, casi todos. -Lo miró.- Llevo un tiempo buscando... una nueva musa.
Guardó silencio, y se tildó de mentiroso, completamente sabeedor de lo que ocultaba en su estudio, bajo telas que apenas se atrevía ya a levantar. Le había pintado ya innumerables veces, pero casi se le antojaba correcta la idea de hacerlo de nuevo. Captó ese ademán del contrario por apartarse, y cerró las manos en puños, tenso, hasta que se volvió a acercar, y pudo permitirse mirarlo a su nivel. Se tranquilizó, captando el gesto que los dirigía hacia la salida, y lo hizo entonces.- No tenéis que aceptar la propuesta, pero si de verdad queríais saber mis intenciones, eran esas.
Mintió, de manera un tanto descarada, sabiendo que no podría probarlo tampoco, y fue con él por los pasillos, abandonando el teatro y quedando a merced de las calles, la luna brillante situada en lo alto sobre sus cabezas.
Philippo Stagiakos- Vampiro Clase Media
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Fecha de inscripción : 04/11/2015
Localización : ¿Importa?
Re: You're already, the voice inside my head [Priv. Émile]
Luka esperó pacientemente, escuchando las palabras contrarias más dejando pasar ciertos comentarios como el del origen de su propio nombre con tal de evitar que al hablar ese idioma desconocido surgiera de nuevo de sus labios. Frunció el ceño al sentir el cuerpo contrario nervioso al haberle acusado educadamente de estarse precipitando. El nerviosismo era la señal de los mentirosos poco descarados, de los que se presentaban ante él alabando obras completamente grandiosas y siendo incapaces de dar razones por ello en cuanto se les preguntaba. Simples interesados en la socialización más que en el arte según Luka. Se mantuvo en silencio expectante de alguna mentira, de algún halago que le demostrara las intenciones de aquel desconocido, pero en su lugar recibió una confesión inesperada.
—¿Pintor? —preguntó con la sorpresa involuntariamente marcada en su voz. Dejó escapar una pequeña risa, algo puro que borró la tensión inicial, al menos en apariencia—. Retratista. Discúlpeme pero no hace cara usted de… retratista —comentó, intentando salir de su asombro. Había llegado a pensar muchas cosas sobre ese desconocido, siendo sinceros más de la mayoría malas, pero jamás que le saldría con aquellas palabras. ¿Excusas quizá? Luka dirigió la mirada a las manos del desconocido y sus ojos, más poderosos que los de ningún humano, pudieron captar líneas y detalles que únicamente podrían poseer los artistas. Antiguas, más de lo normal. Devolvió la atención a su interlocutor y sonrió mínimamente en cuanto le escuchó criticando los paisajes. Era cierto: a él mismo le aburrían también aquellas imágenes vacías y carentes de significado—. Las mejores historias se ocultan dentro de las personas… —susurró para sí mismo —sorpresivamente pero sin darse cuenta, en griego—, apoyando la opinión del retratista.
Pero la situación pareció cambiar de rumbo y de pronto se dejó de hablar de estilos pictóricos y la atención se dirigió hacia las musas. A Luka no le gustó la dirección que tomó la conversación entonces. ¿Se habría equivocado con Philippo? ¿Sería él también un vulgar perseguidor de las personas en vez de amante del arte? Aun así sus palabras sonaron sinceras a oídos de Luka. El violista suspiró antes de acomodarse el traje. Le envió una mirada dura a su compañero y su respuesta no fue en absoluto afirmativa.
—Me gustaría ver sus obras antes de darle una respuesta —aseguró. Con ello descubriría si la magia que rodeaba a Philippo era únicamente una farsa o tendría de verdad talento. Volvió a acomodarse la ropa y empezó a seguir al retratista por los pasillos del teatro, avanzando entre escaleras y barandillas de mármol y saliendo al exterior, recibiendo el frío nocturno al salir, acariciándole como si quisiera hacer desaparecer todas las tensiones de su cuerpo—. Conozco un lugar tranquilo por aquí, no sé si será de su gusto, pero lo espero —alegó, avanzándose al cuerpo contrario y convirtiéndose en el guía de aquella escapada nocturna. Se sorprendió al descubrir la gran cantidad de personas que paseaban todavía por la calle, carentes de sentido común y del instinto primario detector del peligro. Luka se enfureció al sentirse rodeado con semejante tentación alrededor. Avanzó rápido entre ellos, esquivándoles con una maestría envidiable y fingiendo no prestar atención a los pocos saludos que le dedicaron por el camino. Fue al entrar en uno de los callejones cuando se permitió reducir la velocidad y acercarse a Philippo con una disculpa en sus labios—. No me gustan demasiado los lugares concurridos, espero que no le haya molestado esta prueba de velocidad. Y quizá pueda sonar extraño viniendo de alguien acostumbrado a tocar en grandes salas de conciertos, pero prefiero la soledad a la excesiva compañía —añadió en un intento de abrirse un poco al retratista. No podía negar que el que su interlocutor fuera un genio creador le había hecho gracia o al menos le había hecho sentir simpatía por él.
—¿Pintor? —preguntó con la sorpresa involuntariamente marcada en su voz. Dejó escapar una pequeña risa, algo puro que borró la tensión inicial, al menos en apariencia—. Retratista. Discúlpeme pero no hace cara usted de… retratista —comentó, intentando salir de su asombro. Había llegado a pensar muchas cosas sobre ese desconocido, siendo sinceros más de la mayoría malas, pero jamás que le saldría con aquellas palabras. ¿Excusas quizá? Luka dirigió la mirada a las manos del desconocido y sus ojos, más poderosos que los de ningún humano, pudieron captar líneas y detalles que únicamente podrían poseer los artistas. Antiguas, más de lo normal. Devolvió la atención a su interlocutor y sonrió mínimamente en cuanto le escuchó criticando los paisajes. Era cierto: a él mismo le aburrían también aquellas imágenes vacías y carentes de significado—. Las mejores historias se ocultan dentro de las personas… —susurró para sí mismo —sorpresivamente pero sin darse cuenta, en griego—, apoyando la opinión del retratista.
Pero la situación pareció cambiar de rumbo y de pronto se dejó de hablar de estilos pictóricos y la atención se dirigió hacia las musas. A Luka no le gustó la dirección que tomó la conversación entonces. ¿Se habría equivocado con Philippo? ¿Sería él también un vulgar perseguidor de las personas en vez de amante del arte? Aun así sus palabras sonaron sinceras a oídos de Luka. El violista suspiró antes de acomodarse el traje. Le envió una mirada dura a su compañero y su respuesta no fue en absoluto afirmativa.
—Me gustaría ver sus obras antes de darle una respuesta —aseguró. Con ello descubriría si la magia que rodeaba a Philippo era únicamente una farsa o tendría de verdad talento. Volvió a acomodarse la ropa y empezó a seguir al retratista por los pasillos del teatro, avanzando entre escaleras y barandillas de mármol y saliendo al exterior, recibiendo el frío nocturno al salir, acariciándole como si quisiera hacer desaparecer todas las tensiones de su cuerpo—. Conozco un lugar tranquilo por aquí, no sé si será de su gusto, pero lo espero —alegó, avanzándose al cuerpo contrario y convirtiéndose en el guía de aquella escapada nocturna. Se sorprendió al descubrir la gran cantidad de personas que paseaban todavía por la calle, carentes de sentido común y del instinto primario detector del peligro. Luka se enfureció al sentirse rodeado con semejante tentación alrededor. Avanzó rápido entre ellos, esquivándoles con una maestría envidiable y fingiendo no prestar atención a los pocos saludos que le dedicaron por el camino. Fue al entrar en uno de los callejones cuando se permitió reducir la velocidad y acercarse a Philippo con una disculpa en sus labios—. No me gustan demasiado los lugares concurridos, espero que no le haya molestado esta prueba de velocidad. Y quizá pueda sonar extraño viniendo de alguien acostumbrado a tocar en grandes salas de conciertos, pero prefiero la soledad a la excesiva compañía —añadió en un intento de abrirse un poco al retratista. No podía negar que el que su interlocutor fuera un genio creador le había hecho gracia o al menos le había hecho sentir simpatía por él.
Émile Bertrand- Vampiro Clase Baja
- Mensajes : 10
Fecha de inscripción : 07/11/2015
Re: You're already, the voice inside my head [Priv. Émile]
Las respuestas de Émile fueron justo como esperó. Reconoció sus manías en cada acto pero más allá de ello, le despertó nostalgia. Había cosas también que no reconocía de quien había sido alguna vez su amante, habían gestos que pertenecían a "Luka" y todas aquellas personas que había asegurado ser en el pasado.
Si se paraba a analizarlo, no habían muchas diferencias entre los locos con los que trataba Leah diariamente y Émile, por mucho que le doliera admitirlo. La única realidad es que aquellos pobres eran locos por causas de la vida y su chico griego lo era por una causa mayor directamente culpa de Philippo. Tener que vivir con ese peso sobre los hombros era desgarrador en múltiples formas.
Salió de sus ensoñaciones, mirando ahora a "Luka" y no a "Émile", notándose el sobresfuerzo en esa realización. Tal vez hiciera como en Italia, tal vez se dejara llevar. No sabía si estaba preparado para una nueva ronda de declaraciones, enseñándole paso a paso toda la evidencia que tenía con el fin de hacerle recordar. Cada vez era más difícil.
-Si, bueno... -Sonrió, pasandose la mano por el cabello, en un gesto muy humano, antes de cortar la frase e indicarle que se adelantara y pasara primero por la puerta. - Supongo que es extraño, pero si me permitís la falta de modestia, diré que soy bueno en mi trabajo y debo serlo ¿si no con qué derecho me llamaría a pintor? -Volvió a hablar en francés, captando la tensión del cuerpo de Émile, y evitó tocarle o cogerle la mano, a sabiendas de que no era apropiado y mucho menos sin tener la certeza de que no le apartaría.
-Opino lo mismo, pero no os aburriré más con mis historias de brochas y óleos... Confesaré que como ya os he insinuado, deseo pintaros y que aceptarais me agradaría mucho. Estaré encantado de enseñaros mis trabajos mañana a primera hora, pues me parece insolente hacerlo ahora, y temo que podáis pensar que tramo algo con todo esto.
Siguió al moreno, a paso tranquilo por las calles, permitiendo que le guiara por la ciudad, y tuvo curiosidad, sin saber a donde querría dirigirse, sin saber que hacer exactamente. Le resultaba gracioso el solo caer en el hecho de que había sido él quien había tratado de invitarle a salir, y había sido Luka quien había terminado haciendo de guía para llevarle al sitio. ¿Podía fiarse de Luka? No lo sabía, no sabía que nuevas facetas tendría esa personalidad suya, pero Philippo era inmortal, y siendo éste lo único que llevaba buscando durante años, no se achantaría ahora, lo llevara donde lo llevara.
-Me siento de la misma manera, es por ello que vivo solo. -Le sonrió levemente, recordando vagamente el deplorable estado de su piso, y se dijo que lo adecentaría cuando terminara aquel encuentro. No metería a Émile allí sin haberlo dejado en condiciones, ahora mismo era completo descontrol. -No me resulta raro en absoluto, ya que si bien tocais para otras personas, no estais solo en el escenario, y es fácil evadirse cuando se está tocando música, no me extrañaría que os sintierais lejos de allí. -Hizo una pausa.- ¿Donde me llevais? -Sonrió.- Si no le molesta que pregunte.
Si se paraba a analizarlo, no habían muchas diferencias entre los locos con los que trataba Leah diariamente y Émile, por mucho que le doliera admitirlo. La única realidad es que aquellos pobres eran locos por causas de la vida y su chico griego lo era por una causa mayor directamente culpa de Philippo. Tener que vivir con ese peso sobre los hombros era desgarrador en múltiples formas.
Salió de sus ensoñaciones, mirando ahora a "Luka" y no a "Émile", notándose el sobresfuerzo en esa realización. Tal vez hiciera como en Italia, tal vez se dejara llevar. No sabía si estaba preparado para una nueva ronda de declaraciones, enseñándole paso a paso toda la evidencia que tenía con el fin de hacerle recordar. Cada vez era más difícil.
-Si, bueno... -Sonrió, pasandose la mano por el cabello, en un gesto muy humano, antes de cortar la frase e indicarle que se adelantara y pasara primero por la puerta. - Supongo que es extraño, pero si me permitís la falta de modestia, diré que soy bueno en mi trabajo y debo serlo ¿si no con qué derecho me llamaría a pintor? -Volvió a hablar en francés, captando la tensión del cuerpo de Émile, y evitó tocarle o cogerle la mano, a sabiendas de que no era apropiado y mucho menos sin tener la certeza de que no le apartaría.
-Opino lo mismo, pero no os aburriré más con mis historias de brochas y óleos... Confesaré que como ya os he insinuado, deseo pintaros y que aceptarais me agradaría mucho. Estaré encantado de enseñaros mis trabajos mañana a primera hora, pues me parece insolente hacerlo ahora, y temo que podáis pensar que tramo algo con todo esto.
Siguió al moreno, a paso tranquilo por las calles, permitiendo que le guiara por la ciudad, y tuvo curiosidad, sin saber a donde querría dirigirse, sin saber que hacer exactamente. Le resultaba gracioso el solo caer en el hecho de que había sido él quien había tratado de invitarle a salir, y había sido Luka quien había terminado haciendo de guía para llevarle al sitio. ¿Podía fiarse de Luka? No lo sabía, no sabía que nuevas facetas tendría esa personalidad suya, pero Philippo era inmortal, y siendo éste lo único que llevaba buscando durante años, no se achantaría ahora, lo llevara donde lo llevara.
-Me siento de la misma manera, es por ello que vivo solo. -Le sonrió levemente, recordando vagamente el deplorable estado de su piso, y se dijo que lo adecentaría cuando terminara aquel encuentro. No metería a Émile allí sin haberlo dejado en condiciones, ahora mismo era completo descontrol. -No me resulta raro en absoluto, ya que si bien tocais para otras personas, no estais solo en el escenario, y es fácil evadirse cuando se está tocando música, no me extrañaría que os sintierais lejos de allí. -Hizo una pausa.- ¿Donde me llevais? -Sonrió.- Si no le molesta que pregunte.
Philippo Stagiakos- Vampiro Clase Media
- Mensajes : 23
Fecha de inscripción : 04/11/2015
Localización : ¿Importa?
Re: You're already, the voice inside my head [Priv. Émile]
El violista abrió los ojos con sorpresa cuando recibió la confesión del otro de que vivía en soledad. Le había imaginado en algún lugar apartado, sí, algún lugar donde los genios creadores como decía él que era se encontraran a gusto e inspirados las veinticuatro horas del día. Pero también lo había dibujado en su mente rodeado de personas que le valorarían o le atosigarían para que continuara con sus tareas. Con una familia, quizá. Una buena y cálida familia que llevaría muchos siglos con él. Pero al igual que lo estaba Luka, Philippo parecía estar solo. El pensamiento de que el hombre viviera en soledad le tranquilizó y le molestó a la vez y el músico ni siquiera supo explicarse por qué. Sintió entonces que se contradecía, que perdía el control y la seguridad en sí mismo de una manera patética que no le gustaba en absoluto. Hastiado, chasqueó la lengua y se obligó a apartar esos pensamientos de su mente antes de responder al comentario del contrario sobre su evasión en el escenario.
—Es justamente como lo narráis —alegó, buscando alrededor algo que pudiera distraer su atención y evitar el tener que observar a su acompañante al rostro. No quería hacerlo después de haberle culpabilizado por su propia contradicción—. Supongo que a los artistas plásticos debe sucederles algo parecido, sino no me explico cómo es posible que podáis haberlo descrito con tanta precisión —añadió, girándose hacia Philippo casi sin darse cuenta y dedicándole una pequeña sonrisa confiada. Cuando su mirada se posó sobre la panadería fue cuando recibió la pregunta del retratista sobre el lugar al que se dirigían y Luka se permitió sonreír de nuevo—. Paciencia, estamos a punto de llegar.
Giró hacia la derecha en cuanto el callejón por el que avanzaban se bifurcó y continuó avanzando en línea recta, forzando su mirada hacia delante para asegurarse de los metros que quedaban hasta alcanzar el destino. Demasiado lejana como para que un humano normal pudiera divisarla desde el lugar en el que se encontraban los dos seres sobrenaturales, se encontraba una pequeña cafetería. El edificio estaba rodeado por un aura de tranquilidad y calma y aunque desde donde se encontraba Luka no podía saber con exactitud el número de ellas, intuía que habría únicamente dos o tres parejas en su interior. El lugar había sido construido bastantes años atrás con los mejores materiales disponibles de la época pero había sido absorbido por los altos edificios que se habían construido posteriormente y se había convertido en una pequeña cafetería que pocos conocían y cuyo cierre se encontraba próximo; cuando el dueño, un hombre ya mayor, decidiera dejarlo o muriera. A medida que se fueron aproximando a ella, el olor a madera y a café fue llenándoles las fosas nasales hasta que los olores de la ciudad desaparecieron por completo.
Luka se adelantó y le abrió la puerta a Philippo, pidiendo que pasara él primero y entrando en el lugar después. Se sacó la chaqueta, la dejó en un pequeño colgador que se encontraba al lado de la puerta de entrada y se acercó hacia la barra, apoyándose en ésta con los codos y marcando un pequeño ritmo con el pie bajo ella. Como si se encontrara nervioso de pronto. Saludó al dueño en francés con una sonrisa inocente que delataba la gran cantidad de días que había pasado allí y la familiaridad que tenía con aquellas personas y se acercó a una de las mesas que se encontraban cerca de la ventana. Invitó a Philippo a sentarse delante de él y en cuanto se instaló cruzó las piernas y apoyó la cabeza sobre su mano derecha, cuyo codo estaba apoyado sobre la mesa.
—Es un pequeño lugar que suelo frecuentar, aunque pocas veces traigo a alguien —alegó como explicación, sintiendo que se lo debía mínimamente a Philippo por no haberle dirigido la palabra hasta entonces. Podría haberle llevado a cualquier otro lugar, pero su instinto le había recomendado ése y Luka pocas veces ignoraba sus instintos—. Espero no resultarle indiscreto yo ahora, pero hay algo que me lleva escamando desde que hemos salido del teatro —prosiguió entonces, mirando seriamente a Philippo y esperando seriedad también por su parte—. ¿Cómo ha sabido usted en qué idioma tenía que hablarme, Philippo? Me refiero a aquello de hablar en otra lengua. Era… ¿griego? —se atrevió a aventurar, tomando en cuenta los orígenes del nombre contrario—. Parecía usted tener la certeza de que podría entenderle y le respondería —le explicó, omitiendo el hecho de que no sabía que su mente conocía de alguna manera aquel extraño idioma.
—Es justamente como lo narráis —alegó, buscando alrededor algo que pudiera distraer su atención y evitar el tener que observar a su acompañante al rostro. No quería hacerlo después de haberle culpabilizado por su propia contradicción—. Supongo que a los artistas plásticos debe sucederles algo parecido, sino no me explico cómo es posible que podáis haberlo descrito con tanta precisión —añadió, girándose hacia Philippo casi sin darse cuenta y dedicándole una pequeña sonrisa confiada. Cuando su mirada se posó sobre la panadería fue cuando recibió la pregunta del retratista sobre el lugar al que se dirigían y Luka se permitió sonreír de nuevo—. Paciencia, estamos a punto de llegar.
Giró hacia la derecha en cuanto el callejón por el que avanzaban se bifurcó y continuó avanzando en línea recta, forzando su mirada hacia delante para asegurarse de los metros que quedaban hasta alcanzar el destino. Demasiado lejana como para que un humano normal pudiera divisarla desde el lugar en el que se encontraban los dos seres sobrenaturales, se encontraba una pequeña cafetería. El edificio estaba rodeado por un aura de tranquilidad y calma y aunque desde donde se encontraba Luka no podía saber con exactitud el número de ellas, intuía que habría únicamente dos o tres parejas en su interior. El lugar había sido construido bastantes años atrás con los mejores materiales disponibles de la época pero había sido absorbido por los altos edificios que se habían construido posteriormente y se había convertido en una pequeña cafetería que pocos conocían y cuyo cierre se encontraba próximo; cuando el dueño, un hombre ya mayor, decidiera dejarlo o muriera. A medida que se fueron aproximando a ella, el olor a madera y a café fue llenándoles las fosas nasales hasta que los olores de la ciudad desaparecieron por completo.
Luka se adelantó y le abrió la puerta a Philippo, pidiendo que pasara él primero y entrando en el lugar después. Se sacó la chaqueta, la dejó en un pequeño colgador que se encontraba al lado de la puerta de entrada y se acercó hacia la barra, apoyándose en ésta con los codos y marcando un pequeño ritmo con el pie bajo ella. Como si se encontrara nervioso de pronto. Saludó al dueño en francés con una sonrisa inocente que delataba la gran cantidad de días que había pasado allí y la familiaridad que tenía con aquellas personas y se acercó a una de las mesas que se encontraban cerca de la ventana. Invitó a Philippo a sentarse delante de él y en cuanto se instaló cruzó las piernas y apoyó la cabeza sobre su mano derecha, cuyo codo estaba apoyado sobre la mesa.
—Es un pequeño lugar que suelo frecuentar, aunque pocas veces traigo a alguien —alegó como explicación, sintiendo que se lo debía mínimamente a Philippo por no haberle dirigido la palabra hasta entonces. Podría haberle llevado a cualquier otro lugar, pero su instinto le había recomendado ése y Luka pocas veces ignoraba sus instintos—. Espero no resultarle indiscreto yo ahora, pero hay algo que me lleva escamando desde que hemos salido del teatro —prosiguió entonces, mirando seriamente a Philippo y esperando seriedad también por su parte—. ¿Cómo ha sabido usted en qué idioma tenía que hablarme, Philippo? Me refiero a aquello de hablar en otra lengua. Era… ¿griego? —se atrevió a aventurar, tomando en cuenta los orígenes del nombre contrario—. Parecía usted tener la certeza de que podría entenderle y le respondería —le explicó, omitiendo el hecho de que no sabía que su mente conocía de alguna manera aquel extraño idioma.
Émile Bertrand- Vampiro Clase Baja
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