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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Vaughn S. Williams Sáb Dic 26, 2015 4:15 am

Salió de la taberna sobre las doce en punto de la noche, dudó si entrar o no en el burdel y acabó siguiendo el rumbo que le dictaban sus pies hasta acabar perdido en París. Nadie diría que el Duque de Inglaterra, un Williams, había caído tan bajo, pero nadie podría reconocerle en Francia tampoco. Había viajado mucho, visto aún más y odiado con toda su alma a una mujer que no conocía pero que sentía dentro de él, una parte de su pasado con la que no podía reencontrarse. Su madre. Su verdadera madre.
Terminó rodeado de árboles enormes y una luna preciosa que le obligó a detenerse, nostálgico de aquellos tiempos en que cazaba con su padre y su mayor preocupación era que su antiguo mejor amigo Richard no descubriera lo mucho que le amaba. Pero eran otros tiempos, concluyó, bajando la cabeza. Una gota de agua resbaló por su mejilla, y se dio cuenta de que era una lágrima. Su lágrima.

No me educaron para esto -dijo en voz alta, recordando que él era un orgulloso duque, hijo de duques y que todos los años que pasó encerrado en su castillo “preparándose” valieron para algo más. Llorar ayudaba al alma, sí, pero no a su mente. Necesitaba aferrarse a algo, lo que fuera…

Entonces un sonido llamó su atención, no iba tan borracho como para no escucharlo, pero sí como para no determinar el lugar exacto del que provenía. Se quedó allí quieto, mirando hacia adelante pero forzando a sus aturdidos oídos para que oyesen por él.

No planeaba cenar tan pronto -una voz, dulce, como de niña, le hizo volverse para ver a una chica más joven que él que se acercaba caminando como si ella fuera un gato y él un ratón-, pero si me servís un plato tan apetecible no me puedo negar, monsieur.

Perdone, señorita -dijo, con voz firme aunque sus pies lo traicionaban yéndose hacia atrás-, pero no entiendo de que habl…

La voz se le quedó atascada en la garganta al ver cómo a esa mujer se le alargaban los dientes y pasaba a estar a su lado en un segundo. Se tensó, tratando de recordar lo aprendido con doce años sobre defenderse de posibles asesinos o mercenarios en Inglaterra, pero de un momento a otro la chica ya no estaba junto a él, sino lejos y tirada en el suelo. Viva, porque sus ojos mostraban un odio intenso, pero herida. Vaughn trató de dar otro paso atrás pero tropezó, cayendo de espaldas y dándose cuenta por primera vez de que tenía una herida en el brazo. Poco profunda, como si un cuchillo le hubiera rozado, pero el filo había hecho un buen corte del que no dejaba de brotar la sangre. El duque ya había sangrado durante muchos entrenamientos, pero esto era diferente, estaba viviendo una pesadilla, y si no era así, más le valía correr. Apretó su mano buena contra la herida del brazo, se levantó a duras penas mientras sus oídos escuchaban sonidos de una pelea que su mente no podía asimilar y comenzó a caminar hacia quién sabe dónde, con su cerebro embotado por los ruidos, el alcohol y el miedo, y el corazón hecho un ovillo en un rincón de su alma.
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Mensaje por Castiel Beaulieu Sáb Dic 26, 2015 9:10 am

Sus pasos eran rápidos, sus movimientos certeros, y sus pulmones se hinchaban con fuerza para expulsar el aire de forma pausada, pero controlada. Corría por el bosque como alma que llevaba al diablo, consciente de que, a pesar de que su oponente era un ser sobrenatural mucho más veloz que él, el joven contaba con el factor sorpresa. Se había entretenido demasiado en llegar hasta el nido de vampiros, y para cuando llegó una ya se había escapado. Los otros dos fueron fáciles de abatir, pues aún eran neófitos y su control era más bien nulo. Pero la creadora era otro cantar.

Esa caza fue motivada por el atroz hecho de que se habían estado alimentando de niños del orfanato. Al parecer, durante los últimos meses, desaparecía un niño cada dos semanas, a veces el tiempo era menor. Y pese a que sabía que necesitaba ayuda, no pudo pedirla. Jules estaba ocupado con sus planes para con Harper, y Viorel aún estaba algo perdido por París, por lo que Castiel pensó que podía con aquello él solo. Se sentía estúpido.

Llevaba sus dagas en las manos y las apretaba tan fuerte que sus nudillos estaban de un blanco alarmante. Empezaba a perder la esperanza en encontrarla, y no quería una vampira poderosa y loca de ira y sedienta de venganza suelta por la ciudad. Tenía que acabar con ella antes de que llegara la mañana. Y, por primera vez en mucho tiempo, la suerte le sonrió.

En uno de los caminos, casi a la entrada de París, la encontró hablando con un hombre. Castiel se mantuvo escondido entre los matorrales para recuperar el aliento aunque fuera durante dos minutos, mientras observaba, con algo de miedo, al hombre. ¿Sería otro vampiro? Si lo era, complicaba las cosas. Y si no lo era, también. Fuera como fuese, no debería de estar allí. Lo siguiente que pasó lo hizo actuar con celeridad.

Después de años de entrenamiento en la lucha contra vampiros, había aprendido a desarrollar reflejos casi sobrehumanos, pues los que eran rápidos como aquella luchaban con una ventaja muy fuerte. Justo cuando la mujer iba a clavar sus colmillos en el brazo del hombre, una daga de plata voló por el viento tan rápido que poco tiempo tuvo para esquivarla. Había tenido que lanzarla de tal manera que sabía que daría al hombre, pero prefería rajarlo él un poco a tener que tratar la mordedura de un vampiro. La daga se clavó con fuerza en la mandíbula de la mujer, tirándola al suelo mientras Castiel se movía entre los arbustos para cogerla por la espalda.

Cuando llegó hasta ella, con su otra daga en la mano diestra, la mujer ya se había levantado y se había deshecho de la primera que lanzó. La ventaja de las armas de Castiel es que eran de plata enteramente, por lo que no las podían usar contra él. El joven sonrió, observando por el rabillo del ojo al hombre que corría. Ella hizo lo mismo y, en vez de encararse al cazador, corrió hacia el rubio.

Sin pensárselo dos veces, el cazador se lanzó a la carrera, quitándose el cinturón de la gabardina conforme sus pies lo acercaban al otro. Era lento y zigzagueaba demasiado como para estar completamente sobrio… así que era una presa fácil. Justo cuando ella iba a cogerlo de frente, pues lo había adelantado por el camino, él, que ya estaba a una distancia corta, lanzó el extremo de su cinturón que tenía la hebilla hacia el pie del contrario para, acto seguido, dar un fuerte tirón y procurar que cayera al suelo. Seguro que preferiría caer de bruces a que una loca le partiese el cuello.

Sin pensárselo, sacó su revólver y disparó de forma certera en uno de los hombros de la mujer. Castiel sonrió frívolamente, cogiendo su daga y acercándose a ella para pelear por el hombre que estaba tirado en el suelo. La lucha fue como un baile en el que ella pretendía arrasar con todo y él procuraba no solo no salir malparado, sino cuidar del rubio. Luchar así solo hacía que Castiel fuera más torpe y más lento, pero no podía hacer otra cosa… no pensaba dejar en manos de esos monstruos otra vida inocente.

Se acordó de la noche en la que Angelo se convirtió en la presa. De sus gritos y de cómo se fue desangrando poco a poco. La sangre del rubio empezaba a preocupar a Castiel, temeroso ahora de que el corte hubiera sido muy profundo. No obstante, de algún sitio escondido en su interior, salió ese fuego que siempre llevaba. Si la vampira era rápida y fuerte, él era inteligente y precavido. Vaticinaba los movimientos y se adelantaba a golpes que, para cualquier persona, serían difíciles o imposibles de parar. Y luego estaba la gente como Jules que aguantarían doce o trece sin apenas inmutarse. Al final, la daga acabó en la garganta de la mujer. Con dos gestos rápidos y cargados de furia, Castiel separó la cabeza de la criatura del resto de su cuerpo. La sangre le salpicó en la cara, aunque tampoco fue gran cosa, ya que la sangre de los vampiros era espesa… sangre muerta.

—¿Estás bien? —preguntó Castiel al hombre tirado en el suelo mientras se acercaba a él —Sé que lo que acabas de ver es una locura… pero me necesitas ahora más que nunca. Confía en mí.

Con el mismo cinturón le hizo un torniquete cerca de la herida y lo ayudó a levantarse. Esperaba no tener que pelear con él para que lo siguiera hasta su casa… o la gente iba a hacer muchas preguntas. Preguntas que ningún cazador o Inquisidor querrían responder.

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Mensaje por Vaughn S. Williams Miér Ene 06, 2016 7:14 am

La única vez en la que un Williams fue atacado, durante un baile en honor a la hija menor de otro noble por un campesino enfurecido, al culpable se le cortó la cabeza en medio de una plaza ante la mirada de todos y el tatarabuelo de Vaughn perdió una oreja. Era una historia que al joven no habían dejado de contarle día tras día. Ellos descendían de los dioses paganos, pero habían aprendido a ser más humanos que muchas personas, hasta el punto de convertirse en la mano derecha del rey de Inglaterra. Nadie lo sabía, pero en la familia se esperaba y educaba a los jóvenes para que no se conformaran con menos que ser respetados, temidos y adorados a partes iguales. Pero ahora otro Williams había sido atacado y herido por una mujer menuda que no le llegaba ni al hombro. Si alguno de sus antepasados lo hubiese visto, tal vez lo habrían decapitado con sus propias manos.

Trató de arrastrarse lejos de aquella extraña mujer y del otro hombre que había aparecido aunque su sangre parecía estar en todas partes menos en su cerebro. Miró hacia abajo y vio un cinturón enganchado en su pie, le costó apenas dos segundos darse cuenta de que el hombre le habría hecho tropezar a propósito, pero, ¿por qué? Tampoco tenía tiempo ni neuronas para detenerse y analizar la situación, le dolía el brazo pero no era ni de lejos tan doloroso como la caída del caballo que tuvo a los trece años. Recordar momentos pasados con su familia le devolvió el valor (o la temeridad) suficiente como para girarse y ver el combate más extraordinario que jamás había presenciado.

La mujer era fuerte a pesar de su constitución, pero el hombre la superaba en agilidad y astucia, era como una pelea entre dos felinos enormes, los golpes se sucedían pero su defensor siempre le esquivaba aunque fuera por un pelo. Sin darse cuenta, Vaughn acabó congelado en la tierra, sentado mientras su brazo y su cabeza latían con un dolor que era capaz de omitir. Estaba tan ensimismado en el cuerpo de él, en cómo se tensaban y relajaban los músculos de su espalda al tiempo que trataba de acabar con aquella mujer que tenía más de bestia que de humana. Su salvador parecía guiado por una furia más vieja que él mismo, sus golpes eran más certeros y agudos que los de la mujer, aunque Vaughn no pudo obviar que si él no llevara armas sería un blanco fácil para ella, quien a pesar de estar herida parecía buscarle a él, hambrienta de algo que el noble no podía entender.

La lucha, aunque encarnizada, terminó más rápido de lo que el joven Williams se esperaba, y favorable para él, ya que su salvador acabó decapitando a la criatura con sus manos sin que Vaughn pudiera hacer otra cosa aparte de seguirle con la mirada. Abrió mucho los ojos al ver que se volvía, algo dentro de él le decía que no iba a herirle, su cuerpo ya no parecía tener ese ardor furioso que había visto en la pelea, sino más bien una resignación que no alcanzaba a entender. Se quedó quieto, tan quieto como su padre siempre había deseado que estuviera durante sus largas sesiones de “Siéntate y escucha estas palabras sin sentido porque cuando crezcas serás el duque y el rey te necesitará”.

El esbelto cuerpo del hombre que acababa de salvarle la vida atrajo su atención de una manera que en ese preciso momento no podía obviar, no cuando el alcohol y el frío roce de la muerte aún lo tenían en sus manos. Sí, le gustaban los hombres, como ni Padre ni Dios querrían, pero como no iba a negar que lo hacía. Los labios del hombre se abrieron y él leyó las palabras, no tenían sentido aún para él, así que pensó, mucho, tal vez demasiado, hasta poder contestarle. Para cuando fue capaz, el otro ya le había ayudado y estaba caminando como un títere hacia donde le guiaba su salvador.

Nunca había visto una criatura como esa -comentó, la situación era ciertamente irreal y por primera vez desde hacía mucho había vuelto a valorar la vida, su vida-. ¿De verdad yo iba a ser su cena? Qué poco cortés de su parte, ni siquiera me invitó a un refrigerio, ni a una copa -una risa suave se escapó de sus labios, alargó una mano y trató de apartarse el mechón que le caía sobre los ojos, pero tras intentarlo dos veces desistió con un suspiro pesaroso-. Vos sí que me invitaréis a algo, ¿no es así? -Vaughn se atrevió, ahora que su mente estaba un poco más aclarada, a observar sin tapujos a su salvador; era guapo, no como esos hombres que le hacían a uno suspirar, sino que parecía esconderse a sí mismo, parecía tranquilo, pero él había visto toda la fuerza, el fuego y la rabia con las que había peleado. Tuvo ganas de preguntarle dónde había escondido todo aquello que tanto le había atraído, pero decidió morderse la lengua, cambiando de tema para redirigir a su sucia mente-. Tenéis manchas de sangre -comentó, deteniéndose al segundo- si os ven así por la calle no dudarán en detenernos a ambos. Os agradezco de corazón la ayuda, Monsieur, pero debéis limpiaros -se miró a sí mismo-, y yo debo cubrirme con algo o también despertaré la curiosidad de cualquiera.

No quería dejarse llevar por su mente, pero terminó echándole otro vistazo a su protector y con un solo dedo limpió una pequeña mancha de sangre, una extraña sangre a su juicio, de su mejilla. Ahora entendía esos comentarios de sus primos acerca de la suavidad de la piel de un amante. Bien, ellos habían hablado de mujeres, pero él podía aplicarlo perfectamente a este hombre, que además de haberle salvado le había ayudado, y sin siquiera saber cuál era su posición social. Este hombre que tenía unos ojos amables, una expresión serena, un perfecto disfraz para ocultar lo mucho que ardía por dentro. Y Vaughn quería sentir su calor en cada centímetro de su cuerpo.

No pido que me digas tu nombre -le habló sin usar ese estirado tono que le habían enseñado, quería que él supiera a la perfección cómo era, aunque no tuviera sentido-, ni qué era esa cosa ni cómo acabaste con ella, pero necesito… Yo quiero… devolverte el favor.

No sabía qué pensaría de él ese hombre calmado después de hablarle de un modo que su padre habría castigado gustosamente, pero algo dentro de él se había despertado, tan o más hambriento que la mujer que casi había acabado con él.
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Mensaje por Castiel Beaulieu Miér Ene 06, 2016 12:59 pm

El hombre, estando en el estado de shock en el que se encontraba, se dejó hacer, levantar e, incluso, caminar a su lado. Castiel lo mantenía apoyado con sumo cuidado para que no se hiciera daño en la herida, sin ser consciente ya de esa sangre que le había saltado al rostro. Ya estaba demasiado acostumbrado a ella como para darse cuenta cada vez que le saltaba así.

Se sintió mínimamente observado por el otro. Tal vez quisiera poder recordar su cara si algo le pasaba… o tal vez tendría algún motivo. De todos modos, no dijo nada, pues cuando apartaba su mirada, Cass le dirigía la suya. Era un hombre muy atractivo y de cuerpo fuerte y entrenado. Su cabello rubio y largo, algo alborotado por la carrera y la pelea, caía de forma rebelde por sus ojos, y en más de una ocasión intentó apartarlo de su cara. Castiel sonrió levemente.

—Es complicado… pero sí, iba a ser su cena, monsieur —le hizo gracia que se tomara a guasa la situación que había vivido, pero también hacía ver así que era un hombre valiente y decidido. Esperando a que no se lo tomara a mal, el propio Castiel apartó ese mechón de pelo del rostro del rubio para que pudiera ver mejor —. Creo que aún me queda algo de whisky escocés en casa.

De nuevo, esa observación. Cass dirigió sus ojos azules hacia el otro. Durante un momento, no pudo apartar su mirada de él. Era sumamente atractivo y, a pesar del pálido de su rostro a causa de la pérdida de sangre, tenía un algo que lo atraía de forma casi animal. Le dedicó una sonrisa algo nerviosa cuando el otro le hizo caer en nueva cuenta de que estaba manchado de sangre.

—Tienes razón —metió su mano dentro de uno de los bolsillos internos de su gabardina, buscando un pañuelo para poder limpiarse antes de entrar en la ciudad. Lo que no se esperaba fue la ligera caricia que el otro le dedicó. Volvió a mirarlo a los ojos, en una mezcla de curiosidad y disfrute —. Gracias… —fue lo único que fue capaz de susurrar.

Se quedó durante un momento realmente congelado en el sitio. ¿Le había gustado a aquel hombre? De alguna manera, el rubio actuaba como si se lo fuera a comer con los ojos en cualquier momento, y Castiel, que nunca había tenido mucho ego, se ruborizó de forma considerable. No esperaba que un hombre como él se fijara en un cazador manchado de sangre y que acababa de cortar la cabeza a una mujer menuda.

—Me llamo Castiel —dijo con una sonrisa cuando pudo recomponerse un mínimo —. No tienes que devolverme nada… esto lo hago porque quiero —se limpió el rostro con el pañuelo. Tuvo que frotar mucho y muy fuerte, pero al final la sangre salió en gran parte. Ventajas de la sangre muerta: no era líquida para nada. Después observó el brazo del hombre —. Voy a hacerte un vendaje improvisado para que no te manches mucho de sangre y no se note por la calle.

Sin una palabra más, Castiel posó su gabardina en unos arbustos, se desabrochó la camisa y se quitó su camiseta interior, quedando desnudo de cintura para arriba. Rompió la camiseta y la puso alrededor de la herida. Después, volvió a apretar ligeramente el cinturón, aún en el brazo del más alto. Se puso de nuevo su camisa, pero no la gabardina. Esta la echó sobre el hombre, sin admitir un no por respuesta, mientras le lanzaba fugaces miradas.

—¿Vos tenéis un nombre, monsieur? —susurró cuando sus manos descansaban suavemente sobre su pecho, sujetando las solapas de la gabardina negra.

De alguna forma, veía en él algo que hacía mucho tiempo que no veía. Después de medio arreglarse un poco, volvió a ofrecerle apoyo, sujetándolo con firmeza por la cintura y echando el brazo del rubio por encima de sus propios hombros para, momentos más tarde, comenzar a andar hasta su casa que. Menos mal que no estaba especialmente lejos de aquella entrada al bosque, porque ese brazo necesitaba puntos… y esos labios ser besados, pensó. Volvió a ruborizarse sin sentido alguno.

Conforme andaba, su mano se iba calentando con el cuerpo del otro, y él se pegó más al otro para no sentir las corrientes de frío. Y así caminaron, guiados por Castiel y evitando las calles principales, lejos de miradas indiscretas, hasta que llegaron a su casa. No era como las casas de la Alta Sociedad, a las afueras de París, pero era una casa de tamaño considerable justo en el centro, por lo que también se podía considerar un lujo.

—Justo aquí —le dijo mientras sacaba las llaves de uno de los bolsillos de la gabardina. Sintió el cuerpo del otro, cálido y firme, antes de sacar esas condenadas llaves —. Adelante.

Abrió la puerta y lo dejó pasar a él primero… solo tenía una preocupación: que decidiera darse media vuelta y no pudiera tratarle la herida que el propio Castiel le había hecho y por la que, en verdad, se sentía horriblemente mal.



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Mensaje por Vaughn S. Williams Dom Feb 14, 2016 4:47 am

Nunca había tenido demasiados amigos, le había costado relacionarme en general, pero a los hombres los evitó desde que entendió cuánto le atraían, cómo le hacían sentirse. Deseaba recorrer con los dedos cualquier tramo de piel que estuviera a la vista, solo para asegurarse que esa atracción que su Padre y Dios consideraban abominable estaba ahí o, por el contrario, solo era una tentación humana más. Sus iguales eran peligrosos para él, le costaba no mirarlos pero debía hacerlo, una pequeña apreciación podía costarle la vida.

Pero cuando la vida le daba una paliza emocional como aquella y encima su salvador era un hombre como el que tenía justo a su lado, no podía evitar cuestionarse a sí mismo sus principios. Había conocido, en algunos burdeles, a hombres que compartían su secreto, pero el duque Williams solo había charlado una vez con un hombre exigiendo que el otro no pudiese mirarlo, y pese a todo su acento inglés le traicionó y acabó por salir corriendo, tirando el dinero en el suelo. Él no deseaba sentirse como un leproso, un desecho de la sociedad, él quería lo mismo que todos, el amor, la compañía… Y no matrimonios de interés. Sus hermanas le enseñaron a ser un buen hombre, a pensar en la otra parte y tratar de entender su punto de vista. Había sido incapaz de casarse por conveniencia y casi había huido de Inglaterra esperando encontrar… algo.

La sonrisa que le dedicó el otro le hizo abrir mucho los ojos y decidir en ese mismo momento que si aquello era un sueño y se despertaba, bebería él solo una botella del mejor ron que pudiera en honor a su imaginación, capaz de crear cosas tan hermosas. O eso, o dejar de beber.

Cosas más extrañas me han ocurrido en esta ciudad, pero creo que intentar comerme han sido de las más entretenidas —no protestó cuando el otro le apartó el mechón de pelo de la cara, pero tuvo que reprimirse a sí mismo; el alcohol acabaría por inhibirle del todo y no quería hacer nada de lo que arrepentirse después, lamentablemente, su cuerpo no opinaba lo mismo—. Aceptaré una ronda o dos, pero primero debería… ¿adecentarme? —No encontraba las palabras para defenderse, aquel hombre estaba demasiado cerca y él había estado tan solo…

Cuando sus ojos se cruzaron, fue como si esa parte de él mismo que tanto se había empeñado en encerrar en la parte más oscura de sí mismo tomara las riendas de la situación y contestó a su débil sonrisa con una más intensa, más pícara. No rechazó su contacto, cosa que le sorprendió y le gustó al mismo tiempo.

Un placer —en cuanto las palabras salieron de entre sus labios como una caricia se dio cuenta de que no podría contenerse mucho más tiempo. Además, había visto el interés en los ojos del otro y le gustaba demasiado el fuego con el que había luchado.

No esperaba mucho más aparte de una ligera atracción, pero pensaba explotarla todo lo posible. Él se ponía rojo cuando lo miraba, así que pensaba aprovecharlo. Una vez su hermana Susan le explicó que en la vida hay que esforzarse, pero a veces, hay que darlo todo, incluso lo malo, si deseas algo de verdad.

Castiel —otra vez ese tono, como si su nombre fuera miel en sus labios—. ¿Y por qué quieres, qué te impulsa a defender a gente como yo? —No iba a mencionar su posición noble, pero no tuvo tiempo de preguntar nada más porque Castiel comenzó a desnudarse y la boca de Vaughn se abrió cada vez más. Definitivamente las débiles cadenas que sujetaban su cordura se rompieron y no disimuló lo hambriento que estaba por aquél hombre. ¿Herida? ¿Dolor? Esos términos se habían esfumado, ya no tenían ningún sentido. Solo deseaba estirar el brazo y…—. ¡Arg!

No quería parecer débil ante aquel luchador que antes le había defendido, pero no pudo evitar gruñir y apretar los labios después con la fuerza suficiente como para no gritar. Dolía, pero se centró en el rostro de Castiel para permanecer tranquilo.

Vaughn, mi nombre es Vaughn Williams y… —estaba tratando de no acercarse más de la cuenta, de dejar un espacio entre ambos, de calmar su ansia, pero él se había acercado y ahora estaba apoyado en su pecho; acortó la distancia hasta que sus narices casi se rozaron, para susurrarle después—. Si no te apartas de mí un poco acabaré besándote, Castiel, ten cuidado.

Se apartó y dejó que el otro acabara de vestirle hasta acabar caminando hacia su casa. Era pequeña en comparación con su mansión en Inglaterra, incluso la estancia de verano era más grande que aquello, pero parecía apropiada para Castiel: cómoda, bonita, discreta y aun así acogedora. Intentó sacar las llaves pero acabó acariciándole sin querer, obligando a Vaughn a apretar los dientes de nuevo.

Ya sé que te lo he dicho antes, pero, gracias, Castiel. Tu casa es hermosa, como tú —ni siquiera se dio cuenta de lo que había dicho, sencillamente entró y se sentó en uno de los sillones de la sala de estar, observando todos y cada uno de los movimientos de su salvador—. Y siento si te he ofendido allí afuera, pero… Me tientas, Castiel —era como un mantra, su nombre, él entero, no dejaban de atraerle, ¿para qué engañarse?
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Mensaje por Castiel Beaulieu Dom Abr 17, 2016 7:13 pm

El hombre al que acababa de rescatar, y del que pensaba que se sentía atraído por él, alejó todo tipo de dudas en dicho tema. Lo miraba como si lo quisiera devorar allí mismo y, de hecho, muchas de las muecas que le había dirigido lo hicieron sentir como un cachorro atrapado… pero le gustaban, eso era innegable. La belleza del hombre, su cabello rubio, su voz profunda… le gustaba demasiado como para saber que, si posaba su mirada mucho rato en la del otro, no iba a tener más remedio que besarle.

—Salvo a todo el mundo que esté en peligro… —contestó a la pregunta mientras sentía los ojos del otro puestos en su cuerpo —. Aunque hay veces en las que me esfuerzo particularmente, como hoy…

Se ruborizó ante la amenaza del otro de besarle, y se preguntó que por qué no lo habría hecho aún. No obstante, lo dejó pasar hasta que llegaron a su casa, donde el otro entró finalmente y, de nuevo, lo piropeó. El rojo del rostro de Castiel se notaba más ahora con la calidez del hogar, y aunque no quería parecer lanzado, sí le sonrió de forma tierna mientras acariciaba con suavidad su rostro.

—No me ofendes. Siéntate ahí y quítate la camisa —le dijo casi en un susurro —. Voy a tratar tu herida antes de que se infecte.

Se fue en busca de sus instrumentos quirúrgicos para poder tratar a Vaughn, que se encontraba en uno de los sillones más cómodos de toda la casa. Por su porte, pensó que tal vez era un burgués, o incluso más importante. Aunque no tocó el tema, simplemente se centró en la herida. El torso desnudo del otro subía y bajaba, y Castiel tuvo que contenerse para no quedarse embobado mirándolo y fallar en alguno de los puntos que, pese a que eran necesarios, no quería dar… no quería dañarlo y no sabía por qué.

Le lanzó un par de miradas a los ojos y le sonrió. Cuando hubo acabado, después de doce puntos cuidadosamente realizados, le vendó el brazo con delicadeza y, acto seguido, le tendió una copa de un buen whisky escocés que tenía y que solo reservaba para ocasiones especiales…

—Espero que te guste… es mi manera de decir lo siento. La herida es culpa mía —se acercó a él, tanto que casi podía respirar del aliento del otro —. Si te duele, solo tienes que decírmelo y aplicaré ungüentos para que no la sientas… además, creo que deberías pasar aquí la noche, por tenerla controlado, más que nada… si quieres, claro...

La respiración del francés se aceleró y no tuvo más remedio que apartarse. Estaba deseando poder besar esos labios carnosos y enredar sus dedos en su cabello. Sentirse uno con él. No paraba de ruborizarse y es que, desde Ángelo, no había estado con ningún hombre. Le resultaba doloroso en cierta manera volver a ser poseedor de sentimientos como los que empezaban a florecer, pero, sobre todo, tenía miedo a ser rechazado… o a ser simplemente la diversión de una sola noche.

—Quiero hacerte una pregunta —dijo Cass —, ¿qué es lo que buscas en mí? —lo miró a los ojos directamente —Veo que te sientes atraído… ¿pero qué es lo que buscas en alguien como yo? Y lo más importante… ¿si tanto te gusto, por qué no me besas?

Se había puesto tan nervioso que el rojo de su rostro subió tanto que parecía que fuera a explotar. Sentía los latidos de su corazón hasta en las orejas, mientras sus manos temblaban casi con violencia. No había sido tan directo con otro hombre en años, y ahora le daba miedo cómo pudiera reaccionar el otro… pero, pese a todo, tenía ganas de besarle. De amarlo. De sentirlo.



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