AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Castiel Beaulieu ID
2 participantes
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Castiel Beaulieu ID
▲NOMBRE DEL PERSONAJE▲
Castiel Beaulieu▲EDAD▲
26▲ESPECIE▲
Cazador▲FACCIÓN A LA QUE PERTENECE▲
~▲TIPO, CLASE SOCIAL O CARGO▲
Clase Alta▲ORIENTACIÓN SEXUAL▲
Homosexual▲LUGAR DE ORIGEN▲
París, Francia▲HABILIDADES/PODERES▲
~- Spoiler:
Castiel es un hombre amable y tranquilo al que no le gustan demasiado los problemas, aunque tenga que lidiar a diario con ellos. Desde muy pequeño conoce los secretos de la sociedad en la que vive, y es un hombre cuya templanza lo ha mantenido en pie durante toda su vida.
Amigo de sus amigos y el peor enemigo que se pueda conocer, este hombre amable y tranquilo rara vez es violento, pero cuando se le obliga, su cólera no conoce parangón, y su ansia de sangre lo lleva casi hasta el punto de ser convertido en una bestia.
No obstante, es capaz de entrar en razón, y muchos cazadores lo tachan de blando, puesto que no siempre decide matar a sus presas. Cree firmemente ne la idea de que todo el mundo puede obtener una segunda oportunidad, y se aferra a la idea de salvación casi de la misma forma con la que antaño lo haría su padre.
Amigo de sus amigos y el peor enemigo que se pueda conocer, este hombre amable y tranquilo rara vez es violento, pero cuando se le obliga, su cólera no conoce parangón, y su ansia de sangre lo lleva casi hasta el punto de ser convertido en una bestia.
No obstante, es capaz de entrar en razón, y muchos cazadores lo tachan de blando, puesto que no siempre decide matar a sus presas. Cree firmemente ne la idea de que todo el mundo puede obtener una segunda oportunidad, y se aferra a la idea de salvación casi de la misma forma con la que antaño lo haría su padre.
Mi vida es un tanto complicada en lo que a historia personal se refiere, así que intentaré resumirla en el mayor grado de mis posibilidades. Mi madre, una mujer de los bajos fondos que trabajaba en la limpieza de una villa, tuvo un intenso romance con el dueño de dicha vivienda. No era un romance como los que suelen tener los nobles, cargado de frivolidades y chantajes emocionales. Mi madre amaba a mi padre de la misma forma que mi padre amaba a mi madre. Estaba claro que el destino los había prefijado como almas gemelas cuyo destino era encontrarse.
No obstante, mi padre estaba casado con otra mujer, también de linaje noble, con la que afianzaba su poder, su influencia y su riqueza. Esta mujer, al parecer, sí que llegó a amarlo con todo su corazón, pero el corazón de mi padre estaba arrebatado por esa limpiadora cuyas manos estaban llenas de cayos y su rostro negro a causa del hollín. Su belleza, tapada por el cansacio y la suciedad, refulgía por fuera y por dentro.
Cuando mi padre dejó embarazada a mi madre, y para no levantar sospechas o para evitar que los juegos de los nobles acabaran con mi madre muerta en cualquier callejón de mala muerte, la instó a irse de la casa para que me criara en algún sitio fuera del alcance de su esposa, la cual empezaba a sospechar que mi padre tenía una amante, con la cual no solo mantenía relaciones, sino un profundo amor que jamás sentiría para con su cónyuge. Así lo hizo mi madre. Con un dinero extra y un miedo que le calaba hasta los huesos, se compró una pequeña casa y dio luz allí al único hijo que tuvo. Nací pequeño, tanto que el médico no sabía si iba a sobrevivir al invierno. Mi madre lloraba y rezaba a partes iguales para que su bebé no muriera, y medio el nombre de uno de los ángeles para que este velara por mí todas las noches. No sé si la oyó, no soy un hombre religioso, pero desde ese invierno, ya han pasado veintiséis.
Fui privado de todo tipo de educación académica por la falta de dinero, pero nunca me faltó el amor. Mi madre trabajaba como una esclava, y en cuanto tuve uso de razón, empecé a ayudarla a traer dinero a casa trabajando para distintos comercios de la ciudad. Fui ayudante de zapateros, el lazarillo de un ciego, mensajero, limpié las calles de boñigas de caballos... no fue una infancia bonita o fácil, pero yo era feliz al ver la cara que ponía mi madre cuando anunciaba que había llevado una ayuda a casa, por pequeña que fuera.
Cuando cumplí diez años, un hombre vino a mi casa. Parecía como que no encajaba. Era de mediana edad, apuesto y señorial, con una expresión orgullosa y una ropa que valdría el sueldo de un año de mi madre. Yo no sabía que era mi padre, entre otras cosas porque mi madre me protegía de la esposa de él no diciéndome mi procedencia. A veces se sentía tan triste por no poder decirme la verdad que se pasaba noches enteras llorando, así que dejé de preguntar. Éramos felices teniéndonos el uno al otro.
Durante la charla, hubo bastantes gritos y acusaciones que yo podía oír desde mi habitación, por lo que fue aquel día en el que me enteré cuál era mi procedencia. Al parecer, mi padre jamás concibió un heredero con su esposa, por más que lo intentaron. Acudieron a todo tipo de médicos, adivinos, gitanos... pero jamás logró quedarse en cinta. Con las esperanzas cada vez más mermadas y la vejez a la vuelta de la esquina, mi padre confesó a su esposa su infidelidad, y esta, aunque a regañadientes, aceptó que fuera yo el futuro heredero de su apellido y de su familia.
Mi madre se despidió de mí por última vez esa noche. Lloró abrazada a mí, mientras yo sufría tal shock que apenas pude decirle cuánto la quería... pero ella lo sabía, ¿no? Tenía que saberlo...
El carro llegó hasta una de las casas más pomposas de la parte rica de la ciudad. Algunas veces había trabajado para algunos de aquellos señores e, incluso, había robado cosas que habían tirado a la basura, como comida o adornos que deshechaban y que, para mí, eran un lujo. Mi vida dio un giro inesperado y radical. Mi padre me comentó que era un Inquisidor, y me dijo a qué se dedicaba, y cuál era mi legado. Mi perplejidad fue pasando hasta convertirse en unas ansias locas de aprender. Me enseñó a luchar, y aunque mi pequeño cuerpo no daba opción a la esgrima, me enseñó técnicas de batalla sucias en las que podía usar mi agilidad, rapidez y flexibilidad como armas mortales. Aprendí a luchar con dagas, bajo la tutela no solo de mi padre, sino de otro inquisidor de nombre reconocido, y me hice amigo de su hijo, Jules Jouvet.
Jules y yo éramos más que amigos. Éramos como hermanos. Crecimos juntos en una especie de confinamiento cuyo objetivo era acabar en la Inquisición. Mi padre me alejó de todo, incluida mi madre, pero nunca de Jules. Ambos nos convertimos con el tiempo en verdaderos guerreros y en los perfectos y educados señoritos, aunque su sentido del deber era más fuerte que el mío, y pronto empecé a plantearme seriamente si quería entrar en una organización como aquella.
Mi mayor duda vino cuando maduré. Empezaba a sentirme atraído por cosas muy distintas a las de mi amigo. Mientras él se fijaba en preciosas señoritas con ajustados corpiños y cuerpos curvos, yo me fijaba en los mentones de los hombres, en el poderío de sus cuerpos y la dureza de sus faccciones. Entendí completamente lo que pasaba cuando apareció él: Angelo.
Era un comerciante de sedas que salvé una vez del ataque de un vampiro. Era el más hermoso hombre que jamás hubiera conocido. Rubio, de ojos verdes como esmeraldas, alto y de cara angelical. Su cuerpo parecía esculpido por el mismísimo Miguel Ángel, y su belleza interior brillaba como un incendio en mitad de la noche. Me fugué de casa para poder contar todo aquello que me pasaba a la persona más importante de mi vida, aquella a la que no pude ver por culpa del entrenamiento más duro del mundo. Sin embargo, ya no estaba allí. Descubrí que, seis años después de mi partida, mi madre murió. Muchos me contaron que fue la pena de no volver a verme lo que se la llevó y que, pese a que ella lo intentó, Lady Beaulieu jamás la dejó verme.
Pese a la ira que sentía, Angelo fue capaz de hacerme encontrarme a mí mismo. Ese día volví a mi casa, dispuesto a enfrentarme a mi padre, a decirle lo que pensaba de él y de la Inquisición... pero el destino es un cruel jugador que siempre ha ido dos pasos por delante de mí. Mi padre estaba en su lecho, las sábanas de satén blanco estaban teñidas de un siniestro color rojo y profundas heridas en su cuerpo hacían que el espeso líquido corriera por la cama como si aquel fuera su hábitat natural. Mis ojos se llenaron de lágrimas. Quería gritarle, decirle cuán nocivo había sido en mi vida, vociferar a los cuatro vientos que no estaba hecho para cumplir sus reglas... pero no podía hacerlo en aquella situación. En su lugar, me puse a su lado y apreté su mano hasta que dejé de sentir calor. Lloré toda la noche junto a él.
Gracias a las influencias de la esposa de mi padre, esta me dejó en la calle. Me dio unas cuantas pertenencias que mi padre dejó muy claro que eran para mí y después me echó de mi casa. Frustrado, abrí la maleta para observar un diario, unas cuantas armas de plata hechas especialmente para mí, así como otras de materiales distintos, un mosquete y equipo básico para el perfecto Inquisidor... o cazador. También había una llave con una dirección. Una segunda casa que tenía mi padre en el centro de París, mucho más modesta, pero de igual forma grande y señorial, con doble patio, dos plantas, sótano y boardilla. Al menos, con el dinero que había en la casa guardado y la fortuna que había en el maletín, viviría de sobra en la Alta Sociedad. No podía pedir más.
Angelo y yo vivimos ahí durante tres años. El día en el que cumplí veintidós Angelo me dijo que había gente que sospechaba de nosotros, y que había empezado a pensar si aquello era seguro para dos personas como nosotros. Decidí hacerle caso, y dos noches después nos marchamos de mi casa para nunca volver. O esa era mi intención.
A las afueras de París, nos asaltaron tres vampiros, cuya sed de sangre era tal que lucharon hasta el último aliento de forma completamente irracional. Pese a que mi entrenamiento fue exquisito, no pude acabar con los tres antes de que Angelo pereciera frente a mis ojos. De nuevo, el destino fue mejor jugador que yo y perdí a la tercera persona que más había amado en mi vida. Frustrado y sin ningún sitio a dónde ir, volví a mi casa y seguí haciendo todo lo que haría un Inquisidor, pero sin responder ante nadie. Me convertí en el perfecto cazador.
Recuperé la amistad con mi amigo de la infancia, Jules, al cual acabé contándole todo acerca de mis sentimientos y preferencias. Al principio no me aceptó, pero fueron solo unas pocas horas y una paliza de muerte lo que convenció a mi amigo de que yo seguía siendo la misma persona. Volví a recuperar parte de lo que fui gracicas a él. Salíamos a cazar o le ayudaba a hacer misiones para la Inquisición de incógnito, al igual que él me ayudaba a cazar a ciertos objetivos por los que yo salía bien pagado o que me resultaban especialmente difíciles. Sin embargo, su juego con una familia de cambiantes lo llevó a perder en el juego de la vida.
Una noche salí tras la pista de un licántropo, y lo encontré a él en el claro de un bosque. La sangre bañaba su cuerpo y respiraba con dificultad. Yo sabía que no iba a salir de aquella, pues había visto heridas suficientes a lo largo de mi vida como para saber que aquella iba a ser la última noche que lo iba a ver. Me quedé junto a él, acunándolo, dándole palabras de ánimo y recordando viejas historias, mientras sus ojos iban perdiendo brillo conforme pasaban los minutos. Después lloré su muerte hasta el amanecer, maldiciéndolo por dejarme solo. Completamente solo.
No lo enterré, sino que yo mismo lo quemé y llevé la mitad de sus cenizas al mausoleo de la familia de Jules. Sabía que no tenía una relación perfecta con ellos, pero también sabía que no podía separarlo de los suyos toda la eternidad. La otra mitad de mi mejor amigo la conservo en un recipiente encima de mi chimenea, justo debajo de una pintura en la que salimos ambos.
Ahora vago solo, entre las calles de París en busca de presas que me conduzcan a los responsables de la muerte de mi padre y mi hermano de otra familia. Espero conseguirlo antes de que la asesina de mi madre, la pena, acabe conmigo también.
No obstante, mi padre estaba casado con otra mujer, también de linaje noble, con la que afianzaba su poder, su influencia y su riqueza. Esta mujer, al parecer, sí que llegó a amarlo con todo su corazón, pero el corazón de mi padre estaba arrebatado por esa limpiadora cuyas manos estaban llenas de cayos y su rostro negro a causa del hollín. Su belleza, tapada por el cansacio y la suciedad, refulgía por fuera y por dentro.
Cuando mi padre dejó embarazada a mi madre, y para no levantar sospechas o para evitar que los juegos de los nobles acabaran con mi madre muerta en cualquier callejón de mala muerte, la instó a irse de la casa para que me criara en algún sitio fuera del alcance de su esposa, la cual empezaba a sospechar que mi padre tenía una amante, con la cual no solo mantenía relaciones, sino un profundo amor que jamás sentiría para con su cónyuge. Así lo hizo mi madre. Con un dinero extra y un miedo que le calaba hasta los huesos, se compró una pequeña casa y dio luz allí al único hijo que tuvo. Nací pequeño, tanto que el médico no sabía si iba a sobrevivir al invierno. Mi madre lloraba y rezaba a partes iguales para que su bebé no muriera, y medio el nombre de uno de los ángeles para que este velara por mí todas las noches. No sé si la oyó, no soy un hombre religioso, pero desde ese invierno, ya han pasado veintiséis.
Fui privado de todo tipo de educación académica por la falta de dinero, pero nunca me faltó el amor. Mi madre trabajaba como una esclava, y en cuanto tuve uso de razón, empecé a ayudarla a traer dinero a casa trabajando para distintos comercios de la ciudad. Fui ayudante de zapateros, el lazarillo de un ciego, mensajero, limpié las calles de boñigas de caballos... no fue una infancia bonita o fácil, pero yo era feliz al ver la cara que ponía mi madre cuando anunciaba que había llevado una ayuda a casa, por pequeña que fuera.
Cuando cumplí diez años, un hombre vino a mi casa. Parecía como que no encajaba. Era de mediana edad, apuesto y señorial, con una expresión orgullosa y una ropa que valdría el sueldo de un año de mi madre. Yo no sabía que era mi padre, entre otras cosas porque mi madre me protegía de la esposa de él no diciéndome mi procedencia. A veces se sentía tan triste por no poder decirme la verdad que se pasaba noches enteras llorando, así que dejé de preguntar. Éramos felices teniéndonos el uno al otro.
Durante la charla, hubo bastantes gritos y acusaciones que yo podía oír desde mi habitación, por lo que fue aquel día en el que me enteré cuál era mi procedencia. Al parecer, mi padre jamás concibió un heredero con su esposa, por más que lo intentaron. Acudieron a todo tipo de médicos, adivinos, gitanos... pero jamás logró quedarse en cinta. Con las esperanzas cada vez más mermadas y la vejez a la vuelta de la esquina, mi padre confesó a su esposa su infidelidad, y esta, aunque a regañadientes, aceptó que fuera yo el futuro heredero de su apellido y de su familia.
Mi madre se despidió de mí por última vez esa noche. Lloró abrazada a mí, mientras yo sufría tal shock que apenas pude decirle cuánto la quería... pero ella lo sabía, ¿no? Tenía que saberlo...
El carro llegó hasta una de las casas más pomposas de la parte rica de la ciudad. Algunas veces había trabajado para algunos de aquellos señores e, incluso, había robado cosas que habían tirado a la basura, como comida o adornos que deshechaban y que, para mí, eran un lujo. Mi vida dio un giro inesperado y radical. Mi padre me comentó que era un Inquisidor, y me dijo a qué se dedicaba, y cuál era mi legado. Mi perplejidad fue pasando hasta convertirse en unas ansias locas de aprender. Me enseñó a luchar, y aunque mi pequeño cuerpo no daba opción a la esgrima, me enseñó técnicas de batalla sucias en las que podía usar mi agilidad, rapidez y flexibilidad como armas mortales. Aprendí a luchar con dagas, bajo la tutela no solo de mi padre, sino de otro inquisidor de nombre reconocido, y me hice amigo de su hijo, Jules Jouvet.
Jules y yo éramos más que amigos. Éramos como hermanos. Crecimos juntos en una especie de confinamiento cuyo objetivo era acabar en la Inquisición. Mi padre me alejó de todo, incluida mi madre, pero nunca de Jules. Ambos nos convertimos con el tiempo en verdaderos guerreros y en los perfectos y educados señoritos, aunque su sentido del deber era más fuerte que el mío, y pronto empecé a plantearme seriamente si quería entrar en una organización como aquella.
Mi mayor duda vino cuando maduré. Empezaba a sentirme atraído por cosas muy distintas a las de mi amigo. Mientras él se fijaba en preciosas señoritas con ajustados corpiños y cuerpos curvos, yo me fijaba en los mentones de los hombres, en el poderío de sus cuerpos y la dureza de sus faccciones. Entendí completamente lo que pasaba cuando apareció él: Angelo.
Era un comerciante de sedas que salvé una vez del ataque de un vampiro. Era el más hermoso hombre que jamás hubiera conocido. Rubio, de ojos verdes como esmeraldas, alto y de cara angelical. Su cuerpo parecía esculpido por el mismísimo Miguel Ángel, y su belleza interior brillaba como un incendio en mitad de la noche. Me fugué de casa para poder contar todo aquello que me pasaba a la persona más importante de mi vida, aquella a la que no pude ver por culpa del entrenamiento más duro del mundo. Sin embargo, ya no estaba allí. Descubrí que, seis años después de mi partida, mi madre murió. Muchos me contaron que fue la pena de no volver a verme lo que se la llevó y que, pese a que ella lo intentó, Lady Beaulieu jamás la dejó verme.
Pese a la ira que sentía, Angelo fue capaz de hacerme encontrarme a mí mismo. Ese día volví a mi casa, dispuesto a enfrentarme a mi padre, a decirle lo que pensaba de él y de la Inquisición... pero el destino es un cruel jugador que siempre ha ido dos pasos por delante de mí. Mi padre estaba en su lecho, las sábanas de satén blanco estaban teñidas de un siniestro color rojo y profundas heridas en su cuerpo hacían que el espeso líquido corriera por la cama como si aquel fuera su hábitat natural. Mis ojos se llenaron de lágrimas. Quería gritarle, decirle cuán nocivo había sido en mi vida, vociferar a los cuatro vientos que no estaba hecho para cumplir sus reglas... pero no podía hacerlo en aquella situación. En su lugar, me puse a su lado y apreté su mano hasta que dejé de sentir calor. Lloré toda la noche junto a él.
Gracias a las influencias de la esposa de mi padre, esta me dejó en la calle. Me dio unas cuantas pertenencias que mi padre dejó muy claro que eran para mí y después me echó de mi casa. Frustrado, abrí la maleta para observar un diario, unas cuantas armas de plata hechas especialmente para mí, así como otras de materiales distintos, un mosquete y equipo básico para el perfecto Inquisidor... o cazador. También había una llave con una dirección. Una segunda casa que tenía mi padre en el centro de París, mucho más modesta, pero de igual forma grande y señorial, con doble patio, dos plantas, sótano y boardilla. Al menos, con el dinero que había en la casa guardado y la fortuna que había en el maletín, viviría de sobra en la Alta Sociedad. No podía pedir más.
Angelo y yo vivimos ahí durante tres años. El día en el que cumplí veintidós Angelo me dijo que había gente que sospechaba de nosotros, y que había empezado a pensar si aquello era seguro para dos personas como nosotros. Decidí hacerle caso, y dos noches después nos marchamos de mi casa para nunca volver. O esa era mi intención.
A las afueras de París, nos asaltaron tres vampiros, cuya sed de sangre era tal que lucharon hasta el último aliento de forma completamente irracional. Pese a que mi entrenamiento fue exquisito, no pude acabar con los tres antes de que Angelo pereciera frente a mis ojos. De nuevo, el destino fue mejor jugador que yo y perdí a la tercera persona que más había amado en mi vida. Frustrado y sin ningún sitio a dónde ir, volví a mi casa y seguí haciendo todo lo que haría un Inquisidor, pero sin responder ante nadie. Me convertí en el perfecto cazador.
Recuperé la amistad con mi amigo de la infancia, Jules, al cual acabé contándole todo acerca de mis sentimientos y preferencias. Al principio no me aceptó, pero fueron solo unas pocas horas y una paliza de muerte lo que convenció a mi amigo de que yo seguía siendo la misma persona. Volví a recuperar parte de lo que fui gracicas a él. Salíamos a cazar o le ayudaba a hacer misiones para la Inquisición de incógnito, al igual que él me ayudaba a cazar a ciertos objetivos por los que yo salía bien pagado o que me resultaban especialmente difíciles. Sin embargo, su juego con una familia de cambiantes lo llevó a perder en el juego de la vida.
Una noche salí tras la pista de un licántropo, y lo encontré a él en el claro de un bosque. La sangre bañaba su cuerpo y respiraba con dificultad. Yo sabía que no iba a salir de aquella, pues había visto heridas suficientes a lo largo de mi vida como para saber que aquella iba a ser la última noche que lo iba a ver. Me quedé junto a él, acunándolo, dándole palabras de ánimo y recordando viejas historias, mientras sus ojos iban perdiendo brillo conforme pasaban los minutos. Después lloré su muerte hasta el amanecer, maldiciéndolo por dejarme solo. Completamente solo.
No lo enterré, sino que yo mismo lo quemé y llevé la mitad de sus cenizas al mausoleo de la familia de Jules. Sabía que no tenía una relación perfecta con ellos, pero también sabía que no podía separarlo de los suyos toda la eternidad. La otra mitad de mi mejor amigo la conservo en un recipiente encima de mi chimenea, justo debajo de una pintura en la que salimos ambos.
Ahora vago solo, entre las calles de París en busca de presas que me conduzcan a los responsables de la muerte de mi padre y mi hermano de otra familia. Espero conseguirlo antes de que la asesina de mi madre, la pena, acabe conmigo también.
-Lleva dos dagas con él. Una es la que le regaló su padre y otra es la de Jules. La suya la fundió y la echó con las cenizas de su amigo, para que la llevar asiempre con él.
-Tiene ligeros conocimientos heredados de la Inquisición gracias a su padre, aunque no suele usar ninguno. Prefiere fiarse de su instinto.
-Pese al sufrimiento, cree en las segundas oportunidades. No matará a una criatura si esta muestra verdadero arrepentimiento. Bastantes muertes ha habido ya en su vida.
-Normalmente siempre ofrece una sonrisa, aunque su alma sigue llorando a solas durante las largas noches.
-Casi siempre viste con gabardina, lo hace parecer elegante.
-Adora su nombre y el significado tan especial que tiene aunque, por otro lado, detesta su apellido. Y lo hará hasta que dejen de emparentarlo con la mujer de su padre. Mujer con la que tiene una pésima relación.
-Tiene ligeros conocimientos heredados de la Inquisición gracias a su padre, aunque no suele usar ninguno. Prefiere fiarse de su instinto.
-Pese al sufrimiento, cree en las segundas oportunidades. No matará a una criatura si esta muestra verdadero arrepentimiento. Bastantes muertes ha habido ya en su vida.
-Normalmente siempre ofrece una sonrisa, aunque su alma sigue llorando a solas durante las largas noches.
-Casi siempre viste con gabardina, lo hace parecer elegante.
-Adora su nombre y el significado tan especial que tiene aunque, por otro lado, detesta su apellido. Y lo hará hasta que dejen de emparentarlo con la mujer de su padre. Mujer con la que tiene una pésima relación.
Última edición por Castiel Beaulieu el Dom Ene 08, 2017 2:12 pm, editado 4 veces
Castiel Beaulieu- Cazador Clase Alta
- Mensajes : 68
Fecha de inscripción : 15/11/2015
Localización : París
Re: Castiel Beaulieu ID
OBSERVACIONES
favor de corregir
NO HE PODIDO LEER TU FICHA PORQUE EL CÓDIGO DISTORSIONA LA PÁGINA. POR FAVOR, ARRÉGLALO PARA PODER REVISARLA.
APROVECHO PARA RECORDARTE QUE TE DEJÉ UN MENSAJE SOBRE EL APELLIDO. CUANDO CORRIJAS TODO, POSTEA AVISANDO. GRACIAS.
APROVECHO PARA RECORDARTE QUE TE DEJÉ UN MENSAJE SOBRE EL APELLIDO. CUANDO CORRIJAS TODO, POSTEA AVISANDO. GRACIAS.
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Tarik Pattakie- Vampiro/Realeza
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Re: Castiel Beaulieu ID
Creo que ya lo he arreglado todo... soy un desastre
Castiel Beaulieu- Cazador Clase Alta
- Mensajes : 68
Fecha de inscripción : 15/11/2015
Localización : París
Re: Castiel Beaulieu ID
FICHA APROBADA
bienvenido/a a victorian vampires
¡ENHORABUENA! YA ERES PARTE DE VICTORIAN VAMPIRES Y TE DAMOS LA MÁS CORDIAL BIENVENIDA.
ANTES DE HACER CUALQUIER OTRA COSA, TE INVITO A LEER LAS NORMAS QUE TENEMOS EN EL FORO PARA QUE ESTÉS BIEN ENTERADO/A DE CÓMO MANEJAMOS TODO EN ESTE SITIO Y ASÍ EVITARTE FUTUROS MALOS ENTENDIDOS. A CONTINUACIÓN TE DEJO LOS LINKS MÁS IMPORTANTES PARA QUE PUEDAS CONOCER LA INFORMACIÓN, Y SI DESPUÉS DE LEER SIGUES TENIENDO ALGUNA DUDA, PUEDES CONTACTARME A MÍ O A OTRO DE LOS ADMINISTRADORES; ESTAMOS PARA SERVIRTE.
¡QUE TE DIVIERTAS!
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