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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Baldassare Donizetti Dom Dic 27, 2015 11:05 pm


“The end is in the beginning and yet you go on.”
― Samuel Beckett, Endgame


Como un animal al acecho, Baldassare no pudo evitar dirigir sus ojos azules como el cielo que tenía vedado ver, en dirección a la chica que, noches antes, había puesto en entredicho todo lo que sabía o creía saber. ¡Cómo se atrevía! Claro, esa era la pregunta más lógica, y en cierta medida, el antiguo vampiro se la hacía, pero el encuentro y la incógnita trascendían a su ego milenario. Las preguntas que Simonetta plantaba eran muchas más y más importantes.

Los caminos solían ser engañosos, esa era una lección que el romano había aprendido hace mucho, a base de golpes y de prueba y error, pero a veces, sólo a veces, resultaban venturosos, como en aquella ocasión que la joven de áureos cabellos había entrado en su territorio, sin saber. El museo que exhibía sus obras se sentía como un templo consagrado a sus logros. Pero no se hizo presente; recordó sus propias palabras, esas que versaron sobre ese momento, el próximo encuentro, donde aseguró que sería ella, no él, quien iría en pos del otro. Si bien la chica estaba ahí ahora, era imposible que lo hubiera hecho buscándolo a él; el resultado sólo era encontrarlo a él una y otra vez reflejado en sus pinturas y esculturas como el más fiel de los espejos, el de su alma ajada por los siglos de los siglos…

Pero podía estar viendo ahí, en ese instante, la franqueza más pura de su corazón y no saberlo. Aguantó un suspiro y luego se acercó a un escritorio, donde tomó un trozo de papel desigual y una pluma, que mojó en el frasco de tinta y aunque escribió de forma apresurada, su letra fue firme y pulcra. Dobló el recado y paró al primer joven que vio pasar, otro visitante del museo, como de la edad de la propia Simonetta. Con ese aplomo usual en él, de un César que ordena a Roma ir a batalla, Baldassare le ordenó hacer llegar el mensaje.

***

Simonetta,

Cora ya descansa, ¿quieres saber dónde? Busca el mausoleo más grande en Montmartre.


***

No iba firmado, era así nada más, corto y algo vago. Confió que fuera suficiente para picar su curiosidad y encontrarla en el cementerio. Baldassare se adelantó, apresurando sus pasos fuera del museo y en dirección al lugar indicado.

Desde fuera de las rejas se apreciaba el mausoleo, hecho para un comerciante de telas allegado a la corona. Dos ángeles de alas monumentales resguardaban el sueño eterno de aquel hombre y su familia. Baldassare, con su palidez resaltada por la luna que menguaba, parado en medio de ambas esculturas, parecía un centinela más dispuesto a cuidar el camino de los mortales hacia la otra vida.

Hacía frío, podía percibirlo, pero no sentirlo como lo harían aquellos cuyos corazones aún bombea sangre caliente. Sin embargo, por acto reflejo se arrebujó en el abrigo de viaje negro que lo cubría esa velada. Aguardó mirando las estrellas, en espera de la chica y sus miles de secretos y esa capacidad inaudita que tenía de teñir con duda sus verdades. Cuando volvió a dirigir el rostro al frente, sonrió complacido. La joven resplandecía como oro bruñido recién pulido en medio de la noche.

Comenzaba a temer que no vendrías, Simonetta —fue el saludo, acompañado por una pronunciada y educada reverencia digna de la realeza.
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Mensaje por Simonetta Vespucci Lun Dic 28, 2015 10:29 am

Días después de la muerte de Cora y el nacimiento de una terrible verdad, pocas actividades en el día lograban remecerme lo suficiente como para distraerme de la última advertencia del ángel del rostro sucio. Ni en mis sueños hallé la momentánea pero útil paz que buscaba; Campagnolo se burlaba de mí. No decía nada, pero vaya que expresaba. Esa sonrisa grotesca y burlona vaticinaba que lo que había pasado no era nada en comparación con lo que vendría; que me estaba preocupando por migajas, cuando aún no llegaba el clímax del espectáculo; que ahora que había comenzado mi transición, ésta tendría que culminar.

Una tarde llegué al museo, esperando que el arte fuese mi refugio ahora como lo había sido antes. Garrafal error, pues me di cuenta de que buscaba el rostro de Baldassare entre las figuras de mármol. Ese mentón partido, los labios perfilados y los ojos aguileños. Pero más que nada, buscaba al inmortal. Me perseguía su faz, su voz hacía ecos en mi cabeza. No olvidaba su predicción. ¿Sería ese su fin? ¿Qué perdiera la orientación para acabar a sus pies? Me retiré enfurruñada del sitio, prometiéndome que no volvería sino hasta que se me hubiera pasado la sandez. Mas me detuvo un muchacho, quien al instante entregó un mensaje en mis manos. No me atreví a verle de vuelta, porque me daba la impresión de que se trataba de una ilusión, que mi mente se estaba defendiendo de la verdad a costa de mi lucidez.

Quise arrugar el papel con desprecio, pero mis falanges se bloquearon.

¿Dónde estaba él? ¿Lo habría confundido con una de las esculturas?

✩✩✩

Queriendo una excusa para verlo, cubrí mi rostro con un velo enlutado, y acudí a su encuentro. Porque estar cerca de Baldassare era como volver atrás en el tiempo. Se sentía como haber presenciado los hitos más relevantes de nuestra historia; nadie podía decirte lo que era verdad o lo que faltaba a la misma, pues te habías convertido en fuente directa del conocimiento.

Me sobrecogió la fuerza del lugar combinada con la imponencia de Baldassare. Era como viento potente y ventanas abiertas: simplemente encajaban, y se empoderaban mutuamente.

Y yo que lo vería en este patio que arrastra a la muerte. Curioso es que un muy humano recelo experimentara; pensaba que quienes son como usted no le temían a nada, más aún cuando vaticinó con plena certeza de que yo lo buscaría.  — me resistía a llamarlo vampiro otra vez. Podía volverlo más poderoso, con el sólo pronunciar de una palabra. — Usted y sus semejantes guardan un embeleso en la voz, un agente subyugador que incita a creer y a acatar. Luego me dice cosas como ésa y hace que me sea imposible rehusarme. Pero no se confunda, que solamente he venido a comprobar que cumplió con su palabra.

Mentira. Algunas cosas, sin importan lo nocivas que fueran, necesitaban ser revividas. Como la adrenalina reavivando mi magia, como la puerta al saber, como el tremendo placebo que se adhería a mí por ser parte de algo más grande. Y eso gracias o desgracias a Baldassare.

¿Puedo ver en dónde reposa Cora?

Moralmente no sentía que debía pedirle permiso. Pero una cosa era herir el orgullo de un hombre, de un artista, o de un noble y otra muy distinta lastimar el ego de un vampiro.
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Mensaje por Baldassare Donizetti Jue Ene 07, 2016 12:05 am


“My Own Epitaph
Life's a jest, and all things show it.
I thought so once, and now I know it.”
― John Gay


Estoico y de ese modo asemejaba a las esculturas que reproducían su rostro y su figura a lo largo y ancho de Europa. Pero los ojos, que eran los de un muerto, brillaban con especial filo esa noche, azules como azul no es ninguna otra cosa y sagaces. Un par de zafiros que son una promesa y una trampa al mismo tiempo. Con el mentón en alto, escuchó las palabras de Simonetta. Tenía razón, ¡cuánta razón tenía! Pero mantuvo la boca cerrada, porque no iba a permitirse aceptar su error. Le gustaba ver las cosas a su conveniencia. Con esa vaguedad profética de los augures del desierto; ella era la que, por propio pie, había ido a su encuentro. Pero de su boca no escapó palabra alguna y pareció que no diría nada en toda la velada, que sólo quería comprobar que la joven era real, de carne y hueso y no una falacia inventada por su cabeza.

Acompáñame —al fin habló con voz parca. Desapasionada. Desnudada de toda emoción. Dio un paso al frente y el juego de las sombras provocado por la luz de la luna menguante y las ramas de los árboles, formaron intrincados entramados sobre su blanca piel y su impecable apariencia.

Antes de continuar avanzando, dedicó un vistazo a Simonetta cuando estuvo a su altura, hombro con hombro; luego continuó caminando por la calle principal del camposanto. Pero más adelante no sólo abandonó el sendero central, sino todo camino delineado y sorteó tumbas antiguas cuyos nombres el tiempo ya se había encargado de borrar. Al fin se detuvo al pie de un sauce que esa época del año estaba desprovisto de sus hojas que caían como lágrimas. Ahí había un montículo de tierra recién removida y una cruz hermosa de madera tallada.

Es provisional —aclaró. No mencionó el hecho de que él había decorado el crucifijo, al que sólo le había inscrito una palabra: «Cora»—. Pondré una lápida en cuanto pase el tiempo necesario —el tiempo que, de acuerdo a la tradición judeocristiana, debía pasar para dicho cambio.

Miró lánguidamente aquel sitio. Se había encargado que todo fuera lo más parecido a un funeral normal, a excepción de que no hubo dolientes. Pero compró un féretro de álamo, llamó un cura e hizo que unas mujeres rezaran un novenario. No iba a quedar en su consciencia, aunque era la primera vez que se tomaba tantas molestias por una víctima suya, lo cual ponía en perspectiva su inmortalidad entera. Entonces alzó el rostro y concentró su atención en Simonetta.

Espero que recuerdes el lugar y le traigas flores —le dijo mientras entrelazaba las manos en la espalda—. Yo… yo soy escultor, entre otras cosas, y me encargaré de que la estela sea hermosa —no sabía a razón de qué hacía tal declaración, pero ahí estaba. Aguardó otro segundo, escuchando al viento susurrar entre los árboles.

Querías comprobar que había cumplido mi promesa y aquí está —señaló con la mano extendida—. Ahora dime, ¿qué te detiene aquí a mi lado esta noche? —Retó, dibujando una sonrisa de lado. Debía admitir que eso mismo que retenía a Simonetta, lo anclaba a él. La más pura de las curiosidades y la más abstracta de las compenetraciones que una noche inverosímil, la de la muerte de Cora, se forjó con sangre y palabras. Alzó el rostro para ver las estrellas—. Es divertido cómo funcionan las cosas, ¿no lo crees? Eres tan joven, una niña, y eres la persona que más dudas planta en mi cabeza —cuestionó y era un reproche, pero no de manera violenta, sino una cuestión genuina. Un acertijo que, de dormir él, le robaría el sueño.

¿Qué te hace tan diferente? —¿Se lo estaba preguntando él a ella? ¿No se suponía que él debería saber? Pero no era así, no lo sabía y quizá ella le daría una respuesta.


Última edición por Baldassare Donizetti el Lun Ene 18, 2016 10:10 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Simonetta Vespucci Jue Ene 07, 2016 9:50 pm

Él se giró a verme y yo me frené ipso facto. Dosis de adrenalina activaron mis entrañas, tal como si hubiese pisado una cobra letal y ésta hubiese inyectado su veneno. ¿Qué ganaba haciendo eso? Si su idea era prevenir que huyera, estaba malgastando su tiempo. ¿De qué me servía ya correr si guardaba a mi peor enemigo dentro de mí? Y en medio, un pensamiento vesánico: ¡Qué ganas tuve de no saber quién era él! Desconocer su naturaleza, sus crímenes, el daño infligido. Dejarme guiar por sus pasos, como en ese entonces.

Quise apartar la mirada violentamente, pero en lugar de eso el efecto fue magnético. Y a pesar del terror que me originaba mirarlo a los ojos, fallé en mi propósito de dejar de hacerlo, porque era incapaz de renunciar a la obtención de respuestas. Tuve que seguir caminando; seguía siendo mi propia soberana.

El nombre “Cora” resplandeció bajo mi inquieta visión. El crucifijo llevaba una sola palabra. Ni un amada hija y madre. Perderla, sin mentir, no me costó tanto como las circunstancias en que forzosamente partió, pero para su descendencia el infierno recién comenzaba. Hice la señal de la cruz, respetando su cadáver como no lo hice en mi propia casa, y me hinqué junto a la tierra removida. Escuchaba a Baldassare mientras inspeccionaba la tumba, y me di cuenta de que, si bien todavía mi energía se disparaba junto a él, ya no me era tan tóxica la cercanía como en nuestro primer encuentro, cuando por poco me desmayé. Ahora resultaba difícil creer que, cada vez que pronunciaba palabra, era como si me cantase. Transcurría la letra naturalmente, pero me detenía en ciertas partes.

Cuando terminó de hablar, miré hacia el frente, quieta. Y luego, sin previo aviso ni disculpas, tomé a Baldassare por una muñeca y la aproximé a mí, contemplando sus palmas, uniendo las líneas como si fueran constelaciones. Me olvidé que eran las manos de un hombre inmortal, pues su arte no le había robado la belleza de la inmortalidad.

Le creo. Nada que esculpan estas manos podrá faltarle a la gallardía. — murmuré mientras lo dejaba ir paulatinamente — Es como si no conocieran el cincel. No hay efectos visibles. Puede ser que sea esa la razón por la que los humanos quieren vivir por siempre: para enterrar las consecuencias.

Me apoyé en una rodilla para ponerme de pié, no sin antes cargar algo entre mis manos. Fue entonces que le enseñé a Baldassare, abriendo mis palmas: era un ave, menuda y helada. Sospechaba que el invierno había sido áspero con ella. Le quedaba muy poco tiempo de vida, podía percibirlo.

Pero yo quiero esas consecuencias. Las fracturas y las fallas. Resistir al cómo y quedarme con el qué. ¿Quiere que sea franca? Pienso que todos somos iguales si tomamos como muestra lo que exhibimos, porque no hace falta sacrificio alguno para manifestar adoración a lo convencional. Es lo seguro. Nos irá bien mientras no nos salgamos del marco de lo que se espera de nosotros. — volví a juntar las manos, abrazando al alado animal, y me concentré, insuflándole energías — Mas internándonos en nuestros secretos, ningún ser es igual a otro. Ni parecido. Uno frente a otro nos pareceremos canallas, asesinos y depravados. Y nos preguntaremos si efectivamente existe hermandad o una ilusión para neutralizar el inminente caos de la coexistencia. ¿Diferente? Tanto como otros no se atreven a admitir.

Y de pronto, un batir de alas surcó los cielos. Una segunda oportunidad para el ave. Pero para Baldassare y para mí, perfectamente podía ser la única.
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Mensaje por Baldassare Donizetti Lun Ene 18, 2016 11:08 pm


“The girl dreams she is dangerously ill. Suddenly birds come out of her skin and cover her completely... swarms of gnats obscure the sun, the moon, and all the stars except one. That one start falls upon the dreamer.”
― C.G. Jung, Man and His Symbols


Las palabras aún hacían eco dentro de su cabeza como dentro de una caverna, cuando la mano ajena lo tomó por sorpresa. Simonetta lo había asido de la muñeca y él, en un acto reflejo, abrió la palma. Pudo haberse resistido, pero no lo hizo. La pregunta del por qué no se apartó le trepanó la cabeza tan sólo unos momentos, antes de sentir el tacto de la joven; tan diferente al suyo. Cálido, tanto que creyó que derretiría el hielo de su propio cuerpo. Dio un respingo pero nada más. La observó y se dejó hacer sin rechistar.

La dejó hablar y cuando su mano volvió a ser suya, sintió un cosquilleo en ésta. Abrió y cerró el puño varias veces sin dejar de prestarle atención a la bruja. Una vez más, se mantuvo en silencio por más de lo que ameritaba, incluso después de que ella hubo terminado de hablar y se había puesto de pie. Incluso después de observar el ave acunada en sus manos. Avanzó, pero cuando pareció que seguiría caminando por encima de su acompañante incluso, se hizo a un lado. Entonces comenzó a reír como si entendiera tarde un chiste.

Su risa no era brillante, no era producto de una alegría genuina. En cambio, sonó oscura y cínica. De quien ha visto todo y ya nada le sorprende. En ese gesto, Baldassare era la más fiel de sus representaciones, el más acertado de sus avatares a lo Visnú. Ese que se carcajeaba en medio del cementerio, ese era él. Desgarrado por los siglos, lleno de dudas y logros que le siguen sabiendo a ceniza, no importa lo grandes que sean. Sólo se acordó de hablar, cuando el pajaro herido emprendió el vuelo. Lo siguió mientras surcaba el cielo negro como tinta y pensó en lo que eso representaba.

No lo entiendes —habló en medio de la risa, misma que ya había aminorado pero no desaparecido—. Pero no te pido que lo entiendas. Estas manos… —las extendió frente a la chica como si le ofreciera un sacrificio, como antes ella hizo con el ave—, lo que daría yo porque tuvieran marcas y cayos, pero no, incluso aquí me condena lo que soy. No lo entiendes, pequeña, y nunca lo harás. Tampoco quiero que lo hagas. Pero no soy esto porque pedí serlo, lo soy porque alguien jugó una cruel broma conmigo —su rostro entonces cambió. Ya no reía y ya no quedaba vestigio de aquel estertóreo sonido. Ahora era serio, solemne, y sus ojos, que era donde más comunicaba, refulgían con algo parecido a la rabia.

Me gusta que seas tan modesta —al fin avanzó y quedó muy cerca de ella. Fue su turno de tomarla por sorpresa. Con una gélida mano, la agarró del mentón con firmeza y la hizo levantar el rostro, para que lo viera directo a los ojos—. Pero nada en ti, ni en mí, para usos prácticos, es normal. Esa ave no voló por obra de un milagro. No vale la pena mentirnos. Somos diferentes y eso, de ningún modo, es un cumplido —la soltó suavemente, acariciando la piel ahí donde antes estuvieron sus dedos.

¿A qué le tienes tanto miedo? No es a mí, puedo verlo. ¿Acaso es a lo que represento? Pero qué es eso. Porque todos vivimos en nuestros propios mundos simbólicos, y no puedo saber que soy yo para ti. Cómo me ves y percibes. Me temes, estoy seguro, pero no logro descifrar por qué —habló con una melodía casi reconfortante en su voz—. Yo no te temo, Simonetta. Al contrario, cada vez que te veo, te vuelves más indispensable…

Así como había cuestionado qué significado tenía él en el mundo de la chica, ella poseía uno importante en el propio. Era acertijo sin respuesta. Era poder inalcanzable. Era una promesa en el aire que nunca se ha de cumplir. Era ojos asustados y mente atenta. Era una bella contradicción. Ambos, para entonces, podían haber partido caminos, sin embargo, seguían ahí. Baldassare, por su lado, debido a la importancia que ahora sabía, tenía ella en su propio mundo alegórico. Ella… quizá porque aún buscaba la respuesta, o porque la tuvo incluso antes que él.
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Mensaje por Simonetta Vespucci Dom Mar 06, 2016 7:14 pm

¿Y quién de nosotros podía considerarse libre de esa crueldad? No creía en la libertad; con cada decisión que tomaba, algo perdía, sobretodo con mis poderes queriendo salir. No podía elegir sufrir las consecuencias. Pero me aventuraba a pensar, muy osadamente, que si seguía el camino Baldassare podía ser un poco más libre dentro del corral llamado mundo. Me miró salvajemente, y yo me descubrí viéndole de la misma forma. Hasta los conejos muerden. ¿Qué me molestó? No su risa ni la agresividad en su energía, sino imaginármelo tan mortal como yo.

Por ningún motivo. Si es posible que algún día una arruga llegue a anidar en su piel, yo deseo con todas mis fuerzas no estar viva para ese entonces. — por una razón muy egoísta — Usted me lanzó a este pozo sin fondo y no va a desvanecerse. Por su causa ahora participo de un juego cuyas reglas desconozco Sólo está su persona para enseñármelas. Siento que es la más arriesgada opción, pero es la única que tengo.  Me niego a creer que aquello que me ha abierto los ojos se disuelva sin más. No lo permitiré.

O salíamos juntos de ese abismo por las buenas, o yo lo seguiría hasta el final, mas no como pupila ni como seguidora, sino como la peor de las desgracias. Una tempestad. Él podía ponerme fin cuando quisiera, cierto, pero eso no significaba que no pudiera hacerle la existencia más difícil de lo que ya era si es que osaba desaparecerse. Era mi cable a tierra, para bien o para mal. ¿Con quién más podía hablar de esta realidad locuaz sino con quien la había revelado?

Yo quería decirle que no era modesta. Nunca se podía ser modesto con un vampiro; sólo realista. Pero él, imprudente él, ¡canalla él! Ese espacio era mío, y se había atrevido a vulnerarlo tocándome sin mi permiso. Ya lo había hecho otras veces, pero nunca había estado tan cerca de mí ni yo tan lúcida.

Basta. Basta. Basta. — repetí susurrante, con los ojos temblorosos e incapaz de gritar. Me envenenaba, no mi cuerpo, sino mi mente. Y podía corromper hasta mi alma si seguía así — Aléjese, por su bien. —dije amenazante. No necesitaba decir nada más, y tampoco podía.

Mas la magia sí habló, crispando los vidrios de un mausoleo y avivando el fuego de algunas velas. Distracción suficiente como para ubicarme a mayor distancia cuando él me soltó y tocarme el área invadida como si la hubiesen quemado. ¿A qué estaba resistiendo, exactamente? Supuse, finalmente, que sí lo había consentido, desde el momento en que creí a ciegas que podía evitarlo.

Le di la espalda y me cubrí la cara. Verlo tornaba más difícil a medida que pasaban los segundos. Él quería algo, y estaba convencido de que solamente yo podía dárselo. Maldita sea, ¿en realidad no se daba cuenta de que quería lo mismo o sólo era un estúpido egocéntrico que buscaba que lamieran la suela de sus zapatos para hacerle sentir que había vencido a Dios?

Asumí que era usted el que debía ser descifrado, pero hasta los enigmas quieren sus respuestas. ¿Quiere saber por qué me abstengo de usted? Muy bien. — mis explicaciones nunca eran simples, pero Baldassare tampoco. Me entendería. — Pensé que había venido sola a este lugar, pero me equivoqué; algo me sigue y no me deja en paz. También sucede que miro al cielo estrellado y me parece que hay algo en el firmamento que ha cambiado. En el primer caso, usted me dirá que se trata del pasado y que siga caminando, pues si existe la verdad, atrás no la encontraré. En el segundo, que las luces están más cerca, porque se han abierto mis ojos. — suspiré — No puedo llegar a casa pretendiendo ser la de antes; ya es muy tarde para regresar. Sólo me queda recorrer este laberinto. Es la forma de salir, no hay otra. Pero quisiera salir siendo humana todavía, no un monstruo. Es lo que temo, y lo peor es que no estoy segura de si es lo único que debería temer. Podría haber más. — me giré hacia Baldassare ya más armada, pero prudente aún — Estoy consciente de que tanto la doctrina como la cultura popular los describen a ustedes como demonios en la tierra, pero cuando lo oigo decirme secretos hasta ahora inimaginables pienso… si Dios es verdad, ¿hay un poco de Dios en la lengua de cada demonio? ¿Es su rostro el de un demonio o será el de un humano que no puede morir?

En la duda estaba en peligro. Me sonreí por las ironías del destino. Me dije que si éste fuese humano, tendría la forma de un niño de cinco años, haciendo impactar sus trenes sólo por diversión.

Me temo que tiene razón, señor Baldassare. Ambos somos diferentes, y no es un halago, ya que usted es tan esclavo de sus ambiciones como yo. Porque o si no, se hubiera quitado la vida apenas le arrebataron su mortalidad. En cambio aquí estamos, prolongando la agonía.
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Mensaje por Baldassare Donizetti Dom Mar 27, 2016 12:52 am


“Do not be afraid; our fate
Cannot be taken from us; it is a gift.”
― Dante Alighieri, Inferno


Sintió el viento a su alrededor encresparse. El fuego de las velas avivarse. El suelo bajo sus pies temblar. La chica poseía más poder der que ella misma admitía, o estaba al tanto de tener. No supo si eso le intrigaba más o sólo le desesperaba. Lo dejó pasar porque, en cada detalle que descubría en ella, encontraba nuevos callejones sin salida y a ese paso, iba a quedar atrapado en el prodigio de la existencia ajena.

Fue hasta ese momento que, finalmente y tras la larga búsqueda, encontraba algo de claridad. Simonetta llegaba vindicadora con antorcha en mano para guiar un camino del que él había sido arquitecto y ahora tenía miedo de recorrer. ¡Era una tontería! Pensó. Todo ese tiempo sólo se habían estado persiguiendo, creyendo que uno era la respuesta a la interrogante que representaba el otro. Sin embargo, lo que era, era más sencillo y por ello mismo, más sincero. Ambos buscaban lo mismo. Asintió en señal de entendimiento, aunque no estuvo seguro que aquello fuera lo que la chica deseaba. En todo caso, no estaban en posición de cumplir caprichos.

Escúchame. Toma esto de alguien que ha librado todas las batallas. Los peores temores son los que nosotros fabricamos. El laberinto frente a ti, frente a ambos, te pondrá a prueba. Y no importa si vas conmigo o con un ejército de tu lado, si lo permites, ellos te vencerán. Y nunca saldrás de ahí —al fin habló con ese aire vago como de profeta en el desierto—. Recuerda esto también: hasta el demonio fue un ángel alguna vez. Eres joven y entiendo por qué ves de este modo las cosas. En realidad me sorprende que seas capaz de observar más allá con tanta claridad. No importa cuántas veces visite el laberinto, siempre me pierdo. Pero también, siempre logro salir. Y esa es la lección más importante que vas a aprender a lo largo de tu vida —y esa era la verdad más irrefutable en su vida también; y en todas las vidas, para usos prácticos. Simplemente había quienes nunca se daban cuenta que estaba atrapados, y morían sin jamás intentar salir.

Las reglas de este juego cambian a conveniencia. De quien nos puso en el tablero, pero tuya también, sólo hay que ser inteligente. Nadie las conoce, todos estamos en desventaja —inclinó el rostro, sonaba terrible y desesperanzador lo que decía. De nuevo se acercó a ella con paso resuelto y sosegado—. Hablas de ambición como si eso fuese algo malo. ¿Tan terrible es en tu escala de valores? Es ella quien nos hace avanzar, individualmente y como grupo. Sí, fue mi ambición la que hizo que no desistiera, ni en mi inmortalidad, ni contigo. Deseo conocer el secreto que escondes, pero no espero que lo develes así de fácil. Es más, creo que si lo haces algún día, perdería interés —sonrió de lado, lejos de lucir amable, una maldad renovada brilló en sus ojos. Era un vampiro, y no podía negar su naturaleza.

Me ofrezco, Simonetta, a guiarte por el laberinto. A perdernos juntos, a encontrar la salida juntos. Me ofrezco a darte norte cuando las reglas cambien una vez más. Me ofrezco a ayudarte a averiguar qué es eso que te persigue. Me ofrezco a cuidar de tu mortalidad y humanidad, que tanto temes perder —extendió una mano hacia ella como si la estuviera invitando a bailar. En realidad la llamaba a un éxodo más trascendente.

Ahí estaba, al fin. La declaración meridiana. Una portentosa claridad en medio de un enrarecido ambiente cargado de símbolos que ambos veían igual e interpretaban distinto. Pocas veces Baldassare se daba el lujo de poder obrar en todo su misterio. Ese enigma constante que lo marcaba como un astro se presentaba sólo a veces, y sólo en aquella ocasión, brillaba como halo sobre su cabeza. Pero la bruja, a su modo más ingenuo y más genuino, era como él.

Le intrigaba, todo, absolutamente todo. Sin embargo, más que eso en ese instante, deseaba guardarla como su propio acertijo, personal, importante, imperecedero. La joven temía una cosa muy claramente: convertirse en un monstruo. ¿Y qué mejor que un monstruo, como él, para ayudarle a salir de aquel dédalo? Se preguntó, no obstante, qué oscuridad la estrujaba de ese modo que, era tan constante en su fobia.  
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Mensaje por Simonetta Vespucci Dom Mar 27, 2016 10:28 am

¿Cobarde? Tal vez sí lo era. No sólo por acceder a una puerta abierta que me prometía la gloria y el asesinato de la paz, sino porque sin importar que ambos quisiéramos lo mismo, Baldassare era un vampiro. Nunca seríamos iguales. En ellos, la materia había insensibilizado el espíritu, los sentidos dominado la emoción, y los sentimientos yacían bajo el peso de las pasiones.

Pero no podía atribuirle a él toda la responsabilidad. Oh no. Yo también tenía sombras. Yo también lo utilizaba. Hasta mi orgullo se inflaba imaginando a cuántas personas dejaría atrás conociendo esto que Baldassare podía ofrecerme. Decidí, tras darle más vueltas al asunto de las que daría un paranoico, con un consuelo cruel, que me aventuraría. Y si llegaba a hundirme, Baldassare se hundiría conmigo aunque tuviera que sacrificar mi vida para ello. Prefería yacer muerta con quien osaba traicionarme antes que vivir ambos, yo en la humillación y él en la ventura.

No sabe usted, desdichado, lo que pretende. Y yo tampoco.

Si las reglas cambiaban a discreción, ¿a qué exponíamos a nuestras mentes? “¡Qué importa!” Me decía una voz, la de la hechicera, Ánima. “Somos todas nuestras. Él no puede quitártelo”. Dios, me sentía tan poderosa cuando la magia me cantaba en mi cabeza. No importaba que estuviera delante de un rey o de un esclavo. Pero tenía razón. Ya estaba involucrada. Era una hechicera. Había decidido serlo, al igual que mi padre y mi abuelo antes de mí. Si algo teníamos en común era ese ímpetu inquebrantable de conocer hasta la muerte.

Reconozco — dije con sinceridad — que seres como nosotros, hijos del azar, sentimos deseos fantásticos y tenemos ambiciones invencibles. No digo que la ambición sea mala, sino que es poderosa, y si no se le tiene suficiente respeto, puede irse en nuestra contra. Dan ganas de entregarse hoy por una cosa y mañana por otra. Hay quien se arruina por el poder sin conseguir nada, y hay quien obtiene poder porque simplemente alguien allá arriba lo quiso. Y es que mi alma hechicera tiene sus caprichos, que constituyen su única distracción de este mundo tan banal y uniforme, su única razón de ser. Juro que a nadie he intentado evitar tanto como a usted para finalmente acceder. ¿Por qué? Porque al ver que anhelaba verdad me ofreció su mano, quería saber lo que pensaba, y ha sido el único que ha visto como virtud que yo reflexione y quiera nutrirme del conocimiento que me ha sido negado.

Fijé la mirada en él y sin desviarla di dos pasos hacia delante para tomar su mano. ¿Qué más podía hacer? Si lo enviaba lejos, lo buscaría incluso a pesar de mí. Ahora que él me había recibido, ahora que conocía en términos claros los pasajes de nuestra resolución y lo que valía, comprendía que se había hecho necesario para mí y que me volvería loca, no sólo si no quería guiarme, sino también si me impedía que buscase la luz. Que Campagnolo me diera una larga charla esa noche para advertirme de qué cuidarme.

No le dije lo siguiente, por temor a que se ofendiera, pero años antes de eso tuve un gato viejo que me miraba poderoso cuando me veía leer, insuflándome energías; además de papá, él fue el único que me instó a que no desfalleciera en mi afán. Cuando murió, lloré más amargamente que por cualquiera de los míos. Esperaba que Baldassare supiera que tras haber estrechado su mano conmigo no estaba exento de revoluciones.

Inmediatamente después, clavé en el vampiro la misma mirada que había propiciado a mi madre muchas veces, cuando intentaba controlar hasta los pensamientos florecientes de mi alma inquieta. Esos ojos de advertencia, capaces de acumular rencores como luna alberga promesas de amor.

Quiero que cumpla, sobre todas las cosas, con que si llega a perder el interés, desaparezca en el acto, antes de que empiece a odiarle. Que no pueda encontrarle, Baldassare. Y si acaso posee alguna habilidad capaz de transfigurar mi memoria, es mi deseo que me haga creer que ha muerto, para recordarle hasta mi deceso de esta manera y no degenere mi pasión por la sapiencia y la erudición.
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Mensaje por Baldassare Donizetti Mar Abr 19, 2016 1:25 am


“There is a crack in everything.
That's how the light gets in.”
― Leonard Cohen, Selected Poems, 1956-1968


Ni la más poderosa de las luces podía resistirse a la oscuridad. Siempre, siempre, iba a terminar por sucumbir. Porque mientras la luz escapa, las sombras todo lo devoran con apetito voraz, y jamás se sacian. Es ahí donde radica la gran diferencia, donde el triunfo yace. Y esa era la dinámica entre Simonetta y Baldassare. Una lucha, sí, pero también una convivencia. Donde uno no existe sin el otro. ¿Crees en Dios? Prepárate para creer en el Diablo también. Mejor aún, Él cree en ti.

Sonrió, triunfal. Y era en esos pequeños gestos que se notaban los siglos que Baldassare tenía a cuestas. Eran victoriosos, arrogantes, sabedores de verdades absolutas e irrefutables. Un par de ojos que lo han visto todo y que, sin embargo, frente a la más frágil de las criaturas aún se conmueven y sorprenden. Ahí radicaba gran parte del interés del vampiro por la hechicera; pero aunque en ese sitio abstracto echaba raigones, las ramas de su fascinación se extendían como maleza, hasta cubrirlo todo. La atrapaban a ella, y lo atrapaban a él de paso. La diferencia era que él no luchaba por escapar, y no se hacía daño, al no batallar.

Asintió levemente, con entendimiento, sin borrar el ademán de su rostro, como si éste hubiese estado ahí, esculpido en sus rasgos marmóreos, desde el principio de los tiempos.

Por desgracia, pequeña, no he desarrollado tal habilidad. Pero me haré cargo de que así sea, tienes mi palabra, si es que te vale de algo —la misma mano con la que antes la invitaba ahora se posaba sobre su pecho, como si jurara en nombre del César o en un intento fallido, quisiera sentir los latidos de un corazón hace mucho muerto—. Sin embargo, debo decirte, soy muy testarudo, no creo que eso suceda —su talante fue más despreocupado, casi como si bromeara con ella.

Aunque no dejaba de existir una atmósfera cargada de energía, el inmortal se sintió liberado de una carga muy grande. En ese sitio sagrado, con dos seres tan inverosímiles como ellos dos. Como bien lo había puesto en palabras la propia chica: «hijos del azar» y Baldassare era lo suficientemente inteligente como para ver cuándo no valía la pena intervenir. Éste era un caso así. No podía agregar nada más a lo que ella había ya expresado. Simplemente, asombrarse más y más con las capacidades de alguien tan joven. Miedo, sí, en su reticencia y en su ingenuidad, sin embargo, un miedo completamente normal. Es más, le hubiera preocupado más que no lo sintiera.

Seré tu guía, pero necesito conocer el destino al que quieres ir —acentuó la sonrisa. De aquel modo lució como un fauno que te envuelve en su mentira y te juega trucos. Baldassare no la envolvía en ninguna mentira, al contrario, lo hacía en la verdad. ¿Pero qué era la verdad? En ese instante, en ese lugar, lo que ellos dos desearan.

No estuvo seguro que ninguno estuviera preparado para manejar un poder tan grande.

Y dime, también, si es que iremos solos —esta pregunta iba con alevosía. Si bien para adentrarse en el mundo de Simonetta había aceptado la misión casi suicida de acompañarla, no desperdiciaría la oportunidad para preguntar. ¿Qué era, tan grande y tan poderoso, que la ataba con tanta fuerza? El vampiro, ni con todos sus milenios, conocía al completo a los hechiceros. Le intrigaban, le fascinaban, pero muy pocos estaban dispuestos a compartir sus secretos.

¿Conoces la tragedia de las líneas paralelas? Pasan cerca, pero jamás se juntan. Sin embargo, es mucho más grande la tragedia de las líneas perpendiculares, pues se encuentran en un punto y jamás se vuelven a topar. Este en nuestro punto de encuentro, me evitaste tanto como yo a ti. Sin embargo, el trazo fue lanzado de este modo, vamos a hacer uso de él. Aprovechar la convergencia —su voz sonó vaga, algo agotada incluso, pero con ella invitaba a mundos que nadie es capaz de ver, ni de soñar.  
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Mensaje por Simonetta Vespucci Vie Ene 13, 2017 6:54 am

En medio de esa álgida hiedra que ambos habíamos germinado con nuestro incomprensible trato en blanco, valiosa información me fue entregada: algunos vampiros tenían la facultad de disolver la memoria. No era un mito, sino una competencia real que podía adquirirse. Baldassare carecía de ella, pero ¿por cuánto tiempo? ¿Qué era el tiempo para él sino un antiquísimo rival, masacrado y humillado? El transcurrir de los días no lo coaccionaba como a mí. Le envidié el don, no así el precio. Apenas había alcanzado a vivir unos años como humano; insuficientes para recordar la agonía de estar tan vivo y tan cerca de la muerte, simultáneamente. Voluntariamente me hice ciega ante nuestras desemejanzas y tomé su palabra. Si la rompía, ay de nosotros. Ay de nuestros incipientes deseos. Podíamos estar escribiendo el prólogo de nuestra propia tragedia. ¿Qué más podíamos esperar entes como nosotros?

Mi brujo corazón lo quiere todo; conocimiento, vidas, cualquier arte prohibida que alimente este floreciente poder. Está ávido. Me insiste, más aún ahora. Pero está sofocado por el sueño irrealizable de la supremacía y no percibe que es un anhelo mezquino. Últimamente se ha vuelto una quimera; no tiene substancia. — dije mirando hacia el suelo, con el entrecejo tenso, desenterrando sentimientos indeterminados.

¿Y qué era el poder, en esencia? ¿No era acaso otra forma de autodestrucción? ¿Otro vicio aún peor que el opio y el placer carnal? Volví a clavar mis ojos en él, aunque cada vez que lo hacía, se liberaban torrentes de adrenalina en mi sangre. Mi magia estaba buscando su lugar en la cadena alimenticia y parecía no importarle que Baldassare dominara en la cúspide. Nuestro laberinto se había vuelto un duelo mental y sólo era cuestión de tiempo para que nos hiriésemos de muerte. Mi única esperanza para evitar tornarme más oscura que la tierra del cementerio, era mi alma.

Pero es mi fragilidad, mi humana fragilidad la que me salva de los excesos de mi sed. Usted no tuvo opción, pero yo sí. — mi tono de voz cambió de pronto. Súbitamente corté la distancia de la conversación. — Hay algo. Un no sé qué que vino no sé cómo y se queda no sé por qué. Lo veo en sus ojos y también dentro de mí. Aviva las llamas de mi fuerza. Transforma a las chispas en llamarada. Es grande. Admito que me asusta. No es así como se supone que debo ser. Podría desbordarse. Contenerlo sería peor. Desconozco si también afecta a sus fuerzas, signore, pero es mi imperioso deseo que sea usted quien encause este huracán, para que fluya y crezca, pero no estalle. Depender únicamente de mí sería peligroso; criminal y juez no pueden pertenecer al mismo lado, o el control se degenera en ficción. Mi vida es lo menos que puedo perder. Talarán cada una de las ramas de mi árbol familiar si algo sale mal. Nadie más que vuestra merced, mi convergente y artífice de mi desgracia, sabe cómo manejar este benevolente mal.

Y poco importaron las circunstancias de tiempo y lugar, que me vieran a solas con un hombre o que se hablara de mí en los chismes. Nadie nos verá me dije, empoderada, convencida. ¿Sería que todo había acabado? Y mi buen nombre, hasta hacía tan poco tiempo tan valioso para mí, se transformaría apenas en un bulto y un nombre, una inscripción, un recuerdo cada vez más distante. ¿Acaso así era aquél el ocaso de mis bienaventuranzas?
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Mensaje por Baldassare Donizetti Dom Mar 19, 2017 7:26 pm


“Change is the healthiest way to survive.”
― Karl Lagerfeld


De pie, con ese porte señorial, de amo del tiempo y la muerte, Baldassare buscó la mirada de Simonetta, sin perder pista del discurso que dejaba regado ante ellos. Vestigios de algo más grande. Al que él ya conocía y ella estaba a punto de conocer. Una herida que sangraba y dejaba entre ellos un espejo escarlata. Sonrió de lado, al fin. Encontró en su anhelo una devoción que le gustó, no hacia él, sino hacia lo que representaba. La promesa de un buen puerto al cual llegar después de la tormenta que se estaba creando en su interior. Sonrió de lado y se hizo un paso hacia atrás.

Dicen que para apreciar mejor una obra, la veas en su totalidad. Bien, pues eso hizo, quiso verla al completo. Su áurea presencia como un halo sagrado, junto a él, el más vil de los demonios. O al menos, así se lo pareció en ese instante. Y es que para poder satisfacerlos a ambos, tendría que arrebatar trozos enteros de lo que ella era. Arrancarlos con fuerza desde el interior. No iba a ser bonito, pero a la larga, iba a ser necesario.

Si te asusta, significa que estás viva. Preocúpate cuando ya no experimentes emociones tan entrañablemente humanas. Hay personas que mueren, y ni siquiera se dan cuenta. No hablo de muerte como la que me alcanzó a mí, o a Cora. No hablo de la Parca, hablo de algo más silencioso, y más terrible. Esto… —estiró la mano y con la yema del dedo diestro, apenas si tocó el pecho de la chica, debido a la distancia y porque así quiso que fuera—, te va a recordar que no te estás destruyendo, sino que estás mutando. Cambiar es completamente natural. A veces, es la única manera de sobrevivir —alzó ligeramente el rostro para ver el firmamento. Ese cielo nocturno con las estrellas a miles de millones de kilómetros sobre ellos, quemándose por milenios, indiferentes a la pequeñez de la existencia aquí en la Tierra. Lo que dijo, lo dijo desde muy dentro. Era una lección que había hecho suya hace mucho y era la más valiosa que iba darle a Simonetta de aquí en adelante.

Transformarse sin traicionarse era una tarea difícil, pero no imposible. Al contrario que él, ella gozaría de un guía (él) que ya había pasado por los dolorosos procesos. Y no era que se echara flores, pero consideró que la joven no iba a encontrar nadie mejor para la titánica tarea.

Cuidaré de tu vida como no pude cuidar de la mía —salvó la distancia, una vez más. Si había dado un paso hacia atrás, ahora daba tres hacia delante y quedó a un palmo de ella. Con ambas manos tomó el rostro ajeno. Era tan hermosa como sus más grandes hitos escultóricos, y quizá un poco más, incluso, pues ella poseía algo que él ni siquiera recordaba: vida.

Con suavidad la atrajo hacia él. Con los muertos y las tumbas, como testigos silenciosos de un trato firmado en el Infierno, Baldassare besó a Simonetta. Pero la besó apenas tocando algo de ella con sus fríos labios. Posó aquel gesto en la comisura de la boca ajena. No hubo lascivia ni posesión en el acto. Sólo ternura, y requiebro. Se separó un poco, sin soltarla y la miró a los ojos. Le quería decir algo con ellos, algo importante, algo que era incapaz de ponerse en palabras. Quizá el hecho de que ahora, y para siempre, iban a estar ligados, quisieran o no.

Afectas no sólo mis fuerzas, Simonetta. Sino también mi juicio y mi todos mis sentidos. No te angusties, pequeña. A pesar de ello, he hecho esto, he formulado esta promesa, en pleno uso de mis facultades. Esta es una misión… no, miento —la soltó al fin—, tú eres la misión. Tú eres empresa y resultado. Necesito saber qué hay en medio, y me vas a ayudar a averiguarlo.
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Mensaje por Simonetta Vespucci Lun Mar 20, 2017 5:33 pm

Entonces él se inclinó sobre mí y su boca me cubrió como una ola helada; me acarició, me petrificó, me envolvió, me arrastró desfallecida y, sin embargo, dejó cálida mi boca. A mi garganta subió algo así como un sollozo, y no supe por qué la respiración se me hizo rasposa, y no supe por qué me fue dulce esa rugosidad, y no supe por qué fue idílica a mi existencia la fatiga infligida por la acometida dejada en mi rostro.

Mis manos vibraban, reprimiendo la necesidad de palpar la línea de mis labios. El corazón me golpeaba con extraordinaria violencia, y por momentos me parecía que iban a reventarme las sienes.

Ahí lo comprendí. Lo vi con más nitidez que nunca: Con ese contacto inopinado, Baldassare no había besado mi carne. No realmente. Lo miré tan perpleja como jamás hubiese querido permanecer ante nadie. Lo miré y me dije que ese vampiro, aquel hombre imperecedero, sabía demasiado de mí. No necesitaba ni siquiera desnudarme. Sin embargo, todavía quedaba un pelágico universo por descubrir, un mundo que yo tampoco tenía noción. Lejos de sentirme amenazada, lo tomé como un desafío: Yo también lo conocería de memoria. Y como Ánima me hacía imaginar, desde ya, enredando en su pelo dedos temblorosos de rabia, vaticinaba que conocería la resistencia de sus cabellos rubicundos, sedosos y ensortijados.

Una nueva y violenta racha de viento se descargó contra nosotros. Allá, en el fondo del cementerio, oí acercarse y alejarse el incesante ladrido de los perros. Se aproximaba un vigilante. Dos, quizás. En el camposanto, la oscuridad era completa, pero mi mano tibia buscó la de él y lo incité a avanzar hacia los árboles que rodeaban la necrópolis, ocultándonos, no precisamente por nuestra seguridad. A pesar de que mi visión era tan limitada como la de cualquier ser humano, no tropecé con ninguna tumba; los ojos de Baldassare estaban en mí. Guiaba cada uno de mis pasos mientras limpiaba el camino tras nosotros de todo rastro sobrehumano.

Entre árboles que imitaban la figura alargada del ángel del rostro sucio, detuve el paso. No me había tocado, hasta ese momento, presenciar la ternura en los ojos del depredador. Tenía que decir algo al respecto:

Que así sea entonces y trastoquemos lo que nos queda de mente; tal vez la lógica ha dejado de ser necesaria. Ya habrá notado que no fue ella la que nos condujo hasta aquí. Pero le juro que voy a atrapar la belleza de su infinitud y que escurriré la magia sobre su pecho, mientras permanece quieto. — tuve que sobrepasarme y tocar el torso de Baldassare con la palma llena para comprobar lo obvio: ausencia de latidos. Yo ya no diferenciaba. Que se atrevieran a decir que lo que generaba en mí no estaba vivo. — No olvide lo que ha dicho y cuide de mi alma, que es lo único inmanente en mí. La vida tiene remedio. Si algo me pasa, usted ya sabe a quién seguiré cuando mi cuerpo ya no esté.

Y sentí que la voz se me quebraba con la última oración. Ah, ¡cómo temía que llegara la muerte! Tarde o temprano mi cuerpo se rendiría. Todo lo que había aprendido, el poder adquirido, lo que significaba para mí emprender esta travesía, todo se desvanecería. No por nada le llamaban «el fin». Sólo quedaba el consuelo de que mis últimos vestigios hallarían refugio dentro de Baldassare y que, si en algún momento me recordaba, resucitaría, mientras me pensara.
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Mensaje por Baldassare Donizetti Sáb Mayo 13, 2017 7:13 pm


Cada mínimo detalle en ella no le pasó desapercibido. Ese ligero temblor de manos, los latidos de un corazón vivo e impetuoso, pero por un rato, Baldassare encontró una paz que hace mucho no alcanzaba. Como si se la hubiera robado a Simonetta por medio de la boca, como si desde ya, le hubiera arrancado un sueño. Pensó por un breve instante en la crueldad que significaba enseñarle el camino que estaba dispuesto a mostrarle. Aquella idea se disipó ante la presencia de otras más poderosas: el conocimiento y la gloria, ésta última no como la de un guerrero que ha vencido, sino como la un hombre (o mujer) que ha completado su tarea, anónima y silenciosa, sin guirnaldas ni loas.

Se dejó guiar por ella cuando escucharon a los perros. Pudo detectar, además, dos pares de pies humanos enfundados en botas de cuero. Serían los vigilantes del cementerio. No le dio mayor importancia. Avanzó con una ligereza que incluso le era ajena a él, que se movía con la sutileza de la seda. Y por otro momento, se quedó en silencio, ahí al amparo de las sombras que había adoptado como suyas hace eones. O viceversa, fueron ellas quienes lo tomaron en su seno. Debido a cómo fue su transición, era difícil saberlo, aunque cuando había encontrado a Gyda.

La miró con sosiego. Baldassare se había formado… forjado a punta de golpes, una personalidad cínica y descarada, y en ese instante, no había nada de ese hombre sinvergüenza. Existía un suavidad casi humana en sus ojos de zafiro.

Eres muy joven para hablar de cuando ya no estés —abrió la boca al fin. Atrapó la mano de Simonetta, sin dejar que se alejara. Incluso la apretó más contra su pecho. Costillas y esternón que ya no hacían eco alguno de su corazón muerto contra su voluntad—. Sin embargo, es verdad. He prometido protegerte, y lo haré —inclinó ligeramente la cabeza y arqueó una ceja, para luego soltarla. Habló con un dejo de gallardía, de esa que sólo lees en los libros de cuentos.

Si vas a seguirme, y si yo voy a vigilar tus pasos —se movió un poco, como para pararse junto a ella, ambos mirando hacia la necrópolis, donde dos luces se tambaleaban en la oscuridad; las linternas de los guardianes y sus sabuesos del mismo color que el plomo—. Si vas a seguirme, y yo a vigilar tus pasos, tendrás que aprender a ya no temerle a la muerte como un final. Respetarla siempre, huir de ella jamás —la soslayó y le sonrió—, de todos modos, donde te escondas, ella va a alcanzarte —alzó ambas cejas y giró un poco más el cuerpo.

Tienes unos pocos minutos antes de que tenga que marcharme. El Sol es mi enemigo, y sería irónico que me encontrara precisamente en este lugar. Una pregunta, Simonetta, hazme una pregunta antes de que tenga que marcharme. Piénsala muy bien. Estoy seguro que no me vas a decepcionar —sonrió de tal modo que dejó al descubierto los colmillos que parecieron gemas que destellan siniestras. Que te conducen ante el más obvio de los peligros, y aún así, tú vas. Aún así, hubo algo tierno en su gesto, quizá eran sus ojos que veían a la chica de un modo tan pleno de devoción.

Aspiró los aromas de aquel sitio, a lirios y tierra húmeda, a sauce y lágrimas. Cerró los ojos, aguardando con paciencia, aún cuando el tiempo ya estaba en su contra. Quizá porque, como había dicho, no importaba qué hicieras, la muerte iba a encontrarte. Y era de la idea de que cuando su momento llegara, cuando le tocara dejar de existir para siempre, lo iba a aceptar. Y si no, y si algo pasaba, era porque todavía no era su turno de partir.
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Mensaje por Simonetta Vespucci Sáb Jun 10, 2017 10:49 pm

Aturdida y confusa como me encontraba, viéndome rodeada de espíritus, acariciada y cortejada por las mortales promesas de Baldassare, no pude familiarizarme inmediatamente con todo el entusiasmo y el júbilo que dictaban sus colmillos y transmitían sus ojos con su habitual petulancia. Señales que me aseguraban que yo era tan perfectamente posible de superar los desafíos que sólo encontraban un defecto en mí, del que podría curarme con facilidad, y que era mi temor a la muerte.

No tenía una pregunta; un océano completo de ellas me bañaba. Me preguntaba por qué no podía simplemente agradecer a Dios y conformarme con lo que era; por qué, de todo lo posible, nos habíamos convertido en aquello; cómo se sentiría el veneno del poder; por qué Baldassare tenía que ser tan maravilloso. Pero era demasiado chocante para tan poca efectividad que yo intuía que obtendrían esas interrogantes.

Sin duda, mi rostro expresó mi trance, tal como mi silencio mi aquiescencia. La aquiescencia de la núbil doncella. Pero yo, Simonetta completa, estaba embarcada y determinada a participar en cualquier viaje que sugiriera mi compañero. Abrí la boca sin pensar en nada. Las palabras me salieron solas, como manipuladas.

¿Hasta cuándo pretenderemos que el poder que buscamos no es sino el destino queriéndonos atrapar? — Fue así que mis labios delataron lo que guardaba mi corazón. Sin darme tiempo para considerar las dimensiones de lo que había dicho, hice señal de silencio. Y lo miré de reojo, sin retroceder. — Quédese con ella. O guárdela un momento y escúchela durante su trayecto. Yo… de a poco estoy olvidando lo que he dicho. No tengo que oír una respuesta. Además de una sonrisa, también sé fingir que no me hace falta escucharlo.

Ahí mismo llegó la tensión en mi cuello. Yo quería detenerlo, que no se fuera, y ver si podía desvanecerme como él. Pero llegaba la luz de Helios, y el delirio de la locura debía morir dentro de mi ser. Incapaz de reprimirme, de tantas ganas de gritarle, me quebré en suspiros.

Baldassare, bienaventurado señor… por favor, no me ahorre nada.
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Mensaje por Baldassare Donizetti Mar Sep 12, 2017 10:27 pm


Los más viejos recuerdos de Baldassare eran ya de una inmortalidad que no pidió. No lograba ver nada más atrás, donde una daga o un veneno pudieran acabar con él. Y esas memorias eran de un sitio en específico: Roma, y él, bajo el nombre de Vitus, vida, ese nombre le dio Cato. En esa tradición grecolatina, los grandes poemas épicos narraban las hazañas de Ulises y Eneas, y sólo en tales proezas pudo encontrar algo que se equiparara a lo que esa noche había sucedido.

Aunque claro, su encuentro fue una suerte de intimidades entrelazándose como los dedos de unos amantes. Como enredaderas tratando de cubrir caminos ya no transitados. Fue grandioso, como los cantos que hablaban de muerte de Héctor, pero sumamente diferente también. Esto iba más adentro, más profundo.

Como predijo, Simonetta no lo decepcionó. En cambio, se vio acorralado al no tener una respuesta, se había confiado, ¿qué cuestión podía soltar la chica que él no pudiera responder? Y ahí estuvo, pero eso sólo hizo más grande su anhelo, sólo alimentó la fascinación. Como si la bruja se tratara de algo tan único y tan frágil, que sólo verlo pudiera romperla. Sonrió luego, nada más, cuando ella le dijo que se llevara la pregunta. En silencio y con los ojos, le prometió que la próxima vez, tendría una respuesta; no aseguraba que una concreta, o satisfactoria. Esas cuestiones jamás eran contestadas al completo. Eran paradojas que movían al mundo, y quién era él para destruirlas. Asintió nada más.

Simonetta, la próxima vez no será como esta —advirtió. Su rostro se volvió a poner serio, y las sombras cayeron sobre sus facciones, dándole un aspecto lúgubre—. Mandaré por ti, cuando crea que es tiempo, si no acudes, sabré que al final tus miedos han ganado, oh, pero niña, mi niña… —Estiró la mano para acariciar la mejilla ajena—. Eso no significa nada malo, o de lo cual avergonzarse. Todos hemos temido, y temeremos, que no te de pena saberte humana. Eso es lo que tanto temes perder, ¿no es así? Pues bien, no hay ser humano sin emociones, y no hay emoción más primitiva que el miedo. ¿Me entiendes? —Sólo entonces sonrió de nuevo, aunque de manera más discreta.

Se separó después, dio un paso hacia atrás y miró el cielo. Las estrellas aún en lo alto, pero no tardaban en desaparecer.

Bienaventurado soy, de haberte conocido. Me viste con la boca del rojo más rojo que vas a ver jamás, y no huiste, desde ese momento supe que tú eras diferente —habló sin mirarla, aún con la vista fija en el firmamento. Luego se giró, tomó la mano ajena, y la besó—. Corre, pequeña, ve a descansar, porque pronto no tendremos reposo suficiente. Duerme ahora que puedes, estaré cuidando tus sueños. —Con suavidad la soltó. Hizo una ligera reverencia y se marchó.

Se fue caminando campante por entre las tumbas, evitando a los guardias de antes. Tendría que apresurarse para estar resguardado antes del amanecer, pero en ese momento, no pareció temer a nada. Ni a la muerte, ni a la vida.

TEMA FINALIZADO.


Baldassare Donizetti
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