AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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El mal encarnado. || Aleksandr Mussorgsky
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El mal encarnado. || Aleksandr Mussorgsky
Les había costado dos días completos volver a ordenar la casa y arreglar los desperfectos causados por aquel misterioso intruso del que solo sabían que vestía completamente de negro, tal y como dijo el ama de llaves –Marie-. Aquel susto había causado gran conmoción en el servicio de Nina y sobretodo en Arno. Ese lobo se preocupaba más por Nina que ella misma. El lobo había contratado más personal del que ya tenía la prostituta para que ayudaran a la “reconstrucción” de la casa, arreglando muebles, ventanas… Él mismo se había incluido en esas tareas como uno más de aquella casa. Nina tenía cada vez más claro que su trabajo era el responsable de todos esos altercados que se estaban concentrado en el tiempo, el asesinato de la esposa de uno de sus clientes a manos de este, ahora esa intrusión en su propia casa… La policía no parecía encontrar paralelismos entre los dos altercados por lo que todo parecía apuntar a que se trataba de un nuevo perturbado que buscaba a la joven y al no encontrarla en casa se había dedicado a descargar su furia contra todo lo que encontraba a su paso.
Durante una temporada Nina vivió en la casa que Arno tenía en el bosque, era amplia y espaciosa para ambos, alejada de la ciudad y estaba más a salvo que en ningún sitio, pero como siempre, debía regresar a su vida. Por poco que le gustara a Arno, y cada vez menos también a ella, el trabajo era lo que le daba de comer a la rubia rusa y no podía abandonarlo así como así. Tras varios días dejando que el lobo se hiciera a la idea llegó la mañana en que acabó cediendo y acompañó a Nina a su casa del centro parisino. Estaba tranquila, funcionando ya como si nada hubiera pasado días atrás. Era consciente de que Arno se quedaría a dormir allí hasta que su cuerpo no lo soportara, no era animal de ciudad y acababa por asfixiarse en aquella casa. Tras una semana viviendo juntos, cada vez más acostumbrada a esa vida en pareja que jamás había tenido, el lobo le dijo que se iría al bosque esa noche tras patrullar por París en busca del olor que se difuminaba en el ambiente y única pista para conseguir llegar a él.
Había seguridad alrededor de la casa, de eso se había ocupado él, pero de todas maneras volvería a la mañana siguiente a ver cómo iba todo. Era la primera noche en cerca de un mes que dormía sola. Toda su vida había pasado las noches sola, pero tras los meses que llevaba saliendo con Arno parecía extraño no tenerle al lado junto a ella. La cena con Marie en la cocina fue como antaño las dos mujeres solas hablando y riendo, inocentes, ignorando la oscuridad que se cernía sobre su casa una noche más. Fuera, una sombra esperaba el momento adecuado para repetir la entrada en el hogar de Petrova, esta vez de manera triunfal. Tranquila, cerró los pestillos de todas las ventanas y echó el cerrojo a la puerta nueva que habían colocado en la entrada. No había nada que hiciera saltar las alarmas cuando miró por la ventana de su dormitorio al exterior de la vivienda, los oficiales caminaban a paso lento por la acera delante de ella y el silencio reinaba ya. Despacio y con mimo peinó su melena frente al tocador antes de quitarse la bata de seda y entrar en la cama, con suerte se dormiría rápido y el regreso a la soledad de la cama no se le haría tan pesado.
Era ya pasada la media noche cuando un contacto gélido la despertó de golpe. Sus ojos aterrorizados enfocaron rápidamente una figura masculina, el hombre cubría la boca de la joven con la mano y parecía realmente divertido con la escena. Maldijo su suerte cuando se dio cuenta de que quien había entrado en su casa aquel día era el mismo que ahora la sujetaba y que en realidad era vampiro. No tenía nada que hacer contra él así como tampoco los oficiales que supuso ya estarían muertos.
Durante una temporada Nina vivió en la casa que Arno tenía en el bosque, era amplia y espaciosa para ambos, alejada de la ciudad y estaba más a salvo que en ningún sitio, pero como siempre, debía regresar a su vida. Por poco que le gustara a Arno, y cada vez menos también a ella, el trabajo era lo que le daba de comer a la rubia rusa y no podía abandonarlo así como así. Tras varios días dejando que el lobo se hiciera a la idea llegó la mañana en que acabó cediendo y acompañó a Nina a su casa del centro parisino. Estaba tranquila, funcionando ya como si nada hubiera pasado días atrás. Era consciente de que Arno se quedaría a dormir allí hasta que su cuerpo no lo soportara, no era animal de ciudad y acababa por asfixiarse en aquella casa. Tras una semana viviendo juntos, cada vez más acostumbrada a esa vida en pareja que jamás había tenido, el lobo le dijo que se iría al bosque esa noche tras patrullar por París en busca del olor que se difuminaba en el ambiente y única pista para conseguir llegar a él.
Había seguridad alrededor de la casa, de eso se había ocupado él, pero de todas maneras volvería a la mañana siguiente a ver cómo iba todo. Era la primera noche en cerca de un mes que dormía sola. Toda su vida había pasado las noches sola, pero tras los meses que llevaba saliendo con Arno parecía extraño no tenerle al lado junto a ella. La cena con Marie en la cocina fue como antaño las dos mujeres solas hablando y riendo, inocentes, ignorando la oscuridad que se cernía sobre su casa una noche más. Fuera, una sombra esperaba el momento adecuado para repetir la entrada en el hogar de Petrova, esta vez de manera triunfal. Tranquila, cerró los pestillos de todas las ventanas y echó el cerrojo a la puerta nueva que habían colocado en la entrada. No había nada que hiciera saltar las alarmas cuando miró por la ventana de su dormitorio al exterior de la vivienda, los oficiales caminaban a paso lento por la acera delante de ella y el silencio reinaba ya. Despacio y con mimo peinó su melena frente al tocador antes de quitarse la bata de seda y entrar en la cama, con suerte se dormiría rápido y el regreso a la soledad de la cama no se le haría tan pesado.
Era ya pasada la media noche cuando un contacto gélido la despertó de golpe. Sus ojos aterrorizados enfocaron rápidamente una figura masculina, el hombre cubría la boca de la joven con la mano y parecía realmente divertido con la escena. Maldijo su suerte cuando se dio cuenta de que quien había entrado en su casa aquel día era el mismo que ahora la sujetaba y que en realidad era vampiro. No tenía nada que hacer contra él así como tampoco los oficiales que supuso ya estarían muertos.
Nina Petrova- Licántropo Clase Media
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Fecha de inscripción : 30/08/2015
Re: El mal encarnado. || Aleksandr Mussorgsky
“Light and Dark: each was unaware that the other existed.”
― Ashim Shanker, Don't Forget to Breathe
― Ashim Shanker, Don't Forget to Breathe
Como el maldito desquiciado que era, Aleksandr encontraba muy beneficioso no sólo su reciente despertar, sino también su decisión de establecerse en París. La capital gala era lo suficientemente grande como para no tener a inquisidores o cazadores detrás de él como para entorpecer sus planes. ¿Pero cuáles eran éstos? ¡Ah! La incógnita era la guadaña con la que el antiguo vampiro segaba vidas. Uno nunca sabía qué haría luego, qué se proponía. Y aunque era un hombre al que le gustaba tener el control, éste sólo valía la pena cuando había sometido a una víctima, pero antes de ese punto, se dejaba guiar por su torcida imaginación. Kyla, Vesper, Amparo… todas peones desechables de su juego macabro que era sólo destrucción por el simple placer de ver rotas a las personas. Sus huesos, su carne, sus corazones, sus voluntades.
Pero como hombre que se aburre rápido, una vez que tuvo entre sus dedos los hilos que controlaban a las personas como títeres, fue a por un nuevo mártir. Una noche que visitó el burdel, la vio, la escuchó… era de su misma tierra congelada, perenne donde no crece nada. Y cuando pudo observarla con detenimiento, supo que sería ella. ¿Por qué? ¿Por qué? Exacto, Aleksandr carecía de una motivación más allá de querer ver el mundo arder. De arrasar con todo por gusto. De someter a la humanidad a su maldito capricho porque podía.
Y cuando algo se le metía entre ceja y ceja, no descansaba hasta extraer la última gota de vida y alegría de ese pobre individuo al que había marcado. Sin embargo, su primer intento fue fútil y al sólo encontrar a la criada, montó en cólera. No la mató porque pensó que resultaba mejor que la mujer infundiera miedo en su patrona, hablándole del terrible monstruo que se había formado en las sombras y había entrado a la casa. Luego de eso, estuvo ese maldito hombre que no se apartó del lado de Nina —porque sabía su nombre—. Un sujeto que hedía a lobo.
No obstante, ahí estaba finalmente. Por fin había entrado, sutil como la oscuridad que repta por los muros. Silencioso. Devastador como leviatán. Antes de hacer cualquier cosa, estuvo largo rato observándola dormir. Sus bellos rasgos eslavos como los de las mujeres que pedían sus favores cuando era un mortal, y un hechicero. Su respiración acompasada. Su sueño inocente. Sonrió y el gesto apuñaló la noche. Cuando ella abrió los ojos, ya la tenía sujeta por la boca para que sus gritos se ahogaran en la helada palma de su mano.
—Shhh —se acercó a ella y le susurró al oído—. Me has causado muchos problemas, pequeña. ¿Cuánta sangre más quieres que se derrame por tu causa? Esos policías que trajiste… vaya intento patético de cena. Su sangre no era la mejor. Estoy seguro que la tuya es mucho más dulce —se separó y la miró a los ojos como si con ellos quisiera hipnotizarla. Había algo elegante en ellos, pero algo trastornado también—. ¿Tal vez ese lobo que ha estado cuidándote? ¿A qué sabrá su sangre? —Lentamente la soltó pero sin apartarse, ahora que sabía que no gritaría.
—No tengas miedo —la rozó con la yemas de sus largos y fríos dedos; sus palabras no servían de consuelo, tan sólo acrecentaban en sentido de alarma en medio de su sosiego—. No te voy a matar, no por ahora al menos. Me quiero divertir antes. Pero no estés tan callada. Dime… dime cómo es estar frente al demonio. Dime cómo es sentir que la sangre en tus venas se hiela. Dime… pequeña —sonó a un arrullo lejano, uno procedente de la estepa rusa que lo vio nacer. Un recuerdo olvidado y tenebroso.
Última edición por Aleksandr Mussorgsky el Jue Ene 21, 2016 11:13 pm, editado 1 vez
Aleksandr Mussorgsky- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 29/10/2015
Localización : París
Re: El mal encarnado. || Aleksandr Mussorgsky
El miedo había bloqueado el cuerpo de la prostituta completamente, incapaz de mover un solo músculo, sólo pudo mirar al vampiro que se alzaba ante ella y atender cada una de sus amenazas encubiertas. La maldad estaba grabada a fuego en sus ojos, no había piedad en ellos, mucho menos paz. No era consciente aún de lo que haría con ella ni del nivel de retorcido juego al que Aleksandr estaba acostumbrado pero tenía claro que esa noche no podría olvidarla jamás. Ese antiguo cliente obsesionado con ella -el mismo que asesinó a su propia mujer para poder pedirle matrimonio a Nina- quedaba reducido a la nada en comparación a ese psicópata.
Sabía cómo hacer que la rusa se doblegara y no luchara por defenderse, aunque de poco le hubiera valido. La mención de las muertes que había causado para poder llegar a ella ya le hicieron sentir culpable como para no cargar con más desgracia sobre su conciencia. A eso se sumó el comentario sobre Arno, la mirada de la rubia se clavó en la ajena ahora sin reprimir la ira que sentía en su interior, abrasaba las entrañas haciendo que apretara la mandíbula en silencio. Antes se había enfrentado ya con hombres que la veían con un juguete pero jamás habían tenido la oportunidad de chantajearla con alguien a quien amara, pues nunca antes se permitió hacerlo. No solo estaba en peligro ella, había puesto al lobo en una situación que él desconocía y no podría perdonárselo a sí misma. Mentalmente se propuso, si salía de aquella, alejarse del lobo todo lo que pudiera si así conseguía que no corriera peligro. Cuántas veces se había repetido las palabras de aquella su primera madame, para las mujeres que venden su cuerpo amar es un lujo que no les está permitido. Había tenido esa norma clara todos los años en los que se dedicó a ese negocio, siempre le había ido bien y su nivel de vida era mucho mejor del que nunca pudo soñar… pero la llegada de Arno lo trastocó todo y ahora la silenciaba en el cuarto de su casa, quedando a merced del mal encarnado.
Ahora las dudas asaltaron su mente. ¿Debía enfrentarle? Era lo que pedía su orgullo y sus ganas de vivir, la parte más impulsiva e irreflexiva de sí misma clamaba por explotar y decirle cada una de las verdades que pensaba de él. Por el contrario el sentido común rogaba porque continuara en silencio salvo cuando este solicitara sus palabras. Los hombres no eran muy complicados según su experiencia por lo que si dejaba que Aleksandr mantuviera el control, su ego estaría intacto y quizás así lograra escapar de la situación de una manera más… ¿digna? -Tengo miedo, eres consciente de ello por lo que no me trates como a una niña estúpida, no lo soy-. Las palabras serpentearon entre sus labios en un tono neutro y frío. No sería capaz de doblegarse a él -se conocía demasiado bien como para aceptar tal cosa- pero tampoco era una suicida y no le enfrentaría de una manera tan directa como quisiera. -No tengo en frente al demonio-, se sentó al borde de la cama totalmente incómoda estando tumbada con él allí. -Sólo eres un vampiro, quizás con más años de los que puedas recordar pero no será ante ti a quien rinda cuentas cuando muera-. Quizás se había sentenciado, muy posiblemente esas palabras herirían el orgullo ajeno, pero había un resquicio de luz en el que al menos la sorpresa de su respuesta le diera algo más de tiempo antes de que empezara el espectáculo que fuera que tenía previsto para ella.
-Y si vamos a estar aquí un buen rato será mejor que no me llames pequeña o no contestaré a nada de lo que digas-, tan solo una persona se podía referir a ella con apodos y motes de ese tipo, estaba claro que no era él. Si tantas molestias se había tomado para encontrarla y tenerla a su merced no sería de extrañar que fuera conocedor del nombre de la joven. Permanecer ante él tan solo con la fina tela del camisón ocultando su cuerpo le pareció un regalo innecesario para el vampiro por lo que alargó el brazo para alcanzar la bata que reposaba a los pies de la cama antes de cerrarla en su cintura y ponerse en pie. En todo caso daría igual lo que hiciera por mantenerse firme con él, pero al menos así su integridad continuaría intacta. Los problemas por culpa de su trabajo comenzaban a ser mayores que los beneficios, quizás era hora de seguir el consejo de Arno y dejar de vender su cuerpo a hombres que después sólo traían desgracia a su vida.
Sabía cómo hacer que la rusa se doblegara y no luchara por defenderse, aunque de poco le hubiera valido. La mención de las muertes que había causado para poder llegar a ella ya le hicieron sentir culpable como para no cargar con más desgracia sobre su conciencia. A eso se sumó el comentario sobre Arno, la mirada de la rubia se clavó en la ajena ahora sin reprimir la ira que sentía en su interior, abrasaba las entrañas haciendo que apretara la mandíbula en silencio. Antes se había enfrentado ya con hombres que la veían con un juguete pero jamás habían tenido la oportunidad de chantajearla con alguien a quien amara, pues nunca antes se permitió hacerlo. No solo estaba en peligro ella, había puesto al lobo en una situación que él desconocía y no podría perdonárselo a sí misma. Mentalmente se propuso, si salía de aquella, alejarse del lobo todo lo que pudiera si así conseguía que no corriera peligro. Cuántas veces se había repetido las palabras de aquella su primera madame, para las mujeres que venden su cuerpo amar es un lujo que no les está permitido. Había tenido esa norma clara todos los años en los que se dedicó a ese negocio, siempre le había ido bien y su nivel de vida era mucho mejor del que nunca pudo soñar… pero la llegada de Arno lo trastocó todo y ahora la silenciaba en el cuarto de su casa, quedando a merced del mal encarnado.
Ahora las dudas asaltaron su mente. ¿Debía enfrentarle? Era lo que pedía su orgullo y sus ganas de vivir, la parte más impulsiva e irreflexiva de sí misma clamaba por explotar y decirle cada una de las verdades que pensaba de él. Por el contrario el sentido común rogaba porque continuara en silencio salvo cuando este solicitara sus palabras. Los hombres no eran muy complicados según su experiencia por lo que si dejaba que Aleksandr mantuviera el control, su ego estaría intacto y quizás así lograra escapar de la situación de una manera más… ¿digna? -Tengo miedo, eres consciente de ello por lo que no me trates como a una niña estúpida, no lo soy-. Las palabras serpentearon entre sus labios en un tono neutro y frío. No sería capaz de doblegarse a él -se conocía demasiado bien como para aceptar tal cosa- pero tampoco era una suicida y no le enfrentaría de una manera tan directa como quisiera. -No tengo en frente al demonio-, se sentó al borde de la cama totalmente incómoda estando tumbada con él allí. -Sólo eres un vampiro, quizás con más años de los que puedas recordar pero no será ante ti a quien rinda cuentas cuando muera-. Quizás se había sentenciado, muy posiblemente esas palabras herirían el orgullo ajeno, pero había un resquicio de luz en el que al menos la sorpresa de su respuesta le diera algo más de tiempo antes de que empezara el espectáculo que fuera que tenía previsto para ella.
-Y si vamos a estar aquí un buen rato será mejor que no me llames pequeña o no contestaré a nada de lo que digas-, tan solo una persona se podía referir a ella con apodos y motes de ese tipo, estaba claro que no era él. Si tantas molestias se había tomado para encontrarla y tenerla a su merced no sería de extrañar que fuera conocedor del nombre de la joven. Permanecer ante él tan solo con la fina tela del camisón ocultando su cuerpo le pareció un regalo innecesario para el vampiro por lo que alargó el brazo para alcanzar la bata que reposaba a los pies de la cama antes de cerrarla en su cintura y ponerse en pie. En todo caso daría igual lo que hiciera por mantenerse firme con él, pero al menos así su integridad continuaría intacta. Los problemas por culpa de su trabajo comenzaban a ser mayores que los beneficios, quizás era hora de seguir el consejo de Arno y dejar de vender su cuerpo a hombres que después sólo traían desgracia a su vida.
Nina Petrova- Licántropo Clase Media
- Mensajes : 47
Fecha de inscripción : 30/08/2015
Re: El mal encarnado. || Aleksandr Mussorgsky
“Evil requires no reason.”
― Alberto Manguel, The Library at Night
― Alberto Manguel, The Library at Night
Se irguió de nuevo en toda su estatura, que no era poca y alzó el mentón con toda la arrogancia que poseía. La miró con desdén y burla. Una de las cosas que mejor sabía hacer era estudiar a las personas, esos mínimos detalles que pasaban desapercibidos para la mayoría, a él lograban hablarle con claridad. Sentía que si quería destruir a sus víctimas desde dentro, así debía conocerlos, por medio de todo lo que callaban. Qué les dolía y qué los alegraba. Qué amaban y qué detestaban. Por eso, cada tensión en los músculos de la prostituta fue percibida y anotada.
Bufó en un atisbo de risa y se apartó. Se giró y caminó en dirección contraria a ella. Se puso a revisar lo que encontró en el tocador. Botellas de perfume y alhajeros. Mientras hacía aquella obvia violación de la privacidad ajena, se detuvo para escucharla hablar y sólo la miró por sobre su hombro mientras en una mano sostenía un abalorio que había arrebatado de su lugar. Tenía ojo para esas cosas, era la fachada que utilizaba para mezclarse con los mortales, después de todo; la de un hombre dedicado al negocio de la joyería con gusto exquisito. Lo soltó dejándolo donde lo encontró y se volvió a girar con una calma inaudita. Era esa tranquilidad que adornaba todos sus movimientos lo que lo hacía tan inquietante. Sonrió como si una herida se abriera en el cielo y de ella sangraran estrellas. Dolía verlo, lastimaba de manera real. Físicamente y emocionalmente. La observó sin decir nada por un momento y avanzó de regreso.
—Vaya, tienes garras y no temes mostrarlas, eso no lo esperaba pero lo hace más interesante —habló muy quedo. El silencio de la noche no interrumpía sus palabras—. Dejaré que creas lo que quieras por ahora pero… no, no, qué haces, no hace falta que te cubras, esas no son mis intenciones —era tarde, ella ya se había tapado con una bata. No iba a mentir, Aleksandr creyó que era mucho mejor verla sólo con el vaporoso camisón, qué se le iba a hacer.
Al fin se volvió a plantar frente a ella. La tomó con decisión del mentón y la obligó a levantar el rostro. Se gachó y quedó muy cerca, sus narices se rozaban y él podía sentir perfectamente el aliento cálido de la mortal. Un hálito que sólo podía pertenecer a alguien cuyo corazón aún bombea sangre caliente como el verano. Pero él, rey del invierno, odiaba el verano.
—Está bien, Nina… —se deleitó con el sabor del nombre ajeno en su paladar. Como si poseyendo su nombre, poseyera a la mujer—. Y ya que no soy el demonio para ti, cosa que me encargaré de demostrarte que es mentira en breve, puedes decirme Aleksandr. Ambos provenimos de la misma tierra helada, no es distancia, sino tiempo lo que nos separa —la soltó con brusquedad.
—Te preguntarás que busco —agitó el índice diestro en el aire como si se dispusiera a dar un gran discurso—. Hace tiempo te vi, atendiendo a un hombre… horrible, no me imagino lo que es ser tú y enredarse con semejantes esperpentos —continuó y hubo algo de burla, condescendencia y asco en sus palabras—. En fin, supongo que todos deben ganarse la vida. Te vi y supe que te quería para… mi colección, digamos —oteó el lugar y encontró una silla para sentarse. Ahí tomó lugar y aunque su asiento era sencillo, con su presencia éste parecía un trono forjado en el inframundo, con hierro, fuego y sangre.
—Me pregunto si tu mascota va a venir a salvarte. Pero créeme, cuando termine contigo, ni siquiera él te va a querer —la dulzura en su voz contrastaba con las horribles cosas que con ella se formaban. Y uno lo veía, imponente y capaz de todo, y se sabía que no eran amenazas vacías. Una carcajada vino luego, estertórea y cruel, incluso se balanceó al frente mientras reía de su propia maldad, sujetado de los descansabrazos de la silla, como un demente, como lo que era.
Aleksandr Mussorgsky- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 29/10/2015
Localización : París
Re: El mal encarnado. || Aleksandr Mussorgsky
Debía ganar tiempo de alguna manera, enfrentarle le había dado algo más de margen para pensar en algo o dar tiempo a Arno para que acudiera a la casa -como creía que haría en algún momento- pero no el suficiente. Seguía sin entender las intenciones del vampiro, no comprendía su necesidad de ella pues parecía ir más allá que el mero físico de la joven. Aun así eso era lo que le había llamado la atención y por tal razón era su arma más poderosa. No prestó resistencia al agarre ajeno y le miró sin inmutarse pareciendo aquello un duelo entre ambos rusos. Obedeciendo los deseos ajenos soltó de nuevo el nudo de la bata dejando que la tela resbalara por sus brazos hasta acomodarse a sus pies. No hacía falta hablar para que comprendiera aquel gesto. Sólo esperaba que ocurriera algo antes de que el vampiro decidiera comenzar a jugar con ella, sentía pavor por sus palabras y eso hacía que su corazón latiera aún con más potencia. Sin embargo, dada la situación de cercanía entre ambos pudiera camuflarse con excitación, siendo ese el objetivo de la prostituta. Sí, era cierto que había atendido en el pasado a hombres realmente repugnantes pero hacía tiempo que no era así por lo que debía llevar tras de ella una buena temporada hasta decidirse. -Bien Aleksandr, entonces mi pregunta es sencilla. ¿De qué se trata tu colección? -, a su vez tomó asiento en la cama, mismo lugar donde había reposado momentos antes cuando la despertó. Eso era... charlar, despistarle con lo que fuera necesario.
Comenzaba a sospechar que lo que en realidad deseaba era destruirla tal y como existía, borrar de su rostro los rasgos hermosos y gélidos que le habían valido para conquistar a medio París. Desproveerla del mayor de sus dones antes de abandonarla a su suerte. Cada una de las menciones que hacía a Arno generaban un vuelco en el pecho de la humana, Nina no soportaría la mirada de este si aquello salía tan mal como pintaba, no tanto por su posible desconfiguración sino por la cantidad de veces que la había advertido de que algo así acabaría pasando. -Te tengo lástima…- musitó paseando la mirada por el cuerpo ajeno. -¿Alguna vez supiste lo que es el amor? - No podía empatizar con alguien así, ni quería pero tenía que haber un motivo detrás de esa fachada para que desechara los sentimientos ajenos de tal forma. Sólo alguien con problemas mentales o a quien jamás le hubieran demostrado lo que se sentía al ser amado podría convertirse en un ser tan despiadado y cruel como él. Ella misma había tardado en experimentarlo en carnes propias, pues nunca se había dado la libertad de ceder su corazón a nadie hasta que conoció a Arno…
Con el mismo pánico que sintió al notar su mano fría impidiéndola gritar, se encaminó hasta la posición en la que estaba Aleksandr postrándose de rodillas entre sus piernas. -No he hecho nada para haber provocado tu ira-, alternó la mirada en ambos orbes ajenos, buscando algún rastro de humanidad y empatía en ellos. Era el momento de su vida en que con más fuerza deseaba vivir, la falta del periodo le hacía prever lo que ocurría en su vientre y sabía a ciencia cierta que de estar embarazada el bebé sería de Arno. Hacía más de dos meses que no compartía el lecho con hombre más que él y el miedo a que el lobo perdiera a su mujer y a su bebé la podrían llevar a hacer auténticas locuras. -Dime qué quieres de mi o de qué me acusas para querer dañarme-, pidió posando las palmas de las manos en las rodillas ajenas. No quería suplicar, no era su estilo, este había quedado claro en la primera retahíla de palabras que le había soltado; ahora mismo se estaba controlado y rebajando con tan solo un propósito el de escapar de las garras invisibles que la mantenían en aquella habitación. Si el vampiro hubiera querido poseerla habría podido pagar, no le faltaban recursos y no fue así por lo que Nina sentía aún más miedo ante la incógnita que reinaba en el ambiente.
Comenzaba a sospechar que lo que en realidad deseaba era destruirla tal y como existía, borrar de su rostro los rasgos hermosos y gélidos que le habían valido para conquistar a medio París. Desproveerla del mayor de sus dones antes de abandonarla a su suerte. Cada una de las menciones que hacía a Arno generaban un vuelco en el pecho de la humana, Nina no soportaría la mirada de este si aquello salía tan mal como pintaba, no tanto por su posible desconfiguración sino por la cantidad de veces que la había advertido de que algo así acabaría pasando. -Te tengo lástima…- musitó paseando la mirada por el cuerpo ajeno. -¿Alguna vez supiste lo que es el amor? - No podía empatizar con alguien así, ni quería pero tenía que haber un motivo detrás de esa fachada para que desechara los sentimientos ajenos de tal forma. Sólo alguien con problemas mentales o a quien jamás le hubieran demostrado lo que se sentía al ser amado podría convertirse en un ser tan despiadado y cruel como él. Ella misma había tardado en experimentarlo en carnes propias, pues nunca se había dado la libertad de ceder su corazón a nadie hasta que conoció a Arno…
Con el mismo pánico que sintió al notar su mano fría impidiéndola gritar, se encaminó hasta la posición en la que estaba Aleksandr postrándose de rodillas entre sus piernas. -No he hecho nada para haber provocado tu ira-, alternó la mirada en ambos orbes ajenos, buscando algún rastro de humanidad y empatía en ellos. Era el momento de su vida en que con más fuerza deseaba vivir, la falta del periodo le hacía prever lo que ocurría en su vientre y sabía a ciencia cierta que de estar embarazada el bebé sería de Arno. Hacía más de dos meses que no compartía el lecho con hombre más que él y el miedo a que el lobo perdiera a su mujer y a su bebé la podrían llevar a hacer auténticas locuras. -Dime qué quieres de mi o de qué me acusas para querer dañarme-, pidió posando las palmas de las manos en las rodillas ajenas. No quería suplicar, no era su estilo, este había quedado claro en la primera retahíla de palabras que le había soltado; ahora mismo se estaba controlado y rebajando con tan solo un propósito el de escapar de las garras invisibles que la mantenían en aquella habitación. Si el vampiro hubiera querido poseerla habría podido pagar, no le faltaban recursos y no fue así por lo que Nina sentía aún más miedo ante la incógnita que reinaba en el ambiente.
Nina Petrova- Licántropo Clase Media
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Fecha de inscripción : 30/08/2015
Re: El mal encarnado. || Aleksandr Mussorgsky
“Do not look for my heart anymore; the beasts have eaten it.”
— Charles Baudelaire, Les fleurs du mal
— Charles Baudelaire, Les fleurs du mal
La siguió con la mirada y cuando la bata volvió a yacer en el suelo, miró la prenda un segundo y regresó sus ojos a los azules de ella. Sonrió, complacido, pero no satisfecho. Era hermosa y podía tenerla si se lo proponía, en ese mismo instante, mancillarla para que su perro faldero ya no la quisiera. Pero no era divertido si la persona se ofrecía voluntariamente. La observó detenidamente mientras tomaba asiento y se quedó de pie, frente a ella y con desfachatez se llevó ambas manos a los bolsillos de su pantalón. Sabía lo que estaba haciendo pero decidió seguirle el juego.
—De almas a las que he roto y es imposible reparar —respondió como si cualquier cosa—. Me gusta extraer hasta la última gota de felicidad de las personas. Cometiste un error, a tu miseria le encontraste el bálsamo del amor. No me gusta el amor —su voz se mantuvo susurrante y algo siniestra. Se agachó un poco para poder hablarle a la cara pero en un instante volvió a erguirse.
Se rio a carcajadas cuando ella lo condenó y tardó unos segundos de recomponerse. En su rostro quedó un vestigio de aquella risa malvada en forma de sonrisa lacerante.
—No seas tonta. Esos son inventos que ustedes los mortales crearon para no sentirse solos —sin embargo, no respondió tácitamente a la pregunta. ¿Había conocido alguna vez el amor? El de pareja definitivamente no, pero el amor más grande que sintió alguna vez fue el de Mirolslava, su madre. Él era su pequeño Shura, el más precioso y le tuvo una devoción igual o más grande. Haberla matado terminó por enloquecerlo. Su rostro se tornó más humano por un segundo fugaz. No podía negar que era ahí, en la mortalidad, en la magia y en las estepas, que echaba raigones.
El instante que se sintió descolocado —la pregunta lo había trastocado— fue aprovechado por ella para arrodillarse ante él. La miró como si se tratara de una sabandija que podía ensuciar su impecable ropa. El desprecio fue palpable y estuvo a punto de darle una patada cuando escuchó sus ruegos.
—Decídete. Me tienes lástima o quieres mi piedad, no puedes tener ambas —declaró con dureza—. Por supuesto que no has hecho nada. Esa es la cuestión. El meollo. Destruyo a las personas porque puedo, no soy una especie de vengador. Soy el demonio, ya te lo dije pero te negaste a creerme. Bien, también te prometí que te haría cambiar de opinión. ¿Y sabes qué me detiene? Absolutamente nada. Un solo movimiento de mi mano ahora y serías historia. Te dejaría tan mal que ni siquiera te reconocerían —era evidente que con cada palabra se sentía más y más ufano.
—¡Suéltame! —Espetó cuando lo tomó de las rodillas y sacudió las piernas para que lo hiciera—. Mi meta no es matarte, sería muy sencillo, ¿no lo crees? No, si puedo… te atormentaría por lo que te resta de vida. Te quitaría de tajo esa belleza. Te conduciría a la locura. Te maldeciría sólo porque se me antoja, ¿entiendes? No sé y no me interesa si has visto a otros vampiros, si te has revolcado con ellos (no quiero ni imaginarme qué pensaría tu mascota), pero yo soy distinto. Ellos matan y quitan y sobajan por un motivo, yo… yo no tengo motivos —se agachó y la tomó con brusquedad para ponerla de pie. Una vez que la tuvo así, seguro que sus piernas aún no se afianzaban en el suelo, la empujó contra el muro.
—Ahora dime cuánta lástima me tienes. Vamos… o pide mi piedad. ¡Quiero escucharte! —Se acercó con paso resuelto hasta donde ella había ido a dar—. ¡Dilo! —Gritó con fuerza y rabia. Pero esa ira y esa brutalidad no surgían de ningún sitio. Carecían, como él mismo había dicho, de una razón de ser. Por eso alguien como Aleksandr, un ser absolutamente fraguado en la oscuridad y el odio, era implacable.
Aleksandr Mussorgsky- Vampiro Clase Alta
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Re: El mal encarnado. || Aleksandr Mussorgsky
Aunque lo intentara no era capaz de centrarse de tal manera en que su mente comprendiera por la mente de Aleksandr. Su maldad parecía intrínseca en él, como si no conociera otra forma de ser o tratar a los que le rodeaban. El dolor que estaba produciendo a Nina tan solo parecía ser el principio de una serie de acontecimientos que le asegurarían al vampiro la diversión de esa noche. Algo tuvo que haber en su pasado, por muy lejano que estuviera, que le hiciera ser así… pues todos los vampiros fueron antes humanos y como tales, frágiles.
-Te equivocas si crees que no puedo tenerte lástima y piedad al mismo tiempo, ahí demuestras lo poco que conoces a lo que una vez fuiste-, su poca noción de empatía y sentido común dejaba claro que los problemas mentales estaban a flor de piel, no tenía centímetro en su cuerpo que dejara un halo de esperanza para Nina. Nada de bondad ni de clemencia, estaba condenado a la oscuridad y ella a sus manos. Muchos, si vieran la situación, la tildarían de loca por enfrentarle o simplemente llevarle la contraria, pero ¿qué hacer? Nada parecía sensato por lo imprevisible de su oponente y estaba más que decidido quién de los dos iba a salir victorioso de no ser por un milagro.
La violencia con que la apartó de él elevándola en el aire la pilló totalmente por sorpresa, si era que la paciencia de Aleksandr se había agotado entonces verdaderamente estaba en problemas. Mantuvo la boca cerrada tratande de mantener el peso de su cuerpo sobre las puntas de sus pies, estando medio colgada por el agarre del vampiro. -Todo se hace por un motivo. Aunque creas que no lo tienes, lo hay- atajó estirando la garganta para lograr coger aire después del golpe. -Ya sea por mero aburrimiento, por demostrar tu poder o para crear un daño a alguien. Tienes un motivo, así que eres igual que todos los demás- Arno la mataría con sus propias manos si la viera enfrentar así a Aleksandr, pero el miedo a que la matara, a que hiciera añicos su cuerpo le produjo una sensación contradictoria. Una carga de energía que tenía que dejar salir. ¿Con qué fin iba a decirle lo que quería escuchar si de nada iba a valer? Había tratado ya de hacer que pusiera en su piel, que comprendiera que no era cuerdo lo que pensaba hacer con ella ni lo que ya había hecho; nada había dado resultado así que al menos se quedaría tranquila diciéndole todas las verdades que quisiera.
Sus gritos y sus cambios repentinos de humor denotaban una falta total de control sobre sí mismo, de nuevo otra característica que no dejaba en buen lugar a Nina. -¿De verdad quieres escucharme?- su cuerpo temblaba, parte por el miedo que sentía y parte por la rabia e impotencia del momento. -No voy a rogar por mi vida pues acabas de decir que tu meta no es matarme, si deseas dañarme hasta que no pueda agradar hombre alguno sobre la faz de la tierra adelante- estiró los brazos ante él. Prefería mil veces que acabara con aquello al juego mental, al desgaste de dudas y amenazas.
La mirada durante una fracción de segundo se desvió hacia su vientre, de nuevo el pensamiento se centró en ese posible bebé que estaba en camino. ¿Podría el vampiro notar algo así? Una parte de sí misma deseaba que no fuera así, pues sin duda lo usaría para dañarla, pero salir de dudas le vendría demasiado bien. Se prometió mentalmente que si conseguía de alguna manera salir de esa situación, se entregaría en cuerpo y alma a las dos personas que se habían ganado su amor y confianza, Arno y Marie. Dejaría las calles, dejaría esa vida de complicaciones y billetes sucios. Era el momento de empezar una nueva vida o de acabarla, todo dependería de Aleksandr.
-Te equivocas si crees que no puedo tenerte lástima y piedad al mismo tiempo, ahí demuestras lo poco que conoces a lo que una vez fuiste-, su poca noción de empatía y sentido común dejaba claro que los problemas mentales estaban a flor de piel, no tenía centímetro en su cuerpo que dejara un halo de esperanza para Nina. Nada de bondad ni de clemencia, estaba condenado a la oscuridad y ella a sus manos. Muchos, si vieran la situación, la tildarían de loca por enfrentarle o simplemente llevarle la contraria, pero ¿qué hacer? Nada parecía sensato por lo imprevisible de su oponente y estaba más que decidido quién de los dos iba a salir victorioso de no ser por un milagro.
La violencia con que la apartó de él elevándola en el aire la pilló totalmente por sorpresa, si era que la paciencia de Aleksandr se había agotado entonces verdaderamente estaba en problemas. Mantuvo la boca cerrada tratande de mantener el peso de su cuerpo sobre las puntas de sus pies, estando medio colgada por el agarre del vampiro. -Todo se hace por un motivo. Aunque creas que no lo tienes, lo hay- atajó estirando la garganta para lograr coger aire después del golpe. -Ya sea por mero aburrimiento, por demostrar tu poder o para crear un daño a alguien. Tienes un motivo, así que eres igual que todos los demás- Arno la mataría con sus propias manos si la viera enfrentar así a Aleksandr, pero el miedo a que la matara, a que hiciera añicos su cuerpo le produjo una sensación contradictoria. Una carga de energía que tenía que dejar salir. ¿Con qué fin iba a decirle lo que quería escuchar si de nada iba a valer? Había tratado ya de hacer que pusiera en su piel, que comprendiera que no era cuerdo lo que pensaba hacer con ella ni lo que ya había hecho; nada había dado resultado así que al menos se quedaría tranquila diciéndole todas las verdades que quisiera.
Sus gritos y sus cambios repentinos de humor denotaban una falta total de control sobre sí mismo, de nuevo otra característica que no dejaba en buen lugar a Nina. -¿De verdad quieres escucharme?- su cuerpo temblaba, parte por el miedo que sentía y parte por la rabia e impotencia del momento. -No voy a rogar por mi vida pues acabas de decir que tu meta no es matarme, si deseas dañarme hasta que no pueda agradar hombre alguno sobre la faz de la tierra adelante- estiró los brazos ante él. Prefería mil veces que acabara con aquello al juego mental, al desgaste de dudas y amenazas.
La mirada durante una fracción de segundo se desvió hacia su vientre, de nuevo el pensamiento se centró en ese posible bebé que estaba en camino. ¿Podría el vampiro notar algo así? Una parte de sí misma deseaba que no fuera así, pues sin duda lo usaría para dañarla, pero salir de dudas le vendría demasiado bien. Se prometió mentalmente que si conseguía de alguna manera salir de esa situación, se entregaría en cuerpo y alma a las dos personas que se habían ganado su amor y confianza, Arno y Marie. Dejaría las calles, dejaría esa vida de complicaciones y billetes sucios. Era el momento de empezar una nueva vida o de acabarla, todo dependería de Aleksandr.
Nina Petrova- Licántropo Clase Media
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Re: El mal encarnado. || Aleksandr Mussorgsky
“Every seme the Devil breathes
my steps never outweighed the gravity ov hell,
so I keep praying for rain ov flaming rocks
to foster the symmetry ov worlds.”
— Behemoth, In the Absence ov Light
my steps never outweighed the gravity ov hell,
so I keep praying for rain ov flaming rocks
to foster the symmetry ov worlds.”
— Behemoth, In the Absence ov Light
Encontraba un deleite enfermo en ver a las personas así. Vulneradas y a su merced. Sin embargo, con Nina era diferente por el simple hecho que le estaba haciendo frente. No sabía si pecaba de valentía o era tonta. Sin embargo, en el fondo no creía que fuera tonta. Entendía por qué luchaba con tanto tesón, por qué se aferraba a cualquier posibilidad de salir bien librada. Hace mucho que Aleksandr se había alienado de la humanidad —Nina tenía razón— y había dejado de comprenderla. Para él, los mortales no eran más que juguetes con los que podía divertirse. Los deshumanizaba. Pero ni así, podía ignorar acciones tan básicas como el instinto de supervivencia.
Chasqueó con la lengua. Desestimaba lo que la mujer decía, aún cuando ya había demostrado no hablar sin un motivo o una base. Sin saberlo, quizá sólo movida por la intuición, la desesperación o la suerte. Sin embargo, así era el ego del vampiro, lo aplastaba todo hasta que ya no importaba nada. Acompañó su gesto con un ademán de la mano, como si alejara a un molesto insecto que vuela cerca del oído.
—¿En verdad quieres perder el tiempo discerniendo sobre eso? —Sonrió de lado e inclinó la cabeza, como para poder observarla mejor—. Quizá mi motivo es que no tengo ningún motivo. No lo sé, no me interesa. ¿A ti sí? Podemos investigarlo ahora mismo, mientras te mutilo y te torturo —continuó, con una calma que sólo hacía más escalofriante lo que decía. Aunque, si se prestaba la atención suficiente, se podía notar también el dejo de desespero en su voz. Aleksandr no era alguien muy paciente y definitivamente Nina estaba agotando el poco temple que usualmente mostraba en situaciones como esa.
Avanzó pero antes de poder seguir haciéndolo, notó el rictus en su víctima de la noche. Frunció el entrecejo un poco. La miró a los ojos y luego al vientre, ahí donde ella había echado un vistazo fugazmente. La gente en general y Nina en particular, al parecer aún no comprendían que cualquier mínima señal sería aprovechada por el inmortal para poder llegar hasta dentro, para poder matar desde el interior. Destruir sueños era más satisfactorio para él que romper un hueso. Acabar con la cordura de alguien era más entretenido que acabar con una vida. Si se hacía con la pericia y la delicadeza adecuada, el propio mártir acabaría el trabajo. Y Aleksandr había tenido tiempo de sobra para perfeccionar ese arte.
—¿Pero qué tenemos aquí? —Cargó su voz de sorna y salvó la distancia que los separaba. Pegó su cuerpo al ajeno. Era una mujer deliciosa, no iba a negarlo. Aspiró profundamente su esencia y luego levó su mano al vientre ajeno.
No sabía, nunca se había detenido a preguntar, si otros como él eran capaces de advertir si una fémina estaba preñada. Él nunca había tenido tal habilidad y hasta entonces le había parecido irrelevante. En parte tenía sentido que fuera incapaz de algo así; su total desapego por la humanidad era indicio de que su prole era sólo un estorbo más al que no debía prestar atención. No obstante, si se acercaba lo suficiente, si sentía él mismo de cerca, podía entonces palpar esa vida creciendo dentro de una mujer, porque los signos eran físicos y más evidentes de esa forma.
—Qué tonta… —espetó, aunque fue más una reflexión personal—. Las mujerzuelas como tú no tienen derecho a nada de esto. Pero no te culpo, culpo a tu perro faldero —se acercó más y le habló al oído—. Quizá podría arrancar a ese engendro que crece dentro de ti y mostrarte cómo muere en mis manos —rio. Rio y se separó. Se llevó las manos a los bolsillos y su carcajada lo obligó a echar el cuerpo hacia atrás.
—Sí, eso sería divertido. Pero no ahora. Ahora eso que llevas no es nada. Células juntas que apenas que dividen para crear más. Intentar matar algo que ni siquiera tiene vida no sería entretenido —se calmó y se plantó recto y esbelto frente a ella—, pero cuando finalmente ese niño respire y coma lo que tú comes y esté apunto de abrirse camino para llegar a este mundo, entonces sí. Entonces será divertido matarlo frente a tus ojos.
No era una amenaza. Era un augurio.
Aleksandr Mussorgsky- Vampiro Clase Alta
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Re: El mal encarnado. || Aleksandr Mussorgsky
Si el vampiro ya tenía todo el poder y control de la situación antes, ahora ya no había luz que le hiciera pensar a Nina que lograría salir de allí con vida. El conocimiento de Aleksandr sobre su estado solo empeoraba las cosas, y aunque este hubiera dicho que acudiría a ella cuando el bebé naciera, esta no le creía. La maldad emanaba de cada uno de los poros de ese hombre y ya nada le quedaba por hacer ni por decir para evitar su propio final y el de su hijo. Cuanto más hablaba, más se daba cuenta de que después de tantos años sabiéndose o más bien creyéndose inmortal, Aleksandr había acabado por creerse una especie de Dios que tenía el poder de hacer con los humanos lo que él deseara. A algunos el vampirismo les volvía locos, era como si olvidaran que ellos fueron frágiles una vez, que enfermaban, que sufrían… Toda empatía con el dolor ajeno lo dejaban atrás y ya nada les importaba salvo la sangre y su propia diversión.
Para condena de la prostituta, ella había sido el objetivo de uno de los peores vampiros que había tenido la oportunidad de conocer, en ese momento hubiera preferido ser violada, simple y llanamente. Ya entregarse a un hombre más no le hubiera supuesto el tormento por el que la estaba haciendo pasar él, pero, ¿acaso él no lo sabía? Tenía estudiado su mundo, su vida y por tanto sabía qué decir y qué hacer para que ella temiera y rogara por su vida.
Sintió un escalofrío de nuevo cuando notó el cuerpo ajeno pegado al propio, ya no notaba en él el más mínimo deseo hacia ella, sino que toda su atención residía en su vientre. A punto estuvo de alejar la mano del vampiro de esa zona, pero se contuvo por miedo a que la represalia fuera infinitamente peor que simplemente acariciarlo. Cualquier cosa que dijera sería usado en su contra por lo que la única vía de escape que tenía a toda la rabia y el miedo acumulados era llorar. Las lágrimas cayeron por sus mejillas sin freno alguno. No había conocido lo que era el temor por otra persona, al menos no de aquel modo hasta ese momento. Sí, había protegido a Marie desde que la conoció, y viceversa; se había preocupado de Arno casi desde el principio…. Pero nada se asemejaba al amor que tenía por ese niño que estaba por venir, a pesar de que jamás había pensado en tener una familia, ahora todo su mundo giraba en torno a ello y no podía permitirse el perder lo único puro que había conseguido crear en su vida. -Hazme lo que quieras pero no toques mi vientre, suplicaré si es lo que quieres, deseas o te excita-, a pesar de que conociera su punto débil era lo peor que pudo pasar, algo tenía que hacer para protegerlo, ahora sí tendría que rebajarse, llorar, suplicar de rodillas… A saber lo que le excitaba, a saber qué era lo que exigía de ella a cambio de que se fuera de allí con vida, a saber si había siquiera una opción de ello.
El pecho se le encogió ante la mera idea de tener que contarle todo a Arno si Aleksandr le quitaba a su hijo. El lobo iría contra él, sabía que le enfrentaría y no tenía nada claro quién pudiera salir airoso de ese enfrentamiento. El vampiro era calculador, frío y letal, pero el lobo era una máquina, potente y animal… La fuerza bruta de ambas especies chocaría de una manera en que nadie que estuviera cerca saldría con vida. Arno no perdonaría jamás una perdida así y eso podría suponer a Nina perderlo a él también. De nuevo se encontraba en una encrucijada y ninguna situación parecía lo suficientemente buena, o quizás sí… -Mátame cuando nazca el bebé, podrás cebarte conmigo, hacerme cuánto daño desees. Me entrego a ti y a tus juegos si ellos viven-, su último cartucho quedaba ahora colgando de esas manos gélidas que antes la tocaron.
Para condena de la prostituta, ella había sido el objetivo de uno de los peores vampiros que había tenido la oportunidad de conocer, en ese momento hubiera preferido ser violada, simple y llanamente. Ya entregarse a un hombre más no le hubiera supuesto el tormento por el que la estaba haciendo pasar él, pero, ¿acaso él no lo sabía? Tenía estudiado su mundo, su vida y por tanto sabía qué decir y qué hacer para que ella temiera y rogara por su vida.
Sintió un escalofrío de nuevo cuando notó el cuerpo ajeno pegado al propio, ya no notaba en él el más mínimo deseo hacia ella, sino que toda su atención residía en su vientre. A punto estuvo de alejar la mano del vampiro de esa zona, pero se contuvo por miedo a que la represalia fuera infinitamente peor que simplemente acariciarlo. Cualquier cosa que dijera sería usado en su contra por lo que la única vía de escape que tenía a toda la rabia y el miedo acumulados era llorar. Las lágrimas cayeron por sus mejillas sin freno alguno. No había conocido lo que era el temor por otra persona, al menos no de aquel modo hasta ese momento. Sí, había protegido a Marie desde que la conoció, y viceversa; se había preocupado de Arno casi desde el principio…. Pero nada se asemejaba al amor que tenía por ese niño que estaba por venir, a pesar de que jamás había pensado en tener una familia, ahora todo su mundo giraba en torno a ello y no podía permitirse el perder lo único puro que había conseguido crear en su vida. -Hazme lo que quieras pero no toques mi vientre, suplicaré si es lo que quieres, deseas o te excita-, a pesar de que conociera su punto débil era lo peor que pudo pasar, algo tenía que hacer para protegerlo, ahora sí tendría que rebajarse, llorar, suplicar de rodillas… A saber lo que le excitaba, a saber qué era lo que exigía de ella a cambio de que se fuera de allí con vida, a saber si había siquiera una opción de ello.
El pecho se le encogió ante la mera idea de tener que contarle todo a Arno si Aleksandr le quitaba a su hijo. El lobo iría contra él, sabía que le enfrentaría y no tenía nada claro quién pudiera salir airoso de ese enfrentamiento. El vampiro era calculador, frío y letal, pero el lobo era una máquina, potente y animal… La fuerza bruta de ambas especies chocaría de una manera en que nadie que estuviera cerca saldría con vida. Arno no perdonaría jamás una perdida así y eso podría suponer a Nina perderlo a él también. De nuevo se encontraba en una encrucijada y ninguna situación parecía lo suficientemente buena, o quizás sí… -Mátame cuando nazca el bebé, podrás cebarte conmigo, hacerme cuánto daño desees. Me entrego a ti y a tus juegos si ellos viven-, su último cartucho quedaba ahora colgando de esas manos gélidas que antes la tocaron.
Nina Petrova- Licántropo Clase Media
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Re: El mal encarnado. || Aleksandr Mussorgsky
“De Mysteriis Dom Sathanas.”
Era una promesa. Forjada en hierro y fuego, en sangre, en tormento, en sal. Era la promesa de un martirio más allá de lo decible. De un suplicio como ningún otro. ¡No muestres nunca lo débil que eres frente a él! Su saña no tiene límites, como un océano carmesí que se extiende y se extiende, putrefacto y cruel. Alzó el rostro y la miró, impávido como una estatua que resguarda las puertas del Hades. Como un cancerbero, el más inhumano. Verdugo y señor eterno.
Se separó, dio un par de pasos hacia atrás y su risa se hizo más fuerte, más lacerante. Eran rayos que caían con la intensidad de mil soles negros. Era un anuncio del fin de los tiempos. Todo en el vampiro parecía anunciar que el Día del Juicio está por comenzar. De a poco fue tranquilizándose, aunque las plegarias ajenas no se lo facilitaban. Negó con la cabeza, como si estuviera muy divertido y decepcionado a la vez.
—No, no. No lo has entendido —estiró un brazo y con su mano de largos y finos dedos, tomó el rostro ajeno, obligándola a mirarlo—. Nada de lo que pueda hacerte ahora o después podrá compararse con la dicha de de arrancar a ese bastardo de tus entrañas y destruirlo frente a tus ojos. ¿Matarte? ¿Torturarte? ¡Por favor! El gozo real, lo que me excita en realidad, es ver cómo la gente toma el camino de la locura. Como todo lo que aman les es arrancado y no encuentran nada más por lo cual vivir —su voz sonó dulce, como si le contara un siniestro cuento de hadas a una asustadiza niña. La soltó con brusquedad al fin.
—Me gusta matar, no te voy a engañar. Pero es más divertido cuando ustedes los mortales, toman su propia vida, acorralados por la senda que yo les he labrado —sonrió. Y ese gesto era el de el demonio en persona. El de un diablo vencedor en una guerra que se ha librado por siglos. Era una herida y era una guadaña. Era una promesa.
—Cuando era mortal, nunca fui como tú, ni como nadie. Podía crear las más hermosas o terribles ilusiones —era un hechicero, sin embargo no lo dijo con todas sus letras—. Podía profetizar el futuro, si quería, si me lo pedían de la manera correcta. Al tomar este camino, perdí eso, pero aún puedo hacer augurios. Y te juro, por ese niño que cargas y ese perro al que amas, que te voy a destruir… —pareció que iba a decir algo más, a continuar con sus demenciales denuncias, pero algo llamó su atención.
Soslayó hacia la puerta y luego la miró a ella con reproche.
—¿Llamaste a tu mascota acaso? ¿Crees que él te va a poder salvar? ¿En verdad piensas que es rival digno? —Se acercó a ella amenazadoramente. La sometió contra el muro—. Hagamos que lo primero que vea al entrar, sea la mujerzuela en la que se fijó —con la rodilla le separó las piernas y se hizo de su boca con una posesividad insana. Como si quisiera devorarla ahí mismo. Beberla. Consumirla por completo.
Aleksandr había perfeccionado con los años sus modos, sus formas, incluso sus manías que no eran pocas. Sin embargo, seguía errando ahí donde Ilya, su abuelo, también erró, donde incluso Miroslava, su madre, también lo hizo: subestimaba a las personas. Desestimaba lo que no entendía. Pasaba por alto lo que no le interesaba.
Última edición por Aleksandr Mussorgsky el Dom Jul 31, 2016 3:24 am, editado 1 vez
Aleksandr Mussorgsky- Vampiro Clase Alta
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Re: El mal encarnado. || Aleksandr Mussorgsky
Lo que pasó Prometeo en el Cáucaso a manos de los dioses era un bálsamo en comparación a la tortura eterna con la que un licántropo tenía que lidiar. Y su quebradero de cabeza durante el día tenía nombre y apellido: Nina Petrova. Cometió el fatídico error de enamorarse de una prostituta en París, que además estaba orgullosa de serlo, pues eso a pesar de ser indigno para cualquier mujer, era un billete de libertad que permitía la independencia de la joven. Sin embargo Arno que asesoraba como detective a la policía había descubierto un rastro en todos los mensajes que aquel “desconocido obsesionado” por Nina le fue dejando por su casa en la ciudad. Muchas fueron las discusiones porque Nina dejara eso, ya que cada vez que salía por la puerta estaba en peligro, por los celos del lobo que se había decidido por aquella mujer, y por el continuo peligro que tenían los hombres y la tremenda equivocación de pensar que por pagar a una mujer eran dueños de ella.
Arno estaba en continua conexión con Nina, era la única persona del mundo de la que no podía desprenderse aunque quisiera, no sabría explicar de modo científico si se trataba de su sangre, de sus hormonas y la combinación que tenía con su perfume. Pero Arno era capaz de saber en un radio de varios kilómetros donde se encontraba, incapaz de zafarse y sin comprenderlo, se dedicaba a fumar como un carretero para poder aplacar aquel olor, en vano. Comprendiendo que estaba irracionalmente enamorado de ella. Por lo tanto, después de haberse ido a seguir el rastro, notó como aquella esencia de Nina se difuminaba camuflándose con el olor dulce y cruel, que caracterizaba a quien la había acosado noches atrás, y no sólo un presentimiento le heló la sangre sino que su instinto le auguraba una mala noche.
El gran círculo de plata que suponía aquella luna llena en lo alto del cielo era una losa lapidaria para Arno, porque a medida que el sol se ocultaba más se iba acercando a la ciudad y le costaba horrores mantener la razón, tambaleándose por las calles como si fuera un borracho. Su bestia interior estaba creciendo a ritmos agigantados y la voz preocupada de Marié se escuchaba lejana, con eco. Tenía todo el cuerpo hinchado, sus músculos tiraban de su ropa, la piel emanaba sudor debido a la gran temperatura que anunciaba la transformación como si fuera una fiebre, que mataría a cualquier mortal- Aguanta…-dijo mientras echaba a correr de nuevo por las calles de París, un París cada vez más oscuro, a duras penas podía mantener erguido y cuando el último rayo de luz solar se puso por el oeste, Arno se desmayó en el suelo. Su cuerpo empezó a transformarse rompiendo su huesos haciendo que el dolor le despertase solo para gritar. Necesitaba seguir corriendo, necesitaba encontrar a Nina.
A duras penas logró mantener la poca razón que le quedaba y con un grito de júbilo el gran lobo feroz aulló, dejando las ropas hechas jirones. Si hubiera sido en otra circunstancia probablemente el lobo se hubiera ido a buscar las víctimas necesarias, para saciar sus instintos naturales. Pero el lobo lo sabía, su instinto natural y animal era el del cuidado de su hembra y de las crías, que el Arno humano desconocía y aquel lobo lo sabía. Raudo y veloz, como una apisonadora entró directo al dormitorio de Nina donde el vampiro retenía a Nina. Llegó y atacó sin meditación a cualquiera que osase ponerse en su camino, incluso las gran puerta cedieron a su embestida. Fue entonces cuando aulló, con fuerza y con ganas.
"Caperucita el gran lobo feroz viene a por ti" Escribían las fábulas que por aquel entonces se vendía en libretos de peniques o francos. El lobo con su hocico al que no se le escapaba nada vagó hasta la habitación de Nina, rastreando y derribando todo, no como un animal, sino como una bestia porque eso es lo que era. Su enemigo natural estaba torturando a aquella mujer, el olor a sangre le condujo ante la escena que no entendía. Un vampiro tomaba la boca de Nina, la besaba con fervor y con fuerza, con ansiedad y deseo. El olor a sudor y sangre hacían que el lobo dedicara una mirada feroz a los presentes y enseñó los dientes, mientras labraba y su cuerpo estaba tenso como si retara a su enemigo a enfrentarse. Las lágrimas y sollozos de Nina hicieron que el animal diera algún mordisco al aire en señal de rabia y recelo. Aquella era la hembra del gran lobo feroz y nadie podía quitarle lo que era suyo. Tenía suerte de que aquella sanguijuela hubiera elegido una noche de luna llena para llevarse a su "familia".
La naturaleza había dispuesto todo para que ambas razas, antagónicas, tuvieran un duelo aquella noche. Pero como siempre cada uno tenía su ventaja y su debilidad, en el caso del vampiro su ventaja residía en su raciocinio, en la capacidad de planear y trazar una estrategia. En el caso de Arno, aquel raciocinio con el que deducía casos a diestro y siniestro se había esfumado y había dado lugar a una bestia, cruel, sin escrúpulos y con un instinto puramente animal que se basaba en el patrón de: Cazar, matar y comer.
Así que sin mediar palabra se lanzó sobre él, llevándose de largo a la pareja, como si una pared les hubiera arrollado a toda velocidad y el lobo saltó sobre el cuerpo de Aleksandr, que con prudencia había puesto los brazos de barrera dejando que el hocico del lobo, diera mordiscos al aire con la intención de llevarse la piel del vampiro o un trozo de él por delante. Sin embargo no hay que olvidar que un vampiro de casi 5 milenios no es algo fácil de derrotar, sus sentidos y fuerza sobrehumana estaban presentes en cada minuto de su no vida y eso no notaba cómo respondió a las embestidas de Arno. El problema de la nula voluntad de consciencia humana que tenía Arno en ese momento, no le ayudaba a discernir entre amigo o enemigo, el lugar, el peligro inminente de su antagonista y su naturaleza le instaban a luchar hasta el último aliento de vida que tuviera, por eso cuando se lanzó sobre la pareja, intentó morder a Aleksandr que entre la embestida que les sacudió a los tres, el mordisco de Arno fue a parar al muslo de Nina, que al notar su piel y su sangre se zafó inmediatamente en busca de la piel del vampiro.
Arno estaba en continua conexión con Nina, era la única persona del mundo de la que no podía desprenderse aunque quisiera, no sabría explicar de modo científico si se trataba de su sangre, de sus hormonas y la combinación que tenía con su perfume. Pero Arno era capaz de saber en un radio de varios kilómetros donde se encontraba, incapaz de zafarse y sin comprenderlo, se dedicaba a fumar como un carretero para poder aplacar aquel olor, en vano. Comprendiendo que estaba irracionalmente enamorado de ella. Por lo tanto, después de haberse ido a seguir el rastro, notó como aquella esencia de Nina se difuminaba camuflándose con el olor dulce y cruel, que caracterizaba a quien la había acosado noches atrás, y no sólo un presentimiento le heló la sangre sino que su instinto le auguraba una mala noche.
El gran círculo de plata que suponía aquella luna llena en lo alto del cielo era una losa lapidaria para Arno, porque a medida que el sol se ocultaba más se iba acercando a la ciudad y le costaba horrores mantener la razón, tambaleándose por las calles como si fuera un borracho. Su bestia interior estaba creciendo a ritmos agigantados y la voz preocupada de Marié se escuchaba lejana, con eco. Tenía todo el cuerpo hinchado, sus músculos tiraban de su ropa, la piel emanaba sudor debido a la gran temperatura que anunciaba la transformación como si fuera una fiebre, que mataría a cualquier mortal- Aguanta…-dijo mientras echaba a correr de nuevo por las calles de París, un París cada vez más oscuro, a duras penas podía mantener erguido y cuando el último rayo de luz solar se puso por el oeste, Arno se desmayó en el suelo. Su cuerpo empezó a transformarse rompiendo su huesos haciendo que el dolor le despertase solo para gritar. Necesitaba seguir corriendo, necesitaba encontrar a Nina.
A duras penas logró mantener la poca razón que le quedaba y con un grito de júbilo el gran lobo feroz aulló, dejando las ropas hechas jirones. Si hubiera sido en otra circunstancia probablemente el lobo se hubiera ido a buscar las víctimas necesarias, para saciar sus instintos naturales. Pero el lobo lo sabía, su instinto natural y animal era el del cuidado de su hembra y de las crías, que el Arno humano desconocía y aquel lobo lo sabía. Raudo y veloz, como una apisonadora entró directo al dormitorio de Nina donde el vampiro retenía a Nina. Llegó y atacó sin meditación a cualquiera que osase ponerse en su camino, incluso las gran puerta cedieron a su embestida. Fue entonces cuando aulló, con fuerza y con ganas.
"Caperucita el gran lobo feroz viene a por ti" Escribían las fábulas que por aquel entonces se vendía en libretos de peniques o francos. El lobo con su hocico al que no se le escapaba nada vagó hasta la habitación de Nina, rastreando y derribando todo, no como un animal, sino como una bestia porque eso es lo que era. Su enemigo natural estaba torturando a aquella mujer, el olor a sangre le condujo ante la escena que no entendía. Un vampiro tomaba la boca de Nina, la besaba con fervor y con fuerza, con ansiedad y deseo. El olor a sudor y sangre hacían que el lobo dedicara una mirada feroz a los presentes y enseñó los dientes, mientras labraba y su cuerpo estaba tenso como si retara a su enemigo a enfrentarse. Las lágrimas y sollozos de Nina hicieron que el animal diera algún mordisco al aire en señal de rabia y recelo. Aquella era la hembra del gran lobo feroz y nadie podía quitarle lo que era suyo. Tenía suerte de que aquella sanguijuela hubiera elegido una noche de luna llena para llevarse a su "familia".
La naturaleza había dispuesto todo para que ambas razas, antagónicas, tuvieran un duelo aquella noche. Pero como siempre cada uno tenía su ventaja y su debilidad, en el caso del vampiro su ventaja residía en su raciocinio, en la capacidad de planear y trazar una estrategia. En el caso de Arno, aquel raciocinio con el que deducía casos a diestro y siniestro se había esfumado y había dado lugar a una bestia, cruel, sin escrúpulos y con un instinto puramente animal que se basaba en el patrón de: Cazar, matar y comer.
Así que sin mediar palabra se lanzó sobre él, llevándose de largo a la pareja, como si una pared les hubiera arrollado a toda velocidad y el lobo saltó sobre el cuerpo de Aleksandr, que con prudencia había puesto los brazos de barrera dejando que el hocico del lobo, diera mordiscos al aire con la intención de llevarse la piel del vampiro o un trozo de él por delante. Sin embargo no hay que olvidar que un vampiro de casi 5 milenios no es algo fácil de derrotar, sus sentidos y fuerza sobrehumana estaban presentes en cada minuto de su no vida y eso no notaba cómo respondió a las embestidas de Arno. El problema de la nula voluntad de consciencia humana que tenía Arno en ese momento, no le ayudaba a discernir entre amigo o enemigo, el lugar, el peligro inminente de su antagonista y su naturaleza le instaban a luchar hasta el último aliento de vida que tuviera, por eso cuando se lanzó sobre la pareja, intentó morder a Aleksandr que entre la embestida que les sacudió a los tres, el mordisco de Arno fue a parar al muslo de Nina, que al notar su piel y su sangre se zafó inmediatamente en busca de la piel del vampiro.
Arno V. Dorian- Licántropo Clase Alta
- Mensajes : 37
Fecha de inscripción : 03/08/2015
Re: El mal encarnado. || Aleksandr Mussorgsky
Había llegado. Las palabras de Aleksandr no podían significar otra cosa, Arno estaba en la casa y la única opción de que Nina saliera viva de aquella casa dependía de él. La luna llena reinaba en el cielo y por tanto el lobo se habría adueñado del hombre, no discerniría entre amigo y enemigo y era consciente de ello. Corría doble peligro estando entre ambas bestias pero si había una pelea entre ambos ella podría intentar una huida hacia las afueras, hacia la casa de Arno y esperar allí a que este regresara a la mañana siguiente. Cerró los puños al recibir aquel beso envenenado del vampiro y luchó en vano por apartarlo de ella, nada tenía que hacer contra lo que parecía una pared. En mitad de la escena pudo apreciar por el rabillo del ojo el enorme animal que se adentraba en la estancia. Era cuanto menos majestuoso, enorme, de un tamaño bastante superior al de un lobo normal y corriente, pudo sentir la mirada iracunda de Arno en su interior.
La fuerza del golpe con el que atacó Arno fue brutal. Tumbó a Nina en el suelo e hizo que se golpeara la cabeza con la mesilla de madera que estaba junto a la cama, notando inmediatamente el hilillo de sangre cálido resbalar por su nuca. Se palpó la zona y vio la mano ensangrentada, se sintió confundida por el estacazo y levemente mareada. Tan solo podía apreciar a dos figuras luchando sin parar a un par de metros de ella. No sabía si intentar moverse o quedarse allí mismo esperando a ver una oportunidad mejor para huir. Temía que si daba dos pasos uno de los dos se fijara en ella y acabara siendo la atacada, pero no tenía más remedio que intentarlo mientras Arno tuviera fuerza para controlar al vampiro. Lo que en un principio pudiera parecer una batalla ganada de antemano por el lobo –dado su tamaño y agresividad-, se había tornado en algo épico. Jamás Nina había presenciado algo tan impresionante. Había dado dos pasos hacia la puerta cuando un grito desgarrador emanó de su garganta, un dolor horrible seguido de puro ardor apareció en su muslo. Tenía al lobo a sus pies y el muslo desgarrado por un mordisco de este. La risa atronadora de Aleksandr le confirmó su peor temor, pero no tenía tiempo para valorar los daños colaterales. El lobo había vuelto a atacar a este y ella tras hacerse un torniquete a toda prisa salió de la casa corriendo sin mirar atrás.
Nada podía hacer por Arno, tendría que salir de aquella él sólo y ella tan solo podía recurrir a una persona para que velara por ella. Marie. Tomó una calesa y pidió a un mensajero avisar a la mujer de que fuera a la casa del bosque, donde trataría de llegar si las fuerzas se lo permitían...
La fuerza del golpe con el que atacó Arno fue brutal. Tumbó a Nina en el suelo e hizo que se golpeara la cabeza con la mesilla de madera que estaba junto a la cama, notando inmediatamente el hilillo de sangre cálido resbalar por su nuca. Se palpó la zona y vio la mano ensangrentada, se sintió confundida por el estacazo y levemente mareada. Tan solo podía apreciar a dos figuras luchando sin parar a un par de metros de ella. No sabía si intentar moverse o quedarse allí mismo esperando a ver una oportunidad mejor para huir. Temía que si daba dos pasos uno de los dos se fijara en ella y acabara siendo la atacada, pero no tenía más remedio que intentarlo mientras Arno tuviera fuerza para controlar al vampiro. Lo que en un principio pudiera parecer una batalla ganada de antemano por el lobo –dado su tamaño y agresividad-, se había tornado en algo épico. Jamás Nina había presenciado algo tan impresionante. Había dado dos pasos hacia la puerta cuando un grito desgarrador emanó de su garganta, un dolor horrible seguido de puro ardor apareció en su muslo. Tenía al lobo a sus pies y el muslo desgarrado por un mordisco de este. La risa atronadora de Aleksandr le confirmó su peor temor, pero no tenía tiempo para valorar los daños colaterales. El lobo había vuelto a atacar a este y ella tras hacerse un torniquete a toda prisa salió de la casa corriendo sin mirar atrás.
Nada podía hacer por Arno, tendría que salir de aquella él sólo y ella tan solo podía recurrir a una persona para que velara por ella. Marie. Tomó una calesa y pidió a un mensajero avisar a la mujer de que fuera a la casa del bosque, donde trataría de llegar si las fuerzas se lo permitían...
OFF: disculpad que sea tan corto pero en esa situación Nina poco podía hacer...
Nina Petrova- Licántropo Clase Media
- Mensajes : 47
Fecha de inscripción : 30/08/2015
Re: El mal encarnado. || Aleksandr Mussorgsky
“Ordo ab Chao.”
A pesar de la terrible y cruel apariencia de Aleksandr, de aristócrata, de rey infernal, de hidalgo oscuro, la verdad era que también poseía las armas necesarias para la batalla. ¡No había diezmado, él solo, a los inquisidores que trataron de sacarlo de su San Petersburgo natal? Y fue sólo cuando Miroslava, su madre, se inmoló por la causa, que él dejó en paz al pueblo. No porque hubieran vencido, sino porque tenía un luto que cumplir.
Apenas se separó de Nina, el lobo que ya sabía que estaba ahí, fue a contra él. La embestida fue más brutal de lo que había esperado. Metió los antebrazos como escudo para que no alcanzara a morderlo y comenzaron a forcejear, olvidando de momento a la mujer que era la manzana de la discordia. Una Eris ilícita que desata la guerra en Troya, usando al ingenuo Paris. Si era sincero, Aleksandr admiró la fuerza del lobo, pero sólo eso. Un detalle que lo destacaba, aunque al final, en su mente, el resultado era el mismo.
Quiso detener a Nina cuando ésta intentó huir, sin embargo, no hizo falta. El idiota del lobo la había mordido por error. La había marcado. De inmediato, Aleksandr se incorporó y soltó tremenda carcajada. Los lobos como él siempre le habían parecido bestias indignas, conducidos sólo por el instinto. Tenían mucho más que perder, que lo que podían ganar.
—¡Tanto la amas que ahora la has marcado con tu sucia maldición! —Anunció y cuando la buscó, la muy zorra lo había conseguido, había huido. Apretó los dientes, no podía dejarla ir sólo así, pero su problema ahora estaba frente a él. Se erigía como esta bestia descomunal de colmillos y garras. Había invertido mucho tiempo en la meretriz, no iba a permitir que se le escapara la oportunidad. Si tenía que vencer al lobo primero; que así fuera.
—Maldito perro —musitó y, aunque no perdió su elegancia natural, se notó más fiero y más salvaje al abalanzarse contra su enemigo. Debía aprovechar que todavía era consciente de sus actos, debía usar ese hecho como arma.
Lo tomó con fuerza del cuello, alejando el rostro de aquellas terribles fauces. Forcejeó con él, y en medio de la batalla, tiraron cuanta cosa se les puso enfrente en la habitación. Quería someterlo, llevarlo contra el suelo y asfixiarlo, pero el animal era fiero, oponía resistencia. Aleksandr gruñó y mostró los colmillos blancos con los que vaciaba a sus víctimas, con los que les arrebataba la vida. Trató de tomar impulso, sin soltarlo, pero en lugar de conseguir su cometido, la fuerza ajena lo llevó contra un espejo de cuerpo completo, que se hizo añicos y donde se pegó en la cabeza. Eso provocó que lo soltara. Como acto reflejo se llevó la mano a la nuca.
Volvió a erguirse ante el animal. Se quedó observándolo, estudiándolo. El lobo pareció hacer lo mismo, mostrando aquellos temibles dientes afilados como cuchillo. Con una calma inaudita, el vampiro se peinó el cabello con la mano derecha y el mismo segundo en que terminó esa acción, se volvió a encaramar contra su enemigo. Enemigo natural, pero esa noche, redimensionado por la situación.
Avanzó a toda velocidad, en dos zancadas estuvo frente a él, pero en lugar de atacarlo de frente, se hizo a un lado, y mostró la mano izquierda, en donde sostenía un trozo del espejo que habían roto. Lo clavó con saña, fuerza y precisión en la pata del lobo. No era plata, pero eso sin duda ayudaría. Cuando lo tuvo herido, aprovechó para darle una patada y terminar de llevarlo contra el suelo.
Quiso en ese instante ir tras Nina, podía oler su peste —su sangre—, como rastro, pero cuando dio un paso en dirección a la puerta, se dio cuenta que el lobo no estaba tan neutralizado como le hubiera gustado. Se giró de nuevo, y lo miró, con la pata sangrando, pero tenaz, como la más idiota de las criaturas.
Aleksandr Mussorgsky- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 60
Fecha de inscripción : 29/10/2015
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