AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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The Man in the High Castle → Privado
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The Man in the High Castle → Privado
“Power resides only where men believe it resides.”
― George R.R. Martin, A Clash of Kings
― George R.R. Martin, A Clash of Kings
Dejar la casa que compartía ahora en París con su esposa, de algún modo, se sentía como un alivio. La amaba, amaba a esa maldita mujer con cada fibra de su ser, y eso era lo que más mermaba en su estado anímico en ese aspecto. Que por más que intentara odiarla, simplemente no podía. Suspiró aguardando el momento adecuado de dejar la residencia de un noble inglés en la que se estaba hospedando. Como Barón representante del Sacro Imperio Romano Germánico, era bien recibido.
No sabía con qué se iba a topar. Y prefirió dejar sus problemas maritales de lado para concentrase en su reunión de esa noche. Conocía a James Ruthven, monarca de Inglaterra, siendo él el Palas de los hijos de Atenea. Pero ahora iba a conocer a su esposa. Con el pasar del tiempo, Kaspar había dejado el campo de batalla para librar guerras en ese ámbito, el diplomático. Necesitaba aliados. A veces creía que, siendo un noble de tan bajo escalafón no debía meterse, para colmo, había recibido el título casi por coincidencia al casarse con Silke. Pero si ya había podido enfrentar a Rosenthal y cualquier cosa turbia que estuviera tramando, esto era mínimo.
O eso esperaba...
Rania de Valois era una mortal, eso lo sabía y en ese punto, incluso se podía identificar con el rey. Pero fuera de eso, su información era escasa. No estaba enterado si quiera si la mujer, la reina, sabía que su marido era un vampiro. Pero iba a averiguarlo. Eso, y qué tanto podía contar con la corona inglesa para su beneficio. La finalidad de Kaspar no era el poder, no era ascender en esa escalera de coronas y títulos, en cambio, era el equilibrio. Sentía que debía mantenerlo cuando todos eran tan jodidamente testarudos y ambiciosos en la política europea.
Su carruaje estuvo listo a la hora indicada y fue conducido hasta el palacio real. Era un hombre puntual, y puntual llegaría. Por supuesto que se había anunciado con antelación, sin embargo, y no los culpaba, los interrogatorios en la entrada fueron exhaustivos. Al final, lo dejaron entrar. A su lado, un heraldo real lo acompañó. Era joven y se le notaba nervioso.
—Su Excelencia, Kaspar Furtwängler, Barón de Esztergom —fue presentado. Echó un vistazo al muchacho y le sonrió. No era el más cómodo alrededor de esos protocolos, pero eran necesarios.
Avanzó por la habitación donde sería recibido. Al fondo estaba ella. Era más joven de lo que había creído, pero no dejó ver su consternación. Mantuvo una expresión serena, pero adusta. Algo en todo él, en su porte, en sus pasos, en las palabras que aún no pronunciaba, decían aplomo. Kaspar era un líder nato y se notaba. Jamás flaqueaba, ni dudaba.
—Su Majestad —saludó con educación, haciendo una pronunciada reverencia—. Me alegra que haya podido recibirme. Lamento si pareció que tenía prisa, pero… —se irguió y alzó el mentón—, la tengo. Cuento con pocos días aquí en Inglaterra —continuó. Kaspar sabía cuál era su lugar. No era más que un rey (o una reina), pero tampoco se dejaba amilanar por ese tipo de cosas, guardando los modos, claro está. Mantenía el orgullo sajón hasta el último momento. Y ahí estaba, envarado en toda su estatura, esperando que la audiencia con la reina de Inglaterra diera comienzo.
Última edición por Kaspar Furtwängler el Miér Ene 13, 2016 9:50 pm, editado 2 veces
Kaspar Furtwängler- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 65
Fecha de inscripción : 17/10/2015
Localización : París
Re: The Man in the High Castle → Privado
Con James ocupado en temas belicosos, de los que ella prefería -por el momento- mantenerse al margen, había accedido a recibir a cuantos habían solicitado audiencia con la nueva corona. Como era lógico el cambio en el trono había suscitado muchos miedos y sobretodo habladurías que el matrimonio había tratado de detener con un escrito que se repartía por las calles. En él se explicaba cómo el cambio había sido pacífico y del todo bienintencionado, sin confabulaciones ni cuestiones personales por el medio. Aun así el mero hecho de recibir a los nobles tanto ingleses como extranjeros era un gesto de buena voluntad al que Rania cedió en cuanto su esposo lo solicitó. Durante todo el fin de semana recibió en audiencia privada a duques, condes, barones… Muchos de ellos tan solo demostraron miedo ante la idea de perder sus títulos, otros en cambio esperaban más favoritismos de los nuevos monarcas y el resto básicamente presentaron sus respetos y apoyo a la corona. Rania no podría haberse imaginado la cantidad de intrigas y ansias de poder que se arremolinaban alrededor de una corona. Como inexperta en esos temas, cada noche resumía lo ocurrido a James y cuando este lo consideraba oportuno les era también transferido a los consejeros y asesores. Poco a poco fue tomando consciencia de dónde estaba y en lo que se había convertido, pero aún era la joven que trabajaba en el orfanato como voluntaria y soñaba con tener una perfumería. Las buenas formas y modales adquiridos gracias a su nacimiento en el seno de una familia acomodada le facilitaban el trato con todas aquellas personas pero aun así la gran mayoría se le antojaban pretenciosas y de escasos modales, mucha apariencia y poco interior.
Era ya entrada la tarde cuando se anunció la llegada de otro visitante a la corte. -Que pase, a los demás los recibiré mañana-. La tuberculosis estaba superada casi en su totalidad pero se cansaba con más rapidez que antes y aun necesitaba más horas de sueño de lo normal para reponerse a esas largas jornadas sociabilizando. Recordó el ofrecimiento por parte de su esposo, el cómo casi en el final de sus días le procuró su propia sangre haciendo de una muerte inminente algo meramente pasajero. Tiempo había pasado ya de aquellos días, semanas… y ahora ya dependía solo de su cuerpo recuperarse de forma completa, si hubiera continuado ingiriendo la sangre de James se hubiera sometido totalmente a él y su voluntad y era algo a lo que no estaba dispuesta; así como él tampoco quería perder la esencia de su esposa.
Alzó la mirada al fondo de la sala cuando escuchó el nombre de quien se reuniría con ella y sonrió al reconocerlo, no físicamente pero James ya le había hablado de él. Por fin alguien no del todo desconocido en aquel lugar frío y húmedo. -Barón de Esztergom-, sonrió y extendió su mano hacia él con una sonrisa. -Dejadnos-, ordenó mirando a los lacayos que en silencio abandonaron la sala. No se acostumbraba a dar órdenes y disponer de las personas de esa manera pero si mostraba un carácter dócil se la comerían los lobos, por lo que al menos al principio debería dejar claro el escalafón del castillo. -Todos tienen prisa estos días, pareciera que el tiempo escaseara-, comentó cortésmente sabiendo que era eso algo que le sobraba a Kaspar. -El rey me pidió que le disculpara por no estar presente, está tratando otros temas que reclaman su entera atención pero estará encantado de reunirse con usted en otro momento si reconsidera los días que pueda pasar en Inglaterra. Está en su casa-. No creía necesario más comentario para que el vampiro supiera que era bien recibido en aquel país.
Levantándose de su asiento señaló ante ella para que ambos se dispusieran a caminar, tantas horas sentada le agarrotaban los músculos y bien podría dar un paseo con el vampiro sabiendo de la confianza que su marido le profesaba. -Demos un paseo si no le importa, necesito algo de aire. Hablaremos de los asuntos que le han traído aquí, no se preocupe- el porte de Kaspar bien le recordaba al de su propio marido, ambos caminaban erguidos y orgullosos. Dudaba si eso era debido al carácter similar de ambos o a su condición vampírica pero obviamente no era un tema que ella fuera a sacar a colación pues consideraba demasiado personal la elección de estos a decir lo que eran y a quién. Ya en el extenso jardín detuvo brevemente sus pasos para girar el rostro hacia él, -y bien, ¿cuál es el motivo de su visita barón?-
Era ya entrada la tarde cuando se anunció la llegada de otro visitante a la corte. -Que pase, a los demás los recibiré mañana-. La tuberculosis estaba superada casi en su totalidad pero se cansaba con más rapidez que antes y aun necesitaba más horas de sueño de lo normal para reponerse a esas largas jornadas sociabilizando. Recordó el ofrecimiento por parte de su esposo, el cómo casi en el final de sus días le procuró su propia sangre haciendo de una muerte inminente algo meramente pasajero. Tiempo había pasado ya de aquellos días, semanas… y ahora ya dependía solo de su cuerpo recuperarse de forma completa, si hubiera continuado ingiriendo la sangre de James se hubiera sometido totalmente a él y su voluntad y era algo a lo que no estaba dispuesta; así como él tampoco quería perder la esencia de su esposa.
Alzó la mirada al fondo de la sala cuando escuchó el nombre de quien se reuniría con ella y sonrió al reconocerlo, no físicamente pero James ya le había hablado de él. Por fin alguien no del todo desconocido en aquel lugar frío y húmedo. -Barón de Esztergom-, sonrió y extendió su mano hacia él con una sonrisa. -Dejadnos-, ordenó mirando a los lacayos que en silencio abandonaron la sala. No se acostumbraba a dar órdenes y disponer de las personas de esa manera pero si mostraba un carácter dócil se la comerían los lobos, por lo que al menos al principio debería dejar claro el escalafón del castillo. -Todos tienen prisa estos días, pareciera que el tiempo escaseara-, comentó cortésmente sabiendo que era eso algo que le sobraba a Kaspar. -El rey me pidió que le disculpara por no estar presente, está tratando otros temas que reclaman su entera atención pero estará encantado de reunirse con usted en otro momento si reconsidera los días que pueda pasar en Inglaterra. Está en su casa-. No creía necesario más comentario para que el vampiro supiera que era bien recibido en aquel país.
Levantándose de su asiento señaló ante ella para que ambos se dispusieran a caminar, tantas horas sentada le agarrotaban los músculos y bien podría dar un paseo con el vampiro sabiendo de la confianza que su marido le profesaba. -Demos un paseo si no le importa, necesito algo de aire. Hablaremos de los asuntos que le han traído aquí, no se preocupe- el porte de Kaspar bien le recordaba al de su propio marido, ambos caminaban erguidos y orgullosos. Dudaba si eso era debido al carácter similar de ambos o a su condición vampírica pero obviamente no era un tema que ella fuera a sacar a colación pues consideraba demasiado personal la elección de estos a decir lo que eran y a quién. Ya en el extenso jardín detuvo brevemente sus pasos para girar el rostro hacia él, -y bien, ¿cuál es el motivo de su visita barón?-
Rania de Valois1- Realeza Inglesa
- Mensajes : 93
Fecha de inscripción : 20/06/2015
Re: The Man in the High Castle → Privado
“All kings is mostly rapscallions, as far as I can make out.”
― Mark Twain, The Adventures of Huckleberry Finn
― Mark Twain, The Adventures of Huckleberry Finn
Sonrió de medio lado. Aquel gesto, cauteloso pero extraño en el rostro de Kaspar que solía ser más impasible, fue sólo el signo de saber que las piezas estaban de su lado del tablero. Por ahora. Tampoco es que quisiera hacerle daño, ni a la reina, mucho menos al rey. Pero el poco tiempo que llevaba metido en asuntos de diplomacia le había enseñado que era mejor tener cierta ventaja. Por si las dudas.
—No se preocupe, Su Majestad. Dígale al rey que comprendo su ausencia y que él bien sabe que tarde o temprano nos tendremos que ver y no precisamente por asuntos de la corona —dotó a sus palabras de un dejo de misterio e hizo una pausa—. Pero en realidad a la que me interesa conocer es a usted. A James… es decir, a Su Majestad el Rey ya lo conozco, pero con usted no he tenido el gusto —llevó ambas manos a la espalda en cuanto ella se puso de pie. Sostuvo la muñeca de una con la otra. Kaspar era un hombre físico, y como tal, entendía la importancia del lenguaje corporal, la milicia lo había entrenado para ello. Esconder las manos era señal de «mira, no quiero hacerte daño», que era básicamente lo que quería comunicarle a la reina. Su presencia, porte, incluso voz y mirada podían resultar muy intimidantes y hacía todo lo que estaba a su alcance, y a su modo, para no lucir tan terrible en aquella ocasión.
Asintió levemente sin agregar más y caminó hombro con hombro con Rania. De aquel modo, el guerrero teutón lucía como el centinela encargado de resguardar y proteger el precioso tesoro que era ella. Era hermosa, la soslayó y se dio cuenta de ello. Pero la belleza de la mujer que en ese instante avanzaba a la par que él era muy distinta a la de Silke. Ambas poseían una obvia hermosura física, pero en la reina todo era sutil y contenido, algo de lo que carecía su mujer.
Se detuvo cuando su acompañante lo hizo y se acomodó de tal modo que quedaron de frente. Todo ese rato no había borrado aquel ligero gesto, el de sus labios curvados apenas un poco, apenas visible detrás de la barba roja.
—Primeramente, vengo, como es de suponerse, a mostrar los respetos de la baronía de Esztergom. Siendo yo el señor de aquella tierra y Ruthven el monarca de ésta, me pareció prudente hacerlo en persona. Pero si le soy sincero, en realidad fui conducido hasta este lugar por la curiosidad de conocerla. Su marido y yo no somos tan distintos… —entornó la mirada—, es decir, es evidente que ambos tenemos buen gusto para las mujeres. Pero nuestras similitudes van un poco más allá. Me gustaría saber, y puede usted no responder si cree que me he sobrepasado, pero… ¿qué tanto conoce a su esposo? —Aquellas palabras, desde luego, iban cargadas de un significado distinto, en verdad querían decir «¿sabe usted que James es un vampiro?».
—Y bueno, no es que planee declarar ninguna guerra —a pesar de que en esencia, Kaspar era un militar, prefería regir con la pluma y no con la espada—, pero quiero que sepan que la baronía respalda a esta nueva corona y me gustaría saber si recibiré el mismo trato a cambio. Me imagino que… siendo un ascenso al trono tan repentino, deben tener más de un enemigo. Alguien o varios que quieren que se equivoquen, para verlos caer —entendía cómo se movía la gente en esos estratos, no hablaba al tanteo. Su rostro volvió a ser impertérrito, borrando de plano la sonrisa discreta—. Necesitan validación entre otros nobles, reyes principalmente, pero gente de títulos bajos también, como yo —era una oferta bastante clara. Su motivación: posicionarse. No el poder, no la gloria, no una corona. Sólo un lugar estratégico para mantener el equilibrio.
Kaspar Furtwängler- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 65
Fecha de inscripción : 17/10/2015
Localización : París
Re: The Man in the High Castle → Privado
La primera de las razones de Kaspar era previsible, como todos los nobles a los que había recibido hasta entonces, todos querían presentar sus respetos a la corona y comprobar –en la medida de lo posible- lo fuerte que esta era ahora. Sin embargo, su segundo motivo parecía ser el verdadero y en absoluto Rania esperaba una respuesta como aquella. Por un momento se quedó estática simplemente observando a su interlocutor y valorando si estaba en peligro a solas con él o no. Las referencias de James sobre él eran sin duda impecables y únicamente fue eso lo que inclinó la balanza a favor del barón, logrando que la reina relajara nuevamente el semblante. Si bien era cierto que su carácter era dócil y manso, no le gustaba jugar a acertijos o ser evaluada por los demás y parecía que ese era precisamente el objetivo del vampiro. Sus mejillas –como cada vez que recibía un cumplido- enrojecieron, eso no lo podía evitar, sin embargo aquella vez no desvió la mirada como solía hacer. Además de una mujer era la reina de Inglaterra y jamás se permitiría de nuevo mostrar una debilidad, al menos no ante desconocidos. Ahora se avecinaba el momento clave de aquella visita, saber si ella era conocedora de la condición de su marido. -Conozco a mi marido lo suficiente como para haberle concedido a usted la audiencia más tardía-, concluyó. Contestó a su duda de la misma manera en que él la había preguntado. Era obvio que Kaspar comprendería así su conocimiento sobre la condición de ambos, de la misma manera en que podría confiar en que no desvelara aquel dato. Nunca se sabía dónde podría haber alguien escuchando y la seguridad de su familia primaba para la joven por encima de todo lo demás. Se había visto arrastrada a aquel país por James, porque él quería el cargo que se le había ofrecido y siempre –por supuesto- antepondría a su hijo a sí misma. Por ello mismo nunca nadie oiría de sus labios las palabras “James es vampiro”.
-En cuanto al tema bélico, me temo que es James quien se encarga-, se dirigió a él simplemente por su nombre ahora que quedaba claro que era más que conocido para el barón también, -pero me atrevería a decir que si tiene usted problemas no demorará en enviar un destacamento en su ayuda-. Quizás se había aventurado al decir aquello, pero todo lo que envolvía la relación de ambos vampiro le dejaba clara la complicidad y confianza que se tenían. Desconocía cual era la naturaleza de dicha relación pero no escuchar el nombre de la creadora de James –Melena- de labios de Kaspar lograba tranquilizarla en cierta medida. Días llevaba sin noticias de aquella pérfida mujer y su esposo no parecía tampoco acordarse de ella. ¿La conocería quien ahora la acompañaba? Notó el cambio en su rostro, de gesto severo mirando hacia el castillo aún. -¿Está usted casado?-, fijó sus ojos en él una vez más mientras emprendían la marcha. Muchas veces se había planteado qué llevaba a un ser inmortal el casarse, pues esto sólo podría traerle desgracia. Empezar una relación con una humana llevaba implícito el acabar perdiéndola y si ese hombre estaba en dicha situación querría conocer su opinión al respecto. Rania se atormentaba día tras día pensando en el dolor que le causaría su muerte a James, ya había estado a punto de morir y este había parecido hacerlo con ella. No era capaz de dejar que este la transformara, ya se lo había prohibido, ¿sería el rey capaz de obedecer? Y sin embargo ninguna de esas dudas salieron por el momento de los labios de Rania. -Si es así, por favor siéntase libre de invitarla a la corte el tiempo que quiera-.
Unos pasos sonaban por las baldosas de la entrada trasera del edificio, como si estuvieran buscándoles. Pensó en la posibilidad de que los guardias trataran de verificar el estado de la reina pero nada más lejos de la realidad, la matrona con Abel en brazos ojeaba el jardín en busca de esta. Había dejado claro que no se separaría de su hijo como era costumbre en todas las reinas, le daría los buenos días, las buenas noches y todos los días le sacaría a pasear por el jardín como ya hacía en París. Recogió al bebé de los brazos de la fornida mujer y le dio permiso para retirarse por el momento, -si no le importa que entremos… no quiero que enferme con el frio de la noche-, pidió a Kaspar dirigiéndose al interior. Era obvio que él sabía que no era hijo de James y por ello quiso dejar claro el motivo por el que el pequeño era mecido por los brazos de Rania. -Sus padres murieron y James lo trajo a casa una noche. Yo siempre deseé formar una familia y le adoptamos. Abel Ruthven de Valois, príncipe de Inglaterra y heredero al trono-, presentó al pequeño como lo hacían en el castillo cada vez que alguien deseaba verle. -Demasiado pequeño para saber la responsabilidad que su nombre implica…-
-En cuanto al tema bélico, me temo que es James quien se encarga-, se dirigió a él simplemente por su nombre ahora que quedaba claro que era más que conocido para el barón también, -pero me atrevería a decir que si tiene usted problemas no demorará en enviar un destacamento en su ayuda-. Quizás se había aventurado al decir aquello, pero todo lo que envolvía la relación de ambos vampiro le dejaba clara la complicidad y confianza que se tenían. Desconocía cual era la naturaleza de dicha relación pero no escuchar el nombre de la creadora de James –Melena- de labios de Kaspar lograba tranquilizarla en cierta medida. Días llevaba sin noticias de aquella pérfida mujer y su esposo no parecía tampoco acordarse de ella. ¿La conocería quien ahora la acompañaba? Notó el cambio en su rostro, de gesto severo mirando hacia el castillo aún. -¿Está usted casado?-, fijó sus ojos en él una vez más mientras emprendían la marcha. Muchas veces se había planteado qué llevaba a un ser inmortal el casarse, pues esto sólo podría traerle desgracia. Empezar una relación con una humana llevaba implícito el acabar perdiéndola y si ese hombre estaba en dicha situación querría conocer su opinión al respecto. Rania se atormentaba día tras día pensando en el dolor que le causaría su muerte a James, ya había estado a punto de morir y este había parecido hacerlo con ella. No era capaz de dejar que este la transformara, ya se lo había prohibido, ¿sería el rey capaz de obedecer? Y sin embargo ninguna de esas dudas salieron por el momento de los labios de Rania. -Si es así, por favor siéntase libre de invitarla a la corte el tiempo que quiera-.
Unos pasos sonaban por las baldosas de la entrada trasera del edificio, como si estuvieran buscándoles. Pensó en la posibilidad de que los guardias trataran de verificar el estado de la reina pero nada más lejos de la realidad, la matrona con Abel en brazos ojeaba el jardín en busca de esta. Había dejado claro que no se separaría de su hijo como era costumbre en todas las reinas, le daría los buenos días, las buenas noches y todos los días le sacaría a pasear por el jardín como ya hacía en París. Recogió al bebé de los brazos de la fornida mujer y le dio permiso para retirarse por el momento, -si no le importa que entremos… no quiero que enferme con el frio de la noche-, pidió a Kaspar dirigiéndose al interior. Era obvio que él sabía que no era hijo de James y por ello quiso dejar claro el motivo por el que el pequeño era mecido por los brazos de Rania. -Sus padres murieron y James lo trajo a casa una noche. Yo siempre deseé formar una familia y le adoptamos. Abel Ruthven de Valois, príncipe de Inglaterra y heredero al trono-, presentó al pequeño como lo hacían en el castillo cada vez que alguien deseaba verle. -Demasiado pequeño para saber la responsabilidad que su nombre implica…-
Rania de Valois1- Realeza Inglesa
- Mensajes : 93
Fecha de inscripción : 20/06/2015
Re: The Man in the High Castle → Privado
“The only love that I really believe in is a mother’s love for her children.”
― Karl Lagerfeld
― Karl Lagerfeld
Alzó el mentón y esbozó una sonrisa misteriosa, sin decir más, aun conservando aquella postura que recordaba que, ante todo, Kaspar era un soldado. El más aguerrido, pero también el más cabal. Entonces ella sí sabía lo que James era y en lugar de sentirse tranquilo, como esperaba, esa nueva información sólo removió su interior como una borrasca. Sin embargo, en esta ocasión poco tenía que ver con la reina o su marido, era más bien algo personal. No pudo evitar, como es de esperarse, encontrar o tratar de hallar la correlación entre los monarcas de Inglaterra y su propio, aciago, infeliz matrimonio.
—Por supuesto, entiendo —la voz de Rania lo sacó de su repentino ensimismamiento y se lo agradeció. Asintió nada más, complacido de lo que escuchaba. Si bien sabía, como ella misma había puntualizado, que era Ruthven quien tomaba esas decisiones, sentía que esto, de algún modo, lo formalizaba, y no sólo como un tratado, un armisticio o una alianza que se firma al pie, sino con algo más de peso: la palabra de honor. Más valiosa para un hombre como él, pero también más incierta.
—Así es, felizmente casado —esa era la mentira que lo ayudaba a mantenerse cuerdo. Y no era la idea per se, sino el saber que era una farsa. Amaba a Silke, no cabía duda de eso, pero su vida en pareja distaba mucho de ser feliz. De nuevo ahí estaba, navegando por los mares de sus propias congojas. No era un sujeto sentimental, ¿qué demonios estaba sucediendo? Era, quizá, esa posibilidad que representaban los reyes británicos, la que no lograba alcanzarlo a él, ni a su esposa. O la que ellos mismos no lograban alcanzar—. Muchas gracias, Su Majestad, se lo diré. Estará encantada de venir, ella toca el cello, ¿sabe? Quizá algún día pueda tocar para ustedes —no pudo detenerse. Las palabras se precipitaron traicioneras en sus labios, arrojándose al vacío, convirtiéndose en los fantasmas de su propia agonía. Hablaba de Silke con tanta exaltación que uno no podía imaginar lo verdaderamente horrible que se había vuelto la vida a su lado. De ese modo, el patético embuste del «felizmente casados» se confirmaba como una verdad para el resto y como un clavo más al ataúd de Kaspar.
Se detuvo y dio un paso hacia atrás cuando la nana llegó con aquel niño en brazos. No supo si Rania vería su expresión de desconcierto o simplemente le pareció prudente aclarar antes de que él cometiera una imprudencia, pero fue evidente en él que la presencia de un niño lo descolocó de sobremanera. Siguió a la reina hasta el interior nuevamente, con paso austero y sin dejar de observar la imagen del bebé en sus brazos. Un honor, una responsabilidad que le birló a Silke aún mucho antes de conocerla.
—Ya veo. La misericordia del rey es grande. Gobernará con nobleza y educará a este niño de igual modo. No se preocupe, Su Majestad… llegado el momento, lo hará bien, por ahora no hay que agobiarlo con las responsabilidades que le deparan —le sonrió a la mujer de manera afable, como si la escena frente a sus ojos le ablandara un poco el corazón que la guerra, la inmortalidad y su matrimonio endurecieran hace tanto—. Me sorprende saber que James… es decir, Su Majestad el rey tiene ahora un hijo. Aunque hace mucho que no hablo con él. Sinceramente no me lo imaginaba de padre, pero creo que le sentará bien —en esta ocasión se atrevió a hablar de manera más cordial, más cercana, cándida incluso.
Se imaginó a su esposa, con un niño en brazos. ¿Eso la haría cambiar? No podía saberlo. ¿Un niño huérfano correría con la suerte de Abel Ruthven? ¿Un niño sin padres heredaría de él el cargo de barón? Todo sonaba idílico en su cabeza, pero sabía de las pocas probabilidades de ello en la realidad. Mantuvo la mirada fija en la madre con su hijo, se le notó algo nostálgico… más de lo que le hubiera gustado admitir.
Kaspar Furtwängler- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 17/10/2015
Localización : París
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