AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Gamlehaugen Castle ♦ Loreena
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Gamlehaugen Castle ♦ Loreena
Un año atrás, se había encontrado en el apogeo de su actividad social en París. Había asistido a fiestas, visitado cafés y restaurantes varios, había presenciado misas cristianas, y había paseado y socializado por los bulevares y calles Parisinas como si en realidad para él fuese fácil; como si en realidad todo aquello fuera algo normal en él, cuando en realidad no lo era. Aquello había sido tan solo una actuación, actividades a las cuales él mismo se había forzado asistir con el único propósito de comprender mejor la sociedad Francesa. Sin embargo, estaba destinado a fracasar miserablemente, y sus esfuerzos tan solo lograron agotarle emocionalmente y de una forma indescriptible, capaz de hacerle desistir de sus intentos de ser parte de una sociedad que no estaba hecha recibir para personas como él. Por ello es que se había ido. Durante un año, había dejado París, desaparecido de sus calles sin aviso alguno, y había vuelto a aislarse dentro de las paredes de su castillo en las cercanías de la ciudad de Bergen, en Noruega.
No obstante, ahora que había vuelto a París, aquella prodigiosa ciudad que le había encantado desde su primera visita y, aunque no disfrutara de ella en un cien por ciento como otras personas clase alta, no tenía intenciones de volver a dejarla, ni mucho menos volver a arriesgar la pérdida de lo poco que tenía allá. Y es que durante sus andanzas, a pesar de no lograr lo que buscaba, había hecho de todos modos un par de amistades, y había una muchacha en particular que le había agradado más que otras del pasado. Recordaba su nombre perfectamente, con la misma voz y acento con la que ella lo había dicho; Loreena McKennitt. De una u otra forma le había llamado la atención, y en poco tiempo había generado por ella la preocupación y el interés suficiente como para tenerle una estima que no vio venir, y hacerle una promesa que, en realidad, no pensó dos veces antes de decirla: invitarla a Noruega. Una promesa que tenía pensado cumplir, por lo que en esos momentos en que esperaba que el sol se terminara de esconder, la muchacha era recogida en el puerto por algunos de sus sirvientes.
Apenas hubiese sido seguro salir al balcón de su habitación, se asomó por la baranda mientras que observaba la ciudad hacia el norte. Desde la construcción de su castillo allá por los años en que uno de los hijos de Haraldr era rey, Bergen había crecido como ciudad de una forma que no se imaginaba fuese posible, y hoy en día, aquella era la ciudad más grande de Noruega, incluso más poblada que la capital, lo que significaba que el viaje desde el puerto se le iba a hacer largo a su invitada. Quizá incluso tedioso, como lo era para él cuando llegaba de París, pero a pesar de todo, sus sirvientes no tardaron mucho en traerla al castillo. Pudo escuchar los cascos de los caballos en el ripio mientras que subían la colina hacia su residencia, por lo que antes de que llegaran, se apresuró en pedir que calentaran algo de comida para su invitada y le ofrecieran algo de beber cuando llegara, no vaya a ser que tuviese hambre o sed. Salió entonces a recibirla en la entrada principal, bajando los peldaños de mármol para acercarse. Aquella era una noche templada, sin el frío insufrible por el que Noruega era conocida.
Tempo sin verte, Loreena. Bienvenida. -Le saludó con la cortesía y monotonía de siempre, pero con una sonrisa que solo daba a entender que estaba gustoso de verla, contrario a toda probabilidad si se tratara de otra persona.- Tienes suerte de que hoy está despejado. Si sigue así, podrás ver la aurora boreal en unas horas. Pero ven, pasa, ¿te invito algo de comer o beber? -Le comentó, ofreciéndole entrar al castillo.
No obstante, ahora que había vuelto a París, aquella prodigiosa ciudad que le había encantado desde su primera visita y, aunque no disfrutara de ella en un cien por ciento como otras personas clase alta, no tenía intenciones de volver a dejarla, ni mucho menos volver a arriesgar la pérdida de lo poco que tenía allá. Y es que durante sus andanzas, a pesar de no lograr lo que buscaba, había hecho de todos modos un par de amistades, y había una muchacha en particular que le había agradado más que otras del pasado. Recordaba su nombre perfectamente, con la misma voz y acento con la que ella lo había dicho; Loreena McKennitt. De una u otra forma le había llamado la atención, y en poco tiempo había generado por ella la preocupación y el interés suficiente como para tenerle una estima que no vio venir, y hacerle una promesa que, en realidad, no pensó dos veces antes de decirla: invitarla a Noruega. Una promesa que tenía pensado cumplir, por lo que en esos momentos en que esperaba que el sol se terminara de esconder, la muchacha era recogida en el puerto por algunos de sus sirvientes.
Apenas hubiese sido seguro salir al balcón de su habitación, se asomó por la baranda mientras que observaba la ciudad hacia el norte. Desde la construcción de su castillo allá por los años en que uno de los hijos de Haraldr era rey, Bergen había crecido como ciudad de una forma que no se imaginaba fuese posible, y hoy en día, aquella era la ciudad más grande de Noruega, incluso más poblada que la capital, lo que significaba que el viaje desde el puerto se le iba a hacer largo a su invitada. Quizá incluso tedioso, como lo era para él cuando llegaba de París, pero a pesar de todo, sus sirvientes no tardaron mucho en traerla al castillo. Pudo escuchar los cascos de los caballos en el ripio mientras que subían la colina hacia su residencia, por lo que antes de que llegaran, se apresuró en pedir que calentaran algo de comida para su invitada y le ofrecieran algo de beber cuando llegara, no vaya a ser que tuviese hambre o sed. Salió entonces a recibirla en la entrada principal, bajando los peldaños de mármol para acercarse. Aquella era una noche templada, sin el frío insufrible por el que Noruega era conocida.
Tempo sin verte, Loreena. Bienvenida. -Le saludó con la cortesía y monotonía de siempre, pero con una sonrisa que solo daba a entender que estaba gustoso de verla, contrario a toda probabilidad si se tratara de otra persona.- Tienes suerte de que hoy está despejado. Si sigue así, podrás ver la aurora boreal en unas horas. Pero ven, pasa, ¿te invito algo de comer o beber? -Le comentó, ofreciéndole entrar al castillo.
Svein Yngling- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 16/06/2013
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Re: Gamlehaugen Castle ♦ Loreena
¿Noruega? ¿En qué momento se le había ocurrido la brillante idea de aceptar ese viaje? No es como si a Loreena le importara semejante cosa. En realidad, su espíritu aventurero la motivó a asumir aquel riesgo sin remordimiento alguno. Pero desde luego, ella no iría sola o mejor dicho, no estaría sola. Nada de eso era mera casualidad.
Hacía un tiempo atrás, en una de sus acostumbradas escapadas, Loreena conoció a Svein. Aquel vampiro le había tomado estima a la bruja a pesar de las personalidades de ambos chocaban. Claro, la pelirroja era excesivamente efusiva, tosca, molesta y sarcástica a Svein le costaba trabaja comprenderla de cierto modo. Sin embargo, eso no impidió que ambos lograran forjar una amistad. Él era una de las pocas amistades con las que contaba Loreena y para ella estaba bien así.
Había pasado casi todos los días planeando qué haría al estar en Noruega y lo primero que se le venía a la mente era: Rodar por las colinas “llenas” de nieve o dejar la lengua pegada en una pared de hielo. Pensamientos bastantes absurdos para alguien de su edad e incluso cuando Vladmiri, su primo, trataba de convencerla de que debería aprovechar mejor aquel viaje, ella se empeñaba en que viviría toda una aventura “épica” y que conquistaría las tierras del norte como una digna vikinga. Esto a veces llevaba a Vladmiri a cuestionarse si de verdad era seguro que ella fuera una bruja por tener tales ocurrencias. Algún día maduraría… Quizás.
El viaje había sido largo y pesado, sin embargo, se las ingenió para no aburrirse durante el recorrido y para ello acudió a sus fieles espíritus, quienes estaban en la obligación de seguirla a cualquier parte que la bruja dispusiera. Pero claro, siempre existía la incertidumbre del saber en qué momento llegaría a su destino.
Jamás se había imaginado qué llegaría a un castillo, le gustaban esos lugares, no por los lujos, sino más bien por todos los misterios que se escondían entre sus paredes. Siendo Loreena una bruja, –y una muy curiosa y problemática–, le era fácil descubrir cosas que para el ojo común estaban ocultas. Así era como en partes funcionaba la magia y sin duda, la irlandesa sabía cómo aprovechar su don. Al bajarse del carruaje notó que el vampiro la esperaba en la entrada de la residencia. Sus ojos se paseaban con curiosidad por todo el lugar. Se había imaginado algo más antiguo, pero ciertamente no era así. De todas maneras le sacaría provecho a su visita de alguna manera, haber viajado tan lejos tenía sus condiciones y se encargaría de hacerlas cumplir una a una.
— ¡Jao! —Exclamó al estar frente a Svein. Alzaba su mano haciendo un extraño ademán con sus dedos; el anular y el medio se separaban, pero ambos se unían a su vez al índice y al meñique en una extraña forma que parecía que en vez de tener cuatro dedos, parecían dos—. Espero que haya fantasmas sin cabeza en este lugar y… Me debes un hacha. No viajé desde tan lejos para secarme de aburrimiento. —Claramente, luego de haber dicho eso, recordó que el vampiro no comprendía bien el sarcasmo—. ¿Dijiste aurora boreal? ¿A qué hora es, cómo, cuándo, por qué? Eso si valdrá la pena verlo. Me sentiré como en los polos. Me faltaría estar rodeada de osos polares —le miró—. ¿No tienes osos polares de mascotas o sí?
Hacía un tiempo atrás, en una de sus acostumbradas escapadas, Loreena conoció a Svein. Aquel vampiro le había tomado estima a la bruja a pesar de las personalidades de ambos chocaban. Claro, la pelirroja era excesivamente efusiva, tosca, molesta y sarcástica a Svein le costaba trabaja comprenderla de cierto modo. Sin embargo, eso no impidió que ambos lograran forjar una amistad. Él era una de las pocas amistades con las que contaba Loreena y para ella estaba bien así.
Había pasado casi todos los días planeando qué haría al estar en Noruega y lo primero que se le venía a la mente era: Rodar por las colinas “llenas” de nieve o dejar la lengua pegada en una pared de hielo. Pensamientos bastantes absurdos para alguien de su edad e incluso cuando Vladmiri, su primo, trataba de convencerla de que debería aprovechar mejor aquel viaje, ella se empeñaba en que viviría toda una aventura “épica” y que conquistaría las tierras del norte como una digna vikinga. Esto a veces llevaba a Vladmiri a cuestionarse si de verdad era seguro que ella fuera una bruja por tener tales ocurrencias. Algún día maduraría… Quizás.
El viaje había sido largo y pesado, sin embargo, se las ingenió para no aburrirse durante el recorrido y para ello acudió a sus fieles espíritus, quienes estaban en la obligación de seguirla a cualquier parte que la bruja dispusiera. Pero claro, siempre existía la incertidumbre del saber en qué momento llegaría a su destino.
Jamás se había imaginado qué llegaría a un castillo, le gustaban esos lugares, no por los lujos, sino más bien por todos los misterios que se escondían entre sus paredes. Siendo Loreena una bruja, –y una muy curiosa y problemática–, le era fácil descubrir cosas que para el ojo común estaban ocultas. Así era como en partes funcionaba la magia y sin duda, la irlandesa sabía cómo aprovechar su don. Al bajarse del carruaje notó que el vampiro la esperaba en la entrada de la residencia. Sus ojos se paseaban con curiosidad por todo el lugar. Se había imaginado algo más antiguo, pero ciertamente no era así. De todas maneras le sacaría provecho a su visita de alguna manera, haber viajado tan lejos tenía sus condiciones y se encargaría de hacerlas cumplir una a una.
— ¡Jao! —Exclamó al estar frente a Svein. Alzaba su mano haciendo un extraño ademán con sus dedos; el anular y el medio se separaban, pero ambos se unían a su vez al índice y al meñique en una extraña forma que parecía que en vez de tener cuatro dedos, parecían dos—. Espero que haya fantasmas sin cabeza en este lugar y… Me debes un hacha. No viajé desde tan lejos para secarme de aburrimiento. —Claramente, luego de haber dicho eso, recordó que el vampiro no comprendía bien el sarcasmo—. ¿Dijiste aurora boreal? ¿A qué hora es, cómo, cuándo, por qué? Eso si valdrá la pena verlo. Me sentiré como en los polos. Me faltaría estar rodeada de osos polares —le miró—. ¿No tienes osos polares de mascotas o sí?
Loreena Mckennitt- Hechicero Clase Alta
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Re: Gamlehaugen Castle ♦ Loreena
Observó perplejo el extraño saludo con la mano que hizo la muchacha, torciendo apenas una de sus cejas mientras que se preguntaba qué rayos era lo que significaba.- Jao también, supongo. -Le contestó por amabilidad mientras se encogía de hombros y entonces parpadeó un par de veces con un ligero movimiento de cabeza con el fin de dejar pasar el tren de pensamiento que le llenaba de dudas, para poder concentrarse completamente en su invitada. Una suave risa se le escapó de forma natural al escucharla, dejando pasar la extraña expresión que usó.- El hacha te la concedo, es cierto que te la debo, pero de fantasmas no prometo nada, porque por lo menos yo no he visto ninguno. -Comentó con gracia.- Pero ven, vamos, te llevo con tu hacha. -Agregó mientras posaba ligera y cordialmente una mano en uno de los hombros de la bruja, comenzando a caminar con ella hacia el interior del castillo.
Al pasar el arco de la entrada principal del castillo, entraron a un amplio salón alfombrado de un rojo vino y adornado con muebles de madera de caoba, alumbrado tenuemente por varios candelabros estratégica y simétricamente esparcidos por la habitación. Junto a la entrada les esperaba una sirvienta con una bandeja, una copa y un jarrón de plata con vino en su interior, ofreciéndole a la muchacha si se quería servir.- La aurora boreal se aprecia más tarde, casi de madrugada. Tendrías que desvelarte para verla, pero sin osos polares. De esos solo hay en Svalbard. -Le explicó aprovechando la pausa de sus pasos. Siguieron entonces por las escaleras que se encontraban de frente a la entrada, llegando al segundo piso y adentrándose en la primera habitación a mano izquierda.
Aquella era una sala de estar más pequeña y acogedora, con altos libreros a un costado, acompañados de un escritorio también de caoba. Al lado opuesto de la habitación se encontraba una pequeña chimenea con tres sillones frente a ella, junto con pequeñas mesas con uno o dos libros por aquí y allá; y frente a la puerta, unas puertas de vidrio tras gruesas cortinas daban salida a un balcón con vista al fiordo. Él adentró a la chica en la habitación y, dejándola en la mitad de esta, se apresuró en ir al escritorio y abrir cajones, uno de los cuales sacó un hacha de guerra de mediano tamaño.- Aquí tienes; recién pulida, es toda tuya. Dime si no te gusta, y mando a pedir que te hagan otra. -Dijo al acercarse, entregándole la liviana arma cuyo mango estaba cubierto de cuero teñido de color esmeralda y el metal, cuidadosamente tallado con diseños celtas. Si bien dejó el arma en manos de la bruja -cosa que sospechaba se iba a arrepentir de hacer dentro de la residencia-, una sirvienta se asomó a la habitación para anunciar que la cena de la muchacha estaba lista y siendo servida.- Te propongo algo: comes algo, te abrigas, y luego salimos a probar tu hacha nueva. ¿Qué te parece? Ya cuando haga aún más frío entramos, te muestro todo el castillo y esperamos por la aurora arriba en la biblioteca. -Ofreció con emoción, esperando que al menos algo de aquello llamara la atención de su invitada, pues hacía tanto que no tenía invitados en su propia residencia que en aquella ocasión era capaz de hacer lo que fuera con tal de mantenerla contenta.
Al pasar el arco de la entrada principal del castillo, entraron a un amplio salón alfombrado de un rojo vino y adornado con muebles de madera de caoba, alumbrado tenuemente por varios candelabros estratégica y simétricamente esparcidos por la habitación. Junto a la entrada les esperaba una sirvienta con una bandeja, una copa y un jarrón de plata con vino en su interior, ofreciéndole a la muchacha si se quería servir.- La aurora boreal se aprecia más tarde, casi de madrugada. Tendrías que desvelarte para verla, pero sin osos polares. De esos solo hay en Svalbard. -Le explicó aprovechando la pausa de sus pasos. Siguieron entonces por las escaleras que se encontraban de frente a la entrada, llegando al segundo piso y adentrándose en la primera habitación a mano izquierda.
Aquella era una sala de estar más pequeña y acogedora, con altos libreros a un costado, acompañados de un escritorio también de caoba. Al lado opuesto de la habitación se encontraba una pequeña chimenea con tres sillones frente a ella, junto con pequeñas mesas con uno o dos libros por aquí y allá; y frente a la puerta, unas puertas de vidrio tras gruesas cortinas daban salida a un balcón con vista al fiordo. Él adentró a la chica en la habitación y, dejándola en la mitad de esta, se apresuró en ir al escritorio y abrir cajones, uno de los cuales sacó un hacha de guerra de mediano tamaño.- Aquí tienes; recién pulida, es toda tuya. Dime si no te gusta, y mando a pedir que te hagan otra. -Dijo al acercarse, entregándole la liviana arma cuyo mango estaba cubierto de cuero teñido de color esmeralda y el metal, cuidadosamente tallado con diseños celtas. Si bien dejó el arma en manos de la bruja -cosa que sospechaba se iba a arrepentir de hacer dentro de la residencia-, una sirvienta se asomó a la habitación para anunciar que la cena de la muchacha estaba lista y siendo servida.- Te propongo algo: comes algo, te abrigas, y luego salimos a probar tu hacha nueva. ¿Qué te parece? Ya cuando haga aún más frío entramos, te muestro todo el castillo y esperamos por la aurora arriba en la biblioteca. -Ofreció con emoción, esperando que al menos algo de aquello llamara la atención de su invitada, pues hacía tanto que no tenía invitados en su propia residencia que en aquella ocasión era capaz de hacer lo que fuera con tal de mantenerla contenta.
Svein Yngling- Vampiro Clase Alta
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Re: Gamlehaugen Castle ♦ Loreena
Había visitado pocos castillos en su vida, pero esta vez era diferente al resto, a este castillo si estaba invitada, a los otros… No tanto. Y bueno, también debía decirse que las demás fortalezas estaban abandonadas y la de Svein, obviamente no. Loreena era indiferente a los problemas, con tan sólo veinte años de edad, se atrevía a hacer cosas que ninguna joven de su época era capaz de hacer. La bruja se saltaba etiquetas, costumbres y un sinfín de cosas que para ella eran completamente aburridas. Era una aventurera nata, le encantaban los retos y ese viaje a Noruega, era uno de esos retos que no podía dejar por alto, tanto como que algún día “descubriría a la Atlántida” o viajaría a algún imperio perdido del viejo mundo.
No era para menos, los Mckennitt solían ser personas curiosas y con un gran apetito de conocimiento, eran descendientes de uno de los hechiceros galos más importantes y de éste habían heredado magia y sabiduría, aunque en el caso de Loreena, la sabiduría no se le daba tan bien. Ella era más bien tosca y a veces hacía las cosas por instinto y sin pensárselo mucho.
—Bueno… No es como si los fantasmas suelen ser sujetos muy amistosos. Son cascarrabias y amargados. Quizás tanto tiempo flotando en el plano astral les haya deshecho el humor —dijo al momento que alzaba sus hombros de manera desinteresada a lo que decía. Casi pudo escuchar a uno de sus espíritus refunfuñar, pero eso para ella no era ninguna novedad—. Uuuh, ya quiero verla, ha de ser digna de una descendiente gala… Creo, no tengo ni idea. Pero bueno, ¡A por ella! Que se me congelan los tobillos con este frío infernal.
Siguió los pasos del vampiro mientras sus orbes detallaban cada cosa que veía en el interior de aquella inusual residencia. En realidad estaba fisgoneando si existía algún indicio de energía espiritual que pudiera utilizar para divertirse luego. Sí, divertirse, porque para Loreena la magia solía ser en partes todo un grandioso juego de conocimiento y retos. Sus espíritus se dispersaron, ni siquiera la siguieron al lugar en donde la llevaba Svein, aquellos se aseguraban que al menos todo estuviera en orden y su hechicera pudiera estar segura, pues su deber, aparte de seguirle las bromas, era cuidarla.
—Preferiría… Ahm, ¿chocolate caliente? Es que el vino no es mi bebida tradicional favorita, prefiero otra cosa —mencionó al llevarse las manos a la espalda y continuar avanzando a medida que Svein lo hacía—. Pues que mal creía que tenías algún oso polar dando saltitos en tu jardín. Oye, que sería mejor que tener a un perro guardián —rió con ironía, pero casi al mismo tiempo dejó soltar un silbido al notar lo bien que lucía la habitación en donde habían llegado—.Digno de un rey… Sí que… ¡Por las barbas de Dagda! ¿Es mía sólo mía de mí? Podría matar a ogros con ella o jugar a tirarle la ramita a los licántropos o simplemente aprender a usarla, porque pesa más que un cargo de conciencia.
Loreena hizo una mueca al tener el arma en sus manos, nunca tuvo una en su vida y era evidente que no estaba acostumbrada, pero eso no era impedimento para ella, al contrario, era toda una odisea lograr manejar a la perfección dicho instrumento.
—No es por ser maleducada, pero no tengo nadita de hambre… Creo que me vieron cara de bestia hambrienta en el tren, me ofrecían comida cada dos por tres, así que estoy satisfecha. Mejor vamos a cortar pinos —intentó hacer alguna maniobra con el hacha, pero terminó perdiendo el equilibrio con el peso y sus manos no lograron controlar cuando el instrumento cayó estrepitosamente al piso—. Te juro que eso ha sido intencional… Sólo la estaba pesando, con las manos y así.
No era para menos, los Mckennitt solían ser personas curiosas y con un gran apetito de conocimiento, eran descendientes de uno de los hechiceros galos más importantes y de éste habían heredado magia y sabiduría, aunque en el caso de Loreena, la sabiduría no se le daba tan bien. Ella era más bien tosca y a veces hacía las cosas por instinto y sin pensárselo mucho.
—Bueno… No es como si los fantasmas suelen ser sujetos muy amistosos. Son cascarrabias y amargados. Quizás tanto tiempo flotando en el plano astral les haya deshecho el humor —dijo al momento que alzaba sus hombros de manera desinteresada a lo que decía. Casi pudo escuchar a uno de sus espíritus refunfuñar, pero eso para ella no era ninguna novedad—. Uuuh, ya quiero verla, ha de ser digna de una descendiente gala… Creo, no tengo ni idea. Pero bueno, ¡A por ella! Que se me congelan los tobillos con este frío infernal.
Siguió los pasos del vampiro mientras sus orbes detallaban cada cosa que veía en el interior de aquella inusual residencia. En realidad estaba fisgoneando si existía algún indicio de energía espiritual que pudiera utilizar para divertirse luego. Sí, divertirse, porque para Loreena la magia solía ser en partes todo un grandioso juego de conocimiento y retos. Sus espíritus se dispersaron, ni siquiera la siguieron al lugar en donde la llevaba Svein, aquellos se aseguraban que al menos todo estuviera en orden y su hechicera pudiera estar segura, pues su deber, aparte de seguirle las bromas, era cuidarla.
—Preferiría… Ahm, ¿chocolate caliente? Es que el vino no es mi bebida tradicional favorita, prefiero otra cosa —mencionó al llevarse las manos a la espalda y continuar avanzando a medida que Svein lo hacía—. Pues que mal creía que tenías algún oso polar dando saltitos en tu jardín. Oye, que sería mejor que tener a un perro guardián —rió con ironía, pero casi al mismo tiempo dejó soltar un silbido al notar lo bien que lucía la habitación en donde habían llegado—.Digno de un rey… Sí que… ¡Por las barbas de Dagda! ¿Es mía sólo mía de mí? Podría matar a ogros con ella o jugar a tirarle la ramita a los licántropos o simplemente aprender a usarla, porque pesa más que un cargo de conciencia.
Loreena hizo una mueca al tener el arma en sus manos, nunca tuvo una en su vida y era evidente que no estaba acostumbrada, pero eso no era impedimento para ella, al contrario, era toda una odisea lograr manejar a la perfección dicho instrumento.
—No es por ser maleducada, pero no tengo nadita de hambre… Creo que me vieron cara de bestia hambrienta en el tren, me ofrecían comida cada dos por tres, así que estoy satisfecha. Mejor vamos a cortar pinos —intentó hacer alguna maniobra con el hacha, pero terminó perdiendo el equilibrio con el peso y sus manos no lograron controlar cuando el instrumento cayó estrepitosamente al piso—. Te juro que eso ha sido intencional… Sólo la estaba pesando, con las manos y así.
Loreena Mckennitt- Hechicero Clase Alta
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Re: Gamlehaugen Castle ♦ Loreena
Pocas veces lograba sentirse a gusto con la compañía de otras personas. Eran, incluso, contadas con los dedos de sus manos las personas con las que de verdad le gustaba compartir tiempo, espacio y conversaciones; y le resultaba casi increíble que una muchacha tan estrepitosa y expresiva se haya convertido en una amistad que disfrutaría tanto, a pesar de los siglos de diferencia que tenían en edad y casi absolutamente todo otro aspecto de sus personalidades. Pero aún ante toda probabilidad, las cosas resultaron ser de esa forma y así como eran, estaba contento.- ¿Perro guardián? -Preguntó divertido.- No es necesario un perro guardián aquí, que de guardia estoy yo. -Comentó, tomando un poco de distancia al verla manejar el hacha, temiendo que fuese a haber algún incidente.- Y ahora, durante el día, estarás tú con tu… -Iba a decir hacha al final, pero se detuvo al ver caer el arma. Si hubiera caído de costado, quizá no hubiese puesto la cara de horror que puso, pero ya que la hoja del arma quedó plantada en la madera del suelo e incluso había cortado la alfombra, llegó hasta a ponerse tenso.
Pasaron así unos segundos que parecieron eternos, en los cuales él simplemente miraba el instrumento clavado en el piso, más luego despejó su mente de aquello y volvió a retomar la conversación que llevaban.- No importa, supongo que se puede arreglar… Eso espero. -Dijo, encogiéndose de hombros y resignado a que debía estar más preparado a cosas así, que con Loreena todo podía pasar. Se acercó a inclinarse y tomar el hacha para quitarlo de ahí, volviendo a entregárselo a la muchacha.- Pues bien, chocolate caliente será. Vamos, ¿dónde prefieres instalarte con tu chocolate caliente, en la biblioteca, en la sala de estar del primer piso o en la misma cocina? La biblioteca ya tiene un fuego prendido, por si aún tienes frío. -Preguntó mientras que invitaba a la chica a salir de aquella habitación, pidiéndole entonces a alguien que se preocupase en buscar una forma de arreglar el pequeño accidente de la humana.
Aunque, -agregó unos segundos después- si quieres ir a cortar pinos, te recomiendo me dejes proveerte de algo más abrigador para ponerte encima. No quiero que enfermes estando aquí. -Se quedó quieto unos segundos, repasando algo en la mente, hasta que finalmente lo dejó salir.- Por cierto, ¿quién es Dagda? ¿Y qué tienen que ver sus barbas con todo esto?
Pasaron así unos segundos que parecieron eternos, en los cuales él simplemente miraba el instrumento clavado en el piso, más luego despejó su mente de aquello y volvió a retomar la conversación que llevaban.- No importa, supongo que se puede arreglar… Eso espero. -Dijo, encogiéndose de hombros y resignado a que debía estar más preparado a cosas así, que con Loreena todo podía pasar. Se acercó a inclinarse y tomar el hacha para quitarlo de ahí, volviendo a entregárselo a la muchacha.- Pues bien, chocolate caliente será. Vamos, ¿dónde prefieres instalarte con tu chocolate caliente, en la biblioteca, en la sala de estar del primer piso o en la misma cocina? La biblioteca ya tiene un fuego prendido, por si aún tienes frío. -Preguntó mientras que invitaba a la chica a salir de aquella habitación, pidiéndole entonces a alguien que se preocupase en buscar una forma de arreglar el pequeño accidente de la humana.
Aunque, -agregó unos segundos después- si quieres ir a cortar pinos, te recomiendo me dejes proveerte de algo más abrigador para ponerte encima. No quiero que enfermes estando aquí. -Se quedó quieto unos segundos, repasando algo en la mente, hasta que finalmente lo dejó salir.- Por cierto, ¿quién es Dagda? ¿Y qué tienen que ver sus barbas con todo esto?
Svein Yngling- Vampiro Clase Alta
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Re: Gamlehaugen Castle ♦ Loreena
Fingió una sonrisa al ver como el hacha había quedado hundida en el suelo; los espíritus que la acompañaban aparecieron de manera repentina, quedándose perplejos al ver como aquella arma había destrozado una parte del impecable suelo de madera del salón. Loreena sólo cruzó las manos y se hizo la que no sabía nada, al notar, y percibir, la tensión en el vampiro. Tampoco iba a excusarse por haber dejado caer el hacha, igual, y a diferencia de él, ella era una simple humana que no estaba acostumbrada a cargar esas cosas. A buscar problemas sí, pero a manipular armas, nunca.
—Ya sabes, accidentes y chocolate, digo... Chocolate y caliente, es buena combinación —mencionó, frunciendo el ceño al darse cuenta que ni ella misma comprendió lo que quiso decir—. ¿Dijiste biblioteca? —Sus ojos brillaron al escuchar aquella palabra—. ¡Pinos, invierno, hacha, cortar! No sé, es demasiada emoción para mi corazón irlandés casi galo descendiente de celtas.
Se quedó meditabunda al mencionar aquello, adoptando una postura algo... extraña, como si de la escultura de algún filósofo se tratara. Cabe de más mencionar que ese era una de las tantas manías de Loreena; si le gustara el teatro, lo más probable es que fuera una excelente actriz, pero, eso era de las tantas cosas que le aburrían en la época. Para ella era más emocionante internarse en un bosque sin final, que asistir a las aburridas actividades de las personas de ese tiempo.
Al darse cuenta de la pregunta sobre Dagda, miró a Svein, parpadeando varias veces, intentando hallar sentido a lo que acababa de mencionar aquel, hasta que un espectro le susurró algo al oído.
—¿Dagda? Ehm... Es un dios irlandés con mucha barba. Y bueno, lo que oíste sobre él es una exclamación; lo digo cuando algo me emociona o me enfada. Funciona en ambos casos... creo —respondió encogiéndose de hombros, viendo luego a los fantasmas alzándoles el pulgar para indicarle que la respuesta había sido buena—. Mejor vamos a la biblioteca.
Por unos segundos se había olvidado del hacha, incluso, de lo pesada que era, y cuando la volvió a agarrar, ésta amenazó con dejar otra marca desastrosa en el suelo. Sin embargo, antes de que volviera a caer, un espectro detuvo su aparatosa caída. Loreena sonrió de manera fingida, al observar la extraña escena de la hoja del arma casi flotando a escasos centímetros del suelo; no supo qué decir, y de seguro al vampiro le sorprendería un poco al ver algo tan, prácticamente, irreal como eso. La bruja avanzó un poco hacia adelante, y el hacha igual lo hizo con ella, pues, el espíritu no se había percatado de la situación, pero cuando lo hizo, dejó la mitad del objeto en el suelo y eso ocasionó que Loreena siguiera arrastrándola, exagerando con muecas, lo difícil que era arrastrarla, cuando, realmente, no era para tanto.
—Me convertiré en un fornido pelirrojo a este paso. —Y, sin ninguna vergüenza, se pasó el dorso de la mano por la frente, cuando ni siquiera había caminado tanto como para mencionar aquello.
—Ya sabes, accidentes y chocolate, digo... Chocolate y caliente, es buena combinación —mencionó, frunciendo el ceño al darse cuenta que ni ella misma comprendió lo que quiso decir—. ¿Dijiste biblioteca? —Sus ojos brillaron al escuchar aquella palabra—. ¡Pinos, invierno, hacha, cortar! No sé, es demasiada emoción para mi corazón irlandés casi galo descendiente de celtas.
Se quedó meditabunda al mencionar aquello, adoptando una postura algo... extraña, como si de la escultura de algún filósofo se tratara. Cabe de más mencionar que ese era una de las tantas manías de Loreena; si le gustara el teatro, lo más probable es que fuera una excelente actriz, pero, eso era de las tantas cosas que le aburrían en la época. Para ella era más emocionante internarse en un bosque sin final, que asistir a las aburridas actividades de las personas de ese tiempo.
Al darse cuenta de la pregunta sobre Dagda, miró a Svein, parpadeando varias veces, intentando hallar sentido a lo que acababa de mencionar aquel, hasta que un espectro le susurró algo al oído.
—¿Dagda? Ehm... Es un dios irlandés con mucha barba. Y bueno, lo que oíste sobre él es una exclamación; lo digo cuando algo me emociona o me enfada. Funciona en ambos casos... creo —respondió encogiéndose de hombros, viendo luego a los fantasmas alzándoles el pulgar para indicarle que la respuesta había sido buena—. Mejor vamos a la biblioteca.
Por unos segundos se había olvidado del hacha, incluso, de lo pesada que era, y cuando la volvió a agarrar, ésta amenazó con dejar otra marca desastrosa en el suelo. Sin embargo, antes de que volviera a caer, un espectro detuvo su aparatosa caída. Loreena sonrió de manera fingida, al observar la extraña escena de la hoja del arma casi flotando a escasos centímetros del suelo; no supo qué decir, y de seguro al vampiro le sorprendería un poco al ver algo tan, prácticamente, irreal como eso. La bruja avanzó un poco hacia adelante, y el hacha igual lo hizo con ella, pues, el espíritu no se había percatado de la situación, pero cuando lo hizo, dejó la mitad del objeto en el suelo y eso ocasionó que Loreena siguiera arrastrándola, exagerando con muecas, lo difícil que era arrastrarla, cuando, realmente, no era para tanto.
—Me convertiré en un fornido pelirrojo a este paso. —Y, sin ninguna vergüenza, se pasó el dorso de la mano por la frente, cuando ni siquiera había caminado tanto como para mencionar aquello.
Loreena Mckennitt- Hechicero Clase Alta
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Localización : Por aquí, por allá... Por ajullá.
Re: Gamlehaugen Castle ♦ Loreena
Tanta chispa, tanta vitalidad y pureza eran contagiosos. Sonrió ampliamente al escuchar sus enredadas palabras, para luego disfrutar enternecido el brillo de ojos que siguió a aquello.- Sí, biblioteca. Vamos brujita de corazón Irlandés, por acá. -Le contestó luego de haber pedido a uno de sus sirvientes que prepararan el chocolate caliente, comenzando luego a caminar, guiando a la muchacha hacia las escaleras que los llevarían hasta el paraíso de sus libros, pero deteniéndose ante lo lenta que era la muchacha al avanzar con el hacha. La miró alzando una ceja, ¿acaso actuaba o de verdad le costaba trabajo levantar el arma? En ningún momento se percató del arma que flotaba, pues en realidad ya no se estaba preocupando de aquello sino que de su invitada, pues ya comenzaba a tener la suficiente confianza como para mirarla a los ojos sin sentirse alterado. Y es que Loreena ya le alteraba de otras maneras.
Se quedó esperando a que avanzara mientras que procesaba la explicación respecto de Dagda, sorprendiéndose de lo sencillo que la bruja lo hacía sonar, tanto que no le quedaron dudas al respecto, lo cual era mucho que decir. Mantuvo su sonrisa mientras que veía a la muchacha acercarse con el hacha a rastras. Nuevamente, le causó gracia, lo cual le dio una idea algo poco común en él.- ¿Sabes? Eres muy buena explicando esas cosas de expresiones, así que gracias, te debo una, así que te lo pagaré haciéndonos a todos un favor. -Comentó acercándose, inclinándose para tomar el hacha y luego, antes de enderezarse por completo, colocar su hombro a la altura de la cintura de la bruja para entonces levantarla y colgarla de allí, llevándola ahora sobre su hombro derecho mientras que la sujetaba con cuidado.
Se apresuró de este modo hacia la biblioteca, pensando que quizá la muchacha movería algo en exceso, por lo que casi corrió al subir las escaleras y entró en la biblioteca directo hacia donde se encontraba la chimenea. Una vez allí, la dejó cuidadosamente de pie en el suelo a un costado de los sillones que hacían un medio círculo alrededor del fuego que abrigaba el lugar. Entonces, se enderezó aún riendo, volviendo a entregarle el hacha.- Listo, ahora ya no serás un fornido pelirrojo, mis alfombras y pisos están a salvo y nadie tendrá que reparar nada más. -Comentó apresuradamente por la adrenalina y la emoción de haber hecho aquello, pues aunque era contacto físico voluntario, seguía estando fuera de su área de conformidad.
Un sirviente interrumpió aquel momento, entrando con una bandeja que llevaba dos tazas de chocolate caliente, las cuales dejó sobre una pequeña mesa.- Ven, deja el hacha por ahí si quieres y sírvete. ¿Quieres que te muestre todos los estantes? Tengo libros en muchísimos idiomas. -Le ofreció, tomando él una de las tazas que se encontraban calientes. No pretendía beber, sino más bien solo quería sostener la taza en sus manos, pues brindaban calor y, además, le gustaba el olor del chocolate. La otra taza seguía en la mesa junto a ellos, mientras que el resto de aquel inmenso salón, estaba lleno de estantes y muebles varios repletos de libros, todos y cada uno meticulosamente ordenados primero por idioma, luego por tamaño y color; y es que aunque los ordenara de forma alfabética, no podía soportar ver los distintos colores y tamaños mezclados. Total, las letras no se veían muy bien de lejos, pero los colores sí y era insoportable el desorden.
Se quedó esperando a que avanzara mientras que procesaba la explicación respecto de Dagda, sorprendiéndose de lo sencillo que la bruja lo hacía sonar, tanto que no le quedaron dudas al respecto, lo cual era mucho que decir. Mantuvo su sonrisa mientras que veía a la muchacha acercarse con el hacha a rastras. Nuevamente, le causó gracia, lo cual le dio una idea algo poco común en él.- ¿Sabes? Eres muy buena explicando esas cosas de expresiones, así que gracias, te debo una, así que te lo pagaré haciéndonos a todos un favor. -Comentó acercándose, inclinándose para tomar el hacha y luego, antes de enderezarse por completo, colocar su hombro a la altura de la cintura de la bruja para entonces levantarla y colgarla de allí, llevándola ahora sobre su hombro derecho mientras que la sujetaba con cuidado.
Se apresuró de este modo hacia la biblioteca, pensando que quizá la muchacha movería algo en exceso, por lo que casi corrió al subir las escaleras y entró en la biblioteca directo hacia donde se encontraba la chimenea. Una vez allí, la dejó cuidadosamente de pie en el suelo a un costado de los sillones que hacían un medio círculo alrededor del fuego que abrigaba el lugar. Entonces, se enderezó aún riendo, volviendo a entregarle el hacha.- Listo, ahora ya no serás un fornido pelirrojo, mis alfombras y pisos están a salvo y nadie tendrá que reparar nada más. -Comentó apresuradamente por la adrenalina y la emoción de haber hecho aquello, pues aunque era contacto físico voluntario, seguía estando fuera de su área de conformidad.
Un sirviente interrumpió aquel momento, entrando con una bandeja que llevaba dos tazas de chocolate caliente, las cuales dejó sobre una pequeña mesa.- Ven, deja el hacha por ahí si quieres y sírvete. ¿Quieres que te muestre todos los estantes? Tengo libros en muchísimos idiomas. -Le ofreció, tomando él una de las tazas que se encontraban calientes. No pretendía beber, sino más bien solo quería sostener la taza en sus manos, pues brindaban calor y, además, le gustaba el olor del chocolate. La otra taza seguía en la mesa junto a ellos, mientras que el resto de aquel inmenso salón, estaba lleno de estantes y muebles varios repletos de libros, todos y cada uno meticulosamente ordenados primero por idioma, luego por tamaño y color; y es que aunque los ordenara de forma alfabética, no podía soportar ver los distintos colores y tamaños mezclados. Total, las letras no se veían muy bien de lejos, pero los colores sí y era insoportable el desorden.
Svein Yngling- Vampiro Clase Alta
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Re: Gamlehaugen Castle ♦ Loreena
Casi podía compararse a un sabueso, pues, aunque no fuera verdad, juraba que podía respirar muy de cerca el exquisito olor de las páginas de los libros. Aunque no tuviera la personalidad serena de su primo, compartían un interés en común: el amor por la lectura y el conocimiento. Ambos eran curiosos a su manera, y eso los hacía llevarse bastante bien. Vladmiri y Loreena casi eran como hermanos, a pesar del abismo de años que los separaban.
Quizás, esa energía desbordante, y la curiosidad inquieta que poseía, era lo que la había llevado hasta un lugar muy distante en el norte de Europa. ¿Y qué mal había en eso para ella? Estaba bien conocer otros lugares; París estaba resultándole muy predecible y aburrida en las últimas temporadas. Además, aunque otros no estuvieran de acuerdo, no estaba sola, y mucho menos con desconocidos; Svein era un curioso amigo que había hecho y no tuvo problema en aceptar su invitación. Presentía que iba a hacer una más de sus estrambóticas aventuras, con problemas extras, como un hacha pesada, por ejemplo; pero igual de genial como muchas otras que había tenido a lo largo de sus años de existencia. Tenía que estar algo mal de la cabeza para admitirlo, o tal vez no. Eso era criterio de cada quien.
—Oh, ¿en serio? Se lo presumiré a mi primo, él siempre dice que soy pésima dando explicaciones y excusas —contó de manera tranquila, como si fuera cualquier cosa—. Y sí, claro que sí. Me harías un gran favor si alzas esta cosa. Ya sabes, no soy tan... Bueno, soy sobrenatural, pero mis poderes no me dan fuerza extra, así que, aquí está tu arma. Digo, el arma que es mía, pero que digo que es tuya y... En fin, ignora lo que dije. —Casi vuelve a soltar el hacha de manera estrepitosa, pero por suerte, Svein logró tomarla a tiempo. Y no sólo el hacha, sino, a ella también—. Ay, gra... cias.
Se quedó pasmada por unos segundos, sin atender a las reacciones de sus espíritus, que eran las mismas que la de ella. Miró hacia el suelo y luego hacia los lados. Aquella acción no se la esperaba, pero al cabo de unos minutos, cuando el vampiro inició la marcha, se tranquilizó, y sólo se dedicó a mover la diestra en forma de saludo, como si se sintiera rodeada de muchas personas.
—Gracias, mi querido público. Los amo y bla bla bla —gesticuló, mientras los espectros le seguían más atrás. Negaban con sus cabezas, gesto que Loreena percató—. Dejen la envidia. Yo soy famosa, ustedes no. Así que nada de hacer muecas o refunfuñar, o no podrán ver a los osos polares.
Cuando estuvieron en la biblioteca, los ojos de Loreena brillaron de la emoción. Vio todos los estantes con excesiva emoción; y hasta se olvidó del hacha. No podía creer lo que estaba descubriendo, y de no ser porque uno de los fantasmas cubrió sus labios, hubiera dado un chillido que dejaría sordo a Svein, de ser posible.
—¿Cuántos libros tienes? Me pondré anciana en lo que los termine de leer. Digo, es que son muchos y ya sabes, no tengo vida infinita como la tuya. —Le dirigió una mirada inquisitiva y volvió a observar los lomos de los libros—. ¿Los has leído todos? ¿Sabes muchos idiomas? Oh, ¡por las barbas de Dagda! A Vladmiri si le hubiera gustado estar aquí. Pero es un aguafiestas.
Quizás, esa energía desbordante, y la curiosidad inquieta que poseía, era lo que la había llevado hasta un lugar muy distante en el norte de Europa. ¿Y qué mal había en eso para ella? Estaba bien conocer otros lugares; París estaba resultándole muy predecible y aburrida en las últimas temporadas. Además, aunque otros no estuvieran de acuerdo, no estaba sola, y mucho menos con desconocidos; Svein era un curioso amigo que había hecho y no tuvo problema en aceptar su invitación. Presentía que iba a hacer una más de sus estrambóticas aventuras, con problemas extras, como un hacha pesada, por ejemplo; pero igual de genial como muchas otras que había tenido a lo largo de sus años de existencia. Tenía que estar algo mal de la cabeza para admitirlo, o tal vez no. Eso era criterio de cada quien.
—Oh, ¿en serio? Se lo presumiré a mi primo, él siempre dice que soy pésima dando explicaciones y excusas —contó de manera tranquila, como si fuera cualquier cosa—. Y sí, claro que sí. Me harías un gran favor si alzas esta cosa. Ya sabes, no soy tan... Bueno, soy sobrenatural, pero mis poderes no me dan fuerza extra, así que, aquí está tu arma. Digo, el arma que es mía, pero que digo que es tuya y... En fin, ignora lo que dije. —Casi vuelve a soltar el hacha de manera estrepitosa, pero por suerte, Svein logró tomarla a tiempo. Y no sólo el hacha, sino, a ella también—. Ay, gra... cias.
Se quedó pasmada por unos segundos, sin atender a las reacciones de sus espíritus, que eran las mismas que la de ella. Miró hacia el suelo y luego hacia los lados. Aquella acción no se la esperaba, pero al cabo de unos minutos, cuando el vampiro inició la marcha, se tranquilizó, y sólo se dedicó a mover la diestra en forma de saludo, como si se sintiera rodeada de muchas personas.
—Gracias, mi querido público. Los amo y bla bla bla —gesticuló, mientras los espectros le seguían más atrás. Negaban con sus cabezas, gesto que Loreena percató—. Dejen la envidia. Yo soy famosa, ustedes no. Así que nada de hacer muecas o refunfuñar, o no podrán ver a los osos polares.
Cuando estuvieron en la biblioteca, los ojos de Loreena brillaron de la emoción. Vio todos los estantes con excesiva emoción; y hasta se olvidó del hacha. No podía creer lo que estaba descubriendo, y de no ser porque uno de los fantasmas cubrió sus labios, hubiera dado un chillido que dejaría sordo a Svein, de ser posible.
—¿Cuántos libros tienes? Me pondré anciana en lo que los termine de leer. Digo, es que son muchos y ya sabes, no tengo vida infinita como la tuya. —Le dirigió una mirada inquisitiva y volvió a observar los lomos de los libros—. ¿Los has leído todos? ¿Sabes muchos idiomas? Oh, ¡por las barbas de Dagda! A Vladmiri si le hubiera gustado estar aquí. Pero es un aguafiestas.
Loreena Mckennitt- Hechicero Clase Alta
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