AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Y sin embargo sé que son tinieblas [Privado - Loreena Mckennitt]
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Y sin embargo sé que son tinieblas [Privado - Loreena Mckennitt]
Aquí la playa es muy fría en invierno, tan fría como solía estar mi corazón. Quería olvidar los malos momentos. Quería estar solo, aunque esa era la forma más rápida para que los tormentosos pensamientos se cruzaran por mi mente y terminará volviéndome loco.
Doy un paseo por la playa, admirando su oscuro esplendor. Me asome a un acantilado, un sombrío paraje natural, sus costas bañadas por extensas aguas oscuras que se adentraban en todas y cada una de las calas de arena blanda que le daban forma. Seguí avanzando por la orilla de la playa hasta llegar a las rocas desgastadas por el mar, las olas constantes vienen a bañarlas de sal. Ahí me senté a contemplar como la Luna se baña en las aguas del océano.
Aspiro un momento el olor salino de la briza arrastrado por el leve viento que acaricia suavemente mi rostro. Levanto la mirada y veo completamente extasiado la inmensa bóveda estrellada en la cual destaca la Luna. No moví ni un musculo, no volví a respirar y no pensé en otra cosa que no fuera en todos aquellos a quienes ame y continúo amando. Mi alma se hallaba tan conmovida, que mi cuerpo se negaba a permitirme algún movimiento, era como si los recuerdos me hubieran atrapado por completo. El viento me invitaba a levantarme, pero no lograron nada.
Quiero olvidar lo que sucedió; El rostro de la muerte y las palabras del amor. Me tumbe, descansando la espalda contra la roca, mi camisa de chorreras negra no me agradece el gesto. Estoy empeñado, en una obstinación absurda que me asombra, en permanecer dentro de París o volver cada vez que viajo a New Orleans, debería comprar una residencia aquí, en Francia.
Una briza fría acaricia mi cuerpo tumbado sobre la roca, sin abrigo esa caricia es aún más intensa. En las oscuras horas por el rabillo del ojo, veo una imagen tenaz y una silueta hermosa de alguien, una joven quizás. Me inquieta. Caminar a solas por la playa no es una actividad comúnmente realizada por las damas de París, a menos que ella pertenezca a alguna raza especifica. En esta ciudad, abundan las criaturas sobrenaturales. Permanecí inmóvil y anhelaba no ser visto, pero claro que cometía un error, estaba siendo demasiado ingenuo, no me basto ni siquiera un segundo para notar que aquella mujer era una hechicera, una bruja.
A los vampiros no nos gustan los hechiceros, es muy fácil engañar a un mortal al menos durante un largo tiempo, pero con los hechiceros la cosa es muy distinta. Ellos detectan todo tipo de detalles sobre otros seres, se debe al constante e involuntario ejercicio de sus poderes. No tardaría en notar mi presencia a menos que me marchará de aquí, pero para ser franco no me importa. Si tenía suerte seguiría su camino o se aproximaría por mera curiosidad, incluso hasta la muerte parecía tener un dulce sabor. Sin embargo, no soy el tipo de vampiro que se deja amedrentar por alguien.
Cerré los ojos y permanecí inmóvil, podía oír el deslizar de sus pies sobre la arena húmeda, avanzando, aproximándose.
Doy un paseo por la playa, admirando su oscuro esplendor. Me asome a un acantilado, un sombrío paraje natural, sus costas bañadas por extensas aguas oscuras que se adentraban en todas y cada una de las calas de arena blanda que le daban forma. Seguí avanzando por la orilla de la playa hasta llegar a las rocas desgastadas por el mar, las olas constantes vienen a bañarlas de sal. Ahí me senté a contemplar como la Luna se baña en las aguas del océano.
Aspiro un momento el olor salino de la briza arrastrado por el leve viento que acaricia suavemente mi rostro. Levanto la mirada y veo completamente extasiado la inmensa bóveda estrellada en la cual destaca la Luna. No moví ni un musculo, no volví a respirar y no pensé en otra cosa que no fuera en todos aquellos a quienes ame y continúo amando. Mi alma se hallaba tan conmovida, que mi cuerpo se negaba a permitirme algún movimiento, era como si los recuerdos me hubieran atrapado por completo. El viento me invitaba a levantarme, pero no lograron nada.
Quiero olvidar lo que sucedió; El rostro de la muerte y las palabras del amor. Me tumbe, descansando la espalda contra la roca, mi camisa de chorreras negra no me agradece el gesto. Estoy empeñado, en una obstinación absurda que me asombra, en permanecer dentro de París o volver cada vez que viajo a New Orleans, debería comprar una residencia aquí, en Francia.
Una briza fría acaricia mi cuerpo tumbado sobre la roca, sin abrigo esa caricia es aún más intensa. En las oscuras horas por el rabillo del ojo, veo una imagen tenaz y una silueta hermosa de alguien, una joven quizás. Me inquieta. Caminar a solas por la playa no es una actividad comúnmente realizada por las damas de París, a menos que ella pertenezca a alguna raza especifica. En esta ciudad, abundan las criaturas sobrenaturales. Permanecí inmóvil y anhelaba no ser visto, pero claro que cometía un error, estaba siendo demasiado ingenuo, no me basto ni siquiera un segundo para notar que aquella mujer era una hechicera, una bruja.
A los vampiros no nos gustan los hechiceros, es muy fácil engañar a un mortal al menos durante un largo tiempo, pero con los hechiceros la cosa es muy distinta. Ellos detectan todo tipo de detalles sobre otros seres, se debe al constante e involuntario ejercicio de sus poderes. No tardaría en notar mi presencia a menos que me marchará de aquí, pero para ser franco no me importa. Si tenía suerte seguiría su camino o se aproximaría por mera curiosidad, incluso hasta la muerte parecía tener un dulce sabor. Sin embargo, no soy el tipo de vampiro que se deja amedrentar por alguien.
Cerré los ojos y permanecí inmóvil, podía oír el deslizar de sus pies sobre la arena húmeda, avanzando, aproximándose.
Lestat De Lioncourt- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 09/01/2011
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Localización : París, Francia
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Re: Y sin embargo sé que son tinieblas [Privado - Loreena Mckennitt]
Para Ovidio, las sirenas eran aves de plumaje rojizo con rostros de vírgenes; para Apolonio de Rodas, eran mitad mujeres, mitad aves marinas; para el maestro Tirso Molina eran simplemente “mitad mujeres, mitad pez”. No menos discutible es su género; el diccionario de Lemprière las esboza como ninfas de las aguas, elementales; Quicherat las considera monstruos y otros que son demonios. Quizás ninguno se había puesto de acuerdo con aquellas formas de estas criaturas tan enigmáticas que viven en los océanos y encantan con sus dulces voces a los viajeros, perdiéndoles en profundos terrores que alberga el mar. Desde los inicios, formaron parte de cuentos trágicos, de amores imposibles, de curiosidades infinitas de la mente humana, de misterios sin resolver a lo largo de los infinitos años del universo y de la Tierra misma.
Loreena, como cualquier mortal, como bruja y más como un miembro de una antigua sociedad de intelectuales y otros más, a la que perteneció su familia luego de la supuesta desaparición de los druidas, también sentía una atracción inevitable ante las criaturas que habitan los océanos. Decir que estamos solos es de ignorantes, nuestros ojos no pueden vendarse a lo imposible porque esto, nos sorprenderá cuando menos lo imaginemos. Desde niña podía ver, oír y sentir cosas que un común no podía, ella creía fervorosamente en todo aquello que le rodeaba pero, su curiosidad no moriría ahí, debía seguir en una constante búsqueda, debía saciar su sed de conocimiento, que aumentaba junto con los años mortales en su cuerpo.
El mar se abría paso entre las perennes sombras que huyen ante el manto cálido de la luna que se levanta sobre las furiosas aguas del océano. La irlandesa había decidido iniciar de nuevo su búsqueda de aquella sirena, con la que siempre había soñado, sus latidos parecían emocionarse con el encuentro de aquel paraje. Paraje tan parecido a su tierra natal. Caminaría una gran extensión de la playa en completa soledad, dejando atrás a su único acompañante –y protector–, un fiel corcel. Escuchaba las olas susurrar cosas en idiomas muertos que alguna vez dominaron esas tierras, vidas de momentos pasados y atascados en otras latitudes del tiempo.
Sus orbes contemplaban el danzar de espectros creadas por el constante movimiento de la brisa marina. Se quedaron estáticas por un momento, clavando sus abstractas miradas en algo o mejor dicho, en alguien; Loreena, fisgona por naturaleza propia, siguió con su visión aquello que detuvo por un momento a aquellas esencias. Su aura pálida, incorpórea, estaba cerca. Un cuerpo inmóvil, postrado sobre una de las rocas que resguardaban la orilla de la playa, se hallaba a unos cuantos pasos de la bruja, ella no sintió miedo sólo mera curiosidad infantil. Sus labios se curvaron formando una sonrisa, ya se había tropezado mucho con vampiros últimamente y aquel no sería la excepción, le era curiosamente divertido. En vez de hallar sirenas, se topó con un inmortal y no era tan mala la idea de acercarse.
—Bonita vista, ¿No lo cree? —Mencionó Loreena al estar a escasos centímetros del vampiro que aún estaba en aquella roca—. Es una linda noche para contemplar el mar, sí —agregó la bruja, tratando de convencerse a sí misma con dichas palabras esperando que al menos a aquel no le molestara tanto su presencia.
Loreena, como cualquier mortal, como bruja y más como un miembro de una antigua sociedad de intelectuales y otros más, a la que perteneció su familia luego de la supuesta desaparición de los druidas, también sentía una atracción inevitable ante las criaturas que habitan los océanos. Decir que estamos solos es de ignorantes, nuestros ojos no pueden vendarse a lo imposible porque esto, nos sorprenderá cuando menos lo imaginemos. Desde niña podía ver, oír y sentir cosas que un común no podía, ella creía fervorosamente en todo aquello que le rodeaba pero, su curiosidad no moriría ahí, debía seguir en una constante búsqueda, debía saciar su sed de conocimiento, que aumentaba junto con los años mortales en su cuerpo.
El mar se abría paso entre las perennes sombras que huyen ante el manto cálido de la luna que se levanta sobre las furiosas aguas del océano. La irlandesa había decidido iniciar de nuevo su búsqueda de aquella sirena, con la que siempre había soñado, sus latidos parecían emocionarse con el encuentro de aquel paraje. Paraje tan parecido a su tierra natal. Caminaría una gran extensión de la playa en completa soledad, dejando atrás a su único acompañante –y protector–, un fiel corcel. Escuchaba las olas susurrar cosas en idiomas muertos que alguna vez dominaron esas tierras, vidas de momentos pasados y atascados en otras latitudes del tiempo.
Sus orbes contemplaban el danzar de espectros creadas por el constante movimiento de la brisa marina. Se quedaron estáticas por un momento, clavando sus abstractas miradas en algo o mejor dicho, en alguien; Loreena, fisgona por naturaleza propia, siguió con su visión aquello que detuvo por un momento a aquellas esencias. Su aura pálida, incorpórea, estaba cerca. Un cuerpo inmóvil, postrado sobre una de las rocas que resguardaban la orilla de la playa, se hallaba a unos cuantos pasos de la bruja, ella no sintió miedo sólo mera curiosidad infantil. Sus labios se curvaron formando una sonrisa, ya se había tropezado mucho con vampiros últimamente y aquel no sería la excepción, le era curiosamente divertido. En vez de hallar sirenas, se topó con un inmortal y no era tan mala la idea de acercarse.
—Bonita vista, ¿No lo cree? —Mencionó Loreena al estar a escasos centímetros del vampiro que aún estaba en aquella roca—. Es una linda noche para contemplar el mar, sí —agregó la bruja, tratando de convencerse a sí misma con dichas palabras esperando que al menos a aquel no le molestara tanto su presencia.
Loreena Mckennitt- Hechicero Clase Alta
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Localización : Por aquí, por allá... Por ajullá.
Re: Y sin embargo sé que son tinieblas [Privado - Loreena Mckennitt]
Su voz se une al canto de las olas del mar y se desvanece lentamente el soplo del viento nocturno. La escucho y siento de pie muy cerca de mí, pero sus intenciones me resultan tan ajenas y extrañas que permanezco inmóvil en el mismo lugar. A penas respiro y sigo sin pronunciar una sola palabra. Me pregunte; ¿Quién es esta bruja y porque no ha dudado un solo segundo en acercarse?
Levanto la cabeza, algunos mechones están sobre mi frente y frunzo el ceño antes de mirar a su rostro. Me incorporo y sentado en estas rocas, mar, te escucho. No entiendo tus palabras pero adivino a ciegas que algo quieres decirme mas no puedes llevarme adonde yo quisiera, ¡oh inmensidad sin centro! ¿Qué me depara esta noche? – Ciertamente – murmuro al fin, pero mi voz suena cansada. – Aunque la Luna parece ausente.
Las aguas oscuras dan chasquidos breves contra la arena. Las olas van como mis pensamientos, y vienen, van y vienen. Aquella noche el mar era indomable y feroz. Me gusta hundirme en esa imagen atroz y pensar que el mar es el espejo donde mi ser se mira y que con ese amargo abismo mi alma está a la par. Y el viento, el viento peina mi cabello como si fuera una maternal caricia.
Veo mi vida pasar, todos esos momentos y me estremezco, porque entender aquello me abruma y sofoca. Son los recuerdos que me envenenan, el dolor que azota. ¡Ah, bendecida la fuerza de la roca! Tolera del mar su tempestad y enojo. Sin embargo, mírame aquí, miserable, pequeño, sucumbo al dolor y dejo que la fatiga del corazón me venza. Inefable empeño es el de una cicatriz que siempre duele. Alma mía, eres como el mar. Las olas no tienen forma, se retiran y vuelven. Se retuercen sin nadie. Corazón fiero. De nuevo muere de sed el mar. Cálmate, dolor mío, y tu angustia serena.
Y allá, aquella dama a mi lado se torna soberbia e inalcanzable. Ágil e ennoblecida. En sus ojos el cielo y el huracán latente. Anhelabas la noche.
Miro la silueta de la mujer junto a mí, la observo sin mucho interés por el rabillo del ojo y recuerdo que vi a esta joven dama merodeando cerca al mar, tal parece que en busca de algo. Sonrió, pues su pelo, es como olas desafiantes que rompen a los lados de su cuello.
Ya es medianoche, creo… – dije admirando el color misteriosamente cárdeno, con la luna rielando desde lo alto. – Disculpe mi atrevimiento, pero no puedo evitar preguntarle ¿Qué está haciendo aquí? – La imagen de una sirena apareció y se desvaneció al instante en mi mente. Pocas fascinaciones son tan perdurables como las que despiertan el mar.
Levanto la cabeza, algunos mechones están sobre mi frente y frunzo el ceño antes de mirar a su rostro. Me incorporo y sentado en estas rocas, mar, te escucho. No entiendo tus palabras pero adivino a ciegas que algo quieres decirme mas no puedes llevarme adonde yo quisiera, ¡oh inmensidad sin centro! ¿Qué me depara esta noche? – Ciertamente – murmuro al fin, pero mi voz suena cansada. – Aunque la Luna parece ausente.
Las aguas oscuras dan chasquidos breves contra la arena. Las olas van como mis pensamientos, y vienen, van y vienen. Aquella noche el mar era indomable y feroz. Me gusta hundirme en esa imagen atroz y pensar que el mar es el espejo donde mi ser se mira y que con ese amargo abismo mi alma está a la par. Y el viento, el viento peina mi cabello como si fuera una maternal caricia.
Veo mi vida pasar, todos esos momentos y me estremezco, porque entender aquello me abruma y sofoca. Son los recuerdos que me envenenan, el dolor que azota. ¡Ah, bendecida la fuerza de la roca! Tolera del mar su tempestad y enojo. Sin embargo, mírame aquí, miserable, pequeño, sucumbo al dolor y dejo que la fatiga del corazón me venza. Inefable empeño es el de una cicatriz que siempre duele. Alma mía, eres como el mar. Las olas no tienen forma, se retiran y vuelven. Se retuercen sin nadie. Corazón fiero. De nuevo muere de sed el mar. Cálmate, dolor mío, y tu angustia serena.
Y allá, aquella dama a mi lado se torna soberbia e inalcanzable. Ágil e ennoblecida. En sus ojos el cielo y el huracán latente. Anhelabas la noche.
Miro la silueta de la mujer junto a mí, la observo sin mucho interés por el rabillo del ojo y recuerdo que vi a esta joven dama merodeando cerca al mar, tal parece que en busca de algo. Sonrió, pues su pelo, es como olas desafiantes que rompen a los lados de su cuello.
Ya es medianoche, creo… – dije admirando el color misteriosamente cárdeno, con la luna rielando desde lo alto. – Disculpe mi atrevimiento, pero no puedo evitar preguntarle ¿Qué está haciendo aquí? – La imagen de una sirena apareció y se desvaneció al instante en mi mente. Pocas fascinaciones son tan perdurables como las que despiertan el mar.
Lestat De Lioncourt- Vampiro Clase Alta
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Re: Y sin embargo sé que son tinieblas [Privado - Loreena Mckennitt]
¿Hasta dónde era capaz de llevarla su curiosidad? No lo sabía y eso era lo divertido. Le gustaba meterse en problemas, andar de fisgona por todas partes y descubrir cosas nuevas y justo aquella vez buscando algo halló otra cosa, no menos interesante. Tuvo la osadía de acercarse al vampiro aún sin ser invitada, pero la verdad es que Loreena no necesitaba de invitaciones si algo le causaba curiosidad, simplemente iba por su objetivo con paso firme y sin titubeos. Observó de reojo al inmortal pero su mirada se vería atraída por las olas o lo que aparentaban ser; escuchó sus susurros como si fueran cantos enigmáticos que le arrebataban una sonrisa de los labios. Por un momento no prestó atención a quien le acompañaba pero sus palabras le hicieron caer en cuenta de que no estaba “tan sola”.
—¿Ah? ¿Yo? Bueno… —Loreena titubeó un poco y sacudió su cabeza para coordinar sus ideas. Sus orbes se posaron en la figura del vampiro—. Buscaba inspiración natural, creo. No estoy segura, quizás se trataba de un simple paseo pero las cosas tienden a tomar rumbos inesperados.
De un momento a otro parecía que la atención de la bruja ya no estaba en el vampiro sino en las formas de las olas, más visibles con los rayos de luna. No se trataba de su imaginación, sabía que estaban ahí, después de tanto tiempo finalmente se toparía con las criaturas del mar; había esperado esa noche durante muchos meses, tanto como el día en que las hadas danzaban en las colinas y dejaban círculos de flores en conmemoración a la primavera. Sus ojos de nuevo estuvieron fijos en el mar, las estrellas empezaban a lucir aún más brillantes y ahí estaban ellas; Loreena ignoraba si el inmortal hubiera notado aquellas presencias en las aguas, quizás no. Las criaturas elementales no eran muy amigas de otros sobrenaturales y no se mostraban a cualquiera, la pelirroja a veces se sentía afortunada de al menos poder ser del agrado de esos seres. Desde ese instante supo que tenía un problema, quería seguir contemplando a las ondinas pero el vampiro también llamaba su atención, ¿Qué hacer? Romper la tensión o quedarse de brazos cruzados esperando a que fuera el tiempo quien se encargara de lo demás.
—¿Puede verlas? —Interrogó la chica con calma. Ellas aún seguían ahí, danzando con las olas y cantándole a luna; la pregunta era una invitación a explorar lo desconocido y fantástico. Compartir ciertos secretos no era tan malo después de todo—. Sólo observe con atención las marinas, en su condición le será más fácil distinguirlas pero cuide su oído, tienden a encantar a los hombres con una voz tan melodiosa que ni los ángeles son capaces de igualar.
—¿Ah? ¿Yo? Bueno… —Loreena titubeó un poco y sacudió su cabeza para coordinar sus ideas. Sus orbes se posaron en la figura del vampiro—. Buscaba inspiración natural, creo. No estoy segura, quizás se trataba de un simple paseo pero las cosas tienden a tomar rumbos inesperados.
De un momento a otro parecía que la atención de la bruja ya no estaba en el vampiro sino en las formas de las olas, más visibles con los rayos de luna. No se trataba de su imaginación, sabía que estaban ahí, después de tanto tiempo finalmente se toparía con las criaturas del mar; había esperado esa noche durante muchos meses, tanto como el día en que las hadas danzaban en las colinas y dejaban círculos de flores en conmemoración a la primavera. Sus ojos de nuevo estuvieron fijos en el mar, las estrellas empezaban a lucir aún más brillantes y ahí estaban ellas; Loreena ignoraba si el inmortal hubiera notado aquellas presencias en las aguas, quizás no. Las criaturas elementales no eran muy amigas de otros sobrenaturales y no se mostraban a cualquiera, la pelirroja a veces se sentía afortunada de al menos poder ser del agrado de esos seres. Desde ese instante supo que tenía un problema, quería seguir contemplando a las ondinas pero el vampiro también llamaba su atención, ¿Qué hacer? Romper la tensión o quedarse de brazos cruzados esperando a que fuera el tiempo quien se encargara de lo demás.
—¿Puede verlas? —Interrogó la chica con calma. Ellas aún seguían ahí, danzando con las olas y cantándole a luna; la pregunta era una invitación a explorar lo desconocido y fantástico. Compartir ciertos secretos no era tan malo después de todo—. Sólo observe con atención las marinas, en su condición le será más fácil distinguirlas pero cuide su oído, tienden a encantar a los hombres con una voz tan melodiosa que ni los ángeles son capaces de igualar.
Loreena Mckennitt- Hechicero Clase Alta
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