Los arcanos que oculta el derruido castillo [Loreena Mckennitt]

por **Katrina Underwood** Miér Jun 26, 2013 8:23 pm

No sé cómo el destino me ha traído hasta este desolado lugar, pero eso es lo más excitante de la vida, ¿no? Jamás sabrás qué estará esperándote a la vuelta de la esquina...

Es una tarde verdaderamente exquisita. El sol radiante ilumina el azulado cielo; se pueden contemplar unas esponjosas y blancas nubes en el firmamento, las cuales se mueven con paz y lentitud; una brisa fresca agita las resecas hojas de los otoñales árboles y la calidez del astro rey inunda el ambiente a pesar de la estación en la que me encuentro.

¡Adoro cómo luzco hoy! Llevo una de mis prendas favoritas, un vestido a rayas blancas y negras, el cual mi padrino me trajo de un viaje que realizó a Inglaterra hace un par de años atrás. Es algo anticuado y no muy común respecto a la moda actual; es precisamente por eso que me fascina, detesto estar dentro de los cánones convencionales y ser una más del montón. Amo romper las reglas estéticas establecidas y brillar con mi luz propia.

Además de eso, calzo unas zapatillas tono azabache, semejantes a las utilizadas por las bailarinas de ballet. La única diferencia es que estas no poseen lazos ni son para bailar.

Mi cabello se encuentra suelto, donde se mecen mis sutiles ondas a causa del viento, y no llevo ningún tipo de maquillaje en el rostro. Adoro lucir mi semblante natural, sin refinados vestidos ni sofisticados accesorios. Lo único que podría identificarme como alguien de alta alcurnia son la cadena y el dije de oro que adornan mi cuello; siempre serán mi más preciada posesión, jamás los he retirado desde que se me fueron obsequiados.

He caminado bastante desde la mansión, mi dulce hogar, hasta aquí; hoy es mi día libre, por lo que no he tenido clases con mi institutriz y puedo hacer lo que quiera durante varias horas.

Recorro un par de kilómetros más hasta que, detrás de un elevado y frondoso follaje por el cual me introduzco, descubro las ruinas de lo que parece ser una antigua fortaleza o castillo.

Reconozco la infraestructura a los pocos minutos de estar observándola. Una pintura y la historia de esta edificación se encuentran en un viejo tomo que mi tío posee en su estudio, en la sección preferida de su pequeña biblioteca.

Había leído acerca de ella hace algunos meses. Narra la leyenda que un antiguo tesoro fue enterrado en los cimientos de esta construcción y que nadie, a pesar de las devastadoras batallas que se disputaron para obtenerlo, nunca lo halló... Hasta ahora...

Me encamino sigilosa hacia la destruida estructura y mis sentidos se mantienen alerta por si, en algún minuto, debo enfrentarme a algo o alguien desconocido.

Deambulo por las distintas habitaciones, tanto en la planta inferior como superior; subo y bajo las pocas escaleras de piedras aún utilizables; remuevo frágiles columnas de madera y ladrillos de roca de puertas o ventanales que me entorpecen el paso para inspeccionar mejor; escudriño entre los múltiples muebles y ornamentaciones de las alcobas que permanecían bloqueadas. Registro todas las secciones del castillo, buscando algún indicio que me permita averiguar dónde se esconde aquel famoso e incógnito tesoro.

Finalmente, llego a una estancia al exterior, repleta de escombros y pilares de piedra. Es una especie de terraza al aire libre; puesto que existen variadas bancas, mesas, estatuas y esculturas del mismo material de las columnas en todo el sitio. Ya exhausta de tanto indagar y no obtener nada todavía, me siento y suspiro profundamente a causa del cansancio.

Entonces, cierro mis ojos y percibo mejor lo que sucede gracias a mis sentidos aumentados.

La brisa mover suavemente mi cabello, el lejano sonido de los gorriones canturreando en las copas de los árboles, la sensación de soledad y calma invadiendo la atmósfera.

Permanezco con mis orbes cerrados, me relajo y dejo que la armonía y silencio del ambiente me desconecten del mundo por completo, olvidándome de todo lo que acontece a mi alrededor.

por **Loreena Mckennitt** Sáb Jun 29, 2013 6:21 pm

!¿Qué?! –Exclamó Loreena asombrada con lo que acababa de escuchar. El adolescente que estaba frente a ella le hizo un ademan para que bajara la voz, el ama de llaves podría escucharlos y los planes de ambos se echarían a perder. –De verdad, ¿dices eso que dijiste? –preguntaba la pelirroja sin poder creerse aún lo que Vittorio le comentaba. Éste sólo asintió con una suave sonrisa haciendo que también unos ondulados mechones de su oscuro cabello se movieran a la par de sus movimientos.

Vittorio era un ayudante en la propiedad que poseía el abuelo de Loreena en París. Era un joven como de unos 17 años, no muy alto para su edad, de tez blanca, ojos verde esmeralda y de ondulados cabellos negros. El chico ¿era un simple mortal? No, la verdad, los pocos miembros que cuidaban de la mansión no eran del todo humanos. Eran seres que el abuelo Hans había acogido en protección y estos les eran leales aunque, para el mayor ellos también eran parte de su particular familia. Vittorio era una especie de cambiaformas por así decirlo, y también sobrino del ama de llaves de la mansión, Erzébeth. Loreena y él lograron congeniar la primera vez que se conocieron, su relación es más de hermano que de otra cosa. Ambos eran excesivamente curiosos y no perdían oportunidad alguna para andar merodeando en algún sitio desconocido, tal como lo estaban tramando ese día, cosa que Erzébeth ignoraba por completo.

–Si nos ve la tía Erzébeth estaremos en problemas… Podemos esperar un par de días. Ese castillo no se moverá de dicho sitio –masculló Vittorio a la vez que corría detrás de la irlandesa que estaba dispuesta a buscarse problemas innecesarios –de nuevo–.

–Shhh Vittorio… –Dijo la chica casi en un susurro mientras detenía su paso –ya repasamos el plan, Erzébeth está fuera no se enterará de nada y luego de cruzar el umbral de la puerta buscaremos a los corceles y daremos inicio a nuestra aventura –añadió Loreena, pronunciando lo último con cierto aire teatral, típico en ella.

Vittorio finalmente aceptó con resignación toda aquella locura la cual él mismo había iniciado así que no culpaba del todo a la pelirroja, a él también lo invadía una profunda curiosidad con respecto a tal sitio. A ciencia exacta no se sabe cómo logró obtener esa información, pero la obtuvo y no dudo en compartirla con su compañera de locuras, Loreena. Ambos atravesaron la puerta que los separaba y ocultaba del mundo exterior. Huyeron como si de unos prófugos se trataran, observando con cautela a los lados, realmente no querían que un tercero arruinase aquel día.

Loreena dejó libre de las ataduras a aquel corcel negro con el que tanto se había encariñado, siendo éste exclusivamente usado por ella. Su tía Amalur, no gustaba de los caballos y tenía una enorme razón para no hacerlo. El chico de cabellos oscuros se quedó pensativo unos instantes, sabía que ya era demasiado riesgoso buscar un segundo caballo así que hizo uso de sus buenas facultades y en un abrir y cerrar de ojos un precioso y curioso gato persa de oscuro pelaje estaba a los pies de la pelirroja, quien lo tomó entre sus brazos y con una habilidad prácticamente innata en ella subió al corcel que tanta estima le tenía. Sin más que añadir, ambos emprendieron la marcha hasta el misterioso lugar que tanto aguardaba por ellos.

Aquella fortaleza se hallaba algo alejada según indicaba el papel que poseía la chica en su poder, debían tomar ciertos atajos para poder llegar, estaría un poco curioso el hecho de que una joven estuviera cabalgando sola por la ciudad y más si sus vestiduras eran las que usaban los chicos de la época. Sí, ciertamente, Loreena quiso usar algo más cómodo que un vestido y le pidió a Vittorio que le prestara algo de su ropa para usarla aquel día. No querían levantar la más mínima sospecha así que Loreena tomó ciertos atajos que se conocía de memoria gracias a huidas anteriores. Vittorio permanecía tranquilo, como todo un simpático minino en el regazo de la muchacha. Realmente no tuvo la precisión del tiempo en el que estuvo cabalgando hasta la ruinosa construcción pero, no era algo a lo que le diera mucha importancia, ella sólo seguía concentrada en su aventurero viaje.

–Por todos los dioses… –musitó la chica mientras miraba asombrada aquella antigua infraestructura. Luego de muchos minutos de viaje entre ciudad y naturaleza, los viajeros –porque el gato es un viajero disfrazado de mascota– lograron dar con el sitio. Estaba rodeado de espesa vegetación y de apenas los rayos del sol se colaban entre la arboleda. La fachada de la fortaleza era tal como se la había imaginado la chica, antigua, misteriosa y que de seguro ocultaba algún secreto el cual ella estaba destinada a descubrir, según su inquieta imaginación. Dejó al caballo en algún lugar cercano y con el gato Vittorio en brazos se apresuró a entrar dentro de esas magníficas ruinas. Loreena observó de arriba abajo lo que parecía ser el salón principal, aquello si que estaba devastado, pero no dejaba de ser hermoso ante sus ojos. La curiosidad aumentaba a medida que recorría más los rincones del ruinoso castillo, su mente parecía ser una cámara que captaba cada detalle de la estancia. Se escabulló por las escaleras y logró conocer las distintas habitaciones de cada una de las secciones del castillo, sólo eran ruinas.

–Sabes Vittorio esto son sólo escombros pero… Debe haber algo más que simples habitaciones. Mi abuelo comentaba que las fortalezas antiguas siempre tienen sótanos secretos a los que puedes ingresar a través de las paredes. Algunos pasadizos eran creados para huir pero otros simplemente… –Hizo una breve pausa mientras se quedaba algo pensativa –La biblioteca de este lugar debe estar en ¡La torre más alta! –exclamó la chica mientras tomaba al felino de nuevo en brazos y recorrió las escaleras en espiral hasta el lugar más alto del castillo. Subía con tanta prisa que no se percató de los obstáculos que se hallaban el camino. Sin embargo no fueron impedimento alguno hasta que empujando un bloque de piedra junto con la ayuda de Vittorio –ya en su forma humana– éste salió cuesta abajo por las escaleras haciendo un escándalo terrible mientras se llevaba por medio otros escombros que estaban más abajo, estremeciendo un tanto las paredes del lugar. Ambos se miraron atónitos esperando que no hubiera más nadie dentro de la infraestructura, estuvieron así un par de minutos y sigilosamente bajaron para ver hasta donde había llegado aquel bloque de piedra.

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