AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Spirits of the Nature [Loreena Mckennitt]
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Spirits of the Nature [Loreena Mckennitt]
Si los matas, luego no tendrás dónde poner semejante pila de cadáveres.
Era evidente que aún no me acostumbraba a vivir en la gran sociedad que acunaba París. La atmósfera que el área comercial emanaba sugería bastante descontrol mental.
El bullicio entre la gente era insoportable, su constante habla me producía un estremecimiento del más mortal. Como si se empeñarán en destruir la poca serenidad que me restaba. No sabría decir si la escasa paciencia que poseía ante los escándalos auditivos envolvía lo genético o se trataba de mi repentino cambio a la ciudad. El hecho de pasar varias décadas entre animales salvajes, sin ninguna civilización que pudiera molestarme en lo absoluto, era abrumador.
Lamentablemente debía recurrir allí en búsqueda de provisiones. No me fascinaba la idea de alimentarme de cualquier vida que se me cruzara enfrente -aunque el incesante ruido de sus alaridos me hacía reconsiderarlo-; el licor sería mi sustento, una especie de aliado. Quizás el llevarlo en la mano bebiéndolo libremente como si nada me hacía ver cual alcohólica sin esperanzas. Pero al fin y al cabo, no me molestaba. A veces me empeñaba en verme ridícula, consideraba divertido el asombro de las personas al verme tan desentonada del buen gusto.
Hoy no me dirigiría hacía la casa de Angeline para descansar un rato, esta ocasión elegiría al bosque como distracción. El reclinarme sobre alguna rama gruesa que encontrara en lo alto, sin ninguna molestia que ver u oír, era algo que me entusiasmaba. Claro que mi destino no sería cerca de las cabañas, donde los entrenamientos más duros contra especies sobrenaturales son realizados. Recuerdo la primera vez al llegar a la zona de bosques haber acabado accidentalmente allí.
Su concentración ante la práctica era impresionante, los inquisidores se veían con tanto placer al mostrar la destreza de sus dagas. Como si se tratara de un avaro juego de niños, en lugar de un “trabajo encomendado por Dios”.
Me alegraba saber que poco a poco la muchedumbre iba desapareciendo conforme a mis pasos, mi humor iba mejorando. Pero en todo el trayecto desde el negocio de licores hasta el comienzo de la foresta no me había percatado que mi botella contenía menos de la mitad. Rayos, las ansias definitivamente me estaban consumiendo. Como mínimo era bueno saber que una parte de mí aún conservaba auto-control. Al menos en los momentos más necesarios.
Ya adentrándome unos metros podía sentir el exquisito aroma de tierra mojada por la lluvia de anoche, la soledad de las hojas danzando con el viento, el canto de las aves revoloteando encima de las copas más altas, todo parecía indicar un perfecto espectáculo. Nada me producía más satisfacción que caminar entre la naturaleza.
Mientras vagaba en dirección nula para relajarme, pude visualizar que me acercaba a la figura de una joven sentada en medio del bosque, sosteniendo un libro en sus manos. Se observaba muy concentrada disfrutando leyendo aquello. Mi ubicación me permitía verle mitad de la cara.
—¿Loreena? —mascullé sorprendida.
Loreena era una niña -o al menos mi último recuerdo de ella- de cabello rojizo, ojos verdosos y con una gran picardía en la mirada, no podría olvidarme de eso.
Por allá en 1780, me hallaba de paseo en Wexford, conociendo un poco la cultura Irlandesa, en ese entonces todo era muy distinto. Paseando entre los árboles de un gran prado, como era de costumbre, comencé a oír los gritos de una pequeña; temí que le pasara algo grave, y caminé velozmente hasta de donde proveían el pedido de auxilio. Aquella corría de un gran insecto, tenía 8 años entonces.
Y yo que pensaba en un animal.
“Tranquila, no te hará daño…” fueron mis primeras palabras. “Soy Jenna, ¿Cómo es tu nombre?”.
La niña esbozó una gran sonrisa.
“Loreena Mckennitt… te ves muy pálida” dijo dulcemente. Ahora tal vez era yo quien la estaba espantando.
Luego de aquella vez la habría visto un par de veces más merodeando los prados, casi siempre metiéndose en problemas. Hasta el tiempo de irme de su país, me arriesgué a protegerla cuando la veía sola.
Al parecer, después de 12 años, la niña se encontraba nuevamente entre la tierra, igualándome en edad física. La curiosidad no podría haberme invadido más, así que no dudé en acercarme.
—Loreena, ¿eres tú?
Era evidente que aún no me acostumbraba a vivir en la gran sociedad que acunaba París. La atmósfera que el área comercial emanaba sugería bastante descontrol mental.
El bullicio entre la gente era insoportable, su constante habla me producía un estremecimiento del más mortal. Como si se empeñarán en destruir la poca serenidad que me restaba. No sabría decir si la escasa paciencia que poseía ante los escándalos auditivos envolvía lo genético o se trataba de mi repentino cambio a la ciudad. El hecho de pasar varias décadas entre animales salvajes, sin ninguna civilización que pudiera molestarme en lo absoluto, era abrumador.
Lamentablemente debía recurrir allí en búsqueda de provisiones. No me fascinaba la idea de alimentarme de cualquier vida que se me cruzara enfrente -aunque el incesante ruido de sus alaridos me hacía reconsiderarlo-; el licor sería mi sustento, una especie de aliado. Quizás el llevarlo en la mano bebiéndolo libremente como si nada me hacía ver cual alcohólica sin esperanzas. Pero al fin y al cabo, no me molestaba. A veces me empeñaba en verme ridícula, consideraba divertido el asombro de las personas al verme tan desentonada del buen gusto.
Hoy no me dirigiría hacía la casa de Angeline para descansar un rato, esta ocasión elegiría al bosque como distracción. El reclinarme sobre alguna rama gruesa que encontrara en lo alto, sin ninguna molestia que ver u oír, era algo que me entusiasmaba. Claro que mi destino no sería cerca de las cabañas, donde los entrenamientos más duros contra especies sobrenaturales son realizados. Recuerdo la primera vez al llegar a la zona de bosques haber acabado accidentalmente allí.
Su concentración ante la práctica era impresionante, los inquisidores se veían con tanto placer al mostrar la destreza de sus dagas. Como si se tratara de un avaro juego de niños, en lugar de un “trabajo encomendado por Dios”.
Me alegraba saber que poco a poco la muchedumbre iba desapareciendo conforme a mis pasos, mi humor iba mejorando. Pero en todo el trayecto desde el negocio de licores hasta el comienzo de la foresta no me había percatado que mi botella contenía menos de la mitad. Rayos, las ansias definitivamente me estaban consumiendo. Como mínimo era bueno saber que una parte de mí aún conservaba auto-control. Al menos en los momentos más necesarios.
Ya adentrándome unos metros podía sentir el exquisito aroma de tierra mojada por la lluvia de anoche, la soledad de las hojas danzando con el viento, el canto de las aves revoloteando encima de las copas más altas, todo parecía indicar un perfecto espectáculo. Nada me producía más satisfacción que caminar entre la naturaleza.
Mientras vagaba en dirección nula para relajarme, pude visualizar que me acercaba a la figura de una joven sentada en medio del bosque, sosteniendo un libro en sus manos. Se observaba muy concentrada disfrutando leyendo aquello. Mi ubicación me permitía verle mitad de la cara.
—¿Loreena? —mascullé sorprendida.
Loreena era una niña -o al menos mi último recuerdo de ella- de cabello rojizo, ojos verdosos y con una gran picardía en la mirada, no podría olvidarme de eso.
Por allá en 1780, me hallaba de paseo en Wexford, conociendo un poco la cultura Irlandesa, en ese entonces todo era muy distinto. Paseando entre los árboles de un gran prado, como era de costumbre, comencé a oír los gritos de una pequeña; temí que le pasara algo grave, y caminé velozmente hasta de donde proveían el pedido de auxilio. Aquella corría de un gran insecto, tenía 8 años entonces.
Y yo que pensaba en un animal.
“Tranquila, no te hará daño…” fueron mis primeras palabras. “Soy Jenna, ¿Cómo es tu nombre?”.
La niña esbozó una gran sonrisa.
“Loreena Mckennitt… te ves muy pálida” dijo dulcemente. Ahora tal vez era yo quien la estaba espantando.
Luego de aquella vez la habría visto un par de veces más merodeando los prados, casi siempre metiéndose en problemas. Hasta el tiempo de irme de su país, me arriesgué a protegerla cuando la veía sola.
Al parecer, después de 12 años, la niña se encontraba nuevamente entre la tierra, igualándome en edad física. La curiosidad no podría haberme invadido más, así que no dudé en acercarme.
—Loreena, ¿eres tú?
Última edición por Jenna Saltzman el Vie Sep 19, 2014 2:07 pm, editado 3 veces
Jenna Saltzman- Vampiro Clase Alta
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Re: Spirits of the Nature [Loreena Mckennitt]
Desde hace mucho que no se atrevía a incursionar en el bosque, no por las criaturas sobrenaturales que podrían habitar en éste, sino porque le temía a los insectos que se ocultaban entre la hojarasca y los frondosos árboles. Desde muy niña había desarrollado esa terrible fobia hacia los invertebrados, la culpable sería una araña, específicamente una viuda negra; en ese momento su temor fue tanto, que no se atrevía a acercarse a cualquier criatura de forma rara, apenas toleraba a las mariposas. Aunque, deseaba poder rodearse de naturaleza, su miedo, le hacía cambiar de idea pero, al parecer se animaría luego de tanto tiempo.
Vittorio le zarandeaba para que le acompañase al bosque a dar un paseo, él estaba algo ofuscado de estar tanto tiempo encerrado y quería estirar sus felinas patas de cambiaformas salvaje –según él– y corretear feliz entre lo más profundo del boscaje. Loreena, estaba algo indecisa y no le era nada agradable tener que toparse con algún feo insecto aunque, la idea de adentrarse en el bosque y disfrutar de la paz y la tranquilidad que la naturaleza le proporcionaba, le era algo agradable y un tanto emocionante.
Después de tanta suplica, drama, insistencia, el cambiaformas logró convencer a la irlandesa para que le acompañara a una pequeña aventura por aquel paraje. Ambos se dirigieron a la zona boscosa, húmeda y llena de misterios; Vittorio miraba algo incrédulo a la cantidad de libros que llevaba la bruja en un gran saco, tal parece que mientras él se adueñaría de su libertad como una criatura salvaje, ella estaría leyendo. La verdad es que, a pesar de su curiosidad y de ser una muchacha inquieta, esa vez sólo deseaba postrarse a leer y que su mente viajara por pasajes imaginarios que las palabras sobre el papel le proporcionaban.
Una pantera negra iría de un lado a otro, escabulléndose entre la arboleda y haciéndose la dueña del lugar, rugía por lo bajo y estaría con sus sentidos alerta mientras avanzaba con agilidad. Esa pantera era Vittorio, quién estaba cerca de Loreena a medida que se adentraban en el bosque, la chica iluminaba parte del oscuro camino con una lámpara de gas para no dar tanto traspiés, usar magia no era lo más adecuado y confiaba en los instintos del felino. Aburrida de tanto caminar se detendría en un buen lugar; la luz de la luna se colaba entre las hojas que se encontraban bastante dispersas, tanto así que los tenues rayos iluminaban las raíces de un frondoso árbol. Era el sitio perfecto para disfrutar de una exquisita lectura.
El felino se trasladaría a otras zonas del magnánimo bosque mientras la bruja permanecía atraída por la lectura; sus historias favoritas eran las novelas de caballería en donde se narraban épicos combates entre caballeros y dragones; magos oscuros que luchaban contra espléndidas criaturas de luz; hermosas hadas que habitaban bosques encantados, brujas con poderes extraordinarios y un sinfín de grandiosas leyendas. Muchas de estas fábulas se narraban en su país natal, de generación en generación. Ya tenía veinte años y desde los dieciséis vivía en París, ya se contaban 4 años que no regresaba a Irlanda; extrañaba a sus tíos y a aquellas lejanas tierras en donde alguna vez habitaron los druidas y hasta los mismos nórdicos. Aquel recuerdo guardaba un mar de infinita nostalgia en la que navegaban los más hermosos recuerdos.
Se sumergió más en aquellos escritos dejando que su mente divagara entre los prados irlandeses en donde se la pasaba husmeando cuando era una niña, metiéndose en cualquier lío que terminaba por causarle dolores de cabeza a la tía Amalur. Descalza, con la rojiza melena alborotada y con una curiosidad desmedida iba de un lado a otro, coleccionando hojas o dándole de comer a las avecillas que se refugiaban en los nidos de las elevadas copas de los arboles.
Su mente estaría tan atrapada por las preciadas memorias de la infancia, que la intuición pareció perder importancia; sentir miedo no era algo que formaba parte de ella, era joven, algunas veces ingenua pero sabía defenderse bien aparte, contaba con la protección de un cambiaformas. Sólo le quedaba disfrutar de su preciado libro. Aquella atracción por la historia que la había atraída durante largos minutos pareció desvanecerse al momento en que una familiar voz pronunció su nombre. Loreena subió su mirada y observó en silencio a la figura femenina que le veía, aquella mujer le era conocida, demasiado conocida.
Su naturaleza no era humana, pero no representaba peligro alguno. No se inmutó ante la presencia de la dama, sólo le miraba como si buscase entre los confines de su memoria, el libro en donde se hallaría aquella pálida dama y finalmente logró dar con este. Jenna era una vampiresa que había conocido cuando tendría unos ocho años, la mujer cuidaba de la pequeña ella cada vez que le veía merodeando por las praderas y las zonas boscosas cercanas a su hogar. Loreena curiosamente se había encariñado con la dama y la invitaba a muchas de sus excursiones en búsqueda de los gnomos que se ocultaban en las grutas de los bosques o a cazar cualquier cosa que se le ocurría a la niña que tenía una mentalidad bastante inquieta.
Volverse a topar con Jenna le hizo esbozar una sonrisa, era de las pocas personas en la que confiaba y admiraba. Cerró el libro su regazo, aún sorprendida por el inesperado encuentro con la vampiresa que formaba parte de los mejores recuerdos de su infancia.
—Jenna… La dama blanca que me acompañaba durante mis excursiones al bosque de los espíritus —mencionó Loreena con una amplia sonrisa, recordando aquellas historias que invitaban a Jenna a acompañarle durante las largas noches en las que la niña divagaba por las campiñas—. Nos hemos vuelto a encontrar quizás, ¿para otra excursión en un bosque peligroso? —La chica rió por haber mencionado tal cosa, pero la presencia de la vampiresa le animaba lo suficiente como para volver a sentirse como la niña de ocho años que se toparía con Jenna en algún tiempo atrás.
Vittorio le zarandeaba para que le acompañase al bosque a dar un paseo, él estaba algo ofuscado de estar tanto tiempo encerrado y quería estirar sus felinas patas de cambiaformas salvaje –según él– y corretear feliz entre lo más profundo del boscaje. Loreena, estaba algo indecisa y no le era nada agradable tener que toparse con algún feo insecto aunque, la idea de adentrarse en el bosque y disfrutar de la paz y la tranquilidad que la naturaleza le proporcionaba, le era algo agradable y un tanto emocionante.
Después de tanta suplica, drama, insistencia, el cambiaformas logró convencer a la irlandesa para que le acompañara a una pequeña aventura por aquel paraje. Ambos se dirigieron a la zona boscosa, húmeda y llena de misterios; Vittorio miraba algo incrédulo a la cantidad de libros que llevaba la bruja en un gran saco, tal parece que mientras él se adueñaría de su libertad como una criatura salvaje, ella estaría leyendo. La verdad es que, a pesar de su curiosidad y de ser una muchacha inquieta, esa vez sólo deseaba postrarse a leer y que su mente viajara por pasajes imaginarios que las palabras sobre el papel le proporcionaban.
Una pantera negra iría de un lado a otro, escabulléndose entre la arboleda y haciéndose la dueña del lugar, rugía por lo bajo y estaría con sus sentidos alerta mientras avanzaba con agilidad. Esa pantera era Vittorio, quién estaba cerca de Loreena a medida que se adentraban en el bosque, la chica iluminaba parte del oscuro camino con una lámpara de gas para no dar tanto traspiés, usar magia no era lo más adecuado y confiaba en los instintos del felino. Aburrida de tanto caminar se detendría en un buen lugar; la luz de la luna se colaba entre las hojas que se encontraban bastante dispersas, tanto así que los tenues rayos iluminaban las raíces de un frondoso árbol. Era el sitio perfecto para disfrutar de una exquisita lectura.
El felino se trasladaría a otras zonas del magnánimo bosque mientras la bruja permanecía atraída por la lectura; sus historias favoritas eran las novelas de caballería en donde se narraban épicos combates entre caballeros y dragones; magos oscuros que luchaban contra espléndidas criaturas de luz; hermosas hadas que habitaban bosques encantados, brujas con poderes extraordinarios y un sinfín de grandiosas leyendas. Muchas de estas fábulas se narraban en su país natal, de generación en generación. Ya tenía veinte años y desde los dieciséis vivía en París, ya se contaban 4 años que no regresaba a Irlanda; extrañaba a sus tíos y a aquellas lejanas tierras en donde alguna vez habitaron los druidas y hasta los mismos nórdicos. Aquel recuerdo guardaba un mar de infinita nostalgia en la que navegaban los más hermosos recuerdos.
Se sumergió más en aquellos escritos dejando que su mente divagara entre los prados irlandeses en donde se la pasaba husmeando cuando era una niña, metiéndose en cualquier lío que terminaba por causarle dolores de cabeza a la tía Amalur. Descalza, con la rojiza melena alborotada y con una curiosidad desmedida iba de un lado a otro, coleccionando hojas o dándole de comer a las avecillas que se refugiaban en los nidos de las elevadas copas de los arboles.
Su mente estaría tan atrapada por las preciadas memorias de la infancia, que la intuición pareció perder importancia; sentir miedo no era algo que formaba parte de ella, era joven, algunas veces ingenua pero sabía defenderse bien aparte, contaba con la protección de un cambiaformas. Sólo le quedaba disfrutar de su preciado libro. Aquella atracción por la historia que la había atraída durante largos minutos pareció desvanecerse al momento en que una familiar voz pronunció su nombre. Loreena subió su mirada y observó en silencio a la figura femenina que le veía, aquella mujer le era conocida, demasiado conocida.
Su naturaleza no era humana, pero no representaba peligro alguno. No se inmutó ante la presencia de la dama, sólo le miraba como si buscase entre los confines de su memoria, el libro en donde se hallaría aquella pálida dama y finalmente logró dar con este. Jenna era una vampiresa que había conocido cuando tendría unos ocho años, la mujer cuidaba de la pequeña ella cada vez que le veía merodeando por las praderas y las zonas boscosas cercanas a su hogar. Loreena curiosamente se había encariñado con la dama y la invitaba a muchas de sus excursiones en búsqueda de los gnomos que se ocultaban en las grutas de los bosques o a cazar cualquier cosa que se le ocurría a la niña que tenía una mentalidad bastante inquieta.
Volverse a topar con Jenna le hizo esbozar una sonrisa, era de las pocas personas en la que confiaba y admiraba. Cerró el libro su regazo, aún sorprendida por el inesperado encuentro con la vampiresa que formaba parte de los mejores recuerdos de su infancia.
—Jenna… La dama blanca que me acompañaba durante mis excursiones al bosque de los espíritus —mencionó Loreena con una amplia sonrisa, recordando aquellas historias que invitaban a Jenna a acompañarle durante las largas noches en las que la niña divagaba por las campiñas—. Nos hemos vuelto a encontrar quizás, ¿para otra excursión en un bosque peligroso? —La chica rió por haber mencionado tal cosa, pero la presencia de la vampiresa le animaba lo suficiente como para volver a sentirse como la niña de ocho años que se toparía con Jenna en algún tiempo atrás.
Loreena Mckennitt- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 609
Fecha de inscripción : 17/06/2013
Localización : Por aquí, por allá... Por ajullá.
Re: Spirits of the Nature [Loreena Mckennitt]
No cabrían dudas, la niña Mckennitt no había cambiado absolutamente nada. Su mirada connotaba esa pincelada de dulce infante, como cuando la conocí. Habría cambiado su pequeño cuerpo al de una adulta, habría madurado su voz; pero sus ojos permanecían aún en brazos del carisma, dando el mismo brillo esmeralda en tiempos de antaño. No obstante, me costaba creer que después de tantos años todavía me reconociera con total claridad, habiendo compartido tan sólo escasos ratos de su niñez. Pero la incertidumbre no ocuparía lugar: ella poseía el don de hacerse querer, y dejaba en los demás el aprecio guardado, para que nunca se acabara; recordándola con ternura.
El escenario elegido accidentalmente, retrataba con exactitud los acogedores momentos del pasado. Aquel apartado en el bosque poseía la suficiente vegetación para aparentar ser un cuadro del prado en el cual teníamos los encuentros. Esto era demasiado extraño, como si la sorpresa quisiera invadirnos en secuencia.
—Así que sí eres tú, ¡no lo puedo creer! —Dije entusiasmada mientras me arrodillaba a darle un cálido abrazo —Dirás que esto es obra de los espíritus de la naturaleza, ¿no?
Aún si quisiera disimularlo, verle el rostro me producía mucha felicidad, dejando en evidencia una sonrisa instantánea difícil de ocultar. De verdad me alegraba de verle.
Y ahora que me mencionaba las excursiones, es como si el saco de recuerdos guardados en mi centro de memoria pateara por posicionarse en mi conciencia. Viniendo a mí la imagen de mi figura tirada en el césped, descansando mientras la infante ponía en marcha la búsqueda de duendes y alguna que otra criatura a descubrir en los recovecos más escondidos. Ella sería la primera criatura con la cual me habría encariñado. Todo era tan nostálgico.
—Quien iba a pensarlo… Ahora, ¿me dirás el porqué de tu estadía en París? ¿O se trata de algo permanente tal vez?
Suena graciosa la idea de que mis planes para la noche nunca se terminaban por llevar a cabo. Por una cosa u otra, siempre cambiaban de dirección, ofuscándose entre problemas con los cuales debía lidiar. Nada más que ésta sería la primera vez que me complacía que fuera así. Sí, me contentaba estar en compañía de una vieja amiga.
No me imaginaba por qué abandonaría su tan preciado hogar, con sus paisajes y su historia. Lo que más me llamaba la atención era oír sobre sus leyendas. Irlanda era, como mencioné antes, la tierra por excelencia de druidas, duendes, de las almas de los gnomos, y del misterio. Morada de los Celtas.
Los Celtas solían manejarse entre clanes, y eran aquellos que amaban la cultura y disfrutaban al narrar cuentos. Eran a su vez los que por cuestión de defensa llegaron a crear arte en la guerra. Así también como su música; el arpa era principalmente su instrumento representativo.
En su arquitectura por otra parte, se podrían apreciar las decoraciones con motivos geométricos, siendo un ejemplo los famosos Crannógs; antiguas viviendas usadas como refugios, puestos de caza e inclusive residencias.
En fin, algo fascinante.
Pasados unos instantes, el viento comenzó a soplar desde el norte, refrescando el ambiente y haciendo danzar las hojas de los árboles, dejando pasar a través de hueco entre las ramas pequeños vestigios de luminiscencia lunar. Dándole brillo hasta las letras del libro que la bruja llevaba consigo.
Intenté ver de que se trataba, inclinándome un poco hacia su lado. Pero no pude prestar más de escasos segundos, ya que percibía algo a lo lejos… o mejor dicho a alguien. Al agudizar un poco mis sentidos, podía sentir el golpeteo en aumento contra el suelo provocado por las patas de un animal. Y en efecto, luego de ver movimiento entre los arbustos, vi como una gran pantera salía de su escondite hacia nosotras.
Produciendo un instinto de alerta, me coloqué en posición de defensa.
—Apártate —advertí a Loreena con la mano, mientras colocaba la mirada en la fiera.
El escenario elegido accidentalmente, retrataba con exactitud los acogedores momentos del pasado. Aquel apartado en el bosque poseía la suficiente vegetación para aparentar ser un cuadro del prado en el cual teníamos los encuentros. Esto era demasiado extraño, como si la sorpresa quisiera invadirnos en secuencia.
—Así que sí eres tú, ¡no lo puedo creer! —Dije entusiasmada mientras me arrodillaba a darle un cálido abrazo —Dirás que esto es obra de los espíritus de la naturaleza, ¿no?
Aún si quisiera disimularlo, verle el rostro me producía mucha felicidad, dejando en evidencia una sonrisa instantánea difícil de ocultar. De verdad me alegraba de verle.
Y ahora que me mencionaba las excursiones, es como si el saco de recuerdos guardados en mi centro de memoria pateara por posicionarse en mi conciencia. Viniendo a mí la imagen de mi figura tirada en el césped, descansando mientras la infante ponía en marcha la búsqueda de duendes y alguna que otra criatura a descubrir en los recovecos más escondidos. Ella sería la primera criatura con la cual me habría encariñado. Todo era tan nostálgico.
—Quien iba a pensarlo… Ahora, ¿me dirás el porqué de tu estadía en París? ¿O se trata de algo permanente tal vez?
Suena graciosa la idea de que mis planes para la noche nunca se terminaban por llevar a cabo. Por una cosa u otra, siempre cambiaban de dirección, ofuscándose entre problemas con los cuales debía lidiar. Nada más que ésta sería la primera vez que me complacía que fuera así. Sí, me contentaba estar en compañía de una vieja amiga.
No me imaginaba por qué abandonaría su tan preciado hogar, con sus paisajes y su historia. Lo que más me llamaba la atención era oír sobre sus leyendas. Irlanda era, como mencioné antes, la tierra por excelencia de druidas, duendes, de las almas de los gnomos, y del misterio. Morada de los Celtas.
Los Celtas solían manejarse entre clanes, y eran aquellos que amaban la cultura y disfrutaban al narrar cuentos. Eran a su vez los que por cuestión de defensa llegaron a crear arte en la guerra. Así también como su música; el arpa era principalmente su instrumento representativo.
En su arquitectura por otra parte, se podrían apreciar las decoraciones con motivos geométricos, siendo un ejemplo los famosos Crannógs; antiguas viviendas usadas como refugios, puestos de caza e inclusive residencias.
En fin, algo fascinante.
Pasados unos instantes, el viento comenzó a soplar desde el norte, refrescando el ambiente y haciendo danzar las hojas de los árboles, dejando pasar a través de hueco entre las ramas pequeños vestigios de luminiscencia lunar. Dándole brillo hasta las letras del libro que la bruja llevaba consigo.
Intenté ver de que se trataba, inclinándome un poco hacia su lado. Pero no pude prestar más de escasos segundos, ya que percibía algo a lo lejos… o mejor dicho a alguien. Al agudizar un poco mis sentidos, podía sentir el golpeteo en aumento contra el suelo provocado por las patas de un animal. Y en efecto, luego de ver movimiento entre los arbustos, vi como una gran pantera salía de su escondite hacia nosotras.
Produciendo un instinto de alerta, me coloqué en posición de defensa.
—Apártate —advertí a Loreena con la mano, mientras colocaba la mirada en la fiera.
Última edición por Jenna Saltzman el Vie Sep 19, 2014 2:10 pm, editado 1 vez
Jenna Saltzman- Vampiro Clase Alta
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Re: Spirits of the Nature [Loreena Mckennitt]
Loreena desde muy niña fue bastante fisgona y curiosa y la mayor parte de las veces se la veía metida en problemas, de no ser por Quinn, algunos de esos problemas podrían haberla lastimado aunque, a ella no era algo que le atemorizaba. Podía huir de un insecto pero, lo demás podría enfrentarlo con la frente en alto, como lo haría cualquier Mckennitt. Su familia descendía de los mismísimos druidas y las generaciones siguientes iban heredando todo aquel conocimiento antigua, lo transmitían una y otras vez para mantener intacto el legado familiar.
Irlanda era esa tierra antigua que alguna vez fue parte del mundo celta en el pasado y que conserva aún toda aquella magia entre sus colinas y praderas, en las que la pequeña Loreena era feliz, sin preocupaciones ni nada que lamentarse. Se la pasaba sola la gran parte del tiempo, no solía compartir con otros niños, no se atrevía acercarse a ellos, era difícil adaptarse especialmente a causa de sus habilidades.
Jenna, era de esas personas que habían logrado hacerse un espacio en el corazón de Loreena, no le asustaba que ella fuese un vampiro, no les temía y menos a ella que había sido tan amable desde un principio. Siendo una niña se encariñó con la vampiresa y ahora siendo una adulta y toparse nuevamente con ella, como por obra del destino, ese cariño volvía a despertarse en su interior. La idea de haber acompañado a Vittorio al bosque ya no parecía tan mala, la presencia de la inmortal le había tomado por sorpresa pero, definitivamente adoraba ese tipo de sorpresas.
La dama también demostraba estar contenta al toparse con la irlandesa que ya no era una niña, era un encuentro curioso y ameno y el escenario se prestaba perfectamente para ello. Jenna conocía muy bien a Loreena, haber mencionado lo de los espíritus de la naturaleza hizo curvar los labios de la chica en una suave sonrisa, ella aún creía en esos seres ya que, desde sus primeros años de vida había logrado toparse con estas criaturas y se la pasaba siguiéndolas a todas partes.
Correspondió al abrazo de la mujer de igual forma, tenía la piel helada, como era costumbre, quizás no había bebido en muchas horas y eso de cierta manera preocupó a la bruja. No por temor a que la fuera a morder a ella sino, que pudiera debilitarse o algo; aquella pregunta formulada por la mujer no le traía buenos recuerdos, ella extraña a su país natal en donde, realmente era feliz a pesar de la ausencia de su madre. Ahora que era una adulta podía entender más esos pesares, sintiéndose un tanto nostálgica pero no dejaría que su amiga de la infancia notara ese cambio, la bruja siempre mostraría una sonrisa a pesar de las adversidades.
El viento alborotó un tanto sus cabellos y el sonido del danzar de las hojas de los árboles era armonioso y agradable, sólo se respiraba paz en aquel lugar. Loreena estaba decidida a responderle a Jenna cuando notó que esta se alertó por algo o más bien “alguien” que se ocultaba entre los arbustos y finalmente mostraba su apariencia ante las dos mujeres. Una pantera, un cambiaformas, el mejor amigo de la bruja, era Vittorio, que parecía bastante amenazante en esa forma, quizás se había cansado de merodear de un lugar a otro por el inmenso bosque y quiso regresar al cabo de un largo rato. La vampiresa estaba en alerta, Vittorio igual y Loreena, pues, ella estaba tranquila, ninguno de los dos era de temer. La chica sonrió e hizo ademán a la pantera para que estuviera quieta y levantándose apoyó una mano sobre el hombro de la dama.
—No hará nada, es mi gato, quise decir, mi pantera gorda de nombre muy masculino, se llama Vittorio. Es un cambiaformas y viene conmigo —le comentó Loreena a la inmortal con tranquilidad mientras sonreía y dirigía su mirada al enorme felino—. Vittorio ella es Jenna, la vampiresa que conocí en Irlanda cuando era una niña, te hable de ella hace tiempo, no seas maleducado y no gruñas.
El felino ladeó su cabeza observando a la bruja y luego a la vampiresa a quién inclinó su cabeza, como si tratara de disculparse. Se acercó a ambas con calma para sentarse sobre sus patas traseras sin dejar de mirarlas, esperando quizás, algunas palabras de Jenna. Loreena no pudo evitar reír por lo bajo ante la reacción del cambiaformas, siempre actuaba de esa manera cuando se trataba de alguna chica que conocía.
Irlanda era esa tierra antigua que alguna vez fue parte del mundo celta en el pasado y que conserva aún toda aquella magia entre sus colinas y praderas, en las que la pequeña Loreena era feliz, sin preocupaciones ni nada que lamentarse. Se la pasaba sola la gran parte del tiempo, no solía compartir con otros niños, no se atrevía acercarse a ellos, era difícil adaptarse especialmente a causa de sus habilidades.
Jenna, era de esas personas que habían logrado hacerse un espacio en el corazón de Loreena, no le asustaba que ella fuese un vampiro, no les temía y menos a ella que había sido tan amable desde un principio. Siendo una niña se encariñó con la vampiresa y ahora siendo una adulta y toparse nuevamente con ella, como por obra del destino, ese cariño volvía a despertarse en su interior. La idea de haber acompañado a Vittorio al bosque ya no parecía tan mala, la presencia de la inmortal le había tomado por sorpresa pero, definitivamente adoraba ese tipo de sorpresas.
La dama también demostraba estar contenta al toparse con la irlandesa que ya no era una niña, era un encuentro curioso y ameno y el escenario se prestaba perfectamente para ello. Jenna conocía muy bien a Loreena, haber mencionado lo de los espíritus de la naturaleza hizo curvar los labios de la chica en una suave sonrisa, ella aún creía en esos seres ya que, desde sus primeros años de vida había logrado toparse con estas criaturas y se la pasaba siguiéndolas a todas partes.
Correspondió al abrazo de la mujer de igual forma, tenía la piel helada, como era costumbre, quizás no había bebido en muchas horas y eso de cierta manera preocupó a la bruja. No por temor a que la fuera a morder a ella sino, que pudiera debilitarse o algo; aquella pregunta formulada por la mujer no le traía buenos recuerdos, ella extraña a su país natal en donde, realmente era feliz a pesar de la ausencia de su madre. Ahora que era una adulta podía entender más esos pesares, sintiéndose un tanto nostálgica pero no dejaría que su amiga de la infancia notara ese cambio, la bruja siempre mostraría una sonrisa a pesar de las adversidades.
El viento alborotó un tanto sus cabellos y el sonido del danzar de las hojas de los árboles era armonioso y agradable, sólo se respiraba paz en aquel lugar. Loreena estaba decidida a responderle a Jenna cuando notó que esta se alertó por algo o más bien “alguien” que se ocultaba entre los arbustos y finalmente mostraba su apariencia ante las dos mujeres. Una pantera, un cambiaformas, el mejor amigo de la bruja, era Vittorio, que parecía bastante amenazante en esa forma, quizás se había cansado de merodear de un lugar a otro por el inmenso bosque y quiso regresar al cabo de un largo rato. La vampiresa estaba en alerta, Vittorio igual y Loreena, pues, ella estaba tranquila, ninguno de los dos era de temer. La chica sonrió e hizo ademán a la pantera para que estuviera quieta y levantándose apoyó una mano sobre el hombro de la dama.
—No hará nada, es mi gato, quise decir, mi pantera gorda de nombre muy masculino, se llama Vittorio. Es un cambiaformas y viene conmigo —le comentó Loreena a la inmortal con tranquilidad mientras sonreía y dirigía su mirada al enorme felino—. Vittorio ella es Jenna, la vampiresa que conocí en Irlanda cuando era una niña, te hable de ella hace tiempo, no seas maleducado y no gruñas.
El felino ladeó su cabeza observando a la bruja y luego a la vampiresa a quién inclinó su cabeza, como si tratara de disculparse. Se acercó a ambas con calma para sentarse sobre sus patas traseras sin dejar de mirarlas, esperando quizás, algunas palabras de Jenna. Loreena no pudo evitar reír por lo bajo ante la reacción del cambiaformas, siempre actuaba de esa manera cuando se trataba de alguna chica que conocía.
Loreena Mckennitt- Hechicero Clase Alta
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Re: Spirits of the Nature [Loreena Mckennitt]
Mis sentidos arremetían contra el gran cuerpo nocturno del felino. Mis ojos intentaban adelantar cualquier fuera su próximo movimiento. Me constaba el hecho de saber que aquella situación de defensa no me agradaba en lo absoluto, pero al parecer era la única manera de sostenerse en pie. O no.
En ese corto tramo de pensamiento, vi a Loreena alzar la mano hacia la pantera, a la par que apoyaba la otra en mi hombro. “¿Control de bruja?” pensé en un primer momento al ver como el animal hacía caso a su seña, como si de repente se hubiese domesticado. Pero no. Una vez más, estaba equivocada… Un cambiaforma. Eso era, un cambiaforma de nombre Vittorio.
La idea se me hacía lo suficiente hilarante al oírlo a la primera, por lo que intenté contener una pequeña risa. En eso, el felino mostró gesto de disculpa a su modo, lo que me parecía aún más enternecedor, y fue ahí cuando no pude ocultar una sonrisa al mismo.
—Oh… Esto… Es algo incómodo —dije avergonzada, sosteniendo la curva en mis labios —Vittorio, lo lamento, de verdad. Es un placer.
Ya habiendo apaciguado las aguas ante el presunto “ataque” (Que nunca se hubiera llevado a cabo), me incorporé mejor para dejar de lado aquella posición de defensa, buscando estar más cerca del felino como de la bruja. Por el tiempo que llegué a conocerla, sabía perfectamente que la muchacha no sería parte del grupo que se adentraran a los bosques de forma aventurera estando completamente sola, por lo que buscaría alguna clase de compañía y protección. Había cambiado a la vampiresa por un cambiaforma; sonaba ser algo muy astuto de su parte conociendo apenas la raza ajena.
Sabía perfectamente lo peligrosos que podían llegar a ser y, a pesar de conocerlos más a través de rumores y mitos que la gente solía pasarse de boca en boca, no dudaba de la ferocidad e ímpetu de los mismos; éste lo mostraba con total orgullo. Y que además, los vampiros no éramos los favoritos en su lista, la cual solíamos pertenecer a la negra. Su pelaje desprendía un gran brillo, sus ojos se mostraban demasiado intimidantes como para que cualquiera pudiera sostenerle la mirada, así como sus colmillos se mostraban lo suficientes amenazadores. Era algo espléndido.
Volviendo la vista al mismo -e ignorando mi anterior pensamiento como la más ingenua- instintivamente alcé la mano para acariciarlo en la cabeza con total gusto. Mi amor hacia los animales lo habría adquirido aún siendo humana y, quizás perteneciendo a lo erróneo, se me había vuelto una costumbre el tocarlos cual pequeña entusiasmada; luego me percaté en recapacitar en que tal vez a él no le gustaba tanto el contacto, y mucho menos el de una muerta en vida. Eso era algo en lo que le entendía perfectamente.
—¡Lo siento! Tiendo a tocar/acariciar. Es una mala costumbre mía —aseguré retirando la mano, soltando una risa diminuta, similar a la de Loreena hacía un instante. No tenía la certeza de dónde ni cómo lo llegó a conocer, pero al parecer se eran inseparables el uno con el otro, dejándome a mí algo tranquila con respecto a la seguridad que le brindaba a ella ante cualquier movimiento sospechoso. Que, en este caso, cómicamente era yo.
En ese corto tramo de pensamiento, vi a Loreena alzar la mano hacia la pantera, a la par que apoyaba la otra en mi hombro. “¿Control de bruja?” pensé en un primer momento al ver como el animal hacía caso a su seña, como si de repente se hubiese domesticado. Pero no. Una vez más, estaba equivocada… Un cambiaforma. Eso era, un cambiaforma de nombre Vittorio.
La idea se me hacía lo suficiente hilarante al oírlo a la primera, por lo que intenté contener una pequeña risa. En eso, el felino mostró gesto de disculpa a su modo, lo que me parecía aún más enternecedor, y fue ahí cuando no pude ocultar una sonrisa al mismo.
—Oh… Esto… Es algo incómodo —dije avergonzada, sosteniendo la curva en mis labios —Vittorio, lo lamento, de verdad. Es un placer.
Ya habiendo apaciguado las aguas ante el presunto “ataque” (Que nunca se hubiera llevado a cabo), me incorporé mejor para dejar de lado aquella posición de defensa, buscando estar más cerca del felino como de la bruja. Por el tiempo que llegué a conocerla, sabía perfectamente que la muchacha no sería parte del grupo que se adentraran a los bosques de forma aventurera estando completamente sola, por lo que buscaría alguna clase de compañía y protección. Había cambiado a la vampiresa por un cambiaforma; sonaba ser algo muy astuto de su parte conociendo apenas la raza ajena.
Sabía perfectamente lo peligrosos que podían llegar a ser y, a pesar de conocerlos más a través de rumores y mitos que la gente solía pasarse de boca en boca, no dudaba de la ferocidad e ímpetu de los mismos; éste lo mostraba con total orgullo. Y que además, los vampiros no éramos los favoritos en su lista, la cual solíamos pertenecer a la negra. Su pelaje desprendía un gran brillo, sus ojos se mostraban demasiado intimidantes como para que cualquiera pudiera sostenerle la mirada, así como sus colmillos se mostraban lo suficientes amenazadores. Era algo espléndido.
Volviendo la vista al mismo -e ignorando mi anterior pensamiento como la más ingenua- instintivamente alcé la mano para acariciarlo en la cabeza con total gusto. Mi amor hacia los animales lo habría adquirido aún siendo humana y, quizás perteneciendo a lo erróneo, se me había vuelto una costumbre el tocarlos cual pequeña entusiasmada; luego me percaté en recapacitar en que tal vez a él no le gustaba tanto el contacto, y mucho menos el de una muerta en vida. Eso era algo en lo que le entendía perfectamente.
—¡Lo siento! Tiendo a tocar/acariciar. Es una mala costumbre mía —aseguré retirando la mano, soltando una risa diminuta, similar a la de Loreena hacía un instante. No tenía la certeza de dónde ni cómo lo llegó a conocer, pero al parecer se eran inseparables el uno con el otro, dejándome a mí algo tranquila con respecto a la seguridad que le brindaba a ella ante cualquier movimiento sospechoso. Que, en este caso, cómicamente era yo.
Última edición por Jenna Saltzman el Vie Sep 19, 2014 2:15 pm, editado 1 vez
Jenna Saltzman- Vampiro Clase Alta
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Re: Spirits of the Nature [Loreena Mckennitt]
—No te preocupes, Vittorio es un bobo con garras… —Mencionó Loreena con un claro tono burlón. La respuesta del felino sería la de un breve gruñido y quizás vendría acompañado de una mirada fulminante.
Loreena se las ingeniaba para hacerle pequeñas bromas, de las cuales el cambiaformas luego se desquitaría. Era un círculo vicioso de nunca acabar, aún así, la estima y la confianza que ambos se tenían era prácticamente inquebrantable. Junto con el alegre Lord Byron, eran un trío de personajes inseparables, vivían en problemas y se inventaban cualquier excusa para aventurarse a búsquedas que parecían imposibles para un hombre común. A la chica le alegraba haberse topado con aquella mujer luego de tanto tiempo, el mundo era un lugar bastante diminuto y sorprendente sin duda alguna aunque, a la bruja no le causaba gran sorpresa, conociendo perfectamente la condición de la mujer, aquel encuentro podía darse en algún momento.
—Al gordo este le gusta que lo acaricien, mira, hasta lograste domarlo… Podríamos venderlo al circo y todo eso —bromeó la bruja, como si los comentarios que había hecho desde un principio no fueran suficientes—. De acuerdo, de acuerdo, no más bromas de gordura, domadores de circo y gatos bobos… Lo prometo.
La bruja no pudo contener la risa y la dejó escapar, el cambiaformas aún mantenía su mirada en ella y sus pensamientos de reclamo le causaban mucho más gracia a la pelirroja, quien parecía disfrutar hacerle bromas, olvidando que la vampiresa estaba ahí presente y que esos comentarios no eran tan prudentes pero, la diferencia en esta ocasión era la confianza. Loreena confiaba en aquella sobrenatural, la consideraba su amiga, se sentía bien a su lado. Definitivamente esa noche se estaba tornando aún mejor lo que le dio una gran idea. Leer aquel libro hizo volar su imaginación más de lo que debía; estaba en compañía de un cambiaformas y una vampiresa, eso sin contar las criaturas espectrales que siempre se acercaban a ella. Teniendo en cuenta estos detalles, ¿Por qué conformarse con leer cuando una historia se puede escribir con hechos? Sí, tal como se hacía en el Medioevo. El papel sólo servía para plasmar hazañas y nunca olvidarlas.
Observó sus alrededores, atenta a cualquier sonido de la tierra viva. Se alejó unos pasos de sus acompañantes y guardó silencio unos minutos, sus orbes avistarían a los curiosos duendes que tomaban forma de fuegos fatuos y luego huían como niños traviesos, ocultándose entre los troncos huecos de algunos árboles. Loreena esbozó una sonrisa y su mente se conectaría con la de aquellas criaturas, de nuevo, tenía una travesura entre manos. Se dirigió a Vittorio y a Jenna con un gesto bastante sobreactuado, como si en verdad se sintiera como el líder de un grupo de exploradores o lo que fuera, aún así, seguía sobreactuando.
—Estimados soldados, hoy nos tocará visitar la tierra de los enanos perdidos… O lo perdidos que nos han dejado los enanos. Es decir, nos vamos de expedición por el bosque —comentó Loreena con firmeza, como si se tratara de cualquier cosa—. Y nada de peros… Ni gruñidos.
¿De nuevo buscando problemas? Pues, parece que sí. Ya era costumbre en ella hacerlo, el felino bajó la cabeza con resignación como si estuviera lamentándose por la idea de la bruja.
Loreena se las ingeniaba para hacerle pequeñas bromas, de las cuales el cambiaformas luego se desquitaría. Era un círculo vicioso de nunca acabar, aún así, la estima y la confianza que ambos se tenían era prácticamente inquebrantable. Junto con el alegre Lord Byron, eran un trío de personajes inseparables, vivían en problemas y se inventaban cualquier excusa para aventurarse a búsquedas que parecían imposibles para un hombre común. A la chica le alegraba haberse topado con aquella mujer luego de tanto tiempo, el mundo era un lugar bastante diminuto y sorprendente sin duda alguna aunque, a la bruja no le causaba gran sorpresa, conociendo perfectamente la condición de la mujer, aquel encuentro podía darse en algún momento.
—Al gordo este le gusta que lo acaricien, mira, hasta lograste domarlo… Podríamos venderlo al circo y todo eso —bromeó la bruja, como si los comentarios que había hecho desde un principio no fueran suficientes—. De acuerdo, de acuerdo, no más bromas de gordura, domadores de circo y gatos bobos… Lo prometo.
La bruja no pudo contener la risa y la dejó escapar, el cambiaformas aún mantenía su mirada en ella y sus pensamientos de reclamo le causaban mucho más gracia a la pelirroja, quien parecía disfrutar hacerle bromas, olvidando que la vampiresa estaba ahí presente y que esos comentarios no eran tan prudentes pero, la diferencia en esta ocasión era la confianza. Loreena confiaba en aquella sobrenatural, la consideraba su amiga, se sentía bien a su lado. Definitivamente esa noche se estaba tornando aún mejor lo que le dio una gran idea. Leer aquel libro hizo volar su imaginación más de lo que debía; estaba en compañía de un cambiaformas y una vampiresa, eso sin contar las criaturas espectrales que siempre se acercaban a ella. Teniendo en cuenta estos detalles, ¿Por qué conformarse con leer cuando una historia se puede escribir con hechos? Sí, tal como se hacía en el Medioevo. El papel sólo servía para plasmar hazañas y nunca olvidarlas.
Observó sus alrededores, atenta a cualquier sonido de la tierra viva. Se alejó unos pasos de sus acompañantes y guardó silencio unos minutos, sus orbes avistarían a los curiosos duendes que tomaban forma de fuegos fatuos y luego huían como niños traviesos, ocultándose entre los troncos huecos de algunos árboles. Loreena esbozó una sonrisa y su mente se conectaría con la de aquellas criaturas, de nuevo, tenía una travesura entre manos. Se dirigió a Vittorio y a Jenna con un gesto bastante sobreactuado, como si en verdad se sintiera como el líder de un grupo de exploradores o lo que fuera, aún así, seguía sobreactuando.
—Estimados soldados, hoy nos tocará visitar la tierra de los enanos perdidos… O lo perdidos que nos han dejado los enanos. Es decir, nos vamos de expedición por el bosque —comentó Loreena con firmeza, como si se tratara de cualquier cosa—. Y nada de peros… Ni gruñidos.
¿De nuevo buscando problemas? Pues, parece que sí. Ya era costumbre en ella hacerlo, el felino bajó la cabeza con resignación como si estuviera lamentándose por la idea de la bruja.
Loreena Mckennitt- Hechicero Clase Alta
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