Symphony of Destruction

por **Hēra L. Tsakalidis** Mar Ene 05, 2016 10:06 pm

La venganza es un plato que se sirve frío. En pocas ocasiones un dicho cobraba tanto sentido como en aquel momento. Desde que en aquella fatídica noche en la que el matrimonio Tsakalidis se sincerase, a fuerza de golpes, sangre derramada, y lágrimas de rabia, en la mente de Aletheïa sólo había lugar para una cosa. Únicamente un pensamiento. Retumbaba. Se retorcía. Removía su subconsciente saliendo una y otra vez a flote sin remedio. La idea de venganza. La necesidad de dañar a aquel al que tanto amaba y odiaba, por haberle causado semejante agravio. Nunca le resultó un misterio, precisamente, el hecho de que Abaddon frecuentaba lechos ajenos en bastante más ocasiones de las que probablemente ella misma se planteara. No podía decir que no le importara. Le hervía la sangre cada vez que lo imaginaba. Cada vez que sabía que las caricias que su esposo le negaba le eran entregadas a otra mujer, a cualquier furcia que hubiera conseguido robarle la cordura por una noche. Enloquecía.

Pero no podía culparle por buscar en brazos ajenos aquello que ella no podía, o no deseaba entregarle. En cinco mil años aprendes a diferenciar las prioridades. El vínculo que los unía era fuerte, invencible, imposible de romper, y aunque en el acuerdo que ambos "aceptaran" milenios antes el yacer era algo que venía implícito, hay cosas que poco a poco dejan de tener importancia. Y más con el carácter de Aletheïa. Su volatilidad, esa oscuridad que la cubría y que se extendía a su alrededor como si de una enfermedad se tratara, dejaba un poco obsoleto el antiguo pacto, el acuerdo matrimonial que los uniera en un principio. Ahora eran creador y creación, juntos y enfrentados. Con una eternidad de sentimientos contradictorios a sus espaldas, y el peso de la obsesión, de la mutua necesidad, absorbiéndoles poco a poco. El tiempo no siempre sirve para curar las cosas, a veces hace que empeoren, que se enquisten, que se compliquen. Eso les había sucedido. Así que, si el precio a pagar para que siguieran estando juntos era aceptar que su marido se follaba a cada mujer con curvas que se cruzase en su camino, se resignaba. No sin pelear, desde luego. Pero así era.

Sin embargo, lo que había visto en esos recuerdos que le habían sido mostrados por obra y gracia de la sangre de su esposo, esas imágenes, hablaban de algo muy distinto. Permitir que Abaddon fuera un mujeriego era una cosa, pero saber que le había entregado su corazón a otra que no era ella... ¡Ah! Eso era muy distinto. No podía consentirlo. ¿Cómo se atrevía ese maldito patán, aquel que la había condenado a las cadenas de aquella noche eterna, a sentir algo por alguien que no fuese ella? Y más después de rechazarla, de casi olvidarse de su existencia por completo durante los últimos siglos. ¡¡No merecía esa felicidad, y mucho menos si no era consigo!! Ambos se pertenecían. Así había sido siempre, y así debía seguir siendo. Su venganza, aquel plan que había ido tejiendo durante meses, ahora tendría su culmen. ¡Por fin! Había extorsionado, chantajeado, y comprado los servicios de tantos mercenarios como se le ocurrieron, únicamente para que le llevasen a la chica ante ella. Genie Mozart. La dulce, inocente, y maravillosa Genie Mozart. Otra furcia más que había caído en las garras de su esposo. Una que, al contrario de las otras, lo había hechizado. Pero todo aquello acabaría, justo cuando la última gota de su sangre resbalara por las frías losas de aquella mazmorra.

Su cadáver se pudriría, mientras creador y creación continuarían por otro pedazo de eternidad vagando, danzando en aquel eterno ciclo de amor odio. Hasta que el mundo se resquebrajara. Hasta que el Sol muriera. Hasta el final de los tiempos.