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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Gyda Dom Ene 10, 2016 4:58 pm

La misa vespertina dio comienzo cuando Gyda entró en la catedral. Las velas que iluminaban los pasillos apenas podían ganarle la batalla a la oscuridad del lugar, creando focos de luz que alumbraban los bancos de los fieles y dejando las naves laterales en una penumbra aterradora. Ella se quedó al fondo tras los últimos bancos, amparada por la oscuridad, cubierta con una capa de lana negra que la volvía casi invisible. Sólo su piel, pálida como el mármol, brillaba a pesar de la escasa luz.

Caminó sigilosa hacia una de las naves sin apartar la vista del sacerdote. Su voz resonaba en cada piedra, cada vidriera y cada retablo que decoraba aquella catedral. De vez en cuando, el murmullo de su rebaño acompañaba los rezos del viejo, un sonido soporífero imposible de entender salvo para seres como ella. Todas la voces decían lo mismo, pero no todas lo pronunciaban igual. Algunas sonaban decididas, como si aquello fuera un deber que estaban cumplido con éxito. Otras, en cambio, sonaban aburridas y desesperanzadas, repetidas miles de veces sin obtener nada a cambio. Sin embargo, Gyda captó otra entonación: culpabilidad. Barrió con los ojos los bancos llenos de feligreses buscando el origen de esa última voz perteneciente a un hombre. Dio un par de pasos más en la dirección de la girola acercándose poco a poco a la zona del altar. El hombre se encontraba en el extremo del banco contrario al pasillo central, a pocos pasos de la vampiresa. Se paró en seco mientras movía los labios imitando el cántico, pero sin pronunciar sonido alguno. Le parecían un montón de patrañas sin sentido.

Tras un tiempo que Gyda no supo especificar, todos los allí presentes se levantaron y se encaminaron hacia el altar. La pelirroja iba a abandonar la sala cuando se fijó en el hombre que había estado observando durante toda la misa. Sin que nadie se percatara, él se acercó a una de las capillas, se arrodilló en uno de los bancos de primera fila y comenzó a rezar. Le observó curiosa y extrañada. Su voz seguía sonando culpable y no pudo evitar hurgar en sus pensamientos más recientes. Mujeres, alcohol, sexo, niños, otra mujer, un hogar. Empezó a atar cabos sobre lo que había visto y llegó a una conclusión, pero poco le importaba si era errónea o no. Aquel hombre apestaba a culpa. Se acercó al banco y dejó caer la capa por el camino. Debajo llevaba un vestido de terciopelo azul marino que resaltaba el azul de sus ojos y el rojo de su pelo, al a vez que empalidecía muchísimo más su piel. Se arrodilló junto a él y le dedicó una mirada inocente, después una sonrisa tímida y entrelazó ambas manos, pero no comenzó a rezar. No sabía cómo hacerlo.

Se levantó como si hubiera terminado y volvió a mirarle. No había dado dos pasos cuando escuchó los de él tras ella. Volvió a esconderse en la oscuridad y le esperó, aunque no tardó en alcanzarla.

—Eres un bastardo —le susurró —. No grites —ordenó antes de morderle el cuello.

La sangre caliente empezó a correr por su garganta. Podía dejar el cuerpo allí mismo, no creía que lo encontraran enseguida. Por la mente del hombre pasaban imágenes a toda velocidad. Gyda las intentaba ignorar, pero no pudo evitar ver algunas: las suficientes para que dejara de beber. Comenzó a indagar y se dio cuenta de que, los últimos pensamientos de aquel individuo estaban dedicados a lo que ella creía que era su familia. Lo empujó suavemente hacia delante, separándolo de ella.

—Vuelve a tu casa —volvió a ordenarle limpiándose los labios con la manga.

El hombre salió de allí tambaleándose seguido de Gyda. Se acercó a recoger la capa para salir de allí y buscar otra presa que no le hiciera sentir esa culpabilidad tan humana que todavía le quedaba, pero la prenda no estaba allí ya.
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Mensaje por Auguste October De Rais Dom Ene 17, 2016 10:16 pm

Como de costumbre, apareció en la Iglesia completamente vestido con prendas de alta calidad y modernas. Todo en él hablaba de la costosa clase social a la que pertenecía, aunque su rostro tenía una mirada cargada con algo muy similar a la humildad mientras caminaba entre los demás fieles, ignorándolos con educación, para acercarse al rincón en el que se encontraba uno de los santos que se veneraban en aquella Iglesia.

Sus pensamientos estaban centrados en algo que tenía que ver con las marcas rojizas que le rodeaban las muñecas de sus manos, así como en sus tobillos, aunque afortunadamente para él las señales no eran realmente visibles a menos que se analizasen sus manos con mucho detenimiento. Sacar adelante las deudas de su familia, lo habían llevado a una vida oscura de la que se arrepentía sólo cuando al terminar de pagar un pagaré, le quedaba ése sentimiento de vacío en su interior.

Sonrió al ver que no habían muchas velas encendidas alrededor de la figura, dedicándose a encenderlas, ignorando la punzada dolorosa de sus muñecas. Su amante y último cliente, había decidido despedirse de él con un "juego" preocupante, atándolo con crueldad durante horas, hasta que decidió que estaba completamente satisfecho con Auguste y su " servicio prestado ". Si no fuera imposible, hubiera jurado que aquella mujer era un verdadero demonio. Su fuerza extraordinaria le había controlado durante las horas de sexo, sin que pudiera evitarlo. Pero no encendía las velas por culpa, sino por sus ganas de que su madre, ya fallecida, recibiera aquella señal de que pronto terminaría de pagar las deudas que le dejó su padre. Era una forma de indicarle que no se había rendido y que jamás dejaría que su apellido se manchase por culpa de un borracho mujeriego.

- Pronto terminará todo, madre. - Murmuró antes de soplar la cerilla con la que había encendido cada una de las velas y dejar varias monedas como donativo para la Iglesia. Debía rezar por sus antepasados, antes de irse a descansar, realmente lo necesitaba.
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Mensaje por Gyda Sáb Ene 23, 2016 4:45 pm

Rebuscó un poco debajo de los bancos que esperaban a que alguien se sentara sobre ellos, sin ningún éxito. Miró a su alrededor para cerciorarse de que allí no hubiera nadie que pudiera haber cogido la capa, pero la pequeña capilla estaba vacía a excepción de ella. Se sentó en uno de los bancos y miró la figura a la que se veneraba allí, rodeada de unas pocas velas encendidas que poco a poco se iban consumiendo.

Unos pasos a sus espaldas llamaron la atención de la vampiresa. Un hombre se acercó hasta la repisa donde descansaban las velas e, imitando a los que habían pasado por allí antes, encendió algunas para dedicarselas al santo. Gyda le observó como si estuviera camuflada. Para ella, todo aquello era una pérdida de tiempo: no creía que hubiera nadie que escuchara todas las plegarias que allí se expresaran. Había vivido tanto como para llegar a muchos dioses a lo largo de su vida. Vio como aquel que ahora reinaba tomaba importancia sobre los dioses más clásicos, convirtiéndose en la clave de bóveda de aquella civilización. Si le hubieran podido elegir, hubiera escogido otras religiones más interesantes que aquella, pero era sólo un ser más en el mundo sin voz ni voto.

Escuchó las palabras que murmuró como si se las hubiera susurrado en el oído y sintió curiosidad por los motivos que le habían llevado hasta ahí. Navegó por sus pensamientos más superficiales y vio magulladuras en las muñecas y tobillos. Cavó un poco más hondo, buscando el motivo de aquellas heridas, y vio algo que hasta a ella, que había visto tanto, le produjo una especie de malestar. Se levantó del banco y se dispuso a salir de allí, dejando al joven sólo con sus pensamientos. Llegó hasta la nave por donde había accedido y se paró en seco. La mayoría de los fieles que habían acudido a la iglesia estarían de camino a su casa, refugiándose entre sus paredes de seres como ella. Miró hacia atrás y volvió a ver al hombre, tan cegado en lo que hacía que sintió hasta una pizca de envidia. Volvió sobre sus pasos y se colocó junto a él.

—Disculpe —dijo mientras cogía una cerilla y la encendía ayudándose de una de las velas. Sus movimientos eran lentos y delicados. —Gracias. —Su piel relucía reflejando la luz de las pequeñas llamitas.

Se quedó a su lado imitando cada gesto del joven. Sondeaba sus pensamientos para poder repetir los rezos que desconocía, y cuando no encontraba ninguno simplemente murmuraba palabras en un idioma antiguo que solía utilizar cuando estaba con vida.

—¿Siente que alguna vez le escucha? —susurró después de unos minutos, señalando la figura. —¿Nunca ha pensado que esto es una pérdida de tiempo?
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Mensaje por Auguste October De Rais Jue Feb 25, 2016 6:50 pm

Encender las velas como ofrenda para su madre había sido una buena idea, su mente se había librado de sus oscuros pensamientos, para dar paso a aquella mujer que había sido positiva incluso en sus precarias condiciones. Verla aún en sus memorias, sonriéndole y susurrándole que siempre sería un niño con suerte, le hacía esbozar una suave y delicada sonrisa.


Era curioso ver cómo terminaba todo, la vida podía consumirse con la misma rapidez con la que algunas de las velas se deshacían, presas del calor que emanaba de la llama. El fuego mordía la cera blanca, consumiéndola, desmoronándose lentamente en lágrimas transparentes que al secarse volvían al mismo tono blanquecino, cubriendo así la superficie de madera en la que se sostenían.


- Madame - Susurró por deferencia a las pocas personas que aún seguían allí, aunque dada la hora elevada de la noche, algo le decía que pronto sería el único hombre presente en la enorme iglesia. Todos parecían apresurarse a regresar a casa, como hormigas nerviosas que tenían que regresar a su nido. Suponía que aquello era lo que ocurría cuando tenías realmente a alguien esperando en casa a que regresaras. O simplemente, teniendo un hogar al que regresar.


Centró sus ojos de nuevo en las velas, uniendo sus manos detrás de su espalda para así concentrarse en las oraciones que debía recitar por el alma de su madre. De aquella forma, ignoró la presencia que había a su lado, recordándose que una persona educada jamás rompía el silencio en el que se acogía otra. Aquello era algo que no se permitiría, más porque él sabía que a veces el silencio era la mejor opción.


- Si no creyera que me escucha, ¿ Qué podría hacer aquí, madame ?- Sonrió a la mujer que le había hablado, rompiendo su contemplación de la iluminación, para centrarse en el rostro de la pelirroja. Sus ojos azules se fijaron en los femeninos antes de proseguir - Una vez alguien me dijo que la esperanza es lo último que debemos perder, señora mía. Y créame, era una mujer muy sabia.


Mantuvo su brillante sonrisa en su rostro, sin que se balancease en ningún momento, aludiendo de forma oculta a su madre en una conversación con una extraña. Su postura erguida hablaba de numerosas horas destinadas a cuidar hasta el más mínimo detalle de sus gestos y palabras, convirtiéndole, con mucho esfuerzo y dinero por parte de sus tutores y padres, en un caballero digno de su apellido.
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Mensaje por Gyda Vie Mar 04, 2016 3:40 pm

Gyda fijó la vista en la figura que tenía frente a ella, pequeña pero muy elegante y vistosa. Hacía mucho tiempo que había dejado de interesarse en conocer la religión predominante en la ciudad que habitaba. Recordaba que, tiempo atrás, solía rezar por su vida y la de su madre, antes de que ésta falleciera. Aunque, más que rezar, podría decirse que lo que hacía era suplicar. De nada le sirvieron todas las lágrimas derramadas para sus dioses, no la escucharon, como tampoco lo hicieron los que vinieron después. Terminó dándose cuenta de que todos ellos eran el mismo perro con distinto collar, un cuento que se contaban los hombres para tener algo a lo que recurrir cuando no les quedaba nada más. Como bien había dicho Auguste, algo que les permitiera no perder la esperanza.

—Sabia mujer aquella que le dijo eso —contestó sonriendo muy ligeramente, sin mostrar sus colmillos —. Quizá venga porque todavía no ha perdido esa esperanza. A mi, por ejemplo, creo que hace tiempo que dejaron de escucharme, pero aquí estoy. ¿Por qué? No lo sé.

Miró al joven una última vez y juntó las manos en el frente, a la altura de su vientre. Agachó la mirada bajando el rostro de manera que pareciera que rezaba con los ojos cerrados, cuando, en realidad, observaba al hombre a su lado por el rabillo del ojo. De porte elegante, parecía una persona importante y respetada, algo que no casaba con las magulladuras de sus extremidades ni con las imágenes que había visto en sus memorias. Captó su olor, era agradable. Su boca comenzó a salivar y las aletas de la nariz se abrieron inevitablemente. Alzó el rostro, el santo la miraba como si quisiera juzgarla por lo que su cuerpo le pedía hacer. «Déjame en paz» le dijo mirando fijamente a los ojos de la figura.

Apartó la mirada como si la estatua hubiera ganado aquella batalla y la fijó en las velas titilantes sin parpadear. Las llamitas se reflejaban en sus ojos que, aunque estuvieran abiertos, no observaban. Tenía el resto de sentidos alerta, con los que captaba la cantidad de gente que seguía en la catedral. Unos pasos suaves y unos susurros en la lejanía, es todo lo que podía captar. El olor a cera de las velas se solapaba con el olor del joven humano y el de la humedad proveniente de la calle cuando alguien abría la puerta.

Parpadeó por primera vez y miró a Auguste. Clavó su vista en el rostro del joven, tal y como había hecho con las velas. Una mirada intensa e incómoda que sólo apartó cuando un sonido a su espalda llamó su atención. Una mujer de edad avanzada se acercó a ellos y encendió una vela. Después, se sentó en el primer banco y comenzó a rezar. Gyda siguió los movimientos de la señora y, cuando se sentó, miró a Auguste de nuevo e imitó a la feligresa, eligiendo el banco de la fila contigua.

Y se quedó allí, mirando el frente, a la figura y al hombre que seguía rezando.
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Mensaje por Auguste October De Rais Jue Mar 24, 2016 2:31 pm

La contestación de la mujer le hizo fruncir ligeramente el ceño, como si hubiera algo en sus palabras que no terminara de gustarle. Pero tan pronto como mostró aquella leve arruga, se esfumó con un mero asentimiento por parte de Auguste, como si no quisiera que su acompañante de rezo viera que no estaba conforme con su opinión.

Era difícil hablar de religión con otra persona, ya que, aunque había sido educado en la fe cristiana, entendía perfectamente que no había salvación para su alma por las elecciones que había tomado en su vida. Cuando una persona optaba por un camino, siempre terminaba perdiendo la senda que dejaba atrás descartada. Y cada camino conllevaba un precio. A veces éste era lo suficiente elevado como para que doliese cada uno de los pasos que te impulsaban al final, a la meta de la muerte. Pero él no se arrepentía, era demasiado pragmático como para preocuparse ahora por todo lo que había perdido en su camino para la supervivencia.

Quizás por eso iba a rezar por su madre, porque como aquella mujer había dicho, aún mantenía la esperanza. Pero su fe no era para sí mismo, ni para la condonación de sus pecados, sino para convencerse de que aquel camino lleno de sacrificios había valido la pena para su madre. Mientras su alma se hallase en paz, él seguiría caminando por mucho que quemase las plantas de sus pies en aquella tierra árida por la que había optado.

Suspiró y se movió por primera vez desde que había llegado, deslizándose por el suelo con seguridad, sin mostrar ni un atisbo de incomodidad consigo mismo o con lo que le rodease. Con el aplomo de los hombres que sabían que sus imperfecciones estaban bien atadas y amordazadas en su interior, como para que los demás pudieran verlo.

- Permítame unos segundos de su tiempo madame, así como la descortesía de interrumpirla. - Murmuró después de situarse a la espalda de la mujer, agachando la cabeza sobre sus cabellos rojizos que parecían brasas bajo la iluminación de las velas. Aún no entendía porqué estaba haciendo aquello, pero le tendió una fina vela blanca que servía para encender las demás que llenaban los pies del santo.  

- Encienda una vela, no por una fe impuesta, sino para que no vuelva a emitir tales palabras de nuevo- Dijo refiriéndose a lo que ella había dicho antes, a su conclusión de que ellos no la escuchaban. - Mi madre no me hubiera perdonado dejar a una mujer hablar con tal soledad, por ella, encienda la llama de su esperanza y no deje que nada la apague.

Tan pronto como terminó de hablarle, se separó de ella, quedando a su espalda, detrás del banco en el que se sentaba como si estuviera escoltándola con tranquilidad. Manteniendo aquella pequeña vela sobre su hombro,  esperando que ella la tomase para poder irse.
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Mensaje por Gyda Lun Mar 28, 2016 7:53 am

Gyda notó las arrugas del ceño del joven a pesar de que él había intentado ocularlas nada más mostrarlas. Así eran los humanos, incapaces de ocultar los gestos más sutiles. Los seres como ella podían detectar hasta las más pequeñas arrugas en la piel producto de los movimientos involuntarios. Ese era uno de los motivos por los que era difícil engañarlos, no así al revés, y menos aún para ella, que podía oír los pensamientos de las personas a su alrededor. Después se hizo el silencio y fue entonces cuando Gyda se sentó en el banco. No creía que se quedaría mucho más allí, el servicio religioso había llegado a su fin y ella se había alimentado con un alma culpable. Podía quedarse allí y buscar una nueva víctima, pero en aquel momento había demasiados ojos que podían verla y Gyda, sobre todo, era todo lo discreta que su instinto le permitía ser.

El joven se movió y ella le siguió con la mirada, esperando que saliera de la capilla de la catedral. Iba a seguirle cuando se marchara, sin ninguna otra intención que salir de allí, pero el hombre no salió de la catedral, sino que se colocó tras ella. Gyda volvió a mirar al frente y agachó el rostro, pero de pronto sintió el de él muy cerca. Su cuerpo se tensó, pero no fue perceptible desde fuera. El olor del joven era intenso en aquella postura y la desconcentraba de las palabras que le decía. Podía sentir los impulsos del aliento en su piel y los latidos del corazón en el cuello. A todo eso le acompañó un agradable calor procedente de la llama de una vela que le tendía sobre su hombro. Levantó el rostro y lo giró levemente, observando la llama que titilaba. Lo giró un poco más y miró hacia arriba, cruzándose con la mirada de Auguste. Esperó unos segundos sin despegar los ojos de los de él, azules, como los suyos. Miró la llama de nuevo, el fuego ya no le quemaba las retinas. Finalmente, alargó la mano y tomó la vela por la base, sosteniéndola como si fuera una frágil copa de vino.

Se levantó del banco con suavidad pero, en vez de acercarse al santo para encender una vela, tal y como le había dicho el joven, dio un paso en la dirección de Auguste. La mujer del banco contiguo había interrumpido sus oraciones para quedarse mirándolos de manera descarada, probablemente sorprendida por las acciones de ambos. Gyda la miró de tal manera que la señora agarró todas sus cosas de manera apresurada y salió de allí en un abrir y cerrar de ojos.

—La llama de la esperanza —repitió—. Ojalá fuera tan sencillo. —Inclinó la vara haciendo que algunas gotas de cera derretida cayeran al suelo—. Podría encender una vela, claro que podría. —La enderezó de nuevo—. Podría encender incluso cientos de ellas, y podría decirle después que mis plegarias han sido escuchadas, pero lo más probable es que todo fueran burdas mentiras. —Rozó la llama con la yema de los dedos, haciéndola bailar—. Cuando digo que hace mucho tiempo que dejaron de escucharme, es mucho tiempo. No niego que me gustaría tener esa misma fe que tienen todos aquí, es tentador encender esa llama de la esperanza, pero no es fácil.

Dio un paso hacia atrás, separándose de Auguste, y giró el cuerpo ligeramente quedando de lado con el cuerpo apoyado en el respaldo del banco. Seguía jugueteando con la llama y mirándola atentamente. Las gotas de cera derretida le llegaban ahora hasta los dedos, pegándose en la piel y enfriándose en el momento.

—Aun así, encenderé una vela por su madre, y también por usted. —Miró las magulladuras de las muñecas del joven, pero no dijo nada más—. ¿Qué le pasó a su madre?
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Mensaje por Auguste October De Rais Jue Jun 02, 2016 10:53 pm

Atento a Gyda, no se percató de la presencia de la anciana que huía de ambos. De aquel encuentro extraño y fortuito en el que parecían cruzarse mucha más información de la que era detallada mediante palabras. En la mirada de aquella mujer podía ahogarse con sus propias pesadillas, el reflejo de su rostro en ellos le daban ganas de ponerse de rodillas e implorar por su sucia alma.

De alguna forma, la pelirroja parecía ser capaz de levantar ese nerviosismo en él, que sólo aquellos perspicaces eran capaz de hacer. Pues no había nada más peligroso que las personas inteligentes y sagaces, ellas podían arrancarte la máscara con sólo una mirada. Así que se vio obligado a apartar sus ojos de ella, para centrarse en la vela.

- El tiempo es algo alternativo cuando se tiene paciencia y fe.- Le respondió con suavidad, antes de tomarle la mano con rapidez, para alejársela de la llama de la vela. Su instinto de caballerosidad siempre parecía estar presente, mucho tiempo atrás, hizo gala del mismo cuando acabó con la vida de su padre. El fantoche que dio la carga genética que ostentaba, no le era ni siquiera mínimamente agradable. Y se encargaba de maldecir su existencia, todos los días de su vida.

La vio apartarse, sin ocultar la preocupación en su mirada por si podría haberse quemado. No le gustaba la imprudencia en las féminas, su angustia crecía cuando veía a las mujeres galopar con salvajismo, enfrentar a hombres peligrosos e incluso cuando estaban en estado y correteaban, sus ojos siempre parecían perseguirlas con ansiedad. Necesitaba tener bajo control a todas y cada una de ellas, entre algodones. Lo cual era absurdo e infantil, pero sus miedos seguían latentes.

- No pierda el tiempo conmigo, madame. Sólo deseo la redención para la mujer que me dio la vida.- Sus labios se curvaron en una pequeña sonrisa, que ocultaba el amargor de la verdad tras aquellas palabras. De forma inconsciente llevó sus dedos a la marca rosácea que le escocía debajo de las mangas de su abrigo y camisa. Tocar la piel lacerada le provocó un dolor punzante pero agradable, lo cual sólo indicaba cuán perdido estaba.

-Murió como muchas otras, del corazón roto por tantos sueños incumplidos- Sus ojos danzaron sobre las velas, regresando al pasado, al encuentro del cuerpo desmanejado de su madre. La piel pálida y satinada, cubierta de cardenales de distintas tonalidades, unidas a las nuevas heridas cubiertas de sangre. Cuánto dolor en aquel pequeño y frágil cuerpo.
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Mensaje por Gyda Sáb Jun 11, 2016 6:02 pm

Enseguida se dio cuenta de que había conseguido ponerlo nervioso, sin pretenderlo. A veces causaba aquella sensación en los demás y no los culpaba. Eso sólo significaba que sus sentidos eran lo suficientemente agudos como para andar con cuidado cerca de ella, de la misma forma que harían si se cruzaran con un animal salvaje. La ventaja que tenía ella es que, en apariencia, era igual que sus presas, con lo que le permitía infiltrarse mejor entre ellas. Para cuando la mayoría se daba cuenta de la trampa era siempre demasiado tarde.

Se quedó ensimismada mirando la llamita danzante, azuzándola con el dedo suavemente. Apenas sentía el calor, el tiempo que mantenía en contacto entre el dedo y la llama era mínimo, pero aquello era algo que inquietó aún más al humano. Enseguida alargó su mano para apartar la de ella en un acto protector. Gyda sintió el calor que emanaba de su cuerpo, y supuso que él habría sentido lo propio con el frío de ella. Disfrutó del contacto, a pesar de que fuera fugaz e imperceptible. Para ella todo tenía una magnitud excesiva, aunque fuera algo tan nimio como aquel gesto. Siguió la mano de Auguste con la mirada, aún cuando ya la había separado de la suya. Cuando la dejó junto a su cuerpo levantó los ojos buscando los suyos y le dedicó una leve sonrisa, sin ocultar los colmillos.

Sí, en eso estoy de acuerdo. Aunque —borró la sonrisa y volvió a observar la vela— no es necesario tener paciencia o fe para que uno lo sienta como algo alternativo.

Estuvo tentada de volver a juguetear con la vela, pero decidió no hacerlo; sentía los ojos del joven clavados en ella con una ligera ¿preocupación? Le hizo gracia aquella dedicación hasta el punto que le pareció incluso tierno. Torció la comisura de la boca en un amago de sonrisa y se dirigió hacia el altar del santo. Encendió dos velas, tal y como le había prometido al joven, pero no rezó oración alguna. Se quedó mirando todas las mechas ardientes que ya había allí cuando ella llegó y suspiró. Al parecer si había gente que realmente confiaba en aquello.

No se preocupe por mi tiempo, monsieur —contestó sin mirarle aún. Sus ojos estaban fijos en un retablo de la pared—. Tengo mucho, créame. A veces incluso creo que tengo demasiado, pero —alzó las manos y se giró hacia él— como he dicho, no hace falta paciencia ni fe para sentirlo como algo alternativo.

Se llevó las palmas de las manos al pecho, señalándose a sí misma. El tiempo había dejado de tener importancia para ella hacía miles de años. Sus planes nunca estaban pensados para llevarlos a cabo a corto plazo, no le hacía falta. De lo único que se preocupaba en el presente era de seguir con vida; el resto llegaría a su debido tiempo. Caminó hasta situarse junto a él de nuevo, ligeramente separada.

Disculpe el atrevimiento, pero —dijo—, ¿por qué una mujer que ha muerto como muchas otras necesita redimirse de algo? ¿Qué ocurrió en su vida que no pudo ser perdonada con el fin de su vida?
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Mensaje por Auguste October De Rais Jue Ago 04, 2016 7:51 pm

La observó levantarse y encender las velas, mientras seguía pensando en cómo su sonrisa había hecho que se estremeciera con cierto temor. Algo en su interior le había susurrado que así debía ser la mueca de la muerte ante sus pensamientos, una burla de lo que al final terminaría sucediendo, porque al final, no cabía duda de que moriría.

Quizás sólo necesitaba descansar un poco más, dejar que su cuerpo sanase después de aquella dolorosa sesión por la que habían pagado mucho dinero. Su físico era una de las pocas posesiones que estaban libres de cargos y deudas, quizás por eso se cuidaba y mimaba tanto. Porque si él no lo hacía, nadie pagaría por su tiempo. Y el tiempo era lo único que podía vender, junto a la fantasía de posesión que transcurría en las noches.

Su silencio, fue roto de nuevo por la pregunta que le ofreció la dama, aunque era una a la que no sabía cómo dar respuesta. Su vida personal siempre había sido algo que mantenía oculto de los demás, no le gustaba mentir, lo cual era sencillo con las personas de alta clase. Ellos no querían conocer el horror de su infancia, sino lo magnífico que había sido vivir en su mansión, en la cuna de plata en la que fue colocado el mismo día de su alumbramiento. Las historias llenas de dolor, sólo servían para los cotilleos entre pastas y té. Algo frugal que no serviría sino para que las mujeres se recordaran el no terminar como su madre. Así que les daba lo que querían; un encogimiento de hombros y una sonrisa.

Pero algo le decía que aquella mujer no se conformaría con la respuesta habitual, así que la miró fijamente, intentando pensar qué palabras serían las adecuadas para ella. Pues si de algo sabía, era de cómo satisfacer a los demás, incluso cuando no estaba “trabajando”. Tenía una reputación que mantener, y ser un caballero perfecto, no era sino el arte de complacer a los demás. Era un monstruo de la farándula.

- Alumbrar el hijo de un monstruo. – Era lo más sincero que podía ofrecerle, junto con una pequeña sonrisa, una mueca carente de humor, ya que lo decía con completo convencimiento. Su padre había sido una bestia y no quería pensar siquiera en el parecido físico que poseían. Era suficiente con llevar su sangre corriendo por su cuerpo.

- Quizás prefiera que la acompañe hasta su dama de compañía, creo que mi humor se ha arruinado por completo, temo no ser una presencia adecuada en este instante.- Le ofreció una pequeña inclinación de su cabeza a modo de disculpa y le ofreció su brazo, para escoltarla allá donde necesitase. Era hora de regresar a casa, no quería seguir hablando de su madre, ni de su padre, mucho menos del niño temeroso y lloroso que había sido.

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Mensaje por Gyda Sáb Ago 13, 2016 5:21 pm

Supo que su pregunta le había afectado por el silencio que la siguió. Podía haberla evitado, en realidad. Con un poco más de tiempo estaba segura de que terminaría haciéndole pensar en ello de manera totalmente inconsciente, sin que él se diera cuenta. En el mismo momento en el que captara algo podía tirar del hilo y descubrir más de su vida de lo que el propio Auguste sabía. Pero entonces se perdía el encanto que subyacía en aquello que los mortales llamaban conversación. Para Gyda no había ninguna complicación en descubrir una mentira dicha por otro o en captar sutilezas en los gestos y el tono de voz. Claro que eso hacía que se perdiera parte del misterio y volvía el juego injusto para el contrario, pero no para la pelirroja. Era ella la que llevaba ventaja y la que manejaba la situación a su antojo. Al menos la mayoría de las veces.

Esperó paciente la respuesta que no terminaba de llegar. No hizo ningún gesto, ni tampoco le incitó a contestar. Simplemente le dejó que eligiera el momento que creyera oportuno. No estaba siendo una pregunta fácil, eso era evidente. De lo contrario, habría contestado en mucho menos tiempo, probablemente habría sonreído y su cuerpo se mostraría relajado. Recibió su mirada y la mantuvo. Tenía unos ojos hermosos, de eso no había duda. A decir verdad, su rostro entero lo era. Gyda le observó sin decir palabra, pensando en cómo un hombre tan apuesto podía llegar a ser tan desdichado. Estaba claro que la belleza no lo era todo.

Y, finalmente, llegó la esperada respuesta. La mujer enarcó una ceja, visiblemente sorprendida. Esperaba escuchar cualquier otra razón más simple que aquella, que sabía, quizá había sido una pecadora en vida, un ambiciosa o demasiado dada a los lujos. Esa clase de excusas que ponen todos aquellos que no saben lo que es tener una vida miserable hasta el extremo. Pero se equivocó. El error de aquella mujer había sido haber alumbrado al retoño del hombre equivocado, de un monstruo, como él le había denominado. Era terrible que un hijo hablara así de un padre, pero Gyda podía entender a lo que se refería. Por un segundo, sintió incluso empatía por aquel joven del que no sabía su nombre.

Apretó los labios y bajó la mirada hasta que escuchó que hablaba de nuevo. Asintió con la cabeza a su proposición y aceptó el brazo que le tendía. De todas maneras, no tenía pensado seguir allí mucho tiempo más. Saldría a disfrutar de la noche, a cazar, a pensar, como llevaba haciendo todas las noches desde hacía más de dos mil años.

Me esperan fuera —mintió, encaminándose a la salida.

Una vez en la calle, Gyda miró en derredor buscando a una joven a la que arrimarse. Vio una no muy lejos de allí, sola y que aparentemente esperaba a alguien. Clavó sus ojos en ella durante un par de segundos y se soltó del brazo de Auguste. Se giró hacia él, inclinó la cabeza en una reverencia y le sonrió.

Gracias por su tiempo —dijo, dando un par de pasos hacia atrás—. Y cuídese las… —Se rozó la muñeca con los dedos de manera discreta y se giró, dirigiéndose hacia la joven solitaria—. Ven conmigo y no digas nada —le susurró cuando llegó a su lado.

La joven fue tras ella como un corderito, dejando a la persona a la que esperaba sola, allá donde estuviese. Tras cruzar unas cuantas calles Gyda la obligó a volver, dejándola perdida y confusa. La vampira, por su parte, se limitó a buscar otro cuello del que alimentarse. Era el segundo de aquella noche  y, probablemente, no sería el último.


FIN
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