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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Astor Gray Sáb Mar 26, 2016 10:25 pm

Se pasaba las noches en vela,
perturbado por el trasiego de los muertos
que andaban hasta el amanecer por los dormitorios.
Gabriel García Márquez


Sentía vivir cada día como estando entre neblina, dudando de todo cuanto le rodeaba y seguro solamente de una cosa; odiaba los funerales. Odiaba el hecho de asistir fingiendo pesar por la perdida de alguien que seguramente nunca en su vida le había importado, pero ese día estaba descubriendo que odiaba más hacerlo por alguien que si le importaba, por alguien a quien amaba; y si asistía, era únicamente para terminar de convencerse de que Gianna estaba verdaderamente muerta y que eso era su culpa. Astor no podía evitar que cada vez que pensará en Gianna se le viniera a la mente todo cuanto le dijo a la italiana antes de decidirse a salir de su hogar, algo de lo que estaba seguro, se arrepentiría por siempre.

Después de haber abandonado por completo el hogar de la inquisidora y habiéndose calmado a si mismo después, optó por tratar de regresar a ella, de decirle realmente todo lo que sentía y rogar por su perdón si es que era necesario, encontrando en su lugar una escena que no había esperado. Un grupo de personas entrando y saliendo de la casa, una mujer rubia impidiéndole el paso y dándole la noticia del suicidio de Gianna. Ahí fue cuando todo el mundo comenzó a desmoronársele de verdad. Astor observaba a la mujer frente a él, la veía mover los labios tratando de explicarle o reclamarle algo, no estaba seguro. Notaba a las personas entrando y saliendo de la casa de la italiana, pero todo parecía tan irreal, tan carente de sentido o al menos lo pareció hasta que el aroma de la inquisidora le inundo las fosas nasales y giró el rostro en dirección a la entrada de la casa, de la que estaban sacando un cuerpo cubierto; de poder detenerse un corazón ante el dolor de una perdida, seguramente el de Gray lo hubiera hecho. No existió necesidad de que le confirmaran la identidad, el olor se lo decía todo y trató entonces de caminar en dirección a ella, siendo detenido nuevamente por la rubia a quien observó una vez más, con ojos ausentes.
¡Vete! – la voz femenina era fría, exigente y si bien en otra situación Astor hubiera insistido en entrar o ver a Gianna, ese día no lo haría – Esta muerta, así que vete de una vez – Muerta. Con que facilidad aquella rubia decía esa palabra, siendo que él sentía que de solo escucharla todo el peso del mundo se le venía encima. Confundido respecto a todo lo que estaba pasando, incapaz de creer que aquello era una realidad y experimentando un dolor comparable al de la noche de su transformación, esa en que su vida cambio por completo, Gray se alejó de aquella casa. Caminó sin rumbo, andando como si todo a su alrededor se tratará de una maldita pesadilla de la que no podía despertar y así es como había vivido hasta ese momento.

Apartado de todos los asistentes, observando desde la distancia el lugar que sería la última morada de Gianna, Astor maldecía al mundo pero más que nada, se maldecía a si mismo y al hecho de que no hubiera muerto él, sino Gianna. Gray se prometió durante su viaje a Italia ser el hombre que protegiera a la italiana, el que la apoyaría siempre que lo necesitara y el que la amaría por encima de cualquier otra cosa. Había fallado no solo a su promesa, sino a aquella mujer que decía amar. Una amarga sonrisa apareció en su rostro, ¿Estaba destinado a destruir todo lo que amaba? Aparentemente sería de esa manera y la muerte de la inquisidora se lo aseguraba, así que lo menos que podía hacer era cerrarse a todo y convencerse de una buena vez que aquello no era una pesadilla, así podría dejar que el dolor se lo consumiera lentamente porque no merecía menos que eso.

Tomando aire, decidiéndose finalmente volver a la realidad y dejar de vivir todo aquello como un sueño; Astor comenzó a andar en dirección a las demás personas que estaban reunidas en el cementerio para despedirse de Gianna. El inquisidor no prestaba verdadera atención a los asistentes, ninguno de ellos le interesaba; estaba ahí única y exclusivamente por la mujer que sería sepultada, o quizás fue por la ligera e idiota esperanza de que aquello era una vil mentira y que en determinado momento, ella iba a volver.

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Mensaje por Katharina Von Steiger Dom Abr 24, 2016 7:08 pm

Las cartas de Gianna para ella habían estado plagadas de desespero, del dolor de la traición de un estúpido prometido al que Aryana misma había descubierto y delatado, y cuya sangre casi juagaba las manos de la mayor de las Castiglione pese a no haberlo matado ella misma. También declaraban lo pesada que se había vuelto su carga desde que la tocara la licantropía, y dejaban más que claro que no podía ser más infeliz. Por supuesto, también le había escrito acerca de Astor Gray, y lo había descrito tan perfectamente, que el día de la muerte de Gianna, Aryana fue capaz de reconocerlo de inmediato. No fue para nada difícil, pese a que ella sintió enormes deseos de golpearlo hasta dejarlo también al borde de la muerte. Su hermana menor sentía una culpa que no podía describir en sus líneas, y lo describía como un conquistador experimentado pero frío. Decía que muchas mujeres, antes que ella, habían caído en su red de mentiras y caricias, para después llorar a escondidas por su constante desprecio. Gianna decía que no podía ceder más, que tenía que obligarse a apartarlo y a tratarlo como él mismo trataba a otras. Repetía hasta el cansancio que no debía creerle, pese a la promesa que le había hecho antes de partir para Italia. Y también decía que le era imposible no querer que todo lo dicho, hubiese sido cierto. Ella, su hermana menor, había sido debilitada por el licántropo, y eso mismo era lo que más molestaba a Aryana ¿Por qué tenía que creer que ella le importaba cuando se apareció de pronto? Era imperativo sacarlo de allí, porque Gianna, aún vivía, o mejor dicho, sobrevivía.

Cuatro ancianos de la inquisición italiana y ella misma, habían viajado para devolver a Gianna a su lugar de origen, y también para probar en ella algo en lo que venían trabajando. Todos eran tecnólogos experimentados, pero no sabían si esa supuesta medicina para controlar los dolores y la ira en el cambio durante la luna llena realmente servían. Pero lo que sí tenían claro, es que la italiana no se negaría a que probaran algo en su propia carne. La prueba de ello, es que se hubo adelantado a todos, y la plata le hizo hervir la sangre con total desprecio al ser inyectada estúpidamente. Antes de hablar, tuvieron que extraer demasiada sangre de su cuerpo y usar la droga en ella sin permiso. El problema, es que su corazón se detuvo por un momento y, aunque el recorrido de la plata cesó, Gianna perdió el conocimiento y disminuyó sus signos vitales. Sin pretenderlo, la habían inducido a un coma.

Ahora, en medio del cementerio, yacía un ataúd que cargaba una completa farsa, pero que no podía ser abierto. La explicación, sería que la plata inyectada había dejado irreconocible a la italiana y, que por ese motivo, debía permanecer sin ser vista. En el féretro, yacía el cuerpo de una desconocida, a la que habían vestido con las ropas de Gianna para poder pasar desapercibido su olor –para los sobrenaturales- y el peso para los que cargaran el cajón. Los padres de las hermanas estaban ausentes, porque el hecho de saber algo más acerca de su hija les impedía ir a “despedirla” con orgullo. Ellos tampoco sabían que estaba viva, pero se habían enterado que, antes de morir, Gianna había estado embarazada. El padre de la criatura no era de otro distinto al que ahora se acercaba y caminaba sin prestar mayor atención en medio de los demás inquisidores ¿Cómo se atrevía a aparecer? ¿Acaso le resultaba entretenido el poder librarse de otra más de sus mujeres? Aryana sentía deseos de herirlo, y lo haría, aunque no fuera físicamente.


— ¿Fue usted el último que la vio con vida? — preguntó con suavidad Aryana, justo cuando él se posicionó junto a ella, cerca del ataúd pero sin siquiera notar que se trataba de ella. A leguas, se notaba que él no tenía idea que la rubia era la hermana de Gianna, pero habían muchas cosas de las que tenía que enterarse, aunque a su tiempo. —Lamento mucho lo de su hermana. Mi más sentido pésame— delató prontamente un hombre, de edad avanzada y que pasaba por el frente de Aryana. Lo había hecho con respeto, y ella agradeció, sintiendo cierto gusto por no tener que expresar la verdad con sus propias palabras.


Última edición por Aryana Castiglione el Mar Mayo 24, 2016 12:26 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Astor Gray Lun Mayo 23, 2016 9:03 pm

So no fate awaits me
without you
Son Lux


Era el hombre más miserable de la vida. Uno que bien hubiera dado todo cuanto poseía, incluida su propia vida con tal de no saber que en el ataúd que a la distancia era cargado se encontraba Gianna. La inquisidora dejó aquel mundo después de una pelea entre ambos, lo que le llevaba a sentirse el único culpable de su muerte. Gray a sus propios ojos y seguramente ante los de muchas personas, era nada más que un monstruo carente de sentimientos, pero cuánto deseaba que en aquellos segundos fueran capaces de sentir todos su dolor; se encontraba de hecho en el cementerio solo para hacerse más daño a si mismo, asegurándose de que la italiana realmente se encontraba muerta y que lo vivido hasta esos segundos no era un sueño.

Después de permanecer un buen rato lejos de los asistentes, Gray se obligo a si mismo a acercarse a donde se encontraban todos. Con cada paso que daba la realidad le caía como un balde de agua fría. Gianna de verdad estaba muerta, el olor que salía del ataúd se lo garantizaba y él era el culpable. Abandono a la italiana aún cuando se prometió nunca hacerlo, le falló y por eso, ahora merecía sufrir. Conforme se acercaba, masacraba mentalmente todos los sueños que alguna vez llegó a tener de una relación con la inquisidora, de una vida con ella y por sobre todo, el sueño de no ser nunca más un monstruo. Era un asesino y el peor de todos.

Ignorando entonces a todos los asistentes al entierro, avanzó por entre ellos hasta situarse en primera fila, aquello era lo menos que podía hacer, soportar el dolor de estar tan cerca de ella y saber que nunca más podría verla, oírla y mucho menos sentirla. Astor mantenía la mirada fija en el ataúd, dando su despedida mental a aquella inquisidora a la que una y otra vez le pedía disculpas por dentro, siendo el momento en que escucho una voz a su lado cuando soltó un suspiro. Los rumores ya debían haber comenzado a correr por los pasillos de la inquisición, eso era lo que podía deducir por aquella pregunta en un sitio que le resultaba tan inoportuno y si creía eso era meramente porque la voz que escuchaba no la reconocía como la misma de la noche de la muerte de Gianna.
Al parecer lo fui y eso solo empeora toda esta situación – respondió sin siquiera girar la vista en dirección a quien le cuestionaba, al menos no lo hizo sino hasta que alguien más llegó y le hizo saber algo que hasta aquel momento ignoraba. La mujer a su lado, aquella a quien se dignaba finalmente a observar y que fuera la misma que vio la noche de la muerte de Gianna era nada más que la hermana de la inquisidora. Los ojos de Astor fueron de arriba a abajo en la figura femenina, antes de que un intento de sonrisa apareciera en sus labios y sus ojos se centraran nuevamente en el ataúd – Hermana… – susurró – y pensar que no se parecen en nada físicamente hablando y seguramente mucho menos interiormente – sus palabras carecían de emoción alguna y era porque en realidad poco le interesaba que aquella mujer fuera hermana de la mujer que amara. Si Gianna no existía más de hecho nada le interesaba porque nunca nadie sería tan perfecta  como la mujer que ahora se encontraba a punto de ser sepultada. Aún así, Astor se imaginaba que ahora que había dado con la hermana de la italiana, algo se le vendría encima y fuera lo que fuera, iba a aceptarlo gracias a la culpabilidad que sentía y que poco a poco le carcomía por dentro.

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Mensaje por Katharina Von Steiger Mar Mayo 24, 2016 10:56 pm

"Este es el castigo más importante del culpable; nunca ser absuelto en el tribunal de su propia conciencia."

El aparente duelo de Aryana para ese momento no estaba muy lejos de la realidad, puesto que ella, estaba bastante consciente que su hermana podría fallecer en cualquier instante. El estado de salud de Gianna era bastante crítico: Tenían que alimentarla de manera artificial porque ni siquiera abría los ojos; su corazón palpitaba por momentos a una velocidad tal, que daba la impresión de estar a punto de sufrir algún tipo de infarto; llevaba en su vientre a un hijo que parecía crecer normal pero que podía heredar alguna extraña consecuencia y, además, tenían el peor de los agravantes: Gianna sólo despertaba cuando había luna llena, pero esta daba paso a la más feroz de las bestias que alguna vez Aryana se hubiese podido cruzar. Su despertar era brusco, su hambre era voraz. Lamentablemente, el descubrimiento de tal despertar le había costado la vida a uno de los médicos que la veía, y su cuerpo no pudo ser recuperado. Ella consumió todo lo posible y, en el caso de los huesos más fuertes, incluido el cráneo, fue triturado por completo y dejado casi como polvo por toda la habitación. Quizás la ira que guardaba por todo lo que había sufrido, se reflejara en ese estado de inconsciencia. En todo caso, era injusto para ella.

—Claro que lo hace— susurró sin dar mayor explicación, pese a que tenía más de una cosa en mente para decirle a él. Astor Gray no solamente había sido el último en ver a Gianna con vida, sino que también era el principal sospechoso de lo acontecido a su hermana. Cuando ella llegó, ya la menor de las Castiglione entraba en shock. No había ninguna constancia que indicara que había sido la misma Gianna quien había intentado suicidarse, y bien podría haber hecho todo él y dejar la escena lo suficientemente arreglada como para dejarla a ella como la única responsable. Todos decían que él no era un hombre de confiar en muchos aspectos y, de hecho, Aryana tampoco estaba ahí para creerle.

Sin dificultad, ella notó la mirada detallada del licántropo recorriendola y, por respeto a la situación simbólica del momento, no lo detuvo con su propia mirada.
—Gianna y yo nunca nos parecimos en muchas cosas. Quizás de ser más parecida a mí, estaría viva, habría sido menos crédula— Respondió con un sarcasmo mucho más picante que el que tuviera siempre su hermana. No obstanto, ellas no se parecían casi en nada como él mencionaba. Gianna medía cerca un metro con setenta y cuatro, mientras que Aryana la rebasaba con su metro ochenta. Gianna era de cabello castaño, como su madre; mientras que su hermana era rubia y de rasgos similares a los de su progenitor. En cuanto a carácter, era Aryana mucho menos blanda. Si Gianna siempre se caracterizó por tener un carácter fuerte, su hermana mayor le doblaba al respecto, e incluso, tenía muchos menos escrúpulos a la hora de actuar. No por nada el prometido de su hermanita estaba ahora muerto.

Tras unas palabras del sacerdote, la despedida de Gianna Castiglione continuó cuando dejaron el féretro en un agujero hecho en la tierra, y lo cubrieron hasta el tope. El silencio se mantuvo y nadie lloró de manera audible. Aryana sentía aquello más real de lo que esperaba, pero no iba a flaquear teniendo al posible asesino de su hermana al lado. Esperó a que todo finalizara y hasta que no se retiraron unos cuantos, no volvió a hablar
—Necesito que se quede, Gray. Hay algo que debe saber— solicitó en tono imperativo. Quizás ahí se parecieron, en su manera seca de llamarlo. Finalmente, era él mismo quien se ganaba provocaba esas cosas.


Última edición por Aryana Castiglione el Sáb Oct 08, 2016 9:40 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Astor Gray Lun Ago 01, 2016 11:24 pm

El licántropo había sabido desde siempre que era un hombre que solo llevaba desgracia a las vidas que tocaba. Que idiota fue al pensar que con Gianna las cosas serían diferentes y que ella era lo suficientemente fuerte como para resistir a la oscuridad que rodeaba al licántropo. La manera tan imprudente y un tanto soñadora en que Gray la rondo durante tanto tiempo, llevó a la italiana a encontrar un final sumamente trágico, uno que Gray se obligaba a contemplar en una manera de mostrarse como tantas otras veces que su ser entero debía cerrarse al contacto con otros. Astor era una maquina asesina, todo lo destruía, incluso aquello que amaba; por eso observando el ataúd donde la italiana era llevada a su ultima morada, Gray se encargaba de destruir completamente todas las ilusiones que alguna vez llego a tener. El licántropo se repetía a si mismo que era justamente lo que todos veían en él, un monstruo.

El inquisidor hubiera querido pasar todo aquella experiencia sumido únicamente en sus propios pensamientos pero eso era demasiado bueno para alguien como él. Entre que su mente destruía sus sueños de una vida diferente y le llevaba de vez en cuando ideas de lo que sus compañeros de la inquisición debían estar hablando tanto de él como de la difunta, detalle que le molestaba en demasía pues la italiana solo podía considerarse una victima más de la larga lista de asesinatos del soldado Gray. Aun así, cuando fue interrogado en aquel lugar, no pudo más que tragarse la ira y el dolor que sentía para centrarse en la mujer que reconocía como la que le impidió el paso a la residencia Castiglione, misma que resultaba ser nada más que la hermana de Gianna.

Pese a ser hermanas, las Castiglione eran diferentes físicamente aunque quizás, solo fuera la idea de Astor quien no deseaba volver a ver a ninguna otra mujer como vio a Gianna. Tras esa mascara inexpresiva que el licántropo estaba usando por la ocasión, se escondía perfectamente un hombre a quien el mundo entero se le derrumbó, uno que fue incapaz de proteger a la mujer que prometió no abandonar, uno que deseaba cambiar de lugar con la italiana que no volvería a abrir sus ojos nuevamente.
Menos mal que no se parecían – mencionó mientras volvía la mirada al féretro – hubiera sido terrible verla en usted cada vez que me la topase – la rubia hablaba con sarcasmo, uno al que Astor no tenía intensión de responder. Se sabía merecedor de aquellas palabras y muchas otras, por eso es que no pensaba detener a la hermana de Castiglione, es más, ahora estaría esperando por ver que era lo que ella tenía preparado para hacerle ver su suerte.

Después de ese intercambio de palabras por ambos, se hizo el silencio, uno que fue acompañando de la tierra cayendo sobre el ataúd. Astor empuño las manos si bien comenzó a caer la tierra, buscando una manera de aplacar su ira contra si mismo por lo que le hizo a la italiana. Todo lo que continuo lo vivió una vez más como irreal, como una pesadilla de la que pronto despertaría, sin embargo, aquello no era un sueño era la realidad. Sus ojos no se apartaron de la sepultura donde ahora descansaba Gianna, ni siquiera lo hicieron cuando los asistentes comenzaron a alejarse o cuando la rubia a su lado volvió a hablarle, haciendo que Gray recordara que todo lo que vivía y experimentaba era la realidad.
No pienso irme a ningún sitio por un largo rato, así que encárguese de cumplir con sus deberes con los que han venido a acompañarla en su pena – y lo que decía era la verdad. No pensaba irse pronto y cuando lo hiciera, estaba seguro de que regresaría continuamente a aquel lugar donde los restos de Gianna estarían para siempre.
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Mensaje por Katharina Von Steiger Dom Oct 09, 2016 1:03 am

De buena gana lo habría matado allí, sin preguntar nada, sin hacer comentarios adicionales de ningún tipo. Le habría puesto una bala de plata en el corazón tan rápidamente que sólo podría abrir de par en par los ojos con sorpresa y odio mientras se le iba la vida sobre la tumba falsa de Gianna. Quizás pronto también estuviera ella ahí, muerta realmente a causa de una serie de sucesos que le terminaron la vida y la reputación en un coma. — ¿Terrible? Supongo que así se siente haberla dejado morir. No sé qué hace aquí cuando sabe que sólo usted pudo salvarla en esos pocos minutos que tuvo. A menos que quisiera comprobar que realmente estaba todo terminado— la acidez de Aryana para hablar no buscaba ser disimulada, y mucho menos con alguien como Gray. Ella era venenosa si debía serlo y protectora en exceso. Cuidaba con uñas y dientes lo que amaba, porque no era un sentimiento que le surgía fácil, y su hermana menor era lo más cercano que siempre había tenido. De ser necesario la vengaría mil veces, a ella y a ese ser que probablemente no vería nacer.

En un minuto, la gente empezó a apartarse de a pocos, y la tierra se escuchó caer pesadamente sobre el ataúd que guardaba otro cuerpo, uno que al igual que Gianna, nadie reclamaría. Aryana sintió un nudo en la garganta y entrelazó sus propias manos adelante, intentando que aquello no se sintiera tan real, aunque sabía que bien podría darse pronto de manera auténtica, cruda, dolorosa y solitaria. Si Gianna moría realmente, sólo tendría a su hermana para despedirla, para siempre. Pero ella se negaría a aceptarlo de manera tan simple, sus intentos hasta ahora comenzaban. Allí, los inquisidores italianos se retiraron primero, incluida la maldita lengüilarga que moriría pronto, sin que su don se lo permitiera predecir. Pero a pesar del silencio que empezaba a reinar e incluso del frío de la tarde, Astor no se alejaba, y ella tampoco. Seguían ahí, parados, como llevando el luto sin fijarse demasiado en nadie más distinto a ellos. Él era un maldito farsante, el peor de todos.


—Debería irse, ella no volverá jamás. Además esperaba un hijo cuando murió, así que puede borrar cualquier buen recuerdo de ella.— dijo, con una muy clara intensión. Aryana había visto a Gray, de reojo, pero fruncía el ceño, como si sintiera algo extraño con respecto a la muerte de Gianna. Quizás se había arrepentido de matarla, o tal vez estaba preocupado por haber dejado evidencias suficientes como para inculparlo. No obstante, si acaso podía sentir culpa, más valía agrandarla, al punto que se sintiera peor de lo que de por sí era. Tal vez era un intento vano, pero Aryana no pensaba escatimar en absolutamente nada con él; iba a hacerle la vida imposible, en París o en la India, porque el lugar era lo de menos. — Hasta que el destino quiera, Astor Gray— agregó, ya no había nada más que decir, y en cuanto habló, se dio la vuelta para irse, para no explicarle nada más o para poder sonreír sin ser vista cuando él buscara obtener más información al respecto. Si conocía en algo a Gianna, sabría que ese supuesto hijo muerto era de él. No sólo era culpable de la muerte de la menor de las Castiglione, también había sido responsable del deceso de su propia sangre. Aunque quizás tampoco le importara.
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Mensaje por Astor Gray Lun Oct 10, 2016 10:08 pm

Las palabras de la hermana de Gianna eran como veneno. Aquella mujer a su lado buscaba hacerle sufrir y él no podía culparla de ello, hasta él mismo quería verse sufrir después de fallarle a Gianna de la manera en que lo hizo. “Haberla dejado morir”;  una sonrisa triste apareció en los labios del licántropo después de escuchar aquello, misma que se desvaneció al escuchar las siguientes palabras que provinieron de aquellos labios. ¿Creía esa mujer que él tenía algo que ver con la muerte de la italiana? ¿Tan vil le creían como para ser capaz de eliminarla cuando en realidad la amaba? Suponía que no era extraño que lo creyeran pero sin duda alguna eso era una mentira. Astor en definitiva se arrepentía de no haber sido capaz de evitar que Gianna se quitara la vida, de no llegar a tiempo para estar junto a ella en esos últimos momentos en los que se mantuvo consciente y sobre todo de no decirle que realmente la quería y deseaba formar una vida a su lado.
Si esta tratando de culparme de algo, hable claro – respondió haciendo uso de todo el autocontrol que poseía. No quería armar una escena en aquel lugar y mucho menos en aquella situación.

Los asistentes comenzaron a retirarse lentamente cuando la tierra comenzó a caer sobre el ataúd de Gianna. Con vez que escucha la tierra caer, Gray sentía un dolor terrible en el pecho. Le parecía increíble y surrealista como es que todo había cambiado tan pronto. En un abrir y cerrar de ojos todos sus sueños y deseos se esfumaron, muertos al igual que la mujer que descansaba dentro del ataúd, esa a la que nunca más volvería a ver y que su mente sería incapaz de mantener intacta en sus recuerdos, porque él sabía que por más que se esforzara en mantenerla siempre presente, la ausencia física de la inquisidora terminaría por hacer mella en las memorias de todos los que la conocieron.

Después de transcurrido un rato los únicos que quedaban eran los sepultureros que daban por finalizada su misión, la hermana de la italiana y él. Los ojos de Astor permanecían fijos en el lugar donde Gianna se encontraba, como si esperase que de buenas a primeras ella se levantara de la tumba y con ello, llegara el final de aquella terrible pesadilla, sin embargo, la pesadilla apenas estaba comenzando.
No quiero irme, no tengo otro lugar al cual irme que me importe tanto – aseguró sin despegar la vista de la tumba – ¿Qué fue lo que dijo? – preguntó girando entonces si el rostro a ella, tratando de descubrir si es que aquello se trataba solo de una broma de mal gusto. Sus ojos se clavaron en el imperturbable rostro femenino, ese que le dijo que todo lo que escucho era verdad. Gianna estaba embarazada en el momento de su muerte y no era necesario que pensará mucho sobre quien era el padre, eso le resultaba más que claro a él. La mandíbula de Gray se tensó, empuño las manos y se movió al escuchar a la rubia despedirse. –¿Sabe cuánto tenía de embarazo? – preguntó solo para hacerse más responsable y más consciente de todo lo que había perdido. Su cuerpo temblaba de manera ligera y todo a su alrededor comenzaba a dar vueltas, volviéndose nuevamente irreal.
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Mensaje por Katharina Von Steiger Dom Ene 29, 2017 4:39 pm

—No tuve que investigarlo mucho para saber que las mujeres que se involucran con usted no permanecen cerca por demasiado tiempo— susurró para no ser escuchada —Si no se van de la ciudad, terminan con destinos no del todo agradables. Las demás, permanecen bajo advertencia. Supongo que no intentará negar algo tan obvio— especuló con un tono ligeramente triunfante. Aryana no era una incauta, porque caso contrario, se tomaba un millón de molestias con tal de tener armas en cualquier contienda, incluida esa. Allí, quedaba en evidencia que Gianna y ella habían conversado de Astor Gray y, en efecto, así era. Aryana sabía con detalle el nombre y vida de quien la hubo convertido en licántropo, al igual que el sujeto con el que se había enredado y los móviles para llevarla a ello. Las cartas eran numerosas y la información detallada o, al menos, lo suficientemente clara como para indicarle el camino de la venganza a la mayor de las hermanas.

Una risita burlona brotó de los labios de Aryana, era como si con eso le diera a entender a él que no le importaba si es que no tenía a donde irse, porque eso a ella poco o nada le importaba ¿Acaso pretendía que le sintiera lástima o creyera que realmente sentía dolor? Eso era imposible, sobre todo dadas las circunstancias
—Lo suficiente para que mi hermana no se enterara de su estado. O quizás estaba tan afectada que ni siquiera lo notó. Pero eso no es asunto suyo— respondió, girándose apenas para examinar la reacción en el otro —El padre puede quedarse tranquilo, ya no nacerá ningún bastardo y nadie le reclamará nada, a menos que tenga que ver en su muerte, claro está. Váyase tranquilo, pero mantenga la boca cerrada si es que alguna vez le tuvo un ápice de cariño o respeto a mi hermana— agregó, avanzando de nuevo y pretendiendo dejar al licántropo solo ¿Sería ahora más feliz? Probablemente, porque lo más probable es que el hijo de Gianna no fuera el primero para él, que seguramente tendría retoños regados por distintas partes y cuyas madres habrían sido abandonadas en el momento justo de darle a él la noticia. El nombre de Gianna Castiglione ya no valdría nada dentro de la inquisición por su pecado, pero al menos, él tendría la dicha de continuar como si nada, sin nadie que heredara sus facciones y a quien desde el inicio llamaran bastardo al ser producto de la aventura de uno y de la ingenuidad del otro. O al menos esa idea tendría él, porque ahora la que tenía que intentar salvar a ese niño no nacido y a su madre era ella, que los mantenía escondidos para que nadie pretendiera terminar con el trabajo.
Katharina Von Steiger
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