AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Una visita esperada ~ (Privi. Martin de la Cela)
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Una visita esperada ~ (Privi. Martin de la Cela)
Por primera vez en tres años, la mansión Hayder volvía a la vida, ya que por fin su dueña parecía una persona de nuevo. Aquella mañana, Valerie se había molestado en pedir al servicio que limpiara la casa y no dejara ni una mota de polvo. También había pedido que pintaran un poco las paredes con una fina capa de pintura para que se secara antes, ya que se podían ver las marcas donde antes había grandes cuadros del conde de Mondavald. Los criados y cocineros estaban contentos: Por fin “la señorita Hayder”, porque ella les había prohibido que la llamaran “Señora”, parecía ilusionada con algo. Y lo estaba: ¡Iba a recibir visita! Hacía años que nadie iba a su hogar, principalmente porque no había invitado a nadie. Todo el mundo la conocía, y sabía lo que había pasado con su marido. Todos sentían pena por la joven viuda, y ella odiaba eso, le hacía acordarse del conde y sentirse triste.
Suspiró y fue a su habitación, sentándose delante de un gran espejo, más grande de lo que a ella le gustaría. Llevaba el pelo suelo como de costumbre, y el vestido de aquel día no era demasiado vaporoso. No le gustaba la lógica de “cuanto más vaporoso, más caro, y cuanto más caro, más poder”, le parecía estúpido. Le encantaban los vestidos sencillos, y de vez en cuando llevaba vestidos similares a los de la “plebe”. Obviamente eran vestidos diseñados por sus costureras, ya que sabía que si aparecía con los vestidos que llevaban sus criadas se convertiría en el hazmerreír de toda Francia.
Cogió una carta encima de su escritorio y sonrió. Era del señor De La Cela, quien amablemente había accedido a visitarla ahí para mantener una agradable conversación. En realidad, lo que Valerie quería y lo que le interesaba era conocer a alguien que no fuera de Francia, alguien desconocido y lleno de cultura. También le interesaba preguntarle que tal estaba el panorama económico: Ya vendía parte de sus animales a algunos nobles de ahí, y comerciaba bastante con ellos, pero no sabía si podría arriesgarse más o no.
Escuchó un pequeño murmurllo en la puerta y alguien llamó a ella. Se levantó apresuradamente y sonrió, esperando a que entraran. Se trataba de Marie, una de sus criadas más jóvenes y la que menos pelos en la lengua tenía. Más o menos había llegado a la vez que ella en ese hogar y, a sus 28 años, prácticamente se había convertido en su hermana. Ha llegado el emisario del puerto con las cuentas de esta semana… ¿Le hago pasar o va usted? No pudo evitar sonreír cuando Marie la habló de “usted”; pero supo que tampoco podía pedirle que la hablara de “tú”. Al fin y al cabo, era una condesa, y algo de condesa debía mantener. No estaba muy a favor de los títulos nobiliarios, pero le beneficiaban, y por lo tanto, aprendía a vivir con ellos. Por cierto, y si no es indiscreción… Creo que hoy está más guapa que de costumbre. .
Valerie se ruborizó levemente, algo que se notó en su pálido rostro, ya que nunca utilizaba aquello que al resto de mujeres les gustaba utilizar: Maquillaje. No te preocupes, ya voy yo a por los papeles, gracias… Y… Gracias… le sonrió de una forma dulce y caminó hasta la puerta principal de la mansión. Sus tacones hacían un pequeño ruído sordo en la madera del suelo, y sonrió al emisario, cogiendo los papeles y abriéndolos ahí delante. Se mordió el labio inferior flojo y soltó un pequeño suspiro al ver que había perdido uno de sus barcos en una tormenta. Empezó a pensar en cuanta gente había muerto en el desastre y, con una sonrisa triste, le dijo adiós al emisario. Dejó los papeles encima de una de las mesas al lado de la entrada y empezó a pensar en que tipo de compensación darle a las familias.
Probablemente le dirían que era algo que pasaba, que no se tenía que sentir mal, que eran familias de clase baja, y que siempre morían, si no por infecciones por accidentes. Pero ella quería hacer algo por ellos. ¿Una compensación económica? Tal vez aquello sería lo mejor… Pero… ¿Cuánto dinero necesitaría esa gente? Valerie no sabía cuanto dinero podrían necesitar y, con ese pensamiento, se sentó en una de las sillas de la sala de estar, donde una tetera de te hirviendo estaba reposando.
Suspiró y fue a su habitación, sentándose delante de un gran espejo, más grande de lo que a ella le gustaría. Llevaba el pelo suelo como de costumbre, y el vestido de aquel día no era demasiado vaporoso. No le gustaba la lógica de “cuanto más vaporoso, más caro, y cuanto más caro, más poder”, le parecía estúpido. Le encantaban los vestidos sencillos, y de vez en cuando llevaba vestidos similares a los de la “plebe”. Obviamente eran vestidos diseñados por sus costureras, ya que sabía que si aparecía con los vestidos que llevaban sus criadas se convertiría en el hazmerreír de toda Francia.
Cogió una carta encima de su escritorio y sonrió. Era del señor De La Cela, quien amablemente había accedido a visitarla ahí para mantener una agradable conversación. En realidad, lo que Valerie quería y lo que le interesaba era conocer a alguien que no fuera de Francia, alguien desconocido y lleno de cultura. También le interesaba preguntarle que tal estaba el panorama económico: Ya vendía parte de sus animales a algunos nobles de ahí, y comerciaba bastante con ellos, pero no sabía si podría arriesgarse más o no.
Escuchó un pequeño murmurllo en la puerta y alguien llamó a ella. Se levantó apresuradamente y sonrió, esperando a que entraran. Se trataba de Marie, una de sus criadas más jóvenes y la que menos pelos en la lengua tenía. Más o menos había llegado a la vez que ella en ese hogar y, a sus 28 años, prácticamente se había convertido en su hermana. Ha llegado el emisario del puerto con las cuentas de esta semana… ¿Le hago pasar o va usted? No pudo evitar sonreír cuando Marie la habló de “usted”; pero supo que tampoco podía pedirle que la hablara de “tú”. Al fin y al cabo, era una condesa, y algo de condesa debía mantener. No estaba muy a favor de los títulos nobiliarios, pero le beneficiaban, y por lo tanto, aprendía a vivir con ellos. Por cierto, y si no es indiscreción… Creo que hoy está más guapa que de costumbre. .
Valerie se ruborizó levemente, algo que se notó en su pálido rostro, ya que nunca utilizaba aquello que al resto de mujeres les gustaba utilizar: Maquillaje. No te preocupes, ya voy yo a por los papeles, gracias… Y… Gracias… le sonrió de una forma dulce y caminó hasta la puerta principal de la mansión. Sus tacones hacían un pequeño ruído sordo en la madera del suelo, y sonrió al emisario, cogiendo los papeles y abriéndolos ahí delante. Se mordió el labio inferior flojo y soltó un pequeño suspiro al ver que había perdido uno de sus barcos en una tormenta. Empezó a pensar en cuanta gente había muerto en el desastre y, con una sonrisa triste, le dijo adiós al emisario. Dejó los papeles encima de una de las mesas al lado de la entrada y empezó a pensar en que tipo de compensación darle a las familias.
Probablemente le dirían que era algo que pasaba, que no se tenía que sentir mal, que eran familias de clase baja, y que siempre morían, si no por infecciones por accidentes. Pero ella quería hacer algo por ellos. ¿Una compensación económica? Tal vez aquello sería lo mejor… Pero… ¿Cuánto dinero necesitaría esa gente? Valerie no sabía cuanto dinero podrían necesitar y, con ese pensamiento, se sentó en una de las sillas de la sala de estar, donde una tetera de te hirviendo estaba reposando.
Valerie Hayder- Realeza Francesa
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Fecha de inscripción : 09/01/2016
Re: Una visita esperada ~ (Privi. Martin de la Cela)
"La belleza no hace feliz al que la posee, sino a quien puede amarla y adorarla."
Hermann Hesse
Mis asuntos en Francia me habian traido por suerte no solo empresas personales sino, algo de ocio y de buena compañía.
Fuera de las clases y los asuntos administrativos que me traía el museo de Louvre era necesario también relajarse, en ese sentido el panorama era auspicioso y a mi edad me impresionaba con bastante calma de lo que seria un agradable encuentro con una condesa, la señora Hayder, quien lamentablemente su señor esposo había muerto hace algún tiempo, sabría que con respeto la situación era quizás algo delicada pero también me alegraba el poder ayudarla en sus temas, una mujer sola también necesitaría consejo y en ese sentido podía ser una ayuda, que estaría encantado de entregar.
- ¿Cuanto queda a la casa de la señorita Hayder, estimado? -
- No queda mucho, señor de la Cela, cuente con mi aviso. -
Era un día agradable que ameritaba la mejor de las presentaciones, se escuchaban también los coros en la iglesia y recordaba a mi buen amigo el padre Armand quien hace unos años había sido ascendido a Obispo de la Santa Iglesia Católica, merecía verlo en alguna oportunidad, por ahora eran asuntos más agradables lo que meritaban mayor prisa y dedicación, como el encuentro con una bella señora.
Llevaba tiempo pensando en abrir alguna empresa en estas tierras y si bien adoraba mi trabajo como director en el museo, sentía mi obligación estaba en el renacer social, en como podíamos ayudar a esta humilde gente a vivir sus vidas de manera más humana y no mendigando un franco o un pedazo de pan.
- ¡Seria grandioso pudiese abrir una enorme casa de acogida, maestre de la Cela, haría un enorme favor a esta pobre ciudad, que cada día se derrumba ante la avaricia de nuestros reyes y la guerra. -
- Todo a su tiempo Marcel... todo a su tiempo... -
Habíamos llegado a la zona residencial de París, una zona hermosa de parajes distintos e innovadores, donde el compás de un piano resonaba de los hogares más acaudalados como si una música ambiente retocara este relato...
- Aquí es maestre... la casa de mi señora Hayder -
- Vaya... veo es bastante conocida en estos lugares, agradable saber eso... -
Guarde mis guantes de cuero fino y saque mi bastón de madera de alerce, tenia un hermoso color rojizo que amaba, representaba el cariño que tenia por la naturaleza.
Era sin duda una hermosa casa, me sorprendía notablemente después del terrible suceso se haya mantenido de esta manera, notaba era una mujer fuerte, valoraba enormemente aquello.
- Estuvo mucho tiempo abandonada esta casa, no fue cuidada después del deceso... algunos dicen que la señora Hayder entro en una depresión algo fuerte... -
- No te pago para que des esos comentarios Marcel, nunca... escucha bien y aprende, nunca se es descortés ni se hablan pelambres de una señorita, aprende de cortesía hijo, el mundo sera tuyo. -
- Disculpe maese de la Cela. -
Bien... no quedaba otra que acercarme y golpear en la puerta, esperando me contestara la señora Hayder, seria un honor ser recibido por la hermosa madame de aquellas cartas.
* Toc Toc *
Hermann Hesse
Mis asuntos en Francia me habian traido por suerte no solo empresas personales sino, algo de ocio y de buena compañía.
Fuera de las clases y los asuntos administrativos que me traía el museo de Louvre era necesario también relajarse, en ese sentido el panorama era auspicioso y a mi edad me impresionaba con bastante calma de lo que seria un agradable encuentro con una condesa, la señora Hayder, quien lamentablemente su señor esposo había muerto hace algún tiempo, sabría que con respeto la situación era quizás algo delicada pero también me alegraba el poder ayudarla en sus temas, una mujer sola también necesitaría consejo y en ese sentido podía ser una ayuda, que estaría encantado de entregar.
- ¿Cuanto queda a la casa de la señorita Hayder, estimado? -
- No queda mucho, señor de la Cela, cuente con mi aviso. -
Era un día agradable que ameritaba la mejor de las presentaciones, se escuchaban también los coros en la iglesia y recordaba a mi buen amigo el padre Armand quien hace unos años había sido ascendido a Obispo de la Santa Iglesia Católica, merecía verlo en alguna oportunidad, por ahora eran asuntos más agradables lo que meritaban mayor prisa y dedicación, como el encuentro con una bella señora.
Llevaba tiempo pensando en abrir alguna empresa en estas tierras y si bien adoraba mi trabajo como director en el museo, sentía mi obligación estaba en el renacer social, en como podíamos ayudar a esta humilde gente a vivir sus vidas de manera más humana y no mendigando un franco o un pedazo de pan.
- ¡Seria grandioso pudiese abrir una enorme casa de acogida, maestre de la Cela, haría un enorme favor a esta pobre ciudad, que cada día se derrumba ante la avaricia de nuestros reyes y la guerra. -
- Todo a su tiempo Marcel... todo a su tiempo... -
Habíamos llegado a la zona residencial de París, una zona hermosa de parajes distintos e innovadores, donde el compás de un piano resonaba de los hogares más acaudalados como si una música ambiente retocara este relato...
- Aquí es maestre... la casa de mi señora Hayder -
- Vaya... veo es bastante conocida en estos lugares, agradable saber eso... -
Guarde mis guantes de cuero fino y saque mi bastón de madera de alerce, tenia un hermoso color rojizo que amaba, representaba el cariño que tenia por la naturaleza.
Era sin duda una hermosa casa, me sorprendía notablemente después del terrible suceso se haya mantenido de esta manera, notaba era una mujer fuerte, valoraba enormemente aquello.
- Estuvo mucho tiempo abandonada esta casa, no fue cuidada después del deceso... algunos dicen que la señora Hayder entro en una depresión algo fuerte... -
- No te pago para que des esos comentarios Marcel, nunca... escucha bien y aprende, nunca se es descortés ni se hablan pelambres de una señorita, aprende de cortesía hijo, el mundo sera tuyo. -
- Disculpe maese de la Cela. -
Bien... no quedaba otra que acercarme y golpear en la puerta, esperando me contestara la señora Hayder, seria un honor ser recibido por la hermosa madame de aquellas cartas.
* Toc Toc *
Re: Una visita esperada ~ (Privi. Martin de la Cela)
Al escuchar a alguien en la puerta, la joven condesa se emocionó y, de forma apresurada, fue ella misma a abrir. Uno de los criados la miró extrañado, no entendiendo a que venían tantos ánimos, y se encontró cara a cara con Martin de la Cela. Había estado esperando ese momento por días, y no pudo evitar sonreír levemente al darse cuenta que le superaba en altura a causa de los tacones. Ignorando el detalle, tomó la mano de Martin y la estrechó con fuerza a modo de saludo, ignorando la costumbre de ofrecer la mano para ser besada o una reverencia. Simplemente se sentía como una chiquilla recibiendo visita.
¡Señor de la Cela! Es un honor tenerle aquí… Espero que no haya tenido ningún tipo de dificultad al llegar. Pase, pase… se apartó un poco de la puerta para dejarle entrar. Se sentía algo nerviosa, hacía años que no recibía formalmente a un caballero en su casa, y aún menos a uno que ella hubiera invitado. Sonrió levemente y entonces se mordió el labio inferior flojo, pensativa.
Si no es mucha molestía… empezó a hablar mientras caminaba hacia el salón principal, compuesto por dos sofás de aspecto cómodo, una pequeña mesa, dos sillas, una chimenea y un gran ventanal con cortinas blancas y vaporosas. La ventana estaba abierta aprovechando el buen día que hacía, haciendo que las cortinas flotaran un poco en el aire, casi pareciendo que realizaban una danza.
A Valerie no le gustaban los formalismos, pero sabía que algo de “señorita” debía mantener, por lo que se sentó en una de las sillas con la mayor delicadeza posible. Había algo que deseaba preguntarle, señor de la Cela. volvió a empezar a hablar, aún formulando sus palabras en su mente. Bueno… He recibido una carta de un emisario hace apenas unos minutos, en los que me informaban que una de mis embarcaciones se ha hundido a causa de un temporal en mares profundos… Toda una tragedia, si me permite opinar. Aquel pequeño comentario mostraba algo de sumisión, y es que, aunque Valerie pudiera ser considerada “moderna”, seguía con la idea en mente de que era el hombre quien debía llevar las riendas de todo. En realidad, si se casara con un hombre de nuevo, probablemente le daría todos sus negocios y propiedades.
En total había unos 40 hombres… Y me gustaría buscar una forma de compensar a todas esas familias que se han quedado sin un padre, sin un hermano, sin un hijo… su mente empezó a divagar a otra parte, estaba pensando en su antiguo marido. Siempre que alguien moría cerca de ella, o relacionado con ella, no podía evitar pensar en él. Sus padres no entendieron nunca porque le quería tanto, si aquel hombre tenía ya 52 años, era mucho más mayor que ella, pero a ella eso le daba igual.
Suspiró y sonrió a Martin volviendo a la realidad. ¿Qué debería hacer? ¿Debería darles dinero? ¿O tal vez animales? ¿Comida? ¿Empleo? Realmente no se que hacer… Y aún no les he comunicado las muertes… murmuró mirando hacia el suelo. Se veia bastante preocupada, en cinco años nunca le había pasado nada similar, y no sabía qué hacer. Interiormente se atormentaba a sí misma, echándose la culpa del fallecimiento de aquellos hombres, pensamiento estúpido si se tenía en cuenta que habían muerto a causa de una tormenta. ¿Qué debo hacer? finalmente preguntó directamente, mirándole a los ojos con sus ojos grises, como si fuera capaz de mirar a través de su alma y conocer todos sus secretos.
¡Señor de la Cela! Es un honor tenerle aquí… Espero que no haya tenido ningún tipo de dificultad al llegar. Pase, pase… se apartó un poco de la puerta para dejarle entrar. Se sentía algo nerviosa, hacía años que no recibía formalmente a un caballero en su casa, y aún menos a uno que ella hubiera invitado. Sonrió levemente y entonces se mordió el labio inferior flojo, pensativa.
Si no es mucha molestía… empezó a hablar mientras caminaba hacia el salón principal, compuesto por dos sofás de aspecto cómodo, una pequeña mesa, dos sillas, una chimenea y un gran ventanal con cortinas blancas y vaporosas. La ventana estaba abierta aprovechando el buen día que hacía, haciendo que las cortinas flotaran un poco en el aire, casi pareciendo que realizaban una danza.
A Valerie no le gustaban los formalismos, pero sabía que algo de “señorita” debía mantener, por lo que se sentó en una de las sillas con la mayor delicadeza posible. Había algo que deseaba preguntarle, señor de la Cela. volvió a empezar a hablar, aún formulando sus palabras en su mente. Bueno… He recibido una carta de un emisario hace apenas unos minutos, en los que me informaban que una de mis embarcaciones se ha hundido a causa de un temporal en mares profundos… Toda una tragedia, si me permite opinar. Aquel pequeño comentario mostraba algo de sumisión, y es que, aunque Valerie pudiera ser considerada “moderna”, seguía con la idea en mente de que era el hombre quien debía llevar las riendas de todo. En realidad, si se casara con un hombre de nuevo, probablemente le daría todos sus negocios y propiedades.
En total había unos 40 hombres… Y me gustaría buscar una forma de compensar a todas esas familias que se han quedado sin un padre, sin un hermano, sin un hijo… su mente empezó a divagar a otra parte, estaba pensando en su antiguo marido. Siempre que alguien moría cerca de ella, o relacionado con ella, no podía evitar pensar en él. Sus padres no entendieron nunca porque le quería tanto, si aquel hombre tenía ya 52 años, era mucho más mayor que ella, pero a ella eso le daba igual.
Suspiró y sonrió a Martin volviendo a la realidad. ¿Qué debería hacer? ¿Debería darles dinero? ¿O tal vez animales? ¿Comida? ¿Empleo? Realmente no se que hacer… Y aún no les he comunicado las muertes… murmuró mirando hacia el suelo. Se veia bastante preocupada, en cinco años nunca le había pasado nada similar, y no sabía qué hacer. Interiormente se atormentaba a sí misma, echándose la culpa del fallecimiento de aquellos hombres, pensamiento estúpido si se tenía en cuenta que habían muerto a causa de una tormenta. ¿Qué debo hacer? finalmente preguntó directamente, mirándole a los ojos con sus ojos grises, como si fuera capaz de mirar a través de su alma y conocer todos sus secretos.
Valerie Hayder- Realeza Francesa
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Fecha de inscripción : 09/01/2016
Re: Una visita esperada ~ (Privi. Martin de la Cela)
"El éxito consiste en obtener lo que se desea. La felicidad, en disfrutar lo que se obtiene."
Ralph Waldo Emerson.
Resulto ser una hermosa casa antigua, gran parte de la manzana correspondía un tumulto de casonas coloniales que inspiraban un aire de la antigua realeza francesa, aun mientras llegaba se notaba la casa hace poco habitada y algunos cuadros a falta de colocarse, comprendía entonces que quizás necesitaría algo más de ayuda y estaba dispuesto aquello.
- Que gusto conocerla, madame Hayder, es tan hermosa como dibujaban sus letras en la imaginación de cualquier hombre, estoy a su servicio. -
Una humilde reverencia no estaba mal, debería quien leyera sentir el aroma de una mujer tan dulce como mi señora, suaves fragancias frutales que deleitaban una tranquila presentación como esta.
- Suave aroma frutal... mmm... naranja es lo que huelo, delicioso. -
Había tomado su mano levemente mientras me presentaba, ameritaba un delicado y honorable comienzo.
- Martín de la Cela, Barón de España, servidor de la honorable realeza de Castilla y León, a su servicio mi señora. -
Si bien nos habíamos escrito previamente, notaba su preocupación quizás esperando que no notase todo alrededor, la verdad no me importaba, a mi edad era ya un hombre sencillo, comprensible y entendido de la vida. Nos dirigimos entonces al salón principal donde se escuchaban nuestros pasos y sus dudas evidenciaban que nuestra conversación seria larga.
- Si no es mucha molestia... - Su presencia sin duda no me era ninguna molestia, por el contrario, hace años no tenia una compañía tan agradable como ella. Nos sentamos entonces en unos cómodos sofás de terciopelo rojo que tenían un fino detalle de decoración dorada en sus extremos, bonito detalle que hace tiempo no contemplaba en el holgado confort europeo.
- Había algo que deseaba preguntarle, señor de la Cela. Bueno… He recibido una carta de un emisario hace apenas unos minutos, en los que me informaban que una de mis embarcaciones se ha hundido a causa de un temporal en mares profundos… Toda una tragedia, si me permite opinar. - Debía aceptar que su pregunta me había encontrado desprevenido, me encontraba observando los detalles preciosos del sofá y los cuadros de su casa...
- ¿Qué debería hacer? ¿Debería darles dinero? ¿O tal vez animales? ¿Comida? ¿Empleo? Realmente no se que hacer… Y aún no les he comunicado las muertes… ¿Qué debo hacer? -
¿Que debía hacer? Pues la situación era compleja si se pensaba, un grupo de afectados de una situación fortuita, las nuevas leyes y el marco social francés demandaban una cosa, pero podía tener solución...
- Bueno... lo primero es que ud. tenga calma, lo segundo es que debe comprender que cuenta con todo mi apoyo para esta situación, lo demás puede solucionarse... debe contarles lo sucedido, es lo primero... lo siguiente es que puede proceder con ciertas regalías y si puede, lo más humano es asegurarles su futuro, depende y evaluando en particular cada familia afectada, puedo ayudarla en eso también... mi hijo, Carlos es abogado y puede asesorarla en esta situación... -
Se notaba afligida y me partía el corazón verla en esta situación, nunca era el momento para avisarle a muchas familias que habían perdido a sus seres queridos, ni menos aun ver la manera más adecuada para responderles por lo sucedido. Me acerqué levemente a su persona y tome su mano con delicadeza, quería hacerle sentir mi pesar por su situación.
- Escuche... comprendo su situación, he pasado toda mi vida por cosas similares y no esta sola, debe estar tranquila... saldrá de esto, le doy mi palabra. -
Algo de calma para la situación vendría bien, después habrá tiempo para conocernos...
Ralph Waldo Emerson.
Resulto ser una hermosa casa antigua, gran parte de la manzana correspondía un tumulto de casonas coloniales que inspiraban un aire de la antigua realeza francesa, aun mientras llegaba se notaba la casa hace poco habitada y algunos cuadros a falta de colocarse, comprendía entonces que quizás necesitaría algo más de ayuda y estaba dispuesto aquello.
- Que gusto conocerla, madame Hayder, es tan hermosa como dibujaban sus letras en la imaginación de cualquier hombre, estoy a su servicio. -
Una humilde reverencia no estaba mal, debería quien leyera sentir el aroma de una mujer tan dulce como mi señora, suaves fragancias frutales que deleitaban una tranquila presentación como esta.
- Suave aroma frutal... mmm... naranja es lo que huelo, delicioso. -
Había tomado su mano levemente mientras me presentaba, ameritaba un delicado y honorable comienzo.
- Martín de la Cela, Barón de España, servidor de la honorable realeza de Castilla y León, a su servicio mi señora. -
Si bien nos habíamos escrito previamente, notaba su preocupación quizás esperando que no notase todo alrededor, la verdad no me importaba, a mi edad era ya un hombre sencillo, comprensible y entendido de la vida. Nos dirigimos entonces al salón principal donde se escuchaban nuestros pasos y sus dudas evidenciaban que nuestra conversación seria larga.
- Si no es mucha molestia... - Su presencia sin duda no me era ninguna molestia, por el contrario, hace años no tenia una compañía tan agradable como ella. Nos sentamos entonces en unos cómodos sofás de terciopelo rojo que tenían un fino detalle de decoración dorada en sus extremos, bonito detalle que hace tiempo no contemplaba en el holgado confort europeo.
- Había algo que deseaba preguntarle, señor de la Cela. Bueno… He recibido una carta de un emisario hace apenas unos minutos, en los que me informaban que una de mis embarcaciones se ha hundido a causa de un temporal en mares profundos… Toda una tragedia, si me permite opinar. - Debía aceptar que su pregunta me había encontrado desprevenido, me encontraba observando los detalles preciosos del sofá y los cuadros de su casa...
- ¿Qué debería hacer? ¿Debería darles dinero? ¿O tal vez animales? ¿Comida? ¿Empleo? Realmente no se que hacer… Y aún no les he comunicado las muertes… ¿Qué debo hacer? -
¿Que debía hacer? Pues la situación era compleja si se pensaba, un grupo de afectados de una situación fortuita, las nuevas leyes y el marco social francés demandaban una cosa, pero podía tener solución...
- Bueno... lo primero es que ud. tenga calma, lo segundo es que debe comprender que cuenta con todo mi apoyo para esta situación, lo demás puede solucionarse... debe contarles lo sucedido, es lo primero... lo siguiente es que puede proceder con ciertas regalías y si puede, lo más humano es asegurarles su futuro, depende y evaluando en particular cada familia afectada, puedo ayudarla en eso también... mi hijo, Carlos es abogado y puede asesorarla en esta situación... -
Se notaba afligida y me partía el corazón verla en esta situación, nunca era el momento para avisarle a muchas familias que habían perdido a sus seres queridos, ni menos aun ver la manera más adecuada para responderles por lo sucedido. Me acerqué levemente a su persona y tome su mano con delicadeza, quería hacerle sentir mi pesar por su situación.
- Escuche... comprendo su situación, he pasado toda mi vida por cosas similares y no esta sola, debe estar tranquila... saldrá de esto, le doy mi palabra. -
Algo de calma para la situación vendría bien, después habrá tiempo para conocernos...
Re: Una visita esperada ~ (Privi. Martin de la Cela)
Escuchó todas y cada una de sus palabras, alegrándose de que él estuviera ahí, y sonrió en cuanto empezó a hablar. Le gustaba cómo sonaba su voz, había esperado bastante tiempo para conocerle y sentía bastante curiosidad por cómo sería aquel hombre.
Asintió con la cabeza cuando él le dijo que debía tranquilizarse, y se aclaró la garganta algo averongzada. Yo estoy tranquila, señor De la Cela… ¿O tendría que decir Barón de la Cela? no pudo evitar guardarse una pequeña risa jovial para si misma y le sonrió de forma desafiante. Al fin y al cabo, seguía siendo una chiquilla en su interior.
Le gustó el hecho de que le dijera que su hijo Carlos podría asesorarla, y asintió con la cabeza. Y… Dígame… ¿Está su hijo Carlos? Me temo que pronto se pasará mi edad de casarme, y me gustaría encontrar un hombre de provecho. Y no dudo en el hecho de que le ha convertido en un hombre hecho y derecho… empezó a comentar, olvidándose del asunto de los hombres muertos con un tono jovial. En realidad estaba nerviosa, hacía tiempo que no recibía gente en su hogar, y no acababa de estar segura de como debía comportarse o reaccionar.
Dejó el asunto de su hijo en el aire durante unos segundos, para finalmente guiñarle un ojo y negar con la cabeza, su pelo rubio corto acariciando su nuca.
Era broma, solo tengo ojos para usted. lo último también lo dijo con un tono diferente, intentando dejarle ver que era broma, y no vio necesidad de negar aquello. Al fin y al cabo, era una broma.
A los pocos minutos, Marie se acercó a ellos y preguntó si deseaban algo para comer. Valerie le dedicó una mirada de reproche, y Marie se fue, excusándose y diciendo que volvería más tarde.
En realidad, la Condesa había decidido ponerse a dieta, quería adelgazar, pero ya estaba demasiado delgada, por lo que Marie siempre le ofrecía comida cuando había invitados, en cierto modo obligándola a comer.
Al cabo de unos segundos, volvió a sonreír a Martin y, antes de que el pobre señor pudiera hablar, ella volvió a hablar. Ciertamente, voy a tener que estudiar todos los casos, todas las familias, ver a quienes puedo ofrecerles dinero y a quien un empleo… Me siento mejor después de que usted me hablara, ciertamente su presencia es tranquilizante. sonrió a Martin con algo de timidez, para después sacudir un poco su cabeza de nuevo.
Valerie Hayder- Realeza Francesa
- Mensajes : 22
Fecha de inscripción : 09/01/2016
Re: Una visita esperada ~ (Privi. Martin de la Cela)
"No olvides nunca que el primer beso no se da con los labios, sino con los ojos."
O. K. Bernhardt
El silencio en una casa tan grande como esta se dejaba sentir, de hecho era común que aun con la servidumbre de un lado a otro se escucharan en lo más mínimo las pisadas o el piano de la casa próxima, pero aun así no era un silencio desconcertante, sino más bien uno acogedor y me sentía bien aquí, acogido por una condesa.
En casa, en España no era demasiado común la compañía femenina, solo se encontraba Margareth y Elizabeth quienes de momento me acompañaban en alguno de mis viajes, de ahi solo tenia a Carlos quien en verdad nunca se encontraba y tampoco traía compañía alguna, algo que pudiese amenizar la cena durante las noches, en ese sentido era realmente emocionante poder estar aqui, entre una risa tímida como la de mi señora, la condesa Hayder y la de un viejo como yo, que necesitaba un momento quizás de simple compañía.
- Jaja... Carlos es un hombre apuesto, tiene la fiereza de su pueblo y mis modales, créame seria una agradable carta para cualquier señorita, lastima que no tenga ojos para nadie más que su noble causa... -
Notaba la sonrisa hermosa de mi señora... ¡y quien pensara que aun tuviese el don de que una mujer me escuchara a mis años!
- En fin... me halaga con sus armoniosas palabras, aunque ud. sea una bella dama, con el sutil y delicado respeto que merece su persona, yo soy un hombre ya donde los años están sobre mi cabeza, soy como un León buscando una manada jajaja... -
Pensando solo un segundo... ¿Que podría pensar uno al vernos juntos? más no la presencia de un noble barón, cortejando a una joven que tiene un porvenir más grande que mis sueños y ansias de salvar vidas, pero jamás algo que traspasase cualquier sentido de la lógica, no que mis años quejumbrosos así lo vieran, o quizás no tenia sentido el pensar de un viejo como yo.
- Tendrá mi ayuda, puede estar tranquila que la ayudaré personalmente en los problemas que necesiten solución y si a mis años puedo sacar una leve sonrisa que sea de su angelical rostro, me sentiré más que satisfecho por todo, poder acompañarla en esta encrucijada ya me llena de alegría y goce, poder sentirme útil además a pesar de mi edad. -
Quizas pensara que posar mi mano sobre la virginal y sedosa piel de la condesa seria atrevido, pero fueron motivados por una buena intención, quizás hasta casi paternalista... seria bueno de alguna manera levantar el silencio que rodeaba este cómodo salón, nos haría bien a ambos.
- ¿Gusta beber algo?... yo le serviré encantado, deje por un momento a sus ocupadas sirvientas, me halagaría enormemente poder servirle algo a su excelencia, ma petit lumiére... o quizás quiera salir a caminar... cuénteme... ¿que desea una condesa de su barón? -
O. K. Bernhardt
El silencio en una casa tan grande como esta se dejaba sentir, de hecho era común que aun con la servidumbre de un lado a otro se escucharan en lo más mínimo las pisadas o el piano de la casa próxima, pero aun así no era un silencio desconcertante, sino más bien uno acogedor y me sentía bien aquí, acogido por una condesa.
En casa, en España no era demasiado común la compañía femenina, solo se encontraba Margareth y Elizabeth quienes de momento me acompañaban en alguno de mis viajes, de ahi solo tenia a Carlos quien en verdad nunca se encontraba y tampoco traía compañía alguna, algo que pudiese amenizar la cena durante las noches, en ese sentido era realmente emocionante poder estar aqui, entre una risa tímida como la de mi señora, la condesa Hayder y la de un viejo como yo, que necesitaba un momento quizás de simple compañía.
- Jaja... Carlos es un hombre apuesto, tiene la fiereza de su pueblo y mis modales, créame seria una agradable carta para cualquier señorita, lastima que no tenga ojos para nadie más que su noble causa... -
Notaba la sonrisa hermosa de mi señora... ¡y quien pensara que aun tuviese el don de que una mujer me escuchara a mis años!
- En fin... me halaga con sus armoniosas palabras, aunque ud. sea una bella dama, con el sutil y delicado respeto que merece su persona, yo soy un hombre ya donde los años están sobre mi cabeza, soy como un León buscando una manada jajaja... -
Pensando solo un segundo... ¿Que podría pensar uno al vernos juntos? más no la presencia de un noble barón, cortejando a una joven que tiene un porvenir más grande que mis sueños y ansias de salvar vidas, pero jamás algo que traspasase cualquier sentido de la lógica, no que mis años quejumbrosos así lo vieran, o quizás no tenia sentido el pensar de un viejo como yo.
- Tendrá mi ayuda, puede estar tranquila que la ayudaré personalmente en los problemas que necesiten solución y si a mis años puedo sacar una leve sonrisa que sea de su angelical rostro, me sentiré más que satisfecho por todo, poder acompañarla en esta encrucijada ya me llena de alegría y goce, poder sentirme útil además a pesar de mi edad. -
Quizas pensara que posar mi mano sobre la virginal y sedosa piel de la condesa seria atrevido, pero fueron motivados por una buena intención, quizás hasta casi paternalista... seria bueno de alguna manera levantar el silencio que rodeaba este cómodo salón, nos haría bien a ambos.
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