AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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El gladiador y la vikinga || A. Markov Duncan
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El gladiador y la vikinga || A. Markov Duncan
Cada una de las noches que había pasado en París desde su llegada habían estado colmadas de sangre, destrucción, juegos y sadismo; todas hasta días atrás cuando todo pareció detener su ritmo tornándose a un paso cadencioso y casi imperceptible. Todo lo que ocurría a su alrededor le parecía nimio, pueril y poco digno de su atención. La capital gala se presentaba ante ella vacía desde que aquellos dos vampiros con quienes solía pasar las horas se habían alejado, ¿qué motivo tenía ahora para quedarse en aquel país en vez de volver a sus viajes? Muchas fueron las veces en que se planteó marcharse, alejarse de ese lugar y quizás asentarse en el reino del que era duquesa, pues allí podría gobernar sus tierras y al menos una temporada se mantendría entretenida. Sin embargo, supo de una nueva presencia vampírica que por fin le ofrecía algo en que pensar. Sus fuentes de sangre eran variadas y no iba a negar que de vez en cuanto las prostitutas de ciertos burdeles reclamaban su atención, no porque ellas así lo quisieran sino porque su sangre corrompida por el vicio y el dinero era a veces el veneno que Milenka necesitaba para tranquilizar su alma. Fue por una de sus víctimas por quien conoció la llegada de Markov a la ciudad, la pobre puta no tenía ni idea de que aquel era un vampiro, pero la descripción de su físico, fuerza y actitud aclaró en la mente de la milenaria una figura que inmediatamente deseó conocer.
Sabiendo donde trabajaba no fue en absoluto difícil esperar en la sombra hasta localizar al vampiro. Era realmente grandioso, quizás uno de los más imponentes que había tenido la oportunidad de contemplar y generaba en ella sensaciones encontradas. Su fuero interno no podía tolerar que recibiera órdenes de una mortal, que se rebajara ante los seres que ella consideraba inferiores, pero por otro lado pudo comprobar que no había perdido en absoluto la esencia que ella misma mantenía, no había piedad para quienes él consideraba presas. Había un paralelismo entre ambos inmortales, los dos moraban en la noche, entre las sombras en soledad, la de él solo completa por putas que se deshacían en sus brazos, las de Milenka por los cadáveres de sus cuantiosas presas. Las noches que se dedicó a observarle pudo aprender de él, de sus movimientos y de sus gustos. Adivinó por la calma con que vivía y la poca importancia que le otorgaba a las cosas banales, que no era un vampiro joven sino seguramente mayor que ella lo que confería aún más atractivo. El tiempo que se tomaba para escoger a las mujeres, porque siempre eran mujeres, de las que bebería era asombroso; distaba mucho de la impulsividad de Milenka. Quizás fue por aburrimiento o por la curiosidad que le generaba el verle desesperado y poder así conocer a la bestia que parecía descansar en su interior… pero la mente de la vampira ya tenía la idea de que hacer para conocer al verdadero Markov.
El transcurso de las siguientes noches siguió siempre el mismo patrón. Salía de casa en el preciso momento en que se ponía el sol, caminaba hasta el lugar desde el que controlaba la entrada al local en que trabajaba y esperaba igualmente a su salida. Ahí era cuando todo el engranaje se ponía en marcha, cuando la impaciencia se tornaba cacería. Markov siempre estaba alerta como buen cazador, siempre al acecho de un olor que le despertase la sed de sangre; Milenka a su vez –noche tras noche- aprendió a conocer los gustos gastronómicos de este. Una a una las víctimas que era consciente que este deseaba entre sus fauces perecían antes a manos de ella. Quitar a un vampiro una presa, era como poner un dulce a un niño y quitarse en el momento en que se lo iba a llevar a la boca. La paciencia de este, no obstante, era considerable y tardó varias noches en evitar sus caminos habituales.
El gesto de la bestia de forma humana no era el mismo esa noche, Milenka supo que esa era la indicada para dejarse ver por primera vez. Los pasos de Markov la llevaron hasta un antro -porque no tenía otro nombre- en que se realizaban luchas clandestinas entre apuestas de todos los presentes. El hecho de ser mujer entre todos aquellos varones ya produjo cierto revuelo, así como que la clase social de los presentes dudosamente llegaría a media mientras que ella pertenecía a la realeza. Hasta el más necio de los hombres se retiró para dejar paso a la dama. Los ojos penetrantes de Milenka no dejaron dudas sobre su humor, advirtiendo a quien osara dirigirle la palabra de que sería probablemente lo último que hiciera en su miserable vida. Al haber llegado más tarde que Markov, y dada la mezcla de fetideces –a cual más desagradable- que se concentraba allí tuvo que emplearse a fondo para localizarle. Le venía bien que se mezclaran los olores, pues él tendría ya grabado el suyo por el resto de cadáveres que le había estado dejando como ofrenda. El ring de boxeo se limitaba a cuatro vayas de madera y un suelo de arena manchada ya de sangre, en él se encontraban un hombre enorme y con una barriga más grande que el ego de la vampira y Markov. La parte de arriba del torso de ambos estaba libre de ropa dejando a la vista la cantidad de tatuajes que este lucía, así como la fuerza bruta que poseía. Sintió lástima por el hediondo obeso, bueno… lo cierto es que no. Pero no deseaba esperar a que acabara con él, deseaba marear a Markov, jugar un poco con él antes de presentarse y ¿quién sabe? Quizás darle la revancha.
El pañuelo que sacó del bolsillo del vestido tono marsala, llevaba sus iniciales grabadas. La tela de un blanco impoluto resaltaría sobre uno de los tablones que hacían las veces de límite de la arena. Con suavidad lo colocó y en un tono que más bien parecía un siseo pronunció el nombre de su gladiador, -Markov…-, se retiró entre la muchedumbre antes de que este pudiera conocer su apariencia.
Sabiendo donde trabajaba no fue en absoluto difícil esperar en la sombra hasta localizar al vampiro. Era realmente grandioso, quizás uno de los más imponentes que había tenido la oportunidad de contemplar y generaba en ella sensaciones encontradas. Su fuero interno no podía tolerar que recibiera órdenes de una mortal, que se rebajara ante los seres que ella consideraba inferiores, pero por otro lado pudo comprobar que no había perdido en absoluto la esencia que ella misma mantenía, no había piedad para quienes él consideraba presas. Había un paralelismo entre ambos inmortales, los dos moraban en la noche, entre las sombras en soledad, la de él solo completa por putas que se deshacían en sus brazos, las de Milenka por los cadáveres de sus cuantiosas presas. Las noches que se dedicó a observarle pudo aprender de él, de sus movimientos y de sus gustos. Adivinó por la calma con que vivía y la poca importancia que le otorgaba a las cosas banales, que no era un vampiro joven sino seguramente mayor que ella lo que confería aún más atractivo. El tiempo que se tomaba para escoger a las mujeres, porque siempre eran mujeres, de las que bebería era asombroso; distaba mucho de la impulsividad de Milenka. Quizás fue por aburrimiento o por la curiosidad que le generaba el verle desesperado y poder así conocer a la bestia que parecía descansar en su interior… pero la mente de la vampira ya tenía la idea de que hacer para conocer al verdadero Markov.
El transcurso de las siguientes noches siguió siempre el mismo patrón. Salía de casa en el preciso momento en que se ponía el sol, caminaba hasta el lugar desde el que controlaba la entrada al local en que trabajaba y esperaba igualmente a su salida. Ahí era cuando todo el engranaje se ponía en marcha, cuando la impaciencia se tornaba cacería. Markov siempre estaba alerta como buen cazador, siempre al acecho de un olor que le despertase la sed de sangre; Milenka a su vez –noche tras noche- aprendió a conocer los gustos gastronómicos de este. Una a una las víctimas que era consciente que este deseaba entre sus fauces perecían antes a manos de ella. Quitar a un vampiro una presa, era como poner un dulce a un niño y quitarse en el momento en que se lo iba a llevar a la boca. La paciencia de este, no obstante, era considerable y tardó varias noches en evitar sus caminos habituales.
El gesto de la bestia de forma humana no era el mismo esa noche, Milenka supo que esa era la indicada para dejarse ver por primera vez. Los pasos de Markov la llevaron hasta un antro -porque no tenía otro nombre- en que se realizaban luchas clandestinas entre apuestas de todos los presentes. El hecho de ser mujer entre todos aquellos varones ya produjo cierto revuelo, así como que la clase social de los presentes dudosamente llegaría a media mientras que ella pertenecía a la realeza. Hasta el más necio de los hombres se retiró para dejar paso a la dama. Los ojos penetrantes de Milenka no dejaron dudas sobre su humor, advirtiendo a quien osara dirigirle la palabra de que sería probablemente lo último que hiciera en su miserable vida. Al haber llegado más tarde que Markov, y dada la mezcla de fetideces –a cual más desagradable- que se concentraba allí tuvo que emplearse a fondo para localizarle. Le venía bien que se mezclaran los olores, pues él tendría ya grabado el suyo por el resto de cadáveres que le había estado dejando como ofrenda. El ring de boxeo se limitaba a cuatro vayas de madera y un suelo de arena manchada ya de sangre, en él se encontraban un hombre enorme y con una barriga más grande que el ego de la vampira y Markov. La parte de arriba del torso de ambos estaba libre de ropa dejando a la vista la cantidad de tatuajes que este lucía, así como la fuerza bruta que poseía. Sintió lástima por el hediondo obeso, bueno… lo cierto es que no. Pero no deseaba esperar a que acabara con él, deseaba marear a Markov, jugar un poco con él antes de presentarse y ¿quién sabe? Quizás darle la revancha.
El pañuelo que sacó del bolsillo del vestido tono marsala, llevaba sus iniciales grabadas. La tela de un blanco impoluto resaltaría sobre uno de los tablones que hacían las veces de límite de la arena. Con suavidad lo colocó y en un tono que más bien parecía un siseo pronunció el nombre de su gladiador, -Markov…-, se retiró entre la muchedumbre antes de que este pudiera conocer su apariencia.
Milenka Mayfair- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 86
Fecha de inscripción : 11/06/2015
Re: El gladiador y la vikinga || A. Markov Duncan
Las noches transcurrían tranquilas para Markov, hacía su trabajo sin rechistar y d vez en cuando saciaba sus apetitos de una forma u otra, de hecho el no beber cada día de una mujer le crispaba mucho el ánimo. También se lo crispaba el no matar a su presa y por supuesto no acostarse con ella. Así que como puede imaginarse, el ánimo del vampiro rozaba lo volcánico y lo volátil. Cada vez que elegía algo, por el instinto depredador, ya sea para acostarse con una mujer, o para beber de ella, alguien parecía llevarle la delantera y tenía que conformarse con lo más asequible del momento. A Markov le resultó extraño, puesto que llevaba varios años trabajando en aquel club y jamás había tenido tantos problemas como esa semana. Tampoco podía hablar con Bianca al respecto, porque además de ser la dueña, tenían una especie de relación sincera y sin mucho compromiso. Así que valiéndose de su imponente porte se acercó al libro de registro que llevaba la madame encargada de la sala, encargada en funciones, cuando Bianca no estaba presente, y se dedicó a mirar quien era el hombre que le privaba de todos aquellos manjares. Su sorpresa fue que al ver la firma en el casillero se veía solo el anagrama “MM” a lo que Markov preguntó a la joven y esta le dijo que no lo sabía. Siendo cierto aquello, pues en el mejor de los casos los nombres que se utilizaban en aquellos lugares eran falsos, y en el peor de los casos eran las iniciales de los nombres. Aún más frustrado su ánimo y viendo que no podía solventar aquel problema, decidió buscar una forma para relajarse, si no podía mediante el sexo, lo haría con la violencia.
Los pasos de Markov le llevaron hasta un callejón cerca de Montmartre, donde había un pequeño hospedaje y en día como aquel se congregaban todos los hombres dispuestos a mantener el honor en una pelea. A muchos les parecería un comportamiento bárbaro, pero a Markov aquello le parecía tan intrínseco en su vida que no podía ni condenarlo ni apartarlo. También consideraba que la violencia es algo natural, en todos los seres del mundo y que el más fuerte debería ser reconocido como tal, por el simple hecho de poseer la fuerza y voluntad de hierro necesaria para prevalecer sobre sus oponentes.
El aire estaba viciado allí abajo, se trataba de un sótano en el que habían logrado hacer una palestra usando cuatro vigas de madera y una cantidad mínima de arena en la que relucía la mezcla de sangre fresca y la seca. A un lado había una pequeña pizarra, en la que el camarero y dueño inscribía el nombre de los participantes y el dinero que apostaban, los demás caballeros invitados se dedicaban a especular sobre quien o qué. Markov tenía reputación, le llamaban “Montagne” siendo un adversario inamovible. Su aspecto distaba de ser el convencional.
Y así lo mostró cuando le llamaron a viva voz por el local presentando al adversario. Su torso estaba desnudo, la piel era pálida como la de cualquier vampiro, pero esta se antojaba más oscura, por su nacionalidad mediterránea. La barba poblada y prominente le daba un aspecto más feroz. Su cuerpo estaba tatuado, con diversas reprefesanciones, letras y otro tanto. Existían hombres fornidos, hombres fibrosos y fuertes, hombres que tenían el pecho duro y el abdomen prominente, pero Markov era mucho más basto. No era tan esbelto y sus brazos eran grandes y fuertes, como sus piernas. Lo que le convertía en un gran atleta.
Cuando empezó el combate no tardó en noquear al hombre gordo y seboso, la diferencia era palpable y las apuestas desfavorables para su contrincante, en cambio él se tomaba su tiempo en cada golpe, en cada finta, en cada noqueo que le daba. Tal fue el punto, que cuando sudoroso de haber machado a esa humillada bola de grasa, se acercó a los extremos del rin recibiendo ovaciones a las que estaba acostumbrado y bebidas de tantos otros descubrió un pañuelo en el borde con las iniciales “MM”. Su ceño se frunció y se volteó en el rin intentando localizar a quien lo hubiera dejado. Por el pañuelo y el aroma que inundaron las fosas nasales de Markov supo en cuestión de milésimas que era una mujer, joven y muy fina. Cerró los ojos abatido por haber estado confundido y no haber caído en la cuenta de que una mujer, en un burdel podría ser perfectamente normal para él. Pero no a la sociedad y por eso había firmado con iniciales. No le costó dar con la susodicha y a pesar de ser mujer, en su interior Markov se sintió tan ultrajado como para querer darle un bofetón.
Apremiado por las ganas de conocerla, acabó con el hombre en un abrir y cerrar de ojos, cogió el pañuelo que le había entregado y se lo pasó por la frente para después enseñárselo. Con paso lento, sin cubrirse el torso se acercó hasta Milenka- Así que eres tu quien está haciéndome pasar hambre- soltó como primera frase en su encuentro. Ni un “señorita” ni nada que denotara la clase a la que pertenecía- La dama- repitió con una sonrisa cruzándose de brazos y apoyando la espalda en el soporte que había a su lado- Te has portado muy mal. ¿Tu sire no te enseñó que no hay que interponerse entre un vampiro y su presa?- le reprendió, pero no solo por su evidente enfrentamiento en cuestiones gastronómicas, sino evidenciando que ya sabía que era un ser como él. Pero no sabía qué edad tenía- Seguramente tu sepas mi nombre, pero yo no sé el tuyo. Así que me gustaría saber el nombre de la insensata- dijo analizando el rostro de la mujer de forma evidente para ella y pensando “insensata y atractiva”- que me ha estado siguiendo, robando la comida. Y por supuesto a la que la caerá una reprimenda como vuelva a hacerlo.
Se inclinó hacia delante impaciente por escuchar y ver a la mujer, impasible, serena y pulcra, que destacaba entre aquel revuelto de testosterona y sangre y sudor a partes iguales, eclipsándose poco a poco por el perfume de la dama.
Los pasos de Markov le llevaron hasta un callejón cerca de Montmartre, donde había un pequeño hospedaje y en día como aquel se congregaban todos los hombres dispuestos a mantener el honor en una pelea. A muchos les parecería un comportamiento bárbaro, pero a Markov aquello le parecía tan intrínseco en su vida que no podía ni condenarlo ni apartarlo. También consideraba que la violencia es algo natural, en todos los seres del mundo y que el más fuerte debería ser reconocido como tal, por el simple hecho de poseer la fuerza y voluntad de hierro necesaria para prevalecer sobre sus oponentes.
El aire estaba viciado allí abajo, se trataba de un sótano en el que habían logrado hacer una palestra usando cuatro vigas de madera y una cantidad mínima de arena en la que relucía la mezcla de sangre fresca y la seca. A un lado había una pequeña pizarra, en la que el camarero y dueño inscribía el nombre de los participantes y el dinero que apostaban, los demás caballeros invitados se dedicaban a especular sobre quien o qué. Markov tenía reputación, le llamaban “Montagne” siendo un adversario inamovible. Su aspecto distaba de ser el convencional.
Y así lo mostró cuando le llamaron a viva voz por el local presentando al adversario. Su torso estaba desnudo, la piel era pálida como la de cualquier vampiro, pero esta se antojaba más oscura, por su nacionalidad mediterránea. La barba poblada y prominente le daba un aspecto más feroz. Su cuerpo estaba tatuado, con diversas reprefesanciones, letras y otro tanto. Existían hombres fornidos, hombres fibrosos y fuertes, hombres que tenían el pecho duro y el abdomen prominente, pero Markov era mucho más basto. No era tan esbelto y sus brazos eran grandes y fuertes, como sus piernas. Lo que le convertía en un gran atleta.
Cuando empezó el combate no tardó en noquear al hombre gordo y seboso, la diferencia era palpable y las apuestas desfavorables para su contrincante, en cambio él se tomaba su tiempo en cada golpe, en cada finta, en cada noqueo que le daba. Tal fue el punto, que cuando sudoroso de haber machado a esa humillada bola de grasa, se acercó a los extremos del rin recibiendo ovaciones a las que estaba acostumbrado y bebidas de tantos otros descubrió un pañuelo en el borde con las iniciales “MM”. Su ceño se frunció y se volteó en el rin intentando localizar a quien lo hubiera dejado. Por el pañuelo y el aroma que inundaron las fosas nasales de Markov supo en cuestión de milésimas que era una mujer, joven y muy fina. Cerró los ojos abatido por haber estado confundido y no haber caído en la cuenta de que una mujer, en un burdel podría ser perfectamente normal para él. Pero no a la sociedad y por eso había firmado con iniciales. No le costó dar con la susodicha y a pesar de ser mujer, en su interior Markov se sintió tan ultrajado como para querer darle un bofetón.
Apremiado por las ganas de conocerla, acabó con el hombre en un abrir y cerrar de ojos, cogió el pañuelo que le había entregado y se lo pasó por la frente para después enseñárselo. Con paso lento, sin cubrirse el torso se acercó hasta Milenka- Así que eres tu quien está haciéndome pasar hambre- soltó como primera frase en su encuentro. Ni un “señorita” ni nada que denotara la clase a la que pertenecía- La dama- repitió con una sonrisa cruzándose de brazos y apoyando la espalda en el soporte que había a su lado- Te has portado muy mal. ¿Tu sire no te enseñó que no hay que interponerse entre un vampiro y su presa?- le reprendió, pero no solo por su evidente enfrentamiento en cuestiones gastronómicas, sino evidenciando que ya sabía que era un ser como él. Pero no sabía qué edad tenía- Seguramente tu sepas mi nombre, pero yo no sé el tuyo. Así que me gustaría saber el nombre de la insensata- dijo analizando el rostro de la mujer de forma evidente para ella y pensando “insensata y atractiva”- que me ha estado siguiendo, robando la comida. Y por supuesto a la que la caerá una reprimenda como vuelva a hacerlo.
Se inclinó hacia delante impaciente por escuchar y ver a la mujer, impasible, serena y pulcra, que destacaba entre aquel revuelto de testosterona y sangre y sudor a partes iguales, eclipsándose poco a poco por el perfume de la dama.
A. Markov Duncan- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 38
Fecha de inscripción : 26/01/2016
Localización : Actualmente: París
Re: El gladiador y la vikinga || A. Markov Duncan
Contempló la finalización del combate impasible, hubiera podido ser divertido verle luchar pero no contra aquellos desechos que no aguantaban ni la embestida de una cabra. Se encontraba cerca de una de las paredes del local, tras la hilera de hombres que clamaba para recuperar el dinero que había apostado o para apuntarse al siguiente combate, la mitad andaban borrachos y la otra mitad eran tan poco cuerdos como para tratar de derribar al titán que ahora caminaba furioso hacia ella. Pero como siempre, Milenka tenía ventaja. Era ella quien le había asediado durante repetidas noches, quien le había privado de alimento y por tanto de parte de su fuerza y era mujer. No cabía ninguna duda de que Markov en el caso de haber descubierto a un hombre -tras aquellas persecuciones y torturas nocturnas- estaría disfrutando de una nueva pelea. Sonrió con cinismo al pensar cuan equivocado estaba si pensaba que no tenía fuerza suficiente al menos para detener sus golpes, pues aguantaría más en ese ridículo ring de boxeo que cualquiera de los hombres con los que sí estaba dispuesto a luchar.
-Alguien muy sabio dijo una vez: Todo lo vence el hombre, menos el hambre. -, ninguna frase podía definir mejor ese momento que la dicha por Séneca. No esperaba buenos modales del vampiro por dos razones, la primera era que lo había estudiado con suficiente detalle como para saber que no era un hombre refinado, y la segunda, ¿quién trataría bien a quien te hace la vida imposible? Pero eso era lo que deseaba Milenka esa noche y por ello le había dado el poder de descubrir su identidad al fin. La verdad más absoluta es que el maldito ganaba de cerca, los ojos claros parecían suavizar levemente la dureza de su rostro y cuerpo, mas sus palabras destilaban rabia por lo sucedido.
Se hizo a un lado imitando sus gestos al analizarla e incluso llegó a dar una vuelta a su alrededor ahora que lo tenía cerca. Era una delicia para los sentidos, uno de los vampiros más grandes que había conocido, cada fibra de su cuerpo estaba en tensión y eso hacía que los músculos de su torso lucieran marcados. Pero era lógico, ¿o acaso era cómodo no saber nada de quien tanto sabía de ti? -Mi sire me enseñó lo que pudo, que no fue poco. Pero la vida en pareja me aburre soberanamente así que cuando lo consideré me alejé de él-, poco a poco le daría datos a Markov, datos para que fuera conociendo su mentalidad y ganas de diversión constante. -Duquesa Mayfair del Sacro Imperio- extendió la mano hacia él como si tal cosa. Cualquiera de los hombres que se encontraban a su alrededor les podría oír pero eso no era más que adrenalina para Milenka y creía que también para su adversario. Sus gestos denotaban la lucha interna que tenía entre la rabia contenida, el deseo y la locura que se desataría si la atacaba. Cada uno de los hombres que estaban allí –bueno salvo alguno que pensara que podría beneficiarse de la situación- la defendería si Markov le ponía una mano encima; y si bien es cierto que eso no le detendría sí sería un problema a la mañana siguiente por la cantidad de muertos encontrados allí. Para Milenka no sería un problema, pero para Markov… bueno él estaba asentado en París, tenía su trabajo y parecía ser que varios problemas y desapariciones siguientes. La policía no estaba ciega aunque en ocasiones lo pareciera, por lo que por el momento debía controlarse. Rió sabiendo que la mente del vampiro vagaba por los mismos derroteros que los propios y sus puños se cerraron de pura rabia.
-No pretendo enfadarte Markov…-, su voz se tornó aterciopelada, peor que la de cualquier sirena en busca de marineros incautos, -me gustas, por eso te seguido y desquiciado. Te doy dos opciones, me voy de aquí y me das caza tú a mi o peleamos y eliminas esa tensión que con estos despojos no lograrás aunque les mates a todos-, extendió sus brazos ante él. La pelota estaba ahora en su tejado, para ella ambas opciones eran grandiosas, no le permitirían relajarse y esa carga de furia era la que necesitaba sentir de nuevo. Hacía años que no peleaba de verdad y nadie mejor que quien se erguía frente a ella para medirse. A su favor, haber comido recientemente, la agilidad, falta de escrúpulos y por supuesto su sangre vikinga. En contra, la edad, el tamaño de su oponente y la dureza de este, no se contendría a la hora de atacarla ahora que esta misma le estaba dando el poder de hacerlo. Con la misma lentitud con que había dejado el pañuelo en la barrera, se acercó a uno de los jóvenes que parecía estar atento a su conversación, -pequeño… es de mala educación escuchar conversaciones ajenas-, chistó con la lengua en señal de reprobación y acto seguido –tras ordenarle, mediante la persuasión, guardar silencio- hincó los colmillos en su muñeca. La sangre siempre había sido bendición y maldición para los vampiros, Markov estaba sediento y el mero olor de la sangre corriendo por la garganta de Milenka desactivaría la poca cordura que le quedara. -Dale de cenar a mi amigo también, ¿quieres corazón?-, murmuró en el oído del chaval. Mas cuando empezaba su camino hacia Markov esta le detuvo del brazo e introdujo una nueva orden en su mente, -suicídate antes de que él te mate-. Parte del placer de beber de alguien era el acabar arrancándoles la vida, Markov llevaba tanto tiempo sin lo uno como sin lo otro y por experiencia ella sabía que lo necesitaba. Quitarle la posibilidad de matar al joven que le ofrecía su sangre lo frustraría aún más y acabaría cediendo a la pelea simplemente para hacerle pagar a la duquesa esa tortura.
-Alguien muy sabio dijo una vez: Todo lo vence el hombre, menos el hambre. -, ninguna frase podía definir mejor ese momento que la dicha por Séneca. No esperaba buenos modales del vampiro por dos razones, la primera era que lo había estudiado con suficiente detalle como para saber que no era un hombre refinado, y la segunda, ¿quién trataría bien a quien te hace la vida imposible? Pero eso era lo que deseaba Milenka esa noche y por ello le había dado el poder de descubrir su identidad al fin. La verdad más absoluta es que el maldito ganaba de cerca, los ojos claros parecían suavizar levemente la dureza de su rostro y cuerpo, mas sus palabras destilaban rabia por lo sucedido.
Se hizo a un lado imitando sus gestos al analizarla e incluso llegó a dar una vuelta a su alrededor ahora que lo tenía cerca. Era una delicia para los sentidos, uno de los vampiros más grandes que había conocido, cada fibra de su cuerpo estaba en tensión y eso hacía que los músculos de su torso lucieran marcados. Pero era lógico, ¿o acaso era cómodo no saber nada de quien tanto sabía de ti? -Mi sire me enseñó lo que pudo, que no fue poco. Pero la vida en pareja me aburre soberanamente así que cuando lo consideré me alejé de él-, poco a poco le daría datos a Markov, datos para que fuera conociendo su mentalidad y ganas de diversión constante. -Duquesa Mayfair del Sacro Imperio- extendió la mano hacia él como si tal cosa. Cualquiera de los hombres que se encontraban a su alrededor les podría oír pero eso no era más que adrenalina para Milenka y creía que también para su adversario. Sus gestos denotaban la lucha interna que tenía entre la rabia contenida, el deseo y la locura que se desataría si la atacaba. Cada uno de los hombres que estaban allí –bueno salvo alguno que pensara que podría beneficiarse de la situación- la defendería si Markov le ponía una mano encima; y si bien es cierto que eso no le detendría sí sería un problema a la mañana siguiente por la cantidad de muertos encontrados allí. Para Milenka no sería un problema, pero para Markov… bueno él estaba asentado en París, tenía su trabajo y parecía ser que varios problemas y desapariciones siguientes. La policía no estaba ciega aunque en ocasiones lo pareciera, por lo que por el momento debía controlarse. Rió sabiendo que la mente del vampiro vagaba por los mismos derroteros que los propios y sus puños se cerraron de pura rabia.
-No pretendo enfadarte Markov…-, su voz se tornó aterciopelada, peor que la de cualquier sirena en busca de marineros incautos, -me gustas, por eso te seguido y desquiciado. Te doy dos opciones, me voy de aquí y me das caza tú a mi o peleamos y eliminas esa tensión que con estos despojos no lograrás aunque les mates a todos-, extendió sus brazos ante él. La pelota estaba ahora en su tejado, para ella ambas opciones eran grandiosas, no le permitirían relajarse y esa carga de furia era la que necesitaba sentir de nuevo. Hacía años que no peleaba de verdad y nadie mejor que quien se erguía frente a ella para medirse. A su favor, haber comido recientemente, la agilidad, falta de escrúpulos y por supuesto su sangre vikinga. En contra, la edad, el tamaño de su oponente y la dureza de este, no se contendría a la hora de atacarla ahora que esta misma le estaba dando el poder de hacerlo. Con la misma lentitud con que había dejado el pañuelo en la barrera, se acercó a uno de los jóvenes que parecía estar atento a su conversación, -pequeño… es de mala educación escuchar conversaciones ajenas-, chistó con la lengua en señal de reprobación y acto seguido –tras ordenarle, mediante la persuasión, guardar silencio- hincó los colmillos en su muñeca. La sangre siempre había sido bendición y maldición para los vampiros, Markov estaba sediento y el mero olor de la sangre corriendo por la garganta de Milenka desactivaría la poca cordura que le quedara. -Dale de cenar a mi amigo también, ¿quieres corazón?-, murmuró en el oído del chaval. Mas cuando empezaba su camino hacia Markov esta le detuvo del brazo e introdujo una nueva orden en su mente, -suicídate antes de que él te mate-. Parte del placer de beber de alguien era el acabar arrancándoles la vida, Markov llevaba tanto tiempo sin lo uno como sin lo otro y por experiencia ella sabía que lo necesitaba. Quitarle la posibilidad de matar al joven que le ofrecía su sangre lo frustraría aún más y acabaría cediendo a la pelea simplemente para hacerle pagar a la duquesa esa tortura.
Milenka Mayfair- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 11/06/2015
Re: El gladiador y la vikinga || A. Markov Duncan
-Una proposición totalmente fuera de lugar- le respondió el vampiro a la dama. Pero claro también el hecho de que aquella mujer se hubiera fijado en él y ahora estuviera delante de él, entregándole su cuerpo como recreo, sino que además le dio un jugoso tributo de sangre virgen, suave y vital. Markov se llevó el pulgar a la boca y se rascó el labio inferior meditando, el gladiador parecía contemplar las posibilidades del encuentro pero era cierto, que la poca paciencia que tenía, Milenka se la fumó sin apenas esfuerzo. Cuando el niño se entregó a él, le recogió en brazos y bebió sin poder ni querer controlarlo hasta que en el momento crítico el joven se llevó las manos a su cabeza y la giró de un movimiento brusco que hizo que crujieran los huesecillos de su cuerpo. Su barba y su boca aún estaban manchadas de sangre y Markov la miró- Acepto el duelo, duquesita. Te enseñaré modales- le dijo pasando de largo y pegando un salto dentro del rin.
Los murmullos empezaron con llamadas de atención entre los asistentes, otros empezaron a hacer apuestas incrédulos por el duelo que iban a observar pero a Markov poco le importaba. Sabía que aquella mujer no se metía en una pelea si tenía la posibilidad de perder, pero él, que era el Dios de Guerra encarnado en un vampiro tan antiguo, de lo único que sabía en su vida era de guerra y muerte. Aquella mujer parecía saber más de lo segundo que de lo primero, quizá por eso pecó de ingenua al retar a Markov. Su torso tatuado y desnudo seguía como antes, ahora su barba estaba algo manchada por la sangre que no hacía más que ponerle furioso e incitarle a desgarrar todas las gargantas del lugar. Aplaudió y movió los anchos brazos con intención de que sus músculos se calentaran, después como ritual pegó pequeños saltos en el sitio y dio un par de puñetazos al aire. Y en esa danza de boxeo la dama apareció. Se retiró el vestido quedándose con unos pantalones de corte femenino que Markov no había visto nunca, llevaba la camisa ligeramente abierta y su prominente escote lucía aún mejor. Markov estudió como con salero y coquetería se encandiló a la mitad de los hombres que estaban allí- ¡Montagne, esta damisela te va a patear el culo!-gritó un hombro colgado del cuadrilátero improvisado mientras reía. Markov le miró con el gesto serio que siempre tenía y el hombre se calló instantáneamente- Veo que tienes muchos admiradores-le dijo dando vueltas en su lugar, como un lobo hambriento, inquieto por que comenzara aquel teatro- No es nada personal, pero has jugado con mi comida y creo que si tu Sire no te ha enseñado modales, tenga que enseñártelos yo- y en ese momento el árbitro que tenía serias dudas por la equidad del combate se acercó a Milenka, seguramente para preguntarse si estaba segura de querer ese combate a lo que ella no le contestó sino que se rio jactanciosa.
El árbitro salió del rin y gritó que si ambos estaban preparados- Nada de trampas, ni de conducta antideportiva. Nada de arena o gravilla al rostro, nada de utilizar cosas ajenas a vuestro cuerpo- escupía el árbitro, mientras Markov no quitaba la mirada de Milenka. Nunca contestaba, su concentración le hizo analizar el cuerpo de Milenka buscar las zonas fuertes y los puntos débiles-¡Adelante!- gritó el árbitro. Por primera vez los pasos de Markov se dirigieron seguros hacia ella. Alargó el brazo con intención de darle un puñetazo, pero que por supuesto dio al aire pues Milenka tenía muchos reflejos. Lo cogió por él y con agilidad enroscó sus piernas a su brazo y tronco, usó su propia fuerza para agarrarle en una llave y le derribó en el suelo. Markov que no se lo esperaba tocó con todo su cuerpo la gravilla del suelo, y dio la razón a su mente, aquella mujer no se metía en una batalla pírrica. Pero Markov era un metro ochenta de puta testosterona y fuerza gladiadora. Abrió sus brazos gritando por el esfuerzo y logró separarse del abrazo de Milenka y levantándose la contempló en el suelo. Milenka tenía su cuerpo recostado sobre los codos, sus piernas se balanceaban una encima de la otra, en una actitud la mar de relajada y Markov sonrió abiertamente-¿Te aburres?- preguntó dando una patada a sus piernas haciendo que se separaran. Ella clavó su mirada en la de Markov y le dio una patada en mitad de sus partes que hizo que se encogiera sobre sí mismo. La gente gritó y se rió lo suficiente como para que Markov se recompusiera lo más rápido que pudiera y ladeó el rostro triscándose el cuello. “Se acabó”.
Daba dos pasos y en cada uno de ellos muchos puñetazos, en más de uno logró alcanzar el abdomen de Milenka , si podía evitar dañarle la cara lo haría, pero no se lo estaba poniendo fácil. Cuando ella intentó zafarse, Markov la cogió del cuello y la lanzó contra el rin que se tambaleó y la gente se alejó asustada por la poca consistencia que parecía tener. Markov avanzó hacia ella y le dio una soberana patada en el abdomen, intentó darle una segunda, pero al contrario que los humanos, que se encogían sobre sí mismos para reducir el daño, Milenka respondió deteniendo el pie del gladiador y con su mano diestra abierta le proyectó toda la fuerza de su cuerpo justo en el esternón haciendo que Markov retrocediera. Ambos empezaban a tener estragos de la pelea- Ven con papá-dijo moviendo las manos como si fuera una invitación a que se acercara.
Los murmullos empezaron con llamadas de atención entre los asistentes, otros empezaron a hacer apuestas incrédulos por el duelo que iban a observar pero a Markov poco le importaba. Sabía que aquella mujer no se metía en una pelea si tenía la posibilidad de perder, pero él, que era el Dios de Guerra encarnado en un vampiro tan antiguo, de lo único que sabía en su vida era de guerra y muerte. Aquella mujer parecía saber más de lo segundo que de lo primero, quizá por eso pecó de ingenua al retar a Markov. Su torso tatuado y desnudo seguía como antes, ahora su barba estaba algo manchada por la sangre que no hacía más que ponerle furioso e incitarle a desgarrar todas las gargantas del lugar. Aplaudió y movió los anchos brazos con intención de que sus músculos se calentaran, después como ritual pegó pequeños saltos en el sitio y dio un par de puñetazos al aire. Y en esa danza de boxeo la dama apareció. Se retiró el vestido quedándose con unos pantalones de corte femenino que Markov no había visto nunca, llevaba la camisa ligeramente abierta y su prominente escote lucía aún mejor. Markov estudió como con salero y coquetería se encandiló a la mitad de los hombres que estaban allí- ¡Montagne, esta damisela te va a patear el culo!-gritó un hombro colgado del cuadrilátero improvisado mientras reía. Markov le miró con el gesto serio que siempre tenía y el hombre se calló instantáneamente- Veo que tienes muchos admiradores-le dijo dando vueltas en su lugar, como un lobo hambriento, inquieto por que comenzara aquel teatro- No es nada personal, pero has jugado con mi comida y creo que si tu Sire no te ha enseñado modales, tenga que enseñártelos yo- y en ese momento el árbitro que tenía serias dudas por la equidad del combate se acercó a Milenka, seguramente para preguntarse si estaba segura de querer ese combate a lo que ella no le contestó sino que se rio jactanciosa.
El árbitro salió del rin y gritó que si ambos estaban preparados- Nada de trampas, ni de conducta antideportiva. Nada de arena o gravilla al rostro, nada de utilizar cosas ajenas a vuestro cuerpo- escupía el árbitro, mientras Markov no quitaba la mirada de Milenka. Nunca contestaba, su concentración le hizo analizar el cuerpo de Milenka buscar las zonas fuertes y los puntos débiles-¡Adelante!- gritó el árbitro. Por primera vez los pasos de Markov se dirigieron seguros hacia ella. Alargó el brazo con intención de darle un puñetazo, pero que por supuesto dio al aire pues Milenka tenía muchos reflejos. Lo cogió por él y con agilidad enroscó sus piernas a su brazo y tronco, usó su propia fuerza para agarrarle en una llave y le derribó en el suelo. Markov que no se lo esperaba tocó con todo su cuerpo la gravilla del suelo, y dio la razón a su mente, aquella mujer no se metía en una batalla pírrica. Pero Markov era un metro ochenta de puta testosterona y fuerza gladiadora. Abrió sus brazos gritando por el esfuerzo y logró separarse del abrazo de Milenka y levantándose la contempló en el suelo. Milenka tenía su cuerpo recostado sobre los codos, sus piernas se balanceaban una encima de la otra, en una actitud la mar de relajada y Markov sonrió abiertamente-¿Te aburres?- preguntó dando una patada a sus piernas haciendo que se separaran. Ella clavó su mirada en la de Markov y le dio una patada en mitad de sus partes que hizo que se encogiera sobre sí mismo. La gente gritó y se rió lo suficiente como para que Markov se recompusiera lo más rápido que pudiera y ladeó el rostro triscándose el cuello. “Se acabó”.
Daba dos pasos y en cada uno de ellos muchos puñetazos, en más de uno logró alcanzar el abdomen de Milenka , si podía evitar dañarle la cara lo haría, pero no se lo estaba poniendo fácil. Cuando ella intentó zafarse, Markov la cogió del cuello y la lanzó contra el rin que se tambaleó y la gente se alejó asustada por la poca consistencia que parecía tener. Markov avanzó hacia ella y le dio una soberana patada en el abdomen, intentó darle una segunda, pero al contrario que los humanos, que se encogían sobre sí mismos para reducir el daño, Milenka respondió deteniendo el pie del gladiador y con su mano diestra abierta le proyectó toda la fuerza de su cuerpo justo en el esternón haciendo que Markov retrocediera. Ambos empezaban a tener estragos de la pelea- Ven con papá-dijo moviendo las manos como si fuera una invitación a que se acercara.
A. Markov Duncan- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 26/01/2016
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Re: El gladiador y la vikinga || A. Markov Duncan
Sonrió complacida por la decisión de Markov, aunque con sinceridad no esperaba otra. Le hizo un gesto para que se adelantara a ella, como si se tratara él de la señorita a la que había que dejar pasar primero. Si bien era cierto que Milenka siempre quería ganar, salirse con la suya e incluso humillar a los demás, en ese caso tan solo deseaba diversión. La mirada se quedó clavada en la ajena ignorando por completo a quienes gritaban fuera de la arena, más que humano parecía una bestia encerrada y deseosa de matar a todos los presentes y no había nada más excitante para Milenka que un hombre como él enfadado. Con una delicadeza innata en ella se deshizo del pomposo vestido, nadie había dicho nada sobre usar sus armas de mujer y ella jamás jugaba limpio, se acarició el filo de los dientes con la lengua al quedar con ese pantalón entallado hasta la parte inferior del busto y una camisa blanca con un más que pronunciado escote. Tan solo tuvo que mirar con fijeza al árbitro para que este se retirara de su lado y saliera del ring, si se hubiera quedado junto a ella un segundo más lo habría matado por el mero hecho de haberse tomado la libertad de rozarle el brazo, pero aguantó ese segundo pues su atención estaba puesta a Markov y era con él con quien deseaba divertirse esa velada. Fingió un puchero cuando el árbitro se puso a anunciar las normas que habían de respetar para pelear allí y negó con la cabeza pues eso le quitaba gran parte de la diversión al juego pero por esa vez actuaría de una manera civilizada al menos por el momento.
Ni una palabra salió de los labios de Milenka en respuesta al árbitro ni a Markov. Él dejaba ver que se creía superior a ella, la subestimaba y ese era su gran error. La vampiresa conocía su historia o al menos de dónde provenía su contrincante, era conocedora de su época como gladiador de lo bueno que era en el cuerpo a cuerpo y sobre todo de la poca moral que tenía cuando de acabar con una vida ajena se trataba. Pero él desconocía de dónde provenía Milenka, cuál era su edad y cómo lograba sobrevivir aún siendo humana. Todo ello dejó depositada una sonrisa en sus labios más que dispuesta a mostrarle que hubiera sido mejor para él no aceptar aquel duelo, porque era más que posible que la ganara pero no de una manera tan fácil como debía pensar. En cuanto el árbitro acabó de hablar estiró su cuerpo por completo, giró el cuello para relajarlo, hizo sonar sus nudillos y la espalda. Estaban listos.
Como suponía, las ansias de acabar con ella le hicieron dar el primer golpe que pudo esquivar con relativa facilidad pues su velocidad era más que notable. Con la misma por su parte, logró cogerle por sorpresa y derribarle usando el propio peso de su cuerpo, momento que no duró mucho pues Markov se puso en pie en cuanto le fue posible, siendo esta quien estaba ahora tendida en la arena aunque con algo más de clase. No podía no reírse con aquella pelea, al igual que lo hacían los hombres que aporreaban los tablones de madera que vallaban el ring. La serie de golpes que se asestaron mutuamente a continuación fue digna de ver, ambos aseguraron para el local estar lleno cada noche desde ese día pues todos los que estaban en él hablarían de ese momento y cada uno de los hombres de París acudiría por si tenía la suerte de ver algo parecido. En el momento en que su propio cuerpo chocó con la madera haciendo que esta se resquebrajara y recibió la primera patada de Markov su rostro cambió. El orgullo pudo con ella y torció el gesto mientras se retiraba los mechones oscuros de la cara. Esta vez fue con todo contra el vampiro. En cuanto se levantó cargó contra el cuerpo ajeno haciendo que este chocara con el otro extremo de los tablones, en el mismo momento del impacto comenzó a asestar tanto puñetazos como rodillazos contra el vampiro logrando marearle de tal manera que este golpeaba al aire cuando se trataba de defender. -¿Quién vacila ahora?-, le espetó antes de separarse de su cuerpo y qutiarse la camisa que ya estaba hecha girones. La respiración de ambos estaba entrecortada, hacía tiempo que Milenka no se enfrentaba a alguien del peso –en todos los sentidos- de Markov y a él parecía pasarlo lo mismo. Ambos tenían negruras por el torso y la sangre se deslizaba por los labios partidos debido a los puñetazos, se intuían aún más que antes los colmillos prominentes por la rabia así como los ojos carmesí que no dejaban duda de la ferocidad de ese par de luchadores innatos.
Podían haber pasado horas así hasta que uno cometiera un error, pero fue ella quien lo hizo y antes de lo esperado. Le dio la espalda, tan simple como eso. Un error de principiante, un error que jamás antes había cometido y que fue su perdición. Aún antes de que Markov cayera sobre ella, esta ya se había dado cuenta de la fatalidad de sus pasos. Al igual que le pasara a él en el comienzo de la pelea, se quedó tumbada boca abajo sobre la arena con todo el peso de Markov sobre su cuerpo. Este no necesitó golpearla más, tan solo necesitó aplastarla y esta pese a sus esfuerzos fue incapaz de quitárselo de encima. Un gruñido que más bien parecía de un animal que de una mujer, escapó de lo más profundo de su garganta al conocer así al ganador de la contienda. La norma era golpear el suelo para darse por vencido pero jamás lograrían eso de Milenka, pues si Markov le daba el más mínimo espacio volvería a cargar contra él. Sin embargo, el árbitro –que parecía estar desquiciado con aquella pelea- no esperó apenas medio minuto para dar por finalizada la contienda y así quedó liberada Milenka del peso del vampiro mas no del de la derrota, al que nada estaba acostumbrada. -No defraudas…-, declaró ella al ponerse en pie sacudiendo la arena que tenía pegada al torso prácticamente desnuco, salvo por el sujetador que aún estaba intacto.
Ni una palabra salió de los labios de Milenka en respuesta al árbitro ni a Markov. Él dejaba ver que se creía superior a ella, la subestimaba y ese era su gran error. La vampiresa conocía su historia o al menos de dónde provenía su contrincante, era conocedora de su época como gladiador de lo bueno que era en el cuerpo a cuerpo y sobre todo de la poca moral que tenía cuando de acabar con una vida ajena se trataba. Pero él desconocía de dónde provenía Milenka, cuál era su edad y cómo lograba sobrevivir aún siendo humana. Todo ello dejó depositada una sonrisa en sus labios más que dispuesta a mostrarle que hubiera sido mejor para él no aceptar aquel duelo, porque era más que posible que la ganara pero no de una manera tan fácil como debía pensar. En cuanto el árbitro acabó de hablar estiró su cuerpo por completo, giró el cuello para relajarlo, hizo sonar sus nudillos y la espalda. Estaban listos.
Como suponía, las ansias de acabar con ella le hicieron dar el primer golpe que pudo esquivar con relativa facilidad pues su velocidad era más que notable. Con la misma por su parte, logró cogerle por sorpresa y derribarle usando el propio peso de su cuerpo, momento que no duró mucho pues Markov se puso en pie en cuanto le fue posible, siendo esta quien estaba ahora tendida en la arena aunque con algo más de clase. No podía no reírse con aquella pelea, al igual que lo hacían los hombres que aporreaban los tablones de madera que vallaban el ring. La serie de golpes que se asestaron mutuamente a continuación fue digna de ver, ambos aseguraron para el local estar lleno cada noche desde ese día pues todos los que estaban en él hablarían de ese momento y cada uno de los hombres de París acudiría por si tenía la suerte de ver algo parecido. En el momento en que su propio cuerpo chocó con la madera haciendo que esta se resquebrajara y recibió la primera patada de Markov su rostro cambió. El orgullo pudo con ella y torció el gesto mientras se retiraba los mechones oscuros de la cara. Esta vez fue con todo contra el vampiro. En cuanto se levantó cargó contra el cuerpo ajeno haciendo que este chocara con el otro extremo de los tablones, en el mismo momento del impacto comenzó a asestar tanto puñetazos como rodillazos contra el vampiro logrando marearle de tal manera que este golpeaba al aire cuando se trataba de defender. -¿Quién vacila ahora?-, le espetó antes de separarse de su cuerpo y qutiarse la camisa que ya estaba hecha girones. La respiración de ambos estaba entrecortada, hacía tiempo que Milenka no se enfrentaba a alguien del peso –en todos los sentidos- de Markov y a él parecía pasarlo lo mismo. Ambos tenían negruras por el torso y la sangre se deslizaba por los labios partidos debido a los puñetazos, se intuían aún más que antes los colmillos prominentes por la rabia así como los ojos carmesí que no dejaban duda de la ferocidad de ese par de luchadores innatos.
Podían haber pasado horas así hasta que uno cometiera un error, pero fue ella quien lo hizo y antes de lo esperado. Le dio la espalda, tan simple como eso. Un error de principiante, un error que jamás antes había cometido y que fue su perdición. Aún antes de que Markov cayera sobre ella, esta ya se había dado cuenta de la fatalidad de sus pasos. Al igual que le pasara a él en el comienzo de la pelea, se quedó tumbada boca abajo sobre la arena con todo el peso de Markov sobre su cuerpo. Este no necesitó golpearla más, tan solo necesitó aplastarla y esta pese a sus esfuerzos fue incapaz de quitárselo de encima. Un gruñido que más bien parecía de un animal que de una mujer, escapó de lo más profundo de su garganta al conocer así al ganador de la contienda. La norma era golpear el suelo para darse por vencido pero jamás lograrían eso de Milenka, pues si Markov le daba el más mínimo espacio volvería a cargar contra él. Sin embargo, el árbitro –que parecía estar desquiciado con aquella pelea- no esperó apenas medio minuto para dar por finalizada la contienda y así quedó liberada Milenka del peso del vampiro mas no del de la derrota, al que nada estaba acostumbrada. -No defraudas…-, declaró ella al ponerse en pie sacudiendo la arena que tenía pegada al torso prácticamente desnuco, salvo por el sujetador que aún estaba intacto.
Milenka Mayfair- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 11/06/2015
Re: El gladiador y la vikinga || A. Markov Duncan
Se habían subestimado ambos y eso era un error garrafal. Milenka se erguía después de ese combate con el gesto serio, como si hubiera aprendido una lección y no hubiera perdido la contienda. Al igual que Markov, que no se sentía orgulloso por haber luchado contra una mujer, aunque fuera un vampiro, frente a innumerables desconocidos, pero en su fuero interno su conciencia clamaba la victoria que había conseguido. Una más para el montón.
Se pasó una toalla húmeda que tenía a un lado, se quitó toda la sangre seca, la arena que se había incrustado a su piel como un tatuaje más y se limpió la cara. Aún notaba en pequeños movimientos cómo le dolían los golpes que había recibido. Se concentró en ese dolor que le gustaba tanto a pesar de parecer masoquista. Le hacía sentir más vivo que nunca, el dolor enseñaba, el dolor ayudaba y por supuesto enseñaba. Cuando se recreaba en cada punzada de dolor, la voz de Milenka irrumpió en sus oídos, como un bálsamo- Tu tampoco, te he subestimado-dijo el gladiador a la vikinga que se había recolocado el atuendo- Sinceramente pensaba que estabas loca por querer participar en una pelea, pero visto lo visto. Las apariencias engañan- soltó cruzándose de brazos ante ella, en actitud relajada y no defensiva. Por supuesto que las apariencias engañaban, la mujer que estaba frente a él, pertenecía a la nobleza, sus modales también eran finos y recatados, incluso coquetos. Pero su cuerpo estaba curtido en mil batallas, sus labios profetizaban el infierno de más de un infeliz y no era una damisela en apuros, sino una damisela que los creaba.
Markov salió el ring, dispuesto a marcharse, pero esperó a que Milenka le acompañara, en silencio, seguramente ambos estaban sacando conclusiones del otro- Y dime, ¿Cuántos años tienes?- preguntó por la curiosidad que le daba- ¿A qué te dedicas o te dedicabas?-volvió a referirse a ella- Te manejas muy bien en el combate cuerpo a cuerpo, así que dudo que fueras de alta cuna siempre. Por eso pregunto- el gladiador había decidido prestarle el beneficio de la duda a aquella mujer, le llamaba especialmente la atención esa depredadora y por supuesto, le llamaba la atención su pasado. Caminando sin darse cuenta iban por la orilla del Sena, envuelto en conversaciones intranscendentes, pero más de lo que ambos esperaban encontrar aquella noche. Markov había salido a por su dosis de violencia diaria y Milenka a jugar, ambos vivían de noche, aunque uno como patán, no tenía la habilidad de aquella mujer-araña, que engatusaba, manipulaba y embaucaba a cualquiera, estaba repleta de información. Todo en ella estaba hecho para atraer y para morir. Una mujer, una perra del infierno.
-Bueno, se podría decir que soy italiano, nacido en la Antigua Roma, así que no sé en qué lugar me deja eso y ni me importa. Pero bueno, mi empleo siempre fue el de luchador, un guerrero y supongo que el hecho de ser un vampiro, potenció esos rasgos característicos. Aunque no entiendo mucho, simplemente sobrevivo cada día- le explicó. Porque para Markov el futuro no existía, vivía el presente, disfrutaba de las cosas pequeñas, era un hombre de acción y con los pies en la tierra, no tenía que preocuparse ni del dinero, ni de la ostentación. Cuando quería o necesitaba algo lo tenía, y hacía lo que fuera para conseguirlo. Pero mientras escuchaba a Milenka, sintió que había encontrado a alguien como él- Háblame más de ti, eres la primera inmortal que encuentro en París- le explicó y metió las manos en los bolsillos de la ajada chaqueta que le caracterizaba y escuchó con atención los detalles o la pequeña historia de aquella inmortal- Me he cruzado a muchos por el camino, pero ninguno que despertara mi interés como tú. Todos son jóvenes, tan solo buscando el calor de la sangre, la vida de excesos y poco más. Es como si los valores no tuvieran cabida en nuestra especie, o que con el paso del tiempo la gente los olvidara- comentó su extraña visión de los vampiros en esa época, en esa circunstancia y todos lo que se había tomado en el camino de su vida- Me alegro de que tu no seas como ellos. Me consideraba un bicho raro- le sonrió con un pequeño tono de broma a la mujer que paseaba a su lado- ¿Hay algo de mí que quieras saber?- aunque acabara de hablar con una pregunta, le dejaba la vía libre a aquella mujer, para que ella preguntara, pero por su forma de caminar, hablar y conocer a un vampiro como Markov, supuso que ella se había topado con muchos vampiros como él a lo largo de su vida y que no era un caso excepcional como a él le parecía ella.
Se pasó una toalla húmeda que tenía a un lado, se quitó toda la sangre seca, la arena que se había incrustado a su piel como un tatuaje más y se limpió la cara. Aún notaba en pequeños movimientos cómo le dolían los golpes que había recibido. Se concentró en ese dolor que le gustaba tanto a pesar de parecer masoquista. Le hacía sentir más vivo que nunca, el dolor enseñaba, el dolor ayudaba y por supuesto enseñaba. Cuando se recreaba en cada punzada de dolor, la voz de Milenka irrumpió en sus oídos, como un bálsamo- Tu tampoco, te he subestimado-dijo el gladiador a la vikinga que se había recolocado el atuendo- Sinceramente pensaba que estabas loca por querer participar en una pelea, pero visto lo visto. Las apariencias engañan- soltó cruzándose de brazos ante ella, en actitud relajada y no defensiva. Por supuesto que las apariencias engañaban, la mujer que estaba frente a él, pertenecía a la nobleza, sus modales también eran finos y recatados, incluso coquetos. Pero su cuerpo estaba curtido en mil batallas, sus labios profetizaban el infierno de más de un infeliz y no era una damisela en apuros, sino una damisela que los creaba.
Markov salió el ring, dispuesto a marcharse, pero esperó a que Milenka le acompañara, en silencio, seguramente ambos estaban sacando conclusiones del otro- Y dime, ¿Cuántos años tienes?- preguntó por la curiosidad que le daba- ¿A qué te dedicas o te dedicabas?-volvió a referirse a ella- Te manejas muy bien en el combate cuerpo a cuerpo, así que dudo que fueras de alta cuna siempre. Por eso pregunto- el gladiador había decidido prestarle el beneficio de la duda a aquella mujer, le llamaba especialmente la atención esa depredadora y por supuesto, le llamaba la atención su pasado. Caminando sin darse cuenta iban por la orilla del Sena, envuelto en conversaciones intranscendentes, pero más de lo que ambos esperaban encontrar aquella noche. Markov había salido a por su dosis de violencia diaria y Milenka a jugar, ambos vivían de noche, aunque uno como patán, no tenía la habilidad de aquella mujer-araña, que engatusaba, manipulaba y embaucaba a cualquiera, estaba repleta de información. Todo en ella estaba hecho para atraer y para morir. Una mujer, una perra del infierno.
-Bueno, se podría decir que soy italiano, nacido en la Antigua Roma, así que no sé en qué lugar me deja eso y ni me importa. Pero bueno, mi empleo siempre fue el de luchador, un guerrero y supongo que el hecho de ser un vampiro, potenció esos rasgos característicos. Aunque no entiendo mucho, simplemente sobrevivo cada día- le explicó. Porque para Markov el futuro no existía, vivía el presente, disfrutaba de las cosas pequeñas, era un hombre de acción y con los pies en la tierra, no tenía que preocuparse ni del dinero, ni de la ostentación. Cuando quería o necesitaba algo lo tenía, y hacía lo que fuera para conseguirlo. Pero mientras escuchaba a Milenka, sintió que había encontrado a alguien como él- Háblame más de ti, eres la primera inmortal que encuentro en París- le explicó y metió las manos en los bolsillos de la ajada chaqueta que le caracterizaba y escuchó con atención los detalles o la pequeña historia de aquella inmortal- Me he cruzado a muchos por el camino, pero ninguno que despertara mi interés como tú. Todos son jóvenes, tan solo buscando el calor de la sangre, la vida de excesos y poco más. Es como si los valores no tuvieran cabida en nuestra especie, o que con el paso del tiempo la gente los olvidara- comentó su extraña visión de los vampiros en esa época, en esa circunstancia y todos lo que se había tomado en el camino de su vida- Me alegro de que tu no seas como ellos. Me consideraba un bicho raro- le sonrió con un pequeño tono de broma a la mujer que paseaba a su lado- ¿Hay algo de mí que quieras saber?- aunque acabara de hablar con una pregunta, le dejaba la vía libre a aquella mujer, para que ella preguntara, pero por su forma de caminar, hablar y conocer a un vampiro como Markov, supuso que ella se había topado con muchos vampiros como él a lo largo de su vida y que no era un caso excepcional como a él le parecía ella.
A. Markov Duncan- Vampiro Clase Alta
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Localización : Actualmente: París
Re: El gladiador y la vikinga || A. Markov Duncan
Esa noche la tensión había sido aplacada no por sexo sino por golpes. En condiciones normales eso habría sido el punto y final de la relación con Markov, pero él no era como los vampiros que acostumbraba a cruzarse ni como los dos a los que odiaba y amaba al mismo tiempo. Duncan tenía una manera de ver el mundo muy diferente pero en cierta manera similar a la propia, era más simple en la toma de decisiones y menos impulsivo, pero poco le importaban las vidas humanas y rodearse del hedor de estos para conseguir saciar sus ganas de sangre y lucha. Caminó junto a él en silencio durante un rato, no se conocían, tan sólo Milenka conocía parte de los gustos ajenos por el tiempo que dedicó al estudio de este y sus víctimas pero nada más allá de eso. Era cuanto menos curiosa la mente de la milenaria, ¿quién en su sano juicio valoraría tener amistad con alguien con quien tan solo había luchado? Aunque claro, nadie dijo que Milenka estuviera cuerda. -No llevo la cuenta ya… Hace varios siglos que dejé de respirar, pero un milenio más o menos, ¿y tú?-, él olía, sabía y se movía como un antiguo. Cada uno de los sentidos de Milenka le alertaban continuamente de la edad de Markov. -No me dedico a nada en absoluto. Me divierto, torturo, cazo, mato, bebo, follo. En definitiva: juego.- No podría haber otra carta de presentación para alguien como ella, él ya se había dado cuenta de la falta de miedo y temeridad de quien lo acompañaba por la calle, como también de que no tenía cuidado alguno con las vidas ajenas o los sentimientos y reacciones.
-A quien pregunta, en el caso de que decida contestarles y no rebanarles el cuello con las uñas, le digo que soy londinense. No es así, soy vikinga, un pueblo mucho más antiguo que las civilizaciones actuales-, no podía estar más orgullosa de sus orígenes y así lo reflejaba en el tono de su voz y la barbilla alzada. -Pocas eran las mujeres a las que se les permitía acompañar a los hombres en los barcos en busca de poblados que atacar y saquear, que someter. Yo era una de ellas, vivía con ellos durante meses, luchaba a su lado y asesinaba a tantos hombres como ellos mismos. Era fiera y letal como el más corpulento de los hombres. Los dioses en quienes creía me daban la fuerza de mis víctimas cuando me bañaba en su sangre…-, alzó la mirada a la luna que asomaba intrépida entre las densas nubes que coronaban París esa noche. -Y entonces me asesinaron y una nueva Milenka regresó del Heiheim*-, no necesitaba explicar a qué se refería con aquello pues todos los vampiros conocían el infierno cuando renacían de sus propias cenizas. -Mi sire había seguido el rastro de cadáveres que íbamos dejando, nos vigilaba o más bien me estudiaba y consideró que el don que tengo para acabar con vidas ajenas debería perdurar. Lo que no supo es que este poder me haría enloquecer-, sonrió al mirar a Markov. -Viví con él hasta que me cansé, siempre me canso, ¿sabes?-, ya para ese momento parecía estar haciendo un monólogo en que no importaba más que su historia y a medida que la contaba iba recordando más detalles y más introspección había en ella.
-Consigo lo que quiero, siempre. Eso vuelve loco a cualquiera, me molesta que me contradigan, me crispa que hagan lo que ordeno. Nadie está a salvo junto a mí, no amo, no valoro a nadie salvo a mí misma.- ¿Quién se quedaría al lado de una mujer que se describía de una manera tan cruel y despiadada? Alguien que no le temiera y pocos había que se pudieran decir a salvo de sus ataques de ira y cambios repentinos de humor, Markov era uno de ellos. -Creo que sabes más de mi de lo que desearías conocer por lo que sí, deseo saber exactamente lo mismo por tu parte. ¿Cómo eres Markov? ¿Te ha enloquecido la soledad de la noche? ¿Has matado por placer? ¿Te carcome las entrañas eso que llaman remordimiento? -, la maldita estaba tan corrompida que disfrutaba con los secretos que este le pudiera contar. Habían llegado al final de una calle, más allá las zonas alejadas de la sociedad, ratas y campos de labriego. Estaban solos y la oscuridad les arropaba en sus confidencias, nadie sabía lo que les deparaba la noche, pero Milenka –por el momento- permanecía tranquila y atenta a todo lo que Markov había contado ya y lo que relataría a continuación. Ese gladiador podría tener algo tan único que la obligara a permanecer así, calma, sólo el tiempo juntos podría demostrar si algo así era realmente posible.
*Helheim – reino de la muerte en la mitología nórdica.
-A quien pregunta, en el caso de que decida contestarles y no rebanarles el cuello con las uñas, le digo que soy londinense. No es así, soy vikinga, un pueblo mucho más antiguo que las civilizaciones actuales-, no podía estar más orgullosa de sus orígenes y así lo reflejaba en el tono de su voz y la barbilla alzada. -Pocas eran las mujeres a las que se les permitía acompañar a los hombres en los barcos en busca de poblados que atacar y saquear, que someter. Yo era una de ellas, vivía con ellos durante meses, luchaba a su lado y asesinaba a tantos hombres como ellos mismos. Era fiera y letal como el más corpulento de los hombres. Los dioses en quienes creía me daban la fuerza de mis víctimas cuando me bañaba en su sangre…-, alzó la mirada a la luna que asomaba intrépida entre las densas nubes que coronaban París esa noche. -Y entonces me asesinaron y una nueva Milenka regresó del Heiheim*-, no necesitaba explicar a qué se refería con aquello pues todos los vampiros conocían el infierno cuando renacían de sus propias cenizas. -Mi sire había seguido el rastro de cadáveres que íbamos dejando, nos vigilaba o más bien me estudiaba y consideró que el don que tengo para acabar con vidas ajenas debería perdurar. Lo que no supo es que este poder me haría enloquecer-, sonrió al mirar a Markov. -Viví con él hasta que me cansé, siempre me canso, ¿sabes?-, ya para ese momento parecía estar haciendo un monólogo en que no importaba más que su historia y a medida que la contaba iba recordando más detalles y más introspección había en ella.
-Consigo lo que quiero, siempre. Eso vuelve loco a cualquiera, me molesta que me contradigan, me crispa que hagan lo que ordeno. Nadie está a salvo junto a mí, no amo, no valoro a nadie salvo a mí misma.- ¿Quién se quedaría al lado de una mujer que se describía de una manera tan cruel y despiadada? Alguien que no le temiera y pocos había que se pudieran decir a salvo de sus ataques de ira y cambios repentinos de humor, Markov era uno de ellos. -Creo que sabes más de mi de lo que desearías conocer por lo que sí, deseo saber exactamente lo mismo por tu parte. ¿Cómo eres Markov? ¿Te ha enloquecido la soledad de la noche? ¿Has matado por placer? ¿Te carcome las entrañas eso que llaman remordimiento? -, la maldita estaba tan corrompida que disfrutaba con los secretos que este le pudiera contar. Habían llegado al final de una calle, más allá las zonas alejadas de la sociedad, ratas y campos de labriego. Estaban solos y la oscuridad les arropaba en sus confidencias, nadie sabía lo que les deparaba la noche, pero Milenka –por el momento- permanecía tranquila y atenta a todo lo que Markov había contado ya y lo que relataría a continuación. Ese gladiador podría tener algo tan único que la obligara a permanecer así, calma, sólo el tiempo juntos podría demostrar si algo así era realmente posible.
*Helheim – reino de la muerte en la mitología nórdica.
Milenka Mayfair- Vampiro Clase Alta
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Re: El gladiador y la vikinga || A. Markov Duncan
No supo cómo sentirse respecto al examen psicológico que se había hecho Milenka a sí misma, pero desde luego que no tenía miedo. Era una mujer de otro tiempo, que vio por los milenios la forma de sobrevivir y de llevar consigo cada muerte, haciéndose partícipe de la responsabilidad de arrebatar una vida por placer. Sin embargo algo en su mente se tambaleaba, vivía una vida de excesos, una vida de puro hedonismo que seguramente había afectado a su cordura a lo largo de los años, Markov por experiencia sabía que llegar al extremo de los placeres era malo, pero él no era tan diferente de Milenka. Mientras pensaba en todo lo que le había dicho sus ojos le hacían un recorrido de vértigo desde sus incansables piernas largas cinceladas de los pies a una cintura que se contoneaba coqueta y femenina. Hasta unos ojos y una sonrisa, que dejaban ver el oscuro y frío corazón de una mujer condenada a estar sola de por vida, pero sola porque ella lo había decidido. Fue su mirada y su ceja levantada la que hizo que Markov despejara su mente y algo azorado dejaba de analizar su figura, más allá de ser una mujer, se le asemejaba a una diosa.
-¿Cómo soy?- repitió la pregunta- No soy tan inteligente como tu, cuando digo que hago algo, lo hago. No soy demasiado listo, pero si soy vampiro peligroso. Al contrario que tu, mi placer y mi cordura no dependen de la sangre humana, dependen de la violencia, de la lucha y de la guerra. Y gracias a los dioses, los humanos son tan idiotas para preservarlas- dijo cruzándose de brazos y marcando sus antebrazos en la angosta camisa- Siempre he estado solo, porque no necesito a nadie, todo es perecedero. Y el tiempo es tan nimio y tan rápido que veo todo descomponerse en cada segundo, de la misma forma que veo a los humanos envejecer cada día más. Pero podría decirte algo más de mí- le dijo mirando a sus ojos, ahora serio, no había pizca de sonrisa bajo esa poblada barba que llevaba- Soy un vampiro peligroso, pero también soy leal. No he traicionado a nadie que se haya ganado mi confianza y no tengo pensado hacerlo ahora. Odio lo políticamente correcto porque yo no lo soy, necesito sentirme libre, porque de lo contrario no controlaría ni mi fuerza ni mi mente, sería como un animal salvaje enjaulado e indómito. Fui un gladiador en mi tiempo, un esclavo perro de las satisfacciones violentas de la gente y antes que eso fui un centurión de la república de Roma. No suelo usar mis manos para matar, pero cuando tengo que ir a alguna batalla, siempre llevo mi espada. Por muy arcaico que suene, la espada de Damocles es mía, y con ella doy sacrificios a Ares. Que es mi verdadero Dios..- dijo inclinándose hacia delante y con un susurro se acercó para volverle a hablar- Y ese es mi verdadero Nombre. O Marte, si prefieres en la mitología Romana- y así terminó el monólogo de presentación que había hecho Markov de sí mismo. Y ahí estaban dos almas errantes, dos muertos en vida sentados en una de las orillas del Sena compartiendo las vivencias de lo que podrían ser cincuenta vidas.
-Somos muy diferentes – dijo divertido Markov- Humanamente hablando, se nota a la legua , por tu olor y por tu forma de vestir y caminar que eres de alta alcurnia, una mujer de sangre noble, que además hace alarde de ello y eso te abre las puertas a sangre tan pura y rica como quieras…- dijo riendo- Maldita seas, y por si fuera poco te has dedicado a buscar mis gustos gastronómicos y robarme la cena exquisita que estaba haciendo, desde los dioses saben cuánto- elevó los brazos con un falso gesto de indignación, algo divertido para dejar la noche que habían tenido atrás y pudieran relajarse un poco. Después de esa broma reinó el silencio, ambos estaban disfrutando de la compañía del otro, la compañía de un igual, de alguien que entendiera como se sentía, y sobre todo la brutalidad. – Pronto amanecerá Milenka, tenemos que ir yéndonos, imagino que vivirás a las afueras en un lujoso y enorme palacio, si quieres te acompaño hasta allí, no vaya a asaltarte un malhechor borracho de madrugada- dijo tratándola como una mujer humana en apuros paseando por las calles de París sola y con tanto peligro- Tranquila-dijo al ver la expresión en su rostro- Lo decía porque si te asalta yo también quiero la última copa antes de acostarme- y le dedicó una sonrisa ladina, que dejaba ver solo los dientes y el colmillo del lado izquierdo.
-¿Cómo soy?- repitió la pregunta- No soy tan inteligente como tu, cuando digo que hago algo, lo hago. No soy demasiado listo, pero si soy vampiro peligroso. Al contrario que tu, mi placer y mi cordura no dependen de la sangre humana, dependen de la violencia, de la lucha y de la guerra. Y gracias a los dioses, los humanos son tan idiotas para preservarlas- dijo cruzándose de brazos y marcando sus antebrazos en la angosta camisa- Siempre he estado solo, porque no necesito a nadie, todo es perecedero. Y el tiempo es tan nimio y tan rápido que veo todo descomponerse en cada segundo, de la misma forma que veo a los humanos envejecer cada día más. Pero podría decirte algo más de mí- le dijo mirando a sus ojos, ahora serio, no había pizca de sonrisa bajo esa poblada barba que llevaba- Soy un vampiro peligroso, pero también soy leal. No he traicionado a nadie que se haya ganado mi confianza y no tengo pensado hacerlo ahora. Odio lo políticamente correcto porque yo no lo soy, necesito sentirme libre, porque de lo contrario no controlaría ni mi fuerza ni mi mente, sería como un animal salvaje enjaulado e indómito. Fui un gladiador en mi tiempo, un esclavo perro de las satisfacciones violentas de la gente y antes que eso fui un centurión de la república de Roma. No suelo usar mis manos para matar, pero cuando tengo que ir a alguna batalla, siempre llevo mi espada. Por muy arcaico que suene, la espada de Damocles es mía, y con ella doy sacrificios a Ares. Que es mi verdadero Dios..- dijo inclinándose hacia delante y con un susurro se acercó para volverle a hablar- Y ese es mi verdadero Nombre. O Marte, si prefieres en la mitología Romana- y así terminó el monólogo de presentación que había hecho Markov de sí mismo. Y ahí estaban dos almas errantes, dos muertos en vida sentados en una de las orillas del Sena compartiendo las vivencias de lo que podrían ser cincuenta vidas.
-Somos muy diferentes – dijo divertido Markov- Humanamente hablando, se nota a la legua , por tu olor y por tu forma de vestir y caminar que eres de alta alcurnia, una mujer de sangre noble, que además hace alarde de ello y eso te abre las puertas a sangre tan pura y rica como quieras…- dijo riendo- Maldita seas, y por si fuera poco te has dedicado a buscar mis gustos gastronómicos y robarme la cena exquisita que estaba haciendo, desde los dioses saben cuánto- elevó los brazos con un falso gesto de indignación, algo divertido para dejar la noche que habían tenido atrás y pudieran relajarse un poco. Después de esa broma reinó el silencio, ambos estaban disfrutando de la compañía del otro, la compañía de un igual, de alguien que entendiera como se sentía, y sobre todo la brutalidad. – Pronto amanecerá Milenka, tenemos que ir yéndonos, imagino que vivirás a las afueras en un lujoso y enorme palacio, si quieres te acompaño hasta allí, no vaya a asaltarte un malhechor borracho de madrugada- dijo tratándola como una mujer humana en apuros paseando por las calles de París sola y con tanto peligro- Tranquila-dijo al ver la expresión en su rostro- Lo decía porque si te asalta yo también quiero la última copa antes de acostarme- y le dedicó una sonrisa ladina, que dejaba ver solo los dientes y el colmillo del lado izquierdo.
A. Markov Duncan- Vampiro Clase Alta
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Re: El gladiador y la vikinga || A. Markov Duncan
Tan diferente a James y tan atractivo. La brutalidad de Markov hacía de él un espécimen en peligro de extinción, no tenía medida, su cuerpo trabajado y enorme daba una ligera idea de lo que se podía avecinar en un enfrentamiento; pero nadie podría imaginarse la magnitud del ser a quien se enfrentaba. Claramente su forma de pensar era más tranquila que la de la milenaria, dejaba que todo fluyese de una manera más natural y simplemente se limitaba a tomar lo que necesitaba; no disfrutaba con el sufrimiento ajeno, no tenía la necesidad de destruir vidas para él continuar sus días. -Nunca has traicionado a nadie…-, repitió sus palabras sin poder creerse –y de hecho sin hacerlo- que un vampiro de su edad hubiera sido siempre leal. Aburrido. Todo ese discurso sobre sí mismo había sido instructivo, ahora sí conocía al vampiro por completo; toda la información que había ido recogiendo de las noches en que lo había estudiado y seguido estaba ahora ordenada en su mente. La información es poder y ella tenía un archivo inmenso en su cabeza que le daba el poder de controlar a quien deseara de maneras concisas y efectivas. -Sinceramente me gustabas más cuando solo sabía de ti tu dieta y la manera que tenías de luchar, pero no existe la perfección, ¿verdad?-. No era una mujer correcta, nunca lo había sido, decía lo que pensaba y si eso la llevaba a la guerra que así fuera. Podía hacer amigos como cansarse y traicionarles, en ese caso no sabía a qué punto deseaba llegar con Markov.
Negó repetidas veces -que no te confunda mi aspecto actual-, puntualizó mirándole a los ojos con seriedad. -ya te dije que era de las pocas gerreras de mi pueblo. Era la hija del líder pero eso no significa que estuviera acostumbrada a los lujos-. En ocasiones añoraba, si se podía llamar de alguna manera, aquellos tiempos junto a su gente; junto a los únicos con quienes llegó a considerar que podría convivir. -Ha sido en estos últimos años en los que me ha interesado comprar un título y vivir como si formara parte de todo ese circo. No me ocupo de las tierra de mi ducado, tan solo disfruto de mi fortuna y viajo de París a Londres o a mis tierras-, cogió un aire que no necesitaba y continuó hablando, -nunca he necesitado un título o buenos ropajes para alcanzar la sangre que deseara. La he tomado y ya está, no me planteo no hacer algo que deseo. Soy caprichosa como bien sabes-, comentó como respuesta a su comentario sobre la sangre robada. Se levantó sin hacer gesto alguno, pero de acuerdo con el apunte de este sobre la hora que era. Si no se daban prisa deberían resguardarse en cualquier cuchitril por lo que buscó un par de caballos atados a la entrada de una taberna, -hora de irse-.
Subió en su montura y la espoleó para salir al trote por las calles empedradas haciendo sonar los cascos del caballo. La gustaba más ir simplemente así, montando, que en un coche o carruaje. Su parte salvaje disfrutaba dominando las riendas, notando el aire chocando con su rostro y haciendo que fuera cada vez más rápido. Markov no se quedaba atrás y se encontraba en paralelo a ella, atento a sus movimientos para no perder su rastro y llegar entonces ambos a la casa de la vampiresa en las afueras. -¡Guardad los caballos!-, exclamó nada más cruzar la puerta y entrar en el hall. Acto seguido se quitó los guantes y el abrigo y los entregó a un tembloroso hombrecillo que estaba junto a la entrada. -Iremos al salón, que alguien nos sirva bebida-. Pasó ante Markov y le señaló la puerta del salón, para que se adentrara en la sala.
Negó repetidas veces -que no te confunda mi aspecto actual-, puntualizó mirándole a los ojos con seriedad. -ya te dije que era de las pocas gerreras de mi pueblo. Era la hija del líder pero eso no significa que estuviera acostumbrada a los lujos-. En ocasiones añoraba, si se podía llamar de alguna manera, aquellos tiempos junto a su gente; junto a los únicos con quienes llegó a considerar que podría convivir. -Ha sido en estos últimos años en los que me ha interesado comprar un título y vivir como si formara parte de todo ese circo. No me ocupo de las tierra de mi ducado, tan solo disfruto de mi fortuna y viajo de París a Londres o a mis tierras-, cogió un aire que no necesitaba y continuó hablando, -nunca he necesitado un título o buenos ropajes para alcanzar la sangre que deseara. La he tomado y ya está, no me planteo no hacer algo que deseo. Soy caprichosa como bien sabes-, comentó como respuesta a su comentario sobre la sangre robada. Se levantó sin hacer gesto alguno, pero de acuerdo con el apunte de este sobre la hora que era. Si no se daban prisa deberían resguardarse en cualquier cuchitril por lo que buscó un par de caballos atados a la entrada de una taberna, -hora de irse-.
Subió en su montura y la espoleó para salir al trote por las calles empedradas haciendo sonar los cascos del caballo. La gustaba más ir simplemente así, montando, que en un coche o carruaje. Su parte salvaje disfrutaba dominando las riendas, notando el aire chocando con su rostro y haciendo que fuera cada vez más rápido. Markov no se quedaba atrás y se encontraba en paralelo a ella, atento a sus movimientos para no perder su rastro y llegar entonces ambos a la casa de la vampiresa en las afueras. -¡Guardad los caballos!-, exclamó nada más cruzar la puerta y entrar en el hall. Acto seguido se quitó los guantes y el abrigo y los entregó a un tembloroso hombrecillo que estaba junto a la entrada. -Iremos al salón, que alguien nos sirva bebida-. Pasó ante Markov y le señaló la puerta del salón, para que se adentrara en la sala.
Milenka Mayfair- Vampiro Clase Alta
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Re: El gladiador y la vikinga || A. Markov Duncan
Halla donde fueres, haz lo que vieres. Resonó el viejo dicho en la mente de Markov cuando Milenka desmontó del caballo y paseó por sus dominios con la misma prepotencia con la que acostumbraba a hacer todo. Markov, se deshizo también de su abrigo o chaqueta que le resultaba innecesaria, su camisa estaba algo arrugada y sus mangas estaban remangadas hasta el antebrazo, bajo la tela blanca se advertían los tatuajes de aquel hombre que daba mala espina. Como anfitriona, Milenka no dejó cabo suelto, los sirvientes sentían el pánico y el miedo ante la eficiencia que su ama tenía en toda su casa, se notaba hasta en el aire de la estancia, se podía cortar con facilidad la tensión. Sabía que tipo de mujer era la milenaria, desde luego estaba desequilibrada pero tampoco era fácil ver pasar los milenios solo, matando como única forma combustible de sobrevivir. Empiezas a ver la muerte con una mirada mucho más cómplice que antes, incluso en ocasiones el procedimiento de la caza era mecánico.
Recibió de uno de los sirvientes una copa cargada de lo que parecía ser sangre. Markov tuvo que mirar el contenido dos veces, ¿Qué clase de persona ofrecía a sus huéspedes sangre? ¿De dónde la sacaba? Por un momento dudó en preguntar pero después miró a Milenka como si aquello fuera lo más normal del mundo y no tuvo ningún escrúpulo a preguntar- ¿Cómo es que tiene sangre para beber como quién bebe un bourbon de doce años?- dijo divertido. Aquello rozaba lo extravagante y lo rocambolesco pero estábamos hablando de Milenka Mayfair, una mujer que seguramente ganaría a Dios en la última palabra y que se aburría con facilidad de todo ¿Sería ella la que dio lugar a las leyendas de la condesa o la duquesa sangrienta? Las preguntas se atropellaban en la mente de Markov, pero sonrió al comprender que jamás había tenido tanto quebradero de cabeza con una mujer, y menos con un semejante. Sin duda era la mujer más interesante así que se decidió a confesarle- Es usted el vampiro más interesante que he conocido en mucho tiempo, por no decir toda mi vida- dijo elevando la copa para brindar por ello- ¿sirve siempre este manjar a los visitantes? Porque me niego a pensar que las autoridades no le han echado el ojo. Demasiada sangre para saciarse, demasiadas vidas. Y no se confunda se lo digo porque yo estoy bajo la mirada del ejército francés y un mariscal que es como nosotros. No vayas tu a tener el mismo problema que yo, Milenka- le comentó. Alegría para su falta de modales, ni era políticamente correcto, ni tenía los modales de un caballero. Acababa de conocer a Milenka y ya le había contado su vida, se habían pegado una paliza mutuamente y compartía la sangre en una copa que insultaba al buen gusto, pero que era lo más extravagante y seguramente caro que existía para tomar una copa. La valkiria de los cadáveres era Milenka Mayfair y el gradiador.
Recibió de uno de los sirvientes una copa cargada de lo que parecía ser sangre. Markov tuvo que mirar el contenido dos veces, ¿Qué clase de persona ofrecía a sus huéspedes sangre? ¿De dónde la sacaba? Por un momento dudó en preguntar pero después miró a Milenka como si aquello fuera lo más normal del mundo y no tuvo ningún escrúpulo a preguntar- ¿Cómo es que tiene sangre para beber como quién bebe un bourbon de doce años?- dijo divertido. Aquello rozaba lo extravagante y lo rocambolesco pero estábamos hablando de Milenka Mayfair, una mujer que seguramente ganaría a Dios en la última palabra y que se aburría con facilidad de todo ¿Sería ella la que dio lugar a las leyendas de la condesa o la duquesa sangrienta? Las preguntas se atropellaban en la mente de Markov, pero sonrió al comprender que jamás había tenido tanto quebradero de cabeza con una mujer, y menos con un semejante. Sin duda era la mujer más interesante así que se decidió a confesarle- Es usted el vampiro más interesante que he conocido en mucho tiempo, por no decir toda mi vida- dijo elevando la copa para brindar por ello- ¿sirve siempre este manjar a los visitantes? Porque me niego a pensar que las autoridades no le han echado el ojo. Demasiada sangre para saciarse, demasiadas vidas. Y no se confunda se lo digo porque yo estoy bajo la mirada del ejército francés y un mariscal que es como nosotros. No vayas tu a tener el mismo problema que yo, Milenka- le comentó. Alegría para su falta de modales, ni era políticamente correcto, ni tenía los modales de un caballero. Acababa de conocer a Milenka y ya le había contado su vida, se habían pegado una paliza mutuamente y compartía la sangre en una copa que insultaba al buen gusto, pero que era lo más extravagante y seguramente caro que existía para tomar una copa. La valkiria de los cadáveres era Milenka Mayfair y el gradiador.
A. Markov Duncan- Vampiro Clase Alta
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Localización : Actualmente: París
Re: El gladiador y la vikinga || A. Markov Duncan
Se podría llegar a decir que era agradable tener invitados de verdad en casa, no personas engañadas para caer en la tela de araña de la mayor de las arañas, sino un ser como ella misma, inmortal, temerario y tan antiguo como las orillas de un río. Markov estaba claro que no estaba acostumbrado a ese estilo de vida, que prefería pasar desapercibido viviendo con humildad y matando lo justo para subsistir, sería demasiado interesante hacerle cambiar de parecer, pero no aparentaba ser un hombre a quien fuera sencillo manipular… Observó a su congénere mirar asombrado la sangre que tenía en su copa y sonrió cuando acabó por ceder a su deseo de beber, primer paso conseguido. -Has visto el tamaño de este lugar, se pueden tener muchos pajarillos en jaulas y jamás oirías su piar, contestó con esa sutil metáfora. La mansión Mayfair era extensa, extravagante de hecho para una sola mujer, pero eso tenía todas las ventajas que ella necesitaba. Tan solo Milenka tenía acceso a ciertos puntos de la vivienda y más tarde se lo mostraría a Markov. -Por el momento bebamos el vino, más tarde te mostraré las estancias. Hoy deberás pasar el día aquí, no tardará en despuntar el sol-, de pronto se dio cuenta de algo.
Los ventanales estaban descubiertos, los pesados cortinones seguían enmarcando las ventanas y nadie acudía a taparlas. En sus ojos relucía un brillo demente, dos de sus sirvientes estaban de pie junto a la puerta –posiblemente esperando alguna orden de su parte sin recordar la hora que era-. El salón parecía un arsenal de guerra, espadas cruzadas sobre la chimenea, ballestas, flechas, e incluso dagas con piedras preciosas en alguna vitrina. Se movió con rapidez por la estancia y sujetó la mayor de las ballestas, colocó la flecha pertinente y con tan solo un vistazo atravesó el cuello de uno de los dos sirvientes clavándose en el marco de la puerta que tenía tras él. -Si esas cortinas no están cerradas en veinte segundos la siguiente flecha acabará en tu estómago-, espetó mirando al que quedaba vivo. -Veinte, diecinueve, dieciocho, diecisiete, dieciséis, quince, catorce, trece, doce, once, diez-, a medida que hacia la cuenta atrás y el hombre corría por la sala tirando de las cortinas, Milenka colocaba otra flecha y apuntaba al susodicho, -nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres…-, dejó de apuntarle y desarmó la ballesta. -Desaparece de mi vista y ni una palabra a nadie, o la pequeña Lucy dejará de crecer-, avisó al hombre mentando a su hija pequeña. Milenka no se andaba con chiquitas, de sobra sabían todos que era mejor no hacerla enfadar, tener claras las tareas a realizar y cruzarse en su camino lo menos posible. Esos dos hombres habían tentado a la suerte y uno lo había pagado.
Se volvió a mirar a Markov y retomó el momento de calma como si nada hubiera pasado, bebió de su copa y cerró los ojos por el placer de dicho sabor. -¿Por dónde íbamos?-, se frotó las sienes y abrió los ojos al recordar, -gracias por el cumplido y claramente no, solo se lo sirvo a los merecedores o a quienes tienen que descurbrir de alguna manera lo que soy, me encanta jugar al despiste-, comentó divertida. Darle sangre a un humano era un juego que había llevado a cabo en repetidas ocasiones. -Conozco a ese mariscal, no sé si él me tenga ya en su punto de mira pero no tengo problema en camelarme a un vampiro más o hacer que se plantee entrar en una guerra conmigo-, comentó como si aquel tema la fuera aburrido. -Ahora encanto, hazme un favor y carga a ese. Sígueme-, esperó a que desenganchara al sirviente de la flecha en la pared y le guió por los pasillos y escaleras abajo hasta la zona prohibida para el resto de habitantes de la casa. -No toques nada-, avisó mientras se ponía unos guantes de cuerpo para abrir el portón de una de las mazmorras. Se trataba de una puerta de madera pero con barrotes de plata por ambos lados y por supuesto el cerrojo hecho del mismo metal, así como las manillas. -Déjale sobre la mesa, ese ya no va a ninguna parte-, allí tenía a un variado grupo de gente amordazada, cada uno en su respectiva jaula del mismo metal. -Te parecerá una pérdida de dinero pero no siempre son humanos lo que traigo y por tanto es más que necesario-. Todos ellos le servían de alimento cuando no tenía ganas de salir, todos ellos eran desapariciones en las listas de la policía, pero desapariciones que no incitaban una investigación. Ya se encargaba ella de que así fuera. -Si ese mariscal te causa problemas siempre puedes darte un paseo con él hasta aquí…-.
Los ventanales estaban descubiertos, los pesados cortinones seguían enmarcando las ventanas y nadie acudía a taparlas. En sus ojos relucía un brillo demente, dos de sus sirvientes estaban de pie junto a la puerta –posiblemente esperando alguna orden de su parte sin recordar la hora que era-. El salón parecía un arsenal de guerra, espadas cruzadas sobre la chimenea, ballestas, flechas, e incluso dagas con piedras preciosas en alguna vitrina. Se movió con rapidez por la estancia y sujetó la mayor de las ballestas, colocó la flecha pertinente y con tan solo un vistazo atravesó el cuello de uno de los dos sirvientes clavándose en el marco de la puerta que tenía tras él. -Si esas cortinas no están cerradas en veinte segundos la siguiente flecha acabará en tu estómago-, espetó mirando al que quedaba vivo. -Veinte, diecinueve, dieciocho, diecisiete, dieciséis, quince, catorce, trece, doce, once, diez-, a medida que hacia la cuenta atrás y el hombre corría por la sala tirando de las cortinas, Milenka colocaba otra flecha y apuntaba al susodicho, -nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres…-, dejó de apuntarle y desarmó la ballesta. -Desaparece de mi vista y ni una palabra a nadie, o la pequeña Lucy dejará de crecer-, avisó al hombre mentando a su hija pequeña. Milenka no se andaba con chiquitas, de sobra sabían todos que era mejor no hacerla enfadar, tener claras las tareas a realizar y cruzarse en su camino lo menos posible. Esos dos hombres habían tentado a la suerte y uno lo había pagado.
Se volvió a mirar a Markov y retomó el momento de calma como si nada hubiera pasado, bebió de su copa y cerró los ojos por el placer de dicho sabor. -¿Por dónde íbamos?-, se frotó las sienes y abrió los ojos al recordar, -gracias por el cumplido y claramente no, solo se lo sirvo a los merecedores o a quienes tienen que descurbrir de alguna manera lo que soy, me encanta jugar al despiste-, comentó divertida. Darle sangre a un humano era un juego que había llevado a cabo en repetidas ocasiones. -Conozco a ese mariscal, no sé si él me tenga ya en su punto de mira pero no tengo problema en camelarme a un vampiro más o hacer que se plantee entrar en una guerra conmigo-, comentó como si aquel tema la fuera aburrido. -Ahora encanto, hazme un favor y carga a ese. Sígueme-, esperó a que desenganchara al sirviente de la flecha en la pared y le guió por los pasillos y escaleras abajo hasta la zona prohibida para el resto de habitantes de la casa. -No toques nada-, avisó mientras se ponía unos guantes de cuerpo para abrir el portón de una de las mazmorras. Se trataba de una puerta de madera pero con barrotes de plata por ambos lados y por supuesto el cerrojo hecho del mismo metal, así como las manillas. -Déjale sobre la mesa, ese ya no va a ninguna parte-, allí tenía a un variado grupo de gente amordazada, cada uno en su respectiva jaula del mismo metal. -Te parecerá una pérdida de dinero pero no siempre son humanos lo que traigo y por tanto es más que necesario-. Todos ellos le servían de alimento cuando no tenía ganas de salir, todos ellos eran desapariciones en las listas de la policía, pero desapariciones que no incitaban una investigación. Ya se encargaba ella de que así fuera. -Si ese mariscal te causa problemas siempre puedes darte un paseo con él hasta aquí…-.
Milenka Mayfair- Vampiro Clase Alta
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Re: El gladiador y la vikinga || A. Markov Duncan
El tour por la mansión de la señorita Mayfair fue como un paseo por el infierno de Dante. Cada vez que cruzaban una puerta, Markov sentía que las paredes de aquel estaban cogiendo aire para gritar “socorro”. Sin duda Milenka parecía tener un problema de autocontrol, no a nivel vampírico, sino a nivel psicológico. Su supervivencia dependía de matar, asesinar y buscar formas para deleitarse con el sufrimiento ajeno. Era una mujer muy complicada, en cambio Markov era mucho más simple. Mataba porque era lo que se le daba bien, para lo que había nacido y con lo que era feliz, mataba porque siempre dedicó su vida y no vida a la guerra y ha estado luchando dos milenios hasta quedarse sin aire. Se había vuelto sabio, se había vuelto letal y había aprendido a vivir consigo mismo, algo que Milenka parecía no haber terminado por comprender.
Cuando se dirigieron escaleras abajo, las medidas de seguridad que Milenka utilizó llamaron la atención de Markov. Éste desde el inicio del tour había metido las manos en los bolsillos de su pantalón y había seguido el rastro de aquella mujer del infierno. Cuando entraron en aquella mazmorra el olor a sangre seca y los gritos de dolor y pavor recorrieron el espinazo del gladiador. Paseó por la zona, no era distinto a las jaulas donde le exhibieron a él cuando era gladiador y por alguna extraña razón, en vez de sentirse incómodo o con miedo, sintió nostalgia por los tiempos pasados. Paseó la mirada y palpó la prisión de roca y plata, que a pesar de ser un metal más blando que el hierro o el acero, la cantidad elegida por Milenka para hacerlo macizo además de un precio desorbitado era muy efectivo- Creo que es usted una caja de sorpresas- dijo girando tras de si y viendo un juego de tortura en la mesa- ¿Lo hace usted? ¿O tiene algún responsable para esto? No todo el mundo tiene estómago para la tortura- dijo sonriendo y escuchó la oferta de poder llevar a alguien allí si era necesario- Normalmente me encargo del interrogatorio, aunque siempre lo debo hacer con supervisión. Todos los testigos consiguen hacerme enfadar y a un muerto no se le puede sacar mucha información – asomó la mirada dentro de una celda y después clavó la mirada en Milenka- El mariscal no es un problema- dijo rascándose la barba a contrapelo- Es un buen chico, joven, pero buen chico. Sabe lo que se hace y es respetuoso y noble, cualidades que hoy en día están extintas en la sociedad. Antes teníamos valores y códigos morales mucho más altos, la reputación y el apellido de la familia era muy importante. Hoy en día… todo eso se ha perdido. Dicen que son nobles por tener un título pero son más mezquinos que el borracho de una taberna. Por eso reniego de la clase social que me permite mi dinero. Prefiero conocer a las personas y etiquetarlas según mis valores, así se diferenciar quien vale la pena y quien no- dijo poniéndose al lado de Milenka- Antes de que usted lo pregunte, usted vale la pena. Pero no se confunda, noto que usted me respeta tanto como yo a usted, somos congéneres, tenemos claro nuestro lugar en el mundo, pero sus hobbies, o sus pasatiempos-dijo señalando a la mazmorra- son muy diferentes a los míos. Digamos que usted está en un extremo y yo estoy en otro, pero cuando nos cansamos, cruzamos el camino hasta encontrarse el uno con el otro, y en ese momento compartimos algo más que respeto, señorita Mayfair. Me explicaré. Estoy seguro de que usted pasea con sus mejores galas por los grandes salones codeada de la nobleza que antes le explicaba. Pero yo estoy en el local de mi jefa bebiendo de un vaso de cristal un licor respetable con personas a las que respeto, no a las que detesto. Ahí reside la diferencia de nuestro camino, pero llegará una noche en la que se canse de esa compañía y busque en una taberna o un local alguien que le llame su atención como para ganarse su respeto- hizo una pausa- o llegará el momento en el que yo abandone mi camino, para buscar la emoción y la teatralidad en un salón junto a usted, castigando a las personas que detesto y que antes le explicaba. En definitiva, podría decirse, Srta. Mayfair, que ha ganado usted un amigo. ¿Podría decir que yo he ganado a una amiga?
Cuando se dirigieron escaleras abajo, las medidas de seguridad que Milenka utilizó llamaron la atención de Markov. Éste desde el inicio del tour había metido las manos en los bolsillos de su pantalón y había seguido el rastro de aquella mujer del infierno. Cuando entraron en aquella mazmorra el olor a sangre seca y los gritos de dolor y pavor recorrieron el espinazo del gladiador. Paseó por la zona, no era distinto a las jaulas donde le exhibieron a él cuando era gladiador y por alguna extraña razón, en vez de sentirse incómodo o con miedo, sintió nostalgia por los tiempos pasados. Paseó la mirada y palpó la prisión de roca y plata, que a pesar de ser un metal más blando que el hierro o el acero, la cantidad elegida por Milenka para hacerlo macizo además de un precio desorbitado era muy efectivo- Creo que es usted una caja de sorpresas- dijo girando tras de si y viendo un juego de tortura en la mesa- ¿Lo hace usted? ¿O tiene algún responsable para esto? No todo el mundo tiene estómago para la tortura- dijo sonriendo y escuchó la oferta de poder llevar a alguien allí si era necesario- Normalmente me encargo del interrogatorio, aunque siempre lo debo hacer con supervisión. Todos los testigos consiguen hacerme enfadar y a un muerto no se le puede sacar mucha información – asomó la mirada dentro de una celda y después clavó la mirada en Milenka- El mariscal no es un problema- dijo rascándose la barba a contrapelo- Es un buen chico, joven, pero buen chico. Sabe lo que se hace y es respetuoso y noble, cualidades que hoy en día están extintas en la sociedad. Antes teníamos valores y códigos morales mucho más altos, la reputación y el apellido de la familia era muy importante. Hoy en día… todo eso se ha perdido. Dicen que son nobles por tener un título pero son más mezquinos que el borracho de una taberna. Por eso reniego de la clase social que me permite mi dinero. Prefiero conocer a las personas y etiquetarlas según mis valores, así se diferenciar quien vale la pena y quien no- dijo poniéndose al lado de Milenka- Antes de que usted lo pregunte, usted vale la pena. Pero no se confunda, noto que usted me respeta tanto como yo a usted, somos congéneres, tenemos claro nuestro lugar en el mundo, pero sus hobbies, o sus pasatiempos-dijo señalando a la mazmorra- son muy diferentes a los míos. Digamos que usted está en un extremo y yo estoy en otro, pero cuando nos cansamos, cruzamos el camino hasta encontrarse el uno con el otro, y en ese momento compartimos algo más que respeto, señorita Mayfair. Me explicaré. Estoy seguro de que usted pasea con sus mejores galas por los grandes salones codeada de la nobleza que antes le explicaba. Pero yo estoy en el local de mi jefa bebiendo de un vaso de cristal un licor respetable con personas a las que respeto, no a las que detesto. Ahí reside la diferencia de nuestro camino, pero llegará una noche en la que se canse de esa compañía y busque en una taberna o un local alguien que le llame su atención como para ganarse su respeto- hizo una pausa- o llegará el momento en el que yo abandone mi camino, para buscar la emoción y la teatralidad en un salón junto a usted, castigando a las personas que detesto y que antes le explicaba. En definitiva, podría decirse, Srta. Mayfair, que ha ganado usted un amigo. ¿Podría decir que yo he ganado a una amiga?
A. Markov Duncan- Vampiro Clase Alta
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Re: El gladiador y la vikinga || A. Markov Duncan
Disfrutaba viendo el gesto sorprendido de Markov en la mazmorra, el ego de Milenka requería ser atendido y presumir de ese lugar la hacía feliz, como el interés que mostró el vampiro en los juegos e instrumentos que allí se encontraban. -Hay de todo… Algunos los hago cuando tengo una visión muy concreta de lo que quiero, pero trabajar con plata y madera no es sencillo y mi paciencia –como ya has comprobado- es nula-, continuó paseando por la mazmorra dejando que él hiciera lo mismo. -Actualmente la mayoría de lo que ves es obra de la Inquisición-, sonrió con sorna, -solo que, claro está, ellos desconocen que sus benditas creaciones de tortura sirven para aliviar los deseos sexuales de una vampira-. Esa clase de juegos, todo lo enrevesado y cruel, todo lo que llevara consigo el dolor la excitaba por lo tanto, no sería difícil para Markov adivinar cuan estimulante era para ella jugar con instrumentos destinados a matarla. -Antes-, repitió cuando le escuchó hablar de tiempos pasados. -El antes ya no existe, igual que no existe lo que un día fuiste cuando tu corazón aún palpitaba-, desconocía la razón por la que algunos vampiros aún se sentían piadosos y racionales, eso no era natural en su raza, era como si no comprendieran su evolución, su transformación; les costaba alejarse de la idea de sí mismos, pero ser vampiro iba más allá de vivir por las noches y beber sangre. Ser vampiro era dejar de ser humano.
No sonrió a las palabras de su congénere, aunque estuviera de acuerdo con algunas de sus afirmaciones. Se parecían mucho en algunos matices pero distaban mucho en la manera de ver el mundo y moverse por él, sin embargo, algo hacía a Milenka ser más mansa con Markov de lo que hubiera sido con cualquier otro. La presencia tranquila del hombre era sedante quizás para ella, no había dicho nada negativo de su conducta a pesar de no tener la misma idea de diversión, valoraba eso. -No me muevo por salones para aparentar ni porque respete a esos humanos, para mi todos son ratas. Mantengo mi posición porque no me sirve lo mediocre, quiero lo mejor siempre, de todo-, aclaró mirándole aún seria, -subamos-.
-Tenemos todo un día por delante, supongo que hayas olido aquí sangre que te apetezca, cuando la quieras pídesela al que dejé vivo antes y él se ocupará-, comentó de camino por los pasillos, -en caso de que quieras librarte de mi te enseñaré la habitación que puedes ocupar-. Caminaron en silencio hasta una de las puertas de la planta superior en la que Milenka le dejó pasar primero. -Ordenaré a alguien quedarse en la puerta por si necesitas algo, tienes ropa en el armario y toallas en el baño-, señaló la puerta de este. -Aseate y descansa, nos vemos más tarde-. No recordaba la última ocasión en que alguien se había hospedado allí y con quien había sido amable, antaño James había compartido su hogar pero nunca se trató de un invitado sino de alguien de su particular familia. Ahora tenía a un vampiro, más antiguo que ella y que había sugerido una amistad. La milenaria no había respondido a su pregunta, tenía que meditarlo, ella no conocía ese término como tal, era egoísta y traicionera, Markov no parecía querer eso de ella por lo que debía valorar los pros y los contras de tenerle a su lado.
No sonrió a las palabras de su congénere, aunque estuviera de acuerdo con algunas de sus afirmaciones. Se parecían mucho en algunos matices pero distaban mucho en la manera de ver el mundo y moverse por él, sin embargo, algo hacía a Milenka ser más mansa con Markov de lo que hubiera sido con cualquier otro. La presencia tranquila del hombre era sedante quizás para ella, no había dicho nada negativo de su conducta a pesar de no tener la misma idea de diversión, valoraba eso. -No me muevo por salones para aparentar ni porque respete a esos humanos, para mi todos son ratas. Mantengo mi posición porque no me sirve lo mediocre, quiero lo mejor siempre, de todo-, aclaró mirándole aún seria, -subamos-.
-Tenemos todo un día por delante, supongo que hayas olido aquí sangre que te apetezca, cuando la quieras pídesela al que dejé vivo antes y él se ocupará-, comentó de camino por los pasillos, -en caso de que quieras librarte de mi te enseñaré la habitación que puedes ocupar-. Caminaron en silencio hasta una de las puertas de la planta superior en la que Milenka le dejó pasar primero. -Ordenaré a alguien quedarse en la puerta por si necesitas algo, tienes ropa en el armario y toallas en el baño-, señaló la puerta de este. -Aseate y descansa, nos vemos más tarde-. No recordaba la última ocasión en que alguien se había hospedado allí y con quien había sido amable, antaño James había compartido su hogar pero nunca se trató de un invitado sino de alguien de su particular familia. Ahora tenía a un vampiro, más antiguo que ella y que había sugerido una amistad. La milenaria no había respondido a su pregunta, tenía que meditarlo, ella no conocía ese término como tal, era egoísta y traicionera, Markov no parecía querer eso de ella por lo que debía valorar los pros y los contras de tenerle a su lado.
Milenka Mayfair- Vampiro Clase Alta
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Re: El gladiador y la vikinga || A. Markov Duncan
Pasó a la alcoba sin mediar palabra. Notó como la puerta se cerraba para darle la bienvenida y la intimidad necesaria para asearse. Se despojó de toda la ropa y se aproximó al baño. Una bañera de cerámica puesta estratégicamente en el centro de la estancia emitía un aroma muy característico y revitalizante. Se acercó hasta ella y entró en silencio. Markov era parco en palabras, la mayoría de las veces meditabundo y muy serio, apenas tenía sentido del humor, pero si lo tenía de la lealtad y tras la conversación con la anfitriona se vio así mismo pensando en Milenka. Una vez terminado el baño cogió los pantalones, la camisa que curiosamente le venía bien y comprobó que las cortinas estuvieran corridas totalmente. No acostumbraba a todo ese lujo. Él dormía en un camastro en una habitación de ventanas tapiadas, allí todo olía bien, la madera estaba perfectamente alineada, pulida, lijada y pintada. El papel de la pared tenía esos dibujos de motivos vegetales tan típicos de Gran Bretaña y los candelabros eran de oro fino y los suelos y la chimenea de mármol blanco. Milenka no solo fardaba del dinero que tenía, sino que además debería tener tanto que no sabía qué hacer con él. Sonrió al pensar en que él también poseía una modesta fortuna con el paso de los años y que no había hecho nada con ello “Quizá debería construir cárceles de plata”. Se acomodó en la inmensa cama e intentó conciliar el sueño. Las horas muertas caían como minutos para un vampiro, pero no podía conciliar el sueño así que salió de su habitación - ¿Necesita algo, Señor?- preguntó el mayordomo que se encontraba en la puerta y Markov le miró con extrañeza- No, puede retirarse no necesito un sirviente en mi puerta- se despidió del hombre sin importarle lo más mínimo y se adentró en la mansión de Milenka. Caminó por aquellos majestuosos pasillos, enmoquetados y se topó un olor a papel muy característico. Vio la puerta entreabierta y descubrió una inmensa biblioteca, toda ella tapizada con estanterías llenas de libros y cuadros enormes de un gusto exquisito. Había representaciones clásicas de mitos y Markov asomó por ahí para ver. Lo curioso de aquel lugar es que no tenía ventanas. La luz era artificial y emanaba de una cantidad indecente de velas con una gran lámpara en el amplio techo.
Caminó por la estancia absorto, aquello era bonito. Aunque no le gustaba la lectura, siempre fue un hombre de guerra, un hombre de acción, lo poco que tenía de sabio lo tenía por experiencia. Así que paseó la mirada por algunos libros que parecían muy técnicos. Absorto contemplando la pomposidad no reparó en la presencia de la anfitriona que leía despreocupadamente un libro mientras bebía de una copa lo que parecía sangre- No he detectado tu presencia, siento molestarte. No suelo dormir mucho, la verdad. Ni leer- dijo señalando con la mirada todo a su alrededor- Soy más pragmático- se disculpó. Quizá pecó de ignorante en cuestiones de conocimiento, pero estaba versado en otras cosas- Jamás había estado en un lugar tan lujoso como este. Hablabas en serio cuando decías que tenías siempre lo mejor. Y no he podido evitar preguntarme, si tienes lo mejor ¿Por qué no tienes el mejor marido del mundo?- se sentó en un diván junto a ella y apoyó ambos brazos en sus piernas. Miró a Milenka escasos minutos
Caminó por la estancia absorto, aquello era bonito. Aunque no le gustaba la lectura, siempre fue un hombre de guerra, un hombre de acción, lo poco que tenía de sabio lo tenía por experiencia. Así que paseó la mirada por algunos libros que parecían muy técnicos. Absorto contemplando la pomposidad no reparó en la presencia de la anfitriona que leía despreocupadamente un libro mientras bebía de una copa lo que parecía sangre- No he detectado tu presencia, siento molestarte. No suelo dormir mucho, la verdad. Ni leer- dijo señalando con la mirada todo a su alrededor- Soy más pragmático- se disculpó. Quizá pecó de ignorante en cuestiones de conocimiento, pero estaba versado en otras cosas- Jamás había estado en un lugar tan lujoso como este. Hablabas en serio cuando decías que tenías siempre lo mejor. Y no he podido evitar preguntarme, si tienes lo mejor ¿Por qué no tienes el mejor marido del mundo?- se sentó en un diván junto a ella y apoyó ambos brazos en sus piernas. Miró a Milenka escasos minutos
A. Markov Duncan- Vampiro Clase Alta
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Re: El gladiador y la vikinga || A. Markov Duncan
No quería descansar, pocos eran los momentos que ella se tomaba para dormir o relajarse, Milenka era un vampiro demasiado nervioso como para mantenerse encamado durante las horas del día. A eso se le añadía el hecho de tener un invitado en la mansión, alguien a quien acababa de conocer y de quien por supuesto no se fiaba en absoluto. A pesar de tener un semblante serio y calmo, de no ser agresivo a la hora de hablar o respetar todas sus extravagancias, Markov no había demostrado a la milenaria que pudiera descuidar su espalda; así pues decidió tomarse una buena copa –de sangre- en la soledad de su biblioteca. Esa habitación hubiera sido perfecta para cualquier amante de la lectura, cualquier humano medianamente culto pasaría horas junto a las ventanas leyendo un volumen tras otro, pero como era de suponer ella lo hacía bajo la luz de las velas que llenaban los candelabros. No recordaba la sensación cálida del sol, lo más cercano a sentir calor eran el fuego y la muerte. Las llamas siempre decoraban los salones de su hogar, el olor era agradable para ella, por encima del que desprendían los humanos que allí trabajaban; por otro lado permanecer junto a las chimeneas siempre templaba su piel aunque fuera tan solo por el tiempo que allí se mantuviera y era interesante volver a notar algo más allá del frío del día a día. Por otro lado estaba la muerte, la sangre de quienes cazaba… tocarlos mientras perdían ese calor que les caracterizaba era sublime y no había mejor momento para beber de ellos que cuando aún emanaban su calor natural. Perdida en esos pensamientos escogió un libro al azar, “El diablo cojuelo”, que ya había leído con anterioridad. Llevaba ya rato entretenida con su lectura cuando escuchó los pasos acercarse, no era ninguno de sus sirvientes –los conocía demasiado bien- por lo que Markov debía haber salido de su cuarto después de algunas horas.
Sabía mantenerse impasible, tan quieta que era imposible percibir su presencia y así lo hizo cuando el vampiro entró en la biblioteca, claramente no parecía haber sabido antes de entrar a donde se dirigía pues su mirada bailaba entre las estanterías anonadado. Era más que evidente que no era un hombre dado a las letras, toda su vida la había dedicado a la lucha, a su cuerpo. Cerró el libro y lo posó sobre sus muslos dando así pie a que Markov se encontrara con ella, -yo tampoco descanso demasiado, ¿es de tu agrado el lugar?-, preguntó refiriéndose tanto a su cuarto como a la habitación que ocupaban en ese momento. -Creo que tengo algo que sí podría interesarte leer, ¿conoces “El arte de la guerra”?-, preguntó. -Son textos chicos del siglo IV antes de Cristo, si quieres echarle un ojo tengo la traducción, dudo que sepas chino-. Dicho esto Milenka había cerrado ese acuerdo de amistad que Markov había sugerido horas antes. Ladeó el rostro y esbozó una sonrisa un tanto vacilona ante la pregunta del vampiro. -Me conoces de un día, ¿crees que puedo tener marido? Tener a quien amar y obedecer, un hombre que se crea superior a mi por tener un trozo de carne entre las piernas y junto al que permanecer sumisa…-, negó a punto de reir. -Soy como soy y es imposible que ame a alguien más que a mi misma, no soy generosa ni tengo instinto protector si eso conlleva malas consecuencias para mi-, creía que estaba clara su personalidad pero el vampiro seguía teniendo dudas sobre ella o lo que quería en el mundo. - Ahora mismo solo hay un vampiro, puede que dos dentro de poco… que me importen y ni por ellos me dejaría dañar-, comentó apartando el libro a un lado para levantarse y pasear por la estancia hasta dar con el texto que le había prometido. -Soy mejor de aliada, porque soy letal y no tengo moral, o eso dicen. Pero jamás me sacrificaré por nadie. Creo que eso resume porque prefiero estar sola, acabaría matando a mi o mis maridos-. Pensó entonces en James y en Novak, se avecinaba una guerra y uno de ellos ni era consciente todavía…
Sabía mantenerse impasible, tan quieta que era imposible percibir su presencia y así lo hizo cuando el vampiro entró en la biblioteca, claramente no parecía haber sabido antes de entrar a donde se dirigía pues su mirada bailaba entre las estanterías anonadado. Era más que evidente que no era un hombre dado a las letras, toda su vida la había dedicado a la lucha, a su cuerpo. Cerró el libro y lo posó sobre sus muslos dando así pie a que Markov se encontrara con ella, -yo tampoco descanso demasiado, ¿es de tu agrado el lugar?-, preguntó refiriéndose tanto a su cuarto como a la habitación que ocupaban en ese momento. -Creo que tengo algo que sí podría interesarte leer, ¿conoces “El arte de la guerra”?-, preguntó. -Son textos chicos del siglo IV antes de Cristo, si quieres echarle un ojo tengo la traducción, dudo que sepas chino-. Dicho esto Milenka había cerrado ese acuerdo de amistad que Markov había sugerido horas antes. Ladeó el rostro y esbozó una sonrisa un tanto vacilona ante la pregunta del vampiro. -Me conoces de un día, ¿crees que puedo tener marido? Tener a quien amar y obedecer, un hombre que se crea superior a mi por tener un trozo de carne entre las piernas y junto al que permanecer sumisa…-, negó a punto de reir. -Soy como soy y es imposible que ame a alguien más que a mi misma, no soy generosa ni tengo instinto protector si eso conlleva malas consecuencias para mi-, creía que estaba clara su personalidad pero el vampiro seguía teniendo dudas sobre ella o lo que quería en el mundo. - Ahora mismo solo hay un vampiro, puede que dos dentro de poco… que me importen y ni por ellos me dejaría dañar-, comentó apartando el libro a un lado para levantarse y pasear por la estancia hasta dar con el texto que le había prometido. -Soy mejor de aliada, porque soy letal y no tengo moral, o eso dicen. Pero jamás me sacrificaré por nadie. Creo que eso resume porque prefiero estar sola, acabaría matando a mi o mis maridos-. Pensó entonces en James y en Novak, se avecinaba una guerra y uno de ellos ni era consciente todavía…
Milenka Mayfair- Vampiro Clase Alta
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