Un Lutz y medio ~ Privado.

La noche caía sobre las calles de París lista para mandar a dormir a los pequeños bebés de alta cuna para que sus padres pudiesen tener algo de intimidad tras una jornada de llantos y de lactancia que parecía un no acabar. Mis vecinos habían tenido un bebé hacía poco, lo último que me faltaba para no poder conciliar el sueño al volver de una cacería o de una noche de instrucción con Jane. Esa chica era un diamante en bruto, estaba cien por cien convencido de ello, sólo había que pulirla mucho más, hasta hacer que ella misma se lo creyese y fuese entonces cuando comenzase a brillar. Era jóven y había comenzado sus matanzas antes que yo, pues mi primera bestia a la que maté fue con su edad y por lo que ella me había contado, llevaba dos años en ese mundo, aunque no quise entrar en detalles sobre quién le había metido en esto, pero sin duda era un descuidado que no se preocupaba por la integridad de la chica, pues era torpe, impaciente y se creía que todo era un juego, como un cuento que leía su madre antes de dormir... Algo que me desesperaba de ella y me creaba tal frustración que me provocaba dolores de cabeza.

Se me había acabado el alcohol de casa y ya era tarde para ir a la licorería a comprar más, por lo que cogí mi abrigo, me lo puse y salí de casa. Hacía frío y sobre todo viento, lo que incrementaba aún más la sensación de congelamiento. Apreté el paso tras cerrar la puerta con llave, se me estaban congelando hasta las orejas. Las calles estaban vacías ¿Quién era el loco que salía a estas horas de su casa? Gael Lutz. No podía ser otro. Saqué de mi bolsillo el reloj de oro que me había regalado Adaline unas semanas atrás y comprobé la hora. Esta noche tampoco había llegado a casa... No me creía que en la perfumería donde trabajaba a estas horas hubiese clientas a las que atender. ¿Qué andaría tramando? Apreté la mandíbula y me lo volví a guardar en el bolsillo, necesitaba urgentemente una copa, no quería comenzar a pensar y a maquinar cosas en contra de mi hermana, pues la quería demasiado, pero odiaba las mentiras pese a que yo era el mayor mentiroso que habitaba en esa casa.

Entré en la primera taberna que encontré y me fijé a mi al rededor. Había poca gente, era un antro de mala muerte, las pocas personas que aquí había estaban ya todas borrachas luchando por mantenerse en pie y no darse la leche de su vida contra el suelo, un suelo que estaba pegajoso por la cantidad de alcohol y otras sustancias que habían caído sobre él. Arrugué la nariz mientras con mi boca hacía una mueca de desagrado, no me gustaba mucho este lugar, pero hacía tanto frío en las calles que no quería andar más, si seguía andando me iban a comenzar a tiritar hasta las orejas. Me acerqué a la barra y me senté en uno de los taburetes, quitando mi abrigo y dejándolo en el respaldo del mismo. El mesero era un hombre gordinflón con la cara marcada por las arrugas, y gesto de mal humor. No pintaba mucho en este tipo de tabernas, llevaba una ropa normal, pero sin duda tenía más clase social que todos aquellos que estaban aquí ahogando sus penas en una botella. ―Un vaso de whisky. Sin hielos.― Pedí con voz queda y decidí no mirar a mi al rededor, con lo borrachos que estaban, podían tomarse a mal una mirada y comenzar una batalla campal en la que volasen los vasos y las sillas. No me apetecía pelear... Aún. Pues cuando me embriagaba, me solía poner algo agresivo, aunque todo dependía de la compañía.

El señor gordo me dio un diminuto vaso de whisky y le miré con gesto de incredulidad. ―Mejor deme una botella entera. ― Frunció el ceño en mi dirección y me dio una botella nueva, sin abrir. La cogí, cogí mi vaso y el abrigo y me senté en una de las mesas con sillones al rededor. Había escogido una de las que estaban más limpias a mi parecer, al lado de un ventanal en el que podía mirar a la calle. Coloqué el abrigo doblado a mi lado, abrí la botella y me serví más whisky en el vaso. Miré el líquido color ambarino y lo olisqueé un tanto. Era un olor fuerte que a las damas les hacía toser e incluso les podía producir arcadas, pero a mí, tan solo me hacía sonreír. Di un golpe con el vaso en la mesa y me bebí el contenido de un trago, cerrando los ojos un instante mientras disfrutaba del ardor tan característico en mi garganta hasta mi estómago. Pronto comenzaría a entrar en calor y a notar el embotamiento de los sentidos, algo que necesitaba urgentemente.

Me quedé pensativo durante un tiempo que pareció ser eterno, mi mente estaba viajando desde el paraíso de Naitiri, los entrenamientos con Jane, los cuales iba a tener que endurecer si quería que esa muchacha llegase a algo, mi encuentro con mi hermana en el restaurante, hasta mi niñez, donde pude volver a ver un Gael feliz, disfrutando con papá y mamá y la pequeña Adaline mientras comíamos un gran trozo de tarta de chocolate por el primer cumple de Ada. Sonreí con nostalgia, sin duda, hacía muchísimo tiempo de aquello...

Una voz acercándose hizo que mis pensamientos se desvaneciesen y miré al emisor de aquella voz. Delante de mí, un joven. Se sentó en frente de mí y subió los pies encima de la mesa. Si la mesa estaba ya lo bastante sucia, venía el listo este a ensuciarla más. El susodicho, quería la botella de whisky que había cogido minutos antes de que este llegase a la taberna. Me ofrecía comprarme otra en algún otro sitio, pero ambos sabíamos que esa oferta no iba a ser válida, hacía demasiado frío ahí fuera como para salir en busca de otro antro de mala muerte en el que pedir una sola gota de alcohol.

Alcé una ceja ante la siguiente invitación y una sonrisa apareció en mis labios. Un pensamiento fugaz sobre el paraíso con Naitiri apareció en mi cabeza. ¿Cuánto hacía que no iba a verla en su trabajo? Esta noche sin duda, prometía si el caballero que tenía enfrente, era un hombre de palabra. Le pasé la botella para que pudiese cogerla. ―Conozco un sitio al que ir para entrar en calor por si nos enfriamos aquí cuando acabemos la botella. ― Miré mi vaso y di otro trago, mientras no quitaba la vista en mi inesperado acompañante. ―Mi nombre es Gael, para que puedas decirlo a la Madam... Si es que somos capaces de hablar, claro.― Reí un tanto y le cogí la botella, sirviéndome en el vaso.

―¿Suele hacer esto habitualmente? Ya sabe, asaltar a gente en bares porque le han quitado la botella y ofrecerles invitaciones a... ya sabe.― Lo miré con una ceja alzada y el gesto divertido, si seguíamos así, nos íbamos a entender muy bien.

¿Cuánto alcohol podría beber hoy? Quizás lo suficiente para tener leves lagunas mañana por la mañana y una buena resaca... Quería llegar por mi propio pie al burdel, pues si iba más borracho que una cuba, dudaba que nos permitiesen la entrada, solo nos bastaba con disimular al decir los nombres nuestros y el de nuestras chicas y listo. Podríamos comenzar a partir los muros del burdel a embestidas. ¿Que haría Naitiri? ¿Trabajaría hoy? Esperaba que si llegabamos al burdel estuviese libre, si no, sería capaz de entrar en la habitación, sacar al cliente por los pies y devorar a esa mujer como un león devora a su presa. Un escalofrío me recorrió entero de cabeza a pies y di un trago del whisky... Íbamos a necesitar más alcohol.

Miré por la ventana y comprobé con mis propios ojos que efectivamente, llovía. Borrachos y mojados. Después de esta noche se harían canciones con nuestras proezas... Puse los ojo en blanco y sonreí a mi acompañante. ― Espero que el mesero tenga más alcohol a parte de este. Aunque sea del malo... Con media botella para cada uno, no nos da ni para alargar las palabras, al menos a mí. ―  Desconocía el aguante con el alcohol de mi acompañante, pero teníamos un cuerpo parecido, según se podía entrever y más o menos de la misma altura, aunque todo depende de lo que hayamos cenado antes de venir a beber.

Opté por terminarme el vaso y comenzar a beber a morro, como hacían los hombres que no tenían escrúpulos. Estreché su mano con firmeza y le sonreí. ―  Un placer, Sean. Creame que valdrá la pena. Yo nunca había ido hasta hace poco más de un mes y creame... Estoy deseando volver. ―  Bebí un poco más, desde la botella. Me acordaba de la noche con Naitiri y ya deseaba volver a estar entre sus perfectas y largas piernas. ― Valdrá la pena. Pero no son baratas. ―  Al parecer, tenía dinero, por lo que ambos lo íbamos a pasar muy bien hoy. ¿Cuánto subirían el precio por acostarse con dos borrachos?

Recorrí con la mirada los demás individuos que aquí se encontraban. Muchos estaban borrachos, tan borrachos que estaban dormidos como troncos. Otros hablaban en voz baja, como si lo que hablasen no pudiera ser escuchado por ningún otro. Al fondo, una mujer se insinuaba a un hombre mucho más mayor que ella. Fruncí el ceño y volví a prestar atención a Sean, el cual reía.

― Llevo en París toda la vida. No he salido nunca de la ciudad. Problemas familiares, aunque ahora soy libre cual pájaro. ¿De donde es? ― Pregunté por curiosidad, aunque por el acento parecía de aquí. Quizás había estado fuera por esos asuntos que le robaban todo el tiempo... Que bien conocía ese tipo de asuntos, pese a que a mí, al menos, me pillaban cerca de casa. Bebí un gran trago de la botella, quedando ya menos de la mitad... Una lástima que se acabase tan rápido, no era el mejor whisky que había bebido, pero era el más decente, como bien había dicho mi acompañante. Me levanté de la mesa y tuve que sujetarme con las manos en la misma, cerré los ojos un instante y enfoqué la mirada. El alcohol estaba haciendo su efecto. ―  Ahora vengo. ―  No dije nada más y me acerqué a la barra, la asquerosa y mugrienta barra.

― Póngame una ruleta. Ya sabe, TGV, Absenta, whisky, Jagger... Todo lo fuerte que tenga. Y dentro de exactamente...―  Saqué el reloj del bolsillo para calcular la hora. ― Dentro de siete minutos, nos vas a traer otra ronda más ¿Entendido? Le pagaremos todo antes de irnos, se lo aseguro. Y le conviene tratarnos bien. Mi compañero... ―  Señalé con la cabeza a donde estaba Sean terminándose la botella de whisky. ― Tiene más dinero del que usted ganará en mil años. Así que... Ya sabe. Alcoholicenos.―  Me reí y lo vi ponerse a trabajar como si su vida dependiera de este pedido, aunque en parte así era.

Tras escasos minutos de espera, cogí los chupitos en la bandeja que me otorgó y la coloqué en medio de la mesa, entre Sean y yo. ― Que comience el juego, querido compañero... ¿Verdad o reto?―  Lancé la pregunta que abría la veda hacía nuestro alcoholismo. Este juego se trataba de elegir. Verdad. Si elegía verdad, debería responderme con sinceridad a cualquier pregunta que le hiciera. Si se negaba, bebía. Si la respondía, bebía yo. Lo mismo pasaba con reto. Pero en vez de pregunta, era una prueba. Esperé con ganas a que pensase cual iba a ser su elección, iba a ser muy interesante.

Como efectivamente había creído, su acento procedía de París, pero por motivos había tenido que estar unos años fuera. ¿No conocía los burdeles que por aquí abundaban?  Quizás nunca hubiese necesitado ninguno, como me había sucedido a mí hasta poco más de un mes, hasta que me hablaron de ella y no pude aguantar la tentación de probar si era tan buena como me la habían pintado y resultó ser mucho mejor. ―Al sitio que vamos a ir después, le aseguro que encontrará algo de su agrado... Yo lo encontré a la primera.― Sonreí con picardía.

Esperé ansioso la respuesta, hasta que eligió reto. Sonreí a su reto, no era lo que yo exactamente había pensado, pero me valía, ya que la finalidad de ambos era emborracharnos hasta no poder más. Le vi tomar dos de los chupitos y hacer muecas por la cantidad de alcohol que contenían, había pedido de los chupitos más fuertes que se me habían ocurrido, así que... Era esa la mueca que tenía que poner. ―Me toca... Te has tomado dos así que tengo que beber tres... Ugh.― Tres seguidos iban a ser como una patada en el estómago. Cogí uno de color transparente y lo tomé de un solo trago, echando la cabeza hacía atrás. Tequila. Maldito. Tosí, necesitaba el limón y la sal para bajarlo, pero como no tenía, cogí otro de color verde lima. Absenta, pero de distinto grado de alcohol, este no era tan fuerte y me sabía a regaliz, por lo que mejoró con creces el sabor del tequila. Miré a los demás chupitos que quedaban, había uno en especial, el de TGV que iba a ser mortal... Y desgraciadamente, lo había dejado para el final. ―Los que vamos a morir, te saludan.― Dije riendome, y tomé ese chupito... Las muecas de asco y las arcadas, no tardaron en llegar.

―Elijo atrevimiento... Tienes que beberte el resto de chupitos que quedan... Si no lo haces... Te tocará la cortesana fea. La más fea de todo el burdel.― Comencé a reír, mi atrevimiento iba a ser una motivación, sobre todo después de lo que me había contado de su gusto sobre las mujeres. El camarero vino, habían pasado exactamente los siete minutos que le había dicho y nos dejó otra bandeja con los chupitos. Tomé uno de color oscuro y lo bebí... Jagger.

La cabeza se me empezó a embotar, las cosas se movían e incluso, veía el doble de todos los chupitos que había en la bandeja... ¿O era que había dos de cada uno? Cogí otro chupito, y así hasta que solo quedaron uno de cada uno, los cuales eran de Sean. Notaba como la lengua se me hacía más pesada, por lo que seguramente, me iba a costar hablar. ―Esssstoooosss chupiiiitos son buenaaaaa... mierrrrda. ― Dije, esperando a que se los acabase, quería irme a otro lado, si seguía aquí sentado, me iba a apalancar y me iba a entrar el sueño. ―Veeeenga vamosssss, tenemosss chochitos que comerrrrrrrrrrrrrrr. ― Lo último lo dije en una voz algo más alta, lo que provocó que el camarero se nos quedase mirando. Me reí a carcajadas y me levanté, dando tumbos. Tenía que pensar para coordinar mis movimientos y conseguir andar... ¿Llegaríamos al burdel?