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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Danna Dianceht Mar Mar 22, 2016 5:56 pm

Recuerdo mi juventud y la sensación de que nunca
volveré más, la sensación de que podría durar para siempre,
sobrevivir al mar, a la tierra, y a todos los hombres.
—Josep Conrad.



Era invierno en Paris y a pesar de las bajas temperaturas, el clima era agradable. Por las mañanas se podían permitir los viandantes disfrutar del sol en sus paseos y el jardín botánico francés no podía estar más bello en esa época del año. Las flores que no se habían marchitado, empezaban a abrirse y las que no, ya lucían esplendorosas buscando la luz del astro sol que les daba la fuerza que necesitaban para terminar de crecer. Parecía una estampa perfecta, además, faltaba poco para la primavera y los primeros brotes incluso, se empezaban a entrever entre las hojas como si toda la tierra fuera consciente que el renacer de sus flores estaba al otro lado de la esquina. Sin embargo, pese a todo, pese a aquel tranquilo y apacible ambiente se encontraba últimamente una calma tensa, turbia incluso. París, toda Francia ya no era segura para los sobrenaturales. En los últimos meses se habían intensificado y aumentado los ahorcamientos públicos, y otros tantos prisioneros terminaban desaparecidos, siendo usados en oscuras prácticas de la iglesia, como las de experimentación. Muchos de los sobrenaturales a causa la gran actividad inquisitoria por las calles, se estaban yendo y los que no podían irse, ya fuera por tener su negocio, su vida familiar, resistían sus inspecciones y sus batidas por la ciudad, como animales escondidos; como ratas bajo tierra. También estaban los casos contrarios en que nuevas familias allá donde una se había ido, ellas venían y ocupaban ese puesto, no obstante, París ya no era lo que era. Ya nada quedaba de las calles parisienses que en su juventud la duquesa escocesa recorrió, ya solo en sus recuerdos, y quizás también, en la risa grácil y dulce de su hija que desconocedora del mal que se estaba acercando a ellas seguía inocentemente maravillada de aquel mundo que apenas conocía y del que tanto le quedaba por conocer.

Llevaban dos semanas ya en París y tras el encuentro fortuito con Astor y  la acertada búsqueda de la institutriz de su hija habían decidido cambiarse de alojamiento. Atrás dejaron las pomposidades del hotel des Arenes, y dirigiéndose más a las afueras, lejos de las primeras líneas enemigas de los inquisidores, se alojaron en uno de los palacetes de su familia. No era como estar en casa, como estar entre las paredes de su gran castillo, pero comparando de dónde venían a donde se alojaban en la actualidad, no tenían de que quejarse. La villa junto con el palacete, contaban con unos extensos jardines y al lado de los mismos, parques de juegos para los niños e incluso, un lago en el que pescar. Era un buen lugar que te hacía olvidar los peligros de la ciudad y para la duquesa, también era un remanso de paz. Allí podía disfrutar de estar alejada de las miradas, quizás no de la de los curiosos vecinos, más si de todos aquellos que pudieran representar una amenaza para su hija y su propia vida. A regañadientes debía de admitir que el consejo de Astor de alejarse de la ciudad y también de todo lo que debiera de ponerla en el centro de atención, había recogido sus frutos y en mucho tiempo había sido la mejor decisión que había tomado. Ahora podía disfrutar de su pequeña, sin tener que estar todo el rato pendiente de sus enemigos.

¡Mira mamá!— Gritó Diana buscando la mirada de su madre cuando una de las coloridas mariposas que revoloteaban entre las flores se posaba unos segundos en uno de sus dedos. Danna enseguida oyó la voz maravillada y feliz de su hija, alzó la mirada hacia ella y sonrío viéndose por unos instantes si misma reflejada cuando si misma de pequeña, también sentía predilección por las extravagantes mariposas de Escocia. —Has tenido mucha suerte mi amor, y mira qué bonita es, casi tanto como tú. — le dijo sonriente. La pequeña al oír a su madre río asustando a la mariposa que enseguida voló de regreso a las flores y con una mueca triste volvió a dejar el dedo inmóvil y volvió a llamarlas. — Bonita mariposa... ven, no quiero hacerte daño. —repetía la pequeña desanimándose cuando las mariposas le pasaban cerca, pero ninguna se detenía en su dedo. —Mamá, no me hacen caso. —refunfuñó la pequeña y yendo a los brazos de su madre dejó que esta la abrazase contra su pecho. La licántropa la cogió en brazos y girando sobre sí misma, buscó hacer reír a su hija hasta dar tres vueltas y reír junto a ella. —Las mariposas no son animales domésticos, son salvajes y deben de vivir aquí, entre las flores. Esta es su casa, como nosotras tenemos la nuestra, pequeña. —le susurró antes de bajarla de nuevo al suelo con cuidado y señalándole en cuanto vio a su doncella llegar junto a dos de los perros de la familia, la dejó partir al lado de su niñera y aquellos perros que casi quería tanto o más, que aquellas mariposas.

Diana llegó hacia Ariyne y jugando con los perros, Danna sonrío totalmente embobada por su hija y aquella felicidad que le transmitía. Todos terminaban rendidos a los encantos de la niña y no era para menos, la pequeña sabía cómo hacerse querer por los demás. Únicamente hacía falta ver su sonrisa inocente, aquel brillo intenso en sus ojos y con un hola de su dulce voz, parecían quedar atrapados. Una nueva risa de la pequeña hizo que de nuevo la atención de su madre fuese a ella, más esta vez la atención en su pequeña fue apenas un lapso de tiempo corto, cuando de pronto sintió la necesidad de poner atención a todos sus sentidos. El olor a plata era inconfundible, aún más para una licántropa y aunque no podía dejar que se notase la incomodidad que aquel olor le provocaba, estaba claro que alguien se acercaba hacia los jardines donde ella se encontraba y para mala suerte no parecía ser uno de sus encantadores y serviciales vecinos, o cualquiera de sus otros sirvientes. No, este era un extraño. ¿Y cuantos llevarían plata bajo sus camisas? Solo tenía una respuesta viable; Un cazador.
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Mensaje por Gael Lutz Vie Mar 25, 2016 5:11 pm

-Ah por favor, déjame decirte una descripción de mi trabajo.
Yo, cazador. Tú, presa.
Yo golpeo. Tú sangras.
Yo mato. Tú mueres.-



Los inquisidores últimamente estaban haciendo el trabajo sucio, estaban llevando a cabo verdaderas carnicerías de licántropos, de vampiros y de cualquier otra criatura que a sus ojos eran bestias sobre naturales. Eso hacía que las criaturas estuvieran más atentas sobre a donde iban, sobre a quién cazaban y sobre quién se defendían, lo que me provocaba un picor peor que un grano en el culo. ¿Porque la Iglesia se tenía que meter en mis asuntos? Me encantaba mi trabajo como cazador y ellos no me estaban permitiendo hacerlo... Nunca había sido devoto a la Iglesia y tampoco me fiaba de aquellos a los que había que llamar padre ni de ninguno que les siguiera. Además, la historia que contaban sobre su mesías me parecía ridícula. ¿Quién diablos iba a matar al único hombre en la tierra que convertía el agua en vino?

Mis pasos me guiaron cerca de mi barrio, hoy no tenía mucho que hacer, la casa estaba recogida, Jane haciendo sus cosas de niña buena, Naitiri seguramente estaba durmiendo y mi hermana, trabajando. ¡Que aburrida era mi vida sin estas mujeres cerca! Con las manos en los bolsillos seguí caminando por el barrio, mirando las casas que dejaba a mi lado izquierdo, se veían bien conservadas, con gente de clase media - alta habitándolas. ¿Cuántas casas de vampiros o de licántropos había dejado atrás? Era un misterio, aunque los vampiros eran fáciles de distinguir, los licántropos no. Había estado pensando muchas veces en hacer una ficha con los que conocía, pero para ello debía de seguirlos durante toda la noche y más cosas... las cuales eran un peligro y una auténtica locura, por lo que había desistido durante una semana de pensarlo y me quede como estaba en un principio, saliendo en luna llena en busca de perritos que cazar.

Llegué hasta el jardín botánico mientras mi mente divagaba en el último lobo que había matado, hacía dos lunas. Me había costado unos cuantos golpes bastante importantes, pero al final había conseguido rebanarle el cuello cual hogaza de pan. Mordí mi labio y admiré las flores, las cuales habían sobrevivido al crudo invierno y estaban comenzando a florecer, pues pronto llegaba la primavera y con ella, la ciudad se llenaba de color y de gente alérgica, de la cual yo estaba excluído. Escuché una risa de una niña y me asomé para mirar entre las flores. Era una niña pequeña que se reía porque se iba con una niñera y unos perros. Sonreí con ternura, yo también había sido así de niño, un niño que siempre estaba sonriendo, riendo y gritando como un loco por cualquier cosa... Pero como todo, la vida pasaba.

Continué caminando hasta donde se encontraba una mujer morena, con ropajes dignos de la realeza, estaba mirando como la niña se marchaba con la chica más joven. Me quedé quieto a escasos metros de la mujer y sonreí, mirando como se marchaba la pequeña, cada vez más lejos, hasta que mi vista la perdía entre la gente. —Una niña muy bonita, señorita.— Ahora miré a la joven a la cual le hice una leve reverencia con la cabeza y me senté a su lado. Había podido ver como parecía incómoda por algo... ¿Quizás por mí? ¿Por mi olor? ¿Las flores? Yo me había duchado esa misma mañana. Dejé un espacio entre nosotros, pero estaba lo suficientemente cerca como para ver si hacía alguna mueca ante el olor que desprendía la plata que llevaba encima, si lo hacía... Era mi día de suerte, pues esta vez, ya sabía quién era al haberla visto a la luz del día.
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Mensaje por Danna Dianceht Mar Mar 29, 2016 7:21 am

La intuición de una mujer es más
precisa que la certeza de un hombre.
—Rudyard Kipling


En todas las especies de animales no humanos y en los seres humanos, las madres solían desarrollar un instinto básico de protección a sus pequeños retoños. ¿Quién no ha oído hablar del fuerte vínculo entre mamá loba y su camada de lobeznos? ¿O de los feroces cocodrilos y el feroz instinto protector a sus pequeños que suele transportar dentro de su gran boca? En todos y en cada uno de estos ejemplos, como de más, las madres siempre son las más feroces y agresivas, firmes, cuando se trata de proteger a sus hijos, y esto también se da con las mujeres. Algunas más que otras tendrán más o menos desarrollado el sentido de la maternidad, pero fuera como fuere, las madres siempre son madres y para la duquesa, eso últimamente lo era todo. Todo su mundo era Diana y no se avergonzaba de ello. Escocia y Diana se llevaban sus pensamientos, cuando no lo hacía Scott y así le estaba bien. No quería pensar en inquisidores de nuevo cerca de su hija, ni en cazadores merodeando buscando debilidades. Danna ahora tenía muchas debilidades, pero si a alguien se le ocurría usar a su hija en su contra, no tendría miedo suficiente después de que le mostrara de que era capaz la loba que habitaba en su interior y que por fin, tras tantos años, había logrado hacer suya. No de forma definitiva, pero con el control más firme de su bestia, cada luna llena por suerte, la contralaba más, hasta crear un vínculo fuerte también con esa parte de ella.

Cuando los licántropos conseguían el control de sus naturalezas salvajes y oscuras, se abría un mundo lleno de probabilidades, desde asegurar la vida de aquellas personas importantes y protegerlas de otros como ellos o de otros, depredadores nocturnos, a poder permanecer cazando animales sin herir a ningún inocente. Desgraciadamente, siempre existiría el riesgo de hacer daño sin querer o que el lobo fuera más fuerte que la consciencia humana, no obstante, cuando estaba como loba se dedicaba a proteger sus territorios y a echar de los mismos a las demás bestias, protegiendo a todos de los seres que como ella andaban por la luna llena por sus bosques. Y este sentido, cuando se trataba de proteger a su hija se activaba de tal forma que su naturaleza licántropa salía rápidamente a la superficie, atenta a cualquier movimiento sospechoso, olor o arma.

Cuando el cazador se sentó cerca de ella, todos sus instintos desde su cabeza le llevaron a pensar que estaba en un serio peligro. Desde el encuentro con los inquisidores y con Astor, sabía que pese a ser de la realeza, contra la inquisición su puesto entre la nobleza escocesa de poco serviría, aún menos, tan lejos de su hogar y estando en tierra extranjera. Podía ser presa fácil y por ese motivo se habían alejado tanto de la urbe principal, sin embargo, parecía que alguien la había encontrado y es que el aroma de la plata, era más que delatadora. O era un cazador o un don nadie, pero su loba ya tenía un pensamiento formado y no había forma de hacerla desistir. Su hija podría estar en peligro y eso, ni ella ni su loba; iban a permitirlo. Le miró al oírle y sonriendo asintió regresando la mirada donde la pequeña permanecía jugando con los perros de la familia y con su niñera.

Gracias, la verdad es que es preciosa— contestó viendo fijamente a su hija reírse mientras aguantaba como podía el nauseabundo y picante olor de la plata del hombre. Arrugó levemente la nariz, en una mueca y viendo como los ojos masculinos examinaban a fondo desde su posición aquel efímero gesto, como buscando algo… como buscando lo que necesitaba para conocer su condición de sobrenatural, más en concreto el de licántropa, sonrío. Ella se había descubierto, pero él, no se había quedado atrás. —Permitidme que os diga, que lleváis un perfume extrañamente peculiar, señor. —añadió y levantándose del pasto en el que se encontraba sentada, siguió con la mirada en su hija. No iba a darle el gusto de verla apavorida o asustada, no cuando ahora mismo era él quien estaba en la posición más incómoda. No solo estaba ante alguien de la realeza, sino que también ante una loba fuertemente maternal y protectora con su hija, y la cual por primera vez en mucho tiempo había decidido hacer caso a lo que le habían dicho, poniendo a su alrededor y en el de su hija a una escolta experta.

Se había tardado en hacerlo, pero al final, lo había hecho y ahora no podía estar más alegre de haber tomado esa decisión apenas Astor las dejó sanas y salvas en el hotel Des Arenes. Había contratado en su personal un grupo de cambiantes expertos en escolta. No conocía en que animales o por donde estaban, pero si podía sentirlos alrededor de ella y de su hija. Uno era uno de aquellos perros que jugaba con la pequeña y los otros, yacían escondidos, atentos a cualquier movimiento de la duquesa y de su alrededor. Ya una vez había sido tomada por la inquisición en su juventud y ya otra vez, un cazador había entrado en su castillo y asesinado a una de sus doncellas solo para darle un aviso de con quien se estaba midiendo y de con quien, no debía jugar. —Supongo sabréis que estáis rodeados y que de hacer algún movimiento en falso, esto podría terminar mal. Así que, —Tras sus palabras se volvió de nuevo a él y le miró fijamente. — ¿Deseáis algo de mí, cazador? — concluyó oyendo de lejos a su hija en todo momento con sus risas y su alegría. Si, se había descubierto ella sola por su propia mano, pero también una al final se cansaba de tanto huir y ahora que las tornas habían cambiado, le parecía más apropiado plantarle cara a esperar a que fuera a por ella o a por su hija. Sus palabras sobre la belleza de Diana podían ser una sutil amenaza; una amenaza que la duquesa no iba a dejar correr. Ahora, ni nunca.
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Mensaje por Gael Lutz Miér Mar 30, 2016 12:46 pm

Si hacemos el bien por interés, seremos astutos, pero no buenos.



Cada día que pasaba estaba más desesperado por saber el nombre del culpable del asesinato de mi padre, creí haberlo tenido en mis manos cuando Thomas me dió un nombre y fui a buscar al portador de dicho nombre, pero resultó una equivocación en las fechas y fue en balde... Pero al menos sirvió para desenmascarar a un licántropo más, lo que me daba muchísima ventaja sobre él al conocer su aspecto humano. No había vuelto a saber de ese licántropo y esperaba no volver a saber de él, con suerte, la inquisición lo habría matado noches atrás... Pero dudaba mucho que hubiese matado a alguien de la realeza. Malditos licántropos de la realeza... Malditas criaturas sobrenaturales de la realeza en general. No me bastaba con aguantar a un rey durante toda su vida y sus siguientes generaciones como para aguantar reyes inmortales.

Me quedé mirando a la dama que tenía a mi lado, la cual se le veía ensimismada cuando su cabeza giraba en dirección a la niña que jugaba con los perros. Esa mirada solo la ponía una madre, una a la que su hija era el centro de su universo, su sol, su luna y todas sus estrellas. No como nosotros habíamos sido para mi madre. Quizás algún día yo sintiese un amor tan puro como el que esta mujer transmitía con solo una mirada, pese a que siempre he estado receloso de traer hijos a este mundo con los tiempos que corren, pero nunca se sabe. Sonreí a la mujer cuando me habló. —Si me lo permitís... Se parece a vos.— Desde esta distancia se podía distinguir el mismo color de pelo que la mujer y unas pocas facciones, las cuales eran idénticas que su progenitora. No pude evitar una pequeña risa por lo comentario sobre mi perfume. Rodé los ojos, estábamos ambos jugando con fuego, ella sabía lo que yo era y yo sabía lo que era ella, ese comentario y el previo gesto de molestia la delató desde el minuto uno. —¿No os gusta la plata? Cuando alguien os regala algo en plata... ¿Que hacéis? Solo por curiosidad.— Siempre había tenido esa duda con los licántropos de la realeza.

La mujer se levantó de la hierba donde estábamos sentados, seguramente por el "mal olor" de la plata, porque le incomodaba mi presencia o para tener más poder sobre mí al estar yo claramente en desventaja en esta posición, ella podría abalanzarse sobre mí antes de que yo consiguiese levantarme. Me planteé levantarme para que la conversación siguiese siendo civilizada, pero se me quitó de la mente al escucharla. ¿Me estaba amenazando? ¿Advirtiendo? Si quisiera hacerle algo, no lo haría ahora a plena luz del día, era cazador, no asesino ni ladrón. La miré y levanté mis manos, para que viese que estas estaban vacías. —Lamento decirle que no soy estúpido señorita. No voy a hacerle nada. Y tampoco soy un despiadado como para tocar a una niña, no se preocupe por ello.— Miré a mi al rededor, intentando encontrar a sus guarda espaldas, los cuales estaban bien escondidos.

Me levanté de la hierba por fin y le mostré mi mano para estrechársela. —Soy Gael Lutz. — Me presenté con el apellido, para que viese que no había trampa ni cartón en todo lo que le estaba diciendo. Tenía muchas más preguntas importantes que las que le había dicho sobre la plata y quería que me las respondiera todas, al ser de la realeza, tenía más información que cualquier otro licántropo que pudiese encontrar y además, conocía su aspecto como humana. Iba a colaborar sí o sí... Si no... Nunca estaba mal dejar a una niña huérfana de madre si su madre era un monstruo.
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Mensaje por Danna Dianceht Sáb Abr 02, 2016 6:13 am

Quien lucha constantemente contra los demonios de los demás,
es quien más se los lleva a casa al finalizar el día.
—R. Flayard


Desde sus inicios, siempre había sido una joven ante todo cauta y precavida. No era de extrañar, su educación había sido ejemplar al lado y bajo la sombra de su madre que siempre intentó imitar e inclusive; superar, lo había logrado tomando como propio lo mejor de su madre y también, por supuesto, lo bueno de su padre. No había sido mucho en ese segundo, pero de él tomó la fuerza y el coraje, aquel coraje que al ver a su hija en peligro la hacía hacer cosas que seguramente su parte más cautelosa jamás habría permitido. Y es que ahora, guardando celosamente a su hija,  había provocado no solamente que el cazador supiese de su naturaleza a ciencia cierta —lo que a Danna, menos le importaba en aquel instante—, más lo preocupante era que también había revelado su punto débil, lo único con que podían derribar a ella y a su loba; La luz de sus ojos. Su hija. Aquella luz tan parecida a sí misma y a la vez, tan distinta. Como en el pasado, el día del encuentro con Astor, volvía a descubrirse, más esta vez por lo menos consciente de querer hacerlo. Protegida por sus guardias, se sentía más liberada de cometer errores.

Sí, eso suelen decir quienes nos ven, aunque soy de las que opina que de mayor, su belleza crecerá hasta volverse en la imagen de una fuerte y dulce princesa.—dijo con una amable sonrisa en sus labios aun admirando la estampa de su pequeña hija correteando, seguida de sus dos perros y con su doncella detrás de ella, vigilándola constantemente. Por unos instantes, admirando a su hija se imaginó que sería no haber sido una licántropa y por ejemplo, en el momento actual, poder conversar tranquilamente con aquel joven, sin miedo a que quisiera matarla, a ella; a su hija. Suspiró y levantándose del suelo fue cuando en cierta forma aceptó jugar al juego del cazador, advirtiéndole de antemano lo que podría pasar de intentar alguna locura con ella. Contaba con la inmensa suerte de contar con aquellos cambiantes, uno de los cuales se encontraba apoyado en forma de águila en una de las ramas más cercanas, escondido entre el follaje, mimetizado.

Es tan sencillo como usar guantes al recoger o tomar la plata en la mano. —Explicó tras un cierto desconcierto por la pregunta del cazador. ¿No se le ocurría otra cosa más importante que preguntarle? Se le podían ocurrir muchas que ella preguntaría de estar en una situación inversa y en cambio, únicamente se le había ocurrido preguntarle por la plata. — Entre las cortes Parisienses y también en las extranjeras, usar guantes se considera una habitual practica más entre la realeza. Ya por proteger sus manos, por evitar contagios o simplemente por llevar un complemento más en los últimos diseños más caros. Por lo que resulta fácil pasar desapercibido el hecho de que no soy muy amiga de la plata.

Viéndolo levantarse tras sus últimas palabras y no muy segura de la convicción de estas, en las que aseguraba no hacer daño a su hija, le miró fijamente siguiendo cada uno de sus movimientos. Se movía de forma lenta casi pareciera que no quisiera asustarla o hacer estallar la alarma, lo que la licántropa agradeció, pues lo último que quería aquella bonita mañana era encontrarse en medio de una pelea con su hija por allí riendo y saltando feliz. — Me he encontrado cazadores muy estúpidos, no me culpéis si tengo una imagen distorsionada de los vuestros. —Le contestó, mientras concienzudamente le examinaba todo é, buscando alguna arma o plata, a parte de la que ya sabía que portaba bajo la ropa. Apenas en unos segundos le bastó para alejar la sensación de peligro de su cabeza y cayendo en como miraba a su alrededor disimuladamente buscando a sus guardias, sonrío. — No los encontrareis. —Le avisó al tiempo que miraba su mano tendida y tras una breve vacilación, alargó la mano y se la estrechó suavemente.

Danna de Dianceht, señor Lutz. —Se presentó también ella con todos sus apellidos, mostrando así que no tenía ningún miedo. Si alguien la quería muerta, estaba segura que poco importaría que no diese su apellido; la encontrarían y aquel cazador que más bien parecía ser parisiense, no tenía pinta de querer seguirla hasta Escocia. Aunque una nunca puede distraerse, ni confiarse en estos casos, lo hecho ya estaba hecho. Desviando la mirada del joven cazador hacía de nuevo donde se oía la voz y las risas de su hija, sonrío y ofreciéndole uno de sus brazos regresó a mirarle. El día era demasiado perfecto para centrarse en un solo lugar de aquel inmenso parque y no disfrutar así de la naturaleza que los rodeaba por doquier bajo el sol de aquella mañana. — ¿Me acompañaríais a dar un paseo? —Le preguntó con total confianza, sin titubear un ápice en su propuesta, ni su tono de voz — No es la primera vez que un cazador no intenta matarme, y por ende, sé que algo necesitáis.—Le dijo y mirándolo a los ojos, supo ver una oscura necesidad. Todos los cazadores tenían demonios en sus ojos y aquel, no parecía distinto al resto.
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Mensaje por Gael Lutz Dom Abr 03, 2016 12:50 pm

La vida es lo que ocurre mientras pasamos el tiempo haciendo planes.



Eché un último vistazo a la niña, la cual seguía jugando con los perros y la niñera. Hice una mueca al escuchar a su madre. ¿La quería convertir en princesa? Era mejor que aprendiese a ser una guerrera, alguien independiente que no necesitaba de un príncipe para que la rescatase de las fauces del dragón... Pero era lo de hoy en día, todas querían ser doncellas en peligro para que un apuesto príncipe las rescatase del peligro, se casase con ellas y poder ser felices en su idílico cuento de hadas. Un cuento que me hacía vomitar. —No tengo ninguna duda de que será fuerte y preciosa, quizás más que vos. Pues los hijos son para mejorar la especie.— Dejé una sonrisa en mis labios y volví mi vista a la mujer que tenía delante, la cual tenía un porte fuerte, segura de sí misma y sin duda bella, para ser una licántropa.

Ahá, así que así era como evitaba el tener que estar en contacto con la plata, con guantes. Un misterio más resuelto que se volatilizaba en mi cabeza, pero que muchos otros aparecían para ocupar su lugar, lo cual no dudé en preguntar mi siguiente duda. — Y ¿Cómo hacéis para que no os reconozcan? Sé que tenéis más edad de la que aparentáis, pero sois de la realeza, una realeza que tiene que estar presente en vuestro país... ¿No os molesta que generaciones ancianas os reconozcan y digan que deberiais estar muerta? Solo por la edad.— Ese sí era una pregunta que me interesaba mucho. ¿Qué hacían? ¿Se movían de un país a otro? ¿Cómo les duraba tanto el título de la realeza? ¿Nadie se daba cuenta de que siempre era la misma mujer quien ocupaba ese puesto? Eran preguntas que me hacían explotar el cerebro.

Dejé escapar una pequeña risa por su comentario. Claro que se había encontrado cazadores estúpidos, no dudaba de ello, pues estúpidos había en todas partes, en cualquier gremio y en cualquier raza. Pasé mis manos por el pelo y asentí, aún con una sonrisa. —No os preocupéis, yo también me he encontrado licántropos de la realeza que eran estúpidos... Espero y creo, que vos sois distinta, señorita. — No sabía si había hecho bien en  llamarla señorita o quizás hubiese sido mejor llamarla señora, pues igual estaba casada al tener una hija. Meneé la cabeza y miré al cielo, cuando dijo que no encontraría a los guardias ¿Que había hecho? ¿Domesticar águilas y otros animales? Volví a mirarla de nuevo. —Espero que no tenga que encontrarlos, eso será una buena señal de que este encuentro a ido bien.— Estreché su cálida mano con la mía, en un apretón firme.

Danna un nombre bonito, le pegaba a ella y a su condición de licántropa... Danna, ven aquí ven ven. Rodé los ojos por mi estúpido pensamiento y traté de ponerme serio. —Un placer, señorita Dianceht— Vi como echaba un último vistazo a su pequeña hija, la cual seguía divirtiéndose como si no hubiera un mañana. Danna me ofreció su brazo para dar un paseo, esto estaba cogiendo un punto muy interesante. Me agarré a su brazo y comenzamos a caminar por la inmensidad del parque. Sin duda, era una mujer muy sabia y acababa de acertar de pleno mis deseos. La miré con una sonrisa, haciéndole saber que había visto a través de mis ojos. —Necesito información, señorita Dianceht, por eso recurro a vos. Pero antes de mostrar todas mis cartas, me gustaría hacer un trato o un pacto. Será como una aseguración de que ni yo ni vos va a traicionar al otro. ¿Lo entendéis? No puedo mostrar mis cartas a una licántropa y que luego esta me traicione y mi cuerpo acabe devorado en un bosque.— Dije sin dejar de mirarla, al igual que había hecho con Jane, lo mismo iba a hacer con ella.

Continuamos caminando, estaba seguro de que ahora, todas las miradas de sus guardias estaban clavadas en mi nuca, listos para atacar si veían a su jefa en peligro. Me paré al lado de una pequeña fuente, el ruido del agua caer amortiguaría mis palabras, no quería que nadie más que ella me escuchase. —¿A cuántos licántropos conoce? ¿Cientos? ¿Miles? Estoy buscando a uno en concreto... Pero antes, hagamos el trato. Mi oferta es la siguiente. Usted guarda mi secreto, no le cuenta a nadie lo que esta mañana le voy a contar y yo prometo no dar caza a ningún licántropo que sea de su ¿Manada? No sé si lo llamáis así. Y no hablo de solo dar caza yo, conozco a otros cazadores que tampoco lo harán, así que podrá estar medianamente a salvo... ¿De acuerdo?— La miré fijamente, necesitaba que aceptase, necesitaba la información que ella pudiera poseer para encontrar a mi venganza.
Gael Lutz
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