AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Las Apariencias Engañan [Elizabeth Boissieu]
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Las Apariencias Engañan [Elizabeth Boissieu]
El alba acrecía aquella mañana, el rocío adornaba y cristalizaba el césped que rodeaba el jardín de mi hogar, dulce hogar. Ahí me veía yo, enredado entre las sabanas, estirando mis músculos para poder bostezar y comenzar un nuevo día. Solía caminar a gatas hasta la ducha, pero aquella mañana había amanecido enérgico y con más avisado que nunca. Con una amplia sonrisa entré a la ducha, y giré la llave para que las gotas, a chorro, resbalaran por mi cuerpo y rubia cabellera. Cerré mis ojos y abrí ligeramente mis labios para beber un poco del agua que cubría mi cuerpo y lo aseaba con constantes lides que arrasaban con mi sueño en el acto. El chorro de agua disminuía su presión luego de quince minutos en la ducha. Mi cabello ya estaba totalmente enjuagado y mi cuerpo no tenía restos del jabón que había utilizado. Entrelacé la toalla en la base de mi estomago, cubriendo mi entrepierna para salir de la ducha y secarme el cuerpo con la otra toalla que estaba en el colgador. Busqué una camisa blanca y pantalón negro, además de mis zapatos negros y chaqueta del mismo color, la cual sostuve en mi mano camino a las escaleras, rumbo al comedor, y vi a mis padres tomando el desayuno, como de costumbre, platicando acerca de la noche que habían tenido y lo que pretendían hacer en el día. Mientras conversábamos en la mesa sentí la necesidad de decirles que quería retomar mis estudios, pero bastó con ver a mi padre ponerse de pie con aquellos zapatos de suelas rotas para desistir de mi petición. Me puse de pie junto con él y le dí una palmadas en la espalda deseándole un buen día. Me despedí de mi madre con el clásico beso en la frente, siempre con una sonrisa de lado a lado, pero bastó con salir de mi hogar, rumbo a la estación de tren para que la sonrisa se desvaneciera. Me sentía extraño en un lugar ajeno, como lo sentía ya desde que había llegado a Francia. A pesar de los años en aquel hermoso país, sentia el vacio en mi corazón y veía como caía en la rutina y el aburrimiento. El único momento en que me sentía yo mismo era en el Circulo de la Bruja, pero no sabía cuanto faltaría para la nueva reunión y me sentía impaciente por ello.
El tren llegó a la hora exacta y el camino a mi lugar de trabajo no era muy largo. La Biblioteca principal de París habría todos los días a temprana hora y debía llegar a tiempo, el problema era que el tren tenía un recorrido bastante peculiar y si tomaba el siguiente, llegaría tarde al trabajo, por lo que tenía que tomar aquel que llegaba mucho antes de que la biblioteca abriera, para ello llevaba un libro diferente todos los días, para leer en el camino o mientras esperaba a que abrieran.
Al bajar del tren caminé con la vista fija en mi libro, sin siquiera ver al frente, aunque no era muy relevante alzar la vista ya que la concurrencia de gente a esas horas de la mañana era mínima. Al llegar a la biblioteca cerré el libro de golpe con mi mano derecha, sosteniéndolo del borde con ésta, mientras con mi otra mano sostenía mi chaqueta negra. Contemple aquel lugar y su exterior, rodeado de aquel paisaje verdoso y denso. Pude notar en el extremo izquierdo de la biblioteca, a una joven apoyada en un árbol leyendo bajo la sombra de éste, al son del cántico de los pajaritos. Caminé hasta ella y estiré mi chaqueta para recostarme sobre ella, y me apoyé con el libro en la mano, en el árbol que estaba justo en frente de ella. Abrí el libro en la pagina en la que había quedado antes de cerrarlo y proseguí con mi lectura, alzando la vista a momento, curioso por ver que clase de libros leía la joven rubia.
El tren llegó a la hora exacta y el camino a mi lugar de trabajo no era muy largo. La Biblioteca principal de París habría todos los días a temprana hora y debía llegar a tiempo, el problema era que el tren tenía un recorrido bastante peculiar y si tomaba el siguiente, llegaría tarde al trabajo, por lo que tenía que tomar aquel que llegaba mucho antes de que la biblioteca abriera, para ello llevaba un libro diferente todos los días, para leer en el camino o mientras esperaba a que abrieran.
Al bajar del tren caminé con la vista fija en mi libro, sin siquiera ver al frente, aunque no era muy relevante alzar la vista ya que la concurrencia de gente a esas horas de la mañana era mínima. Al llegar a la biblioteca cerré el libro de golpe con mi mano derecha, sosteniéndolo del borde con ésta, mientras con mi otra mano sostenía mi chaqueta negra. Contemple aquel lugar y su exterior, rodeado de aquel paisaje verdoso y denso. Pude notar en el extremo izquierdo de la biblioteca, a una joven apoyada en un árbol leyendo bajo la sombra de éste, al son del cántico de los pajaritos. Caminé hasta ella y estiré mi chaqueta para recostarme sobre ella, y me apoyé con el libro en la mano, en el árbol que estaba justo en frente de ella. Abrí el libro en la pagina en la que había quedado antes de cerrarlo y proseguí con mi lectura, alzando la vista a momento, curioso por ver que clase de libros leía la joven rubia.
Alejandro Moldoveanu- Humano Clase Media
- Mensajes : 76
Fecha de inscripción : 06/10/2010
Edad : 250
Localización : Biblioteca de París, Estación de Ferrocarril
Re: Las Apariencias Engañan [Elizabeth Boissieu]
Aquél día no me había levantado con mucho ánimo, había empezado mal desde que me levanté y me di cuenta que mis padres habían peleado por una estupidez, al intentar separarlos todo empeoró viéndome también yo afectada en el asunto. Decidí tomar una ducha rápida antes de salir, de todos modos ese día lo tenía libre así que aprovecharía para salir y leer un buen libro, hace tanto que no lo hacía ya.
Luego de terminar tomé mi vestimenta con la toalla cubriendo mi cuerpo, siempre había pensado que aquellas vestimentas eran tediosas e incómodas, pero lamentablemente no se podía hacer mucho. Comencé por ponerme toda la ropa interior y lo que tuviera que ver con corsés y enaguas y luego con mucho trabajo logré poner mi vestido dispuesta a salir pronto de mi hogar. Tomé el primer libro que encontré y salí con un poco de dinero para el tren, avancé de forma rápida al único lugar que se me ocurría en ese momento, la biblioteca, hace mucho que no iba y además necesitaba un tiempo de tranquilidad solo para mi.
Iba sentada cabizbaja, con el libro cerrado sobre mis piernas sumida en mis pensamientos, tanto así que siquiera me había dado cuenta del viaje y casi me había pasado de mi destino. Me bajé algo apresurada, encontrando por suerte la biblioteca abierta, entré con paso veloz y me dirigí a un árbol frondoso para sentarme bajo éste, tomé el libro entre mis manos y comencé a leer. Lamentablemente no había tomado uno de mis libros favoritas por lo cual hice una mueca y suspiré frustrada ya que tampoco tenía demasiado ánimo para buscar algo más interesante en la biblioteca, simplemente me quedé ahí tumbada pensativa con mi vista fija en el libro, pero sin leerlo.
A cabo de unos minutos me desconcentró la figura de un hombre al que vi sentarse cerca de mi, noté como miraba de vez en cuando curioso y yo le seguía la mirada sonriente, estuvimos un par de minutos así hasta que cerré mi libro dejándolo otra vez sobre mis piernas y con mi vista fija en el, sin dejar de sonreírle - Buenos días monseiur, he notado que me mira curioso ¿Puedo ayudarlo en algo? - Mi voz era dulce con un tono suave pero lo suficientemente algo para que él me escuchara y mi cabello se desordenaba por una pequeña brisa que soplaba en ese momento.
Luego de terminar tomé mi vestimenta con la toalla cubriendo mi cuerpo, siempre había pensado que aquellas vestimentas eran tediosas e incómodas, pero lamentablemente no se podía hacer mucho. Comencé por ponerme toda la ropa interior y lo que tuviera que ver con corsés y enaguas y luego con mucho trabajo logré poner mi vestido dispuesta a salir pronto de mi hogar. Tomé el primer libro que encontré y salí con un poco de dinero para el tren, avancé de forma rápida al único lugar que se me ocurría en ese momento, la biblioteca, hace mucho que no iba y además necesitaba un tiempo de tranquilidad solo para mi.
Iba sentada cabizbaja, con el libro cerrado sobre mis piernas sumida en mis pensamientos, tanto así que siquiera me había dado cuenta del viaje y casi me había pasado de mi destino. Me bajé algo apresurada, encontrando por suerte la biblioteca abierta, entré con paso veloz y me dirigí a un árbol frondoso para sentarme bajo éste, tomé el libro entre mis manos y comencé a leer. Lamentablemente no había tomado uno de mis libros favoritas por lo cual hice una mueca y suspiré frustrada ya que tampoco tenía demasiado ánimo para buscar algo más interesante en la biblioteca, simplemente me quedé ahí tumbada pensativa con mi vista fija en el libro, pero sin leerlo.
A cabo de unos minutos me desconcentró la figura de un hombre al que vi sentarse cerca de mi, noté como miraba de vez en cuando curioso y yo le seguía la mirada sonriente, estuvimos un par de minutos así hasta que cerré mi libro dejándolo otra vez sobre mis piernas y con mi vista fija en el, sin dejar de sonreírle - Buenos días monseiur, he notado que me mira curioso ¿Puedo ayudarlo en algo? - Mi voz era dulce con un tono suave pero lo suficientemente algo para que él me escuchara y mi cabello se desordenaba por una pequeña brisa que soplaba en ese momento.
Elizabeth Romanova- Cambiante Clase Alta
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Fecha de inscripción : 01/10/2010
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Re: Las Apariencias Engañan [Elizabeth Boissieu]
El cántico de las aves comenzaba a atenuarse poco a poco, cada vez eran más pausando y en lapsos de silencios más largos. Aquel melodioso sonido acompañaba la lectura de mi libro; Relation du Voyage à la Recherche de la Pérouse, escrito por Jacques Labillardière, que trataba de una extensa expedición de d'Entrecasteaux por Australasia. Aquel libro describía a la perfección la flora y fauna de Australia y sus alrededores; un poema traspasado a las paginas. Libro que, a pesar de ser interesante, no lograba acaparar toda mi atención. Aún estaba curioso por ver que es lo que la joven, arropada por aquel vestido lila, que la cubría como debía cubrir a una señorita, al pie de aquel frondoso árbol, leía, sujeta con sus finos guantes de tela blanco a éste. Alcé la vista, un poco más de lo que ya lo venía haciendo hacía unos instante, alzando el mentón de manera casi exagerada, buscando con la vista algo de lectura del libro de la rubia, pero mi acto se vio ofuscado de golpe, haciéndome encoger de hombros, algo avergonzado, al ver que la señorita cerraba el libro de golpe en mis narices y posaba la mirada en mi, curiosa y divertida. Desvié la mirada completamente nervioso y avergonzado, sin saber qué hacer.
Su "Buenos días" me hizo abrir los ojos como platos, casi saliendo de sus cuentas. "¡Trágame tierra!" Era lo único que podía pensar en ese momento.Ni siquiera me había percatado de la dulce voz que emanaba de sus cuerdas bucales. Devolví la vista, lentamente, hasta ella nuevamente, sin posarla en sus ojos de golpe, primero contemplé un instante, aún apenado, el libro que tenía cerrado sobre sus piernas, para luego subir la vista, rodeando su núbil figura, hasta su cuello, cubierto por los flecos del vestido. Me detuve un instantes antes de posar mi vista en aquellos azules y hermosos ojos, dignos de una cabellera rubia y lisa que la adornaba, en compás con el fluir del viento.
- Disculpe usted, madame - me disculpé lo mejor que pude por mi actitud poco convencional. Mi acento francés aún no era del todo perfecto, a pesar de llevar varios años ya en Francia - Yo solo me preguntaba qué clase de libro lee una joven señorita sentada bajo un árbol - anuncié sin tapujos. Quizás mi atrevimiento fue poco habitual al preguntar algo personal directamente, pero la curiosidad me mataba, tenía que reconocerlo.
Esbocé una tranquila sonrisa, esperando que mi pregunta y personalidad no la espantara, aunque pensándolo bien, fue ella la que inició la platica y no yo. Por ende ella estaría buscando la manera de conversar conmigo, ¿no?. A decir verdad era extraño ver una joven francesa buscar conversación con otra persona, y mas aún si era extranjero. De seguro no había notado a primera que era Romano, y luego de oír el tono de mi voz lo más probable es que se retirase musitando alguna disculpa como todo el mundo solía hacerlo. Antes de que hiciera cualquier comentario preferí presentarme para no quedar como un completo desconocido, como siempre solía pasarme.
- Mi nombre es Alejandro Moldoveanu - anuncié al borde del nerviosismo nuevamente - lamento mi entrometimiento de hace un momento - dije ésta vez desviando la mirada al césped, cabizbajo.
Su "Buenos días" me hizo abrir los ojos como platos, casi saliendo de sus cuentas. "¡Trágame tierra!" Era lo único que podía pensar en ese momento.Ni siquiera me había percatado de la dulce voz que emanaba de sus cuerdas bucales. Devolví la vista, lentamente, hasta ella nuevamente, sin posarla en sus ojos de golpe, primero contemplé un instante, aún apenado, el libro que tenía cerrado sobre sus piernas, para luego subir la vista, rodeando su núbil figura, hasta su cuello, cubierto por los flecos del vestido. Me detuve un instantes antes de posar mi vista en aquellos azules y hermosos ojos, dignos de una cabellera rubia y lisa que la adornaba, en compás con el fluir del viento.
- Disculpe usted, madame - me disculpé lo mejor que pude por mi actitud poco convencional. Mi acento francés aún no era del todo perfecto, a pesar de llevar varios años ya en Francia - Yo solo me preguntaba qué clase de libro lee una joven señorita sentada bajo un árbol - anuncié sin tapujos. Quizás mi atrevimiento fue poco habitual al preguntar algo personal directamente, pero la curiosidad me mataba, tenía que reconocerlo.
Esbocé una tranquila sonrisa, esperando que mi pregunta y personalidad no la espantara, aunque pensándolo bien, fue ella la que inició la platica y no yo. Por ende ella estaría buscando la manera de conversar conmigo, ¿no?. A decir verdad era extraño ver una joven francesa buscar conversación con otra persona, y mas aún si era extranjero. De seguro no había notado a primera que era Romano, y luego de oír el tono de mi voz lo más probable es que se retirase musitando alguna disculpa como todo el mundo solía hacerlo. Antes de que hiciera cualquier comentario preferí presentarme para no quedar como un completo desconocido, como siempre solía pasarme.
- Mi nombre es Alejandro Moldoveanu - anuncié al borde del nerviosismo nuevamente - lamento mi entrometimiento de hace un momento - dije ésta vez desviando la mirada al césped, cabizbajo.
Alejandro Moldoveanu- Humano Clase Media
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