Escrito en las estrellas [Privado]

por Zenevieva Nikoláievich* Mar Abr 12, 2016 10:49 pm

Todo se encontraba escrito en las estrellas. En ellas estaba escrito que formaría parte de una familia maldita, que amaría a su hermano más a que cualquier otro individuo que tuviera su misma sangre, también decía que ella buscaría la felicidad lejos de los suyos y por supuesto, las estrellas garantizaban que encontraría esa felicidad; ellas también decían algo más, algo que Zenevieva prefirió ignorar pensando que el destino o las maldiciones eran algo que con simples deseos podías invalidar. Pobre bruja ingenua, pobre criatura que con su miseria hizo incluso que las estrellas llorasen.

Eran entonces las mismas estrellas quienes la acompañaban aquella noche. Observándola con atención porque no había nadie más que lo hiciera, ya que la soledad y el silencio reinaban en el cementerio, sitio que se convertía por las noches en un lugar vetado para la mayoría de las personas, menos para la bruja. Zenevieva se sentía tan rota y vacía, que aquel lugar parecía ser el único donde ella encajaba la perfección y no era de extrañar que se sintiera de esa manera, tanto le pasó a la joven bruja, que era más que nada un milagro que ella continuase con vida, aunque claro, ella sabía que su destino era continuar con vida y aún no podía explicarse el por qué si para esos momentos su rostro y actitudes parecieran más las de alguien muerto o demente.

Con un vestido verde ya algo desgastado y sentada en el suelo, con la mirada fija en una lapida, la bruja suspiro. Francis Lombardi se leía en aquella fría roca que decoraba la tumba, un nombre que ella conocía muy bien. Con devoción y una sonrisa triste en los labios, acaricio las letras en la lapida solo para de un momento a otro, observar más allá de donde ella se encontraba una figura masculina, una que amaba y odiaba. El fantasma de Francis llevaba siguiéndole desde su muerte, torturando a Zenevieva con su presencia silenciosa, esa que no hacía más que exasperarla con sus miradas cargadas algunas veces de culpa y otras de pesar.
-¿Vienes de nuevo a torturarme? – la suave voz de la hechicera rompió el silencio en que se había mantenido el cementerio – ¿O te has decidido ya a hablar conmigo? – la mano que acariciaba la lapida se detuvo, los ojos que antes miraban el nombre escrito en la roca miraban ahora al espectro que entre abrió los labios, cerrándolos casi al instante para mirarla con compasión. Aquel fantasma nunca decía nada y era ese detalle lo que empeoraba todo; porque ella sabía que él guardaba un secreto, algo que ella desconocía y que podía cambiar el curso de su historia, pero Francis se rehusaba a decirle una sola palabra – ¡HABLAME! – gritó, recibiendo como respuesta el silencio y ante eso las lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas – HABLAME O LARGATE… ¡DEJAME! – con desesperación, la bruja tomaba pequeñas rocas que encontraba en el suelo, lanzando una tras otra en dirección al fantasma aquel; sumergida en su dolor, sin detenerse a pensar, Zenevieva continuo lanzando rocas a la nada cerca de diez minutos, siendo de un momento a otro donde el fantasma desapareció, dejando ante los ojos de la hechicera una figura que aunque borrosa le era sumamente conocida – ¿Piotr, tu también has venido a torturarme? – preguntó, creyendo que la visión de su hermano era una simple jugarreta de su mente.

por **Heinrich Von Eschenbach** Mar Abr 19, 2016 12:13 pm

Se había asido a la idea de que Zenevieva pudiese haber hallado paz en algún otro lugar que no fuese su tierra natal. Alejada de la ya conocida maldición que recaía sobre el apellido Nikoláievich. Después de perder contacto con ella trató de buscarle, pero, no se sentía con el derecho de arrebatarle esa libertad, aunque la amaba demasiado ¿Quién era él para cortarle las alas? Sonreía únicamente cada vez que llegaban a su mente, los pasajes borrosos de una infancia productiva. Sumergidos entre juegos y risas sin importarles su origen, uno que le costaría a ambos mantener la serenidad y la entereza para sobrevivir en una sociedad donde los de su especie, eran asesinados.

Para él, resultaba más fácil ahogar esa soledad mediante la música, cuando sentado horas frente al piano, sus dedos se deslizaban de forma magistral en las teclas bicolores. Eran esos estados de ausencia, en los que prefería aislarse del mundo. Construyó con sus propias manos una residencia alejada del núcleo parisino, donde pudiese pasar las horas sin ser molestado por la apabullante vida que transcurría en la capital, aunque se permitía de vez en cuando salir de su caparazón y dar largos paseos en lugares menos concurridos, en horas menos transitadas. Esta vez su mezquino andar le condujo hacia Montmartre, irónicamente el flujo de energía ahí se concentraba en mayor cantidad.

Piotr sólo podía trazar una mueca ante las fachadas atroces que presumían aquellos espectros que deambulaban entre un plano y otro. La sensibilidad en el ruso era un concepto un tanto ajeno, pues lo vivido con anterioridad le impedía mostrarse benevolente ante el dolor de otros. Continuó su marcha entre las tumbas y elevó su mirada hacia la bóveda grisácea, una masa espesa de nubes arremolinándose hacia el centro. Probablemente llovería, pues el susurro del viento estrellándose contra los robustos vigías que delineaban el cementerio anunciaba tormenta. El semblante de una anciana contemplando su propio lugar de descanso le distrajo.

¿Qué sucedía con aquellos menos afortunados? Los que apenas se habían perdido en el limbo y trataban de comprender su hado, ahora como meros espíritus errantes. A un par de metros no lejos de donde se había detenido, el sollozo de una mujer abatida entre las penumbras le despertó de su trance. Con cautela se aproximó y ante sus ojos, las líneas que perfilaban un cuerpo poco a poco cobraban forma y figura. Sentada sobre una pila de hojarasca, en el lugar menos indicado, la oscuridad le traía de vuelta aquello más preciado en su vida.

–Vi– susurró.

Se apresuró a abrazarla sin dar tiempo a objeciones. Era ella no cabía duda, la mirada nostálgica ahora empañada por lágrimas, el cabello de ébano que siempre hondeaba a la voluntad del aire.

–Soy yo Vi, Piotr, ninguna alucinación tuya, soy yo, mírame–

Espetaba mientras sujetaba con sutileza su rostro, tratando de calmarle para que pudiese reconocerle.

por Zenevieva Nikoláievich* Vie Mayo 13, 2016 10:17 pm

Hacía ya bastante tiempo que Zenevieva dejó su hogar, tanto que no creía posible volver a tener contacto con nadie de su familia, ni siquiera con Piotr. Su hermano siempre fue la persona que la bruja más amara, al menos hasta que encontró a Francis y creyó por un efímero momento que podría ser feliz, sin embargo, todo aquel sueño se destrozo dejándola ahora viviendo una pesadilla.

La cercanía que hasta su huida de casa mantuviera con Piotr fue precisamente el motivo por el que al ver su figura en el cementerio pensara que su mente estaba jugando con ella, después de todo, la falta de comunicación con su hermano sembraba en la bruja la idea de que un re encuentro entre ambos era sencillamente imposible. La visión de la figura masculina era tomada por ella como una tortura cruel, una que quizás se merecía. Su maldición (esa en la que no creyó sino hasta la muerte de Francis) se llevó a uno de sus seres más amados así que era lógico que para hacerla sufrir, aparecieran ante ella no solo el afectado, sino todos a quienes alguna vez amo. Llorosa, observando en dirección a donde aparecía Piotr le cuestionaba su presencia ahí.
– Si vienes a torturarme, vete. ¿No creen que ya he sufrido bastante? – preguntó dejando de mirarlo para posar sus orbes una vez más en la lapida de Francis, ahí donde junto al cuerpo de su esposo, descansaba también el de su bebé – Ya lo he perdido todo – susurró entonces, suplicando así porque todas aquellas presencias o delirios que la hacían sufrir desaparecieran de una vez y para siempre.

El mundo de la bruja había colapsado de la peor manera posible y de entre los escombros de una vida vieja, aparecía entonces el único ser que podía ayudarle a levantarse. Su creencia sobre el delirio con su hermano se desplomo en el momento en que los brazos masculinos la rodearan con firmeza. Zenevieva contuvo el aire unos segundos dejando que el calor del cuerpo de Piotr le diera un poco de consuelo. Lo extrañó, de eso no quedaba la menor duda así como tampoco quedaba duda de que lo necesitaba más que nunca.
– Piotr… – le llamó, observándole fijamente en lo que su cerebro terminaba de reconocerlo como una presencia real – Eres tú, de verdad lo eres – dijo llena de alegría mientras que una sonrisa asomo a labios; sonrisa que tan pronto apareció se desvaneció, supliendo la alegría que generaba la presencia de su hermano con el dolor de todo lo vivido recientemente – Yo… – comenzó a hablar, notando como un nudo en su garganta le impedía continuar y las lagrimas comenzaban a fluir nuevamente de sus ojos – Lo he perdido Piotr, lo perdí a él y al bebé – soltó sin más, buscando nuevamente estar en los brazos de su hermano, aquellos en los que iba a permitirse ser pequeña una vez más.

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