AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Un molesto querubín [Tom E. Stanford]
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Un molesto querubín [Tom E. Stanford]
¿Cuánto tiempo había pasado desde que la agrupación ‘La Alianza’, contra cazadores e inquisidores, había desaparecido? Probablemente, más de tres complicadísimos años. La última misión había sido ir a ayudar a la condesa de Escocia que seguramente, a estas alturas, ya tendría a un hijo entre sus brazos. La verdad es que había ignorado las noticias de ese rumbo, quizá estaba muerta y de ser ese el caso, no quería saberlo. Reprimir toda esa etapa es lo que más deseaba, aunque claro, era imposible.
En ese entonces Nicolás había escapado de mis brazos, aludiendo a que no quería lastimarme y con ello mi desvarío había comenzado a picotear mi cerebro cada vez más. El viaje a tal país no había sido en absoluto conciso, por nuestra parte, el grupo de logística había averiguado la cantidad de cazadores y los grupos que había en la capital. De qué manera actuaban, y en qué zonas se movían. En ese montón de personas estaba yo, junto con varios cambia formas que utilizaban sus pequeñas formas animales para recaudar información. Las redes y el planeamiento de mapas eran cosas sumamente difíciles para mí y me cercioraba de hacer lo justo y necesario para poder volver al fin a París. Había aceptado que la asociación moriría en cuestión de tiempo, ya que las acciones se estaban desmoronando y existíamos a costa de nuestros propios bolsillos. Pero claro, yo quería darle un buen final, todo acto en el que estuviese merecía un buen final.
En aquel tiempo uno de los grupos de cazadores que más me había interesado era uno en donde estaban aquellos de la clase alta o realeza, algunos franceses y otros de la misma Escocia, era interesante la manera en la que se movilizaban y el poco despilfarro de dinero en sus cuentas bancarias. Parecía que luchaban contra un grupo de vampiros en específico y no molestaban a los demás. Aparentemente eran esos inmortales que terminaban perdiendo la cordura y matando a lo que tuviesen en frente; esa clase de sobrenaturales que incluso nosotros mismos nos dedicábamos a erradicar. Lo único que pensé en ese entonces fue, “mantente alejado”, ¿por qué? Quizá yo estaba lo suficientemente loco como para que me mataran.
Nunca pensé en que le daría relevancia a aquel hecho una vez más, hasta la actualidad en la cual me movía.
Habían pasado unos largos meses desde que la noticia de que había muerto uno de ellos me había llegado. De eso sí me enteraba, después de todo, era un cazador menos. ¡Yo realmente los odiaba a todos ellos! Me habían sacado los colmillos y las heridas de inquisidores en mi cuerpo, con agua bendita y plata, aún mantenían la marca. Todas las noches me levantaba con el mismo dolor, de sentir un pedazo faltante. No obstante me había acostumbrado. Y seguía siendo todo lo yo mismo que podía. Ahí estaba el grave dilema. Era una criatura por demás de curiosa y con las orejas tan grandes y chismosas pues, ¡había algo que no concordaba con el rompecabezas!
Esa noche revolví toda mi vieja casa, en donde ahora vivía Amadeo. Entre todo el papeleo encontré la información sobre los Stanford y el grupo de vampiros que acechaba el grupo. Estaba claro que era hijo único, no había esposa y el padre era demasiado viejo para tener otro hijo más. ¿Por qué tenía yo esa información? Pues, obviamente, cuando La Alianza se había destruido me había guardado muchos informes para poder estar a salvo en París. Sabía la cantidad de cazadores e inquisidores que albergaban los países limítrofes y estaba seguro de que nadie más podía cargar ese apellido. Entonces, que alguien me explicara, ¿por qué había un nuevo heredero?
Me escapé como un ratón en traje de sombra hacia aquel castillo que vistosamente parecía lucir en colores. La información era demasiado sencilla, simplemente avisaban de que había un nuevo Stanford, supuse que sería un joven humano, quizá un entrenado cazador que venía de incógnito. ¡Pero yo podía ser muy rápido para escaparme! Así que me escabullí trepando alguna que otra pared. Con un bolsito pequeño colgado, en donde mantenía una copia de la información y un arma en caso de pánico. Ya me había olvidado como lucían los de aquel apellido, pero lo tenía anotado, ¡todo fríamente calculado! Al final, terminé en una sala que parecía que nunca se entraba. Moví la cabeza a los lados y con cuidado metí mi nariz en cada cuarto. ¿Acaso no había nadie en ese lugar?
En ese entonces Nicolás había escapado de mis brazos, aludiendo a que no quería lastimarme y con ello mi desvarío había comenzado a picotear mi cerebro cada vez más. El viaje a tal país no había sido en absoluto conciso, por nuestra parte, el grupo de logística había averiguado la cantidad de cazadores y los grupos que había en la capital. De qué manera actuaban, y en qué zonas se movían. En ese montón de personas estaba yo, junto con varios cambia formas que utilizaban sus pequeñas formas animales para recaudar información. Las redes y el planeamiento de mapas eran cosas sumamente difíciles para mí y me cercioraba de hacer lo justo y necesario para poder volver al fin a París. Había aceptado que la asociación moriría en cuestión de tiempo, ya que las acciones se estaban desmoronando y existíamos a costa de nuestros propios bolsillos. Pero claro, yo quería darle un buen final, todo acto en el que estuviese merecía un buen final.
En aquel tiempo uno de los grupos de cazadores que más me había interesado era uno en donde estaban aquellos de la clase alta o realeza, algunos franceses y otros de la misma Escocia, era interesante la manera en la que se movilizaban y el poco despilfarro de dinero en sus cuentas bancarias. Parecía que luchaban contra un grupo de vampiros en específico y no molestaban a los demás. Aparentemente eran esos inmortales que terminaban perdiendo la cordura y matando a lo que tuviesen en frente; esa clase de sobrenaturales que incluso nosotros mismos nos dedicábamos a erradicar. Lo único que pensé en ese entonces fue, “mantente alejado”, ¿por qué? Quizá yo estaba lo suficientemente loco como para que me mataran.
Nunca pensé en que le daría relevancia a aquel hecho una vez más, hasta la actualidad en la cual me movía.
Habían pasado unos largos meses desde que la noticia de que había muerto uno de ellos me había llegado. De eso sí me enteraba, después de todo, era un cazador menos. ¡Yo realmente los odiaba a todos ellos! Me habían sacado los colmillos y las heridas de inquisidores en mi cuerpo, con agua bendita y plata, aún mantenían la marca. Todas las noches me levantaba con el mismo dolor, de sentir un pedazo faltante. No obstante me había acostumbrado. Y seguía siendo todo lo yo mismo que podía. Ahí estaba el grave dilema. Era una criatura por demás de curiosa y con las orejas tan grandes y chismosas pues, ¡había algo que no concordaba con el rompecabezas!
Esa noche revolví toda mi vieja casa, en donde ahora vivía Amadeo. Entre todo el papeleo encontré la información sobre los Stanford y el grupo de vampiros que acechaba el grupo. Estaba claro que era hijo único, no había esposa y el padre era demasiado viejo para tener otro hijo más. ¿Por qué tenía yo esa información? Pues, obviamente, cuando La Alianza se había destruido me había guardado muchos informes para poder estar a salvo en París. Sabía la cantidad de cazadores e inquisidores que albergaban los países limítrofes y estaba seguro de que nadie más podía cargar ese apellido. Entonces, que alguien me explicara, ¿por qué había un nuevo heredero?
Me escapé como un ratón en traje de sombra hacia aquel castillo que vistosamente parecía lucir en colores. La información era demasiado sencilla, simplemente avisaban de que había un nuevo Stanford, supuse que sería un joven humano, quizá un entrenado cazador que venía de incógnito. ¡Pero yo podía ser muy rápido para escaparme! Así que me escabullí trepando alguna que otra pared. Con un bolsito pequeño colgado, en donde mantenía una copia de la información y un arma en caso de pánico. Ya me había olvidado como lucían los de aquel apellido, pero lo tenía anotado, ¡todo fríamente calculado! Al final, terminé en una sala que parecía que nunca se entraba. Moví la cabeza a los lados y con cuidado metí mi nariz en cada cuarto. ¿Acaso no había nadie en ese lugar?
Última edición por Hero Jaejoong el Dom Mayo 22, 2016 11:46 am, editado 1 vez
Invitado- Invitado
Re: Un molesto querubín [Tom E. Stanford]
Toda su vida había estado viajando de un lado a otro, adaptándose a diferentes nombres y vidas para sobrevivir en la opulencia, engañando y timando a cualquiera que estuviera a su paso. La verdad era que lo divertía bastante el hecho de interpretar diferentes papeles y de crear consigo mismo nuevos personajes a los que interpretar. Gracias a eso, a lo largo de su vida, había aprendido diferentes idiomas y costumbres. Además, su experiencia tratando a los diferentes seres, entre mortales y seres de la noche, le proveyeron el don de la manipulación. Solo algunos cazadores bien experimentados escapaban a sus artimañas y lo perseguían pero Tom sabía cómo acorralar a los que se metían en sus dominios. Lo interesante al respecto era que después de tantos años mudándose le habían proveído vastas propiedades en varias ciudades. Cambiaba el nombre de ‘dueño’ como si se tratara de un juego pero al final siempre se trataba de él. En esta oportunidad se apropió del apellido Stanford. El viejo que se lo heredó no estaba más en este mundo y había creído en todas las buenas intenciones de Tom como para hacerlo su único beneficiario después de la muerte. Irónicamente fue él quien llegó a Escocia con la intención de darle fin al linaje de cazadores de esa familia. En el presente no solo le había dado fin sino que también sumó a sus bienes todas las propiedades y riquezas. Los humanos no preguntaban nada porque poco sabían de esa familia más que eran misteriosos, reservados, y muy esquivos al trato con la gente común. Esa actitud facilitó mucho el proceder de Tom cuando se presentó en la sociedad escocesa pues todos creyeron en su palabra sin la menor duda.
Desafortunadamente para él no todos eran tan incautos como los mortales. Algunos inmortales y cazadores habían seguido un leve rastro suyo hasta esas tierras y traspasaron el límite de su paciencia. Tom se ocupó de ellos con sus propios métodos y lo dejó llegar hasta el castillo. Los visitantes siempre entraban al lugar con la misma curiosidad que a un niño lo acompaña durante los primeros años, intentando disfrutar lo desconocido, esperando salir con un premio. Sin embargo, Tom terminaba siendo el que conseguía el trofeo pues ni uno de sus visitantes no-invitados había logrado salir del castillo. Algunos restos si se filtraban en los desperdicios que la servidumbre llevaba a un botadero pero nada que alarmara a la gente que vivía en el exterior. Incluso los huesos de sus visitantes eran servidos a algunas de sus más fieles mascotas. Si seguía así no tenía por qué preocuparse ¿o sí?
—El último cargamento acaba de llegar— dijo el jefe de los almacenes. Asentí e hice una seña para que se retirara pero el hombre no lo hizo. —¿Algo más?— preguntó Tom mirándolo fijamente para que hablara rápido. —Un extranjero ha estado merodeando por los alrededores, ¿cómo procedemos?— preguntó dejando claro, por su tono, que el extranjero era uno de esos visitantes inesperados. El último había llegado solo hace tres meses y Tom empezaba a aburrirse sin sus juegos. Tal vez en esta ocasión pudiera divertirse un poco más y no terminar tan rápido con la hospitalidad que un señor de las tierras altas debe tener con los recién llegados. —Déjenle el paso libre. Me encargaré personalmente. Avisa a los demás para que cierren todas las salidas una vez que esté dentro— ordenó y el encargado se retiró con una sonrisa dibujada en la cara.
El invitado no esperado tardó en llegar y mientras esperaba pacientemente el Stanford pidió que llevaran sus últimas adquisiciones a los salones que habilitó en las semanas precedentes. Como coleccionista siempre estaba pendiente de algunos tesoros que cambiaban de ubicación para poder conseguirlos a como dé lugar. En su gran colección, no solo en Escocia, poseía obras de arte que se habían conservado desde hace cientos de años. Sus tesoros los tenía para el disfrute personal y quizá esa era la razón principal por la que casi nunca recibía a gente, con o sin invitación, dentro de sus moradas. Claro que a veces se colaba algún fisgón y él tenía que exterminarlo antes de que viera demasiado. Si este era el caso sería mejor estar preparado así que cerca de él conservaba una serie de armas blancas que manipulaba con destreza y satisfacción. Las armas de fuego quizá producían más daño pero no eran tan divertidas. Los cuchillos, en cambio, podían hacer de la carne todo un arte si se sabía cómo manipularlos.
—Finalmente…— dijo en voz baja. El olor del recién llegado empezaba a sentirse cada vez más cerca. Nunca lo había sentido así que supuso que el invitado solo había terminado allí por una razón que él desconocía. Pasaron algunos minutos antes de que Tom decidiera ir a darle encuentro. Desde las sombras encontró al fisgón escabulléndose a algunos salones en los que la entrada estaba totalmente prohibida. —El recorrido por esta parte de la casa es restringido— comentó sin importarle dar a conocer su ubicación a unos pocos metros del otro inmortal. —Pero puedo supervisar una visita guiada si me dice su nombre y el motivo de su presencia. El caballero que vive aquí no tardará en regresar y es mi obligación saber quién viene a visitarlo y el por qué— mintió actuando en un papel ajeno al suyo aunque en realidad él era todos y ninguno al mismo tiempo.
Desafortunadamente para él no todos eran tan incautos como los mortales. Algunos inmortales y cazadores habían seguido un leve rastro suyo hasta esas tierras y traspasaron el límite de su paciencia. Tom se ocupó de ellos con sus propios métodos y lo dejó llegar hasta el castillo. Los visitantes siempre entraban al lugar con la misma curiosidad que a un niño lo acompaña durante los primeros años, intentando disfrutar lo desconocido, esperando salir con un premio. Sin embargo, Tom terminaba siendo el que conseguía el trofeo pues ni uno de sus visitantes no-invitados había logrado salir del castillo. Algunos restos si se filtraban en los desperdicios que la servidumbre llevaba a un botadero pero nada que alarmara a la gente que vivía en el exterior. Incluso los huesos de sus visitantes eran servidos a algunas de sus más fieles mascotas. Si seguía así no tenía por qué preocuparse ¿o sí?
—El último cargamento acaba de llegar— dijo el jefe de los almacenes. Asentí e hice una seña para que se retirara pero el hombre no lo hizo. —¿Algo más?— preguntó Tom mirándolo fijamente para que hablara rápido. —Un extranjero ha estado merodeando por los alrededores, ¿cómo procedemos?— preguntó dejando claro, por su tono, que el extranjero era uno de esos visitantes inesperados. El último había llegado solo hace tres meses y Tom empezaba a aburrirse sin sus juegos. Tal vez en esta ocasión pudiera divertirse un poco más y no terminar tan rápido con la hospitalidad que un señor de las tierras altas debe tener con los recién llegados. —Déjenle el paso libre. Me encargaré personalmente. Avisa a los demás para que cierren todas las salidas una vez que esté dentro— ordenó y el encargado se retiró con una sonrisa dibujada en la cara.
El invitado no esperado tardó en llegar y mientras esperaba pacientemente el Stanford pidió que llevaran sus últimas adquisiciones a los salones que habilitó en las semanas precedentes. Como coleccionista siempre estaba pendiente de algunos tesoros que cambiaban de ubicación para poder conseguirlos a como dé lugar. En su gran colección, no solo en Escocia, poseía obras de arte que se habían conservado desde hace cientos de años. Sus tesoros los tenía para el disfrute personal y quizá esa era la razón principal por la que casi nunca recibía a gente, con o sin invitación, dentro de sus moradas. Claro que a veces se colaba algún fisgón y él tenía que exterminarlo antes de que viera demasiado. Si este era el caso sería mejor estar preparado así que cerca de él conservaba una serie de armas blancas que manipulaba con destreza y satisfacción. Las armas de fuego quizá producían más daño pero no eran tan divertidas. Los cuchillos, en cambio, podían hacer de la carne todo un arte si se sabía cómo manipularlos.
—Finalmente…— dijo en voz baja. El olor del recién llegado empezaba a sentirse cada vez más cerca. Nunca lo había sentido así que supuso que el invitado solo había terminado allí por una razón que él desconocía. Pasaron algunos minutos antes de que Tom decidiera ir a darle encuentro. Desde las sombras encontró al fisgón escabulléndose a algunos salones en los que la entrada estaba totalmente prohibida. —El recorrido por esta parte de la casa es restringido— comentó sin importarle dar a conocer su ubicación a unos pocos metros del otro inmortal. —Pero puedo supervisar una visita guiada si me dice su nombre y el motivo de su presencia. El caballero que vive aquí no tardará en regresar y es mi obligación saber quién viene a visitarlo y el por qué— mintió actuando en un papel ajeno al suyo aunque en realidad él era todos y ninguno al mismo tiempo.
Última edición por Tom E. Stanford el Sáb Ago 13, 2016 12:53 pm, editado 1 vez
Invitado- Invitado
Re: Un molesto querubín [Tom E. Stanford]
¡Ah! Ese olor cruel a sobrenatural siempre me exaltaba de las maneras más toscas que podía, apenas le sentí, un salto se dió en mi cuerpo, claro, no tenía nervios que funcionaran, sin embargo mi personalidad se encargaba de darme los sustos y descargas. Quizá en otro momento hubiese salido corriendo, llevándome todo puesto hasta caer redondo en algún que otro hueco, pero tal parecía que mi humor estaba más que bien, me sentía hasta seguro de mi mismo, o algo así, en realidad, eso era decir demasiado. Siempre exagero.
Volteé la mirada, apenas con una sonrisa que mostraba alguno de mis dientes romos. ¿Por qué había un inmortal en la casa de una familia de cazadores? Mordí mis labios y apoyé las manos en mi espalda baja, donde estaba el coxis, moviendo ligeramente la cabeza a ambos lados, como si estuviese realmente pensando en qué responderle. Eso no pasaba, no tenía la capacidad para calcular por mucho tiempo lo que mis labios escupían, era una debilidad más de mi repertorio. Resultaba ser un inmortal bastante insolente, pero de una actitud especialmente sincera. No podía usar ni sarcasmos ni dobles sentidos, la capacidad intelectual no me daba para tanta astucia. Así que observé un segundo sus ojos, luego sus ropas, ¿por qué hablaba como si no fuese el dueño del lugar? Chasqueé los dientes. ¡Me estaban mintiendo descaradamente! Mis mejillas se inflaron como si no hubiese un mañana y atiné a entrar en la sala que estaba frente a mí antes de hacer cualquier otra cosa. — Si no eres el dueño no quiero hablar contigo~ — Esa lengua desvergonzada se escapó como un rayo y alcé los ojos para mirar todas las pinturas que había. Eso sí que era tener dinero y “buen” gusto, a mi me gustaban las cosas más actuales y que tuviesen más valores agregados, las pinturas no me llenaban el gusto, siempre resultaban ser de masacres, de gente hermosa o de cielos que no podría ver jamás. ¿No era mejor tener una de esas cámaras que apenas existían como rumores en la clase alta? O uno de esos nuevos avances que permitían prender fuego rápidamente. — ¿Por qué hay un muerto vivo en la casa de cazadores? Ah… Aunque por eso me resultaba tan raro. ¿No hay más de ellos? Cazadores, ¿no hay más? No hueles a inquisidor, por eso no corro, ¿quien eres? Tu ropa es muy cara, dudo que seas un sirviente. —
Consulté una vez más, con soltura y algo de molestia, el hombre estaba lejos, apenas podía verle el reflejo. Los ojos asiáticos se abrieron un poco más, rebuscando entre las hojas del pequeño bolso. ¡Ah! Claro, él no era el propietario. Volví a dejar la información, sin siquiera mirarla antes. El tiempo era como un tic tac constante y fruncí el entrecejo al notar que no aparecía quien tenía que venir. — ¿La propuesta sigue en pie? Es que me empiezo a aburrir aquí dentro, hay olor a viejo. No te puedo decir mi nombre, porque si eres una persona mala me buscarás y eso me va a perjudicar. Pero vengo por curiosidad, no pensé que habría un inmortal, me dejas mal parado, venía preparado para espiar solamente. — Me quejé, exasperado por la presencia tan pesada del otro, me crucé de brazos de una vez, alzando las cejas ante la gigantesca pintura que había a un lado. Que iluso, creerme que no habría ningún ser sobrenatural solo porque eran cazadores, tan idiota. Pues, ya ni me sorprendía serlo, después de todo, siempre cometía errores, aún cuando había hecho las cosas miles de veces. Lo bueno es que podía conectar dos cosas para llegar a un camino, alcé la nariz, busqué entonces alguien humano en la zona, mi habilidad para olisquear era sumamente magnificada, había nacido con el poder de la rastreación, así que no tardé en saber la cantidad de personas que había y hasta el lugar en donde se podían encontrar. ¡Nada concordaba con mi papelerío! Y alcé la mano, pasando la yema de los dedos por el borde de madera del arte que estaba colgado. — Los sirvientes no son tan ricos… Los vampiros no sirven a los cazadores. Una vez alguien me dijo que las mentiras tenían las patas cortitas, como los perros husky. ¿Te gusta mentir o te estoy malinterpretando? — Comenté a medida que subía el dedito, estando a punto de tocar la pintura que allí había. Quizá era solo mi pensamiento, pero tenía la ligera sospecha de que no le agradaría en absoluto que hiciera eso. ¡Las personas eran egoístas! Y siempre se pensaban que los demás tenían malas intenciones. supongo que uno ve en los demás el reflejo de todo lo malo de uno mismo. Por eso nunca puedo ser feliz en la totalidad, como si mis propios demonios me corrieran por atrás sin permitirme ser libre.
Volteé la mirada, apenas con una sonrisa que mostraba alguno de mis dientes romos. ¿Por qué había un inmortal en la casa de una familia de cazadores? Mordí mis labios y apoyé las manos en mi espalda baja, donde estaba el coxis, moviendo ligeramente la cabeza a ambos lados, como si estuviese realmente pensando en qué responderle. Eso no pasaba, no tenía la capacidad para calcular por mucho tiempo lo que mis labios escupían, era una debilidad más de mi repertorio. Resultaba ser un inmortal bastante insolente, pero de una actitud especialmente sincera. No podía usar ni sarcasmos ni dobles sentidos, la capacidad intelectual no me daba para tanta astucia. Así que observé un segundo sus ojos, luego sus ropas, ¿por qué hablaba como si no fuese el dueño del lugar? Chasqueé los dientes. ¡Me estaban mintiendo descaradamente! Mis mejillas se inflaron como si no hubiese un mañana y atiné a entrar en la sala que estaba frente a mí antes de hacer cualquier otra cosa. — Si no eres el dueño no quiero hablar contigo~ — Esa lengua desvergonzada se escapó como un rayo y alcé los ojos para mirar todas las pinturas que había. Eso sí que era tener dinero y “buen” gusto, a mi me gustaban las cosas más actuales y que tuviesen más valores agregados, las pinturas no me llenaban el gusto, siempre resultaban ser de masacres, de gente hermosa o de cielos que no podría ver jamás. ¿No era mejor tener una de esas cámaras que apenas existían como rumores en la clase alta? O uno de esos nuevos avances que permitían prender fuego rápidamente. — ¿Por qué hay un muerto vivo en la casa de cazadores? Ah… Aunque por eso me resultaba tan raro. ¿No hay más de ellos? Cazadores, ¿no hay más? No hueles a inquisidor, por eso no corro, ¿quien eres? Tu ropa es muy cara, dudo que seas un sirviente. —
Consulté una vez más, con soltura y algo de molestia, el hombre estaba lejos, apenas podía verle el reflejo. Los ojos asiáticos se abrieron un poco más, rebuscando entre las hojas del pequeño bolso. ¡Ah! Claro, él no era el propietario. Volví a dejar la información, sin siquiera mirarla antes. El tiempo era como un tic tac constante y fruncí el entrecejo al notar que no aparecía quien tenía que venir. — ¿La propuesta sigue en pie? Es que me empiezo a aburrir aquí dentro, hay olor a viejo. No te puedo decir mi nombre, porque si eres una persona mala me buscarás y eso me va a perjudicar. Pero vengo por curiosidad, no pensé que habría un inmortal, me dejas mal parado, venía preparado para espiar solamente. — Me quejé, exasperado por la presencia tan pesada del otro, me crucé de brazos de una vez, alzando las cejas ante la gigantesca pintura que había a un lado. Que iluso, creerme que no habría ningún ser sobrenatural solo porque eran cazadores, tan idiota. Pues, ya ni me sorprendía serlo, después de todo, siempre cometía errores, aún cuando había hecho las cosas miles de veces. Lo bueno es que podía conectar dos cosas para llegar a un camino, alcé la nariz, busqué entonces alguien humano en la zona, mi habilidad para olisquear era sumamente magnificada, había nacido con el poder de la rastreación, así que no tardé en saber la cantidad de personas que había y hasta el lugar en donde se podían encontrar. ¡Nada concordaba con mi papelerío! Y alcé la mano, pasando la yema de los dedos por el borde de madera del arte que estaba colgado. — Los sirvientes no son tan ricos… Los vampiros no sirven a los cazadores. Una vez alguien me dijo que las mentiras tenían las patas cortitas, como los perros husky. ¿Te gusta mentir o te estoy malinterpretando? — Comenté a medida que subía el dedito, estando a punto de tocar la pintura que allí había. Quizá era solo mi pensamiento, pero tenía la ligera sospecha de que no le agradaría en absoluto que hiciera eso. ¡Las personas eran egoístas! Y siempre se pensaban que los demás tenían malas intenciones. supongo que uno ve en los demás el reflejo de todo lo malo de uno mismo. Por eso nunca puedo ser feliz en la totalidad, como si mis propios demonios me corrieran por atrás sin permitirme ser libre.
Invitado- Invitado
Re: Un molesto querubín [Tom E. Stanford]
En todos los años que uno tiene el placer de gozar de la inmortalidad se pueden ver muchas cosas y conocer todo tipo de personas pero muy contadas veces se tenía el placer de encarar a un individuo tan peculiar como el que aquella noche visitaba aquel castillo. Tom observó sus rasgos faciales, un chico de esos que parece tener un rostro angelical, un vampiro asiático. En toda su vida había visto solo un par de ellos no pudo tratarlos por demasiado tiempo debido a sus excentricidades. El que estaba delante de él parecía ser mucho más normal, un vampiro promedio, pero de todas formas no podía subestimarlo solo su apariencia. El vampiro siguió con el juego planeado para su invitado y le hizo saber que el ‘dueño’ del castillo no se encontraba en ese momento. El invitado tardó en responder y lo que dijo, como casi nunca sucede, provocó en Tom una media sonrisa. El juego planeado de pronto se tornaba más interesante porque no tendría que acabar con él de inmediato como en otras oportunidades. Dejó que el joven vástago caminara con confianza por uno de los salones y observara las pinturas colgadas alrededor. Por el momento se limitó a quedarse en silencio y vigilante a la conducta del otro.
Pasaron solo unos cuantos minutos antes de que el chico volviera a hablar y esta vez Tom tenía que responderle para poder seguir con el juego. Se acercó al chico dejando solo un metro de distancia entre ambos. —No soy un sirviente. Vivo en esta casa porque el dueño me cobijo cuando lo necesite. Estoy en deuda con él y por ello sigo en este lugar— respondió diciendo la verdad aunque obviamente no era la verdad completa. En realidad había sido el padre del cazador, un viejo ciego, el que lo había aceptado y luego nombrado como hijo propio. El viejo nunca supo lo que Tom era pero siempre lo tuvo en buena consideración o al menos la suficiente como para nombrarlo su único heredero. —¿Temes a los inquisidores? No los encontraras en estas tierras. La iglesia católica no es bienvenida en este sector— proseguí intentando darle un poco más de confianza al recién llegado. Volví la mirada a una de las pinturas, la escena era la Earth and Water de Rubens, uno de los muchos tesoros que se alojaban en ese castillo.
Pocos eran los entendidos del arte que pudieran apreciar a cabalidad todo lo que había en esa habitación y el joven vástago parecía más curioso que conocedor. —Supongo que puedo aliviar tu curiosidad antes de que regrese el señor del castillo— dijo de forma amigable aunque el vástago se rehusaba a darle su nombre por temor a represalias en el futuro, ¿no era un poco tarde para lamentarlo? —Soy una persona mala con mis enemigos y no has hecho mérito para estar en esa lista. Si no quieres darme tu nombre lo respeto pero a cambio no esperes conocer el mío. Sígueme— pidió caminando hacia una puerta doble que se encontraba a su derecha pero el invitado se quedó parado tocando el marco de un cuadro y preguntando si Tom mentía. De nuevo curvó una sonrisa que desapareció en el momento en que el chico intentó tocar el óleo con los dedos de la mano. A Tom le costó un par de segundos estar frente a él, apartando su brazo de la pintura, con un gesto serio en el rostro. —Los invitados deben limitarse a ver— dijo y tomó a los chicos de los hombros con ambos brazos para apartarlo del cuadro y llevarlo unos pasos más allá. —Con respecto a lo de mentir, ¿cómo sé que no haces lo propio? ¿vienes por curiosidad o por otro motivo? ¿temes a los inquisidores o eres un traidor que trabaja para ellos? Ninguna de mis preguntas tiene una respuesta que puedas darme por cierta pero aun así sigues aquí como un invitado, entonces, ¿quién es el mentiroso?— finalizó muy seguro de sus palabras. ¿Iba en serio? Para nada, pero cada una de sus palabras y acciones le daban total credibilidad. Ese era su juego, su vida, y cientos de años de práctica le daban esa habilidad que solo la experiencia podía otorgar.
Pasaron solo unos cuantos minutos antes de que el chico volviera a hablar y esta vez Tom tenía que responderle para poder seguir con el juego. Se acercó al chico dejando solo un metro de distancia entre ambos. —No soy un sirviente. Vivo en esta casa porque el dueño me cobijo cuando lo necesite. Estoy en deuda con él y por ello sigo en este lugar— respondió diciendo la verdad aunque obviamente no era la verdad completa. En realidad había sido el padre del cazador, un viejo ciego, el que lo había aceptado y luego nombrado como hijo propio. El viejo nunca supo lo que Tom era pero siempre lo tuvo en buena consideración o al menos la suficiente como para nombrarlo su único heredero. —¿Temes a los inquisidores? No los encontraras en estas tierras. La iglesia católica no es bienvenida en este sector— proseguí intentando darle un poco más de confianza al recién llegado. Volví la mirada a una de las pinturas, la escena era la Earth and Water de Rubens, uno de los muchos tesoros que se alojaban en ese castillo.
Pocos eran los entendidos del arte que pudieran apreciar a cabalidad todo lo que había en esa habitación y el joven vástago parecía más curioso que conocedor. —Supongo que puedo aliviar tu curiosidad antes de que regrese el señor del castillo— dijo de forma amigable aunque el vástago se rehusaba a darle su nombre por temor a represalias en el futuro, ¿no era un poco tarde para lamentarlo? —Soy una persona mala con mis enemigos y no has hecho mérito para estar en esa lista. Si no quieres darme tu nombre lo respeto pero a cambio no esperes conocer el mío. Sígueme— pidió caminando hacia una puerta doble que se encontraba a su derecha pero el invitado se quedó parado tocando el marco de un cuadro y preguntando si Tom mentía. De nuevo curvó una sonrisa que desapareció en el momento en que el chico intentó tocar el óleo con los dedos de la mano. A Tom le costó un par de segundos estar frente a él, apartando su brazo de la pintura, con un gesto serio en el rostro. —Los invitados deben limitarse a ver— dijo y tomó a los chicos de los hombros con ambos brazos para apartarlo del cuadro y llevarlo unos pasos más allá. —Con respecto a lo de mentir, ¿cómo sé que no haces lo propio? ¿vienes por curiosidad o por otro motivo? ¿temes a los inquisidores o eres un traidor que trabaja para ellos? Ninguna de mis preguntas tiene una respuesta que puedas darme por cierta pero aun así sigues aquí como un invitado, entonces, ¿quién es el mentiroso?— finalizó muy seguro de sus palabras. ¿Iba en serio? Para nada, pero cada una de sus palabras y acciones le daban total credibilidad. Ese era su juego, su vida, y cientos de años de práctica le daban esa habilidad que solo la experiencia podía otorgar.
Última edición por Tom E. Stanford el Sáb Ago 13, 2016 12:52 pm, editado 1 vez
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Re: Un molesto querubín [Tom E. Stanford]
¿Cobijar a un vampiro? Bueno, en realidad no era algo demasiado estrafalario, mi padre me había adoptado también -si es que eso podía decirse cuando me obligó a estar a su lado, matando y siendo un completo demente- ¿sería igual o al revés con él? Sentí algo de tristeza, sin saber bien por quién de los dos. Un dolor suave se tildó en mi cien al recordar los sucesos que hacía tan poco estaban claros en mi mente y tuve que obligarme a dejarlos pasar, a reprimirlos por el bien de la misión que negligentemente había hecho. ¡No había sido nada fácil llegar de incógnito hasta ese lugar después de todo! Con Nicolás siempre observándome para no salir, encontrar una excusa para llegar a tan lejanas tierras había sido algo de una sola oportunidad. Y el hombre no me lo dejaba simple tampoco, yo quería saber si los cazadores estaban vivos. Tacharlos de mi lista si así era posible, tener la calma de que había uno menos de quien preocuparme. — Es raro que… dos cosas: Que un vampiro necesite ayuda, vivimos de la sangre y solo necesitamos un cobertor para el sol. Y también que un cazador acoja a un vampiro, ¿entonces el dueño es cazador? ¿cuántos hay? Tu sonrisa es un poco tenebrosa. — Escupí sin siquiera pensarlo, simplemente había sido pronunciado antes de procesarlo y quedé estupefacto, con una sonrisa a medias, denotando una vaga vergüenza. ¡Es que él no paraba de hacerme enojar! Me ponía quisquilloso, ¿cómo podía decir tan tranquilamente que los inquisidores no estaban ahí y sonreír así de horriblemente? Negué, con fuerzas, haciendo que todos los cabellos negros y medianamente largos se golpearan en mi cabeza. — ¡Como si fueran bienvenidos en algún lugar que no sea la iglesia! Aún así se pasean por todos lados. ¡No sea ingenuo! Si no vinieron es porque no saben que estás aquí o porque preparan alguna buena estrategia para cazarte. “No son bienvenidos” pf, claro. En mi casa tampoco y fueron igual. —
Había comentado algo exaltado, pero no lo suficiente como para despegar la mirada de la pintura, me preguntaba qué textura tendría. Mordí mis labios y sentí sus manos sobre mí antes de que pudiera pensar en sus palabras anteriores. Alcé la vista entonces, dejándole ver una sonrisa dulce de dientes completamente romos, achinando los ojos hasta formar dos medialunas. Tuve entonces la extraña sensación de que ya me había pasado algo similar, el inmortal me recordaba a alguien que no me había dejado tantas buenas experiencias como así malas. — Me llamo Hero, como los héroes. ¿Y tú? Se ve que te gustan mucho las pinturas, como si fueran tuyas. — Susurré bajito, a sabiendas que él lo escucharía perfectamente. Mantuve la cabeza alzada, sin apartar la vista del señor que empezaba a movilizarme. ¿A dónde íbamos? No pude pensar mucho tiempo en eso, él me hacía preguntas y me resultaba imposible hacer tantas cosas a la vez. Fruncí el entrecejo, buscando detenerme un poquito con la planta de los pies. — ¿Por qué el recorrido es para allá? Ah~ No miento, no puedo mentir, soy tan obvio cuando miento que no lo hago porque es patético. ¿No puedes leer mentes? Que lindo, siempre me quieren leer la mente a mí. Quiero ir a una bruja para que me enseñe a bloquear mis pensamientos. ¿No sería genial? He oído que algunos tienen de eso. — Me quedé meditando luego de asaltarlo con mil oraciones, pensando justamente las que él me planteaba. Claro, no había ido preparado para eso, el vampiro me había tomado por sorpresa completamente y fruncí el entrecejo hasta formar arrugas en la lisa piel, para luego hacer una especie de morros mal intencionados. Yo nunca permitía que me ganaran, no cuando de tener la última palabra se trataba. En otras circunstancias siquiera me interesaba competir ya que parecía que mi misión en el mundo era ser un perdedor. Sin embargo negué con un dedo, alzándolo apenas. — Según mis cálculos, si te sintieras amenazado o pensaras que soy un problema me intentarías matar o me espantarías. Ahora. Que tu me conviertas en invitado salió de tu boca, yo no dije que me habían invitado. Vine a mirar. Tengo los nombres de todos los cazadores e inquisidores de ésta región. Cuando la información de que fallecieron me llega lo verifico para poder tacharlos. ¿No te parece genial? Soy una fuente de datos muy relevante. — Ésta vez lo dije en un tono sinceramente bromista y volteé la mirada para observar los nuevos cuadros de la casa, abriendo los delgados ojos con tanta emoción que se me podrían haber salido. ¿Cómo hacía la gente para pintar cosas tan grandes? Con Amadeo jamás lo pude entender, para mi no eran más que bonitos retratos de cosas, aunque también me impresionaban los detalles, como en ese momento lo hice notar. — ¿Y tu no pintas? —
Había comentado algo exaltado, pero no lo suficiente como para despegar la mirada de la pintura, me preguntaba qué textura tendría. Mordí mis labios y sentí sus manos sobre mí antes de que pudiera pensar en sus palabras anteriores. Alcé la vista entonces, dejándole ver una sonrisa dulce de dientes completamente romos, achinando los ojos hasta formar dos medialunas. Tuve entonces la extraña sensación de que ya me había pasado algo similar, el inmortal me recordaba a alguien que no me había dejado tantas buenas experiencias como así malas. — Me llamo Hero, como los héroes. ¿Y tú? Se ve que te gustan mucho las pinturas, como si fueran tuyas. — Susurré bajito, a sabiendas que él lo escucharía perfectamente. Mantuve la cabeza alzada, sin apartar la vista del señor que empezaba a movilizarme. ¿A dónde íbamos? No pude pensar mucho tiempo en eso, él me hacía preguntas y me resultaba imposible hacer tantas cosas a la vez. Fruncí el entrecejo, buscando detenerme un poquito con la planta de los pies. — ¿Por qué el recorrido es para allá? Ah~ No miento, no puedo mentir, soy tan obvio cuando miento que no lo hago porque es patético. ¿No puedes leer mentes? Que lindo, siempre me quieren leer la mente a mí. Quiero ir a una bruja para que me enseñe a bloquear mis pensamientos. ¿No sería genial? He oído que algunos tienen de eso. — Me quedé meditando luego de asaltarlo con mil oraciones, pensando justamente las que él me planteaba. Claro, no había ido preparado para eso, el vampiro me había tomado por sorpresa completamente y fruncí el entrecejo hasta formar arrugas en la lisa piel, para luego hacer una especie de morros mal intencionados. Yo nunca permitía que me ganaran, no cuando de tener la última palabra se trataba. En otras circunstancias siquiera me interesaba competir ya que parecía que mi misión en el mundo era ser un perdedor. Sin embargo negué con un dedo, alzándolo apenas. — Según mis cálculos, si te sintieras amenazado o pensaras que soy un problema me intentarías matar o me espantarías. Ahora. Que tu me conviertas en invitado salió de tu boca, yo no dije que me habían invitado. Vine a mirar. Tengo los nombres de todos los cazadores e inquisidores de ésta región. Cuando la información de que fallecieron me llega lo verifico para poder tacharlos. ¿No te parece genial? Soy una fuente de datos muy relevante. — Ésta vez lo dije en un tono sinceramente bromista y volteé la mirada para observar los nuevos cuadros de la casa, abriendo los delgados ojos con tanta emoción que se me podrían haber salido. ¿Cómo hacía la gente para pintar cosas tan grandes? Con Amadeo jamás lo pude entender, para mi no eran más que bonitos retratos de cosas, aunque también me impresionaban los detalles, como en ese momento lo hice notar. — ¿Y tu no pintas? —
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Re: Un molesto querubín [Tom E. Stanford]
El intruso tenía demasiadas preguntas, como un niño curioso, como uno de esos pequeños ratones que se escurre para fisgonear y encontrar un pedazo de queso. Los ratones eran adorables pero solo eran divertidos por un momento. Las preguntas, una tras otra, mientras que las manecillas de un reloj no tan lejano avanzaban segundo a segundo, minuto a minuto, ¿por cuánto tiempo más? Tom era un hombre paciente y, después de todo, lo bueno siempre se hace esperar. Su piel se veía algo herida pero no importaba porque nunca había tenido un sofá de piel asiática. ¿Serviría para un lienzo? Su figura menuda no alcanzaba para demasiado a pesar de que la tersura de su piel llamaba la atención del vampiro. Fingir. —Necesité de su ayuda hace mucho tiempo y en agradecimiento me quedé a ayudar en lo que se me permite— dijo con un tono de voz tranquilo. Si tenía que tratar con esa criatura como con un niño entonces lo haría a su manera. —En este lugar viven tres cazadores— terminó de responder sin entrar a más detalles. Bruno, Ginger y Ajax eran los tres perros cazadores que vivían en el lugar porque eran necesarios para algunas incursiones. Claro que el nuevo no sabía que Tom se estaba refiriendo a ellos. Verdades que unos saben y que otros no imaginan.
El tema pasó de los cazadores a los inquisidores. El ‘invitado’ empezó a exasperarse ante su mención lo que a Tom le daba prácticamente igual. Un vampiro que quiere permanecer vivo por una eternidad siempre está dos pasos delante de esas cosas. La información, en ese caso, es de vital importancia y así, si supiera que hay inquisidores cerca, ya habría hecho algo al respecto, o bien acabar con ellos en lo posible o bien moverse a otro país de ser muchos los perseguidores. La experiencia marca la diferencia. Tom desvió la mirada hacia una de las puertas cercanas y luego la regresó hasta su invitado. —Puedo asegurarte que estás en un lugar seguro…al menos por ahora— prosiguió para tranquilizar al traumado vampiro. —¿Te han hecho daño? Lo siento, no debo preguntar algo que no me concierne— se retractó de inmediato porque detenerse a hablar más de ello podría arruinar el humor de su invitado. Un buen anfitrión debe intentar que sus invitados se sientan cómodos aunque no los conozca en lo más mínimo y viceversa.
Lo mejor sería moverlo ahora que estaba intentando tocar una de las pinturas más costosas del castillo. Tom lo detuvo en secó para que sus pequeñas garras no quedaran marcadas en el lienzo. El chico solo sonrió como si hubiera hecho una travesura pero para Tom esa acción era imperdonable. Como sea siguió con el juego y bajó las manos del otro vampiro mientras observaba que no tenía colmillos —Ya veo…— dijo más para sí mismo que para el otro chico. —Siento como si fueran mías, Hero, y es porque llevo mucho tiempo viviendo dentro de este castillo— dijo llevándose al sujeto hacia el pasillo para ir a otra habitación —Tom, puede llamarme así— prosiguió mientras sin darle importancia al héroe que llevaba consigo porque lo que le urgía era sacarlo a donde él quería. Costó un poco sacarlo fuera sin usar su poder de persuasión pero lo logró, ahora caminaban por un amplio pasillo decorado con algunas pinturas menos costosas y con esculturas de demonios a los costados. —¿Leer mentes? No, no puedo hacer eso y lo agradezco ya que si pudiera leer tu mente quedaría más confundido— afirmó con una leve sonrisa que no mostró a Hero para que no volviera a parecerle siniestro.
El parloteo no se detuvo en cada paso que dieron. Hero parecía distraído con las pinturas y las esculturas. Las contadas personas que habían visitado esos salones también habían quedado impresionadas pero no pudieron salir para contarlo salvo con una o dos excepciones. En el caso del asiático nada estaba dicho aún porque mis planes con el empezaban a cambiar a medida que lo escuchaba. No todo su parloteo era vano —Una fuente muy interesante en verdad. ¿Compartes esa información?— preguntó guiándolo hasta el final del corredor y lo condujo hasta la segunda puerta de la derecha. En el interior había una enorme mesa llena de libros, las paredes tenían un estampado de color escarlata, y al fondo de la enorme habitación ardía una chimenea. —Esta es la primera parada, es la del sueño, aquí me inspiro para pintar algunos cuadros, eso responde tu última pregunta— respondió esperando a que Hero entrara para luego cerrar la puerta con un cerrojo. —Si no eres amenaza, ni problema, por lo menos eres algo que podría usar, ¿empezamos?— su cambio de tono de voz fue claramente perceptible. Tom se aproximó a Hero y lo tomó de las mejillas hasta hacerle abrir la boca —Es una pena lo de tus colmillos, conozco de una bruja que podría remediarlo…pero no sé si te gusta la sangre tanto como a mí— finalizó dejando al chico sin perder la vista de él. ¿A dónde irás Hero?
El tema pasó de los cazadores a los inquisidores. El ‘invitado’ empezó a exasperarse ante su mención lo que a Tom le daba prácticamente igual. Un vampiro que quiere permanecer vivo por una eternidad siempre está dos pasos delante de esas cosas. La información, en ese caso, es de vital importancia y así, si supiera que hay inquisidores cerca, ya habría hecho algo al respecto, o bien acabar con ellos en lo posible o bien moverse a otro país de ser muchos los perseguidores. La experiencia marca la diferencia. Tom desvió la mirada hacia una de las puertas cercanas y luego la regresó hasta su invitado. —Puedo asegurarte que estás en un lugar seguro…al menos por ahora— prosiguió para tranquilizar al traumado vampiro. —¿Te han hecho daño? Lo siento, no debo preguntar algo que no me concierne— se retractó de inmediato porque detenerse a hablar más de ello podría arruinar el humor de su invitado. Un buen anfitrión debe intentar que sus invitados se sientan cómodos aunque no los conozca en lo más mínimo y viceversa.
Lo mejor sería moverlo ahora que estaba intentando tocar una de las pinturas más costosas del castillo. Tom lo detuvo en secó para que sus pequeñas garras no quedaran marcadas en el lienzo. El chico solo sonrió como si hubiera hecho una travesura pero para Tom esa acción era imperdonable. Como sea siguió con el juego y bajó las manos del otro vampiro mientras observaba que no tenía colmillos —Ya veo…— dijo más para sí mismo que para el otro chico. —Siento como si fueran mías, Hero, y es porque llevo mucho tiempo viviendo dentro de este castillo— dijo llevándose al sujeto hacia el pasillo para ir a otra habitación —Tom, puede llamarme así— prosiguió mientras sin darle importancia al héroe que llevaba consigo porque lo que le urgía era sacarlo a donde él quería. Costó un poco sacarlo fuera sin usar su poder de persuasión pero lo logró, ahora caminaban por un amplio pasillo decorado con algunas pinturas menos costosas y con esculturas de demonios a los costados. —¿Leer mentes? No, no puedo hacer eso y lo agradezco ya que si pudiera leer tu mente quedaría más confundido— afirmó con una leve sonrisa que no mostró a Hero para que no volviera a parecerle siniestro.
El parloteo no se detuvo en cada paso que dieron. Hero parecía distraído con las pinturas y las esculturas. Las contadas personas que habían visitado esos salones también habían quedado impresionadas pero no pudieron salir para contarlo salvo con una o dos excepciones. En el caso del asiático nada estaba dicho aún porque mis planes con el empezaban a cambiar a medida que lo escuchaba. No todo su parloteo era vano —Una fuente muy interesante en verdad. ¿Compartes esa información?— preguntó guiándolo hasta el final del corredor y lo condujo hasta la segunda puerta de la derecha. En el interior había una enorme mesa llena de libros, las paredes tenían un estampado de color escarlata, y al fondo de la enorme habitación ardía una chimenea. —Esta es la primera parada, es la del sueño, aquí me inspiro para pintar algunos cuadros, eso responde tu última pregunta— respondió esperando a que Hero entrara para luego cerrar la puerta con un cerrojo. —Si no eres amenaza, ni problema, por lo menos eres algo que podría usar, ¿empezamos?— su cambio de tono de voz fue claramente perceptible. Tom se aproximó a Hero y lo tomó de las mejillas hasta hacerle abrir la boca —Es una pena lo de tus colmillos, conozco de una bruja que podría remediarlo…pero no sé si te gusta la sangre tanto como a mí— finalizó dejando al chico sin perder la vista de él. ¿A dónde irás Hero?
Última edición por Tom E. Stanford el Sáb Ago 13, 2016 12:51 pm, editado 1 vez
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Re: Un molesto querubín [Tom E. Stanford]
Pensé entonces que él era sin lugar a dudas uno más del montón. De esa pila de vampiros sádicos y maniáticos. ¡Había conocido a muchos! Mi vida -la que realmente había vivido- era extremadamente corta, no más de diez años fueron los que me paseé por los caminos mortales, después de todo, había nacido como un vampiro, mi humanidad había quedado atrás junto con los recuerdos. Éstos, ahora escocían en mi cabeza, recordándome lo que nunca podría vivir. Sin embargo me habían enseñado algo muy valioso. La empatía. También me había traído un sin fin de errores, como esa intensa necesidad de decir lo que pensaba sin filtrar prácticamente nada de mis intervalos. Por ello mismo apoyé el perfil de mi dedo indice sobre los labios, sin ocultar mi sonrisa, pero deteniendo mis palabras. No era tan estúpido, no quería morir. No iba a morir. Ni ese día, ni nunca. Ese había sido mi decreto. — ¿Lo hacen? ¿Viven? ¿Cómo se llaman? Tenía entendido que no eran tres, pero puedo equivocarme. — Acentué algo preocupado, primeramente porque si eran tres cazadores estaba en un obvio peligro y quería irme de ahí inmediatamente, así que busqué las ventanas limítrofes y me alejé un poco de él, poniendo todo mi rostro de 'mal momento' a flor de piel. Me crucé de brazos, indignado completamente, ¿acaso acababa de decirme que vivían tres cazadores y al mismo tiempo que estaba a salvo? Parecía una broma de mal justo así que rechiné los dientes romos de una manera súper evidente, haciendo notoria la disconformidad, pero al mismo tiempo siguiéndolo, después de todo, no podía con mi curiosidad. — Tom es un buen nombre. No me malinterpretes, pero me das 'mala espina'. ¿Sabes que significa? Me lo dijo una gitana una vez. La impresión de que escondes algo malo. ¿Qué es? —
Continué, ahora observando los ojos ovalados, como almendras, del hombre, dejando que de la dulce expresión de mi rostro pudiera surgir un inocente capricho. Había nacido inmortal, con un don que había sido utilizado desde el primer momento, el arte de seducir por lo más bajo e inconsciente. Lo utilizaba simplemente cuando no quería ser mutilado. Era leve, casi como un cosquilleo insensible que se colaba, que no alteraba nada tangible en el presente. Saber que él no podía leerme la mente era lo único que necesitaba para poder dejarme utilizar eso. Y junté las manos, ambas palmas, adelantándome a su caminar, dispuesto entonces a seguir el recorrido macabro de aquel señor. — ¿La necesitas? En realidad no lo hago. Solo con mis amigos, porque, bueno, ya sabes. Existen los condenados y no me gustaría que todo mi esfuerzo fuera en vano. He estado más de cinco años verificando todo. Oh, cuántos libros. — Me adelanté casi como si me hubiesen puesto ruedas en los pies, alzándome a mirar lo que había en la mesa, con las manos hacia atrás para no tocar nada. En realidad se me daba fatal aprender, pero leía, leía mucho para intentar que algo quedara en mi cabeza, claro que pocas cosas lo hacían. Y no tardé en sentir el ruido del cerrojo, podía rastrear cualquier cosa, por lo que no se me escapaban ese tipo de obvias maldades. Me giré, sonriendo a boca cerrada, sintiendo como tarde pero seguro terminaba por acercarse a mí. La único manera de matarme en su situación era quitándome el corazón, no había armas en él. Algo que, para peor, me preocupaba bastante.
No tardé en dar un respingo ante su intromisión. ¡Qué descarado! Podría haberme muerto de vergüenza. Me removí como una rata de laboratorio. — ¡Ah! ¡Ah! ¿Cómo te atreves! Me han pasado cosas, pero que se pongan a mirar mi boca no. — Evidentemente me encontré agitado y puse mis manos frente a mi boca, pero a distancia para poder seguir hablando. Apoyé la espalda contra la mesa y le seguí, del mismo modo que me seguía él. Claramente se le notaban las intenciones y me enojé conmigo mismo por aceptar ir a la boca del lobo por mi propia cuenta. Sabía en qué me metía, incluso antes de haber puesto un pie en esa casa. — ¿Usarme? No sirvo para muchas cosas, ¿qué tienes en mente? Aunque no puedo estar demasiado tiempo, tengo un señor que se va a enojar si no vuelvo. Vampiros, siempre solitarios y egoístas. Pintas lindo. — Entrecerré mis ojos, bajando las manos despacio, hasta apoyarlas sobre mi pecho y quedarme mirando, pestañeando despacito como si no hubiese entendido lo que decía. No. Recuperar mis colmillos bajo sus manos no era una buena opción. No podía confiar en nadie, en mi cabeza estaba claro. Me mordisqueé los labios y negué, abanicando mis cabellos hacia un costado. — ¿Qué se supone que haría la bruja? Me encanta la sangre, soy un vampiro para mi preciosa fortuna. Sin embargo creo que hablas de matar y eso no es algo que haga, prefiero ser meticuloso con mi alimento. ¿Para que cerraste la puerta? Puedo romperla… Creo. — Jugué, deslizándome a pasos lentos, estaba obviamente amenazado y con ello mis uñas crecían con una rapidez que no podía controlar. Pero no me podía dejar vencer, aún tenía que finalizar mi misión, principalmente, porque no habría otra oportunidad. Después de todo, era el único que podía confirmarme la información.
Continué, ahora observando los ojos ovalados, como almendras, del hombre, dejando que de la dulce expresión de mi rostro pudiera surgir un inocente capricho. Había nacido inmortal, con un don que había sido utilizado desde el primer momento, el arte de seducir por lo más bajo e inconsciente. Lo utilizaba simplemente cuando no quería ser mutilado. Era leve, casi como un cosquilleo insensible que se colaba, que no alteraba nada tangible en el presente. Saber que él no podía leerme la mente era lo único que necesitaba para poder dejarme utilizar eso. Y junté las manos, ambas palmas, adelantándome a su caminar, dispuesto entonces a seguir el recorrido macabro de aquel señor. — ¿La necesitas? En realidad no lo hago. Solo con mis amigos, porque, bueno, ya sabes. Existen los condenados y no me gustaría que todo mi esfuerzo fuera en vano. He estado más de cinco años verificando todo. Oh, cuántos libros. — Me adelanté casi como si me hubiesen puesto ruedas en los pies, alzándome a mirar lo que había en la mesa, con las manos hacia atrás para no tocar nada. En realidad se me daba fatal aprender, pero leía, leía mucho para intentar que algo quedara en mi cabeza, claro que pocas cosas lo hacían. Y no tardé en sentir el ruido del cerrojo, podía rastrear cualquier cosa, por lo que no se me escapaban ese tipo de obvias maldades. Me giré, sonriendo a boca cerrada, sintiendo como tarde pero seguro terminaba por acercarse a mí. La único manera de matarme en su situación era quitándome el corazón, no había armas en él. Algo que, para peor, me preocupaba bastante.
No tardé en dar un respingo ante su intromisión. ¡Qué descarado! Podría haberme muerto de vergüenza. Me removí como una rata de laboratorio. — ¡Ah! ¡Ah! ¿Cómo te atreves! Me han pasado cosas, pero que se pongan a mirar mi boca no. — Evidentemente me encontré agitado y puse mis manos frente a mi boca, pero a distancia para poder seguir hablando. Apoyé la espalda contra la mesa y le seguí, del mismo modo que me seguía él. Claramente se le notaban las intenciones y me enojé conmigo mismo por aceptar ir a la boca del lobo por mi propia cuenta. Sabía en qué me metía, incluso antes de haber puesto un pie en esa casa. — ¿Usarme? No sirvo para muchas cosas, ¿qué tienes en mente? Aunque no puedo estar demasiado tiempo, tengo un señor que se va a enojar si no vuelvo. Vampiros, siempre solitarios y egoístas. Pintas lindo. — Entrecerré mis ojos, bajando las manos despacio, hasta apoyarlas sobre mi pecho y quedarme mirando, pestañeando despacito como si no hubiese entendido lo que decía. No. Recuperar mis colmillos bajo sus manos no era una buena opción. No podía confiar en nadie, en mi cabeza estaba claro. Me mordisqueé los labios y negué, abanicando mis cabellos hacia un costado. — ¿Qué se supone que haría la bruja? Me encanta la sangre, soy un vampiro para mi preciosa fortuna. Sin embargo creo que hablas de matar y eso no es algo que haga, prefiero ser meticuloso con mi alimento. ¿Para que cerraste la puerta? Puedo romperla… Creo. — Jugué, deslizándome a pasos lentos, estaba obviamente amenazado y con ello mis uñas crecían con una rapidez que no podía controlar. Pero no me podía dejar vencer, aún tenía que finalizar mi misión, principalmente, porque no habría otra oportunidad. Después de todo, era el único que podía confirmarme la información.
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Re: Un molesto querubín [Tom E. Stanford]
Ese muchacho empezaba a fastidiarle un poco pero por alguna razón también divertía a Tom. Su paciencia con otros había durado mucho menos más muy pocas veces hacia excepciones. Tanta curiosidad malgastada daba lástima aunque no estaba del todo descartado que él pudiera usarla a su favor más adelante, claro que eso dependía del valor que el chico le diera a su vida. —Lo hacen, sus nombres debes conocerlos si es que están en tu lista. No importa…no falta mucho para que los conozcas— respondió con cautela. Si el vampiro fue allí para ver a los cazadores quizá tendría la oportunidad de hacerlo. Ya eran varios los minutos que llegaba allí así que prolongar su vida no sería un problema si lograba dominar un poco esa boca suya. ¿Los jóvenes no miden las consecuencias? No, no lo hacen, pero Tom esperaba que aquel joven vampiro pudiera llegar hasta el final del recorrido. Si alguna vez hubiera tenido una mascota seguramente habría querido algo así como a Hero. Sin embargo, las mascotas a veces requerían demasiada atención y es algo que Tom no solía dar más que a su colección de obras de arte. Por lo menos el ‘invitado’ apreciaba la decoración del castillo pues de no hacerlo no tendría de premio aquel recorrido por el castillo.
—Todas las personas esconden algo. No creo que te eximas de ello pero si lo haces habla ahora. Si quieres un libro abierto debes dar a cambio lo mismo, es la ley de la vida— prosiguió sin darle mucha importancia a los comentarios del chico aunque no tomaba a menos que tenía un instinto suspicaz que nunca había visto en otros vástagos a menos que fueran de una edad avanzada. A medida que lo iba conociendo también cambiaba la estrategia para el modo de tratarlo. Se trataba de descifrar un mecanismo, cómo funciona el sujeto, cuáles son sus prioridades, qué lo guía a decir o hacer ciertas cosas. A veces las palabras de Hero salían como de un manantial, dando información que Tom podía utilizar, pero se interponían las emociones tan…humanas. Pensando en todo eso fue que Tom llevó al vástago hasta una parte del castillo que no admitía más presencia que la suya. Esa habitación parecía ser una biblioteca pero escondía algo más que lo aparente. —Qué desafortunado percance, a estas alturas y por mi generosidad yo pensé que podríamos ser amigos— el tono de burla no escondió bastante bien pero para la astucia de Hero podía no pasar desapercibido —Si no quieres compartir información tampoco puedo dártela, seguramente sabes que no hay cosas gratis ni para los mortales ni para los inmortales— siguió cerrando la puerta de la habitación con un cerrojo.
El momento de terminar la charla se acercaba, solo paso a darle unos segundos más a tomar una decisión, se acercó al chico para revisar sus colmillos pero no los encontró. Entonces se le ocurrió hacerle una interesante propuesta, quizá con la intención de robar sus servicios a su favor, pero el chico no cedía. Lo único divertido en esa situación fue ver cómo se avergonzaba ante el tacto suyo por un simple toque…quizá…la sola idea hizo que Tom sonriera. Como si no hubiera tenido suficientes sorpresas sobre ese chico aún le quedaba eso, sus gustos, su señor quizá amante. Sería predecible si se tratase de una chica pero Tom no lo había visto de esa forma hasta entonces. —Lamento que tengas un señor, me hubieras servido para varios propósitos…— dijo con una leve sonrisa en los labios y dejó espacio al chico para que respirara tranquilo por unos segundos. Tom caminó hacia un librero, tomó un libro entre las manos, y lo hojeo despreocupado sin interesarle, en apariencia, lo que hiciera Hero —Si no eres un vampiro que mate por beneficio propio creo que no podremos seguir con esta conversación. Puedes irte cuando quieras— dijo con un tono demasiado afable como para creerlo. Tom parecía abstraído buscando en las páginas del libro que no era otra cosa que un libro de poemas. Obviamente solo estaba probando hasta donde llegaría Hero y a último momento se le ocurrió añadir algo más a su actuación.
Tom dejó el libro en su lugar y se acercó hacia el vampiro a paso tranquilo volviendo a acortar la distancia entre ambos. —Esas garras se ven peligrosas— dijo mencionando las uñas del joven vástago. ¿De verdad creía que podía derribar la puerta solo con las garras? —Sería una pena que éstas afectaran tu piel— prosiguió levantando ambas manos hasta el rostro del chico para tomarlo de las mejillas en una leve caricia. Ese rostro que algunos denominarían angelical no tenía mucho de esa esencia. —Lamento que ninguno de los dos pudiera conseguir algo provechoso de esta reunión. Por favor márchate sin hacer bullicio, es posible que los cazadores estén cerca y es posible que no sea prudente llamar su atención— finalizó dando un golpe inofensivo con las palmas de las manos a las mejillas del chico que antes sostuvo con delicadeza. Seguido se alejó de vuelta al librero y tomó otro libro al azar. ¿Qué haría Hero? Estaba por verse. Al menos Tom solo esperaba ver su reacción para adaptar una de las dos posibilidades que rondaban en su mente.
—Todas las personas esconden algo. No creo que te eximas de ello pero si lo haces habla ahora. Si quieres un libro abierto debes dar a cambio lo mismo, es la ley de la vida— prosiguió sin darle mucha importancia a los comentarios del chico aunque no tomaba a menos que tenía un instinto suspicaz que nunca había visto en otros vástagos a menos que fueran de una edad avanzada. A medida que lo iba conociendo también cambiaba la estrategia para el modo de tratarlo. Se trataba de descifrar un mecanismo, cómo funciona el sujeto, cuáles son sus prioridades, qué lo guía a decir o hacer ciertas cosas. A veces las palabras de Hero salían como de un manantial, dando información que Tom podía utilizar, pero se interponían las emociones tan…humanas. Pensando en todo eso fue que Tom llevó al vástago hasta una parte del castillo que no admitía más presencia que la suya. Esa habitación parecía ser una biblioteca pero escondía algo más que lo aparente. —Qué desafortunado percance, a estas alturas y por mi generosidad yo pensé que podríamos ser amigos— el tono de burla no escondió bastante bien pero para la astucia de Hero podía no pasar desapercibido —Si no quieres compartir información tampoco puedo dártela, seguramente sabes que no hay cosas gratis ni para los mortales ni para los inmortales— siguió cerrando la puerta de la habitación con un cerrojo.
El momento de terminar la charla se acercaba, solo paso a darle unos segundos más a tomar una decisión, se acercó al chico para revisar sus colmillos pero no los encontró. Entonces se le ocurrió hacerle una interesante propuesta, quizá con la intención de robar sus servicios a su favor, pero el chico no cedía. Lo único divertido en esa situación fue ver cómo se avergonzaba ante el tacto suyo por un simple toque…quizá…la sola idea hizo que Tom sonriera. Como si no hubiera tenido suficientes sorpresas sobre ese chico aún le quedaba eso, sus gustos, su señor quizá amante. Sería predecible si se tratase de una chica pero Tom no lo había visto de esa forma hasta entonces. —Lamento que tengas un señor, me hubieras servido para varios propósitos…— dijo con una leve sonrisa en los labios y dejó espacio al chico para que respirara tranquilo por unos segundos. Tom caminó hacia un librero, tomó un libro entre las manos, y lo hojeo despreocupado sin interesarle, en apariencia, lo que hiciera Hero —Si no eres un vampiro que mate por beneficio propio creo que no podremos seguir con esta conversación. Puedes irte cuando quieras— dijo con un tono demasiado afable como para creerlo. Tom parecía abstraído buscando en las páginas del libro que no era otra cosa que un libro de poemas. Obviamente solo estaba probando hasta donde llegaría Hero y a último momento se le ocurrió añadir algo más a su actuación.
Tom dejó el libro en su lugar y se acercó hacia el vampiro a paso tranquilo volviendo a acortar la distancia entre ambos. —Esas garras se ven peligrosas— dijo mencionando las uñas del joven vástago. ¿De verdad creía que podía derribar la puerta solo con las garras? —Sería una pena que éstas afectaran tu piel— prosiguió levantando ambas manos hasta el rostro del chico para tomarlo de las mejillas en una leve caricia. Ese rostro que algunos denominarían angelical no tenía mucho de esa esencia. —Lamento que ninguno de los dos pudiera conseguir algo provechoso de esta reunión. Por favor márchate sin hacer bullicio, es posible que los cazadores estén cerca y es posible que no sea prudente llamar su atención— finalizó dando un golpe inofensivo con las palmas de las manos a las mejillas del chico que antes sostuvo con delicadeza. Seguido se alejó de vuelta al librero y tomó otro libro al azar. ¿Qué haría Hero? Estaba por verse. Al menos Tom solo esperaba ver su reacción para adaptar una de las dos posibilidades que rondaban en su mente.
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Re: Un molesto querubín [Tom E. Stanford]
Enseguida se me encendió el mal humor como una plaga que estaba naciendo dentro de mi boca para destruir todo su contorno. Él seguramente siquiera conocía todas las malas palabras que podía lanzarle en cosa de segundos por haberme traicionado o más bien mentido. ¡No podía tolerar ese tipo de engaños, incluso mis ojos se bañaron en rojo por las lágrimas de impotencia que sentía! Él había actuado tan correcto, aunque claro que no lo había creído ni en un solo segundo, sin embargo no podía evitar buscar en todas las partes del mundo un aliento de compasión para mí mismo. Que algo o alguien me dijera que en ese mundo, no todos eran bestias inmundas con ánimos de reyes. Una vez más la misma existencia me decía que era un iluso. Balbuceé algunas injurias sin una pizca de arrepentimiento y le busqué la vista para clavarla en él, ladeando la cabeza apenas, como si estuviera en trance. De hecho, lo estaba. — ¡No quiero tu amistad! Y obviamente yo no vine a pedirte información. Te apareciste fuera de mis cálculos. ¡Podrías desaparecer que no me afectaría! — La histeria estaba obviamente desbordándose y él nunca había visto a alguien con tantos nervios y euforia como los remolinos que podía tener yo. Era exactamente igual a la molestia que un gato traicionado podía dar. Llena de heridas que arden, no por la profundidad o la agudeza, simplemente porque están dadas con odio y sin misericordia. Sabía que luego el arrepentimiento llegaba y no había nada que me molestara más que andar de bestia por lugares para nada allegados. Le miré con sorna, nuestra estatura no era abruptamente diferente, puesto que aún con la apariencia casi angelical que podía llevar mi rostro de parpados estirados y labios contundentes y pie blanquecina, contaba con un poco de contextura, así que le miraba apenas hacia arriba, alzando las cejas como si me hubieran insultado muy bajamente, parecería que querían salirse de mi cara. Sentía el rojo de la sangre acumularse en mi rostro y hasta calmarme tardé unos buenos minutos. La falta de colmillos era una de las humillaciones que más odiaba que me lanzaran en rostro. Aun así no podía darlo a conocer, no quería que mi talón de Aquiles fuese tan evidente. ¿O es que ya lo era?
— ¡Tienes un gran descaro! ¡Unas malditas agallas! — Era evidente que no iba a tardar mucho tiempo para entrar en ese atasco de cólera que me daba cuando me sentía avergonzado. Claramente el hombre sabía muy bien cómo hacer para afectarme de ese modo. Y segundos después las lágrimas me cayeron como un par de cataratas. ¿Cuántas veces había roto las puertas de una mansión como esa? Había perdido la cuenta, a Nicolás le gustaba ver qué tantas podía destrozarle, en el enojo podía golpear algo hasta romperme mis propios huesos, no paraba hasta desmayarme, porque había perdido mis propios límites en la desesperación. Esa no sería la excepción y mi mirada que rebalsaba en odio se incrementó ante la obvia cercanía que solo buscaba hacerme sentir miserable. Suspiré y lancé un garrotazo en el momento justo que terminó de sacudir apenas su mano contra mí. Y se me escapó una sonrisa como un demonio. — ¿Qué propósitos? No eres más que un cobarde. — Corrí a la puerta pateándola hasta sentir que se entumecían mis huesos y ésta se rompía en la parte del medio. Tomé un trozo de madera fina del costado, apretándolo entre mis dedos hasta hacerlos sangrar débilmente. — ¡Mientes en todo! Se creen tan poderosos y son una miseria. — Grité casi tan molesto como así podía estarlo un niño al cual le habían arrebatado un juguete y me lancé al pasillo con las uñas completamente salidas, las hundí en la pared, marcándolas en mi camino y con un miedo brutal busqué la ventana más cercana. Mis muertas pulsaciones estaban temblando del terror. Básicamente comenzaba a caer en la cuenta de lo que estaba haciendo, pero no podía parar. Esa maldad y tiranía interior salía con fuerzas y no terminaba hasta que el dolor en mi propio cuerpo fuese demasiado agudo para aguantarlo. Aún no había encontrado una artesanía para destruirla, mas era obvio que estaba yendo a buscar una, evidentemente a él le gustaba eso, siquiera me había dejado tocar la textura de lienzo, entonces, ¿por qué no hacérselo añicos? Jadeé ofuscado y busqué limpiarme los ojos, las lágrimas molestaban mi panorama, no paraban de salir, siempre era igual, parecía como si éstas no pudieran tener un final una vez que eran activadas. “Yo no necesito matar a nadie.” En mi mente repetía siempre esa frase, pues recordaba cómo había asesinado a cazadores e inquisidores en los años de la alianza con los sobrenaturales. ¿Cómo había llegado a quedar así? Habíamos perdido y solo unos pocos nos habíamos salvado, los más débiles para mi propia sorpresa.
— ¡Tienes un gran descaro! ¡Unas malditas agallas! — Era evidente que no iba a tardar mucho tiempo para entrar en ese atasco de cólera que me daba cuando me sentía avergonzado. Claramente el hombre sabía muy bien cómo hacer para afectarme de ese modo. Y segundos después las lágrimas me cayeron como un par de cataratas. ¿Cuántas veces había roto las puertas de una mansión como esa? Había perdido la cuenta, a Nicolás le gustaba ver qué tantas podía destrozarle, en el enojo podía golpear algo hasta romperme mis propios huesos, no paraba hasta desmayarme, porque había perdido mis propios límites en la desesperación. Esa no sería la excepción y mi mirada que rebalsaba en odio se incrementó ante la obvia cercanía que solo buscaba hacerme sentir miserable. Suspiré y lancé un garrotazo en el momento justo que terminó de sacudir apenas su mano contra mí. Y se me escapó una sonrisa como un demonio. — ¿Qué propósitos? No eres más que un cobarde. — Corrí a la puerta pateándola hasta sentir que se entumecían mis huesos y ésta se rompía en la parte del medio. Tomé un trozo de madera fina del costado, apretándolo entre mis dedos hasta hacerlos sangrar débilmente. — ¡Mientes en todo! Se creen tan poderosos y son una miseria. — Grité casi tan molesto como así podía estarlo un niño al cual le habían arrebatado un juguete y me lancé al pasillo con las uñas completamente salidas, las hundí en la pared, marcándolas en mi camino y con un miedo brutal busqué la ventana más cercana. Mis muertas pulsaciones estaban temblando del terror. Básicamente comenzaba a caer en la cuenta de lo que estaba haciendo, pero no podía parar. Esa maldad y tiranía interior salía con fuerzas y no terminaba hasta que el dolor en mi propio cuerpo fuese demasiado agudo para aguantarlo. Aún no había encontrado una artesanía para destruirla, mas era obvio que estaba yendo a buscar una, evidentemente a él le gustaba eso, siquiera me había dejado tocar la textura de lienzo, entonces, ¿por qué no hacérselo añicos? Jadeé ofuscado y busqué limpiarme los ojos, las lágrimas molestaban mi panorama, no paraban de salir, siempre era igual, parecía como si éstas no pudieran tener un final una vez que eran activadas. “Yo no necesito matar a nadie.” En mi mente repetía siempre esa frase, pues recordaba cómo había asesinado a cazadores e inquisidores en los años de la alianza con los sobrenaturales. ¿Cómo había llegado a quedar así? Habíamos perdido y solo unos pocos nos habíamos salvado, los más débiles para mi propia sorpresa.
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Re: Un molesto querubín [Tom E. Stanford]
En los últimos cinco años no se había divertido tanto como aquella noche. A veces el aburrimiento dentro de esas paredes le ganaba y otras veces las moscas se acercaban a la miel. Eran incontables las veces que algún ladronzuelo quiso escabullirse en busca de algo que valor. Tras la muerte del señor de aquella mansión, el anciano que le heredó todo, algunos creyeron que podían pasar como si nada por esas tierras pero solo encontraban la muerte. Para Tom empezaba repentinamente la época de caza cada vez que alguien desconocido cruzaba los límites y, aunque al principio la presa era aniquilada al instante, algunas veces jugaba con los incautos. Al principio aquel chico, Hero, le pareció un vampiro de los novatos pero a medida en que la conversación fue tomando forma llegó a pensar que la curiosidad del vástago podía serle de utilidad. Aun sabiendo esto, Tom no se detuvo y continuó actuando hasta que varios minutos después no pudo seguir interpretando el papel del guía. El chico era demasiado impaciente e impulsivo como para manejarlo a su gana y gusto. Tom lanzó un anzuelo algo doloroso para el invitado y, como esperaba, el chico empezó a perder el control. El que había parecido un vampiro distraído, curioso y hasta gracioso en sus maneras, pasó a convertirse en un pequeño salvaje. Dentro de esas paredes ese comportamiento no era para nada aceptable.
Tom, como se podía esperar, no actuó con la misma impulsividad que el chico y le dejó gritar y hacer berrinche. Él se quedó al lado del librero, sin mirar hacia donde estaba el Hero, pequeño bestia, que empezaba a mostrar el otro lado de su naturaleza. Ese era el lado que a Tom realmente le interesaba presenciar ya que de esa forma se puede conocer al otro como realmente es. Hero rompió la puerta para regresar al pasillo y empezó a arañar las paredes en las que algunos lienzos fueron dañados, quizá sin que el otro se diera cuenta, pero por fortuna no eran más que copias, caras…pero copias al final de cuentas. Los originales se encontraban en un área de la mansión que solo Tom conocía aunque algunas otras, como la que halagó Hero al llegar, se encontraban en salones solo porque en la bóveda no quedaba más espacio. —Esto será un problema— dijo a solas el vampiro antes de dejar el libro y empujar el que estaba al lado de ese para que un compartimiento secreto se abriera. Allí guardaba una ballesta hecha a pedido, al igual que sus proyectiles, que tallada en madera podía manipularse fácilmente. Los proyectiles, por otro lado, no eran de plata sino de un cristal tallado que se fragmentaba al impacto en el blanco. Tom salió a la caza de Hero, siguiendo si rastro por el pasillo, sin perder en ningún momento la compostura ya que había previsto algo parecido. Sin duda no era la primera vez que presenciaba una de esas reacciones.
—Los huéspedes deben comportarse— dijo apuntando hacia giro, estaba a segundos de disparar pero antes de hacerlo le dijo la verdad al joven, o al menos parte de ésta —Viniste aquí para saber dónde están los cazadores. Te lo diré. Murieron. El único cazador que queda en este lugar es un inmortal y mis presas no son inmortales a menos que se lo merezcan. Si no te detienes ahora me temo que tendré que dejar de ser cortés ya que no me gustan los invitados infantiles, ¿y bien?— finalizó. El dedo en el gatillo quizá no se detuviera, de cualquier forma la primera carga ya tenía destino, una pequeña reprimenda para el vampiro invitado. ¿Podía esquivarla? Si, podía esquivar más de una pero no todas y Tom no era el tipo de vampiro que dejaba que alguien escapara. Lo perseguiría toda la noche hasta que el sol los convirtiera en ceniza o hasta que alguno de los dos cayera. Los sirvientes ya habían sellado todas las salidas así que estaban en ese gran laberinto empezando un juego o un tonto final para alguno de los dos.
—Lo siento, soy un poco impaciente cuando exijo resultados y respuestas— añadió disparando no una sino tres veces hacia el cuerpo del invitado. Tom, el cortés anfitrión, también podía convertirse en una bestia pero no empezaba ni por asomo a ser una. Aquella acción simplemente fue un regalo de su parte para no herir gravemente la piel de su invitado, como una invitación a tomar un café, que sin duda el otro tenía que agradecer antes de que fuera demasiado tarde para ambos.
Tom, como se podía esperar, no actuó con la misma impulsividad que el chico y le dejó gritar y hacer berrinche. Él se quedó al lado del librero, sin mirar hacia donde estaba el Hero, pequeño bestia, que empezaba a mostrar el otro lado de su naturaleza. Ese era el lado que a Tom realmente le interesaba presenciar ya que de esa forma se puede conocer al otro como realmente es. Hero rompió la puerta para regresar al pasillo y empezó a arañar las paredes en las que algunos lienzos fueron dañados, quizá sin que el otro se diera cuenta, pero por fortuna no eran más que copias, caras…pero copias al final de cuentas. Los originales se encontraban en un área de la mansión que solo Tom conocía aunque algunas otras, como la que halagó Hero al llegar, se encontraban en salones solo porque en la bóveda no quedaba más espacio. —Esto será un problema— dijo a solas el vampiro antes de dejar el libro y empujar el que estaba al lado de ese para que un compartimiento secreto se abriera. Allí guardaba una ballesta hecha a pedido, al igual que sus proyectiles, que tallada en madera podía manipularse fácilmente. Los proyectiles, por otro lado, no eran de plata sino de un cristal tallado que se fragmentaba al impacto en el blanco. Tom salió a la caza de Hero, siguiendo si rastro por el pasillo, sin perder en ningún momento la compostura ya que había previsto algo parecido. Sin duda no era la primera vez que presenciaba una de esas reacciones.
—Los huéspedes deben comportarse— dijo apuntando hacia giro, estaba a segundos de disparar pero antes de hacerlo le dijo la verdad al joven, o al menos parte de ésta —Viniste aquí para saber dónde están los cazadores. Te lo diré. Murieron. El único cazador que queda en este lugar es un inmortal y mis presas no son inmortales a menos que se lo merezcan. Si no te detienes ahora me temo que tendré que dejar de ser cortés ya que no me gustan los invitados infantiles, ¿y bien?— finalizó. El dedo en el gatillo quizá no se detuviera, de cualquier forma la primera carga ya tenía destino, una pequeña reprimenda para el vampiro invitado. ¿Podía esquivarla? Si, podía esquivar más de una pero no todas y Tom no era el tipo de vampiro que dejaba que alguien escapara. Lo perseguiría toda la noche hasta que el sol los convirtiera en ceniza o hasta que alguno de los dos cayera. Los sirvientes ya habían sellado todas las salidas así que estaban en ese gran laberinto empezando un juego o un tonto final para alguno de los dos.
—Lo siento, soy un poco impaciente cuando exijo resultados y respuestas— añadió disparando no una sino tres veces hacia el cuerpo del invitado. Tom, el cortés anfitrión, también podía convertirse en una bestia pero no empezaba ni por asomo a ser una. Aquella acción simplemente fue un regalo de su parte para no herir gravemente la piel de su invitado, como una invitación a tomar un café, que sin duda el otro tenía que agradecer antes de que fuera demasiado tarde para ambos.
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Re: Un molesto querubín [Tom E. Stanford]
Habían pasado cuatro años desde que no me ponía tan enojado como en ese momento. El tiempo que había estado con mi padre me había hecho de la personalidad que ahora mismo se mostraba: egoísta, caprichosa y mal educada a puntos que algunas personas pensaban que no podía ser cierto. Y no los culpaba, realmente había entendido como era ser bueno y amable. El continuo dolor de la pérdida de gente a la cual le había dado mis sentimientos me obligó a parar y a esforzarme por amar con sanidad. ¡Pero aquel vampiro de cuarta estaba tocando mis nervios! Mi entrecejo se fruncía con tanto odio como el que les tenía a los inquisidores. Con el que podía matar con muchas ansias de venganza. Asalté como un gato a una cortina nueva y me deslicé como si se tratara de mi propia casa. Rememorando el momento en donde había estado tan enojado con Nicolás que incluso le había clavado una estaca en una mano de lado a lado. Quizá podía volver a repetir la ocasión. — Los huéspedes son los invitados a la casa por un dueño. ¡No eres el dueño y tampoco me invitaron! ¡Tú no sabes ni qué es un huésped y yo soy el extranjero! — Alegué con los dedos clavados en la pared, observando con curiosidad lo que el tipo tenía en la mano. No me gustaba en absoluto, esas cosas eran parecidas a las que cargaban los cazadores de grupos, es decir, los que mantenían una organización sustentable y de familia. Y como obviamente el vampiro estaba admitiendo, ninguno de ellos había vivido. ¿Los habría terminado de matar él? No me sorprendería, su cara de asesino gustoso era completamente repugnante, tanto que se mostró en mi rostro el total disgusto que estaba teniendo.
— ¿Tanto te costaba decirme eso? No me importa todo lo demás. Y sabes qué, no eres nada gracioso con es- — Mis ojos largos y ovalados se abrieron como si fuesen a salirse y salté como una fiera que astutamente podía levitar. Agarrándome de una esquina superior del pasillo y achicharrándome cual mosca al sentir uno de los proyectiles meterse en mi pie derecho. Fue apenas un gemido silencioso el que se escapó y las largas garras que había dejado salir se quedaron penetrando la pared maciza a mi lado. Le miré desde allí y negué, saltando hacia la otra pared que doblaba para que no pudiera volver a clavar nada en mí. Había clavado uno de tres y era más de lo que admitía. Aunque era fácil sanar, la madera era jodidamente dolorosa e insufrible. Para mi suerte, el dolor era algo que solía motivarme. — ¿Qué quieres para dejarme en paz? Te juro que voy a incendiar ésta pocilga si sigues así. ¡Yo no te hice nada! Tú eres uno de esos vampiros idiotas que se creen la gran cosa y todo poderosos. ¡La poca originalidad de ésta maldición! ¿O es que no sabes pensar? ¡Seguramente es eso! Ya me hiciste mal, ¿ésta feliz? — Con la rabia y el dolor era imposible guardarme todo lo que pensaba, no era la primera vez que resultaban las cosas así. Pero ahora habían llegado a hacerme daño y como siempre el rojo de mis lágrimas no tardaba en aparecer. Diversos motivos lo acompañaban; si tardaba mucho en sanar y el vampiro que me esperaba se daba cuenta, terminaría por salir más herido. Y la otra: no me agradaba que no me quisieran vivo y hermosamente coleando. Mis maneras altaneras se habían disminuido, mas mi evidente narcisismo nunca se había apagado. — Yo no soy infantil… Tú eres el que carga un arma porque no le gusta que le digan la verdad. Si fuese por mí, me sentaría a tomar un té. Ahora ya no, porque me quiero ir, me heriste apropósito. — Graciosamente, seguía en forma de punto en la orilla del techo, aunque ahora el hombre no podía verme a menos que doblara la esquina o se apareciera mágicamente. Aunque no me sorprendería si podía saber en dónde estaba exactamente, el olor a sangre de mi pie y del llanto que caía de mis ojos era evidente y esperaba que uno se disimule con el otro. Froté mi rostro contra mis brazos, estirándome de manera que volviera al suelo. ¿Dónde estaban las ventanas? No podía encontrarlas, indicándome que la situación era bastante triste para mí. Aun así podía seguir confiando en el poder de la seducción mental que siempre me habría alguno que otro camino. Y sino, efectivamente no me detendría en incendiarle desde la habitación anterior hasta el último segmento de la zona.
— ¿Tanto te costaba decirme eso? No me importa todo lo demás. Y sabes qué, no eres nada gracioso con es- — Mis ojos largos y ovalados se abrieron como si fuesen a salirse y salté como una fiera que astutamente podía levitar. Agarrándome de una esquina superior del pasillo y achicharrándome cual mosca al sentir uno de los proyectiles meterse en mi pie derecho. Fue apenas un gemido silencioso el que se escapó y las largas garras que había dejado salir se quedaron penetrando la pared maciza a mi lado. Le miré desde allí y negué, saltando hacia la otra pared que doblaba para que no pudiera volver a clavar nada en mí. Había clavado uno de tres y era más de lo que admitía. Aunque era fácil sanar, la madera era jodidamente dolorosa e insufrible. Para mi suerte, el dolor era algo que solía motivarme. — ¿Qué quieres para dejarme en paz? Te juro que voy a incendiar ésta pocilga si sigues así. ¡Yo no te hice nada! Tú eres uno de esos vampiros idiotas que se creen la gran cosa y todo poderosos. ¡La poca originalidad de ésta maldición! ¿O es que no sabes pensar? ¡Seguramente es eso! Ya me hiciste mal, ¿ésta feliz? — Con la rabia y el dolor era imposible guardarme todo lo que pensaba, no era la primera vez que resultaban las cosas así. Pero ahora habían llegado a hacerme daño y como siempre el rojo de mis lágrimas no tardaba en aparecer. Diversos motivos lo acompañaban; si tardaba mucho en sanar y el vampiro que me esperaba se daba cuenta, terminaría por salir más herido. Y la otra: no me agradaba que no me quisieran vivo y hermosamente coleando. Mis maneras altaneras se habían disminuido, mas mi evidente narcisismo nunca se había apagado. — Yo no soy infantil… Tú eres el que carga un arma porque no le gusta que le digan la verdad. Si fuese por mí, me sentaría a tomar un té. Ahora ya no, porque me quiero ir, me heriste apropósito. — Graciosamente, seguía en forma de punto en la orilla del techo, aunque ahora el hombre no podía verme a menos que doblara la esquina o se apareciera mágicamente. Aunque no me sorprendería si podía saber en dónde estaba exactamente, el olor a sangre de mi pie y del llanto que caía de mis ojos era evidente y esperaba que uno se disimule con el otro. Froté mi rostro contra mis brazos, estirándome de manera que volviera al suelo. ¿Dónde estaban las ventanas? No podía encontrarlas, indicándome que la situación era bastante triste para mí. Aun así podía seguir confiando en el poder de la seducción mental que siempre me habría alguno que otro camino. Y sino, efectivamente no me detendría en incendiarle desde la habitación anterior hasta el último segmento de la zona.
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Re: Un molesto querubín [Tom E. Stanford]
Los lugares para adultos por obviedad estaban prohibidos para los niños. En el caso de los vampiros estaban los vampiros jóvenes e impulsivos que a veces causaban problemas pero que otras veces servían bastante bien para ciertos propósitos. La intención de Tom tras conocer al invitado fue la de darle alguna utilidad pero, luego de todo lo que había sucedido hasta ese momento, empezaba a cambiar de opinión. Tom era un vampiro paciente pero no toleraba que se transgredieran las normas de sus territorios. El chico no sabía nada de ello, obviamente, por lo que debía educarlo. A los niños pequeños se les enseña a portarse bien en las casas ajenas pero en el caso de un vampiro no se lo puede nalguear simplemente. Mientras el berrinche de Hero continuaba todo empezaba a volverse impredecible. Los gritos del joven parecían llenar el silencio que a diario habitaba entre esos muros. Los pájaros de la torre más alta hubieran salido volando si hubiera un lugar así pero esa gran mansión carecía de esa estructura. Ese lugar era más que todo un fortín de gruesas paredes y muchas habitaciones secretas. El acceso a las mismas estaba negado a cualquiera que no fuera Tom ya que no había puertas, sino pasadizos, para acceder a ellas. El plan era llevar a uno de esos pasadizos al escurridizo visitante pero parecía que no podría hacerlo si no era a la fuerza.
Cuando la charla, o en todo caso monólogo, concluyó, el vampiro joven salió de la habitación tirando la puerta. Tom tomó uno de sus juguetes y le dio alcance en el pasillo pero el chiquillo continuaba gritando. Al primer disparo que emitió el prodigioso juguete para adultos, Tom observó que solo dio con un proyectil en el blanco aunque su intención tampoco era maltratar la piel del chiquillo, así que no le importó mucho y siguió avanzando mientras sus sentidos le anunciaban exactamente la ubicación de Hero. —¿Dejarte en paz? No creo estar equivocado al afirmar que tú te pusiste en esta aprieto— dijo tranquilamente y volvió a apuntar hacia el perfil que divisaba desde su posición pero por el momento no tenía la intención de volver a disparar. Era su turno de hablar. —Si aprendieras a cerrar la boca y a escuchar seguramente podrías relajarte un poco. Tu impaciencia te costará la vida, ¿no te lo ha enseñado tu sire?, no importa. No tengo la intención de herirte a menos que me lleves a ello— dijo sin dejar de apuntar. Con un vampiro chiquillo no podía simplemente sonreír y darle un caramelo de sangre coagulada.
Hero, por su parte, argumentaba que no era infantil, lo que en Tom provoco una media sonrisa que se dibujó muy fugazmente en su marmóreo rostro. —No te herí a propósito, ni siquiera estaba apuntando como lo haría en otras ocasiones, dime, ¿quieres continuar? Si amenazas con fuego es lo que tendrás sobre ti antes de que puedas salir de este lugar y te aseguro que no seré tan paciente como para quedarme a charlar al igual que en este momento— concluyó siendo, por primera vez en ese día, o quizá en esa década, completamente sincero. No tenía por qué maltratar o herir a algo que era de su interés pues solo un necio haría tal cosa; sin embargo, si el joven vampiro empezaba a descontrolarse no podía hacer más que renunciar a las palabras y recurrir a los actos. Si eso llegara a suceder no necesitaría la ballesta, su propia forma en frenesí y sus garras bastarían para despedir a la visita. —¿Y bien? Supongo que quieres curar la herida que tienes. Propongo una tregua y vendrás conmigo a ver las tumbas de los cazadores que una vez moraron en este lugar…después de todo es a eso a lo que viniste— finalizó esperando la respuesta del chico.
Cuando la charla, o en todo caso monólogo, concluyó, el vampiro joven salió de la habitación tirando la puerta. Tom tomó uno de sus juguetes y le dio alcance en el pasillo pero el chiquillo continuaba gritando. Al primer disparo que emitió el prodigioso juguete para adultos, Tom observó que solo dio con un proyectil en el blanco aunque su intención tampoco era maltratar la piel del chiquillo, así que no le importó mucho y siguió avanzando mientras sus sentidos le anunciaban exactamente la ubicación de Hero. —¿Dejarte en paz? No creo estar equivocado al afirmar que tú te pusiste en esta aprieto— dijo tranquilamente y volvió a apuntar hacia el perfil que divisaba desde su posición pero por el momento no tenía la intención de volver a disparar. Era su turno de hablar. —Si aprendieras a cerrar la boca y a escuchar seguramente podrías relajarte un poco. Tu impaciencia te costará la vida, ¿no te lo ha enseñado tu sire?, no importa. No tengo la intención de herirte a menos que me lleves a ello— dijo sin dejar de apuntar. Con un vampiro chiquillo no podía simplemente sonreír y darle un caramelo de sangre coagulada.
Hero, por su parte, argumentaba que no era infantil, lo que en Tom provoco una media sonrisa que se dibujó muy fugazmente en su marmóreo rostro. —No te herí a propósito, ni siquiera estaba apuntando como lo haría en otras ocasiones, dime, ¿quieres continuar? Si amenazas con fuego es lo que tendrás sobre ti antes de que puedas salir de este lugar y te aseguro que no seré tan paciente como para quedarme a charlar al igual que en este momento— concluyó siendo, por primera vez en ese día, o quizá en esa década, completamente sincero. No tenía por qué maltratar o herir a algo que era de su interés pues solo un necio haría tal cosa; sin embargo, si el joven vampiro empezaba a descontrolarse no podía hacer más que renunciar a las palabras y recurrir a los actos. Si eso llegara a suceder no necesitaría la ballesta, su propia forma en frenesí y sus garras bastarían para despedir a la visita. —¿Y bien? Supongo que quieres curar la herida que tienes. Propongo una tregua y vendrás conmigo a ver las tumbas de los cazadores que una vez moraron en este lugar…después de todo es a eso a lo que viniste— finalizó esperando la respuesta del chico.
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Re: Un molesto querubín [Tom E. Stanford]
¡Él no tenía idea! El enojo parecía hacer latir mis ojos, abullonándose con la frustración de las lágrimas que estaban deslizándose dulcemente por los bordes de mi rostro, como si intentaran llamar la atención un poco más, brillando por la contra luz. Estar encerrado en cuatro paredes era horrible, traía recuerdos trágicos y amargados a mis dientes romos. Las garras seguían clavándose en la pared, mirando como amenaza los pasos del vampiro. Mantuve los labios apretados, ofuscado completamente por la avaricia y malicia que tenía la voz ajena, daba la impresión del canto de una parca. Al final me encontré apoyando la cabeza en uno de mis brazos, observándolo curioso. Era inevitable no pensar en él como algún tipo de raro sujeto, lo bastante malo como para querer matarme y lo suficientemente bueno como para hacerlo luego de escucharme. — ¡Claro que yo no fui! Fuiste tú. No es justo nada de lo que dices… Eres un mentiroso — Argumenté susurrante, casi no se podía escuchar mi voz por lo achicharrada que se había hecho. ¿Acaso estaba intentando de inculparme por haberme encerrado en ese castillo? Era un personaje de uno de los cuentos de terror que contaban las señoras de clase media a sus hijos en las iglesias. Lo sabía porque me había enterrado en una para esconderme del sol.
Pronto dejé escapar un gemido penoso y de dolor, sentía los dedos que se lastimaban por sujetar mi propio peso y el ardor del pie asentándose en la coraza. ¿Cómo que no había sido apropósito? ¡¿Acaso alguien en el mundo tira flechazos sin querer?! Mi cabeza salió por un costado para verlo, indignado, con la sonrisa al revés y bastante apretada en los costados. La expresión era claramente de indignación total por sus palabras. Al final carraspeé la voz, queriéndola acomodar para disimular las lágrimas de pálido color que se habían escapado. — ¿Continuar con qué? No quiero que me metas en ninguna jaula, no soy un bicho de circo. — Alegué lo más seriamente que pude y antes de poder esperar la respuesta se me terminó escapando otro chirrido, ahora más penoso, que obligó a mis dedos a salir de la pared para caer al suelo. Me apoyé con un solo pie y acuné los dedos entre las palmas de mis manos, notando como despacio se iban curando, tardaba bastante para ser un vampiro. Todo por culpa de la inquisición, habían metido líquidos y creía que podía ser sangre de licántropo lo que provocaba la lentitud de todas las habilidades. — Me duele, me diste con madera. ¿Y qué te tengo que dar a cambio? Sí, bueno. No confío nada en tus palabras. Eres horrible. Yo no te hice nada. — Balbuceaba enojado. ¡No! Furioso más bien. Con la mandíbula apretada y los ojos vidriosos me dispuse a salir del costado, mirándolo con recelo en lo que mis manos se escondían unas con otras.
Claramente no tenía muchas opciones más que aceptar su “tregua” que seguramente de eso no tenía nada. Cojeé de una pata igual que un perro atropellado y volví a buscar sus ojos. ¡No podía estar más enojado con ese señor! No había formas de que pudiera superarse. — Malditos malos jugadores, no se puede hacer expediciones en paz. — Mis palabras se apretaban unas con otras, casi deslizándose entre mis labios como murmullos inentendibles. Al final me quedé a un metro del inmortal, esperando que haga algo. Vi el arma y noté la empuñadura de un lado, parecía ser de cazadores profesionales. Al menos estaba seguro de que no estaba en el lugar incorrecto, había ido a una mansión en donde se suponía vivían cazadores y al parecer estaban muertos. Eso me tranquilizó, podía llegar a ser que en verdad me mostrara sus tumbas, entonces podría ver sus nombres y cerciorarme de que estaba todo en lo correcto. El vampiro no tenía ni idea de la cantidad de tiempo que había estado recolectando información, no solo sus nombres, sino también los lugares, los escondites, la guarida de armas. En mi propia casa tenía cantidades de armas que les había robado a cazadores e inquisidores. Eran de construcción artesanal, así que sin duda era una molestia que les desaparecieran. Dejé salir un suspiro un tanto triste y rebusqué entre el bolso de tela que llevaba. Distrayéndome más que queriendo agarrar algo. — No tengo muchas cosas acá en realidad, guardo todo en mi casa, en París. Pero me lo aprendí de memoria a todo. ¿Qué quieres saber? — Mantenía entonces la punta de los dedos de un pie apoyados, manteniendo el equilibrio lo más que podía. Como buen obstinado que era, me negué a siquiera apoyarme en la pared, al menos hasta que terminara por caerme. Di un par de pasos más y subí las manos, como si estuviese espantando una mosca. — ¡No te acerques porque se rompe la tregua! ¿Dónde están las tumbas? — Acepté entonces sus conveniencias, seguramente nada estaría a mi favor, pero al menos podría salir de ese lugar y escapar bien lejos para no volverlo a ver. Me daba miedo, tanto que la manera estúpida que había encontrado para disimularlo era yendo en contra de todo lo que decía.
Pronto dejé escapar un gemido penoso y de dolor, sentía los dedos que se lastimaban por sujetar mi propio peso y el ardor del pie asentándose en la coraza. ¿Cómo que no había sido apropósito? ¡¿Acaso alguien en el mundo tira flechazos sin querer?! Mi cabeza salió por un costado para verlo, indignado, con la sonrisa al revés y bastante apretada en los costados. La expresión era claramente de indignación total por sus palabras. Al final carraspeé la voz, queriéndola acomodar para disimular las lágrimas de pálido color que se habían escapado. — ¿Continuar con qué? No quiero que me metas en ninguna jaula, no soy un bicho de circo. — Alegué lo más seriamente que pude y antes de poder esperar la respuesta se me terminó escapando otro chirrido, ahora más penoso, que obligó a mis dedos a salir de la pared para caer al suelo. Me apoyé con un solo pie y acuné los dedos entre las palmas de mis manos, notando como despacio se iban curando, tardaba bastante para ser un vampiro. Todo por culpa de la inquisición, habían metido líquidos y creía que podía ser sangre de licántropo lo que provocaba la lentitud de todas las habilidades. — Me duele, me diste con madera. ¿Y qué te tengo que dar a cambio? Sí, bueno. No confío nada en tus palabras. Eres horrible. Yo no te hice nada. — Balbuceaba enojado. ¡No! Furioso más bien. Con la mandíbula apretada y los ojos vidriosos me dispuse a salir del costado, mirándolo con recelo en lo que mis manos se escondían unas con otras.
Claramente no tenía muchas opciones más que aceptar su “tregua” que seguramente de eso no tenía nada. Cojeé de una pata igual que un perro atropellado y volví a buscar sus ojos. ¡No podía estar más enojado con ese señor! No había formas de que pudiera superarse. — Malditos malos jugadores, no se puede hacer expediciones en paz. — Mis palabras se apretaban unas con otras, casi deslizándose entre mis labios como murmullos inentendibles. Al final me quedé a un metro del inmortal, esperando que haga algo. Vi el arma y noté la empuñadura de un lado, parecía ser de cazadores profesionales. Al menos estaba seguro de que no estaba en el lugar incorrecto, había ido a una mansión en donde se suponía vivían cazadores y al parecer estaban muertos. Eso me tranquilizó, podía llegar a ser que en verdad me mostrara sus tumbas, entonces podría ver sus nombres y cerciorarme de que estaba todo en lo correcto. El vampiro no tenía ni idea de la cantidad de tiempo que había estado recolectando información, no solo sus nombres, sino también los lugares, los escondites, la guarida de armas. En mi propia casa tenía cantidades de armas que les había robado a cazadores e inquisidores. Eran de construcción artesanal, así que sin duda era una molestia que les desaparecieran. Dejé salir un suspiro un tanto triste y rebusqué entre el bolso de tela que llevaba. Distrayéndome más que queriendo agarrar algo. — No tengo muchas cosas acá en realidad, guardo todo en mi casa, en París. Pero me lo aprendí de memoria a todo. ¿Qué quieres saber? — Mantenía entonces la punta de los dedos de un pie apoyados, manteniendo el equilibrio lo más que podía. Como buen obstinado que era, me negué a siquiera apoyarme en la pared, al menos hasta que terminara por caerme. Di un par de pasos más y subí las manos, como si estuviese espantando una mosca. — ¡No te acerques porque se rompe la tregua! ¿Dónde están las tumbas? — Acepté entonces sus conveniencias, seguramente nada estaría a mi favor, pero al menos podría salir de ese lugar y escapar bien lejos para no volverlo a ver. Me daba miedo, tanto que la manera estúpida que había encontrado para disimularlo era yendo en contra de todo lo que decía.
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Re: Un molesto querubín [Tom E. Stanford]
La última vez que uso esa arma fue a campo abierto. La cacería era lo suyo pero a diferencia de los mortales no encontraba gusto en cazar animales. Para Tom, lo divertido era cazar a los de su especia, siempre y cuando fueran un fastidio, o jugar con los cazadores que se aventuraban cerca de la zona. A pesar de no ser uno de los vampiros más antiguos que existían por lo menos había aprendido bastante como para acumular experiencia. Sus viajes le dieron esa posibilidad, el ir de un lado a otro, asumiendo diferentes identidades, lo puso en situaciones tanto de riesgo como de disfrute. De todo eso siempre sacó lo mejor. Entre las victorias y las derrotas no podía apartar a estas últimas y por eso buscaba hacerse más fuerte cada vez que tenía la posibilidad de hacerlo. Una forma de ser fuerte era estar bien informado por lo que le pareció interesante encontrar a un chico como Hero. La información que él parecía tener podía servirle poco o mucho, pero ya que había llegado hasta sus puertas de forma gratuita, algo de provecho debía sacarle.
Lastimosamente, la charla pasó de lo ameno a lo incomprensible. El vástago visitante parecía carecer de paciencia y, aunque Tom también tenía sus límites, pensó en que al menos uno de los dos tendría que guardar la compostura. Cuando todo se descontroló y el chico salió haciendo pedazos la puerta, Tom actuó sin apresurarse, siempre pensando fríamente en su siguiente movimiento. Lo primero que hizo fue lanzar una advertencia, algunos tiros con la ballesta que fueron dirigidos hacia Hero sin intención de herirle más que superficialmente. El resultado fue a su favor, por lo menos el chico se quedó quieto por unos cuantos minutos en los que pudieron intercambiar algunas palabras. Hero se quejaba, pero su berrinche se redujo considerablemente. Tom no tenía intención de disparar de nuevo, a menos que se sintiera obligado, y solo por esa razón conservó momentáneamente la ballesta.
—Si quisiera enjaularte no me molestaría en continuar con esta conversación— dijo esperando a que Hero saliera de su escondite. Esto no tardó mucho en suceder. Más pronto que tarde volvió a ver la cara angelical del muchacho aunque estaba notoriamente molesto y con una herida que no ayudaba a que su humor mejorara. —Es solo una pequeña herida, aunque está tardando en sanar, ¿no es así?— observó al verla. Curioso, muy curioso, los vampiros no tardaban tanto en regenerar. Además, la munición que él había usado era la más leve del arsenal, pero algo extraño le pasaba a Hero. Tom volvió la mirada al rostro del querubín y arqueó una ceja al escuchar su pregunta —No te he pedido nada en este momento, pero quizá en un futuro me ayudes bastante— concluyó dejando el tema de intercambio de favores para un poco más adelante.
Hero se acercó a él un poco más tranquilo, aunque adolorido aún, y afirmo saber de memoria muchas cosas. Tom sonrió levemente y dio un paso en dirección del chico pero éste se asustó. —No voy a repetírtelo más…si quisiera hacerte algo, no estaría gastando mí tiempo con una charla— dijo y de pronto volteó. A sus espaldas, a cuatro metros de distancia, dos sombras esperaban. Con todo el ruido que había provocado el visitante había dado una clara señal de alerta a los otros habitantes de la mansión. Los esclavos de sangre de Tom estaban allí, a su vez, empuñando espadas de plata bien afiladas. Tom no podía tener uno de esos utensilios por obvias razones pero sus esclavos de sangre, sumamente fieles, podían hacerlo. Tom les hizo una seña para que bajaran las armas. —Llévenlo al sótano con mucho cuidado— ordenó y volvió la mirada al chico —Puedes apoyarte en ellos para llegar allá o tu herida te lo impedirá. Las tumbas se encuentran en ese lugar. Te veré allá— dijo retirándose al interior de la habitación a la que antes había llevado a Hero. Dejó la ballesta en su lugar y cerró el compartimiento secreto.
Antes de ir al sótano, Tom hizo una parada en otra de las habitaciones de la mansión, una bóveda contigua a su recámara. En el interior guardaba varias botellas selladas y en el interior brillaba un líquido carmesí. A su manera, esas botellas contenían una riqueza que muchos inmortales querrían tener a la mano. Tom tomó una de las botellas, no las tenía en gran cantidad pero sacrificaría una de ellas para “ayudar” a Hero. Seguido, fue hasta el sótano. Ese lugar era todo un cuartel fortificado ya que la mansión había pertenecido a cazadores. Las paredes eran de piedra maciza, no había otra fuente de luz que lámparas y varias estanterías llenas de libros y objetos raros se encontraban también allí. No podría decirse que eran los objetos de más valor de la casa porque Tom ya había seleccionado lo más valioso para transportarlo a su nueva residencia en Paris.
Los sirvientes habían llevado a Hero hasta allí aunque uno de ellos se quejaba de una mordida en el hombro. Tom imaginó lo que había sucedido en el camino. Les pidió a ambos que se retirarán. Se acercó a Hero y sin pedirle permiso puso uno de sus brazos del chico sobre su hombro para ayudarlo a llegar hasta una butaca. —Siéntate y observa— dijo. Entonces señaló con la mirada hacia la pared que estaba frente a la butaca, a unos tres metros, hacia una chimenea demasiado antigua, pero en cuyo interior nacía una tenue luz de los maderos que se resquebrajaban al arder. Encima de la chimenea había tres mosaicos de mármol empotrados en la pared. Allí se encontraban las cenizas de los cazadores que una vez vivieron en esa mansión. —Es lo que queda de ellos, aunque la verdad solo respeté al padre de los cazadores, un hombre que retirado y ciego no pudo reconocer al enemigo infiltrado dentro de su casa. Al final, lo heredé todo. ¿Irónico? Puede ser— dijo mirando hacia el mosaico que estaba en el medio. El viejo nunca se había llegado a enterar que trató como a un hijo al que había sido el asesino de los suyos.
—Cierto, casi lo olvidaba— dijo sosteniendo en una mano la botella. Se acercó a Hero y se la ofreció. —Tu sangre ha sido, como se dice, “profanada”, necesitarás esto. No preguntes que es, solo tienes que saber que algunos le llaman “elixir de los dioses” y es extremadamente raro encontrarlo en estos días— concluyó. ¿Qué era? Fácil, sangre de vampiro, pero no de un vampiro ordinario sino de uno de esos antiguos. Beber la sangre de uno de tu misma especie estaba vedado en la sociedad de los inmortales pero Tom nunca se había preocupado por compartir su secreto con otros inmortales. Si Hero hablaba de eso en el futuro, él mismo podría ser condenado al repudio, por lo mismo sabía que guardaría el secreto. Por encima de todo, las propiedades de esa sangre eran elevadas aunque no todos los organismos la asimilaban de la misma forma. Algunos podían morir o enloquecer.
Lastimosamente, la charla pasó de lo ameno a lo incomprensible. El vástago visitante parecía carecer de paciencia y, aunque Tom también tenía sus límites, pensó en que al menos uno de los dos tendría que guardar la compostura. Cuando todo se descontroló y el chico salió haciendo pedazos la puerta, Tom actuó sin apresurarse, siempre pensando fríamente en su siguiente movimiento. Lo primero que hizo fue lanzar una advertencia, algunos tiros con la ballesta que fueron dirigidos hacia Hero sin intención de herirle más que superficialmente. El resultado fue a su favor, por lo menos el chico se quedó quieto por unos cuantos minutos en los que pudieron intercambiar algunas palabras. Hero se quejaba, pero su berrinche se redujo considerablemente. Tom no tenía intención de disparar de nuevo, a menos que se sintiera obligado, y solo por esa razón conservó momentáneamente la ballesta.
—Si quisiera enjaularte no me molestaría en continuar con esta conversación— dijo esperando a que Hero saliera de su escondite. Esto no tardó mucho en suceder. Más pronto que tarde volvió a ver la cara angelical del muchacho aunque estaba notoriamente molesto y con una herida que no ayudaba a que su humor mejorara. —Es solo una pequeña herida, aunque está tardando en sanar, ¿no es así?— observó al verla. Curioso, muy curioso, los vampiros no tardaban tanto en regenerar. Además, la munición que él había usado era la más leve del arsenal, pero algo extraño le pasaba a Hero. Tom volvió la mirada al rostro del querubín y arqueó una ceja al escuchar su pregunta —No te he pedido nada en este momento, pero quizá en un futuro me ayudes bastante— concluyó dejando el tema de intercambio de favores para un poco más adelante.
Hero se acercó a él un poco más tranquilo, aunque adolorido aún, y afirmo saber de memoria muchas cosas. Tom sonrió levemente y dio un paso en dirección del chico pero éste se asustó. —No voy a repetírtelo más…si quisiera hacerte algo, no estaría gastando mí tiempo con una charla— dijo y de pronto volteó. A sus espaldas, a cuatro metros de distancia, dos sombras esperaban. Con todo el ruido que había provocado el visitante había dado una clara señal de alerta a los otros habitantes de la mansión. Los esclavos de sangre de Tom estaban allí, a su vez, empuñando espadas de plata bien afiladas. Tom no podía tener uno de esos utensilios por obvias razones pero sus esclavos de sangre, sumamente fieles, podían hacerlo. Tom les hizo una seña para que bajaran las armas. —Llévenlo al sótano con mucho cuidado— ordenó y volvió la mirada al chico —Puedes apoyarte en ellos para llegar allá o tu herida te lo impedirá. Las tumbas se encuentran en ese lugar. Te veré allá— dijo retirándose al interior de la habitación a la que antes había llevado a Hero. Dejó la ballesta en su lugar y cerró el compartimiento secreto.
Antes de ir al sótano, Tom hizo una parada en otra de las habitaciones de la mansión, una bóveda contigua a su recámara. En el interior guardaba varias botellas selladas y en el interior brillaba un líquido carmesí. A su manera, esas botellas contenían una riqueza que muchos inmortales querrían tener a la mano. Tom tomó una de las botellas, no las tenía en gran cantidad pero sacrificaría una de ellas para “ayudar” a Hero. Seguido, fue hasta el sótano. Ese lugar era todo un cuartel fortificado ya que la mansión había pertenecido a cazadores. Las paredes eran de piedra maciza, no había otra fuente de luz que lámparas y varias estanterías llenas de libros y objetos raros se encontraban también allí. No podría decirse que eran los objetos de más valor de la casa porque Tom ya había seleccionado lo más valioso para transportarlo a su nueva residencia en Paris.
Los sirvientes habían llevado a Hero hasta allí aunque uno de ellos se quejaba de una mordida en el hombro. Tom imaginó lo que había sucedido en el camino. Les pidió a ambos que se retirarán. Se acercó a Hero y sin pedirle permiso puso uno de sus brazos del chico sobre su hombro para ayudarlo a llegar hasta una butaca. —Siéntate y observa— dijo. Entonces señaló con la mirada hacia la pared que estaba frente a la butaca, a unos tres metros, hacia una chimenea demasiado antigua, pero en cuyo interior nacía una tenue luz de los maderos que se resquebrajaban al arder. Encima de la chimenea había tres mosaicos de mármol empotrados en la pared. Allí se encontraban las cenizas de los cazadores que una vez vivieron en esa mansión. —Es lo que queda de ellos, aunque la verdad solo respeté al padre de los cazadores, un hombre que retirado y ciego no pudo reconocer al enemigo infiltrado dentro de su casa. Al final, lo heredé todo. ¿Irónico? Puede ser— dijo mirando hacia el mosaico que estaba en el medio. El viejo nunca se había llegado a enterar que trató como a un hijo al que había sido el asesino de los suyos.
—Cierto, casi lo olvidaba— dijo sosteniendo en una mano la botella. Se acercó a Hero y se la ofreció. —Tu sangre ha sido, como se dice, “profanada”, necesitarás esto. No preguntes que es, solo tienes que saber que algunos le llaman “elixir de los dioses” y es extremadamente raro encontrarlo en estos días— concluyó. ¿Qué era? Fácil, sangre de vampiro, pero no de un vampiro ordinario sino de uno de esos antiguos. Beber la sangre de uno de tu misma especie estaba vedado en la sociedad de los inmortales pero Tom nunca se había preocupado por compartir su secreto con otros inmortales. Si Hero hablaba de eso en el futuro, él mismo podría ser condenado al repudio, por lo mismo sabía que guardaría el secreto. Por encima de todo, las propiedades de esa sangre eran elevadas aunque no todos los organismos la asimilaban de la misma forma. Algunos podían morir o enloquecer.
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Re: Un molesto querubín [Tom E. Stanford]
Entenderlo se me hacía cada vez más complicado, estaba claro que no era un maestro de la psicología que entendiera a todo el mundo. Pero solía esforzarme lo suficiente para no tener que estar dando vueltas en algo absurdo. Una de las dos cosas no estaban siendo claras. Suspiré abochornado, enojado con todo lo que me rodeaba. ¡Hasta ese aire inmundo y espeso que sentía cuando estaba presionado! Estuve a punto de hacerle burla, era uno de esos métodos que usaba para desquiciar a las personas, repitiendo sus palabras con un tono más agudo y desquiciado. Di gracias a que tenía el suficiente miedo como para no hacerlo y quedarme quietito en mi lugar, le miraba fijo como quien está pensando en las maneras de atacar. Para su suerte solo estaba pensando en que me dolía la maldita pata. — Sí, desde hace un tiempo pasa así. Me dijeron que tendría que probar con desangrarme entero para ver si luego se mejoraba. La gente está demente. Duele un montón como para quedarme en piel y huesos. — Hablé y mi lengua se enredó de lo rápido que las palabras querían salir. Realmente me parecía desquiciado sacarme toda la sangre solo para probar si se mejoraba la sanación. No estaba dispuesto a hacer eso. Como fuese entrelacé mis dedos y fruncí las cejas hasta que se hicieron una bola sobre mis ojos. ¡Ese señor estaba intentando llegar al límite de mis cabales! Y no era muy difícil hacerlo. Siquiera acepté responderle, era odioso a puntos infranqueables. Por lo que tomé un aire innecesario y me quedé mirando los jóvenes que entraban, podía oler la sangre mezclada entre humanos y vampiros. No había conocido muchos, solo el del joven vampiro que siempre escuchaba mis locuras. Esclavos de la sangre se los llamaba. ¿Para qué querría alguien tener eso? ¿Por qué un humano se volvería adicto a ella al punto de obedecer ciegamente? Me parecía repugnante y lo hice notar con mi nariz y labios apretados, negando apenas. — ¿Cómo no los noté antes? Qué raro, aunque tienes toda la apariencia de tener esclavos. Me agradas menos y menos y menos y menos. ¿Dónde te vas? Ah… Más vale que esa cosa de plata no me roce porque les dejaré la cara como felpudo de gato. — Miré sus espadas, estaban lo suficientemente guardadas para poder salir volando si les notaba agarrándolas, el problema era que estaba cansado. Era tan molesto andar escapando y por tanto recé a alguna entidad que no me molestaran.
Empezamos a caminar y me pregunté por qué rayos tenía que ir con ese par y no con el dueño de la casa. Eso olía tan mal que ni un niño se dejaría engañar tan fácilmente, ¿o no?. Lamentablemente no tenía muchas otras opciones, así que me quedé observando el pasillo, las pinturas formaban parte de todas las paredes y mi inevitable concentración se perdió cuando vi una figura hermosa sentada cerca de un lago, con una luna inmensa que lo cubría todo. Me detuve para observarla un ratito, ¿no era un problema o sí? Al parecer los esclavos estaban apurados, porque uno me empujó y le miré como si me hubiese tratado de asesinar. — ¡¿Qué quieres?! Estoy mirando, ¿no me ves? — Me quejoneé y empujé a uno para empezar a volver a caminar, sumamente enojado, tanto que orgullosamente quise caminar solo y cojeé durante varios pasos. Observé como uno de los dos se acercaba una vez más para hacerme de palo y el otro me apuntó con un arma de plata mientras caminábamos. No tardé ni un segundo en sacar las garras para enterrarlas en su cuello. No se iba a morir, tenía más sangre de vampiro que yo metida en su cuerpo. — No me apuntes más con eso. ¿Sí? Por favor. — Recordé entonces que seguía teniendo poderes, magia con la que había nacido para embellecer la visión de las personas frente a mí. Por lo cual los siguientes pasos se hicieron en paz y me dejé cargar mientras miraba la sangre de mis uñas y las limpiaba minuciosamente con el pañuelo de uno de los dos chicos. Cuando hubimos llegado se lo devolví y les saludé con una mano. No entendía para qué me había hecho venir con ellos si luego los iba a echar. — No quiero que me cargues tú. — Susurré bajito, la distancia fue tan corta que no hubo tiempo de hacer otra cosa más que terminar sentándome. Miré a todos lados hasta encontrar lo que buscaba. Noté sus nombres y con cuidado saqué una libreta de mi bolso y gasté un buen rato encontrando la pluma. — No es irónico que haya pasado, sigue siendo un humano y tu un vampiro vacío de humanidad. Perfecto, sí son esos tres. Aunque tenían conocidos, no fue hace mucho tiempo así que seguramente en algún momento vengan a visitar su tumba. — Alcé la vista para ver a Tom un rato y apoyé la cabeza sobre el apoya brazos de un lado, acurrucándome con cuidado y negué. Él parecía muy orgulloso de lo que había hecho y por el contrario, a mí no me movía un solo pelo. Había visto cosas así antes, sabía que siendo un humano ciego podía ser engañado, no se trataba de algo por lo cual sentirse vanidoso. Aunque debía admitir que estaba contento de que no vivieran más, los cazadores eran los peores, mataban sin mirar atrás. — No quiero. No bebo cosas ajenas. ¿Elixir de los dioses? Suena a algo que diría Imhotep. La última vez que bebí algo ajeno terminé sin colmillos. Estoy bien así. — Sujeté un momento la botella, sentí la tibieza y el olor me recordó a la sangre que se había derramado años atrás en las peleas contra la inquisición. El horror me embriagó. Rápidamente moví la mano para que alejara eso de mí, devolviéndoselo y volví a acomodarme en la butaca a un lado, subiendo las piernas pero dejando el pie lastimado hacia afuera, no quería mancharle la tela de rojo. Mordí mis labios y sonreí de lado, pasando los dedos por la libreta divertidamente, había cumplido la misión del día. Ahora el reto era salir de allí. — ¿Ahora qué quieres? Porque me sigue doliendo el pie y se me sana solo si bebo sangre. Tus esclavos son muy malos, como tú. No me dejaron ver una pintura que tenía una bonita luna pintada. ¿La habrás hecho tu?—
Empezamos a caminar y me pregunté por qué rayos tenía que ir con ese par y no con el dueño de la casa. Eso olía tan mal que ni un niño se dejaría engañar tan fácilmente, ¿o no?. Lamentablemente no tenía muchas otras opciones, así que me quedé observando el pasillo, las pinturas formaban parte de todas las paredes y mi inevitable concentración se perdió cuando vi una figura hermosa sentada cerca de un lago, con una luna inmensa que lo cubría todo. Me detuve para observarla un ratito, ¿no era un problema o sí? Al parecer los esclavos estaban apurados, porque uno me empujó y le miré como si me hubiese tratado de asesinar. — ¡¿Qué quieres?! Estoy mirando, ¿no me ves? — Me quejoneé y empujé a uno para empezar a volver a caminar, sumamente enojado, tanto que orgullosamente quise caminar solo y cojeé durante varios pasos. Observé como uno de los dos se acercaba una vez más para hacerme de palo y el otro me apuntó con un arma de plata mientras caminábamos. No tardé ni un segundo en sacar las garras para enterrarlas en su cuello. No se iba a morir, tenía más sangre de vampiro que yo metida en su cuerpo. — No me apuntes más con eso. ¿Sí? Por favor. — Recordé entonces que seguía teniendo poderes, magia con la que había nacido para embellecer la visión de las personas frente a mí. Por lo cual los siguientes pasos se hicieron en paz y me dejé cargar mientras miraba la sangre de mis uñas y las limpiaba minuciosamente con el pañuelo de uno de los dos chicos. Cuando hubimos llegado se lo devolví y les saludé con una mano. No entendía para qué me había hecho venir con ellos si luego los iba a echar. — No quiero que me cargues tú. — Susurré bajito, la distancia fue tan corta que no hubo tiempo de hacer otra cosa más que terminar sentándome. Miré a todos lados hasta encontrar lo que buscaba. Noté sus nombres y con cuidado saqué una libreta de mi bolso y gasté un buen rato encontrando la pluma. — No es irónico que haya pasado, sigue siendo un humano y tu un vampiro vacío de humanidad. Perfecto, sí son esos tres. Aunque tenían conocidos, no fue hace mucho tiempo así que seguramente en algún momento vengan a visitar su tumba. — Alcé la vista para ver a Tom un rato y apoyé la cabeza sobre el apoya brazos de un lado, acurrucándome con cuidado y negué. Él parecía muy orgulloso de lo que había hecho y por el contrario, a mí no me movía un solo pelo. Había visto cosas así antes, sabía que siendo un humano ciego podía ser engañado, no se trataba de algo por lo cual sentirse vanidoso. Aunque debía admitir que estaba contento de que no vivieran más, los cazadores eran los peores, mataban sin mirar atrás. — No quiero. No bebo cosas ajenas. ¿Elixir de los dioses? Suena a algo que diría Imhotep. La última vez que bebí algo ajeno terminé sin colmillos. Estoy bien así. — Sujeté un momento la botella, sentí la tibieza y el olor me recordó a la sangre que se había derramado años atrás en las peleas contra la inquisición. El horror me embriagó. Rápidamente moví la mano para que alejara eso de mí, devolviéndoselo y volví a acomodarme en la butaca a un lado, subiendo las piernas pero dejando el pie lastimado hacia afuera, no quería mancharle la tela de rojo. Mordí mis labios y sonreí de lado, pasando los dedos por la libreta divertidamente, había cumplido la misión del día. Ahora el reto era salir de allí. — ¿Ahora qué quieres? Porque me sigue doliendo el pie y se me sana solo si bebo sangre. Tus esclavos son muy malos, como tú. No me dejaron ver una pintura que tenía una bonita luna pintada. ¿La habrás hecho tu?—
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Re: Un molesto querubín [Tom E. Stanford]
Visitas, no siempre eran bienvenidas en ese lugar pero, sobre todo, nunca eran atendidas por Tom con tanta paciencia. El chico que había llegado a su castillo tenía la curiosidad de un gato y de la misma forma era escurridizo. Al principio Tom sintió curiosidad por esa clase de ser que no encajaba en la figura de un vampiro promedio. Su belleza sobrenatural era lo único que estaba dentro de las características de un inmortal pero su personalidad se le presentó como todo un enigma. Descifrar su propósito en ese lugar fue fácil pero no fue fácil prever su reacción a las largas de Tom. Desafortunadamente, la pulcra piel del invitado fue herida por una de la armas de Tom. Los dardos tranquilizantes no hubieran hecho mucha diferencia considerando que el chico tenía la sangre profanada. Para Tom fue toda una sorpresa conocer a un ser que hubiera sobrevivido tal cosa. En la sangre de los vampiros se encontraba el secreto para su inmortalidad, fuerza y poderes. Escuchó las palabras del joven con relación a lo que le habían aconsejado hacer para curar su mala sangre. Si hubiera sido un vampiro con sentido del humor regular quizá reiría pero apenas negó con la cabeza levemente. Sí, había un proceso para eso, pero no implicaba desangrar al sujeto de un solo golpe.
Pasados los arranques de locura del invitado, Tom lo invitó a ir con él a otro lugar en donde podría conformarse viendo las tumbas de los cazadores que otrora habitaron en ese lugar. Hizo oídos sordos a los últimos comentarios del vástago. No se iba a poner a discutir en ese momento el por qué tenía o no sirvientes, esclavos de sangre, y perros falderos. Tom dejó que los esclavos se llevaran a Hero mientras él iba por algo que ofrecería al muchacho más adelante. La sangre que estaba por darle era muy valiosa pero no estaba seguro de si el chico se la merecía. De todas formas, quizá a sabiendas de que se arrepentiría, llevó con él una de las botellas que más celosamente guardaba dentro de esos muros. Solo él sabía la ubicación de esa bóveda por lo que tuvo cuidado de ir a solas. Hecho lo previsto volvió a seguir los pasos que llevaron al chico hacia la parte más oscura de la mansión.
Cuando Tom llegó allí se dio cuenta que sus sirvientes habían sido maltratados por el muchacho. Ese carácter demostraba que necesitaba que alguien le diera unas nalgadas para educarlo. Despacho a sus sirvientes para hacerse cargo él y el chico se puso terco expresando que no quería que ser cargado. Tom de nuevo lo ignoró y lo ayudo a llegar hasta el sillón. Luego de un relato de donde estaban las tumbas, Tom esperó que el chico se diera por satisfecho y que no siguiera preguntando más. Los cazadores estaban muertos y los más cercanos a ellos, que habían ido a buscarlos en el pasado, también lo estaban y no habían tenido el privilegio de tener tumbas. Finalmente, Tom se acercó a Hero para ofrecerle la sangre y todo lo que siguió cambió su humor drásticamente. —¿Existe alguna otra frase además de “no quiero” que conozcas?— preguntó antes de sujetar con una mano la cara de Hero hasta obligarlo a abrir la boca. Seguido descorchó la botella con la mano libre y vertió todo el contenido en la boca ajena. Todo pasó tan rápido que, entre los berrinches de Hero y la fuerza que él empleo, la cuarta parte del líquido fue a dar a la ropa de ambos.
Tom dejó caer la botella vacía al piso, donde el vidrio se hizo añicos, y luego busco un pañuelo para limpiarse las manos llenas de sangre. —Eres tan necio— dijo mirando de reojo al chico. —Y sí, la hice yo, ¿quieres una? Podría hacer una retratando tu aspecto en este momento— finalizó mientras observaba como la herida del chico empezaba a sanar. Esa sangre ayudaba sin duda y hubiera sido mejor que el chico la bebiera por cuenta propia antes de tener que obligarlo a abrir la boca. ¿Por qué lo hizo? Quien sabe, quizá se estaba ablandando ya que en otro caso no le hubiera importado compartir algo tan valioso con un desconocido. La terquedad de Hero llegaba a sacarlo de sus cabales y lo hacía actuar de una forma que ni él mismo reconocía en sí. La amabilidad siempre había sido fingida pero con ese chico su amabilidad era sincera aunque bastante impredecible.
Pasados los arranques de locura del invitado, Tom lo invitó a ir con él a otro lugar en donde podría conformarse viendo las tumbas de los cazadores que otrora habitaron en ese lugar. Hizo oídos sordos a los últimos comentarios del vástago. No se iba a poner a discutir en ese momento el por qué tenía o no sirvientes, esclavos de sangre, y perros falderos. Tom dejó que los esclavos se llevaran a Hero mientras él iba por algo que ofrecería al muchacho más adelante. La sangre que estaba por darle era muy valiosa pero no estaba seguro de si el chico se la merecía. De todas formas, quizá a sabiendas de que se arrepentiría, llevó con él una de las botellas que más celosamente guardaba dentro de esos muros. Solo él sabía la ubicación de esa bóveda por lo que tuvo cuidado de ir a solas. Hecho lo previsto volvió a seguir los pasos que llevaron al chico hacia la parte más oscura de la mansión.
Cuando Tom llegó allí se dio cuenta que sus sirvientes habían sido maltratados por el muchacho. Ese carácter demostraba que necesitaba que alguien le diera unas nalgadas para educarlo. Despacho a sus sirvientes para hacerse cargo él y el chico se puso terco expresando que no quería que ser cargado. Tom de nuevo lo ignoró y lo ayudo a llegar hasta el sillón. Luego de un relato de donde estaban las tumbas, Tom esperó que el chico se diera por satisfecho y que no siguiera preguntando más. Los cazadores estaban muertos y los más cercanos a ellos, que habían ido a buscarlos en el pasado, también lo estaban y no habían tenido el privilegio de tener tumbas. Finalmente, Tom se acercó a Hero para ofrecerle la sangre y todo lo que siguió cambió su humor drásticamente. —¿Existe alguna otra frase además de “no quiero” que conozcas?— preguntó antes de sujetar con una mano la cara de Hero hasta obligarlo a abrir la boca. Seguido descorchó la botella con la mano libre y vertió todo el contenido en la boca ajena. Todo pasó tan rápido que, entre los berrinches de Hero y la fuerza que él empleo, la cuarta parte del líquido fue a dar a la ropa de ambos.
Tom dejó caer la botella vacía al piso, donde el vidrio se hizo añicos, y luego busco un pañuelo para limpiarse las manos llenas de sangre. —Eres tan necio— dijo mirando de reojo al chico. —Y sí, la hice yo, ¿quieres una? Podría hacer una retratando tu aspecto en este momento— finalizó mientras observaba como la herida del chico empezaba a sanar. Esa sangre ayudaba sin duda y hubiera sido mejor que el chico la bebiera por cuenta propia antes de tener que obligarlo a abrir la boca. ¿Por qué lo hizo? Quien sabe, quizá se estaba ablandando ya que en otro caso no le hubiera importado compartir algo tan valioso con un desconocido. La terquedad de Hero llegaba a sacarlo de sus cabales y lo hacía actuar de una forma que ni él mismo reconocía en sí. La amabilidad siempre había sido fingida pero con ese chico su amabilidad era sincera aunque bastante impredecible.
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Re: Un molesto querubín [Tom E. Stanford]
¿Acaso él preguntaba si estaba negado? ¡Por supuesto que lo estaba! Faltaba poco para que la tapa de mis sesos terminara por salir volando de mi cabeza si no paraba de pasarla mal ahí dentro. Parecía que era una diversión habitual de él la de disfrutar con la tristeza ajena. Porque en verdad empezaba a hartarme, sin contar que ese lugar era demasiado cerrado para estar ahí dentro. No entendía como algunos vampiros dormían literalmente en féretros, había vivido dentro de esos. Durante casi un año entero me la había pasado de cementerio en cementerio, escondiéndome dentro de otros cadáveres para ocultarme del sol. Todo para poder esconderme de la inquisición y encontrar al mismo tiempo a Nicolás. Ahora, luego de dos años de la tortura no podía convivir muy bien con los lugares que no tenían escapatoria. Aún así aparentemente él estaba llevándose toda mi atención porque el espacio físico era en lo que menos pensaba. Por el contrario, le veía a los ojos y sentía unas inexorables ganas de gritarle. Eso iba a ser peor, no era tan idiota como para dejarme morir a la deriva, así que me senté muy cómodamente en ese sillón, acurrucándome mientras pasaba los ojos de lado a lado. Guardé mi libreta gorda y dejé el bolso en un costado mío, arriba del silloncito. Al final supe que tenía que responder, era imposible que no responda a una pregunta. ¡No podía con mi genio! — También conozco “eres terriblemente malvado” y la de “no te daría nada si pudiera” pero no las digo. — Aseguré con gracia, cerrando los ojos mientras movía una mano a los lados como si estuviese diciéndole lo más obvio del mundo. Para mi pena sus dedos me sacaron de mi actuación de vivaracho y alcé la cabeza para ver qué quería, no entendía si me quería golpear o si estaba tratando de romper mi quijada. Al final había logrado que abra mi boca, automáticamente la vergüenza me asaltó en primera instancia. Unos dientes romos humanos se notaban en donde iban los colmillos vampíricos. No tardaron un segundo en caer las lágrimas de mis ojos. En principio por la pena, odiaba esos dientes, odiaba que no crecieran los reales y me enloquecía la sola idea que alguien viera algo tan horrible como eso.
El recuerdo de estar perdido en mi propia memoria se hizo fuerte, tanto que cuando sentí la obvia sangre cayendo en mi ropa empecé a desesperarme. Alcé mis piernas en primera instancia, revolviéndome sobre el sillón, como si quisiera ir hacia atrás y el respaldar me retenía, las manos que se agitaban a los lados. Un pestañeo más tarde le estaba intentando sujetar las muñecas, agarrando con éxito sus brazos, un éxito pasajero. Obviamente había sido bastante tarde para todo, siquiera llegué a hacer fuerza, mis dedos se habían hundido en la tela que cubría la piel ajena e intentando mirarlo fue que el llanto empezó a desbordar. Era como volver al pasado de un golpe, no sabía qué bebía y no quería tampoco. Me sentí retorcer, lo hacía con tantas fuerzas que se hubiesen roto los huesos de mi columna de ser un humano. Escuché la botella cayendo y con ello el sonido del llanto que se escuchó penoso, no era agudo en absoluto, sino que chisteaba como si realmente me faltara el aire, pero en realidad era que no quería dejar caer la pena que se derrochaba en las mejillas, dejando la textura blanca de la piel manchada entre el rosa y el rojo desde los labios hasta el pecho. — Mrgh. — En un intento de hablar terminé por tragarme mis propias palabras, se podía ver la impotencia y algo más. El miedo, el abrasador miedo que quemaba hasta mis pupilas, hasta la punta de los cabellos que caían a los lados de mi rostro. Solo un segundo bastó para hacerse notar el temblor para luego esfumarse como si el mismo miedo se hubiese escondido terror. Tal cual si una bestia se escondiera de un demonio. Enseguida se clavaron mis uñas en su piel y me lancé sobre él con las mismas fuerzas que se lanza un maldito depredador. — ¡Sería una pintura horrible! ¡No quiero que me retrates! — Lancé un alarido, era como si una fuerza fuese y viniera dentro de mí, me aterraba y enfurecía en lapsus. Rápidamente solté sus brazos, observé el rojo en mis uñas y le miré fijamente por un momento. Como si no quisiera aceptar que acababa de lastimarlo empecé a limpiar mis manos sobre la tela de mi pantalón, rápidamente y busqué sentarme intentando de alguna manera hacer que el reloj volviera atrás. ¡Claramente no había sido mi culpa reaccionar así! — Hazlo, si quieres me puedes retratar. — La voz salió quebrada, aguantando el sollozo que se escapaba como si acabara de entrar en alguna paradoja entre la muerte y la vida. Apretaba mis labios, enterrándolos y en algún momento empecé a limpiar mis labios tratando de hacer de cuenta como si nada hubiese pasado, reprimiendo con fuerzas los minutos anteriores. Había olvidado por completo el dolor en mi pie, nada se asemejaba a la tortura en la que acababa de entrar.
El recuerdo de estar perdido en mi propia memoria se hizo fuerte, tanto que cuando sentí la obvia sangre cayendo en mi ropa empecé a desesperarme. Alcé mis piernas en primera instancia, revolviéndome sobre el sillón, como si quisiera ir hacia atrás y el respaldar me retenía, las manos que se agitaban a los lados. Un pestañeo más tarde le estaba intentando sujetar las muñecas, agarrando con éxito sus brazos, un éxito pasajero. Obviamente había sido bastante tarde para todo, siquiera llegué a hacer fuerza, mis dedos se habían hundido en la tela que cubría la piel ajena e intentando mirarlo fue que el llanto empezó a desbordar. Era como volver al pasado de un golpe, no sabía qué bebía y no quería tampoco. Me sentí retorcer, lo hacía con tantas fuerzas que se hubiesen roto los huesos de mi columna de ser un humano. Escuché la botella cayendo y con ello el sonido del llanto que se escuchó penoso, no era agudo en absoluto, sino que chisteaba como si realmente me faltara el aire, pero en realidad era que no quería dejar caer la pena que se derrochaba en las mejillas, dejando la textura blanca de la piel manchada entre el rosa y el rojo desde los labios hasta el pecho. — Mrgh. — En un intento de hablar terminé por tragarme mis propias palabras, se podía ver la impotencia y algo más. El miedo, el abrasador miedo que quemaba hasta mis pupilas, hasta la punta de los cabellos que caían a los lados de mi rostro. Solo un segundo bastó para hacerse notar el temblor para luego esfumarse como si el mismo miedo se hubiese escondido terror. Tal cual si una bestia se escondiera de un demonio. Enseguida se clavaron mis uñas en su piel y me lancé sobre él con las mismas fuerzas que se lanza un maldito depredador. — ¡Sería una pintura horrible! ¡No quiero que me retrates! — Lancé un alarido, era como si una fuerza fuese y viniera dentro de mí, me aterraba y enfurecía en lapsus. Rápidamente solté sus brazos, observé el rojo en mis uñas y le miré fijamente por un momento. Como si no quisiera aceptar que acababa de lastimarlo empecé a limpiar mis manos sobre la tela de mi pantalón, rápidamente y busqué sentarme intentando de alguna manera hacer que el reloj volviera atrás. ¡Claramente no había sido mi culpa reaccionar así! — Hazlo, si quieres me puedes retratar. — La voz salió quebrada, aguantando el sollozo que se escapaba como si acabara de entrar en alguna paradoja entre la muerte y la vida. Apretaba mis labios, enterrándolos y en algún momento empecé a limpiar mis labios tratando de hacer de cuenta como si nada hubiese pasado, reprimiendo con fuerzas los minutos anteriores. Había olvidado por completo el dolor en mi pie, nada se asemejaba a la tortura en la que acababa de entrar.
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Re: Un molesto querubín [Tom E. Stanford]
En la sala más cerrada de toda la mansión el vampiro llamado Hero fue dejado para observar las tumbas de los anteriores dueños del lugar. Tom nunca esperó ser tan paciente con un invitado pero de alguna forma, entre todos los días rutinarios y aburridos que últimamente tenía, el chico le llevó algo de entretenimiento gratuito. Entre eso y la molestia que al mismo tiempo le provocaba su comportamiento no llegaba a entender del todo a esa extraña criatura. Por una parte podía decirse que Hero era demasiado impulsivo, chillón e insoportable, pero por otro lado su conducta no llegaba al límite de lo tedioso y en un punto llegaba a convertirse en divertido. Quizá a la cara infantil del muchacho, Tom no lo veía como a uno de esos vampiros que en otras ocasiones habían metido sus narices en su territorio. De ser así nunca habría salido la posibilidad de una visita guiada por algunos de los ambientes de esa casa. Lamentablemente, el invitado perdió un poco el control y eso provocó que Tom actuara para poder mantenerlo quieto. La herida provocada al chico había sido suficiente como para callarlo por un rato y llevarlo hasta donde se suponía él había querido ir desde el principio.
Tom, por su parte, no sería considerado un buen anfitrión si dejaba que sus costosas alfombras se mancharan de la sangre ajena. Busco una solución inmediata y, ya que Hero no tenía colmillos, no podía ofrecerle un aperitivo que le ayudara al mismo tiempo a cuidar su herida. Además, pequeño detalle del que se enteró luego de herir a Hero, la sangre de éste estaba corrompida por quien sabe que métodos. Lo cierto era que el chico sufrió de tortura en algún momento de su vida y eso era difícil de remediar en una sola noche. El remedio más fuerte que Tom tenía a la mano, y quizá el más valioso, era la sangre de un antiguo. Aunque era vetado en su sociedad tener esas prácticas a veces era necesario recurrir a ello para hacerse más fuerte. Claro que el arma era de doble filo ya que esa sangre también podía matar a cualquier inmortal si su organismo no lo aceptaba. A sabiendas de esto, Tom ofreció el líquido carmesí al chico pero éste lo rechazó. Hasta ahí había llegado su amabilidad. Tom tuvo que prácticamente obligar a Hero a que bebería el contenido. La cuarta parte del líquido se escurrió por entre las comisuras de los labios del muchacho. La ropa de ambos recibió salpicaduras, pero al final Tom logró su cometido.
—Ahora podrías aplicar tu frase de “eres terriblemente malvado”— dijo soltando a Hero para proceder a limpiarse con un pañuelo. El chico lo miraba con odio pero luego se lo agradecería. De hecho, la sangre no mató al invitado e hizo un efecto casi inmediato porque Tom recibió las garras ajenas a cambio de su enorme generosidad. Hero, después de casi atragantarse con la dosis de sangre, saltó en dirección a Tom y le hundió las garras en los brazos. Tom sonrió conforme pues el dolor causado por Hero sanaría rápidamente en las siguientes horas. Los vampiros estaban acostumbrados a heridas físicas por lo que era lo de menos. Pudo alterarse pero el chico pareció adivinar la suerte que le esperaba de seguir así y se alejó de él. Tom, con la misma soltura de antes, se limpió la sangre con el pañuelo y se acercó nuevamente al muchacho. Por unos segundos el frenesí se apoderó de su mirada provocando que el color de sus pupilas cambiara. Tomó la pierna de Hero con fuerza, para examinar la herida provocada con la ballesta, ésta ya estaba curando como debía ser según lo que él alcanzaba a ver. Dejó la pierna y volvió la mirada al rostro del joven que limpiaba la sangre ingerida de la comisura de sus labios.
Sin pensarlo, sin intención de molestar al chico con otra acción, aunque estaba seguro de que así sería, Tom pasó el dedo índice por los labios de Hero y recogió el rastro de sangre que allí quedaba. Seguido, acercó su dedo a sus propios labios y limpio su dedo índice con la punta de su lengua. —Fue una excelente cosecha…no lo podrás negar cuando te sientas mejor— dijo restándole importancia a todo lo sucedido solo hace minutos. El color de sus pupilas volvió a la normalidad y él reaccionó como si recordara algo importante. —Bien, vámonos, puedes quedarte a descansar hasta que estés listo para la pintura— finalizó tranquilamente y empezó a caminar por la misma dirección por la que habían llegado al lugar. Esperaba que Hero pudiera seguirlo ya que se suponía que la sangre le había ayudado a sanar sus más dolorosas heridas.
Tom, por su parte, no sería considerado un buen anfitrión si dejaba que sus costosas alfombras se mancharan de la sangre ajena. Busco una solución inmediata y, ya que Hero no tenía colmillos, no podía ofrecerle un aperitivo que le ayudara al mismo tiempo a cuidar su herida. Además, pequeño detalle del que se enteró luego de herir a Hero, la sangre de éste estaba corrompida por quien sabe que métodos. Lo cierto era que el chico sufrió de tortura en algún momento de su vida y eso era difícil de remediar en una sola noche. El remedio más fuerte que Tom tenía a la mano, y quizá el más valioso, era la sangre de un antiguo. Aunque era vetado en su sociedad tener esas prácticas a veces era necesario recurrir a ello para hacerse más fuerte. Claro que el arma era de doble filo ya que esa sangre también podía matar a cualquier inmortal si su organismo no lo aceptaba. A sabiendas de esto, Tom ofreció el líquido carmesí al chico pero éste lo rechazó. Hasta ahí había llegado su amabilidad. Tom tuvo que prácticamente obligar a Hero a que bebería el contenido. La cuarta parte del líquido se escurrió por entre las comisuras de los labios del muchacho. La ropa de ambos recibió salpicaduras, pero al final Tom logró su cometido.
—Ahora podrías aplicar tu frase de “eres terriblemente malvado”— dijo soltando a Hero para proceder a limpiarse con un pañuelo. El chico lo miraba con odio pero luego se lo agradecería. De hecho, la sangre no mató al invitado e hizo un efecto casi inmediato porque Tom recibió las garras ajenas a cambio de su enorme generosidad. Hero, después de casi atragantarse con la dosis de sangre, saltó en dirección a Tom y le hundió las garras en los brazos. Tom sonrió conforme pues el dolor causado por Hero sanaría rápidamente en las siguientes horas. Los vampiros estaban acostumbrados a heridas físicas por lo que era lo de menos. Pudo alterarse pero el chico pareció adivinar la suerte que le esperaba de seguir así y se alejó de él. Tom, con la misma soltura de antes, se limpió la sangre con el pañuelo y se acercó nuevamente al muchacho. Por unos segundos el frenesí se apoderó de su mirada provocando que el color de sus pupilas cambiara. Tomó la pierna de Hero con fuerza, para examinar la herida provocada con la ballesta, ésta ya estaba curando como debía ser según lo que él alcanzaba a ver. Dejó la pierna y volvió la mirada al rostro del joven que limpiaba la sangre ingerida de la comisura de sus labios.
Sin pensarlo, sin intención de molestar al chico con otra acción, aunque estaba seguro de que así sería, Tom pasó el dedo índice por los labios de Hero y recogió el rastro de sangre que allí quedaba. Seguido, acercó su dedo a sus propios labios y limpio su dedo índice con la punta de su lengua. —Fue una excelente cosecha…no lo podrás negar cuando te sientas mejor— dijo restándole importancia a todo lo sucedido solo hace minutos. El color de sus pupilas volvió a la normalidad y él reaccionó como si recordara algo importante. —Bien, vámonos, puedes quedarte a descansar hasta que estés listo para la pintura— finalizó tranquilamente y empezó a caminar por la misma dirección por la que habían llegado al lugar. Esperaba que Hero pudiera seguirlo ya que se suponía que la sangre le había ayudado a sanar sus más dolorosas heridas.
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