Fablet, Anastasia [ID]

Una joven astuta y sagaz, se muestra fría y distante dada su estricta educación. Desconfiada por naturaleza, no deja que nadie se aproxime a los fronteras de su verdadera personalidad, a menos que ella lo permita. Gusta de mantener el control de la situación, en casos contrarios, suele frustrarse y perder el control de sí misma con facilidad. Sin embargo, lo anterior no quita que pueda llegar a ser una mujer dulce y risueña; placer que tienen pocos de compartir. Sus cercanos fácilmente se refieren a la hechicera como una amiga leal y sincera, con la cual se puede contar en todo momento.

La educación le dio herramientas para desenvolverse con facilidad y muchos admiran, o envidian en su defecto, su capacidad como oradora. La podrían considerar como una enciclopedia andante, su gusto por la lectura y el conocimiento no tienen fin, lo que logra llamar poderosamente la atención. Posee un halo natural que le da cierto encanto misterioso, mezclado con una personalidad coqueta que utiliza a su favor. Si bien no suele seducir a tajo y destajo, suele hacerlo con todo aquel caballero que manifieste el mismo interés.

Con respecto a otros seres sobrenaturales, suele mostrarse cauta e indiferente. Los seres sobrenaturales no suelen recurrir a ella a menos que exista una doble intención; algún tipo de favor que pudiera realizar mediante sus poderes. Sabe con quién relacionarse para obtener ciertas regalías o favores.

La vida le ha enseñado en ser reservada, sus pensamientos suelen ser “poco adecuados” para la época. Suele morderse la lengua al escuchar palabras sin sentido de la alta clase, puesto que no es bien visto que una mujer de su posición contradiga el paradigma social. Se considera una mujer de ideas propias, una feminista, una mujer trabajadora por mantener una posición social como institutriz; después de todo eso es lo que importa, ¿no?

El nacimiento de Anastasia no fue el soñado, no hubo ni risas ni celebraciones. Un nacimiento más en la familia, ¿Por qué habría de ser especial?. La respuesta no vino a ella hasta muchos años más tarde, cuando su padre se daría cuenta de su talento especial. Nacida en un día primaveral, vino a conformar la última heredera de los humildes bienes de la familia Fablet. La menor de tres hermanas, Anastasia siempre fue distinta. En sencillas palabra, era una rata de biblioteca, devoraba libros en un pestañeo; no había nada mejor para esta niña que un libro. Sus padres, podían darse cuenta de lo especial que era Anastasia, pero su padre solo negaba lo inevitable. A pesar de saber del probable destino que sus pares temían por ella, la menor de las Fablet creció en sabiduría y belleza.

Siendo consciente en su adolescencia del poder que poseía, sufrió la partida de sus dos hermanas mayores. Ellas eran a sus ojos, las típicas muñequitas hechas para casarse y formar una familia en la alta sociedad. Ella, por otra parte, se enfrascó en el mundo del conocimiento y el poder que este podría otorgarle. Criada al igual que sus hermanas para ser una mujer de familia, Anastasia no dejo de recibir propuestas de matrimonio que exuberantes dotes, lo cuales con ayuda de su padre rechazó. El ser joven e inexperta, un día la llevó a explotar que tanto poder de los espíritus era capaz de controlar. Sus ansias de poder la consumieron  y en pleno bosque calló desmayada por el esfuerzo. Desde entonces, sólo recurre a los espíritus si es estrictamente necesario; de vida o muerte.

A medida que iba creciendo, sus oportunidades de casarse con un buen hombre en edad fértil se desvanecían en el aire, pero fiel a sus principios buscó la forma de poder encajar en la sociedad por sus propios medios. Tonta e infantilmente aún conservaba la tierna y romántica idea de casarse por amor, aunque sabía que probablemente era sólo una ilusión y una mala treta del destino.

Logró convertirse en institutriz, gracias a su esfuerzo y uno que otro truco de magia. Poco a poco comenzó a ser solicitada por la alta sociedad en la educación de sus hijas, y así logró de hacer de una fama importante como una de las mejores institutrices jóvenes de Lyon. En ella fue creciendo un sentimiento poderoso de querer conocer el mundo, pero debía tener los recursos para lograrlo. Su trabajo era remunerado en una buena cantidad de francos y su prestigio ascendía más y más. Era una buena oportunidad de emprender nuevos horizontes, lejos de la tierra y de las personas que la habían visto nacer. Dejándolo todo atrás, emprendió rumbo a la capital francesa, Paris. Es aquí, donde buscaba establecerse de momento y presentarse ante la “créme de créme” de la alta sociedad francesa en busca de trabajo y acogida.