AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Fire and Brimstone | Abigail
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Fire and Brimstone | Abigail
París, otoño anterior.
En los años que llevaba como cazador, había visto un sinfín de cosas extraordinarias, en su sentido literal; y aunque cada cosa era única en su contexto, ya comenzaba a ser tan común que viese cosas raras que empezaban a convertirse en la norma y poco a poco cada situación era menos especial y digna de recordar. Sin embargo, había una que me llamaba tremendamente la atención: era el caso de una licántropa que, además, era inquisidora. Pero aquello no era lo interesante, sino el hecho de que para cada luna llena, la mujer se daba el tiempo de viajar a las afueras de la ciudad, en zonas despobladas, cargando kilos y kilos de carne cruda para luego marcar un perímetro con aquellos pedazos y, entonces cuando la luna llena saliera, su forma bestial se mantuviese dentro de aquel perímetro, distraída y atraída por el olor de la carne. Claro, al principio, cuando recién había comenzado a espiarla, me costó un par de lunas llenas para poder comprender su comportamiento, pero considerando que de las veces que le espiaba, esta nunca había lastimado a nadie, pues entonces había decidido no tachar el caso como un peligro público, por lo que no pretendía arrestarla ni "darla de baja", como solía hablar entre sus soldados y oficiales. La única orden que había dado al respecto era que, si algún día alguien se acercaba mucho al perímetro se interviniera para evitarlo o si es que la muchacha tenía problemas luego, cuando despertara, pues entonces también habría que intervenir.
Desde entonces me había olvidado del caso, hasta aquella mañana. Era de madrugada, los primeros rayos de sol ya se asomaban cuando mis soldados llegaron apresurados desde las afueras de la ciudad, llevando a la inquisidora en brazos y envuelta en mantas pues aún no despertaba luego de su transformación. Habían intervenido porque unos humanos se acercaron al área, la encontraron desnuda en el bosque y comenzaron a sospechar sobre su naturaleza; sin embargo, los oficiales intervinieron rápidamente y se la llevaron antes de que las cosas pasaran a mayores. Claro está que yo no planeaba arrestarla en realidad, sino que di la orden de que la llevaran a una de las habitaciones para invitados de la mansión, donde mis sirvientas se preocuparon de vestirla apropiadamente y de recostarla en una suave y cómoda cama. Yo, por mi parte, busqué unos cuantos de los libros más largos que encontré y me fui a acomodar en una silla junto a la ventana de aquella habitación, con planes de leer hasta que la mujer despertara. No había ninguna lámpara ni vela encendida, nada más la luz del sol que alumbraba con el anaranjado del amanecer, acompañado del frío de la mañana. Iba a la mitad del primer libro cuando sentí a la mujer comenzar a removerse en la cama, para lo cual ni siquiera desvié la vista del papel. Nada más la escuchaba moverse, delatada por el sonido de las sábanas y mantas que la cubrían.
Abigail Solange Zarkozi, ese es tu nombre completo, ¿verdad? -Comenté en voz alta y monótona, con ritmo lento para hablar, incluso.- No nos hemos encontrado cara a cara antes, pero creo que debes tener bien claro que te hemos estado observando de cerca. -Pasé entonces una página del libro mientras que seguía leyendo, razón por la cual hablaba tan lento y con algunas palabras algo extendidas. No estaba del todo concentrado en ella, era cierto, pero tampoco pretendía mirarla en pijamas. En cierta parte era por tenerle respeto, a pesar de que era una falta de respeto no prestarle toda su atención, pero aquella nada más era mi forma de ser.- Mi nombre es Rivaille, sin apellido ni adornos. Estás aquí porque una caravana de humanos llegando a París te encontró en el bosque después de que te transformaste de vuelta a humana, por lo que mis oficiales intervinieron con la excusa de que eres una loca que escapó del psiquiátrico. Así nadie sospechaba nada y podían traerte sin problemas. Una idea divertida que nos ha ahorrado a todos un par de problemas, debo decir. -Expliqué entonces, con la misma calma y lentitud con la que había hablado en un principio. Continué leyendo, sentado en aquella silla solitaria y con una pierna cruzada por sobre la otra, cómodo como quien descansa en su propia morada. No esperaba unas gracias ni nada, tampoco pensaba en atenderla como que fuera una visita; no era alguien que confiara en la Inquisición, aunque tampoco pensaba en tratarla de forma hostil ni mucho menos peyorativa. Simplemente planeaba que la situación prosiguiera fuera como fuera, a pesar de que mis modales no fueran los más óptimos.
Desde entonces me había olvidado del caso, hasta aquella mañana. Era de madrugada, los primeros rayos de sol ya se asomaban cuando mis soldados llegaron apresurados desde las afueras de la ciudad, llevando a la inquisidora en brazos y envuelta en mantas pues aún no despertaba luego de su transformación. Habían intervenido porque unos humanos se acercaron al área, la encontraron desnuda en el bosque y comenzaron a sospechar sobre su naturaleza; sin embargo, los oficiales intervinieron rápidamente y se la llevaron antes de que las cosas pasaran a mayores. Claro está que yo no planeaba arrestarla en realidad, sino que di la orden de que la llevaran a una de las habitaciones para invitados de la mansión, donde mis sirvientas se preocuparon de vestirla apropiadamente y de recostarla en una suave y cómoda cama. Yo, por mi parte, busqué unos cuantos de los libros más largos que encontré y me fui a acomodar en una silla junto a la ventana de aquella habitación, con planes de leer hasta que la mujer despertara. No había ninguna lámpara ni vela encendida, nada más la luz del sol que alumbraba con el anaranjado del amanecer, acompañado del frío de la mañana. Iba a la mitad del primer libro cuando sentí a la mujer comenzar a removerse en la cama, para lo cual ni siquiera desvié la vista del papel. Nada más la escuchaba moverse, delatada por el sonido de las sábanas y mantas que la cubrían.
Abigail Solange Zarkozi, ese es tu nombre completo, ¿verdad? -Comenté en voz alta y monótona, con ritmo lento para hablar, incluso.- No nos hemos encontrado cara a cara antes, pero creo que debes tener bien claro que te hemos estado observando de cerca. -Pasé entonces una página del libro mientras que seguía leyendo, razón por la cual hablaba tan lento y con algunas palabras algo extendidas. No estaba del todo concentrado en ella, era cierto, pero tampoco pretendía mirarla en pijamas. En cierta parte era por tenerle respeto, a pesar de que era una falta de respeto no prestarle toda su atención, pero aquella nada más era mi forma de ser.- Mi nombre es Rivaille, sin apellido ni adornos. Estás aquí porque una caravana de humanos llegando a París te encontró en el bosque después de que te transformaste de vuelta a humana, por lo que mis oficiales intervinieron con la excusa de que eres una loca que escapó del psiquiátrico. Así nadie sospechaba nada y podían traerte sin problemas. Una idea divertida que nos ha ahorrado a todos un par de problemas, debo decir. -Expliqué entonces, con la misma calma y lentitud con la que había hablado en un principio. Continué leyendo, sentado en aquella silla solitaria y con una pierna cruzada por sobre la otra, cómodo como quien descansa en su propia morada. No esperaba unas gracias ni nada, tampoco pensaba en atenderla como que fuera una visita; no era alguien que confiara en la Inquisición, aunque tampoco pensaba en tratarla de forma hostil ni mucho menos peyorativa. Simplemente planeaba que la situación prosiguiera fuera como fuera, a pesar de que mis modales no fueran los más óptimos.
Última edición por Rivaille el Mar Jun 28, 2016 12:45 am, editado 1 vez
Rivaille- Realeza Francesa
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Fecha de inscripción : 22/01/2015
Re: Fire and Brimstone | Abigail
Si había algún momento en que realmente se me pasaba por la cabeza que mi don era una maldición era únicamente las noches de luna llena, cuando sabía de buena tinta que la bestia dentro de mí se despertaba gritando sangre y yo no quería dársela. Sí, era una inquisidora (bastante buena, he de decir, que para algo bueno que me había dado mi padre, al César lo que es del César, ¿no?), y de hecho tenía fama de cruel, pero únicamente con los vampiros: al resto de seres trataba de evitarlos cuanto podía, y a los humanos no tenía por costumbre herirlos, pues no me habían hecho nada para merecerlo. En la medida en que podía, me alejaba de quienes pudieran ser heridos en mis transformaciones y también procuraba dominar a la bestia lo suficiente para que no se acercara a la ciudad mientras se encontraba fuera de control, para luego encima llevarme la fama de cruel cuando, en realidad, era una buena samaritana. Así lo llevaba haciendo desde que me había transformado por tercera vez, o así, y ese mes otoñal no era ninguna excepción: ya había conseguido la carne, me había excusado de mis quehaceres y de mi venganza (y eso realmente lo que más me dolía abandonar, aunque fuera por un par de noches) y me había encaminado hacia lo más profundo del bosque que rodeaba a París por varios de sus costados. Lo último que recordaba, como solía ser habitual, era acumular las piezas de carne en varios montones, esparcidos por un terreno amplio, y mirar la luna; a continuación, dolor y, después, nada en absoluto hasta despertar en... ¿dónde demonios estaba? No era el bosque, no olía a hojas y a rocío, y estaba sorprendentemente cómodo y blando para estar acostada sobre el suelo. Además, y eso fue lo primero que noté, llevaba puestas ropas que, si bien eran también suaves, me rozaban la piel, demasiado sensible tras la transformación para no notarlo, igual que la respiración del hombre de ojos claros sentado frente a mí.
– El célebre conde que organizó una rebelión para conseguir el puesto. Te creía mayor, los rumores apuntaban a que serías algo menos... joven.
Bostecé, con la mano apoyada delicadamente sobre mi boca en gesto de educación, y me incorporé un tanto, lo suficiente para sentarme en el lecho y espabilarme un poco. Me dolía todo el cuerpo, una consecuencia propia de todo tipo de noches locas, si bien aquella no era de las que yo prefería porque tenía la manía de disfrutar recordando lo que había estado toda la noche haciendo. Sin mirarlo, estiré la espalda y me aparté el pelo de la cara, con la vista paseando por todos los rincones de la habitación y sólo finalmente hasta él, que parecía extrañamente sereno para tener a una licántropa, además de inquisidora, metida en su cama. De hecho, se encontraba leyendo un libro hasta que yo me había movido, y aún lo tenía en el regazo: o se trataba de un hombre apático por completo, y lo dudaba por cómo se había encargado de mí, o bien estaba lo suficientemente seguro de que no le iba a hacer nada como para permitirse tal confianza extrema en sus propias habilidades. Fuera cual fuese el caso, mi curiosidad la tenía, y con ella mi desconfianza, pues era yo la que había amanecido en una cama ajena sin que hubiera habido coito de por medio y quien estaba en un territorio que me era desconocido. Si bien conocía su identidad, solamente me habían llegado rumores de quién era y de las cosas que había hecho, y no teníamos, que yo supiera, ningún conocido en común que me hubiera permitido averiguar algo más allá de las habladurías. Rivaille, aquel cazador, aquel conde, era un total misterio para mí, y me lo estaba tomando con toda la tranquilidad de la que él hacía gala, sin despeinarme siquiera; hablando de eso, precisamente aproveché para peinarme la melena con los dedos, más por tener las manos ocupadas que por pura coquetería, pues era consciente de que, hasta en aquellas circunstancias, sería capaz de seducirlo si realmente me lo proponía.
– No hace falta que uses mi nombre completo, con llamarme Abigail sobra, igual que yo te llamaré a ti Rivaille y nada más. Me has ayudado a pasar desapercibida y no acabar en una jaula, así que dime, ¿qué te debo? Y, si no te debo nada, ¿qué quieres de mí? Podías haberme dejado en los pies de una iglesia, sabiendo que soy inquisidora imaginarías que me habrían aceptado, pero no lo has hecho. ¿Hay algún motivo o simplemente era curiosidad?
– El célebre conde que organizó una rebelión para conseguir el puesto. Te creía mayor, los rumores apuntaban a que serías algo menos... joven.
Bostecé, con la mano apoyada delicadamente sobre mi boca en gesto de educación, y me incorporé un tanto, lo suficiente para sentarme en el lecho y espabilarme un poco. Me dolía todo el cuerpo, una consecuencia propia de todo tipo de noches locas, si bien aquella no era de las que yo prefería porque tenía la manía de disfrutar recordando lo que había estado toda la noche haciendo. Sin mirarlo, estiré la espalda y me aparté el pelo de la cara, con la vista paseando por todos los rincones de la habitación y sólo finalmente hasta él, que parecía extrañamente sereno para tener a una licántropa, además de inquisidora, metida en su cama. De hecho, se encontraba leyendo un libro hasta que yo me había movido, y aún lo tenía en el regazo: o se trataba de un hombre apático por completo, y lo dudaba por cómo se había encargado de mí, o bien estaba lo suficientemente seguro de que no le iba a hacer nada como para permitirse tal confianza extrema en sus propias habilidades. Fuera cual fuese el caso, mi curiosidad la tenía, y con ella mi desconfianza, pues era yo la que había amanecido en una cama ajena sin que hubiera habido coito de por medio y quien estaba en un territorio que me era desconocido. Si bien conocía su identidad, solamente me habían llegado rumores de quién era y de las cosas que había hecho, y no teníamos, que yo supiera, ningún conocido en común que me hubiera permitido averiguar algo más allá de las habladurías. Rivaille, aquel cazador, aquel conde, era un total misterio para mí, y me lo estaba tomando con toda la tranquilidad de la que él hacía gala, sin despeinarme siquiera; hablando de eso, precisamente aproveché para peinarme la melena con los dedos, más por tener las manos ocupadas que por pura coquetería, pues era consciente de que, hasta en aquellas circunstancias, sería capaz de seducirlo si realmente me lo proponía.
– No hace falta que uses mi nombre completo, con llamarme Abigail sobra, igual que yo te llamaré a ti Rivaille y nada más. Me has ayudado a pasar desapercibida y no acabar en una jaula, así que dime, ¿qué te debo? Y, si no te debo nada, ¿qué quieres de mí? Podías haberme dejado en los pies de una iglesia, sabiendo que soy inquisidora imaginarías que me habrían aceptado, pero no lo has hecho. ¿Hay algún motivo o simplemente era curiosidad?
Invitado- Invitado
Re: Fire and Brimstone | Abigail
Entre lectura de páginas, parpadeé desviando la vista hacia ella apenas unos segundos, volviéndola hacia el libro con el siguiente parpadeo. Aquella había sido mi reacción a su primer comentario, el cual me causaba gracia, al igual que todas las otras veces en que escuchaba lo mismo.- ¿Te refieres a mayor de veinte, mayor de treinta, mayor de cuarenta o a mucho mayor que eso? ¿Cuántos años crees que tengo? -Pregunté con el mismo tono y ritmo para hablar que las otras veces en las que pronuncié palabra anteriormente, manteniendo aún la vista en el libro, aunque ya había dejado de leer, pero no pretendía detener la escena que estaba montando, por lo que pretendí que sí leía aún, pasando nuevamente una página y guiando mis ojos lentamente a través de las palabras, aunque ya nada más concentrado en lo que la licántropa decía. Ignoré todos y cada uno de sus gestos y movimientos, pues la verdad era que poco me importaban.- Siempre me ha causado gracia la percepción que tiene la gente por mi edad, como si en realidad importara siquiera un poco. -Agregué, cerrando el libro sobre mi regazo y, finalmente, levantando la vista para ver a la licántropa a los ojos.
Sus últimas palabras me habían molestado y aquello era algo que no podía ocultar, por más que quisiera.- ¿Dejarte tirada a los pies de una iglesia, dices? Claro que hay un motivo para no hacerlo, pero no es el que crees. -Espeté con notoria molestia. Ese no era mi estilo, ni mi forma de ser, ni mucho menos mi objetivo. Si tan solo la gente no pensara en soluciones como esas a sus problemas, entonces París no tendría tantos huérfanos y tantas vidas viviendo en las calles. Respiré profundo unos instantes, pues un montón de comentarios sarcásticos y vulgares se pasaron por mi mente para responderle, pero no pretendía hacerme de más riñas de las que ya tenía, por lo que simplemente preferí contestar algo más calmado, aunque quizá no necesariamente menos antipático.- ¿Así es como trabaja la Inquisición, haciendo las cosas a medias? -Pregunté con notorio sarcasmo, pero con voz calmada y pausada.- Lo siento, Abigail, pero ese no es mi estilo. Si intervine por tu seguridad, no hubiera tenido sentido haberte dejado tirada en las puertas de una iglesia como un Quasimodo, pues no confío en la Inquisición ni en la Iglesia. Traerte a mi mansión me garantiza que estés bien cuidada y bien tratada hasta que despiertes. Al fin y al cabo, es mi trabajo cuidar de quienes lo necesiten, sin prejuicios. -Le expliqué luego, habiendo ahora hablado un poco más rápido que antes y, con esto, dejando que se me escapara un poco el acento de Francés pueblerino que aún tenía bastante marcado por mis años en las calles y suburbios.
Acto seguido, me puse de pie tranquilamente, dejando el libro sobre la silla en la que estaba y girándome para darle la espalda a la ventana. Ya era bien entrada la mañana y, probablemente, la mujer estaría tan hambrienta como lo estaba yo, pues me había saltado el desayuno con tal de mantenerla vigilada, aunque de forma discreta.- Aunque te sorprenda, no espero nada de ti a cambio, así que puedes tomarlo como un acto de buena fe, si es que gustas. -Arreglé mis ropas y el pañuelo blanco que siempre llevaba en mi cuello, aquel que me caracterizaba y que se había vuelto casi como un ícono para reconocerme entre los que me conocían.- Yo por el momento bajaré a comer algo para que puedas vestirte en privado. Las sirvientas dejaron un par de ropas para ti allí a los pies de la cama. Lo que estés lista, te estaré esperando en la cocina, pues no pretendo dejar que te vayas sin comer algo primero. -Entonces, luego de acabar de decir aquello, comencé a caminar hacia la puerta de la habitación, solo deteniéndome en la puerta antes de salir.- ¿Prefieres algo dulce o salado, Abigail? -Pregunté con sorna, sonriendo ligeramente de soslayo y cerrando la puerta tras de mí luego. Di órdenes de que no le permitieran salir de la mansión sin mi autorización y luego me dirigí hacia donde le dije que la esperaría.
Sus últimas palabras me habían molestado y aquello era algo que no podía ocultar, por más que quisiera.- ¿Dejarte tirada a los pies de una iglesia, dices? Claro que hay un motivo para no hacerlo, pero no es el que crees. -Espeté con notoria molestia. Ese no era mi estilo, ni mi forma de ser, ni mucho menos mi objetivo. Si tan solo la gente no pensara en soluciones como esas a sus problemas, entonces París no tendría tantos huérfanos y tantas vidas viviendo en las calles. Respiré profundo unos instantes, pues un montón de comentarios sarcásticos y vulgares se pasaron por mi mente para responderle, pero no pretendía hacerme de más riñas de las que ya tenía, por lo que simplemente preferí contestar algo más calmado, aunque quizá no necesariamente menos antipático.- ¿Así es como trabaja la Inquisición, haciendo las cosas a medias? -Pregunté con notorio sarcasmo, pero con voz calmada y pausada.- Lo siento, Abigail, pero ese no es mi estilo. Si intervine por tu seguridad, no hubiera tenido sentido haberte dejado tirada en las puertas de una iglesia como un Quasimodo, pues no confío en la Inquisición ni en la Iglesia. Traerte a mi mansión me garantiza que estés bien cuidada y bien tratada hasta que despiertes. Al fin y al cabo, es mi trabajo cuidar de quienes lo necesiten, sin prejuicios. -Le expliqué luego, habiendo ahora hablado un poco más rápido que antes y, con esto, dejando que se me escapara un poco el acento de Francés pueblerino que aún tenía bastante marcado por mis años en las calles y suburbios.
Acto seguido, me puse de pie tranquilamente, dejando el libro sobre la silla en la que estaba y girándome para darle la espalda a la ventana. Ya era bien entrada la mañana y, probablemente, la mujer estaría tan hambrienta como lo estaba yo, pues me había saltado el desayuno con tal de mantenerla vigilada, aunque de forma discreta.- Aunque te sorprenda, no espero nada de ti a cambio, así que puedes tomarlo como un acto de buena fe, si es que gustas. -Arreglé mis ropas y el pañuelo blanco que siempre llevaba en mi cuello, aquel que me caracterizaba y que se había vuelto casi como un ícono para reconocerme entre los que me conocían.- Yo por el momento bajaré a comer algo para que puedas vestirte en privado. Las sirvientas dejaron un par de ropas para ti allí a los pies de la cama. Lo que estés lista, te estaré esperando en la cocina, pues no pretendo dejar que te vayas sin comer algo primero. -Entonces, luego de acabar de decir aquello, comencé a caminar hacia la puerta de la habitación, solo deteniéndome en la puerta antes de salir.- ¿Prefieres algo dulce o salado, Abigail? -Pregunté con sorna, sonriendo ligeramente de soslayo y cerrando la puerta tras de mí luego. Di órdenes de que no le permitieran salir de la mansión sin mi autorización y luego me dirigí hacia donde le dije que la esperaría.
Rivaille- Realeza Francesa
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Fecha de inscripción : 22/01/2015
Re: Fire and Brimstone | Abigail
A punto estuve de dejar escapar una sonrisa cuando él salió de su maldita apatía para dignarse a sentirse ofendido por uno de mis comentarios, el de la Iglesia, demostrándome que efectivamente él tampoco sentía amor alguno por la institución en la que había terminado trabajando porque no me había quedado más remedio. Como no me conocía lo suficiente, ni siquiera de oídas, no tenía ni idea de que era sumamente impopular entre mis compañeros inquisidores porque odiaba enormemente todo lo que representaba aquella estructura de tortura institucionalizada; no sabía que yo habría odiado ser depositada en la puerta de una iglesia, y por eso se lo había preguntado, porque sólo por no haberlo hecho ya me caía mejor que al principio. Eso no significaba que fuera a confiar en él, desde luego, porque se necesitaba mucho más para que yo diera semejante paso, pero al menos podía dejar de estar tan a la defensiva con alguien que me había salvado por, según decía, buena fe, algo en lo que cada vez creía menos... por desgracia para él. Que lo hubiera hecho para darme una lección por ser inquisidora, para intentar hacerme cambiar de idea o de vida, era algo que me encajaba en los esquemas mentales, no como la buena fe, a la que no estaba ni estaría jamás acostumbrada. Nadie hacía las cosas porque sí, a menos que se fuera un mártir o un santo, y el conde que había liderado una revuelta contra el que portaba el título anteriormente no me parecía un ejemplo de material de mártir con el que la Iglesia que tanto parecía despreciar podía contar. Tal vez lo fuera, a su manera; tal vez considerara que lo que hacía era correcto por otros motivos, pero yo los desconocía, y por eso mi conocimiento sobre él estaba gravemente limitado, cosa que pensaba solucionar cuanto antes. Para ello, acepté su ofrecimiento, sonriendo finalmente ante su pregunta retórica y sin esperar a que se hubiera marchado del todo para salir de la cama, deshacerme de mis ropas y ponerme las que él me había otorgado, sin necesidad de sirvientas que me ayudaran, porque estaba acostumbrada a valerme por mí misma desde que era una niña.
La ropa que escogí, de entre las que él me había preparado, era sencilla pero cómoda: unos pantalones, una camisa blanca y un corsé, que me resultaba incómodamente prieto después de haberme transformado la noche anterior en loba, pero que me gustaba portar por la fuerza de costumbre. En cuanto estuve lista, me hice una larga trenza a la francesa para apartarme el cabello del rostro, y ese fue el momento justo en que el servicio de Rivaille decidió hacer acto de presencia en la habitación, aparentemente sorprendidas por mi decisión de no haber contado con ellas o, quizá, porque pese a haber sido rescatada inconsciente ya me encontraba en plenas facultades y totalmente recuperada. Con una sonrisa cordial, a la que acompañé con su correspondiente bonjour, me abrí paso a través de ellas por la puerta que habían dejado abierta y dejé que la comida, a la que mi olfato era poderosamente sensible, me condujera hasta la cocina, donde efectivamente esperaba Rivaille. Sin artificios, me senté junto a él, frente al plato que me había preparado con un desayuno al que apenas presté atención, pues me limité a mordisquearlo mientras lo miraba, con la cabeza apoyada en la mano contraria a la que sujetaba la comida. Él era un misterio, de eso no cabía duda, y me había caído simpático a la primera, algo tan difícil de conseguir que si lo supiera seguramente se sentiría honrado. Lo único que podía saber de él era que salvaba seres de diversas naturalezas, que odiaba la Iglesia, que era noble y que provenía de las zonas más rurales, a diferencia de mí, que había sido siempre criada en la Île de France, la región de París, de la que provenía mi familia hasta donde yo sabía y podía contar. Aparte de eso, todo lo relacionado con el hombre que me estaba protegiendo hasta de peligros que realmente no eran tales me era desconocido, y supuse que el desayuno y estar compartiendo sus alimentos convertían el momento en el adecuado para que pudiéramos hablar un poco más que su casi monólogo de hacía unos minutos, cuando yo aún me encontraba en su cama tirada y no precisamente porque la hubiéramos compartido con anterioridad.
– Te has ido tan rápido que no me has dejado ni contestarte. Sí, así trabaja la Inquisición, y ¿sabes por qué? Porque seguimos órdenes. Pero no todos lo hacemos, yo jamás dejo a nadie a los pies de una iglesia, me parece que es perder el tiempo y no conseguir nada. Yo elimino o salvo, no hay más, y para mí la buena voluntad no existe porque no he visto más ejemplos de ella que la que tú has decidido brindarme. Así que dime, ¿por qué? ¿Por qué dedicar tu vida a ayudar?
La ropa que escogí, de entre las que él me había preparado, era sencilla pero cómoda: unos pantalones, una camisa blanca y un corsé, que me resultaba incómodamente prieto después de haberme transformado la noche anterior en loba, pero que me gustaba portar por la fuerza de costumbre. En cuanto estuve lista, me hice una larga trenza a la francesa para apartarme el cabello del rostro, y ese fue el momento justo en que el servicio de Rivaille decidió hacer acto de presencia en la habitación, aparentemente sorprendidas por mi decisión de no haber contado con ellas o, quizá, porque pese a haber sido rescatada inconsciente ya me encontraba en plenas facultades y totalmente recuperada. Con una sonrisa cordial, a la que acompañé con su correspondiente bonjour, me abrí paso a través de ellas por la puerta que habían dejado abierta y dejé que la comida, a la que mi olfato era poderosamente sensible, me condujera hasta la cocina, donde efectivamente esperaba Rivaille. Sin artificios, me senté junto a él, frente al plato que me había preparado con un desayuno al que apenas presté atención, pues me limité a mordisquearlo mientras lo miraba, con la cabeza apoyada en la mano contraria a la que sujetaba la comida. Él era un misterio, de eso no cabía duda, y me había caído simpático a la primera, algo tan difícil de conseguir que si lo supiera seguramente se sentiría honrado. Lo único que podía saber de él era que salvaba seres de diversas naturalezas, que odiaba la Iglesia, que era noble y que provenía de las zonas más rurales, a diferencia de mí, que había sido siempre criada en la Île de France, la región de París, de la que provenía mi familia hasta donde yo sabía y podía contar. Aparte de eso, todo lo relacionado con el hombre que me estaba protegiendo hasta de peligros que realmente no eran tales me era desconocido, y supuse que el desayuno y estar compartiendo sus alimentos convertían el momento en el adecuado para que pudiéramos hablar un poco más que su casi monólogo de hacía unos minutos, cuando yo aún me encontraba en su cama tirada y no precisamente porque la hubiéramos compartido con anterioridad.
– Te has ido tan rápido que no me has dejado ni contestarte. Sí, así trabaja la Inquisición, y ¿sabes por qué? Porque seguimos órdenes. Pero no todos lo hacemos, yo jamás dejo a nadie a los pies de una iglesia, me parece que es perder el tiempo y no conseguir nada. Yo elimino o salvo, no hay más, y para mí la buena voluntad no existe porque no he visto más ejemplos de ella que la que tú has decidido brindarme. Así que dime, ¿por qué? ¿Por qué dedicar tu vida a ayudar?
Invitado- Invitado
Re: Fire and Brimstone | Abigail
Esperaba sentado en frente a la mesa redonda que había allí mismo en la cocina, cómodamente de piernas cruzadas mientras que sostenía abierto el periódico, leyendo tranquilamente las noticias del día mientras que esperaba que mi taza de té se enfriara lo suficiente como para beberla a buena temperatura y sin que llegase a quemar. Junto a mi taza había un plato con un trozo caliente de tarta de manzana y, en cuanto la licántropa tomó asiento junto a mí, le sirvieron lo mismo que a mí, junto con unas torrejas de pan y pocillos con mermelada y otros con queso y margarina, para que se sirviera del que quisiera. Bajé el extenso periódico y lo doblé cuidadosamente para dejarlo sobre la mesa, a un costado de mi desayuno, con la intención de levantar entonces la taza y probar el té, mirando de soslayo a la muchacha.
- Lo sé. No pretendía quedarme hablando allá arriba y, si querías contestar, debías bajar. ¿Crees que haya funcionado? –Contesté inicialmente a lo primero que dijo, interrumpiéndola, con aquella sazón de sarcasmo al final que era casi como mi firma. Me aguanté entonces una risa, pues seguí escuchando lo que decía, aunque con mala gana, pues su respuesta me parecía pésima. ¿Seguir órdenes? ¿Esa era su excusa para ser pésimas personas? Me hacía pensar en que los Inquisidores eran en su mayoría unos idiotas sin capacidad de autocrítica o de en realidad pensar por sí mismos. Personas sin opinión propia, marionetas que solo hacen lo que se les manda porque sí. Fruncí el ceño, así como los labios, ante solo pensar aquello. Aunque, cierto era que la mujer que tenía a un costado no parecía ser así, por lo que nada más preferí no jugarla aún.
Dime una cosa, Abigail, ¿a ti nunca te hubiese gustado que te dieran algo de ayuda cuando la necesitabas? ¿Qué alguien hiciera algo por ti cuando has estado en problemas? –Corté un poco de tarta con el tenedor y me la llevé a la boca, mirándola y esperando respuesta. Me imaginaba que sí, que todos alguna vez pensaban lo mismo, especialmente si es que nadie les tendía una mano nunca, como la muchacha me había dado a entender. Bebí un poco de té antes de continuar hablando.- Supongo que si has escuchado rumores sobre mí, habrás escuchado que yo vengo de las calles, ¿no? Y la verdad es que es cierto. Crecí huérfano en las calles con varias otras personas más en la misma situación y, cuando se vive así, ayuda es lo único con lo que uno sueña. En mi caso, yo tuve suerte, porque me reclutaron para trabajar para el conde anterior a mí. Pero cuando a él se le ocurrió que para acabar con la pobreza había que matar a todos los pobres en las calles en lugar de ayudarlos, ¿crees que alguien como yo hubiera llevado a cabo esa orden?
Hice una pausa, dejando de mirarla para ponerme de pie e ir a una de las gavetas en las que se guardaban las especias. Saqué un trozo de palo de canela y volví a mi puesto para romperlo por la mitad y dejar caer una mitad en mi taza de té.- ¿Quieres? –Le ofrecí a la licántropa mientras que tomaba asiento y dejaba el resto de la canela en el plato que había bajo su taza, acomodándome como estaba anteriormente y cortando otro bocado de tarta.- Ahora ya sabes por qué hubo rebelión. –Agregué antes de comer aquel bocado, girándome apenas un poco en la silla y apoyando el antebrazo en la mesa.- ¿Estás contenta con mi respuesta, Abigail? -La miré intensamente a los ojos, sintiendo cómo poco a poco las sirvientas en la cocina comenzaban a retirarse pues ya tenían todo ordenado allí, quedándose solo una que seguramente esperaría a que termináramos y mantendría la tetera con agua caliente, como siempre hacían debido a mis recurrentes tazas de té.- Aunque, disculpa mi curioidad, pero, ¿habrías llevado a cabo tú esa misma orden?
- Lo sé. No pretendía quedarme hablando allá arriba y, si querías contestar, debías bajar. ¿Crees que haya funcionado? –Contesté inicialmente a lo primero que dijo, interrumpiéndola, con aquella sazón de sarcasmo al final que era casi como mi firma. Me aguanté entonces una risa, pues seguí escuchando lo que decía, aunque con mala gana, pues su respuesta me parecía pésima. ¿Seguir órdenes? ¿Esa era su excusa para ser pésimas personas? Me hacía pensar en que los Inquisidores eran en su mayoría unos idiotas sin capacidad de autocrítica o de en realidad pensar por sí mismos. Personas sin opinión propia, marionetas que solo hacen lo que se les manda porque sí. Fruncí el ceño, así como los labios, ante solo pensar aquello. Aunque, cierto era que la mujer que tenía a un costado no parecía ser así, por lo que nada más preferí no jugarla aún.
Dime una cosa, Abigail, ¿a ti nunca te hubiese gustado que te dieran algo de ayuda cuando la necesitabas? ¿Qué alguien hiciera algo por ti cuando has estado en problemas? –Corté un poco de tarta con el tenedor y me la llevé a la boca, mirándola y esperando respuesta. Me imaginaba que sí, que todos alguna vez pensaban lo mismo, especialmente si es que nadie les tendía una mano nunca, como la muchacha me había dado a entender. Bebí un poco de té antes de continuar hablando.- Supongo que si has escuchado rumores sobre mí, habrás escuchado que yo vengo de las calles, ¿no? Y la verdad es que es cierto. Crecí huérfano en las calles con varias otras personas más en la misma situación y, cuando se vive así, ayuda es lo único con lo que uno sueña. En mi caso, yo tuve suerte, porque me reclutaron para trabajar para el conde anterior a mí. Pero cuando a él se le ocurrió que para acabar con la pobreza había que matar a todos los pobres en las calles en lugar de ayudarlos, ¿crees que alguien como yo hubiera llevado a cabo esa orden?
Hice una pausa, dejando de mirarla para ponerme de pie e ir a una de las gavetas en las que se guardaban las especias. Saqué un trozo de palo de canela y volví a mi puesto para romperlo por la mitad y dejar caer una mitad en mi taza de té.- ¿Quieres? –Le ofrecí a la licántropa mientras que tomaba asiento y dejaba el resto de la canela en el plato que había bajo su taza, acomodándome como estaba anteriormente y cortando otro bocado de tarta.- Ahora ya sabes por qué hubo rebelión. –Agregué antes de comer aquel bocado, girándome apenas un poco en la silla y apoyando el antebrazo en la mesa.- ¿Estás contenta con mi respuesta, Abigail? -La miré intensamente a los ojos, sintiendo cómo poco a poco las sirvientas en la cocina comenzaban a retirarse pues ya tenían todo ordenado allí, quedándose solo una que seguramente esperaría a que termináramos y mantendría la tetera con agua caliente, como siempre hacían debido a mis recurrentes tazas de té.- Aunque, disculpa mi curioidad, pero, ¿habrías llevado a cabo tú esa misma orden?
Rivaille- Realeza Francesa
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Fecha de inscripción : 22/01/2015
Re: Fire and Brimstone | Abigail
La respuesta a su pregunta estaba sumamente clara: sí, por supuesto que sí, claro que habría querido ayuda; es más, ¡habría merecido ayuda, toda la posible y quizá un poco más! Cuando la traición viene de quien se suponía que debía ayudarte en primer lugar, ¿qué respuesta pretendía que le diera! No obstante, la pregunta que debíamos hacernos no era si había querido ayuda, sino si la había recibido, y la respuesta era un no tan rotundo como una bofetada, que me había condenado a sufrir durante tanto tiempo que yo ya se lo encomendaba a los demás por inercia. En esas circunstancias, ¿cómo demonios pretendía que confiara en ayudas ajenas tan felizmente como lo hacía él, eh? No me conocía más allá de los rumores, y Gregory Zarkozi siempre se había asegurado de minimizar lo más posible sus pecados para que solamente los míos salieran a la luz y así todo París supiera que era un monstruo, pero ignorara por qué. Ni siquiera aquellos con cierta curiosidad se planteaban que no me había quedado más remedio que abrazar aquella realidad, y entre esos se encontraba Rivaille, quien me estaba ofreciendo desayuno y ayuda a cambio de unas críticas que encajaban en lo que él creía apropiado de acuerdo a sus ideales, pero no en la realidad. Aunque sonara tópico, yo era mucho más compleja que el simple cliché al que me estaba intentando obligar a parecerme, y me molestaba sobremanera esa actitud de salvavidas cuando realmente no había hecho tanto por mí. Aun así, intenté controlar mi rabia porque eso era lo que seguramente él buscaba, hacerme explotar para que le mostrara mis cartas, y respiré hondo para tranquilizarme y poder mirarlo con calma y sin riesgo de lanzarle un cuchillo a la cara simplemente para que se callara. En cuanto lo conseguí (porque, por supuesto, lo hice), cogí la canela que él había partido y la mordisqueé, en vez de echarla al té y seguir un ejemplo que no me apetecía continuar.
– No. No tengo nada contra los pobres, siempre y cuando no sean vampiros, si lo son, pueden darse por muertos hasta cuando no me lo ordenan. Solamente acepto encargos que incluyan chupasangres, tengo mis principios aunque no lo parezca, y siendo una condenada, no es que eso ayude a que me haga más popular. De todas maneras... Sí. He deseado ayuda toda mi maldita vida. Y no me la ha dado absolutamente nadie que no sea yo. Así que me disculparás por ser desconfiada, Rivaille, pero no tengo motivos para no serlo.
Encogiéndome de hombros, desvié la mirada hacia la tarta de manzana, de la que separé un pedazo para probarla porque no tenía demasiada hambre en aquel instante, con la charla se me había ido toda la que hubiera podido tener inicialmente. Aun así, por mantenerme ocupada decidí que la comería en pequeños trozos, y eso fue lo que hice, mirándolo a él sin fiarme del todo pero, obviamente, fiándome también un tanto, pues de lo contrario no habría aceptado sus alimentos. En realidad, dadas las circunstancias, ¿me quedaba más remedio que creerle? Me había acogido, me había dado de comer, y me había tratado igual que si realmente no pudiera proveerme de nada de aquello por mí misma, cuando la realidad era que yo, Abigail Zarkozi, era una persona perfectamente capaz y competente de cuidar de mí misma sin necesidad siquiera de ser completamente persona. ¡Qué curioso! Y qué fácil de entender, pero la Inquisición no era algo donde las nuevas ideas pudieran entrar con facilidad, así que un concepto tan rompedor e innovador se quedaría fuera de los muros de la Iglesia y derivados por siempre jamás (y amén). Él, en cambio... Él había sido capaz de organizar una revuelta contra su empleador, se había apoderado de un condado habiendo nacido en la más absoluta pobreza, y se había hecho a la fuerza con unos medios que había convertido en suyos pese a las circunstancias adversas. En cierto modo, aunque no tuviéramos nada que ver, me recordaba en parte a mí, quizá porque ambos éramos tan testarudos que no aceptábamos un no por respuesta y porque al final terminábamos haciendo lo que nos venía en gana, daba igual si el mundo entero se ponía de nuestra parte o si luchaba con uñas y dientes por apartarnos de lo que los dos sabíamos que debíamos hacer.
– Me estás malinterpretando, Rivaille, constantemente. Acepto las órdenes que me convienen y un mínimo de las que no para seguir donde estoy. Me crié con inquisidores, vivo entre inquisidores, pero no lo soy, al menos no por convicción. Tú te convertiste en conde, y yo en asesina bajo las órdenes de la Iglesia; lo que hago, lo hago por sobrevivir y por ayudarme a conseguir lo que más ansío. Creo, en el fondo, que no somos tan diferentes. Supongo que por eso elijo creerte.
– No. No tengo nada contra los pobres, siempre y cuando no sean vampiros, si lo son, pueden darse por muertos hasta cuando no me lo ordenan. Solamente acepto encargos que incluyan chupasangres, tengo mis principios aunque no lo parezca, y siendo una condenada, no es que eso ayude a que me haga más popular. De todas maneras... Sí. He deseado ayuda toda mi maldita vida. Y no me la ha dado absolutamente nadie que no sea yo. Así que me disculparás por ser desconfiada, Rivaille, pero no tengo motivos para no serlo.
Encogiéndome de hombros, desvié la mirada hacia la tarta de manzana, de la que separé un pedazo para probarla porque no tenía demasiada hambre en aquel instante, con la charla se me había ido toda la que hubiera podido tener inicialmente. Aun así, por mantenerme ocupada decidí que la comería en pequeños trozos, y eso fue lo que hice, mirándolo a él sin fiarme del todo pero, obviamente, fiándome también un tanto, pues de lo contrario no habría aceptado sus alimentos. En realidad, dadas las circunstancias, ¿me quedaba más remedio que creerle? Me había acogido, me había dado de comer, y me había tratado igual que si realmente no pudiera proveerme de nada de aquello por mí misma, cuando la realidad era que yo, Abigail Zarkozi, era una persona perfectamente capaz y competente de cuidar de mí misma sin necesidad siquiera de ser completamente persona. ¡Qué curioso! Y qué fácil de entender, pero la Inquisición no era algo donde las nuevas ideas pudieran entrar con facilidad, así que un concepto tan rompedor e innovador se quedaría fuera de los muros de la Iglesia y derivados por siempre jamás (y amén). Él, en cambio... Él había sido capaz de organizar una revuelta contra su empleador, se había apoderado de un condado habiendo nacido en la más absoluta pobreza, y se había hecho a la fuerza con unos medios que había convertido en suyos pese a las circunstancias adversas. En cierto modo, aunque no tuviéramos nada que ver, me recordaba en parte a mí, quizá porque ambos éramos tan testarudos que no aceptábamos un no por respuesta y porque al final terminábamos haciendo lo que nos venía en gana, daba igual si el mundo entero se ponía de nuestra parte o si luchaba con uñas y dientes por apartarnos de lo que los dos sabíamos que debíamos hacer.
– Me estás malinterpretando, Rivaille, constantemente. Acepto las órdenes que me convienen y un mínimo de las que no para seguir donde estoy. Me crié con inquisidores, vivo entre inquisidores, pero no lo soy, al menos no por convicción. Tú te convertiste en conde, y yo en asesina bajo las órdenes de la Iglesia; lo que hago, lo hago por sobrevivir y por ayudarme a conseguir lo que más ansío. Creo, en el fondo, que no somos tan diferentes. Supongo que por eso elijo creerte.
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