Dinero, poder y gloria | Rita Xedler

por **Azariel Kozàc** Sáb Jun 11, 2016 5:44 am

La tarde caía junto al Sol en el horizonte, y el joven apenas tenía ánimo para hacer cualquier cosa. Había tenido un día duro; entre trabajos de última hora y los ya programados, en aquella jornada había acabado con más vidas de las que se atrevería a afirmar. En aquellos instantes se encontraba en su alcoba, fumando un cigarrillo al son de la melodía que escupía el viejo gramófono; La Danse Macabre, la sinfonía de Saint-Saëns que probablemente mejor le representaba. No tenía ningún plan concreto para las horas que venían, tan solo le apetecía observar el humo ceniciento escalar hasta el techo de la habitación, inundando el ambiente –y sus pulmones- de toxicidad.

Después de tres o cuatro cigarrillos, le rondó por la mente el pensamiento de que su armamento se había visto terriblemente disminuido en estas últimas semanas. El brujo no solía nunca asesinar a sus encargos con los métodos convencionales –armas blancas o de fuego-, habitualmente utilizaba brebajes que él mismo preparaba para envenenarlos. Pero sí es cierto que siempre llevaba consigo algún arma por lo que pudiera suceder. Se levantó de la cama, donde se hallaba, y abrió su aparador con el fin de hacer un breve inventario de sus posesiones. Efectivamente, tal y como había supuesto, apenas contaba con un daga y un revólver, y para éste sólo había tres balas. Más le valía incorporar armamento nuevo, su trabajo era poco convencional y muy cambiante; uno nunca sabe qué va a encontrarse ni con quién habrá de enfrentarse.

Así, decidió que era momento de hacer una visita a su amiga y armera Rita. No había en París armería más selecta ni armera más sensual. El joven apagó el cigarrillo que fumaba y, tras ponerse los zapatos y echar un vistazo a su rostro en el espejo de su alcoba, salió de la estancia para dirigirse a la zona comercial de la ciudad. No tardó demasiado en llegar al lugar indicado, ya que apenas le separaban de aquella zona unas pocas manzanas. Llamó a la puerta por cortesía y entró al local.

-Buenas tardes -Saludó el brujo, caminando con zalamería hacia el mostrador. Observó a los ojos a Rita y le dedicó una sonrisa-, hacía tiempo ya que mi mirada no se deleitaba con tu presencia.