The Sleeples Swam in Amethyst → Privado

En más de una ocasión sintió ese par de ojos de cuarzo mirándolo desde el otro lado en cubierta. Los mismos ojos felinos que lo despertaron la mañana en la que, finalmente, dejó Inglaterra atrás, con sus recuerdos, balas, cicatrices y estafas. Se dijo en más de una ocasión que debían ser los fantasmas de su pasado que con manos color violeta lo querían jalar de regreso a casa. Pero es que allá atrás, ese lugar que dejaba, ya no era su hogar. Llevaba apenas dos días a bordo. Había viajado en barco antes, lo que lo preparó bien para el vaivén.

Su camarote era sencillo, pero suficiente. Limpio, amplio para tratarse sólo de un hombre, y discreto en clase económica. No es que ese barco en particular tuviera una clase alta de esas envidiables. Era un barco que transportaba a gente como él, gente que huía. Gente cobarde. Almas rotas y solitarias que buscan terminar de romperse o enmendarse allá en Francia, o más al sur, si los caminos se los permitía.

Era tarde. El cielo estrellado ayudaba al capitán y su tripulación a ubicarse y no perder el norte. Polaris que como un faro, cantaba: sigan, no se detengan. Y el mar, calmo, para fortuna de todos, sin amenaza de tormenta, mecía el barco, con todos a bordo.

Había estado bebiendo con otros hombres que se topó ahí y que seguramente nunca más volvería a ver una vez que anclaran en Calais. Riagán, muy consciente de su problema, se lo llevó con calma. Se inventó una historia sobre su vida. O mejor dicho, sólo contó parte de ella. La de la mueblería y la de la muerte de su esposa e hijo; ¿la razón? Unos hombres armados llegaron y arremetieron. Nunca supo por qué, dijo. Pero Riagán en realidad sabía muy bien la razón.

Cuando comenzó a sentirse mareado, entonces los dejó. Un par de ellos era ex convictos y otros trabajadores de las minas de carbón; bebían que daba miedo y el irlandés supo que no iba a aguantarles el paso. Además, uno de ellos lo llamo leprechaun. ¿Irlandés y pelirrojo? Debía ser un duende, y le preguntó sobre su olla de oro. A Riagán no le sentaban bien las bromas al respecto, por la connotación que tenían respecto a su pasado, al lado de Fergus. Sin embargo, no idiota, ni suicida, sabía que si se ponía al tú por tú, tenía las de perder con cualquiera de esos hombretones.

Se disculpó, se puso de pie y se largó justo antes del amanecer. El suave oleaje rompiendo contra la madera del casco del barco, que avanzaba seguro. Uno de sus camaradas de la noche lo despidió: «¡descansa, leprechaun!», Riagán se giró para verlo y con un ademán abúlico, se despidió. Al girarse, volvió a ver esos ojos color sílice y se dijo que tal vez había bebido más de la cuenta. Se talló los ojos y con calma, regresó a su cabina.

Al abrir la puerta; sobre la cama estaba ese maldito gato blanco con los ojos que como joyas, parecían brillar. Y esta vez, estuvo seguro, no era una alucinación.

La sensación de no estarse volviendo loco fue más reconfortante de lo que esperaba. Ahí, de frente, tan real y tan sólido, no cabía duda de que el gato no era un sueño, o una alucinación. No sólo eso, era el mismo maldito animal que apareció en su habitación en Dover antes de tomar el barco, como si sustituyera la presencia de aquella joven de cabello blanco. Fue hasta ese momento que se dio cuenta que Murphy —como las leyes— no se había apartado de su cabeza, pero se había mantenido en la parte trasera de sus pensamientos, presente pero no protagonista. Se preguntó que habría pasado con ella, pero le pareció que era alguien que sabía defenderse. En todo caso, Riagán era alguien que velaba sólo por sí mismo, así que la chiquilla no debía quitarle el sueño.

Reaccionó hasta que el animal se movió, como para mostrarle que tan verdadero era. El irlandés dio un respingo, y lo miró. Era una animal hermoso, sin duda, pero su presencia ahí le pareció incorrecta, así que sin mayor meditación y con ademanes toscos, tomó al pobre gato por el cuello.

—Lo siento amigo… ¿o amiga? —Lo revisó una vez que lo tuvo a la altura de su cara, aunque luego pensó que era irrelevante—. No puedo cuidar de ti —le dijo y salió por la puerta del camarote y hasta la baranda, sonde apoyó la mano libre. Vio el océano tratando de alcanzar a la luna con enormes marejadas. Entornó la mirada y vio a lo lejos luces, aunque no supo si serían de Dover o de Calais.

Estiró el brazo con la mano que sostenía al gato de su suave pelaje blanco, amenazando con tirarlo por la borda. Era lo más sencillo. Sin embargo, tardó más de lo que debía en actuar y eso provocó que sus ojos verdes se clavaran con los color amatista del felino. ¿Por qué tenía que pasarle esto a él? Supuso que su viaje de Dublín hasta el puerto inglés había sido demasiado tranquilo y por eso ahora estaba pagando.

Con calma retrajo el brazo y acunó al animal. De inmediato su ropa comenzó a llenarse de pelos blancos. Regresó por donde vino, entró a su camarote y aventó al gato en la cama. Lo miró como si se tratara de un acertijo.

—Supongo que puedo alimentarte con sobras, no eres exigente, ¿verdad? Y llegando a Francia me olvido de ti —puso los brazos en jarra como si estuviera reprimiendo al inoportuno intruso. Toda su vida, Riagán había hecho cosas horribles para sobrevivir, pero no iba a cargar con la muerte de un animal inocente en su consciencia, sobre todo porque era inocente. Aventarlo al agua no iba a traerle ningún beneficio real.

Se dejó caer en la pequeña cama, agotado. La nación gala no debía quedar demasiado lejos. Pronto sus problemas acabarían. O eso le gustaba pensar. Quizá estaba teniendo expectativas muy altas. Pero mejor que Irlanda, definitivamente sí sería. La tierra esmeralda demasiado cargada de recuerdos y muerte. Con pereza y casi sin darse cuenta, comenzó a acariciar al animal detrás de las orejas y sintió su ronroneo, emparejado con los motores de carbón del barco.

—Tal vez lo único que quieres también es huir, ¿no? Quién soy yo para juzgarte si estoy haciendo exactamente lo mismo —Al fin miró al gato a su lado y le sonrió. Una sonrisa que no era capaz de mostrar con los seres humanos. Que el animal pareciera entenderle, pero no lo hiciera en realidad, le ayudaba a ser un poco más abierto.