Koray Slatzir

Nombre: Azir Koray Slatzir Dragomir
Apodos: El Conserje
F. Nacimiento: 7 /12/ 1734.
Edad: 57 años/ 32 aparentes
Nacionalidad: Hungaro/Turco.
Grupo: Licántropos.
Clase: Alta
O. Sexual: Heterosexual.

● Los tratos.
● Saberlo todo.
● Los idiomas.
● El piano.
● Las intrigas.
● Las mujeres.
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● Los santos.
● Perder.
● Que traten de mentirle.
● La plata
● La autocompasion

► PODERES INNATOS:
→ Transformación: Habilidad de cambiar de forma humana a animal y viceversa. Cuando el licántropo está en su forma transformada aumenta un 50% su potencia física.

→ Sanación acelerada: Habilidad para sanar rápidamente heridas y contusiones no tan graves (esto no aplica al desmembramiento; si les arrancan un brazo, el brazo no volverá a crecer). El tiempo de recuperación varía según el personaje y la gravedad de la herida o lesión. Cuando se trata de balas de plata o fuego pueden morir si las heridas son muy graves.

→ Percepción del aura: Habilidad para ver las auras de otros seres, cuyos colores indican su humor, identidad y nivel de hostilidad, de este modo saben si están bajo amenaza. Este poder también les permite reconocer a otros licántropos cuando no están transformados e identificar a los vampiros gracias a su aura pálida y su característico olor.

► PODERES A ELEGIR:
→ Fortaleza: Capacidad de resistencia extrema al dolor físico.

→ Aullido: Habilidad para aturdir y dejar paralizado, por algunos instantes, a sus enemigos por medio de un aullido ensordecedor. En ese momento, el sonido golpea fuertemente el oído del enemigo y en ocasiones puede llegar a destrozarle los tímpanos o incluso causarle algunas lesiones cerebrales. El aullido también sirve para llamar otros de su misma raza.

→ Bloqueo mental: Es la habilidad para bloquear su mente y nadie (ni siquiera los vampiros que leen mentes) pueden saber lo que piensa.

Año 1734. Constantinopla. Turquía. Aiyala sostiene en sus brazos a su primogénito, el que sería el primero y el último vástago que traería al mundo con su marido. Desde su habitación en la residencia con vistas al rio, la luz se posa sobre la piel semi tostada y los ojos dorados de su bebe. No le había puesto nombre hasta esa misma mañana. Ningún niño seria reconocido con un nombre hasta recibir la mordida. Sin embargo, la ceremonia que tendria lugar cuando tuviese la edad resolvería ese problema, ya que sería uno de los suyos. Sería como ella. Mientas le devolvía la mirada con aquellos ojos tan azules como los de su padre, solo rezaba a Ala porque él estuviese a salvo, que pasase lo que pasase en un futuro nada pudiese enturbiar su felicidad, ni impidiese el camino hacia sus metas; o como mucho, que el misericordioso le proporcionase la fuerza y la inteligencia suficiente como para superar todo problema. Mientras mecía a su hijo entre sus brazos, se preguntaba qué clase de hombre seria, que clase de monstruo podía apoderarse de él en los años venideros. No obstante, nada de eso le importaba, por que seguía siendo su niño, su heredero y amado hombre. Todo mientras susurraba su nombre, el nombre que sabia que le pondría, una y otra vez, como una constante melodía que le acompañase de por vida…. Koray.

La familia de Aiyala llevaba siete generaciones en Constantinopla, siempre conservando con extremo celo la maldición que la kuna tenía sobre ellos y tras pasándola a los hijos que mantendrían el linaje. Es precisamente por eso que debían hacerlo… La sangre salía a borbotones por el cadáver de Abdorjan Slatzir, dejando una inmensidad roja cubriendo los hermosos mosaicos de intrincado diseño que solo podían verse en esa parte del mundo. Miraba con ojos vidriosos como sus cuñados, hombres a los que había querido y con los que había bebido en los últimos años; hombres a los que consideraba familia y por los que había abandonado su amada Hungría, y el odio que esta profesaba hacia los otomanos, mientras le apuñalaban el pecho y la espalda sin piedad. Lo que no sabía era cuanto les dolía tener que hacerlo, pero la ley era clara y la voluntad del alfa inquebrantable. Así lo había anunciado desde el momento en que empezó a ostentar el poder dentro de la familia: “Nadie de mi sangre será un humano, y nadie de mi familia convertirá a un forastero.“ Esa es la ley, y nadie osaría contravenir la palabra del padre de Aiyala por nada del mundo. No había vuelta atrás pues, y sus hermanos, con las manos manchadas de sangre, serian testigos de cómo la mujer a la que consideraban inferior por su cultura y fuerza, acunaba al niño que le dio el viejo mundo. Lo último que Abdorjan vio antes de morir, fue a su mujer rodeando a su hijo instantes después de nacer, como en ese preciso momento beso sus labios como si nunca hubiesen tenido contacto el uno con el otro, y pensó en su hijo… Koray.

Año 1754. College Corvinus. Hungría. Su habitación parecía cada año mas fría. Desde que se mudó a Budapest para aprender de los mismos maestros que enseñaron a la casa real de su padre, todo era diferente. ¿Qué sentido tenia ser poderosos si no se explotaba? Los paseos por los jardines helados del campus de Corvinus le demostraban que los deseos humanos se caracterizaban por ser imposibles, y no había deseo mas imposible que Isabel. Rabia llegado desde España para casarse con el príncipe, decían. A menudo visitaba el campus con la intención de conocerse, pero todos sabían la falsedad de dicho acto. Joshua no le prestaba atención nunca e Isabel daba claras muestras de desagrado por su prometido. ¿Que deseaba pues? Se sentía estúpido ante ese interrogante, y Aiyala le había repetido reiteradamente que la comprensión de algo no es bastante, hay que saber llegar hasta el final. Isabel se resistió, peleo y negó. En todos los bailes, los paseos y las galas ofrecidas por sus pretendientes, ella se mostraba indiferente y arrogante; pero l noche de su cumpleaños, cuando el castillo de Buda se iluminaba y brillaba solo para ella, el único elemento que se ausentaba en la sala de baile con encajes, oro y joyas, era la propia Isabel. Aturdida, la joven rogaba porque sus jadeos y gritos amortiguados por el pañuelo que voluntariamente mordía, no alertasen a nadie del calor que inundaba su cuerpo. Al principio había desechado la idea, hasta que se dio cuenta de que no había ningún deseo inalcanzable. Solo había que mirar sus ojos dorados para saberlo... Koray.

Año 1756. Constantinopla. Turquía. Feridun se moría. Respiraba y continuaba moviéndose, esperando el tabdu huntar, el instante en que la presa queda al descubierto y el lobo destriza su garganta. Llevaba tiempo esperándolo, pero la presa seguía resistiéndose. ¿Cómo no hacerlo? Era más joven, más rápida, y llevaba su sangre. No esperaba un ataque así, siempre se había portado bien con él, a pesar de ser medio extranjero. No volvería a cometer ese error. Veía a la familia presente, aquellos a los que había dirigido con mano dura durante casi cien años, esperando a que terminase con aquel insignificante asunto. Y por fin llego, el tabdu huntar había ocurrido y se lanzó a por la presa sin dudar. La incredulidad se apodero de él... todo había sido una trampa. Desde el principio sabía que el deseo de Feridun era aprovechar un momento clave, y solo se había limitado a darle uno. Ahora yaciendo sobre un charco de su propia sangre, miraba en sus últimos estertores al nieto cuyo padre había muerto por orden suya. Miro en un último esfuerzo a su hija, y solo pudo ver una sonrisa de profunda satisfacción en Aiyala. Todo había sido para nada, y ahora su nieto se parecía más a aquel extranjero que tanto había odiado... Koray.

Año 1760. Trípoli. Libia. Koray miraba al jeque a los ojos, sabiendo que su mirada directa le incomodaba, tanto por ser un infiel medio occidental, como por su cultura. En aquella parte del mundo, mirar a alguien de su posición a los ojos, y más con unos como los suyos, era sinónimo de pedir que te cortaran la cabeza. Pero Koray había aprendido a mirar a sus futuros clientes a los ojos, necesitaba saber cuándo le mentían. Desde que había matado a Feridun, su reputación se había expandido como la pólvora. Todos querían saber quién era ese hombre que podía hacer realidad todo cuanto deseases. Todos querían sus servicios, y todos pagaban el precio, algunos más que otros. Su negocio había llegado a la fama por convertirle en lo que todos llamaban: el conserje del crimen. Armas para rebeliones, asesinatos programados, matrimonios concertados, secuestros, asesinatos… todo era posible. El jeque no quería decirlo en voz alta claro, pero era ese último servicio el que le interesaba. ¿Qué se puede esperar de un hombre que deja que su hija se acueste con otra mujer? Irrelevante. Lo que si importaba era otra cosa que el jeque tenía en su poder y él necesitaba. Solo tenía que devolverle algo perdido, algo que estaba en la ciudad más corrupta del mundo: Paris. Nunca cumplió ese contrato, incluso a pesar de las perdidas. Lo que vio, menciono su nombre como un bálsamo más dulce que cualquier recompensa. No tenía precio… Koray.

Otros datos

● Habla dieciséis idiomas perfectamente. Ha estado en la ciudad que separa el este del oeste, y ha aprendido todo lo que necesitaba de todas las culturas a ambos lados de esa frontera.

● Todos sus criados saben que el silencio es la madre de todos los credos. Por esa razón todos mantienen un mutismo absoluto sobre su patrón gracias a un sello mágico puesto por un brujo. Uno de los muchos pagos que realizo a Koray. Literalmente morirían antes de hablar.

● Es pianista desde que era joven, es un instrumento que le encanta y que siempre le relaja cuando la bestia que lleva dentro se descontrola más de lo debido. Tiene varios en su residencia y lo toca con gran maestría.

● Ha tenido cuatro hijos bastardos con varias mujeres a lo largo de los años. No conoce a ninguno, pero se ha asegurado de que sus madres no tengan necesidad de trabajar nunca para mantenerlos.

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