Con tus bendiciones [Priv]

por **Koray Slatzir** Jue Jul 28, 2016 10:40 am

Li'annahum wuliduu min eala' alrriah yuharrikuha

Las profecías del desierto ya afirmaban el dolor que podía sentirse. Durante su viaje desde Constantiville todo era modernismo y desarrollo. La era de los milagros. Y aun así, todos permanecían en la ignominia de no saber. Las escrituras tenían ciertos visos de verdad, una necesidad escondida dentro de la necedad del hombre. Cuan desgraciados podíamos ser para ello, pues no conocíamos más realidad que la que nosotros mismos creábamos en nuestra mente. El génesis, la creación de todo era más esplendorosa que la vida posterior a ella. La semilla siempre germinaba y daba un mundo de verdor que nadie entendía, todos se quedaban enredados en las raíces del mundo. La oscuridad engullía a la sociedad, y de alguna manera, esa misma oscuridad era lo que todos deseaban. En ella todo podía esconderse, todo podía ser posible. Era complicado adentrarse en esa oscuridad; siempre se llevaba una parte de uno mismo, hasta que no se sabía absolutamente nada, salvo que ya no eras esa persona. Koray siempre lo supo, pero de todas maneras se arriesgó a ello, porque la recompensa era digna del sacrificio. Casi tanto como la mujer a la que se disponía a ver. Más de quince años habían pasado desde que Sara le visitase en Turquía, y ni por un segundo se había permitido olvidarla. Las delicias que habían surgido de su amistad con ella no tenían precio. Cada vez que le escribirá, su pluma bailaba, como impulsada por un deseo más que terrenal de contarle sus experiencias y rememorar las historias pasadas. Cuan maravillosa era aquella dama, que con su simple presencia y crueldad ocasional, le dio tanto placer. Y ahora, tras tanto tiempo de separación, podía volver a disfrutar de aquella compañía, dando un sabor agridulce en su boca por ese olor a muerte y sangre que desprendía. ¿Qué más podía pedir un hombre?

La noche se apoderaba de las calles parisinas, ocultando las monstruosidades como el propio Koray a los ojos incapaces de entender. Sus ojos dorados, veían mas allá de la bruma de la oscuridad, que le abrazaba y recibía como a uno de los suyos. La calle torcía hacia el este, dejando el viento en contra suyo. – Aaah, jawhar alqatlaa. – La esencia de la muerte. Aquel aroma no tenía precio, incluso por encima del petróleo destinado al alumbrado; mas allá de las cenas cocinadas por la servidumbre en las lujosas mansiones; aquel olor se extendía como una macula de poder sobre todo aquello en lo que se posase su vista. Pero no había engaño, ninguna mortaja era suficiente para sus sentidos, pues el cazador siempre halla. La arquitectura romántica casi podía contradecir por completo la personalidad de su dueña, si no fuese por aquellos ventanales, pura pasión extrovertida y descaro, casi desafiando a los mortales a fijarse en lo que se reflejaba al otro lado de ella. Una depravación maravillosa, la curiosidad. La puerta estaba abierta, por supuesto. La servidumbre no le detendría a menos que ella lo ordenase; y Sara no tenía porque temerle… ¿cierto? El eco se expandió por la casa cuando la aldaba golpeo la puerta maciza una, dos, tres veces.

Los goznes no sonaron, nada en aquella puerta determinaba su apertura. Ninguna sombra salía de aquella casa, porque nadie podría verla nunca. Solo los fantasmas serían capaces de sigilo similar. – Azir Slatzir, para madame Ascarlani. – Su tono de voz, suave pero sin atisbo de debilidad, aun mostraba aquella combinación de acentos propios de sus países de origen, una combinación que hacían complicado su francés, pero comprensible para la mayoría de la gente. Pocos podían llamarle por aquel nombre, y Sara era una de ellas. Aun desconociendo su carrera, la vampiresa ya demostró conocer las leyendas del desierto, el nombre que, en su fuero interno, le regalo su madre como instrumento de poder. ¿Cómo no iba a permitirle usarlo? Avanzo hasta el gran hall, ambientado con los frescos y los cuadros típicos de su dueña, amante de la originalidad, la música y el buen teatro. – Ahora, querida mía, ven a mí.