AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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[Colombo, 2015] Invítame a una copa y ahoguemos nuestras penas {Karsten Chavanell}
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[Colombo, 2015] Invítame a una copa y ahoguemos nuestras penas {Karsten Chavanell}
Colombo, Sri Lanka
Abril del 2015
Abril del 2015
Siempre era un placer volver, aunque en aquella ocasión le hubiera gustado que fuese diferente. Estuvo pensando en un millón de excusas de última hora para no acudir a la boda, pero cada una de ellas le recordaba que su prima Amita no tenía la culpa. Quizá le había presionado demasiado con el tema, pero realmente creía que después de ocho meses estaría preparado para conocer a su familia. Algo que no era cierto, al parecer. Lo que sí estaba claro era que cada uno tenía sus propias perspectivas puestas en aquella relación, y no estaban destinadas a tomar el mismo camino.
El avión aterrizó en Colombo a media tarde y el tren que la llevaría hasta el pueblo donde se realizaría toda la ceremonia no salía hasta la mañana siguiente, con lo que tenía algunas horas para buscar la mejor forma de afrontarlo. La que más le preocupaba era su abuela Chandra, y no por el disgusto que pudiera llevarse. Jacob nunca le gustó, eso lo dejó claro desde el principio. Kala pensó que era por su origen inglés, un país no muy querido en otros tiempos. Después de tantos años ese odio no era el mismo que antaño, pero la mujer seguía sin fiarse de nadie que viniera de la isla británica. «Ya sabes cómo es tu abuela», solía decirle su madre, pero Kala siempre había pensado que Chandra tenía un instinto especial para las personas. Eran sus suposiciones, pero no solía ignorar los consejos de la vieja mujer.
Nada más llegar al hotel donde pasaría aquella noche se metió en la ducha. El calor y la humedad de Colombo en aquella época hacían que el clima fuera insoportable, y sentía el bochorno pegado a cada poro de su piel. El agua salía templada incluso poniendo el grifo en la posición más fría, algo que no era muy alentador para los días venideros. Tras pasarse un buen rato bajo el agua, salió y se envolvió el cabello en una toalla mientras terminaba de vestirse. Eligió un vestido blanco de tirantes con pequeñas flores de colores estampadas que resaltaba el tono tostado de su piel. El pelo, todavía mojado, no tardaría en secarse con el calor del exterior. Tan sólo llevaba consigo la llave de la habitación, una pequeña cartera y el teléfono móvil. Todavía seguía esperando la llamada de ese que sabía que no la iba a realizar.
Caminó por la ciudad sin rumbo fijo, visitando los lugares que más le gustaban. La mayoría eran monumentos turísticos llenos de visitantes, pero entre todos también había rincones llenos de encanto, conocidos más por los lugareños y los turistas más aventureros. Estuvo en la calle hasta el atardecer y, cuando la luz rojiza inundó la ciudad, se paró en un puesto y compró algo de cenar.
Revisó el teléfono. No tenía llamadas, ni mensajes.
El estómago lleno y la perspectiva de enfrentarse sola a su familia la invitaron a entrar en una taberna que encontró abierta. Se acercó hasta la barra y se sentó en un taburete, dejando el bolso colgando del pequeño respaldo. Volvió a sacar el teléfono y lo dejó a un lado con la pantalla hacia arriba, esperando esa llamada o ese mensaje. Tal y como se había marchado ella no esperaba recibir nada, pero siempre le quedaba la esperanza de que él recapacitara. No creía tener un futuro con Jacob, no después de lo que había hecho, pero quería una explicación. Se la merecía. Apuró la copa que le había servido el camarero y le dejó unas rupias sobre la barra. Iba a levantarse cuando el hombre llegó con otro vaso de lo mismo que había tomado y se lo cambió por el vacío.
—No he pedido eso —dijo.
El camarero señaló a alguien que estaba en una esquina. Levantó la copa y Kala hizo lo propio, sentándose de nuevo en el mismo taburete.
Kala Bhansali- Gitano
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Re: [Colombo, 2015] Invítame a una copa y ahoguemos nuestras penas {Karsten Chavanell}
De alguna forma viajar siempre lució tentador a sus ojos y, una vez fue completamente libre empacó sus maletas y partió a donde el viento lo llevase.
Para Karsten el mundo guardaba cierto misticismo, más secrets de los que había descubierto. Lo percibía como basto, le escuchaba sin cesar llamarle en las noches, susurrar en sus oídos…, invitando a conocerlo.
Karsten Chavanell nunca ha sido de muchos amigos, no se define a sí mismo como fan número uno de la compañía y, aunque intentara demostrar lo contrario era necesario una fuerte, en todo caso, atrayente personalidad que llamara su atención. Un punto a su favor, solía pensar, pues le permitía viajar ligero.
Aquella mañana se deleitó con el paisaje, se vio en la obligación de lidiar con una que otra llamada que reclamaban su atención sin embargo, no permitió que arruinara su buen humor. A la mañana siguiente debía partir, continuar su camino hacia donde sus pies desearan llevarlo y le preocupaba en sobre manera no haber encontrado nada memorable en aquel lugar perdido en el tiempo. Quizás por esa razón fue que, al ir cayendo la tarde entró a un pequeño bar que había procurado recordar cuando arribó.
A simple vista Karsten puede pasar desapercibido como cualquier otro hombre, es una habilidad de cual se jacta cuando le es favorable pero, existe una chispa en sus ojos que se enciende cada cierto tiempo, cada que nota algo interesante en la periferia de su visión, asomándose en su pequeño universo y aquella noche, sentada en la barra fue el momento cuando su atención captó a la dama que denotaba no querer llamar la atención de nadie en particular y la vez requería toda la que el mundo pudiese darle.
No siendo muy propio de él jugó un truco que por años vio a sus amigos jugar y envió un trago de su parte a la dama, el que lo aceptara o no sería su señal de, si debía marcharse de aquella isla o quedarse unas horas más a la espera de formar un recuerdo memorable.
—He de admitir que no sé cómo funcionan estas cosas—carcajeó sentándose a su lado. Brindando aquella tan acostumbrada mirada de quien disfruta de la más simple inocencia a juego con una sonrisa que no pregonaba lo mismo.
Para Karsten el mundo guardaba cierto misticismo, más secrets de los que había descubierto. Lo percibía como basto, le escuchaba sin cesar llamarle en las noches, susurrar en sus oídos…, invitando a conocerlo.
Karsten Chavanell nunca ha sido de muchos amigos, no se define a sí mismo como fan número uno de la compañía y, aunque intentara demostrar lo contrario era necesario una fuerte, en todo caso, atrayente personalidad que llamara su atención. Un punto a su favor, solía pensar, pues le permitía viajar ligero.
Aquella mañana se deleitó con el paisaje, se vio en la obligación de lidiar con una que otra llamada que reclamaban su atención sin embargo, no permitió que arruinara su buen humor. A la mañana siguiente debía partir, continuar su camino hacia donde sus pies desearan llevarlo y le preocupaba en sobre manera no haber encontrado nada memorable en aquel lugar perdido en el tiempo. Quizás por esa razón fue que, al ir cayendo la tarde entró a un pequeño bar que había procurado recordar cuando arribó.
A simple vista Karsten puede pasar desapercibido como cualquier otro hombre, es una habilidad de cual se jacta cuando le es favorable pero, existe una chispa en sus ojos que se enciende cada cierto tiempo, cada que nota algo interesante en la periferia de su visión, asomándose en su pequeño universo y aquella noche, sentada en la barra fue el momento cuando su atención captó a la dama que denotaba no querer llamar la atención de nadie en particular y la vez requería toda la que el mundo pudiese darle.
No siendo muy propio de él jugó un truco que por años vio a sus amigos jugar y envió un trago de su parte a la dama, el que lo aceptara o no sería su señal de, si debía marcharse de aquella isla o quedarse unas horas más a la espera de formar un recuerdo memorable.
—He de admitir que no sé cómo funcionan estas cosas—carcajeó sentándose a su lado. Brindando aquella tan acostumbrada mirada de quien disfruta de la más simple inocencia a juego con una sonrisa que no pregonaba lo mismo.
Karsten Chavanell- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 29/07/2016
Re: [Colombo, 2015] Invítame a una copa y ahoguemos nuestras penas {Karsten Chavanell}
Frente a ella apareció un vaso de lo mismo que había estado bebiendo, que, en realidad, ni siquiera ella sabía lo que era. El hombre que lo había pedido, o el joven, más bien, se acercó hacia donde ella estaba sentada mientras Kala aceptaba la copa. No solía hacer ese tipo de cosas, aceptar las copas que otros sacaban para ella. Ese día, sin embargo, no dudó cuando el vaso llegó deslizándose por la barra.
—¿Qué cosas? ¿Invitar a una copa? —preguntó tras dar el primer sorbo, que no fue especialmente corto. Después sonrió de medio lado—. Esta vez no te ha salido mal.
Desde luego, le había salido redondo. Y si le invitaba a una tercera, seguro que también la aceptaba. Kala no acostumbraba a beber, pero en aquella ocasión su cuerpo le pedía algo que la ayudara a olvidar. El alcohol no le iba a brindar ese privilegio, pero durante unas pocas horas quizá conseguía evadirse de la triste realidad en la que se había convertido su hasta ahora perfecta vida. «Perfecta», pensó. ¡Ja! Así había sido hasta que se enteró de lo de Jacob, casi por casualidad. Aunque, pensándolo bien, había sido mejor así. Lo había ocultado durante tres meses, si no habían sido más. ¿Cuánto tiempo más habría podido mantener la farsa?
Dio otro sorbo y dejó el vaso sobre la barra, girándolo con las yemas de los dedos y mirando los hielos fijamente. Sólo desvió los ojos hacia el teléfono, que había vuelto a su lugar junto a su mano. Seguía en silencio, al igual que los días anteriores. Cerró los ojos con fuerza durante un par de segundos y los abrió de golpe para mirar la copa. Paladeó con los labios cerrados y llevó el vaso a sus labios de nuevo. La imagen de él no se le borraba de la cabeza. Ni la de ella.
Miró al joven a su lado para borrar así el recuerdo de ambos, juntos en su cama. Era otro viajero, se veía a simple vista; sus rasgos claros, tanto sus ojos, como su piel y su pelo, destacaban entre los habitantes de aquel pequeño país. Kala también era una visitante, pero sus raíces la ligaban a aquella tierra haciéndola sentirse un ciudadano más. Siempre que pisaba el suelo de Sri Lanka se sentía en casa, fuera cual fuera la ciudad en la que se encontrara. Los aromas, los colores y los sonidos eran únicos allí. Todo ello le traía recuerdos de su infancia, los veranos en la casa familiar espantando bandadas de loros para poder recoger las plumas que dejaban caer y hacerse collares con ellas. Sonrió al recordarlo. Seguro que Amita se animaba a repetirlo, aunque ya fueran dos mujeres crecidas en edad de casarse.
Volvió a fijarse en el vaso, que reposaba firmemente agarrado a la altura de los labios. Lo meneó haciendo círculos, respirando el fuerte aroma del alcohol.
—No eres de aquí. ¿Me equivoco? —comentó—. ¿Hace mucho que has llegado a la isla? —Otro sorbo y alejó un poco el vaso, poniendo freno a la frecuencia con la que bebía. Si seguía a ese ritmo terminaría dando un espectáculo.
—¿Qué cosas? ¿Invitar a una copa? —preguntó tras dar el primer sorbo, que no fue especialmente corto. Después sonrió de medio lado—. Esta vez no te ha salido mal.
Desde luego, le había salido redondo. Y si le invitaba a una tercera, seguro que también la aceptaba. Kala no acostumbraba a beber, pero en aquella ocasión su cuerpo le pedía algo que la ayudara a olvidar. El alcohol no le iba a brindar ese privilegio, pero durante unas pocas horas quizá conseguía evadirse de la triste realidad en la que se había convertido su hasta ahora perfecta vida. «Perfecta», pensó. ¡Ja! Así había sido hasta que se enteró de lo de Jacob, casi por casualidad. Aunque, pensándolo bien, había sido mejor así. Lo había ocultado durante tres meses, si no habían sido más. ¿Cuánto tiempo más habría podido mantener la farsa?
Dio otro sorbo y dejó el vaso sobre la barra, girándolo con las yemas de los dedos y mirando los hielos fijamente. Sólo desvió los ojos hacia el teléfono, que había vuelto a su lugar junto a su mano. Seguía en silencio, al igual que los días anteriores. Cerró los ojos con fuerza durante un par de segundos y los abrió de golpe para mirar la copa. Paladeó con los labios cerrados y llevó el vaso a sus labios de nuevo. La imagen de él no se le borraba de la cabeza. Ni la de ella.
Miró al joven a su lado para borrar así el recuerdo de ambos, juntos en su cama. Era otro viajero, se veía a simple vista; sus rasgos claros, tanto sus ojos, como su piel y su pelo, destacaban entre los habitantes de aquel pequeño país. Kala también era una visitante, pero sus raíces la ligaban a aquella tierra haciéndola sentirse un ciudadano más. Siempre que pisaba el suelo de Sri Lanka se sentía en casa, fuera cual fuera la ciudad en la que se encontrara. Los aromas, los colores y los sonidos eran únicos allí. Todo ello le traía recuerdos de su infancia, los veranos en la casa familiar espantando bandadas de loros para poder recoger las plumas que dejaban caer y hacerse collares con ellas. Sonrió al recordarlo. Seguro que Amita se animaba a repetirlo, aunque ya fueran dos mujeres crecidas en edad de casarse.
Volvió a fijarse en el vaso, que reposaba firmemente agarrado a la altura de los labios. Lo meneó haciendo círculos, respirando el fuerte aroma del alcohol.
—No eres de aquí. ¿Me equivoco? —comentó—. ¿Hace mucho que has llegado a la isla? —Otro sorbo y alejó un poco el vaso, poniendo freno a la frecuencia con la que bebía. Si seguía a ese ritmo terminaría dando un espectáculo.
Kala Bhansali- Gitano
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Re: [Colombo, 2015] Invítame a una copa y ahoguemos nuestras penas {Karsten Chavanell}
Sonríe ante las palabras de la dama, que si no se encuentra así mismo erróneo ha de ser de la misma edad que él. Su rostro sonríe, sin embargo, no es necesario ser vidente para comprender que tal sonrisa no es sincera. Vive algo en los ojos de la mujer que denotaban estar en busca de algo que quizás, su dueña no identificaba con exactitud pero ¿qué podía saber él? Un hogar disfuncional no le otorga el don de discernir las intenciones ocultas bajo tan bella mirada, mucho menos, el descaro para interponerse en medio de mentiras que de algún modo han de mantenerla a flote.
Da un trago del vaso de cristal en su mano derecha y lo devuelve a la barra, frente a él, fijo en los cubos de hielo que se con lentitud se derriten y consigo logran sumergirlo en una de esas tantas metáforas que nadaban en su cabeza, siempre pasaba lo mismo, veía metáforas en todas partes y como si su pesar no fuese ya de por sí lamentable, cada una de ellas solo hacía obligarle a rememorar aquello de lo que tanto huye y el hecho de encontrarse en fuga como pecador que corre a más no poder de la justicia.
— No más de unos cuantos días —responde jovial, sin mucho interés—. Y lamento no poder quedarme un tiempo más...—dice esto último más para si que en pro de comunicarlo a su interlocutora. Al notarlo, de inmediato, sacude la cabeza como si con algún efecto de magia, tal acto arrastrara sus preocupaciones, y agrega: —Pero, algo sugiere que usted si es de aquí ¿no? Aunque, de estar en lo correcto no soy capaz de evitar que, el que esté aquí y ahora sin compañía de sus amigos, a quienes, presumo, hace un tiempo considerable no ve, se debe a cuestiones que en el más vano de los juicios ha decidió silenciar con alcohol.
Es cierto que trucos como invitar una copa en pleno bar, no forma parte del repertorio de virtudes que le complementan. Karsten prefiere ir directo al punto, evitar las ramas y desatar los nudos, incluso si de un extraño se trata. La vida se ha encargado personalmente de enseñarle una que otras lecciones imposibles de olvidar y, el reconocer que esta es en sí, extremadamente corta, ha sido la principal de todas. No interesa las virtudes que posea para subsistir al paso del tiempo, ni las artimañas que se pueda usar para burlarlo, la vida tan caprichosa como desde el origen del universo, sabe darse a echar de menos y acabarse cuando más empinada luce y emocionante luce la montaña rusa.
Toma otro trago, mira de frente a la castaña de piel trigueña y mirada cautivante.
—¿Estoy en lo cierto? —permite el nacer de una pequeña sonrisa torcida que más de ser un signo de satisfacción o triunfo se ha convertido en un gesto involuntario parte de él. Un escudo que ha sabido evolucionar para proteger a su dueño de las debilidades que tan imprudentes se atreven a demostrar el dolor que por años se ha acumulado dentro de él.
Da un trago del vaso de cristal en su mano derecha y lo devuelve a la barra, frente a él, fijo en los cubos de hielo que se con lentitud se derriten y consigo logran sumergirlo en una de esas tantas metáforas que nadaban en su cabeza, siempre pasaba lo mismo, veía metáforas en todas partes y como si su pesar no fuese ya de por sí lamentable, cada una de ellas solo hacía obligarle a rememorar aquello de lo que tanto huye y el hecho de encontrarse en fuga como pecador que corre a más no poder de la justicia.
— No más de unos cuantos días —responde jovial, sin mucho interés—. Y lamento no poder quedarme un tiempo más...—dice esto último más para si que en pro de comunicarlo a su interlocutora. Al notarlo, de inmediato, sacude la cabeza como si con algún efecto de magia, tal acto arrastrara sus preocupaciones, y agrega: —Pero, algo sugiere que usted si es de aquí ¿no? Aunque, de estar en lo correcto no soy capaz de evitar que, el que esté aquí y ahora sin compañía de sus amigos, a quienes, presumo, hace un tiempo considerable no ve, se debe a cuestiones que en el más vano de los juicios ha decidió silenciar con alcohol.
Es cierto que trucos como invitar una copa en pleno bar, no forma parte del repertorio de virtudes que le complementan. Karsten prefiere ir directo al punto, evitar las ramas y desatar los nudos, incluso si de un extraño se trata. La vida se ha encargado personalmente de enseñarle una que otras lecciones imposibles de olvidar y, el reconocer que esta es en sí, extremadamente corta, ha sido la principal de todas. No interesa las virtudes que posea para subsistir al paso del tiempo, ni las artimañas que se pueda usar para burlarlo, la vida tan caprichosa como desde el origen del universo, sabe darse a echar de menos y acabarse cuando más empinada luce y emocionante luce la montaña rusa.
Toma otro trago, mira de frente a la castaña de piel trigueña y mirada cautivante.
—¿Estoy en lo cierto? —permite el nacer de una pequeña sonrisa torcida que más de ser un signo de satisfacción o triunfo se ha convertido en un gesto involuntario parte de él. Un escudo que ha sabido evolucionar para proteger a su dueño de las debilidades que tan imprudentes se atreven a demostrar el dolor que por años se ha acumulado dentro de él.
Karsten Chavanell- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 29/07/2016
Re: [Colombo, 2015] Invítame a una copa y ahoguemos nuestras penas {Karsten Chavanell}
Sonrió. Estaba en lo cierto. Y si él, que acababa de entrar en el local, había sido capaz de darse cuenta de que algo le pasaba, es que su rostro contaba a gritos lo que su boca callaba. La verdad era que una persona solitaria sentada en la barra de un bar con un vaso de alcohol en la mano era la clásica imagen de la soledad. Y esa era la penosa imagen que la joven estaba dando.
—Sí y no —contestó a su pregunta, acomodándose en el taburete—. Yo no nací aquí, así que no me puedo considerar de aquí. Pero mi familia sí proviene de la isla, así que, por otro lado, se podría decir que sí formo parte de la gente que aquí habita —comenzó a explicar. Alzó la vista hacia él, que hasta ese momento había estado clavada en el vaso—. Estoy en Colombo de paso, mañana sale mi tren hacia el norte, y allí me reuniré con el resto de mi familia y amigos.
El simple pensamiento de enfrentarse a su familia le hizo tragar saliva. Había estado ensayando el discurso que daría cuando apareciera sola. Todos le esperaban a él, ansiaban conocer al hombre con el que creían que por fin asentaría la cabeza. Giró el vaso y dio otro trago. Después frunció los labios. Se estaba preocupando antes de tiempo por algo que quizá nunca llegara a pasar, pero ya imaginaba las caras de decepción de los más mayores, criados bajo unas costumbres casi extintas en la actualidad —por suerte—, y con las que Kala no estaba familiarizada. El concepto que ella tenía sobre el amor y la vida en pareja era completamente distinto al que intentaba hacerle entender su abuela, casada joven con el hombre que sus padres eligieron para ella. Terminaron amándose, pero con el tiempo. La morena no estaba dispuesta a pasar por eso.
—Es un viaje que esperaba con muchas ganas. Se casa una prima. —Sonrió ampliamente—. No conseguimos juntar a toda la familia a no ser que sea por algún acontecimiento así. Pero a mí me ha fallado el acompañante. No estaría sola, si no. —La sonrisa se le borró de manera gradual hasta que sus labios volvieron a su forma habitual. Suspiró ampliamente—. Pero supongo que no habrás venido hasta aquí para escuchar los pesares de una desconocida en una taberna. Esta isla tiene mucho que ofrecer, y no está aquí dentro —agregó en voz baja, asegurándose de que el camarero no la oía.
Miró el teléfono por enésima vez, para nada, porque seguía en silencio. Lo cogió con rabia y lo metió al bolso. Se había terminado. Apoyó los codos en la barra y se llevó el vaso a los labios.
—Sí y no —contestó a su pregunta, acomodándose en el taburete—. Yo no nací aquí, así que no me puedo considerar de aquí. Pero mi familia sí proviene de la isla, así que, por otro lado, se podría decir que sí formo parte de la gente que aquí habita —comenzó a explicar. Alzó la vista hacia él, que hasta ese momento había estado clavada en el vaso—. Estoy en Colombo de paso, mañana sale mi tren hacia el norte, y allí me reuniré con el resto de mi familia y amigos.
El simple pensamiento de enfrentarse a su familia le hizo tragar saliva. Había estado ensayando el discurso que daría cuando apareciera sola. Todos le esperaban a él, ansiaban conocer al hombre con el que creían que por fin asentaría la cabeza. Giró el vaso y dio otro trago. Después frunció los labios. Se estaba preocupando antes de tiempo por algo que quizá nunca llegara a pasar, pero ya imaginaba las caras de decepción de los más mayores, criados bajo unas costumbres casi extintas en la actualidad —por suerte—, y con las que Kala no estaba familiarizada. El concepto que ella tenía sobre el amor y la vida en pareja era completamente distinto al que intentaba hacerle entender su abuela, casada joven con el hombre que sus padres eligieron para ella. Terminaron amándose, pero con el tiempo. La morena no estaba dispuesta a pasar por eso.
—Es un viaje que esperaba con muchas ganas. Se casa una prima. —Sonrió ampliamente—. No conseguimos juntar a toda la familia a no ser que sea por algún acontecimiento así. Pero a mí me ha fallado el acompañante. No estaría sola, si no. —La sonrisa se le borró de manera gradual hasta que sus labios volvieron a su forma habitual. Suspiró ampliamente—. Pero supongo que no habrás venido hasta aquí para escuchar los pesares de una desconocida en una taberna. Esta isla tiene mucho que ofrecer, y no está aquí dentro —agregó en voz baja, asegurándose de que el camarero no la oía.
Miró el teléfono por enésima vez, para nada, porque seguía en silencio. Lo cogió con rabia y lo metió al bolso. Se había terminado. Apoyó los codos en la barra y se llevó el vaso a los labios.
Kala Bhansali- Gitano
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Re: [Colombo, 2015] Invítame a una copa y ahoguemos nuestras penas {Karsten Chavanell}
Observa las expresiones de su acompañante con detenimiento y por lo que se puede juzgar una décima de segundo siente empatía hacia ella. No logra identificar con exactitud por qué, no sabe si debido al extranjero, idea que descartar de inmediato pues no es la primera vez que se encuentra en esta clase de escenario, por lo que deambula en la conclusión de que sorprendentemente, aún sus mundos y situación se hallen en órbitas enormemente separadas, aquí y ahora dos extraños que experimentaban turbaciones en su propia burbuja, por eso que los cautos llaman casualidad compartían palabras sin pronosticar que, quizás, atravesaban situaciones similares o más bien sensaciones a fines.
Hasta el momento quedo la mirada fija en su copa mientras su nueva acompañante recitaba palabras que a pesar de llevar la intención de sonar desinteresadas, no comunicaban tal cosa. Una vez concluyó alzó la vista y agregó: —Se equivoca, ir de bar en bar escuchando las desgracias de bellas desconocidas es mi pasatiempo favorito —sonríe en busca de aminorar el aire mas comprende que estando en semejante estado, no es una tarea tan fácil de completar y se pregunta si busca a través de sonrisas ajenas olvidar sus propios pesares.
Al empacar sus maletas seis semanas atrás lo hizo decidido de que había llegado la hora de buscar su “gran quizás”, no necesariamente ligado al amor pero sí a la liberación de presunciones que se vio obligado a satisfacer toda su vida por deleite de personas que nunca se interesaron realmente en él, en el instante que tomó la iniciativa de alejarse de Italia por un tiempo supo que lo hacía por su propio bien y reconoció que no era el único que cargaba el mismo pensar cuando su hermana y único consanguíneo en quien ha podido confiar le sonrió efusiva en al aeropuerto consciente que era hora de concederle un tiempo fuera. Al escuchar la breve historia de la castaña creyó ver un atisbo de su propio reflejó, llegó a la pronta conclusión de que ella, por igual, necesitaba un tiempo fuera.
Por lo que absente, sin mirarla en realidad a ella, se tomó el atrevimiento de decir: —¿No crees que es esa la peor forma de ver a la familia? ¿Por compromiso? —se permite una pausa y busca su mirada, para darse cuenta que le prestaba más de la atención que habría esperado—. No es justo perder la vida complaciendo a los demás, no importa si es a la familia. De todas las personas que le rodean son quienes menos deben presionarla y sin embargo son los primeros en hacerlo. Si el ver a quienes estima no es capaz de levantar el pesar que la acompaña ¿no crees que entonces algo anda mal?
Llegados a este punto desconocía si había dicho tal cosa para la dama o para si mismo.
Hasta el momento quedo la mirada fija en su copa mientras su nueva acompañante recitaba palabras que a pesar de llevar la intención de sonar desinteresadas, no comunicaban tal cosa. Una vez concluyó alzó la vista y agregó: —Se equivoca, ir de bar en bar escuchando las desgracias de bellas desconocidas es mi pasatiempo favorito —sonríe en busca de aminorar el aire mas comprende que estando en semejante estado, no es una tarea tan fácil de completar y se pregunta si busca a través de sonrisas ajenas olvidar sus propios pesares.
Al empacar sus maletas seis semanas atrás lo hizo decidido de que había llegado la hora de buscar su “gran quizás”, no necesariamente ligado al amor pero sí a la liberación de presunciones que se vio obligado a satisfacer toda su vida por deleite de personas que nunca se interesaron realmente en él, en el instante que tomó la iniciativa de alejarse de Italia por un tiempo supo que lo hacía por su propio bien y reconoció que no era el único que cargaba el mismo pensar cuando su hermana y único consanguíneo en quien ha podido confiar le sonrió efusiva en al aeropuerto consciente que era hora de concederle un tiempo fuera. Al escuchar la breve historia de la castaña creyó ver un atisbo de su propio reflejó, llegó a la pronta conclusión de que ella, por igual, necesitaba un tiempo fuera.
Por lo que absente, sin mirarla en realidad a ella, se tomó el atrevimiento de decir: —¿No crees que es esa la peor forma de ver a la familia? ¿Por compromiso? —se permite una pausa y busca su mirada, para darse cuenta que le prestaba más de la atención que habría esperado—. No es justo perder la vida complaciendo a los demás, no importa si es a la familia. De todas las personas que le rodean son quienes menos deben presionarla y sin embargo son los primeros en hacerlo. Si el ver a quienes estima no es capaz de levantar el pesar que la acompaña ¿no crees que entonces algo anda mal?
Llegados a este punto desconocía si había dicho tal cosa para la dama o para si mismo.
Karsten Chavanell- Vampiro Clase Alta
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Re: [Colombo, 2015] Invítame a una copa y ahoguemos nuestras penas {Karsten Chavanell}
Sonrió ante el inesperado cumplido y bajó la mirada hacia la barra, para pasearla después a su alrededor, observando primero a los que allí se habían reunido y devolviéndola después a lo que acontecía en ese momento: el vaso y el joven a su lado, que parecía haber conseguido que Kala se olvidara de sus problemas durante un momento.
Se quedó girando el vaso suavemente mientras escuchaba las cuestiones de Karsten sobre la familia. La morena no pudo sino darle la razón, al menos en parte. Su familia era tan numerosa que sólo acontecimientos de tal calibre conseguían unirla bajo el mismo techo, pero, a veces, aquellos eventos se convertían en obligaciones que, como en el caso de Kala, causaban más problemas que soluciones. Aunque, pensándolo bien, librarse de Jacob quizá había sido lo mejor que podía haberle pasado. Si no era por un motivo habría acabado siéndolo por otro. El destino de ambos no era seguir juntos, al parecer.
—Supongo que tienes razón —contestó aún sin mirarle. El líquido haciendo círculos la tenía demasiado absorta—. Yo, personalmente, tengo muchas ganas de llegar a casa y ver a todos los que ya están allí. Sé que debería venir más a menudo, pero hay otras obligaciones que terminan tomando prioridad, y muchas veces se confunde lo urgente con lo importante. —Dejó el vaso sobre la barra y cruzó los brazos sobre ésta y miró al joven—. Ha sonado a tópico, ¿verdad? —Se rió—. Ha sonado repetitivo, sí, pero de verdad lo siento así. Pienso que, de no ser así, cada vez que vendría pensaría en marcharme, y es justo todo lo contrario: cada vez que llego pienso que me quedaría eternamente aquí.
Aquella vez, en concreto, ese pensamiento la seguía desde que puso un pie en la pista del aeropuerto. ¿Y si ese era su momento de dejarlo todo atrás y quedarse en Sri Lanka, al menos, una temporada? Siempre lo había soñado, vivir allí cerca de sus seres queridos y olvidar todo mundo conocido para descubrir otro completamente nuevo y fresco. De pronto, sintió la necesidad de transmitirle a aquel desconocido todo lo que esa tierra le hacía sentir a ella, de ese bienestar que siempre le daba la bienvenida como si fuera un viejo amigo.
—¿Te apetece conocer los rincones más asombros de la ciudad? —dijo, apurando lo que quedaba en su vaso—. Vamos, ven. No todos los días encuentra uno un guía local dispuesto a trabajar gratis. —Le guiñó un ojo de manera amistosa y se encaminó hacia la salida de la taberna.
Gratis, lo que se decía gratis, no iba a hacerlo, a decir verdad. No pensaba cobrarle ni una rupia, eso estaba claro, pero esperaba que su compañía por las calles de un Colombo anochecido y desconocido para él —o eso creía ella— la ayudaran a olvidar definitivamente el motivo por el que había entrado en aquella taberna en primera instancia. Puede que, al fin y al cabo, el objetivo de todo fuera encontrarse.
Se quedó girando el vaso suavemente mientras escuchaba las cuestiones de Karsten sobre la familia. La morena no pudo sino darle la razón, al menos en parte. Su familia era tan numerosa que sólo acontecimientos de tal calibre conseguían unirla bajo el mismo techo, pero, a veces, aquellos eventos se convertían en obligaciones que, como en el caso de Kala, causaban más problemas que soluciones. Aunque, pensándolo bien, librarse de Jacob quizá había sido lo mejor que podía haberle pasado. Si no era por un motivo habría acabado siéndolo por otro. El destino de ambos no era seguir juntos, al parecer.
—Supongo que tienes razón —contestó aún sin mirarle. El líquido haciendo círculos la tenía demasiado absorta—. Yo, personalmente, tengo muchas ganas de llegar a casa y ver a todos los que ya están allí. Sé que debería venir más a menudo, pero hay otras obligaciones que terminan tomando prioridad, y muchas veces se confunde lo urgente con lo importante. —Dejó el vaso sobre la barra y cruzó los brazos sobre ésta y miró al joven—. Ha sonado a tópico, ¿verdad? —Se rió—. Ha sonado repetitivo, sí, pero de verdad lo siento así. Pienso que, de no ser así, cada vez que vendría pensaría en marcharme, y es justo todo lo contrario: cada vez que llego pienso que me quedaría eternamente aquí.
Aquella vez, en concreto, ese pensamiento la seguía desde que puso un pie en la pista del aeropuerto. ¿Y si ese era su momento de dejarlo todo atrás y quedarse en Sri Lanka, al menos, una temporada? Siempre lo había soñado, vivir allí cerca de sus seres queridos y olvidar todo mundo conocido para descubrir otro completamente nuevo y fresco. De pronto, sintió la necesidad de transmitirle a aquel desconocido todo lo que esa tierra le hacía sentir a ella, de ese bienestar que siempre le daba la bienvenida como si fuera un viejo amigo.
—¿Te apetece conocer los rincones más asombros de la ciudad? —dijo, apurando lo que quedaba en su vaso—. Vamos, ven. No todos los días encuentra uno un guía local dispuesto a trabajar gratis. —Le guiñó un ojo de manera amistosa y se encaminó hacia la salida de la taberna.
Gratis, lo que se decía gratis, no iba a hacerlo, a decir verdad. No pensaba cobrarle ni una rupia, eso estaba claro, pero esperaba que su compañía por las calles de un Colombo anochecido y desconocido para él —o eso creía ella— la ayudaran a olvidar definitivamente el motivo por el que había entrado en aquella taberna en primera instancia. Puede que, al fin y al cabo, el objetivo de todo fuera encontrarse.
Kala Bhansali- Gitano
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Re: [Colombo, 2015] Invítame a una copa y ahoguemos nuestras penas {Karsten Chavanell}
¿Puedes escucharlo? Es el sonido de la libertad.
Bebe un último trago para dejar la copa a la deriva, sonríe hacia la extraña cuyo rostro intenta ocultar un sin número de pesar pero ¿quién es él para juzgar? Todos buscamos a donde huir después de todo…, todos nos hemos escabullido de algún pasado, de algún dolor.
Se pone de pie frente a ella y la mira fijamente. Ha despertado ese espíritu de aventura que creí muerto. Su vuelo despegaba en la madrugada ¿y qué importaba? Le esperaban de regreso en su habitual vida ¿y qué? Esto fue lo que salió a buscar y sin dilatación a la espera lo encontró a mitad de la noche de la mano de la más encantadora de las extrañas. Una respuesta del cielo es como lo catalogaría su madre pero él no, él solo se aferra a la más lógica de las respuesta, lógica que aquí y ahora le pedía que le ignorase y saliera por primera vez a vivir la vida que se le antojaba.
Quizás excediendo las líneas de consideración y espacio personal, aún fijo en aquellos grandes ojos que aún apagados se las ingeniaban para brillan, dio un paso más cerca y sonrió pícaro, tal cual niño.
—Soy Karsten —dijo. Tomo su mano con evidente efusividad y declaró—. Vamos, no todos los días se presentan oportunidades como estas ni tan bella dama que por voluntad propia ofrezca un recorrido a un completo extraño.
La vida de Karsten siempre había sido acorde a los deseos de quienes le rodeaban, pensar en lo que él quería en particular no era si quiera una cuestión a discutir sobre la mesa. No había conocido otra sinceridad que no fuese la que atraía el dinero. Libre albedrío no es algo con lo que se vio privilegiado a pesar de la vida de lujos en la que se le colocó desde el momento en que nació…, hasta hoy.
Se pone de pie frente a ella y la mira fijamente. Ha despertado ese espíritu de aventura que creí muerto. Su vuelo despegaba en la madrugada ¿y qué importaba? Le esperaban de regreso en su habitual vida ¿y qué? Esto fue lo que salió a buscar y sin dilatación a la espera lo encontró a mitad de la noche de la mano de la más encantadora de las extrañas. Una respuesta del cielo es como lo catalogaría su madre pero él no, él solo se aferra a la más lógica de las respuesta, lógica que aquí y ahora le pedía que le ignorase y saliera por primera vez a vivir la vida que se le antojaba.
Quizás excediendo las líneas de consideración y espacio personal, aún fijo en aquellos grandes ojos que aún apagados se las ingeniaban para brillan, dio un paso más cerca y sonrió pícaro, tal cual niño.
—Soy Karsten —dijo. Tomo su mano con evidente efusividad y declaró—. Vamos, no todos los días se presentan oportunidades como estas ni tan bella dama que por voluntad propia ofrezca un recorrido a un completo extraño.
La vida de Karsten siempre había sido acorde a los deseos de quienes le rodeaban, pensar en lo que él quería en particular no era si quiera una cuestión a discutir sobre la mesa. No había conocido otra sinceridad que no fuese la que atraía el dinero. Libre albedrío no es algo con lo que se vio privilegiado a pesar de la vida de lujos en la que se le colocó desde el momento en que nació…, hasta hoy.
Karsten Chavanell- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 61
Fecha de inscripción : 29/07/2016
Re: [Colombo, 2015] Invítame a una copa y ahoguemos nuestras penas {Karsten Chavanell}
De pie a medio camino entre la barra donde había estado y la puerta de la taberna, Kala esperaba con la mano extendida la respuesta por parte de aquel desconocido que se le había presentado como un bálsamo de medianoche. La taberna se había ido llenando de personas solitarias en el tiempo que estuvieron dentro, pero la joven tenía la mirada clavada en su nuevo compañero de aventuras, ignorando por completo aquellas que los miraban a ambos. Finalmente, Karsten, que así se había presentado, aceptó su invitación para conocer la ciudad. Ella notó la energía con la que le cogió la mano y lo interpretó como una buena señal. Parecía que tenía ganas de salir de aquel lugar.
—Yo soy Kala —se presentó con una gran sonrisa en el rostro—. Vamos.
Sin soltar la mano de Karsten cruzó la puerta de la taberna tirando con suavidad de él. La noche cálida de aquella época les recibió en su seno de cielo despejado y plagado de estrellas. La escasa iluminación de la calle permitía observarlas con claridad, como si todo ello fuera un hermoso árbol de navidad. Echó a andar en uno de los sentidos de la calzada y no tardaron en llegar a una calle mucho más amplia y concurrida que la anterior. No era allí donde Kala quería llevarle; la ciudad tenía muchas zonas turísticas que visitar, eso era cierto, pero también estaba la zona menos conocida, donde los locales vivían su día a día. Si uno tenía la curiosidad suficiente como para adentrarse entre las calles y callejuelas, podía encontrar verdaderos tesoros de la cultura de ese país.
Enseguida pudieron comprobarlo, porque, una vez dejaron atrás la avenida, se adentraron en otra calle que, en la medida que avanzaban por ella, se iba haciendo cada vez más estrecha, pero más animada a la vez. La gente salía de sus casas para disfrutar del fresco de la noche que, comparado con las temperaturas que había durante el día, era notable.
—Por aquí se llega a un lugar que a mí me parece precioso y que pocos turistas visitan cuando vienen a Colombo —explicó—. Es un viejo edificio que tuvo que ser un palacio o la casa de algún hombre poderoso, pero no estar en la zona turística hace que no se visite. Aunque creo que es mejor así, se vuelve más nuestro, ¿no crees?
¿Cuántas veces le había hablado a Jacob sobre aquel lugar? Siempre había pensado que sería él al que llevaría de la mano hasta allí, pero resultó que, en lugar de su pálido amor inglés, estaba llevando a un hombre que no se parecía a él en ninguno de los sentidos. Estaba claro que la vida podía dar muchas vueltas.
Cuando llegaron, Kala señaló hacia delante y miró a Karsten. Frente a ellos había un edificio de color claro con balconadas cubiertas con celosías que atravesaban la fachada de un lado a otro. La simple visión de la fachada era espectacular, pero la morena sabía que lo verdaderamente asombroso estaba en el interior: habitaciones llenas de finas columnas, todas talladas de manera exquisita con adornos de flores y motivos geométricos. Y lo que más le gustaba a ella, las vistas de las que se podía disfrutar desde la fachada contraria a donde se encontraban. Justo al otro lado de aquella manzana se encontraba el parque más grande de la ciudad, salvaje y tan verde que alegraba el espíritu con sólo mirarlo.
—Las vistas desde el otro lado son increíbles, pero no te diré más. Es mejor que lo compruebes por ti mismo —dijo emocionada.
Hizo un gesto con la mano para que Karsten la siguiera y echó a andar para volver a descubrir aquel palacete olvidado que tantas veces había visitado y tan especial le parecía cada vez.
—Yo soy Kala —se presentó con una gran sonrisa en el rostro—. Vamos.
Sin soltar la mano de Karsten cruzó la puerta de la taberna tirando con suavidad de él. La noche cálida de aquella época les recibió en su seno de cielo despejado y plagado de estrellas. La escasa iluminación de la calle permitía observarlas con claridad, como si todo ello fuera un hermoso árbol de navidad. Echó a andar en uno de los sentidos de la calzada y no tardaron en llegar a una calle mucho más amplia y concurrida que la anterior. No era allí donde Kala quería llevarle; la ciudad tenía muchas zonas turísticas que visitar, eso era cierto, pero también estaba la zona menos conocida, donde los locales vivían su día a día. Si uno tenía la curiosidad suficiente como para adentrarse entre las calles y callejuelas, podía encontrar verdaderos tesoros de la cultura de ese país.
Enseguida pudieron comprobarlo, porque, una vez dejaron atrás la avenida, se adentraron en otra calle que, en la medida que avanzaban por ella, se iba haciendo cada vez más estrecha, pero más animada a la vez. La gente salía de sus casas para disfrutar del fresco de la noche que, comparado con las temperaturas que había durante el día, era notable.
—Por aquí se llega a un lugar que a mí me parece precioso y que pocos turistas visitan cuando vienen a Colombo —explicó—. Es un viejo edificio que tuvo que ser un palacio o la casa de algún hombre poderoso, pero no estar en la zona turística hace que no se visite. Aunque creo que es mejor así, se vuelve más nuestro, ¿no crees?
¿Cuántas veces le había hablado a Jacob sobre aquel lugar? Siempre había pensado que sería él al que llevaría de la mano hasta allí, pero resultó que, en lugar de su pálido amor inglés, estaba llevando a un hombre que no se parecía a él en ninguno de los sentidos. Estaba claro que la vida podía dar muchas vueltas.
Cuando llegaron, Kala señaló hacia delante y miró a Karsten. Frente a ellos había un edificio de color claro con balconadas cubiertas con celosías que atravesaban la fachada de un lado a otro. La simple visión de la fachada era espectacular, pero la morena sabía que lo verdaderamente asombroso estaba en el interior: habitaciones llenas de finas columnas, todas talladas de manera exquisita con adornos de flores y motivos geométricos. Y lo que más le gustaba a ella, las vistas de las que se podía disfrutar desde la fachada contraria a donde se encontraban. Justo al otro lado de aquella manzana se encontraba el parque más grande de la ciudad, salvaje y tan verde que alegraba el espíritu con sólo mirarlo.
—Las vistas desde el otro lado son increíbles, pero no te diré más. Es mejor que lo compruebes por ti mismo —dijo emocionada.
Hizo un gesto con la mano para que Karsten la siguiera y echó a andar para volver a descubrir aquel palacete olvidado que tantas veces había visitado y tan especial le parecía cada vez.
Kala Bhansali- Gitano
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