I don't have a romantic bone in my body ~ Valeria (+18)

Después de un largo y cansado de día de quehaceres sin sentido, después de la muerte de su padre, le tocaba hacerse con todo lo que conllevaba su apellido. La mayoría del trabajo pesado, papeleo y demás, se encargaba su mano derecha…el señor Cross. Aún seguía buscando a su hermana, pobre de ella como consiguiese por fin saber su identidad. No le gustaba compartir y el hecho de tener que hacerlo con quien se suponía era de su familia… le abrumaba, no lo concebía…

En cuanto el sol se ponía, llegaba la hora de por fin ser ella misma. La noche le envolvía, le atrapaba y le incitaba a caminar por las calles, perderse en ella y volver a desafiar a su suerte. No se escondía, una chica de clase alta, vestida con sus mejores galas. Cuerpo rociado con aroma a violetas, cabello suelto a su ire, pasos decididos pero sin ningún lugar en concreto. Conocía todos los lugares abiertos a esas horas , donde ir a tomar un buen whisky o simplemente… tentar a la suerte como siempre hacía.

No , no temía caminar sola ni con quien encontrarse. Alguien segura de sí misma, buscaba acción, aventura…y muchas cosas más que ningún hombre aún le había ofrecido. Hombres simples que solo intentan conquistarte con regalos caros para terminar en un encuentro íntimo pésimo donde solo disfrutaría la parte masculina. Negó con la cabeza por sus propios pensamientos, pensamientos que se esfumaron en cuanto oyó pasos no muy lejos…casi pisando sus propios talones.

Se detuvo, girando sus pasos, sonriendo de medio lado, deleitándose en la silueta que se ofrecía ante ella, entre las sombras. No reculó, le observó hasta que estuvo lo suficientemente cerca para comprobar que no era cualquier vagabundo, su vestimenta le delataba…venían de la misma clase pero ¿buscaban el mismo lugar? Sonrió, de medio lado… cruzándose de brazos y alzar su mentón…esa muchacha siempre tentaría al peligro, sin importarle las consecuencias y es que ¿qué podía perder?

-Buenas noches. Curioso lo que trae la niebla ¿se ha perdido, querido? -una pregunta que sin duda le podían haber hecho a ella… una dama frágil pero esas orbes verdes como las esmeraldas, mostraban esa picardía, provocación en cada letra de sus palabras -Es peligroso… andar solo por aquí, alguien podía hacerte algo malo… -acarició su abrigo negro, con sutileza…tentando como ella sola… una vez más.

Esa mujer de color platino, con movimientos elegantes, tentadores... parecía llamar al pecado con su sola presencia, ese hombre no se encontró con cualquier persona... si no con la malicia personificada... la imagen del mismo demonio.

El Conde Von Kleinmann también nota la presencia de alguien más, incluso estando inmerso en sus pensamientos no tarda en percatarse del sonido de unos pasos acercándose. Sus sentidos son distintos ahora, aprecia las cosas con mucha más claridad que antes, desde que es esclavo de sangre. Esclavo de sangre de vampiro. Sangre que cada vez desea con más ansias. Una nueva adicción, sin duda alguna.

Consigue centrarse en la silueta que tiene delante, sin detener sus pasos, para quedar más cerca de ella. ¿Miedo él? Ninguno, al igual que la otra persona. Además, Von Kleinmann no cree lógico tenerle miedo a una mujer, por mucha criatura extraña o bestia que ésta pudiera ser. Una mujer más, al fin y al cabo.

El Conde la observa de arriba a abajo, sin vergüenza alguna. Por sus ropajes deduce que se trata de una mujer de clase alta. Sin embargo, prefiere centrarse en las curvas que se aprecian ligeramente por encima de la vestimenta. Es un gesto instintivo, el de analizar con la mirada, aunque tampoco hace nada por evitarlo.

El Conde enarca una ceja conforme escucha hablar a la mujer, creyendo que o está bromeando o que no está del todo cuerda.    

- Discúlpeme la corrección, madame, pero alguien podría resultar peligroso para vos, en lugar de para mi persona. Incluso yo podría ser una amenaza para vos, si esas fueran mis intenciones - y para qué engañarnos, el hecho de provocarle dolor a una mujer no le resulta desagradable, ni mucho menos.

Reconoce que puede estar delante de una mujer distinta a las demás, pero no en el buen sentido, de momento únicamente cree que a aquella mujer le falta cordura. Además, ¿qué hacía a aquellas horas allí una mujer como ella? ¿No tenía un marido al que satisfacer? ¿O unos niños a los que cuidar? Por no mencionar las tareas del hogar.

- No creo que una persona como vos, quien parece pertenecer a una buena familia, esté aquí para vender su cuerpo pero, no me malinterprete, no encuentro ningún otro motivo... - a pesar de que normalmente no le importe ser grosero, en esos momentos no pretende serlo. En su cabeza resulta normal pensar que las mujeres fuera de casa a aquellas horas se dediquen a recibir dinero a cambio de favores.

Andar a esas horas, podías encontrar cualquier cosa y a cualquier persona. Un lugar poco transitado a esas altas horas de la noche, no esperó ser sorprendía con aquella compañía. Notó la mirada nada disimulada de aquel hombre a lo que enarcó una ceja junto con una sonrisa de lo más divertida. Ella no fue menos, lo estudió, de arriba abajo a medida que se acercaba a su persona, siempre y cuando mantuviesen distancias Sonrió de medio lado, ¿él alguien peligroso? Negó con la cabeza, apoyando ambas manos en jarra a su cintura.

-Claro… podría ser pero si fueseis peligroso… creo que en ese caso ya me habriais atacado ¿no? O quizás eso lo deje para más tarde, quién sabe -arrastró las palabras con aquel tono que podía significar cualquier cosa. Además, la forma en la que había enfatizado “ser peligroso” algo le decía aquel hombre era alguien peculiar -Tentar a la suerte… ¿está en sus planes esta noche? No creo que esté aquí por casualidad -dio un par de pasos hacia el desconocido, tal como ella misma mantenía las distancias… la propia joven las marcaba.

La teoría de “los deberes de la chica de clase alta”, seguro pensaba que debería estar en casa con su marido y niños ruidosos que cuidar. Sin duda, eso quisieron para ella, quien ya debería estar casada o al menos comprometida pero ¿no era mejor estarlo con la vida? La vida nocturna. Lejos de molestarle el comentario, su risa, hizo eco en el lugar, sonrisa amplia que mantuvo en sus labios carmesí durante el tiempo suficiente, seguro que él ya la tachó como loca… y eso hizo que se relamiera los labios.

-¿A eso ha venido a buscar? Temo decirle, que están en las calles paralelas, yo simplemente iba de camino… no permanecía aquí, oí pasos y me giré -se encogió de hombros, acercándose un par de pasos más, ahora que se encontraban frente a frente…sus orbes esmeralda lo miraron con intensidad perdiéndose en sus ojos oscuros. -¿Dónde iba con paso tan decidido? -murmuró con apenas un susurro, juntando los labios en un delicioso gesto, como el de una niña que se le había antojado un caramelo y esperaba que se lo diesen.

-¿No debería estar cuidando a una esposa? ¿unos hijos? -sutil, deslizó dos dedos por su abrigo, colocándolo, dejándose notar lo justo para apartarse y mostrar las más inocentes de sus sonrisas fingidas, disfrazadas -Yo prefiero un lugar acogedor, donde poder beber un buen whisky y olvidar qué hora es… perder la razón. ¿Hay mejor plan que ese? -se mordió el labio inferior, dedicándole una última mirada de arriba abajo, descarada y volver en sus pasos para dirigirse al lugar donde pretendía esa noche…

Él ya decidía si seguirla o no.

El hecho de que ella le estudie con la mirada no le sorprende. Al Conde le sobra egocentrismo, por lo que da por sentado que a la joven que tiene delante le gusta lo que ve. Como a todas. Es una clara afirmación en su cabeza. Todas las mujeres se fijan en él físicamente hablando, luego, tras conocerle, se arrepienten. Pero a Von Kleinmann no le preocupa en absoluto el arrepentimiento de ninguna mujer sobre la faz de la Tierra.    

- Efectivamente, podría haceros daño si quisiera. Depende de cómo os comportéis el hecho de que lo deje para más tarde o no... - bromea, a pesar de decirlo con tono serio. No es muy frecuente verle sonreír por completo, como mucho suele mostrar media sonrisa cuando se encuentra con alguien a quien puede llegar a tolerar.

Se mantiene en el sitio mientras ella acorta las distancias. No es del agrado del Conde el contacto físico innecesario, por lo que prefiere no tocar ninguna parte de su cuerpo... por el momento, al menos. Para él, cualquier contacto físico con una mujer es innecesario, salvo cuando dicho contacto está relacionado con ambos cuerpos desnudos haciendo cosas que quitarían el sueño a cualquiera.  

- No creo en las casualidades - como ella, al parecer.

Von Kleinmann se mantiene en silencio, simplemente escuchándola, analizándola. Cada vez tiene más claro que se encuentra frente a una joven peculiar, diferente, incoherente y poco cuerda mentalmente. No tiene claro todavía si eso le gusta o le disgusta, y eso le provoca cierta curiosidad.    

- No, en realidad, no andaba buscando rameras. Reconozco que me agrada hacer con una mujer lo que me plazca y, aunque pueda permitirme pagar por todas las que frecuentan París, no entra entre mis prioridades esta noche - responde con sinceridad, para no variar, pasando por alto la pregunta de a dónde iba... pues, para qué engañarnos, ni él mismo lo sabe - - Aunque tuviera esposa e hijos, no estaría entre mis obligaciones hacerme cargo de ellos  - dice, algo contrariado, pues parece que ella no sabe que esos deberes pertenecen a la mujer.

No pierde detalle a los movimientos de la joven, llegando incluso a detestar la falta de cordura que parece mostrar. ¿De verdad cree que va a seguirla? Por mucho que el plan sea tentador, ¿de verdad cree que él va detrás de alguna mujer? Definitivamente, está loca.

Von Kleinmann se encamina hacia la misma dirección que ella, acelerando ligeramente el paso, para ponerse delante y bloquear el camino de ella, en seco.    

- ¿Qué os hace pensar que voy a seguiros? ¿Ganaría algo a cambio? No considero que seguir a una mujer deba ser un acto en vano.  

La mirada de ese hombre, no solo la examinaba, era como si su sola presencia hubiese estropeado el plan de esa noche. Sonrió de medio lado, las casualidades no existían y si estaban allí era porque simplemente ambos huían de su normalidad, adentrándose en juegos peligrosos, lugares de los que sin duda deberían alejarse y en el caso de Valeria, le llamaba a gritos. Y en ese callejón lo que menos esperaba encontrar era alguien como él. Tan despreocupado, tan seguro de sí mismo.

-El hecho de que lo deje para luego o no… es el mismo hecho, claras intenciones y yo estoy dispuesta a aceptar… si se atreve o no -un desafío que dejó en el aire, sus orbes esmeralda se clavaron en las ajenas, examinándole de nuevo. Sabe que su impresión es la de una joven sin cordura. Se encogió de hombros, si él no quería compañía ella tampoco iba a obligarle a nada. Un tipo raro, frío y distante… que no dejaba de analizarla a cada segundo. No le dio más importancia de la que tenía, así que simplemente…esperaba, ese hombre seguía allí, sin moverse… solo mirándola como si lo demás dejase de exitir.

-Yo tampoco me encargaría de ello aunque ese trabajo sea de mujeres. Es más, no creo que termine con renacuajos dando la lata y gastar mi tiempo en un solo tipo cuando puedo hacer lo que me plazca y con quien ¿no lo cree igual? -sonrió con suficiencia, no esperaba que le siguiese… era su mera impresión. Rió divertida, introduciendo las manos en los bolsillos ¿qué le hacía pensar? -No venga si no quiere, a donde voy es mejor que un callejón frío e inhóspito. Tranquilo, no era ninguna proposición indecente… o sí quién sabe ¿qué gana? Alcohol, compañía…y quien sabe si cosas que aún desconoce

Giró el rostro, mirándole fijamente con sus ojos verdes, sonriendo de aquel modo diferente… enigmático. Se encogió de hombros, acelerando el paso, parecía que entre ellos se había creado alguna especie de “desafío”, quedar por encima del otro.

-Si quiere venir bien, si no también. NO le necesito para pasarlo todo lo bien que seguro lo haga ¿Acaso tiene miedo? Miedo de que una lunática jovencita le lleve a lugares que…incluso le gusten. Tenga cuidado, solo su decisión… tomará forma a su noche. Esa que no necesita a rameras,…¿entones qué necesita?

Las calles de Paris se extendían ante ellos, llamándole a gritos a que entrasen en aquellos sitios prohibidos. Valeria de reojo, vislumbró aquel lugar, frecuentado más por hombres pero ella era alguien que sorprendía con sus acciones y esa noche, quería un sitio como ese en donde no pasaría desapercibida entre las chicas del lugar.

-¿Alguna sugerencia? La mía no está nada mal -señaló aquel lugar junto con una sonrisa divertida.

El desafío de aquella mujer, de la cuál no conocía ni el nombre, le sorprende por unos segundos. No lo muestra externamente, pues rara vez expresa lo que siente, pero por dentro sabe que le sorprende. ¿Por qué? Porque, por unos momentos, parece que aquella mujer le esté desafiando a... ¿Hacerle daño? No lo tiene del todo claro. Hacerle daño a una mujer no le parece descabellado, pues está acostumbrado a hacerlo en sus innumerables encuentros sexuales con sirvientas, pero sí que le parece ligeramente descabellado que ella parezca querer. Hasta aquel día, ninguna mujer ha accedido a ello de forma voluntaria.    

- No me resulta necesario que estéis dispuesta a aceptar, podría hacerlo sin consentimiento alguno, pero admito que me intrigáis -  casi susurra aquellas palabras, pues no es de halagar, y mucho menos en voz alta. No quiere que aquella mujer se tome el "Me intrigáis" como un halago, independientemente de que lo fuera o no.

Descabellado es, sin duda alguna, que ella mencione que las tareas de una mujer no son esas. Von Kleinmann adjudica, ya definitivamente, que está loca. Él es un machista y el vacío emocional que tiene desde pequeño lo ha ido llenando, durante todos estos años, con odio. Es incapaz de sentir otro tipo de sentimiento, y si lo siente algún día no lo muestra externamente ni lo logra identificar.  

- No, no comparto vuestros pensamientos. ¿Queréis saber qué creo? Creo que estáis loca y que en vuestra casa no os han enseñado debidamente - adjudica, con aire despreocupado. No le importa decir lo que piensa, y duda mucho que a ella le importe escuchar lo que piensa el resto -  ¿De verdad creéis que el lugar es importante para encontrar diversión? Por favor, no me hagáis reír, señorita... ¿Miedo? ¿De una joven como vos? -  se le escapa una carcajada, no puede evitarlo, le ha hecho gracia -    A quien deberíais temer es a mí.

Es lo último que dice antes de agarrarla por una de las muñecas, sin medir su fuerza, impidiéndole que pudiera andar o siquiera moverse de su lado. Puede que le esté haciendo daño, pues desde que bebe sangre de vampiro apenas consigue medir su fuerza, pero no le importa. Aquella mujer parece pedir a gritos que le provoquen dolor.    

- Se me ocurre una sugerencia mejor, sí. Una que implica que nos adentremos en este callejón, sin necesidad de alcohol - hace una pausa, sin cesar el agarre de la muñeca de la joven  - Parece que os gusta jugar con fuego, que adoráis los juegos prohibidos y que os apasiona buscar el peligro - en una nueva pausa, aprovecha para pegar su cuerpo al de la joven -   ¿Qué me decís? ¿Me tenéis miedo ahora...? ¿O queréis ver de lo que soy capaz?  - es ahora él quien la desafía a ella, dejando entrever una sonrisa macabra entre sus labios.  

Y en efecto, las palabras “me intrigais” , le hicieron enarcar ambas cejas…en absoluto se lo tomó como un halago. Ella no los aceptaba y tampoco creía que aquel desconocido la visa justo como un descubrimiento. Alguien frágil caminando entre las sombras, esperando ser castigada por su comportamiento y retraída en aquella enorme casa, para que se dedicase a buscar marido y llevar una patética vida como la de su padre. No quería eso para ella, aspiraba a más y si podía evitarlo, lo evitaría a toda costa… costase lo que costase.

-Eso sí que no es ninguna intriga. ¿No me han enseñado lo suficiente? Y espera…¡un momento! Oh no… me lo va a enseñar usted -murmuró como si realmente le afectase… le preocupase , lejos de eso…se le escapó una risa de lo más divertida. No le importaba lo que aquel hombre pensase de ella y menos sacase sus conclusiones, era libre de tal cosa. -El lugar no, la compañía sí y no me haga reír ¿miedo de vos? Está claro que ninguno de los dos teme al otro… así que déjese de palabras sin sentido-desafiante, aquellas orbes verdes se clavaron en él a fuego… no le temía, no le importaba lo que pasase, tampoco dejaba de buscarle dejándole más que claro que no era como cualquier jovencita… ninguna se atrevía a tentar a la suerte, a querer quemarse en el mismo infierno.

Entre risas, dejó que le llevase al sitio que viese oportuno. Sus ojos fijos en aquella espalda ancha, imponente y la rubia, se echó a reír de lo más divertida. Carcajadas que resonaban haciendo eco en las calles , pasos que acelerados no perdían los de él y ella, incluso se aferró aún más a la mano ajena, para que no la soltase ¿quién intrigaba a quien? El dolor parece no solo divertirle, gustarle y eso… sí que es peculiar. En silencio, lo observaba, cada movimiento y gesto, sonriendo finalmente …¿esa era la respuesta a su pregunta? No.

Sonrisa idéntica a la del joven, una que no solo secundaba sus palabras si no que mostraba esa otra cara que muy pocos conocían de ella. No respondió al pronto, el acercamiento solo había provocado que ambos sintiesen la presión del otro. Entreabrió los labios, mordiéndose el labio inferior y con la mano libre, recorrió su pecho ascendentemente hasta deslizar los dedos por su cuello y atraerle hacia sí, apenas sus frentes chocaban pero sí sus miradas y sus respiraciones.

-Miedo…¿de lo que seas capaz de hacer? No me hagas reír -atrapó su labio inferior con sus dientes, tirando lo suficiente para advertirle -Me debes ofrecer más que hacerte el peligroso e interesante en un callejón -rió de lo más divertida dejando que el cuerpo ajeno quedase apoyado en la pared del callejón…acorralado de algún modo -Esperaba cualquier cosa pero no en que intentase de verdad hacerme creer que eras…tan peligroso.-negó con la cabeza, muy segura de sí misma -No me das miedo… ninguno… así que te propongo algo. ¿por qué no intentas convencer a otra? -de un tirón dejó de estar atada a él , caminó hacia atrás…. Apoyándose en la otra pared de enfrente, mirándolo desafiante…

Aquella mujer comienza a atraerle más de lo pensado en un primer momento, del mismo modo en que comienza a odiarla. Pocas veces siente odio y atracción a partes iguales, e interiormente intenta debatir consigo mismo cuál de las dos sensaciones es superior: si el odio o la atracción. No lo sabe, no está seguro. Pero sí que tiene claro que el odio aumenta conforme la chica se ríe, carcajeándose de sus palabras. Le molesta, sin duda alguna, y ahora sí se puede apreciar en el rostro del Conde.

Prefiere no responder a la primera pregunta pues, para qué engañarnos, sí que siente la necesidad de enseñarle según qué modales a la alocada mujer, principalmente porque a él le gusta el respeto a la hora de que hablen con él. Y ella, claramente, ni lo muestra ni lo tiene.

Cuando quiere darse cuenta, tiene la espalda pegada a una de las paredes, mientras le sujeta con fuerza. Está tan cegado en esos momentos. Millones de sensaciones recorren su cuerpo: odio, interés, enfado, atracción... Todas ellas batallando por mantenerse en primera posición.

Von Kleinmann gruñe sin poder evitarlo cuando ella le muerde el labio inferior y tira de éste. Y no gruñe por dolor, sino por placer. Le gusta el dolor y, aunque no quiera aceptar que aquella mujer consigue excitarle, así es.    

- No me teméis -  adjudica lo que ella ha repetido varias veces, cuando ambos rostros están demasiado cerca el uno del otro, dejando que el ritmo de sus pulsaciones se aprecie en su respiración, acelerada -  ... pero sí que os atraigo, ¿no es así? Parecéis pedir a gritos que os bese, que os arranque los labios con los dientes, que el dolor se mezcle con el placer... -   murmura, notándose aún incluso un poco más excitado tras decir aquellas palabras. ¿Por qué? Porque, conforme las dice, las imagina.

Cuando ella se separa y se apoya en la pared de delante, él la mira desde su posición. Con ganas. Y con odio, mucho odio. Se siente fuera de sí y, teniendo en cuenta lo impulsivo que es, no puede quedarse ahí simplemente mirándola. Por esa razón se despega de la pared y se acerca a ella, con paso firme y decidido.

Una vez frente a ella, no se corta ni un pelo. Pega su cuerpo por completo al de ella, de forma brusca, probablemente haciéndole daño. Acto seguido, busca los labios de la desconocida con los suyos para robarle un profundo, intenso y excitante beso. Mientras tanto, una de las manos del Conde va hasta el cuello de la mujer, para agarrarlo, evitando que pueda cortar el beso y, de paso, para apretar. Le excita tanto sentir como provocar dolor.

Desafiante, niega con la cabeza, negaría una y otra vez porque no, no le temía en absoluto. Alzó la barbilla, apenas podían verse bien, la tenue luz de las farolas los dibujaba como dos sombras, dos sombras sedientas del otro. Ella, lo miraba fijamente, recorriendo cada parte de su cuerpo y hacerse su propia imagen de él, detestaba aquel momento, aquel que se convirtió en deseo. Sus palabras no alimentan otra cosa que el deseo en el aire, ¿realmente deseaba eso? impulsiva por naturaleza, deja fluir aquella atracción.

-Cuánto odio pero cuanto deseo veo en tus ojos. Apenas te asemejas a un perro pidiendo un poco de alimento… -rió por lo bajo, se había atrevido a compararlo y nada menos con un animal. Un animal sediento de ella, de su cuerpo y que detestaba su presencia, una mezcla sin duda curiosa y que sin embargo les había llevado allí. Su cuerpo se estremece por el frío que comienza a hacer, por las miradas delatadoras por el interrogante del qué ocurrirá.

El impacto, provoca una risa seguida de un ronroneo, un gruñido por su parte. Su cuerpo se amolda desde el primer segundo al ajeno, atrapándolo, no solo la presión…una de sus piernas la enreda y lo atrae hacia sí, provocando que sus cuerpos queden aún más en contacto. Recibe su boca, como el bocado exquisito. Su lengua luchando contra la ajena en una pelea digna de dos rivales, muy parecidos. Mordió la lengua ajena, lamiendo su labio inferior… antes de que su respiración se entrecortase por aquella presión en su cuello que no provocó otra cosa que echar la cabeza hacia atrás…entreabriendo los labios, volviendo a desafiarle.

¿Cuál sería su movimiento? Él tenía completa dominación pero no, no iba a permitírselo. Sus dos manos se atrevieron a deslizarse por sus costados , buscando introducirse dentro de la ropa y cuando así fue, se las ingenió para que por tirones… romperla si hacía falta. Le costaba respirar, cerró los ojos antes de perder las fuerzas. Fuerzas que aprovechó para alzar su rodilla e impactar en su entrepierna, ventaja de estar tan cerca…

Rió, casi sin aliento cuando logró que la soltase, al menos el agarre lo suavizase. Negó con la cabeza, abandonando su lugar…apartándose de la pared para volver a acorralarle y esta vez, ser ella quien pegase el pecho del Conde contra la pared y ella, tras él, ejerciendo presión… buscando susurrar en su oído , morderlo al paso.

-No vas a jugar tú solo. No tienes ni idea de a quién has capturado o eso crees -sus manos, frías por la temperatura…delinearon su pecho hasta apoyarlas en su cintura, su pelvis, chocó contra el trasero ajeno como si ahora los papeles se hubiesen cambiado… -Bienvenido al infierno -

El hecho de que le compare con un perro no termina de ser de su agrado, pero, ¿qué más da? Si tiene que enumerar las cosas que no le gustan de aquella mujer, no acabaría nunca. Porque, sin duda alguna, el odio que siente en esos momentos no es en vano. Odio mezclado con ganas, sí, pero ganas de desnudarla y estrangularla a partes iguales. Y eso no puede ser del todo bueno.    

- Es mutuo, señorita desconocida -   el no saber el nombre de aquella mujer no le echa hacia atrás en ningún momento -   Sé que vos me deseáis del mismo modo en que me odiáis...  

Aquella mujer, de risa fácil, sin duda alguna, le pone de los nervios. En el buen y en mal sentido, le saca de sus casillas. También le gustan algunas cosas, como el hecho de que se amolde a la perfección a su cuerpo. Por unos segundos, parece que el cuerpo ajeno está diseñado para el propio, gracias a la pierna de la desconocida acortando todo tipo de distancias. Ni una mísera molécula de aire es capaz de pasar entre ambos en esos momentos.

Y es entonces cuando comienza la lucha. La lucha por ver quién es mejor que el otro, utilizando la lengua para resolver el enigma. El Conde juguetea con la de la desconocida, con ganas y rabia, procurando quedar por encima en todo momento, procurando marcar el ritmo y tener el control de la situación. Sin embargo, esa lucha se detiene tras recibir un mordisco en la lengua. Y aquello consigue sacarle un leve y casi inaudible gemido a Von Kleinmann. Nota cómo se rompe ligeramente la camisa que lleva, pero no le da importancia. Toda la importancia cae sobre lo ocurrido después. La desconocida consigue arrancarle un quejido de la garganta, sin quererlo, tras recibir aquel rodillazo en la entrepierna. Gruñe sin poder evitarlo, ligeramente dolorido, soltando a la desconocida del cuello y separándose un poco. Eso ha sido un golpe bajo, en todos los sentidos.

La rabia contenida que siente en esos momentos es indescriptible y sabe que puede hacerle daño a la mujer, mucho daño, y no va a contenerse mucho más tiempo. No le da tiempo a reaccionar al golpe bajo pues, cuando quiere darse cuenta, está acorralado contra una pared. Puede evitarlo perfectamente, tiene más fuerza que ella, pero se deja. Por un momento le da a entender a la desconocida que puede dominarle.  

Siente presión en el pecho contra la pared, y en la entrepierna ya abultada por culpa de la excitación. El golpe bajo ni siquiera consigue bajar la temperatura de su cuerpo. Se muerde el labio, por un momento dejándose hacer, haciéndole creer que está indefenso y que no puede hacer nada, notando incluso un escalofrío bastante placentero recorrerle de principio a fin tras el mordisco en la oreja. Le gusta que le muerdan. Y morder.      

- Tú tampoco tienes ni idea de a quién te estás enfrentando. Pero dejaré que te creas superior un segundo más...  - y acto seguido, haciendo uso de su fuerza sobrehumana, se despega de la pared con la brusquedad suficiente como para que ella pierda el equilibrio y caiga al suelo de espaldas. Ahora es él quien se ríe, con prepotencia y placenteramente.

Con los ropajes de cintura para arriba ligeramente rotos, deja entrever su torso antes de aprovecharse de la situación y tumbarse encima de la mujer, acoplando de nuevo su cuerpo al de ella, disfrutando del contacto. Y muerde el labio inferior de la desconocida, con fuerza, queriendo hacerlo sangrar un poco mientras, con una mano, va directo a los ropajes de la joven buscando desgarrar la tela del corsé del vestido de ésta. Demasiada ropa para su gusto.  

Ese hombre despreciable, la miraba como si fuese un trozo de carne que llevarse a la boca, alguien a quien usar para un momento de debilidad y desenfreno ¿y después? escupir sobre su cuerpo plagado por los golpes recibidos, cuerpo mancillado. Eso podría ocurrirle a cualquier otra persona pero no a Valeria. Sabía perfectamente que aquel encuentro en el callejón terminaría en una lucha de egos, de dos personas prácticamente parecidas pero no iguales.

-Es más que odio, le detesto, lo que causa en mí ahora es un sinfín de emociones contrarias a otras y eso es interesante -pasó la lengua por su labio inferior, la examinaba y por eso ella reía, para que en aquel remolino de sensaciones y emociones, él la odiase con aún más fervor que la desease. El deseo y el odio iban de la mano, distintos pero iguales al mismo tiempo ¿quién no querría deseo con esa pizca de odio? Sal y pimienta… ese toque perfecto a cualquier comida deliciosa.

Para Valeria, aquel joven desconocido era como un buen menú, al que poder aderezar, probar y degustar, comprobar si era digno de su paladar. El gruñido es mutuo, sus orbes esmeralda lo acechan entre la oscuridad, como una sombra que dispuesta a saltar sobre su presa. Sabe que la fuerza de ese hombre tentador le hará disfrutar mucho, más de lo que llegara simplemente a imaginar. Está deseando saber cual será su próximo objetivo, movimiento y deseosa, espera su venganza.

A la leve luz, podía distinguir el cuerpo de aquel joven, podía haber sido esculpido por uno de los mejores escultores. Se relamió al apreciarle, acechándose por ambas partes. No era ninguna necia, sabía que acababa de dejarle contraatacar cuando podía haber acabado con su vida si apretase un poco más a su cuello pero no… aún no , quedaba mucha noche, aquello simplemente era el principio. Y un quejido, mezclado con el de un gemido ronco que salió de sus labios carmesí, reclamando más y él, estaba seguro iba a dárselo.

Rió contra sus labios, tomándolos con hambre, lujuria, probándole mientras aquellos dedos expertos se deshacían de aquel condenado corsé. Y ella no fue menos, sus manos se deslizaron por su pecho desnudo, hasta llegar a su pantalón y desabrocharlo con cierta brusquedad, ayudándose de sus propias piernas para deslizarlo hasta terminar por desnudarlo sobre ella y curiosamente , ella aún vestida. Sus ojos verdes se abrieron durante el beso, incorporándose en el suelo, sentada y no perder el tiempo en ser una de sus menudas manos quien lo apartase de sus labios , cogiéndole por el cuello…imitándole. Un segundo, ambas respiraciones se unieron en una y una sonrisa que no auguraba nada bueno , vino cargada de un movimiento en falso.

-Puede creerse un poco más que lo tiene todo dominado pero… -se echó hacia atrás, dejando que el cuerpo ajeno se echase sobre ella. Fue rápida, hizo presión para que en un movimiento fuese ella quien se sentase sobre él, sonriendo de lo más divertida… le encantaba tener la situación bajo su merced -Shhh , demasiado fácil ¿no? así es más divertido -movió las caderas con suavidad, aún con el vestido apenas desatado -Podría hacerlo… largarme y dejarte así…deseando hacer cualquier cosa -se inclinó a su rostro, dejando un mordisco en su barbilla, un camino de pequeños mordiscos hasta una de sus orejas, la cual mordisqueó junto con una risa -No me gustan los callejones , así que llévame a un sitio donde pueda ver cada herida, cada golpe…marcar tu piel - su mano, se deslizó por uno de sus costados, marcando el lugar con las uñas…

No está acostumbrado a encontrarse con mujeres como ella. De hecho, es la primera vez que tiene una lucha de egos con una mujer. No sabe si lo disfruta o si le disgusta, pero sí que le resulta interesante. Muy interesante. Parecidos, pero no iguales. Y no tiene ni idea de cómo va a acabar aquello, y eso también es una novedad en su vida. Por una vez, aunque no quiera aceptarlo, no tiene el control de la situación. Ella tampoco lo tiene, pues aquel encuentro consiste en una lucha constante por tener el control los dos. La desconocida parecía ser como el agua y él como el aceite, ambos imposibles de juntar.    

- Por supuesto que es interesante. Soy interesante - no puede evitar decir, queriendo incluso tener la última palabra. No puede evitarlo siquiera, ese comportamiento infantil. Aquella desconocida está sacando partes de él que tenía ocultas, a parte de un odio cada vez más intenso y extraño. Un odio tan inexplicable como profundo. Sorprendentemente, algo en común piensan. Ambos consideran necesario y placentero tanto el odio como el dolor. Atracción, odio, placer, dolor... Para Erik resultaría difícil explicar la diferencia, pues considera que todas esas emociones van de la mano.

Al parecer ella es más rápida que él quitando prendas ajenas pues, cuando quiere darse cuenta, es él quien se encuentra desnudo mientras la aún desconocida mantenía el vestido a medio desabrochar. En el rostro del Conde se puede entrever cierta molestia al respecto, porque no le da tiempo a quitarle por completo los ropajes tan molestos de la mujer. Sin embargo, esa molestia desaparece cuando ella le agarra del cuello. Sabe que le está imitando, sabe que puede hacerle daño, pero también sabe que no conseguiría ahogarle, y eso le divierte... a la par que le excita... más si cabe.

La excitación le despista, le nubla la mente, y seguramente por eso Von Kleinmann tarde en ver venir los movimientos de la mujer, y seguramente por ello parece que está dejándose hacer por ella. Es la desconocida quien acaba encima de él, realizando movimientos de cintura sobre sus propias caderas, enloqueciéndole por dentro. Le pone nervioso, muy nervioso, aquella situación, y lo demuestra mordiéndose con fuerza el labio inferior.

La idea de que ella se marche de un momento a otro únicamente consigue que incremente el odio que ya sentía, más, un poco más.  

- ¿Seríais capaz de quedaros con ganas vos también? Lo dudo - y no está tentándola, ni desafiándola, simplemente está diciendo lo que piensa. Antes incluso de poder decir algo más, o de responder a lo siguiente, ella clavó sus uñas sobre sus costados. Bendito y doloroso placer... - - No os gustan los callejones. Hmmm... Váis de mujer libre, sin ataduras, y diferente... Pero seguro que os morís de ganas por hacerlo sobre una cama, a la luz de las velas, y si es en el palacio real mejor, ¿verdad? - bromea, con una sonrisa burlona entre los labios, y agarra a la mujer del cabello, con fuerza, para atraer su rostro al suyo - Podríais haberlo dicho antes de arrancarme los ropajes... Os atraigo tanto que no podéis conteneros.

Una lucha de egos, en eso se había convertido aquella batalla en el callejón. Las miradas se cruzaban, chocaban irremediablemente….desafiando al otro. ¿Cuál de los dos ganaba en esa lucha? Ninguno, estaban tan igualados que un movimiento del otro, les posicionaba en el primer puesto. Era innegable la atracción que sentía por el otro, odio, rabia y deseo. Un deseo reflejado en la sonrisa picara y juguetona de Valeria cuando sintió la presión de sus menudos dedos en torno a su cuello. No lo mataría pero el placer de imaginarlo la excitó a sobremanera.

Se muerde el labio inferior al verle bajo ella , totalmente expuesto en donde podría perfectamente hacer lo que desease. Y no solo fue él quien se mordió su propio labio, la propia rubia se inclinó a morder el superior, con fuerza… notase la rabia y el placer que le suponía probarlo, tentarlo de aquella torturadora forma. Sonríe, tirando de su labio inferior, pasando la lengua finalmente, como un gato lamiendo la herida para sanarla. Se relamió, deleitándose en aquel sabor intenso, fuerte…como el del puro café recién hecho.

-¿Ganas? Las mismas que usted…. -rió contra sus labios, moviendo en círculos las caderas, mientras su respiración se entrecortaba , se aceleraba por las sensaciones… deseosa de saber qué ocurriría en cuanto menos lo esperase. -Hacerlo en una cama es mucho más cómodo pero no se trata de “dónde” si no “cómo” y creo que sabeis perfectamente jugar a mi mismo juego.- echó hacia atrás la cabeza, riendo por el gesto, gimiendo por lo bajo…tentándole sobre su boca, uniendo ambas respiraciones.

-Qué considerado, así que si os pidiese hacerlo en una lujosa cama, deleitándome con tu cuerpo con la iluminación de las velas…. Lo haríais. Mentira…mentiroso - las manos que sujetaban su cuello, se deslizaron por su pecho, sus uñas se unieron al camino marcando su piel ligeramente, intentando mordisquear su barbilla… un mordisco al aire -Las velas son muy útiles… ahora que te tengo desnudo. ¿te imaginas? Quemar tu piel para luego curarla con mordiscos y caricias…. -se relamió, inclinándose y lamer su barbilla, mordisqueándola y gemir sobre su boca, lo estaba buscando de tal manera… que no podía evitar seguir buscándole una y otra vez.

Perderse en aquellas orbes mientras sus cuerpos se abandonaban al placer…sin preocuparse nada más que llegar al mismo clímax.

El dolor y la sangre, especialmente la sangre, es algo que últimamente le excita más que de costumbre. Por esa razón le resulta tan placentero que ella le muerda el labio hasta sangrar. El sabor metálico que él mismo siente sobre sus labios le vuelve loco. Cada vez tiene más ganas de poner fin a los juegos aquellos y dar lugar a lo realmente placentero, sin dejar a un lado en ningún momento el dolor y la agresividad, pero queriendo meterse en el interior de la mujer sin nombre. Se muere por hacerlo en esos momentos, por sentir la humedad y la calidez que guarda aquella mujer entre las piernas. Nunca antes ha tenido que esperar tanto para hacerlo, pues nunca antes se ha detenido tanto tiempo en los preliminares. De normal, es directo y va al grano, sin importar que la otra persona esté o no preparada. Pero, irónicamente, con aquella mujer era distinto... bastante distinto. Y le gusta. Joder. Vaya si le gusta.

Los movimientos de cadera de ella, circulares y placenteros, le arrancan más de un suspiro a él. Suspiros que comienzan a parecer gemidos de pura impaciencia. Está tan excitado en esos momentos que le resulta hasta doloroso. Pero precisamente por eso sabe que será intenso e inolvidable aquel encuentro. Porque, cuantas más ganas acumuladas, más daño le hará a ella, y más le gustará a él.

Lo dicho. No puede más. Deja que ella tenga el control de la situación un par de segundos más, que le mordisquee y le clave las uñas a su antojo, disfrutando él también de las sensaciones que las manos de la desconocida despiertan sobre su cuerpo, y se prepara para "contraatacar". Se prepara para recuperar el control y para dar paso a lo que realmente desea hacer.

Con una mano, agarra a la mujer del cabello, y tira hacia atrás, con fuerza, para hacerle daño y para separarla de él. Con la otra mano, la vuelve a agarrar del cuello, y aprieta con ganas de estrangularla. Quiere que le falte el oxígeno, ver en los ojos ajenos cierta súplica para que se detenga, que ella crea estar a punto de quedarse inconsciente por el dolor y la ausencia de aire... mientras, a la vez, la empuja con su propio cuerpo para quedar encima de ella, de nuevo.    

- Puede que lo hiciera. Quién sabe. Tendrás que pedírmelo en otra ocasión para descubrirlo... -  susurra contra los labios de ella, refiriéndose a lo de llevarla a una lujosa cama si ella se lo pidiese. En otra ocasión, por supuesto, pues en esos momentos se iban a tener que conformar con aquel callejón, porque Von Kleinmann no puede esperar más. Las palabras de ella, hablando sobre las velas, le excitan más si cabe... -     Nunca antes he tenido tantas ganas de tener una vela cerca, por vuestra culpa...  - le podría dar tantos usos, al igual que ella, que le fastidia no tener ninguna cerca.

Suelta el cuello y el cabello de la joven, ahora que está encima de ésta, y se encarga de romper los ropajes de la desconocida para terminar de quitárselos de en medio. Se acabó el frotarse, el restregarse, los movimientos de cadera encima de los ropajes. Ahora ya se encontraban los dos completamente desnudos.  

- Buscadme... buscadme en los próximos días... y habrá velas. Os haré sangrar, sufrir, suplicar... os haré debatir entre el dolor y el placer, sin saber qué preferir... buscadme y no querréis probar otro cuerpo nunca más...  - dice, con la respiración entrecortada, completamente convincente. Egoísta y seguro de sí mismo, como siempre. Es más, antes incluso de terminar la frase, es el propio Von Kleinmann quien se encarga de profundizar el contacto entre ambos cuerpos, al fin, de golpe y profundamente, con brusquedad, queriendo pillarla por sorpresa y dejando que ambas caderas encajen a la perfección en su totalidad. Ambos cuerpos se unen en uno solo, calmando e intensificando a la vez la necesidad de más.

Y es así como el placer en todo su esplendor se abre paso entre ambos cuerpos, dando lugar a futuras embestidas que les harán disfrutar al máximo de aquel encuentro. Profundas y agresivas embestidas que buscan tanto dolor como placer, intercaladas de mordiscos que no buscan otra cosa que sangre y heridas que serán al día siguiente el recuerdo de aquel encuentro. Dolor y placer que se unen en una sola emoción hasta llegar al climax.

El juego de deseo y placer se intensifica a cada roce, movimiento y ataque. A cada ataque, aquel hombre parecía reaccionar con aún más ganas, tantas que a ambos terminó por quemar la piel. Los suspiros se convirtieron en gemidos necesitados por ambas partes. Valeria jugaba, a aquel juego peligroso con aquel desconocido y dios, le gustaba, le encantaba sus reacciones. Por ello, alargó esos juegos preliminares que no hacían otra cosa que avivar más y más aquel momento de incertidumbre, uno que parecía no llegar nunca jamás.

Sus orbes esmeralda, brillaban apenas con la tenue luz de la luna que los observaba desde un nublado cielo. Nunca había hecho aquello, perderse en el placer en un lugar inmundo con un desconocido. ¿Qué ocurrió realmente? Simplemente, necesidad, olvidar ciertos momentos y personas… permitirse el lujo de disfrutar un momento placentero como ese. La respiración le faltaba y aún sí sonreía, sabía perfectamente cómo apretar para hacerla disfrutar al máximo. Velas en ese momento para intensificarlo todo y más.. .le parecen una idea extremadamente placentera pero en ese lugar… carecen de todo.

-Mia culpa… -muerde sus labios con rabia, deslizando los dientes por su mejilla hasta llegar a su oreja, está tan excitada, tan abandonada al momento que no piensa en otra cosa solo en que ocurra y después, volver por donde había venido -Suena tentador ¿qué os busque? No, me buscareis… a mí -cierra los ojos con fuerza al sentir por fin el fin de aquella tortura que acaba de empezar. Sus caderas, comienzan a moverse desesperadas, bebiendo de su boca entre besos dolorosos, no reparaba..en absoluto el hacerle daño con aquellos mordiscos. Marca su cuello, tanto con su boca como con sus uñas a la desesperación de aquellos movimientos.

Sus piernas, se enredan en la cintura ajena, atrayéndolo hacia sí para aumentar no solo la intensidad de los movimientos, quiere sentirlo aún más dentro de ella. Un segundo, busca su mirada, aquella desconocida e intrigante…avisándole de que le tocaba a ella. Sonríe maliciosa, contra sus labios, obligándole a rodar en aquel maldito lugar. Es ahora ella quien queda sobre él y no le da tregua, sus caderas aumentan el ritmo, quiere acabar con aquella tortura…sentir aquellas sensaciones que él le ofrece esa noche, ese rato.

No pierde momento en abandonar su mirada, hace presión con sus propios muslos en las piernas ajenas para que solo ella pueda moverse a su antojo, alcanzar un clímax que se lo hace saber al volver a tomarle del cuello, mordiéndole el mentón, gimiendo y jadeando contra su boca… vuelve a mirarlo desafiante, le gusta que le sorprendan y sabe que él..puede hacerlo.

Le encanta que ella le muerda con rabia, con fuerza, que intente hacerle sangrar. Le encanta ese dolor tan placentero, y más en aquella situación. Él, por su parte, también muerde a la desconocida en los labios de vez en cuando, queriendo que la sangre emane de éstos con lentitud. Últimamente tiene una extraña adicción a la sangre y, a pesar de que dicha sangre no le resulte tan placentera como la de un vampiro, la saborea igualmente. Le excita hacerlo.

Sin embargo, lo que más disfruta es meterse entre las piernas de la sin-nombre, entrar y salir, refugiarse en ese cálido y húmedo placer que le hace enloquecer... de ahí que cada vez sea más bestia con los movimientos de cadera, al igual que ella lo es con los dientes y las uñas. Nunca antes ha disfrutado tanto un encuentro con una desconocida, y sus gemidos lo demuestran, pues ya se le escapan sin que pueda hacer nada para evitarlo.

Ella se niega a buscarle y él se niega a buscarla. Sin duda, los dos son cabezotas. Aunque, para qué engañarse, Erik está disfrutando tanto aquel encuentro que, tal vez por primera vez en su vida, no le importaría repetirlo... aunque eso implicase buscarla.  

- Dime tu nombre - más que pedirlo, lo ordena, entrecortadamente. Necesita el nombre. No porque quiera saberlo, no existe ningún romántico motivo. Simplemente, sabiendo su nombre, podrá encontrarla. Los frenéticos movimientos de cadera no cesan, volviéndose cada vez más agresivos y desesperados. Es un maldito esclavo de sangre. Tiene sangre humana y vampiresa a la vez, tiene mucha más fuerza y fortaleza que siendo un simple humano... y, no sólo disfruta él de esas habilidades en esos momentos, deja que ella también experimente aquello, volviendo el encuentro cada vez más y más intenso.

Nota las intenciones de la chica, sabe que quiere ponerse encima. Él no quiere, pues le gusta tener el control, marcar el ritmo, siempre. Siempre lo hace así con las mujeres, en posturas en las que claramente se aprecia que es él quien tiene el control. Sin embargo, está disfrutando tanto, que el placer le ciega. Tiene toda la sangre acumulada en un punto y no piensa ya con demasiada claridad. Por esa razón, ella consigue colocarse encima.

No lo admitirá con palabras, pero sí con gemidos involuntarios, el hecho de que disfruta igual o incluso más la nueva postura. Los movimientos de cadera de la desconocida, sobre él, le vuelven casi literalmente loco. Está disfrutando de aquella placentera tortura, en la que su cuerpo suplica alcanzar el climax de una vez por todas. Deja que ella se mueva a su antojo pues, joder, le encanta que lo haga, centrándose por unos minutos en disfrutar simplemente del placer de dejarse hacer.

Sabe que ella está a punto de llegar al momento de máximo placer, igual que él, disfrutando del dolor que le proporcionan las manos de la desconocida y del placer que le provocan sus caderas. Sin embargo, se niega a acabar así. Es brusco haciéndolo, pero no llega a abandonar el interior de las caderas de la chica en el proceso, simplemente hace uso de su fuerza para levantarse y estampar la espalda de la desconocida contra la pared más cercana. Y es ahí, contra esa pared, donde los movimientos de cadera de Von Kleinmann -ahora que vuelve a tener el control de la situación, tomándoselo como una batalla ganada- se vuelven mucho más frenéticos, intensos y profundos que antes. Es contra la pared donde él se vuelve agresivo con los movimientos de cadera, agarrando a la mujer del cabello para tirar con todas sus fuerzas, claramente haciéndole daño. Es contra la pared donde él consigue alcanzar el climax, poniendo fin a ese cruel y placentero acto.

Su respiración está completamente agitada, le falta el aliento, pero se siente mejor de lo que se ha sentido en mucho tiempo. Relajado y satisfecho a partes iguales, respirando contra el cuerpo de la chica, en silencio y manteniéndose en la misma posición, sin mover un sólo músculo todavía y apoyando casi todo el peso de su cuerpo sobre el de ella, aún aprisionada contra la pared.

La maldita tensión con aquel desconocido, no hacía otra cosa que acrecentarse. Justo como necesitaba esa noche, aquel hombre le da lo que desea… los movimientos son cada vez más intensos y la boca carmesí del demonio de ojos verdes, no deja de marcar la piel con sus dientes… mordiscos acorde a aquellos movimientos que le llevan al mismísimo infierno. Rió contra su piel, entre gemidos y jadeos. No tuvo que pedirle más, él sabía perfectamente cómo moverse, ambos tenían las mismas ganas al igual que se odiaban porque negarían cualquier afirmación de sentir algo bueno por el otro.

Clavó su mirada en aquellas orbes oscuras al pedirle su nombre, sonriendo con malicia, contestándole con mordiscos que harían enloquecerlo y se olvidasen de su propia pregunta. No quería nombres, ese momento surgió sin más y solo necesitaban perderse en el placer, no más. le erizó la piel al haberle ordenado, impuesto decirle su nombre. La maldita mujer rió entre gemidos, provocando que se moviesen con más brío… iban a perderse totalmente en el otro y no importaba otra cosa.

Necesita el control y lo consigue. El momento de liberación en el momento que su cuerpo toma las riendas, como el demonio que es. Moviéndose a su antojo, mirándole intensamente y no esperar aquel movimiento que la vuelve completamente loca. Lo desafía con la mirada al sentir el impacto de su espalda. Sus piernas se enredan en su cintura, ahora no va a dejarle ir a ningún sitio que no sea seguir con aquella deliciosa tortura. Su boca se venga, buscando sus labios, fundiéndose en un beso necesitado, su lengua recorre aquel lugar delicioso indicándole con un leve susurro que desea más.

Su espalda se arquea, moviéndose aún en su posición, demostrarle que él no solo llevaba el control. Se ofrece por entero pero también se mueve a su antojo, sintiendo como entra y sale de ella, terminando por lanzar un grito desesperado al alcanzar el clímax. Se vuelve loca con ello y sus uñas, marcan aquella ancha espalda. Sus frentes se apoyan en la otra, no necesitando palabras. Acaban de alcanzar un orgasmo intenso, buscaban eso esa noche.

-Las velas… para la próxima-murmura jadeante, moviéndose en círculos sin salir de él, vuelve a buscarle, intentar alargar aquella tortura, mostrarle su cuerpo desnudo a la tenue luz -No necesitas mi nombre para recordar este momento -deslizó las piernas hasta tocar el suelo, gimiendo por lo bajo al salir de él…volvería a hacerlo una vez más -Una noche curiosa… -se dejó vencer en la pared , mirándole intensamente, peinándose el cabello con los dedos. - Interesante… -cierra los ojos mirando hacia el cielo, estirándose levemente… volviendo a clavar sus orbes esmeralda en la figura del joven que acaba de otorgarle aquel momento de placer.

-Seguiría toda la maldita noche pero dudo que tanta energía te quede -rió acercándose a su cuerpo, deslizando los labios por su cuello y rozar sus pechos contra su torso -Buenas noches -como si acabasen de encontrarse, cuando sus cuerpos aún buscaban el otro…

A pesar de haber acabado hace escasos segundos, ella vuelve a buscarle. Y le encuentra, sin duda, pues podría pasarse toda la noche repitiendo aquel encuentro en diferentes partes del callejón. Sin embargo, no quiere darle el gusto a la desconocida. Le resulta mucho más divertido e interesante dejar con las ganas, a pesar de tener que quedarse él también con ganas de repetir, pues eso implica que el próximo encuentro sea mucho mejor. Cuantas más ganas, mayor intensidad. Y mayor intensidad, para el Conde, implica mayor dolor y mayor placer.  

- Efectivamente, no necesito tu nombre, ni para recordar este momento ni para poder dormir por las noches. No busco tallar tu nombre en la madera de un árbol cual enamorado, ni mucho menos. No me interesa, la verdad. Únicamente necesito cualquier dato que me ayude a encontrarte... si me da por buscarte  - ni siquiera adjudica que el hecho de ir a buscarla para un nuevo encuentro sea seguro. Tiene ganas, sin duda, de repetir, pero... no es de esos. No es de los que repiten. No es de los que se enamoran. Y mucho menos es de los que se arrastran o van tras una mujer. No es un hombre creado para buscar a una mujer. Sin embargo, no quiere cerrar la puerta a un posible encuentro. De ahí que, en el fondo, quiera conocer el nombre. El nombre o una dirección en la que poder encontrarla en caso de querer encontrarla, le da absolutamente igual una cosa u otra.

Una noche curiosa e interesante, sin duda alguna, por eso no puede evitar sonreír de forma maliciosa cuando ella lo afirma. Los labios de la desconocida por su cuello, junto con el roce de los pechos de ésta sobre el suyo propio, le excitan de nuevo. Está claro que, de seguir por ese camino, acabarían repitiendo lo ocurrido.

- Sé que te mueres de ganas por volver a hacerlo conmigo... Suelo trastocar el mundo de muchas mujeres, no te culpo. Culpa mía, supongo. Pero... ¿qué gracia tiene darle a una mujer lo que desea de buenas a primeras? - intenta ocultar su arrogancia en aparentes bromas, en el fondo divertido con la situación, y se separa del cuerpo de la mujer. No puede caer en la tentación, pues sería contradecirse a sí mismo.

Se separa de la mujer y de la pared, observando la mitad de ropajes rotos que se encuentran por el suelo. Se ríe levemente, no puede evitarlo, pues les va a tocar ir vestidos de ese modo.

- Te compraré un vestido nuevo que romper en nuestro próximo encuentro.

Enarcó ambas cejas al oír con que ego le hablaba aquel con quien había compartido aquel momento de debilidad. Ha ocurrido, ha sido excitante y la ha relajado, demasiada tensión después de la muerte de su padre, lo ocurrido con Haytham y demás. No busca otra cosa, se han pertenecido por un momento efímero pero todo llega a su fin. Ella no busca volver a verle, ya obtuvo lo que quería, deseaba ¿para qué le iba a servir más?

Sonrió divertida “si me da por buscarte”, a ella no le daba por hacerlo…no lo necesitaba, con una sola vez bastaría. Si se encontraban y terminaba pasando varias veces, sería tener algo más y no, no constaba en sus planes tal cosa. La verdad, volvería a hacerlo, en ese mismo callejón o donde fuese…pero solo esa noche. Es la primera vez que se deja llevar después de aquella primera vez. Ilusa no era , sabía que el deseo se debía consumir y luego desaparecer sin más.

-A mí no me da ni me dará por buscarte -rió, medio girándose y peinarse el cabello con los dedos. Le gustó el momento, lo miraba de reojo…aún desnudo y se relamió junto con una risa, como un demonio que acaba de comerse por entero a su presa -Oh vamos, sé que me darías más y yo a ti pero ¿para qué? es suficiente…aunque te lo niegas y ser un renegado no es bueno, querido -

El acercamiento es inminente y sus palabras hacen el momento más divertido y excitante. Valeria lo atrapa entre su cuerpo y la pared, sonriendo de medio lado, recorriéndole con sus orbes esmeralda. Es atractivo, mucho y le ha proporcionado placer… uno que él evade con segundas intenciones y a la vez la aleja para que no se “haga ilusiones”.

-No hace falta que me compres nada…tengo todos los que deseo. ¿O es una excusa barata para volver a verme? -rió tomándole del brazo y volver a apresarlo entre ella y su cuerpo -Aún es de noche, ¿dónde vas a ir? -se acercó peligrosamente a sus labios pero no llegó a besarlos, esta vez fue ella quien se separó, mirándole de lo más divertida, dándole la espalda y que él la observase con aquella tenue luz - Si no puedes más… bueno, puedes reponer fuerzas en el burdel si quieres…yo voy allí, hay buen whisky

Maldita sonrisa del demonio, recoge su ropa y como bien puede se viste. La espalda le escuece por los movimientos, ríe, deslizando los dedos y relamerse… lo de la pared le ha gustado demasiado.

- ¿Vienes o te quedas? Tranquilo, no me des tu nombre… solo con que me acompañes a beber es más que suficiente, no quiero casarme contigo…ni voy a ir a tu casa a llorarte porque esté enamorada… eso se lo dejo a otras. Yo quiero diversión ¿vienes? -apenas podía tapar las piernas, pero serviría.