AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Ficha de Gerrit Nephgerd
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Ficha de Gerrit Nephgerd
▲NOMBRE DEL PERSONAJE▲
Gerrit Nephgerd▲EDAD▲
34 años reales y aparentes▲ESPECIE▲
Hechicero▲TIPO, CLASE SOCIAL O CARGO▲
Clase media.▲ORIENTACIÓN SEXUAL▲
Heterosexual▲LUGAR DE ORIGEN▲
Viena, Austria▲HABILIDADES/PODERES▲
Hechicería y percepción del aura como poderes innatos. Encandilamiento, apatía y dominación como poderes a elegir. Los traumas de una vida pasada han hecho de Gerrit una persona violenta. En un momento de su vida, confundió la valentía de su hermano con la violencia y ésta es usada a fin de sus propósitos de venganza y supervivencia. Carece de sentido de moralidad y ética. Lo bueno es lo que a él le conviene y lo ético es hacerlo. ¿Necesita y atracar para comer? Lo hace. ¿Matar por el recuerdo de algo que pasó hace mucho? Si eso le hace sentir mejor, te aseguro que lo hará.
Es muy posesivo con lo que considera como suyo. Puede ser algo tan simple como un objeto preciado (su navaja de mango de sándalo) o algo más complejo como puede ser una amistad o un juego.
Pero no todo es violencia en él. Hay un punto cómico, casi infantil. Le es divertido usar el sarcasmo y la ironía como fuente de humor; más si el objetivo es burlarse del prójimo. Es por ese mismo motivo que pocas veces se le ve triste, siempre está riendo. Siempre hay alguien de quién reírse.
En ocasiones, tiene delirios pensando en los crímenes que ha cometido y la justicia (o falta de justicia) que hubo en ellos. No puede olvidarlos. Lo intenta, pero le es complicado. Un buen somnífero son las mujeres. Follar es la mejor cura que ha encontrado y una de las buenas que te hace sentir bien no como las malas pociones de los matasanos.
Es muy posesivo con lo que considera como suyo. Puede ser algo tan simple como un objeto preciado (su navaja de mango de sándalo) o algo más complejo como puede ser una amistad o un juego.
Pero no todo es violencia en él. Hay un punto cómico, casi infantil. Le es divertido usar el sarcasmo y la ironía como fuente de humor; más si el objetivo es burlarse del prójimo. Es por ese mismo motivo que pocas veces se le ve triste, siempre está riendo. Siempre hay alguien de quién reírse.
En ocasiones, tiene delirios pensando en los crímenes que ha cometido y la justicia (o falta de justicia) que hubo en ellos. No puede olvidarlos. Lo intenta, pero le es complicado. Un buen somnífero son las mujeres. Follar es la mejor cura que ha encontrado y una de las buenas que te hace sentir bien no como las malas pociones de los matasanos.
Viena era una ciudad elegante, hermosa y, ¿por qué no decirlo? mágica. Y es que debería haber magia para haber sido la cuna de grandes compositores, pintores y un sinfín de grandiosos artistas. Los Nephgerd, una rica familia aburguesada de comerciantes de telas, conocían a la perfección la existencia de esa magia. Detrás de los bailes de la alta sociedad, los banquetes y las fiestas; los Nephgerds escondían el don y maldición de la hechicería. Sabían perfectamente que si alguien, una persona aunque fuera, descubriera qué son, todo lo que habían conseguido hasta el momento acabaría en nada.
Una pareja de adultos podían disimular y esconder, de la mejor forma posible, su don. Los dos críos que nacieron de la pareja no. Se llevaban a penas dos años de diferencia. Henry era el mayor y Gerrit el menor. Nació el primero y las fiestas y actos públicos disminuyó por parte de la familia; luego, vino el segundo hijo y cesaron por completo. ¿Y si ponían a los críos al servicio de una nana? Claro, por qué no. Seguro que los comerciantes rivales, aquellos que ansiaban ponerse en el lugar donde estaban los Nephgerds no habrían contratado a nadie para que los vigilase de buena mano.
Hasta que el más pequeño de los dos hermanos no cumplió los siete años, la familia no quiso (por precaución) asistir a ninguno de esos bailes que antaño disfrutaban. Para la nueva ocasión, el que sería el primer acto público después de mucho tiempo, habían vestido a los dos niños para la ocasión. Buenos trajes, anillos dorados en los dedos y un bonito peinado digno de los hijos de un marqués. No eran nobles, pero, por el dinero que manejaban, podían comprar cualquier título cuando quisieran. O, mejor todavía, casar a uno de sus hijos con la hija de un noble. Eso sonaba muy bien.
El baile empezó bien y terminó mal. En un momento dado, Gerrit se perdió entre la multitud y el pequeño solo se le ocurrió usar sus poderes con tal de encontrar a sus padres. Craso error. Al ser tan pequeño era un novato en el uso de las habilidades de hechicería y le descubrieron en seguida. Sus padres podrían haber dicho que solo él había nacido con el don, pero fueron valientes y defendieron a su hijo incluso en el juicio que se celebró dos días después del baile. Ellos, los más valientes, fueron los primeros en morir en la horca. Henry lloraba y Gerrit se tapaba los ojos mientras sus padres vivían sus últimos segundos colgados de la soga.
El verdugo llamó a Henry y él, que todavía era más valiente que sus padres, quiso enfrentarse al verdugo. Tenía nueve años. Era un niño de nueve años, con las manos atadas a la espalda y la cara llena de lágrimas el que corría con toda la fuerza que le quedaba para luchar contra un hombre tan grande como un armario. La cabeza de Henry impactó contra el pecho del verdugo. Lo tiró al suelo y usó sus habilidades, las pocas que dominaba, para hacerle el mayor mal posible. Los conjuros salían como hachazos de su boca pastosa por tanto llorar.
Gerrit abrió los ojos y lo vio todo. Vio como su hermano mayor luchaba por no morir y por defenderle, vio que necesitaron hasta tres hombres (sin contar al primer verdugo) para coger a Henry y cortarle la cabeza con un hacha y vio como, el mismo verdugo que antes había llamado a su hermano iba ahora hacia él sin decir ningún nombre. No pudo contener las gotas de orina que se le escaparon de puro temor.
Ocurrió un milagro. No se dio cuenta pero ocurrió un milagro. Desde algún lugar en lo alto de algún edificio, las flechas cayeron directas hacia la plaza donde se celebraba la ejecución. Ese fue el inicio del caos. Unos hombres que ocultaban su rostro con una capucha negra emergieron de la nada. Se interpusieron entre el verdugo y él. Lucharon. No todos, uno de los hombres encapuchado se paró para cogerle en brazos y huir mientras los otros luchaban.
“Ojos Carmesí” era el nombre de la banda de estos encapuchados. Unos hechiceros que luchaban contra la sociedad que les cohibía. Adoptaron al pequeño Gerrit y le enseñaron como a uno más de la banda. Entre las cosas que le enseñaron destacaban la existencia de otras razas, la apatía hacia los humanos y la violencia que estos se merecían como castigo por sus crímenes.
Gerrit adoptó todo los pilares de la banda y creció junto a los “Ojos Carmesí”. Una imagen quedó grabada para siempre en los ojos del hechicero y es ver a su hermano, valiente como solo él sabía serlo, enfrentarse contra los malos. Gerrit iba a ser así. Al principio, quiso pensar que lo hacía por venganza y por una causa justa. En su adolescencia descubrió que no había nada justo en su vida y la venganza se le quedaba corta. Junto a los “Ojos Carmesí” atacaban sin diferencia a todo humano que se le antojase. Rico o pobre. Culpa o inocente. A los ojos del fuego carmesí, todos ellos eran culpables. Habían nacido culpables.
Matar y follar fueron el pan de cada día del joven Gerrit de veinte años. No tenía ni una puta moneda. No la necesitaba. Robando se vivía bien. Follando, todavía mejor. No todos en “Ojos Carmesí” eran iguales a él. La mayoría eran peores. Empatía a los hechiceros y total rechazo a los demás. Esto hizo que, algunos de los más veteranos, aquellos que recordaban que en su día salvaban niños, abandonasen la banda. Otros veteranos, sin embargo, se enorgullecían de lo que habían logrado: Un grupo, casi un ejército, de jóvenes hechiceros dispuestos a todo por sus malos ideales.
No todo duraba para siempre. Samhaim, un hechicero miembro de “Ojos Carmesí” cinco años mayor que Gerrit, hizo la obra de su vida. Reunió a los más fuertes y jóvenes miembros, aquellos que controlaba mejor, y destituyó a la fuerza a los viejos líderes. Los mató a todos y la banda, pasó a ser mucho más violenta que nunca.
Gerrit tenía veinticinco años cuando pasó aquello y lo vio con el mismo detenimiento que vio a su hermano morir. ¿No era igual? Un hombre (viejo no niño) plantó caro a un grupo de fuertes hombres (jóvenes no adultos) con toda su valentía para después morir.
Poco a poco, Gerrit fue cambiando sin darse cuenta. Su actividad en la banda era cada vez menor. Se culpaba de todo. El recuerdo de estar perdido en una extraña fiesta con una gran multitud de personas mirándole y acusándole de algo que no sabía ni qué significaba era, a medida que pasaban los días, más vivo. Se sentía igual que aquella vez. Perdido en algo que no conocía.
Los nuevos “Ojos Carmesí” habían acorralado a una madre y sus dos hijos en un callejón sin salida. La madre estaba herida, el virote de una ballesta había rozado su hombro izquierdo y no dejaba de sangrar por la herida. Uno de los hechiceros terminó el trabajo, otro se encargó del niño más pequeño y Gerrit no hizo nada. Se quedó paralizado cuando, el otro niño, corrió hacia él con una furia asesina propia de Henry. No pudo matarlo. Lo tuvo que hacer otro.
Se había vuelto blando. A los veintiocho años, todavía joven, se había vuelto un blando incapaz de matar a nadie. Samhaim se enteró lo que pasó en ese callejón y habló con Gerrit. Le amenazó y luego le escupió en la cara. Gerrit, recuperó la violencia de su adolescencia para darle un puñetazo al ojo del actual líder de “Ojos Carmesí”. El castigo a pagar por ello sería la destitución, la misma destitución que tuvieron los líderes anteriores de la banda.
En un intento de hacer lo que Henry hizo en su día, Gerrit se enfrentó a cualquiera que quisiera matarle. Esta vez, no hubo milagro. Él era el milagro. Era luchar contra aquellos que había considerado hermanos o ser matado por ellos. Decidió lo primero y, por fortuna, consiguió escapar saltando desde lo alto donde se situaba el despacho de Samhaim. Cayó al suelo a una distancia de seis metros; tenía pequeños trozos de cristal de la ventana clavados en brazos, pierna y espalda. Parecía estar muerto, había perdido tanto sangre que debería estar muerto. Mas no. Estaba vivo. Tuvo suerte y vivió.
La nueva vida de Gerrit no sería muy distinta. Follar y matar. Claro que ahora, no mataba solo a los humanos que implantaban su injusticia contra los brujos, sino también a los brujos que implantaban la suya contra los humanos. La venganza recobró un nuevo sentido para Gerrit y el odia y la violencia con la que siempre había vivido encontró un motivo de ser.
Una pareja de adultos podían disimular y esconder, de la mejor forma posible, su don. Los dos críos que nacieron de la pareja no. Se llevaban a penas dos años de diferencia. Henry era el mayor y Gerrit el menor. Nació el primero y las fiestas y actos públicos disminuyó por parte de la familia; luego, vino el segundo hijo y cesaron por completo. ¿Y si ponían a los críos al servicio de una nana? Claro, por qué no. Seguro que los comerciantes rivales, aquellos que ansiaban ponerse en el lugar donde estaban los Nephgerds no habrían contratado a nadie para que los vigilase de buena mano.
Hasta que el más pequeño de los dos hermanos no cumplió los siete años, la familia no quiso (por precaución) asistir a ninguno de esos bailes que antaño disfrutaban. Para la nueva ocasión, el que sería el primer acto público después de mucho tiempo, habían vestido a los dos niños para la ocasión. Buenos trajes, anillos dorados en los dedos y un bonito peinado digno de los hijos de un marqués. No eran nobles, pero, por el dinero que manejaban, podían comprar cualquier título cuando quisieran. O, mejor todavía, casar a uno de sus hijos con la hija de un noble. Eso sonaba muy bien.
El baile empezó bien y terminó mal. En un momento dado, Gerrit se perdió entre la multitud y el pequeño solo se le ocurrió usar sus poderes con tal de encontrar a sus padres. Craso error. Al ser tan pequeño era un novato en el uso de las habilidades de hechicería y le descubrieron en seguida. Sus padres podrían haber dicho que solo él había nacido con el don, pero fueron valientes y defendieron a su hijo incluso en el juicio que se celebró dos días después del baile. Ellos, los más valientes, fueron los primeros en morir en la horca. Henry lloraba y Gerrit se tapaba los ojos mientras sus padres vivían sus últimos segundos colgados de la soga.
El verdugo llamó a Henry y él, que todavía era más valiente que sus padres, quiso enfrentarse al verdugo. Tenía nueve años. Era un niño de nueve años, con las manos atadas a la espalda y la cara llena de lágrimas el que corría con toda la fuerza que le quedaba para luchar contra un hombre tan grande como un armario. La cabeza de Henry impactó contra el pecho del verdugo. Lo tiró al suelo y usó sus habilidades, las pocas que dominaba, para hacerle el mayor mal posible. Los conjuros salían como hachazos de su boca pastosa por tanto llorar.
Gerrit abrió los ojos y lo vio todo. Vio como su hermano mayor luchaba por no morir y por defenderle, vio que necesitaron hasta tres hombres (sin contar al primer verdugo) para coger a Henry y cortarle la cabeza con un hacha y vio como, el mismo verdugo que antes había llamado a su hermano iba ahora hacia él sin decir ningún nombre. No pudo contener las gotas de orina que se le escaparon de puro temor.
Ocurrió un milagro. No se dio cuenta pero ocurrió un milagro. Desde algún lugar en lo alto de algún edificio, las flechas cayeron directas hacia la plaza donde se celebraba la ejecución. Ese fue el inicio del caos. Unos hombres que ocultaban su rostro con una capucha negra emergieron de la nada. Se interpusieron entre el verdugo y él. Lucharon. No todos, uno de los hombres encapuchado se paró para cogerle en brazos y huir mientras los otros luchaban.
“Ojos Carmesí” era el nombre de la banda de estos encapuchados. Unos hechiceros que luchaban contra la sociedad que les cohibía. Adoptaron al pequeño Gerrit y le enseñaron como a uno más de la banda. Entre las cosas que le enseñaron destacaban la existencia de otras razas, la apatía hacia los humanos y la violencia que estos se merecían como castigo por sus crímenes.
Gerrit adoptó todo los pilares de la banda y creció junto a los “Ojos Carmesí”. Una imagen quedó grabada para siempre en los ojos del hechicero y es ver a su hermano, valiente como solo él sabía serlo, enfrentarse contra los malos. Gerrit iba a ser así. Al principio, quiso pensar que lo hacía por venganza y por una causa justa. En su adolescencia descubrió que no había nada justo en su vida y la venganza se le quedaba corta. Junto a los “Ojos Carmesí” atacaban sin diferencia a todo humano que se le antojase. Rico o pobre. Culpa o inocente. A los ojos del fuego carmesí, todos ellos eran culpables. Habían nacido culpables.
Matar y follar fueron el pan de cada día del joven Gerrit de veinte años. No tenía ni una puta moneda. No la necesitaba. Robando se vivía bien. Follando, todavía mejor. No todos en “Ojos Carmesí” eran iguales a él. La mayoría eran peores. Empatía a los hechiceros y total rechazo a los demás. Esto hizo que, algunos de los más veteranos, aquellos que recordaban que en su día salvaban niños, abandonasen la banda. Otros veteranos, sin embargo, se enorgullecían de lo que habían logrado: Un grupo, casi un ejército, de jóvenes hechiceros dispuestos a todo por sus malos ideales.
No todo duraba para siempre. Samhaim, un hechicero miembro de “Ojos Carmesí” cinco años mayor que Gerrit, hizo la obra de su vida. Reunió a los más fuertes y jóvenes miembros, aquellos que controlaba mejor, y destituyó a la fuerza a los viejos líderes. Los mató a todos y la banda, pasó a ser mucho más violenta que nunca.
Gerrit tenía veinticinco años cuando pasó aquello y lo vio con el mismo detenimiento que vio a su hermano morir. ¿No era igual? Un hombre (viejo no niño) plantó caro a un grupo de fuertes hombres (jóvenes no adultos) con toda su valentía para después morir.
Poco a poco, Gerrit fue cambiando sin darse cuenta. Su actividad en la banda era cada vez menor. Se culpaba de todo. El recuerdo de estar perdido en una extraña fiesta con una gran multitud de personas mirándole y acusándole de algo que no sabía ni qué significaba era, a medida que pasaban los días, más vivo. Se sentía igual que aquella vez. Perdido en algo que no conocía.
Los nuevos “Ojos Carmesí” habían acorralado a una madre y sus dos hijos en un callejón sin salida. La madre estaba herida, el virote de una ballesta había rozado su hombro izquierdo y no dejaba de sangrar por la herida. Uno de los hechiceros terminó el trabajo, otro se encargó del niño más pequeño y Gerrit no hizo nada. Se quedó paralizado cuando, el otro niño, corrió hacia él con una furia asesina propia de Henry. No pudo matarlo. Lo tuvo que hacer otro.
Se había vuelto blando. A los veintiocho años, todavía joven, se había vuelto un blando incapaz de matar a nadie. Samhaim se enteró lo que pasó en ese callejón y habló con Gerrit. Le amenazó y luego le escupió en la cara. Gerrit, recuperó la violencia de su adolescencia para darle un puñetazo al ojo del actual líder de “Ojos Carmesí”. El castigo a pagar por ello sería la destitución, la misma destitución que tuvieron los líderes anteriores de la banda.
En un intento de hacer lo que Henry hizo en su día, Gerrit se enfrentó a cualquiera que quisiera matarle. Esta vez, no hubo milagro. Él era el milagro. Era luchar contra aquellos que había considerado hermanos o ser matado por ellos. Decidió lo primero y, por fortuna, consiguió escapar saltando desde lo alto donde se situaba el despacho de Samhaim. Cayó al suelo a una distancia de seis metros; tenía pequeños trozos de cristal de la ventana clavados en brazos, pierna y espalda. Parecía estar muerto, había perdido tanto sangre que debería estar muerto. Mas no. Estaba vivo. Tuvo suerte y vivió.
La nueva vida de Gerrit no sería muy distinta. Follar y matar. Claro que ahora, no mataba solo a los humanos que implantaban su injusticia contra los brujos, sino también a los brujos que implantaban la suya contra los humanos. La venganza recobró un nuevo sentido para Gerrit y el odia y la violencia con la que siempre había vivido encontró un motivo de ser.
Suele llevar siempre consigo una navaja de mango de sándalo. En ocasiones, le relaja jugar con la najava, girarla, sacar y guardarla. Es un gesto involuntario que surge en los momentos de aburrimiento. También usa la navaja para tallar pequeños trozos de madera para dar forma a diversas figuras, aunque eso no signifiqué que sepa tallar bien.
Re: Ficha de Gerrit Nephgerd
FICHA APROBADA
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¡QUE TE DIVIERTAS!
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