AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
Espacios libres: 11/40
Afiliaciones élite: ABIERTAS
Última limpieza: 1/04/24
En Victorian Vampires valoramos la creatividad, es por eso que pedimos respeto por el trabajo ajeno. Todas las imágenes, códigos y textos que pueden apreciarse en el foro han sido exclusivamente editados y creados para utilizarse únicamente en el mismo. Si se llegase a sorprender a una persona, foro, o sitio web, haciendo uso del contenido total o parcial, y sobre todo, sin el permiso de la administración de este foro, nos veremos obligados a reportarlo a las autoridades correspondientes, entre ellas Foro Activo, para que tome cartas en el asunto e impedir el robo de ideas originales, ya que creemos que es una falta de respeto el hacer uso de material ajeno sin haber tenido una previa autorización para ello. Por favor, no plagies, no robes diseños o códigos originales, respeta a los demás.
Así mismo, también exigimos respeto por las creaciones de todos nuestros usuarios, ya sean gráficos, códigos o textos. No robes ideas que les pertenecen a otros, se original. En este foro castigamos el plagio con el baneo definitivo.
Todas las imágenes utilizadas pertenecen a sus respectivos autores y han sido utilizadas y editadas sin fines de lucro. Agradecimientos especiales a: rainris, sambriggs, laesmeralda, viona, evenderthlies, eveferther, sweedies, silent order, lady morgana, iberian Black arts, dezzan, black dante, valentinakallias, admiralj, joelht74, dg2001, saraqrel, gin7ginb, anettfrozen, zemotion, lithiumpicnic, iscarlet, hellwoman, wagner, mjranum-stock, liam-stock, stardust Paramount Pictures, y muy especialmente a Source Code por sus códigos facilitados.
Victorian Vampires by Nigel Quartermane is licensed under a
Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported License.
Creado a partir de la obra en https://victorianvampires.foroes.org
Últimos temas
Je ne suis pas assez
2 participantes
Página 1 de 1.
Je ne suis pas assez
Tan pronto supe de su llegada no pude hacer más que salir como alma que lleva el diablo, huir.., correr tan lejos de la residencia como fuese posible, cruzar el continente era preciso.
Y es que no contaba con el valor de verlo.
Desde que soy capaz de recordar mi círculo de amigas ha sido propiamente reducido, por razones que nuestros padres se reservaban para sí mismos, no teníamos permitido la entrada de muchos visitantes en la mansión, a consideración de mis hermanos que contaba con pocos amigos, integrantes del círculo cercano a la realeza, y por consiguiente no tuve otra opción que coincidir con ellos…, no fuimos hechos para acercarnos a los demás, no nos diseñaron para confiar en otros. Y a sinceridad no me molestaba, no me importaba hasta que él apareció, por tretas de las estrellas quizás, aquella noche, cambiando aquel distintivo en mi vida, haciéndose de un lugar que jamás me planteé crear para alguien. Sin necesidad de guardar tantas apariencias, permitiendo ser libre y sentirme protegida mientras lo soy. Mi salvador…, de quien ahora huí por esta incierta vergüenza.
La última noche que le vi fue la noche del desastre, noche en que a mi inquietante cabeza se le ocurrió hacer tal escándalo contra otra especie por alguien que apenas llegó a mi vida, alguien cuyo pasado es borroso, por sospechas creadas entorno a conjeturas. Recuerdo llegar a su lado de regreso con la cabeza gacha. Recuerdo bajar las escaleras el día siguiente y no encontrarlo donde es ya habitual. Enviando rafagas de desconcierto y sensaciones de abandono…, exagerado según Karsten, catastrófico desde donde lo veo, razón por la que me dediqué a buscar hechos en lugar de sospechas, a ir de un lugar a otro de pruebas que justifiquen mi comportamiento y limpien la vergüenza que me atormenta.
Sin embargo, sin hechos en mis manos, con lo poco que sé, me encuentro indispuesta ante su presencia, reniego verle pues no soy capaz de develar sus pensamientos ni la capacidad para formular una disculpa. Así que corro tan pronto lo veo de pie en la entrada, reacciono como cualquier débil mortal y corro tan obvio…, tan débil, hacia donde no pueda encontrarme, donde sus pasos no entren…, me dirigí al cementerio no por amor a la ironía sino por mero instinto, presa de mis sentidos y el respeto que mantengo hacia él que me hace flanquear y evita que reúna el valor para dirigirle siquiera la mirada.
Enaylen Chavanell- Vampiro/Realeza
- Mensajes : 84
Fecha de inscripción : 20/04/2016
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Je ne suis pas assez
El pequeño Judikael siempre fue terriblemente sentimental. Desde que era un retoño se abrigaba de la intensidad de sus propias emociones, entregándose de vez en cuando al retazo de Morfeo para olvidar sus tribulaciones. El beso de la inmortalidad y el paso de los años lo fueron endureciendo, pero no lo aliviaban del ímpetu con el cual sus sentimientos lo acribillaban de vez en vez.
Aquella última noche en París —sangrienta, confusa, desesperada— fue su recuerdo de despedida antes de partir esa misma madrugada. Se sintió muy culpable por no haber actuado rápidamente, por haber permanecido inmóvil ante toda esa obra teatral armada. La verdad es que lo que dejó petrificado al vampiro fue lo sucedido en ese cuarto: no comprendía qué sucedía en la cabeza de Enaylen. ¿Cuál eran sus asuntos con aquella bestia? ¿Por qué se le ocurrió en ese instante tan delicado presentarse ante él? Y sobre todo, ¿por qué se esforzaba por ocultarle todo aquello? De regreso a la mansión no intento dirigirle la palabra. Se sentía herido y hasta traicionado por su propia Ignis. No obstante, Kyros retenía en él unas ganas irresistibles de ir a su alcoba y rogarle que confiara en él, que le revelara su inquietud y se entregara a sus brazos, encontrando allí su refugio. Pero sus sentimientos lo tenían encadenado y no existía forma de que sus emociones dejaran de atormentarlo.
A medianoche lo visitó un cuervo con una brillante aura verdosa destilando de sus alas: era un mensajero, un cambiaformas. Le entregó un billete de barco y una misión urgente: pacificar una guerra de sobrenaturales librada en tierras americanas, que gozaban recientemente de una independencia gloriosa. Iba a ser una viaje largo, y aunque una voz interior le imploraba poner al tanto a Enaylen, cruzó el pasillo sin siquiera mirar la puerta que daba a su dormitorio.
Había pasado un mes desde aquello. En su viaje de regreso el olor a mar le causaba náuseas y por las noches los recuerdos de su huida de Inglaterra se paseaban por sus ojos como fantasmas mendigos de atención. Sus emociones de aquella última noche en París ya quedaban en un fugaz recuerdo. Con maletas en mano, recibió una gran brisa parisina en el rostro y nadie que lo esperase en el puerto. Su trayecto hasta la mansión fue en un carruaje negro, cuyo cochero no paraba de hablar sobre las nupcias recién contraídas de algunos nobles.
¿Qué es lo que encontraría tras la entrada de su hogar?
A su Ignis. ¿Asustada? ¿De él? La vio correr hacia la puerta trasera y esfumarse entre los árboles. Dejó caer sus maletas en la puerta. Su seguimiento lo llevó hasta el Cementerio de Montmartre. Allí la encontró, dándole la espalda. Le estaba rompiendo el corazón. Figuradamente, ya que tenía uno no le funcionaba para nada. Lo tenía de adorno, para dar vestigios de que alguna vez no fue una criatura chupasangre, un artificio de su anatomía que —de volver a latir— le haría recuperar su humanidad perdida. No lo soportaba.
— ¿Por qué huy…?—su voz amenazaba con quebrarse. Respiro, cerró los ojos. Al volverlos a abrir su semblante recuperó la tranquilidad. Debía mostrarle a ella su calma, debía saber que no quería que lo ignorara, que estaba bien todo, que no importaba— Mírame, por favor—. Ella estaba a unas tres varas de Kyros. Pero la distancia física no era lo que más le preocupaba. Tan lejos y tan cerca a la vez; ella se había perdido en alguna tierra lejana donde una culpa sin argumentos la asediaba sin clemencia. Quiso acortarla, pero no quería que escapara. Dio un paso, dudando— Enaylen…
Aquella última noche en París —sangrienta, confusa, desesperada— fue su recuerdo de despedida antes de partir esa misma madrugada. Se sintió muy culpable por no haber actuado rápidamente, por haber permanecido inmóvil ante toda esa obra teatral armada. La verdad es que lo que dejó petrificado al vampiro fue lo sucedido en ese cuarto: no comprendía qué sucedía en la cabeza de Enaylen. ¿Cuál eran sus asuntos con aquella bestia? ¿Por qué se le ocurrió en ese instante tan delicado presentarse ante él? Y sobre todo, ¿por qué se esforzaba por ocultarle todo aquello? De regreso a la mansión no intento dirigirle la palabra. Se sentía herido y hasta traicionado por su propia Ignis. No obstante, Kyros retenía en él unas ganas irresistibles de ir a su alcoba y rogarle que confiara en él, que le revelara su inquietud y se entregara a sus brazos, encontrando allí su refugio. Pero sus sentimientos lo tenían encadenado y no existía forma de que sus emociones dejaran de atormentarlo.
A medianoche lo visitó un cuervo con una brillante aura verdosa destilando de sus alas: era un mensajero, un cambiaformas. Le entregó un billete de barco y una misión urgente: pacificar una guerra de sobrenaturales librada en tierras americanas, que gozaban recientemente de una independencia gloriosa. Iba a ser una viaje largo, y aunque una voz interior le imploraba poner al tanto a Enaylen, cruzó el pasillo sin siquiera mirar la puerta que daba a su dormitorio.
Había pasado un mes desde aquello. En su viaje de regreso el olor a mar le causaba náuseas y por las noches los recuerdos de su huida de Inglaterra se paseaban por sus ojos como fantasmas mendigos de atención. Sus emociones de aquella última noche en París ya quedaban en un fugaz recuerdo. Con maletas en mano, recibió una gran brisa parisina en el rostro y nadie que lo esperase en el puerto. Su trayecto hasta la mansión fue en un carruaje negro, cuyo cochero no paraba de hablar sobre las nupcias recién contraídas de algunos nobles.
¿Qué es lo que encontraría tras la entrada de su hogar?
A su Ignis. ¿Asustada? ¿De él? La vio correr hacia la puerta trasera y esfumarse entre los árboles. Dejó caer sus maletas en la puerta. Su seguimiento lo llevó hasta el Cementerio de Montmartre. Allí la encontró, dándole la espalda. Le estaba rompiendo el corazón. Figuradamente, ya que tenía uno no le funcionaba para nada. Lo tenía de adorno, para dar vestigios de que alguna vez no fue una criatura chupasangre, un artificio de su anatomía que —de volver a latir— le haría recuperar su humanidad perdida. No lo soportaba.
— ¿Por qué huy…?—su voz amenazaba con quebrarse. Respiro, cerró los ojos. Al volverlos a abrir su semblante recuperó la tranquilidad. Debía mostrarle a ella su calma, debía saber que no quería que lo ignorara, que estaba bien todo, que no importaba— Mírame, por favor—. Ella estaba a unas tres varas de Kyros. Pero la distancia física no era lo que más le preocupaba. Tan lejos y tan cerca a la vez; ella se había perdido en alguna tierra lejana donde una culpa sin argumentos la asediaba sin clemencia. Quiso acortarla, pero no quería que escapara. Dio un paso, dudando— Enaylen…
Kyros Kierkegaard- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 96
Fecha de inscripción : 25/05/2016
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Je ne suis pas assez
He experimentado un sinnúmero de emociones desconocidas durante su ausencia, teniéndolo ahí a corta distancia, no, en cuanto sentí su presencia tan cerca de la residencia aquellas emociones que sin consideración a anunciarse me embargaron, se hicieron presente junto con él; me obligaban a dudar sobre la prerrogativa que me di el lujo de asumir en los últimos años y no podía sentirme más avergonzada. He de admitir que tal sensación como la vergüenza es tan nueva como sus compañeras, que me impulsa a lidiar principalmente con ella, que ocupa mis pensamientos y presenta ante mis ojos otra realidad que nunca vi posible. Exponiendo al hombre que durante décadas vi como mi salvador en alguna extraña especie de desconocido.
Es hilarante como cien años no bastan para conocer siquiera al más cercano de todos. Mi nombre en sus labios suena extraño y lejano. Con certeza sé que algo ha cambiado, pues los sentimientos que en algún entonces pude haber sentido se acongojan ante su presencia.
–Resulta desmesurada la presión que he sentido desde su partida, la vergüenza...el dejo de abandono es incluso burlesco en dichas circunstancias.
Digo cuidando cada una de mis palabras, la libertad que alguna vez sentí de ser y al hablar en su presencia decae con el paso de los segundos; murió en el transcurso de su ausencia mas es imperante que manifieste mis hallazgos y demuestre que todo este tiempo he tenido razón. Desconozco cuando sea privilegiada con otra oportunidad y sé, que a pesar del dejo que siento y las irrazonables sensaciones que me invaden, honesta es lo último que puedo ser ante él.
—Ignoro los motivos que le guiaron abandonarme...abandonar el país y concedo que no soy quien en su vida para reclamar explicación alguna. Sin embargo, me veo en la posición de reanudar la última conversación que sostuvimos y hacerle saber ciertos sucesos que prefiero tenga conocimiento de mi parte...
—puntualizo no siendo capaz de verle de frente. Erguida, sin embargo, tratando de ocultar el titubeo que me fallaba; avergonzada por cuestiones inherentes que ciertamente me situaban en una posición que jamás creí posible.
Un tanto infantil quizás, irrazonable tal vez pero algo sin duda alguna se quebró y no me sentía capaz de ignorarlo. Ha de ser de quien provenía y los lazos que sentía que había desarrollado por mi propia cuenta sin percatarme de que a los ojos de Il mio Chaleur no significaba lo mismo.
—No puedo... —reniega, luego de una pausa, ante su petición incapaz de verle a los ojos.
Admito que algo se ha rasgado y no le contemplo de la misma forma que lo hice tiempo atrás, admito el abismo que se abre paso entre los escasos pasos que nos separan. Admito rotundamente que por primera vez desde aquella noche carmesí no he sentido tanto miedo de perder a quien durante décadas he estimado como lo hago esta noche. Admito el dolor que me flaquea sin discreción mientras sostengo la postura y esfuerzo en ocultar el monzón que arraiga en mi. Le he echado de menos, más es una verdad irrefutable que mis labios se niegan a proclamar aun mis ojos, bajo la penumbra, gritan a voces silenciosas a la espera de que lo note.
Es hilarante como cien años no bastan para conocer siquiera al más cercano de todos. Mi nombre en sus labios suena extraño y lejano. Con certeza sé que algo ha cambiado, pues los sentimientos que en algún entonces pude haber sentido se acongojan ante su presencia.
–Resulta desmesurada la presión que he sentido desde su partida, la vergüenza...el dejo de abandono es incluso burlesco en dichas circunstancias.
Digo cuidando cada una de mis palabras, la libertad que alguna vez sentí de ser y al hablar en su presencia decae con el paso de los segundos; murió en el transcurso de su ausencia mas es imperante que manifieste mis hallazgos y demuestre que todo este tiempo he tenido razón. Desconozco cuando sea privilegiada con otra oportunidad y sé, que a pesar del dejo que siento y las irrazonables sensaciones que me invaden, honesta es lo último que puedo ser ante él.
—Ignoro los motivos que le guiaron abandonarme...abandonar el país y concedo que no soy quien en su vida para reclamar explicación alguna. Sin embargo, me veo en la posición de reanudar la última conversación que sostuvimos y hacerle saber ciertos sucesos que prefiero tenga conocimiento de mi parte...
—puntualizo no siendo capaz de verle de frente. Erguida, sin embargo, tratando de ocultar el titubeo que me fallaba; avergonzada por cuestiones inherentes que ciertamente me situaban en una posición que jamás creí posible.
Un tanto infantil quizás, irrazonable tal vez pero algo sin duda alguna se quebró y no me sentía capaz de ignorarlo. Ha de ser de quien provenía y los lazos que sentía que había desarrollado por mi propia cuenta sin percatarme de que a los ojos de Il mio Chaleur no significaba lo mismo.
—No puedo... —reniega, luego de una pausa, ante su petición incapaz de verle a los ojos.
Admito que algo se ha rasgado y no le contemplo de la misma forma que lo hice tiempo atrás, admito el abismo que se abre paso entre los escasos pasos que nos separan. Admito rotundamente que por primera vez desde aquella noche carmesí no he sentido tanto miedo de perder a quien durante décadas he estimado como lo hago esta noche. Admito el dolor que me flaquea sin discreción mientras sostengo la postura y esfuerzo en ocultar el monzón que arraiga en mi. Le he echado de menos, más es una verdad irrefutable que mis labios se niegan a proclamar aun mis ojos, bajo la penumbra, gritan a voces silenciosas a la espera de que lo note.
Enaylen Chavanell- Vampiro/Realeza
- Mensajes : 84
Fecha de inscripción : 20/04/2016
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Je ne suis pas assez
Aquella necrópolis, con sus epitafios apenas legibles y coherentes, provocaba cierto mermar en el semblante del vampiro. Coincidía en lugar y tiempo nunca previstos, más bien, se imaginaba poder disfrutar una cena decente por primera vez en semanas, ya que las míseras gotas de líquido vital que el maestre de navegación le ofrecía gustoso no eran suficientes, obviamente, para siquiera desaparecer la aspereza de su garganta. Nada de ello ahora podía tener cabida en sus pensamientos. Era por el motivo, la causa primera que lo había llevado a esta situación y al lugar donde menos deseaba festejar su llegada. Lejos de sentirse traicionado o incluso abandonado, sentía que crecía en él un fastidio incomprensible por aquellas circunstancias. Debía terminar con esa tensión porque tarde o temprano lo iban a enfermar. Tanto misterio, tanta desconfianza.
El tono de su voz y el mismo mensaje que trasmitían los labios de Ignis hicieron aparecer extrañeza en sus ojos. Cada palabra que soltaba, como si estuviera totalmente convencida de que no tenía el trono de oro en su vida. Cómo si no se sintiera parte de la historia del herido Judikael. Kyros se sentía muy responsable de la presente apariencia de Enaylen: avergonzada, impaciente y dolida por los secretos que cargaba con ella. Inseguridad. ¡Eso era! Pero, ¿acaso no lo conocía bien? ¿Por qué tanto titubeo? Es como si amordazaran a su verdadera Ignis, reteniéndola. Ella no le negaría sus secretos.
—Y mi persona soslaya la contemplación de que su secreto sea tan terrible como para optar por tal postura tan defensiva—. Dio unos pasos más, ya estaba cerca. Alzó su mano derecha para colocarla sobre el hombro de ella—. Sean cuales fueran tus motivos para ocultarme aquello que ahora deseas compartir, no te juzgaré—, su voz era firme; él estaba seguro de lo que debía hacer: darle la seguridad que siempre tuvo a su lado. Kyros mantenía la mirada enterrada en la tierra bajo su calzado, incluso descendía a tal punto que lograba descansar junto a los restos mortales que plagaban el lugar. El silencio era tan sofocante, la atmósfera de incertidumbre lo ahogaba y necesitaba el consuelo que alguna vez le dio la vampiresa: esperanza de pertenecer a algo.
Incluso abandonado por aquella luz durante ese mes, Kyros deseaba poder no volver quedarse a oscuras otra vez. Era como su amuleto dorado, tal como sus cabellos. Lo que alguna vez fue una mujer desvalida e indefensa en un lugar y tiempo equivocados. Ella le daba un sentido a su vida que el propio Kyros no lograba reconocer, pero allí se encontraba, reposando en cada sonrisa, mirada e incluso silencio que Enaylen le daba.
Aunque no pudiera sentir calor alguno, Kyros dibujaba círculos con su pulgar en el hombro de la vampiresa, y podía apostar que una ligera tibieza se extendía por aquella tersa piel. No era suficiente. Sin vacilación alguna, deslizó su mano para llegar a entrelazar sus dedos con los de ella—. Está bien, está bien—repitió calmado—, puedes decírmelo, mi Ignis…
El tono de su voz y el mismo mensaje que trasmitían los labios de Ignis hicieron aparecer extrañeza en sus ojos. Cada palabra que soltaba, como si estuviera totalmente convencida de que no tenía el trono de oro en su vida. Cómo si no se sintiera parte de la historia del herido Judikael. Kyros se sentía muy responsable de la presente apariencia de Enaylen: avergonzada, impaciente y dolida por los secretos que cargaba con ella. Inseguridad. ¡Eso era! Pero, ¿acaso no lo conocía bien? ¿Por qué tanto titubeo? Es como si amordazaran a su verdadera Ignis, reteniéndola. Ella no le negaría sus secretos.
—Y mi persona soslaya la contemplación de que su secreto sea tan terrible como para optar por tal postura tan defensiva—. Dio unos pasos más, ya estaba cerca. Alzó su mano derecha para colocarla sobre el hombro de ella—. Sean cuales fueran tus motivos para ocultarme aquello que ahora deseas compartir, no te juzgaré—, su voz era firme; él estaba seguro de lo que debía hacer: darle la seguridad que siempre tuvo a su lado. Kyros mantenía la mirada enterrada en la tierra bajo su calzado, incluso descendía a tal punto que lograba descansar junto a los restos mortales que plagaban el lugar. El silencio era tan sofocante, la atmósfera de incertidumbre lo ahogaba y necesitaba el consuelo que alguna vez le dio la vampiresa: esperanza de pertenecer a algo.
Incluso abandonado por aquella luz durante ese mes, Kyros deseaba poder no volver quedarse a oscuras otra vez. Era como su amuleto dorado, tal como sus cabellos. Lo que alguna vez fue una mujer desvalida e indefensa en un lugar y tiempo equivocados. Ella le daba un sentido a su vida que el propio Kyros no lograba reconocer, pero allí se encontraba, reposando en cada sonrisa, mirada e incluso silencio que Enaylen le daba.
Aunque no pudiera sentir calor alguno, Kyros dibujaba círculos con su pulgar en el hombro de la vampiresa, y podía apostar que una ligera tibieza se extendía por aquella tersa piel. No era suficiente. Sin vacilación alguna, deslizó su mano para llegar a entrelazar sus dedos con los de ella—. Está bien, está bien—repitió calmado—, puedes decírmelo, mi Ignis…
Kyros Kierkegaard- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 96
Fecha de inscripción : 25/05/2016
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Je ne suis pas assez
Hubo un tiempo en el que tan solo pensar en su persona traía tranquilidad, ahuyentaban las pesadillas que descaradamente la perseguían sin importar el paso de los años. Hubo un tiempo en el que tan solo escuchar su nombre imponía seguridad, sanaba cualesquiera que fueran sus preocupaciones…, así como existió un tiempo que se mezcla turbio en sus memorias, que juega con sus emociones y no le permite distinguir la realidad.
La partida de quien le dio la bienvenida a este nuevo mundo —y sin saberlo, un escape temporal del peor de los destinos— dio lugar a hechos que tras perseguirla nefastamente la encontraron dejándola más vulnerable de lo que alguna fue, plantando dudas, preguntas que nunca antes, incluso en medio de la búsqueda que ha guiado sus pasos, asomaron a plena luz.
Culpa arremetió en su contra al encontrar los ojos de quien ha atesorado desde —sin importar el desliz de sus recuerdos— mantiene latente en su memoria. Siente culpa al leer la expresión en su rostro, al sentirse tan distante cuando el momento ameritaba lo contrario. Así que, en medio de tanta incertidumbre, en busca de apaciguar el yugo que de ser mortal a estas alturas la hubiese llevado a la tumba por segunda vez, decidió cerrar los ojos ante el tacto de Kyros, de su único salvador y pronunció en un susurro lo suficiente audible para que ambos escuchasen y tan íntimo para ser un secreto: —He visto uno de los cazadores que atacaron nuestra residencia la noche que huí hacia ti...
Cedió ante el tacto y la mirada del vampiro al dejar escapar las palabras de sus labios, se permitió bajar la guardia, que nunca fue necesaria ante su presencia, y sin importar el correr de sus dudas decidió que no importaban los personajes que amenacen en su contra, en Kyros siempre encontraría no un refugio sino soporte.
Efusiva como acostumbrada suele ser, deja caer su cuerpo en los brazos del inmortal e inhala el aroma que lo rodea en busca de familiaridad, anhelaba sentir la estabilidad que solo él era capaz de brindarle.
—He visto…en los recuerdos del lobo, que con insistencia buscaba, recuerdos que no reconocí haber perdido, Il mio Chaleur —agregó a su confesión ocultando el rostro en el cuello de Kyros, decidida a obtener paz en sus brazos y transmitirle que siempre sería suya sin importar las réplicas que arremetan en su contra.
—He reencontrado la noche que le conocí en la mirada de otro inmortal. Su aura denotaba la misma desolación que sentí al ser abandonada a mi suerte en Italia. He regresado a las dos noches más aterradoras de toda mi existencia de la mano de la misma persona y solo pude anhelar la paz que me brindas como la vil egoísta que soy.
Por primera vez en semanas se siente aliviada, siente que ha dejado ir un peso innecesario infundado por la incertidumbre y el terror que encontrar a semejante bestia sembró en ella. Recordaba sus ojos inyectados de ira y odio a la perfección, la sensación de asfixia…, recordaba imperante tanto la Fuente Di Trevi como los cuerpos masacrados de su familia y se encerró tanto en aquellos recuerdos que tuvo el atrevimiento de olvidar los sentimientos de Kyros, la situación en la que debe encontrarse luego de un viaje tan repentino impulsandola a aferrarse a su cuerpo como alguna vez lo hizo, como, sin reconocer exactamente la fuente de sus deseos, quería él también lo hiciese.
Enaylen Chavanell- Vampiro/Realeza
- Mensajes : 84
Fecha de inscripción : 20/04/2016
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Je ne suis pas assez
Envolvió a su Ignis en ese manto de protección que caía especialmente para ella. La lavanda impregnada en su piel y traje se combinan con la fragancia floral de la vampiresa, tal como magnolias en primavera. Pudo contener, además y aún, el aroma de inseguridad en sus fosas nasales, destilando de sus cabellos, demostrándolo en su mirar, encarcelando memorias inadmisibles para aquellos dos seres.
La acogió como siempre le permitió hacerlo y se alegró en tenerla de vuelta. Fue enterrando sus largos y finos dedos en esas hebras doradas. Su debilidad encubierta tras esa actitud impasible era ella. Más específicamente, sus sentimientos, preocupaciones o deseos. Aquella cavidad cerca de su hombro sólo tenía sentido en su existencia si Enaylen encajaba perfectamente en ella Sus palabras parecían perderse en la brisa invernal, sólo era consciente del tacto delicado en el cuál Kyros había quedado felizmente atrapado. Feliz porque había acabado ese velo saturado de secretos. Deseaba que conociera la odisea de su viaje, deseaba poder confesarle cuanto le había hecho falta. Sobre todo, deseaba poder seguir envolviéndola e infundirle valentía.
«…en la mirada de otro inmortal».
Una palabra profería un eco en su mente, se alzaba en él invadiendo la tranquilidad recientemente lograda. Tensó la mandíbula inconscientemente y sus labios se sellaron. ¿Otro inmortal? ¿Hay alguien más? Se desprendió lentamente de ella y trató de encontrar su mirada de nuevo, no pudiendo ocultar una clase de miedo indefinible en aquellos orbes esmeraldas. Delatado completamente, con una culpabilidad mortal creciendo en sus entrañas, tuvo que obligarse a desviar la vista a un lugar alejado, uno insignificante entre dos tumbas y un par de margaritas marchitas. Si hubiera escrito una carta, mandado un mensaje con un cambiante o manifestado brevemente ante ella con ayuda de un hechicero. Si hubiera tocado la puerta de su habitación esa noche…
¿Otro…? Incluso cuando la idea le parecía increíblemente aterradora y dolorosa, dejó que el viento se la llevara. Debía pensar en su Ignis, encerrada en sus brazos olvidaría los sentimientos encontrados durante su ausencia. Pero la preocupación se abrió paso violentamente y Kyros abrió los ojos al darse cuenta de la realidad. Enaylen había sido torturada nuevamente con esos nefastos recuerdos. Movió los labios sin emitir sonido. Dentro de él, sus sentimientos estaban descontrolándose. Miedo por Enaylen y lo que haya sucedido, culpabilidad por haberlo permitido, preocupación por no poder solucionarlo en un chasquear de dedos. Furioso por aquel otro inmortal. Tantos sentimientos lo harían perder el control, pero…
—Ya no debes temer, mi Ignis—. Debía poder controlarse por ella. Mantendría sus cabales. Y nunca volvería a dejarla de esa forma. Repentinamente, la jaló suavemente hacia su pecho, sujetando suavemente aquella cabellera dorada que brillaba. Sin poder resistirse y arrepitiendose de haberse encaminado en ese viaje, plantó un beso cálido en la frente de su Ignis. Aguardó un momento, recuperando la compostura para poder hablar. Y sus palabras regresaron, asaltándolo de nuevo—. ¿Cuáles…? —, comenzó el vampiro, tratando de no perder la calma— ¿Cuáles son aquellos recuerdos, Enaylen?—su voz salió dura y pudo notarse la molestia. Recordando algo más, añadió— ¿Un lobo? —, la incredulidad era notoria. ¿Acaso no había un lobo esa noche de la fiesta de disfraces? Kyros alzó una ceja, esperando respuesta.
La acogió como siempre le permitió hacerlo y se alegró en tenerla de vuelta. Fue enterrando sus largos y finos dedos en esas hebras doradas. Su debilidad encubierta tras esa actitud impasible era ella. Más específicamente, sus sentimientos, preocupaciones o deseos. Aquella cavidad cerca de su hombro sólo tenía sentido en su existencia si Enaylen encajaba perfectamente en ella Sus palabras parecían perderse en la brisa invernal, sólo era consciente del tacto delicado en el cuál Kyros había quedado felizmente atrapado. Feliz porque había acabado ese velo saturado de secretos. Deseaba que conociera la odisea de su viaje, deseaba poder confesarle cuanto le había hecho falta. Sobre todo, deseaba poder seguir envolviéndola e infundirle valentía.
«…en la mirada de otro inmortal».
Una palabra profería un eco en su mente, se alzaba en él invadiendo la tranquilidad recientemente lograda. Tensó la mandíbula inconscientemente y sus labios se sellaron. ¿Otro inmortal? ¿Hay alguien más? Se desprendió lentamente de ella y trató de encontrar su mirada de nuevo, no pudiendo ocultar una clase de miedo indefinible en aquellos orbes esmeraldas. Delatado completamente, con una culpabilidad mortal creciendo en sus entrañas, tuvo que obligarse a desviar la vista a un lugar alejado, uno insignificante entre dos tumbas y un par de margaritas marchitas. Si hubiera escrito una carta, mandado un mensaje con un cambiante o manifestado brevemente ante ella con ayuda de un hechicero. Si hubiera tocado la puerta de su habitación esa noche…
¿Otro…? Incluso cuando la idea le parecía increíblemente aterradora y dolorosa, dejó que el viento se la llevara. Debía pensar en su Ignis, encerrada en sus brazos olvidaría los sentimientos encontrados durante su ausencia. Pero la preocupación se abrió paso violentamente y Kyros abrió los ojos al darse cuenta de la realidad. Enaylen había sido torturada nuevamente con esos nefastos recuerdos. Movió los labios sin emitir sonido. Dentro de él, sus sentimientos estaban descontrolándose. Miedo por Enaylen y lo que haya sucedido, culpabilidad por haberlo permitido, preocupación por no poder solucionarlo en un chasquear de dedos. Furioso por aquel otro inmortal. Tantos sentimientos lo harían perder el control, pero…
—Ya no debes temer, mi Ignis—. Debía poder controlarse por ella. Mantendría sus cabales. Y nunca volvería a dejarla de esa forma. Repentinamente, la jaló suavemente hacia su pecho, sujetando suavemente aquella cabellera dorada que brillaba. Sin poder resistirse y arrepitiendose de haberse encaminado en ese viaje, plantó un beso cálido en la frente de su Ignis. Aguardó un momento, recuperando la compostura para poder hablar. Y sus palabras regresaron, asaltándolo de nuevo—. ¿Cuáles…? —, comenzó el vampiro, tratando de no perder la calma— ¿Cuáles son aquellos recuerdos, Enaylen?—su voz salió dura y pudo notarse la molestia. Recordando algo más, añadió— ¿Un lobo? —, la incredulidad era notoria. ¿Acaso no había un lobo esa noche de la fiesta de disfraces? Kyros alzó una ceja, esperando respuesta.
Kyros Kierkegaard- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 96
Fecha de inscripción : 25/05/2016
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Je ne suis pas assez
La mente de Enaylen ha sido víctima de visiones aterradoras, visiones capaces de ser el boleto de entrada al manicomio de cualquier otro, ella tuvo suerte, sin embargo, de pequeña tenía a Karsten quien a pesar de ser el menor de los dos por fracciones de segundos tomaba la responsabilidad de acariciar su cabello y contarle historias fantásticas cuando las pesadillas eran tan feroces como para quitarle el sueño por días. Al crecer, tan solo a centímetros de la muerte Kyros apareció frente a ella como un ángel en medio de la oscuridad, tendiendo su mano, convirtiéndose en tantas cosas que ahora resultan imposible de explicar; verle a los ojos, sentir su aliento acariciar su piel la reconfortaban. Sabe a seguridad que existió un tiempo en el que sentirlo cerca o siquiera imaginar su cálida sonrisa complementaba su mundo, un tiempo al que se aferraba ahora que el baño de sangre y las pesadillas han regresado a reclamar su atención.
¿Cómo explicar la sucesión de acontecimientos que resultaban aún confusos para ella? ¿Cómo contarle los recuerdos encontrados en el licántropo, los cazadores que a pesar de ser la prueba factible de lo débil que resultaba ser la lógica, no deberían seguir con vida o la mirada del inmortal cuya simple mirada estremecía todo su ser? Bien podía explicar las memorias suprimidas que por años ha evadido, un secreto que tan solo comparte con él. Hacerlo...debe más necesita sentir su tacto, no estaba lista pues al momento de contarle lo sucedido sería cuando las pesadillas cobraran vida, sería el momento justo en el que acortara el camino y le diera la cara al pasado, ese que la atormenta y el que hasta entonces había perdido y regresaba con vagas piezas esperando a ser unido en un único rompecabezas.
—He sido permitida en la mente de un lobo…, amigo de D’Lizoni —hace referencia a Cameron sin saber cómo aludir hacia el licántropo que sin su consentimiento se ha hecho dueño de sus pensamientos—. Lo he visto más joven e indefenso, en sus ojos he encontrado una versión de mí misma que no estoy certera de recordar; he visto como mis pasos se alejaban a toda velocidad en una Francia foránea…Eres la única persona a quien siento puedo preguntarle esto sin parecer una lunática… ¿no sientes perdido un tiempo de tu existencia, uno importante…, especial? —sus pensamientos viajaban a una celeridad incalculable, asustada del par de ojos que casaban sus pesadillas y por primera vez, por fin, adoptaba forma levantándose erguidos en el amo y señor de sus más profundos temores.
Esto no era ella, no era la mortal mucho menos el demonio que era en esta nueva existencia ¿quién era él que incluso se autoproclamaba por sobre la paz que la mirada de Kyros, su salvador infundía en ella—. ¿Qué propósito te condujo aquella noche al lugar y hora en el que debí morir? ¿Qué es lo que te ha motivado a mantenerme a tu lado todos estos años?
Cierra los ojos a brevedad imitando el acto que solía acatar cuando aún poseía un corazón latente, como actuaba cuando las lecciones de magia la frustraban. Tomó una sutil bocanada de aire mas por instinto que por necesidad en busca de la mujer firme que se ha recordado debe ser.
—Los cazadores que masacraron mi familia hace ya muchas lunas me han encontrado, han removido ideas sobre una maldición que creí olvidada a pesar de tus peticiones, recuerdos de los cuales no tenía conocimiento alguno de haber perdido y personajes que se sienten tan escalofriantemente familiar que…, eres el único del cual aún me permito la debilidad de depender sin objeción, incluso más que mi hermano con quien he compartido vientre y esta existencia que cada vez se torna más miserable de lo que jamás pensé…
Retoma la cercanía que deliberadamente había interrumpido impidiendo que las palabras sigan brotando de sus labios, acumulándolas agobiada por la culpa…, observa la preocupación detrás de la calma y recuerda que ha pasado tiempo considerable desde que estuvo cerca de su único salvador, de él que se ha encargado de apaciguar sus pesadillas sin recibir nada a cambio; siente culpa y remordimiento.
—Ha de disculparme…—agacha la mirada lo suficiente para reconocer lo apenada que se encuentra—, ha sido un largo viaje y aquí estoy lanzando los encabezados del Diario sin consideración alguna.
Kyros ha sido por mucho la única criatura con la que se abstiene de usar sus poderes, no solo pro respeto, sino que no ha sido imperativo tal método…, empero, absorta de su propia consciencia quizás, sus habilidades irrumpen sin su permiso y siente de inmediato la aflicción en su acompañante.
—Ruego me perdones por tan abrupta bienvenida…,
Bien las palabras son sinceras, sus acciones no responden de la misma forma. No es capaz de enfrentar su mirar en cuanto el discurso se desliza de sus labios, no consigue mostrarse neutra ante él, quien ha aprendido a leerla a diestra y siniestra—. Es que…, eres el único en el que aun confío, Il mio Chaleur…
¿Cómo explicar la sucesión de acontecimientos que resultaban aún confusos para ella? ¿Cómo contarle los recuerdos encontrados en el licántropo, los cazadores que a pesar de ser la prueba factible de lo débil que resultaba ser la lógica, no deberían seguir con vida o la mirada del inmortal cuya simple mirada estremecía todo su ser? Bien podía explicar las memorias suprimidas que por años ha evadido, un secreto que tan solo comparte con él. Hacerlo...debe más necesita sentir su tacto, no estaba lista pues al momento de contarle lo sucedido sería cuando las pesadillas cobraran vida, sería el momento justo en el que acortara el camino y le diera la cara al pasado, ese que la atormenta y el que hasta entonces había perdido y regresaba con vagas piezas esperando a ser unido en un único rompecabezas.
—He sido permitida en la mente de un lobo…, amigo de D’Lizoni —hace referencia a Cameron sin saber cómo aludir hacia el licántropo que sin su consentimiento se ha hecho dueño de sus pensamientos—. Lo he visto más joven e indefenso, en sus ojos he encontrado una versión de mí misma que no estoy certera de recordar; he visto como mis pasos se alejaban a toda velocidad en una Francia foránea…Eres la única persona a quien siento puedo preguntarle esto sin parecer una lunática… ¿no sientes perdido un tiempo de tu existencia, uno importante…, especial? —sus pensamientos viajaban a una celeridad incalculable, asustada del par de ojos que casaban sus pesadillas y por primera vez, por fin, adoptaba forma levantándose erguidos en el amo y señor de sus más profundos temores.
Esto no era ella, no era la mortal mucho menos el demonio que era en esta nueva existencia ¿quién era él que incluso se autoproclamaba por sobre la paz que la mirada de Kyros, su salvador infundía en ella—. ¿Qué propósito te condujo aquella noche al lugar y hora en el que debí morir? ¿Qué es lo que te ha motivado a mantenerme a tu lado todos estos años?
Cierra los ojos a brevedad imitando el acto que solía acatar cuando aún poseía un corazón latente, como actuaba cuando las lecciones de magia la frustraban. Tomó una sutil bocanada de aire mas por instinto que por necesidad en busca de la mujer firme que se ha recordado debe ser.
—Los cazadores que masacraron mi familia hace ya muchas lunas me han encontrado, han removido ideas sobre una maldición que creí olvidada a pesar de tus peticiones, recuerdos de los cuales no tenía conocimiento alguno de haber perdido y personajes que se sienten tan escalofriantemente familiar que…, eres el único del cual aún me permito la debilidad de depender sin objeción, incluso más que mi hermano con quien he compartido vientre y esta existencia que cada vez se torna más miserable de lo que jamás pensé…
Retoma la cercanía que deliberadamente había interrumpido impidiendo que las palabras sigan brotando de sus labios, acumulándolas agobiada por la culpa…, observa la preocupación detrás de la calma y recuerda que ha pasado tiempo considerable desde que estuvo cerca de su único salvador, de él que se ha encargado de apaciguar sus pesadillas sin recibir nada a cambio; siente culpa y remordimiento.
—Ha de disculparme…—agacha la mirada lo suficiente para reconocer lo apenada que se encuentra—, ha sido un largo viaje y aquí estoy lanzando los encabezados del Diario sin consideración alguna.
Kyros ha sido por mucho la única criatura con la que se abstiene de usar sus poderes, no solo pro respeto, sino que no ha sido imperativo tal método…, empero, absorta de su propia consciencia quizás, sus habilidades irrumpen sin su permiso y siente de inmediato la aflicción en su acompañante.
—Ruego me perdones por tan abrupta bienvenida…,
Bien las palabras son sinceras, sus acciones no responden de la misma forma. No es capaz de enfrentar su mirar en cuanto el discurso se desliza de sus labios, no consigue mostrarse neutra ante él, quien ha aprendido a leerla a diestra y siniestra—. Es que…, eres el único en el que aun confío, Il mio Chaleur…
Enaylen Chavanell- Vampiro/Realeza
- Mensajes : 84
Fecha de inscripción : 20/04/2016
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Je ne suis pas assez
¿D’ Lizoni? Era insólito, ya que había escuchado aquel apellido. Desvió la mirada, atropellándose en su fuga con tumbas y flores marchitas y nombres polvorientos y fechas, que no hacían más que confundirlo más en su búsqueda, naufragando entre recuerdos. Pero Enaylen no le dio tregua ni para ordenar sus pensamientos, con cada palabra que salía de sus labios, mayor era el arrepentimiento por haberse ausentado ese bendito mes. Sus pesadillas volvían y esta vez no había estado presente para espantarlas. La única persona preciada a su tutela y no fue capaz de protegerla de aquellos miedos que juró esfumar. Un tonto, un inútil, un insensato, un...
—¿Recuerdos...perdidos? —sus ojos se encontraron con los de ella desconcertados. Totalmente inconsciente, se llevó una mano delicadamente hacia su cabeza, tal como jaqueca irritante palpitándole sin piedad a la altura de la sien, como si realmente sintiera que algún recuerdo se había dado en fuga. Pero nada llegó a él; miró a la vampiresa apenado para luego bajar la mirada y ladear suavemente la cabeza en negación. No obstante, la sensación de un vacío inexplicable surgió en él y una ansiedad le recorrió el cuerpo. ¿Cómo era posible? Era como si, al mencionar su carencia mnésica, lo haya transportado al candado que la resguardaba y ahora luchaba por encontrar la llave correcta.
En ese momento no estaba presente el experimentado Kyros, aquel inmortal cuya paz era inquebrantable. En su lugar, un Judikael confundido y temeroso le devolvía la mirada a su Ignis, cuya belleza no se marchitaba ni un día. ¿Por qué le traía todas esas interrogantes ahora? Más importante aún: ¿Por qué no podía encaminar sus palabras a una respuesta lógica?
—L-lo correcto era socorrerte—balbuceó al fin—No podía abandonarte en Italia en tal estado, era menester que supieras cómo sobrellevar aquella nueva...vida—pronunció la última palabra con cierta incertidumbre, con el acento inglés tan característico, como un eufemismo, porque difícilmente se podría llamar de tal forma. Abrió la boca para seguir justificando de alguna forma el haberla mantenido todos esos años como su mano derecha, cómplice y dueña de su eterna lealtad—aunque verdad era que unos años luego del incidente le era imposible despegarse de la vampiresa—, pero ella se le adelantó.
¿Maldición? ¿Cazadores? ¿Recuerdos? El vampiro tuvo la sensación de vértigo, un huracán feroz de incertidumbre lo arrancaba de toda serenidad. Era una hazaña fatigosa bloquear las sensaciones que le traía todo el monólogo de Enaylen y darle claridad a sus pensamientos. Necesitaba un plan. Encontrar a esos desgraciados, multiplicar la seguridad de la mansión, nuevas alianzas...Su vista iba de tumba en tumba trazando bocetos, ya ni escuchaba a su Ignis. En un intento desesperado por recuperar su calma, aterrizó aquellos orbes esmeraldas y tensos sobre la mirada azulina de la vampiresa.
—Enaylen...—susurró con fuerzas dsfallecidas al instante en el que ella se fundía en sus brazos nuevamente. El impacto fue como la explosión de un cañon en el campo de batalla. Una luz cegadora se apoderó de su visión y el cementerio desapareció al instante. Sumergido en el calor de la vampiresa, emergió una imagen nítida: una cortina blanca ondulaba y la luz de un hermoso plenilunio irrumpía en una habitación. Aquel haz de luz iluminaba una cabellera dorada regada por completo en una espalda desnuda. Sábanas entrelezadas, ocultando lo que aquellos cabellos dorados no podían. Una risa, tan dulce como inconfundible. Ignis. Y su nombre en sus labios.
Inhaló fuertemente, como si realmente necesitara del oxígeno alrededor de ellos. De haber tenido un corazón latente, hubiera fracturado una costilla de tanto palpitar contra la prisión esquelética que lo encarcelaba. La memoria fue sorpresivamente fugaz como para recordarla, como un destello cegador, veloz y confuso. Puede que al mismo instante de recuperar aquel recuerdo lo haya perdido. Su agitación se apaciguó al percartarse que seguía en el cementerio y abrazado de su Dama Escarlata, como prefería referirse a aquellas que compartían su condición. En sus pensamientos prevaleció toda aquella situación caótica y enfermiza. Las disculpas de madame Chavanell fue lo único que hizo regocijar su ser y amordazar a cualquier lunátuco demonio que asomaba sin temor. Y recordar sus prioridades.
—Juro que nunca consentiré que aquella confianza se extinga—con dificultad le dedicó una sonrisa, que sin evitar lo débil y amenazado que se sentía, surgió triste y llena de cicatrices —No has de disculparte, Enaylen—murmuró suavemente, sujetando sus manos, recobrando seguridad—Si alguien debe rogar perdón, ese debe ser mi propia descuidada y negligente existencia—su voz, aunque no perdía la suave pero profunda tonalidad, se oía apenada y adolorida—Contemplo apropiado tratar este tema nuevamente en la mansión, Ignis. Es peligroso.
Su ceño se frunció levemente al sentir el pequeño aguijón en su sien: un pequeño dolor que pronto se convertiría en un gran problema. Titubeó un segundo, hasta que decidió preguntar:
—¿Qué clase de memorias son aquellas de las que me preguntaste? ¿Acaso recuerdas algún suceso común del que yo no tenga posible conocimiento
—¿Recuerdos...perdidos? —sus ojos se encontraron con los de ella desconcertados. Totalmente inconsciente, se llevó una mano delicadamente hacia su cabeza, tal como jaqueca irritante palpitándole sin piedad a la altura de la sien, como si realmente sintiera que algún recuerdo se había dado en fuga. Pero nada llegó a él; miró a la vampiresa apenado para luego bajar la mirada y ladear suavemente la cabeza en negación. No obstante, la sensación de un vacío inexplicable surgió en él y una ansiedad le recorrió el cuerpo. ¿Cómo era posible? Era como si, al mencionar su carencia mnésica, lo haya transportado al candado que la resguardaba y ahora luchaba por encontrar la llave correcta.
En ese momento no estaba presente el experimentado Kyros, aquel inmortal cuya paz era inquebrantable. En su lugar, un Judikael confundido y temeroso le devolvía la mirada a su Ignis, cuya belleza no se marchitaba ni un día. ¿Por qué le traía todas esas interrogantes ahora? Más importante aún: ¿Por qué no podía encaminar sus palabras a una respuesta lógica?
—L-lo correcto era socorrerte—balbuceó al fin—No podía abandonarte en Italia en tal estado, era menester que supieras cómo sobrellevar aquella nueva...vida—pronunció la última palabra con cierta incertidumbre, con el acento inglés tan característico, como un eufemismo, porque difícilmente se podría llamar de tal forma. Abrió la boca para seguir justificando de alguna forma el haberla mantenido todos esos años como su mano derecha, cómplice y dueña de su eterna lealtad—aunque verdad era que unos años luego del incidente le era imposible despegarse de la vampiresa—, pero ella se le adelantó.
¿Maldición? ¿Cazadores? ¿Recuerdos? El vampiro tuvo la sensación de vértigo, un huracán feroz de incertidumbre lo arrancaba de toda serenidad. Era una hazaña fatigosa bloquear las sensaciones que le traía todo el monólogo de Enaylen y darle claridad a sus pensamientos. Necesitaba un plan. Encontrar a esos desgraciados, multiplicar la seguridad de la mansión, nuevas alianzas...Su vista iba de tumba en tumba trazando bocetos, ya ni escuchaba a su Ignis. En un intento desesperado por recuperar su calma, aterrizó aquellos orbes esmeraldas y tensos sobre la mirada azulina de la vampiresa.
—Enaylen...—susurró con fuerzas dsfallecidas al instante en el que ella se fundía en sus brazos nuevamente. El impacto fue como la explosión de un cañon en el campo de batalla. Una luz cegadora se apoderó de su visión y el cementerio desapareció al instante. Sumergido en el calor de la vampiresa, emergió una imagen nítida: una cortina blanca ondulaba y la luz de un hermoso plenilunio irrumpía en una habitación. Aquel haz de luz iluminaba una cabellera dorada regada por completo en una espalda desnuda. Sábanas entrelezadas, ocultando lo que aquellos cabellos dorados no podían. Una risa, tan dulce como inconfundible. Ignis. Y su nombre en sus labios.
Inhaló fuertemente, como si realmente necesitara del oxígeno alrededor de ellos. De haber tenido un corazón latente, hubiera fracturado una costilla de tanto palpitar contra la prisión esquelética que lo encarcelaba. La memoria fue sorpresivamente fugaz como para recordarla, como un destello cegador, veloz y confuso. Puede que al mismo instante de recuperar aquel recuerdo lo haya perdido. Su agitación se apaciguó al percartarse que seguía en el cementerio y abrazado de su Dama Escarlata, como prefería referirse a aquellas que compartían su condición. En sus pensamientos prevaleció toda aquella situación caótica y enfermiza. Las disculpas de madame Chavanell fue lo único que hizo regocijar su ser y amordazar a cualquier lunátuco demonio que asomaba sin temor. Y recordar sus prioridades.
—Juro que nunca consentiré que aquella confianza se extinga—con dificultad le dedicó una sonrisa, que sin evitar lo débil y amenazado que se sentía, surgió triste y llena de cicatrices —No has de disculparte, Enaylen—murmuró suavemente, sujetando sus manos, recobrando seguridad—Si alguien debe rogar perdón, ese debe ser mi propia descuidada y negligente existencia—su voz, aunque no perdía la suave pero profunda tonalidad, se oía apenada y adolorida—Contemplo apropiado tratar este tema nuevamente en la mansión, Ignis. Es peligroso.
Su ceño se frunció levemente al sentir el pequeño aguijón en su sien: un pequeño dolor que pronto se convertiría en un gran problema. Titubeó un segundo, hasta que decidió preguntar:
—¿Qué clase de memorias son aquellas de las que me preguntaste? ¿Acaso recuerdas algún suceso común del que yo no tenga posible conocimiento
Kyros Kierkegaard- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 96
Fecha de inscripción : 25/05/2016
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Je ne suis pas assez
Un mes lejos de él fue más que suficiente para dislocar la realidad a la que escogió moldearse. Sin hacer preguntas, sin traer en relieve noches dolorosas. Desde que los caminos de ambos colisionaron en uno de solo, Enaylen supo que no se dirigían en la misma dirección. Incluso durante el tiempo en que Kyros cedió a sus caprichos de buscar en cada punto cardinal los responsables de la emboscada a su antigua residencia. No vio reproche en sus ojos cuando la búsqueda se tornó cacería y cruzó la línea que hasta los de su estirpe se detienen a pensar antes de poner un pie al otro lado.
Le observó tan atónito y fuera de lugar, tan lejos de sí mismo ¿y por qué no? Le fue imposible sentirse agobiada. Era Kyros de quien hablábamos, no importaba cuantas mujeres desfilaran en su vida, al tratarse sobre su bienestar los estatus se esfumaban, difuminando la extraña barrera que sentía entre ambos, llevando a un segundo plano el hombre que de a lapsos creía no conocer y dejando en su lugar al que salvó su vida y acogió. Al Kyros, que, a pesar de la distorsión en sus recuerdos, sabe siempre tendrá un lugar especial en su vida. Así que rompió la delicada línea que bordeaba el respeto al espacio personal, uno al que no siempre le guardaban devoción, y le abrazó poco sabiendo si lo hacía por él o era otra manifestación de la egoísta pequeña Chavanell que ansiaba sentirlo cerca. Tan asaz como para sentirse en el sustituto de hogar que se tomó el atrevimiento de idealizar a su lado.
Asintió a su petición, no muy segura de explicarse con propiedad y proyectar las palabras con más claridad. Un mes fue idóneo para cambiar el rumbo de su camino, no solo acarreando destinos diferentes, pero superando la senda como nunca lo estuvo antes. Fue entonces, emprendiendo el camino de regreso a la seguridad de la residencia, si es que estar seguros era siquiera opción, que supo era su turno de marcharse. Karsten había hecho lo mismo, después de todo. Abandonó su lado junto a la brisa nocturna con la promesa de regresar con las respuestas adecuadas. Cameron, por igual regresó a la patria que tanto amaban y compartía y Malachai..., el yugo de sentimientos aún desconocidos ejerció presión al visualizarlo. Comprendió el repetitivo discurso de Karsten sobre cómo no crear lazos que la ataran. Supo lo difícil que se le haría partir si se detenía a pensar en Kyros y el licántropo. Sostuvo la respuesta hasta llegar a la calidez de la morada. Vaya que siempre ha echado de menos la reconfortante sensación de tibiez al regresar del exterior, casi tanto como extraña de cuando en vez la vida que pudo tener. De esas nostalgias fugaces que la hacen incluso estar de acuerdo con la vida que su madre concibió para ella.
Le escucho llamar su nombre. Era este el momento de hacerle saber la verdad a media que conocía. Sin embargo, decidió hacer esta vez con calma. Sentía la adrenalina que trajo consigo la llegada de Kyros, menoscabar notablemente. Respiró. Entraron a los aposentos del vampiro cuya aura la tranquilizaba. Le ayudó a deshacerse del abrigo negro de cashmere que aún traía puesto. Estaba preocupada. Intentó aminorar la tensión que les rodeaba, no obstante, las preguntas levitaban allí, tan cerca como para asfixiar a cualquier mortal.
—Estaba en la plaza. Recién arribábamos en Paris —rompió silencio. Le ayudó a deshacerse de la corbata. Siempre creyó que se veía gallardo con ella, hoy sentía que le cortaba la respiración incluso a ella—. Por alguna razón recorría el alrededor por mi cuenta; estaba molesta —recordaba con precisión el disgusto que saboreó a través de las memorias de Malachai—, y vi a este chico...Malachai —se concentró en el nudo de la prende, en busca de esquivar la mirada de Kyros que desvelaban incluso las mentiras que planeaba decir antes de ser expuestas, tanto que pasó por desapercibido la sonrisa nostálgica que brotó de sus labios al decir el nombre del lobo—. Más joven e impulsivo, pero, no fue aquello lo que me intranquilizó, sino el haberlo olvidado por completo. Quise seguir viendo, encontrar lo que al parecer he perdido en sus recuerdos..., fue entonces cuando apareció Hyun —escalofríos cuya existencia era cuestionable para la bestia que era, le recorrieron la espina desde el cuello hasta la punta de los pies con la mera mención del demonio de ojos color sangre. Claro que indagó a profundidad sobre él. Necesitaba saber tanto como pudiera.
Soltó la corbata dándose por vencida con el sencillo nudo, descansando las manos sobre los hombros del hombre que por siglos ha visto con admiración y el insólito amasijo de sentimientos si nombre ni apellido que experimentaba ante él. Sin embargo, el recuerdo del tacto que probó de la mano del aún desconocido Hyun resultaba tan impetuoso..., vivido que sin aviso alguno las secuelas le transportaban a la cruda noche en que murió.
—Por razones que aún desconozco creo con fervor que tiene partida en la tragedia que tuvo lugar en Italia y los recuerdos que por razón alguna he perdido. Te ruego, por todo el tiempo que nuestros caminos han estado juntos y lo que sea que nos mantenga de tal forma, me digas si tienes información de algo que yo desconozca. O si por igual sientes que ha perdido algo; de ser así el inmortal no solo ha tenido diversión con mi memoria, pero la de ambos —sintió la voz fallarle y lo odio, la hacía lucir tan patética e indefensa, pensó—. Por la confianza que aseguras jamás se extinguirá, necesito saber si puedo contar contigo una vez más. Debes saber que lo hago por respeto y amor, me atrevo a decir —se apartó lo necesario para enfrentar la mirada de su salvador y confidente—. He alcanzado un punto en el que no temo salir a buscar al demonio por mi cuenta si es preciso. Porque fue eso lo que vi en sus ojos, Kyros. El mismo lucifer caminaba a su lado.
Era la primera vez que sintió el menester de pretender si más fuerte de lo que en realidad era. Fue la primera vez que creyó necesario levantar murallas a su alrededor en presencia del él, quien estando en aquel mundo de oscuridad fue y ha sido la excepción. El punto de partida entre lo que podía llamar aún hogar y el resto del mundo. Se sintió tan perdida que con suerte podría distinguir entre el firmamento y el infierno. Empero, en la misma medida necesitada de su calor. Del pilar que significaba en su existencia; egoísta al abrumarlo con tan extenuante bienvenida. La peor criatura sobre la faz de la tierra si era de ponerlo en pocas palabras.
Le observó tan atónito y fuera de lugar, tan lejos de sí mismo ¿y por qué no? Le fue imposible sentirse agobiada. Era Kyros de quien hablábamos, no importaba cuantas mujeres desfilaran en su vida, al tratarse sobre su bienestar los estatus se esfumaban, difuminando la extraña barrera que sentía entre ambos, llevando a un segundo plano el hombre que de a lapsos creía no conocer y dejando en su lugar al que salvó su vida y acogió. Al Kyros, que, a pesar de la distorsión en sus recuerdos, sabe siempre tendrá un lugar especial en su vida. Así que rompió la delicada línea que bordeaba el respeto al espacio personal, uno al que no siempre le guardaban devoción, y le abrazó poco sabiendo si lo hacía por él o era otra manifestación de la egoísta pequeña Chavanell que ansiaba sentirlo cerca. Tan asaz como para sentirse en el sustituto de hogar que se tomó el atrevimiento de idealizar a su lado.
Asintió a su petición, no muy segura de explicarse con propiedad y proyectar las palabras con más claridad. Un mes fue idóneo para cambiar el rumbo de su camino, no solo acarreando destinos diferentes, pero superando la senda como nunca lo estuvo antes. Fue entonces, emprendiendo el camino de regreso a la seguridad de la residencia, si es que estar seguros era siquiera opción, que supo era su turno de marcharse. Karsten había hecho lo mismo, después de todo. Abandonó su lado junto a la brisa nocturna con la promesa de regresar con las respuestas adecuadas. Cameron, por igual regresó a la patria que tanto amaban y compartía y Malachai..., el yugo de sentimientos aún desconocidos ejerció presión al visualizarlo. Comprendió el repetitivo discurso de Karsten sobre cómo no crear lazos que la ataran. Supo lo difícil que se le haría partir si se detenía a pensar en Kyros y el licántropo. Sostuvo la respuesta hasta llegar a la calidez de la morada. Vaya que siempre ha echado de menos la reconfortante sensación de tibiez al regresar del exterior, casi tanto como extraña de cuando en vez la vida que pudo tener. De esas nostalgias fugaces que la hacen incluso estar de acuerdo con la vida que su madre concibió para ella.
Le escucho llamar su nombre. Era este el momento de hacerle saber la verdad a media que conocía. Sin embargo, decidió hacer esta vez con calma. Sentía la adrenalina que trajo consigo la llegada de Kyros, menoscabar notablemente. Respiró. Entraron a los aposentos del vampiro cuya aura la tranquilizaba. Le ayudó a deshacerse del abrigo negro de cashmere que aún traía puesto. Estaba preocupada. Intentó aminorar la tensión que les rodeaba, no obstante, las preguntas levitaban allí, tan cerca como para asfixiar a cualquier mortal.
—Estaba en la plaza. Recién arribábamos en Paris —rompió silencio. Le ayudó a deshacerse de la corbata. Siempre creyó que se veía gallardo con ella, hoy sentía que le cortaba la respiración incluso a ella—. Por alguna razón recorría el alrededor por mi cuenta; estaba molesta —recordaba con precisión el disgusto que saboreó a través de las memorias de Malachai—, y vi a este chico...Malachai —se concentró en el nudo de la prende, en busca de esquivar la mirada de Kyros que desvelaban incluso las mentiras que planeaba decir antes de ser expuestas, tanto que pasó por desapercibido la sonrisa nostálgica que brotó de sus labios al decir el nombre del lobo—. Más joven e impulsivo, pero, no fue aquello lo que me intranquilizó, sino el haberlo olvidado por completo. Quise seguir viendo, encontrar lo que al parecer he perdido en sus recuerdos..., fue entonces cuando apareció Hyun —escalofríos cuya existencia era cuestionable para la bestia que era, le recorrieron la espina desde el cuello hasta la punta de los pies con la mera mención del demonio de ojos color sangre. Claro que indagó a profundidad sobre él. Necesitaba saber tanto como pudiera.
Soltó la corbata dándose por vencida con el sencillo nudo, descansando las manos sobre los hombros del hombre que por siglos ha visto con admiración y el insólito amasijo de sentimientos si nombre ni apellido que experimentaba ante él. Sin embargo, el recuerdo del tacto que probó de la mano del aún desconocido Hyun resultaba tan impetuoso..., vivido que sin aviso alguno las secuelas le transportaban a la cruda noche en que murió.
—Por razones que aún desconozco creo con fervor que tiene partida en la tragedia que tuvo lugar en Italia y los recuerdos que por razón alguna he perdido. Te ruego, por todo el tiempo que nuestros caminos han estado juntos y lo que sea que nos mantenga de tal forma, me digas si tienes información de algo que yo desconozca. O si por igual sientes que ha perdido algo; de ser así el inmortal no solo ha tenido diversión con mi memoria, pero la de ambos —sintió la voz fallarle y lo odio, la hacía lucir tan patética e indefensa, pensó—. Por la confianza que aseguras jamás se extinguirá, necesito saber si puedo contar contigo una vez más. Debes saber que lo hago por respeto y amor, me atrevo a decir —se apartó lo necesario para enfrentar la mirada de su salvador y confidente—. He alcanzado un punto en el que no temo salir a buscar al demonio por mi cuenta si es preciso. Porque fue eso lo que vi en sus ojos, Kyros. El mismo lucifer caminaba a su lado.
Era la primera vez que sintió el menester de pretender si más fuerte de lo que en realidad era. Fue la primera vez que creyó necesario levantar murallas a su alrededor en presencia del él, quien estando en aquel mundo de oscuridad fue y ha sido la excepción. El punto de partida entre lo que podía llamar aún hogar y el resto del mundo. Se sintió tan perdida que con suerte podría distinguir entre el firmamento y el infierno. Empero, en la misma medida necesitada de su calor. Del pilar que significaba en su existencia; egoísta al abrumarlo con tan extenuante bienvenida. La peor criatura sobre la faz de la tierra si era de ponerlo en pocas palabras.
Enaylen Chavanell- Vampiro/Realeza
- Mensajes : 84
Fecha de inscripción : 20/04/2016
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Je ne suis pas assez
A Kyros le fascinaba la albura de la piel de su Ignis; creaba en él la ilusión de ser un simple mortal ante su rostro celestial. Se inclinó y sus labios acariciaron la delicada frente de la vampiresa, ignorando la algidez de su tacto y como respuesta a su sumiso asentimiento. Tuvo que auxiliarse de su zurda y levantar ligeramente su barbilla, porque su metro noventa de magnificencia marchita lo alejaban veinte centímetros de la mirada garza de su protegida.
Nuevamente, un dolor punzante le atravesó la sien. Gruñó imperceptiblemente. Una luz cegadora volvió a parpadear en sus memorias. Dolía avistarla, así que el vampiro se apresuró a permanecer en el presente.
El regreso fue menos agitado—incluso en su condición de sobrenatural—, un millar de varas de persecución lo fatigan —más que físicamente, mentalmente—, mayor aún es su cansancio si recién arribaba de una interminable negociación que aparentaba no tener buen desenlace. Gracias a sus argumentos e innumerables alternativas propuestas, el nuevo Estado Americano había retrocedido del precipicio que significaba una cruenta guerra civil. Si Dios le fuera misericordioso, le daría fortalezas para enfrentar las próximas revelaciones de Enaylen; aunque bien sabía que si existía tal dios solo le escupiría ansioso el rostro. Tal y como lo hizo el infausto día de su conversión.
Su monumental morada se reflejaba en la claridad del Sena. Cientos de acres de fértiles campos se extendían antes de avistarse la fachada grisácea, melancólica y marmolada. El terreno ascendía gradualmente, guiado por un camino de grava muy fina, sin llegar a ser escandalosamente pronunciado. En la entrada principal, dos inmensos jardines idénticos y proporcionalmente repartidos a lo ancho del castillo escoltaban un pacífico estanque bordeado por mármol níveo. Una verja precedía al portón de quebracho de cinco varas de altura y tres de anchura. La residencia había sido antiguamente un castillo de bases sólidas y considerable dureza, no obstante, no lo suficiente como para que messie Kierkegaard se pudiera encerrar ante un hecatombe y resistiera la hazaña. Por ello reunió a un grupo de arquitectos con visión y conocimiento de las materias primas más inquebrantables y rígidas. Por supuesto, que transformaran el monumento francés a uno más acorde con su tierra natal. El resultado fue un maravilloso y acogedor Gatehouse, con innumerables salones y, por sobretodo, pasillos —subterráneos y superficiales— para conectar todo su hogar sin dificultad alguna. Existían tres pasajes: sur, este y oeste. El primero encaminaba al Vestíbulo del Caballero, que albergaba a los refugiados de raza humana—con poderes o no— y a cambiaformas; el segundo guiaba al Torreón del Alfil, que servía como asilo a los de su propia raza; y por último, el Salón del Inmortal, dividido en dos grandes espacios: habitaciones y amplios salones para diversas actividades. A lo largo y ancho había servidumbre entrenada para defenderse a sí misma y los principales personajes de la residencia: Kyros y los hermanos Chavanell. Aunque solo Enaylen era la única que se paseaba seguido por los pasillos de la residencia. Su hogar era una fortaleza que resguardaba a su Ignis de que nunca más le sucediera la tragedia acontecida en Italia.
El vampiro se encaminó a su alcoba al llegar. Sus maletas habían desaparecido del vestíbulo principal, así que su rumbo fue raudo y sin reparaciones. Tenía el hábito de evitar que los sirvientes se encargaran de su higiene personal y apariencia, solo requería sus servicios para la manutención de la residencia y otras labores más pesadas. Se percató de que la vampiresa caminaba con mayor lentitud y estaban ligeramente separados, así que acarició el silencio del ambiente con su nombre, llamándola suavemente. Kyros ingresó primero a la estancia y la descubrió tan serena como siempre. Un mínima ráfaga de aire mimaba las cortinas negras y espesas, incapaces de levantar su vuelo. Existía una única ventana en la habitación, que iba del piso al techo, de la que se podía acceder a un vasto balcón. Su habitación era como la de un mortal: un catre de sábanas de seda al centro, un escritorio con pergaminos y mapas ordenados en un rincón, , un guardarropa de roble frente al tálamo y un pequeño librero.
Procedió a deslizar su saturado abrigo por sus brazos, sorprendiéndose ligeramente al sentir la asistencia de su Ignis, la única a la que permitía cierto contacto imprevisto. Lo colgó en la perchera de ébano a su izquierda de un solo movimiento y procedió a desenredar la corbata torpemente, en silencio. Abruptamente, la vampiresa alzó sus dedos hasta el cuello del inmortal, mientras irrumpía el aire con palabras apresuradas.
Paulatinamente, su mirada se fue ensombreciendo. Posiblemente, porque la de Enaylen se negaba a alumbrarle el camino hacia ella. El primer nombre lo desconocía por completo y fue por ello que su desconfianza lo asaltó sin vacilación. Más el segundo, por mayor contradicción que exista, lo reconocía aunque le era imposible probar cómo. Su extrañeza por el nuevo episodio que su Ignis le relataba no fue más que su pena al detectar que le ocultaba algo más. Un siglo de existencia a su lado y le era imposible no reconocer a la perfección cualquiera sentimiento de su señora, dándole crédito a la espontaneidad y moralidad que ella misma le obsequiaba. No obstante, incluso antes de que la vampiresa se rindiera con su lazo endrino, reconoció que esa noche Enaylen trataba de engañarlo por primera vez. Una absoluta tristeza le invadió mientras el irritante dolor de cabeza volvía a atormentarle.
Ni mil demonios podrían obligarlo a pensar primero en él antes que su Ignis. A pesar del sufrimiento que le causaba su impulsividad e insensatez, Enaylen era una de sus razones para mantener su bestia adormilada. Incluso sabiendo que este era su castillo y sus paredes podían salvaguardarla mientras él no se encontraba en su hogar, ignoraba sus consejos y la protección absoluta que le había costado construir. Pese a ello, la vampiresa seguía dominando sus más cálidas emociones, y aunque furioso y profundamente herido, iba a complacer sus peticiones hasta la muerte.
Asintió indeciso—Me temo, mi Ignis, que hay un conjunto de recuerdos que se niegan a revelarse ante mí—susurró, ocultando la tristeza en su voz, adoptando una postura rígida. Removió suavemente el corbatín ya aflojado y lo estrelló contra el escritorio. Su furia emergió sin consentimiento— ¿Un mes fue suficiente para deslindarte de mis enseñanzas, Enaylen?—su tono era estricto. Su mirada viró hacia los jardines a través de la ventana. Inhalo como mero hábito, recordando que la respiración humana era lo único que actuaba como calmante en sus momentos más agitados. No era su culpa el estar constantemente amenazada por millares de peligros en el exterior—Lamento inmensamente no haberte acompañado esa noche, Ignis, pero debes comprender que no excusa para tus propias precauciones—, esta vez sus ojos volvieron a ella tranquilos, pero con una molestia palpable. Empezó a desabotonarse las mangas sin delicadeza alguna, recordando la
verdadera preocupación de su protegida—. Y en estos instantes, me es casi imposible asimilar por completo lo que afirmas. Confío en vos, eso es irrefutable. No obstante, ¿por qué aseguras que ese endemoniado sujeto nos ha arrebatado la memoria?¿Es que acaso vuestras memorias han regr...? —detuvo su prematuro interrogatorio. Ardía y palpitaba. Se le escapó un ronco alarido de dolor. Se sostuvo del escritorio para estabilizarse. Una voz demoníaca se paseó por su cabeza y soltó una frase que no fue capaz de traducir. El dolor se hizo más intenso y se sintió temeroso por la nueva sensación. Su cuerpo se estremeció y sus piernas le fallaron, perdiendo el equilibrio y tirando al suelo el perchero con su abrigo. Unos ojos escarlata se le cruzaron y soltó un verdadero grito de sufrimiento, como si estuviese siendo torturado cruelmente. Parpadeó una par de veces, tambaleándose y destrozando el candelabro encima del escritorio, escuchando su nombre en boca de su Ignis. Visualizó unas garras, un frasco, un destello carmesí. Un relámpago pareció azotar su cuerpo y su rostro se contrajo en una mueca de dolor.
Cayó al piso sin poder soportar más, inconsciente.
Nuevamente, un dolor punzante le atravesó la sien. Gruñó imperceptiblemente. Una luz cegadora volvió a parpadear en sus memorias. Dolía avistarla, así que el vampiro se apresuró a permanecer en el presente.
El regreso fue menos agitado—incluso en su condición de sobrenatural—, un millar de varas de persecución lo fatigan —más que físicamente, mentalmente—, mayor aún es su cansancio si recién arribaba de una interminable negociación que aparentaba no tener buen desenlace. Gracias a sus argumentos e innumerables alternativas propuestas, el nuevo Estado Americano había retrocedido del precipicio que significaba una cruenta guerra civil. Si Dios le fuera misericordioso, le daría fortalezas para enfrentar las próximas revelaciones de Enaylen; aunque bien sabía que si existía tal dios solo le escupiría ansioso el rostro. Tal y como lo hizo el infausto día de su conversión.
Su monumental morada se reflejaba en la claridad del Sena. Cientos de acres de fértiles campos se extendían antes de avistarse la fachada grisácea, melancólica y marmolada. El terreno ascendía gradualmente, guiado por un camino de grava muy fina, sin llegar a ser escandalosamente pronunciado. En la entrada principal, dos inmensos jardines idénticos y proporcionalmente repartidos a lo ancho del castillo escoltaban un pacífico estanque bordeado por mármol níveo. Una verja precedía al portón de quebracho de cinco varas de altura y tres de anchura. La residencia había sido antiguamente un castillo de bases sólidas y considerable dureza, no obstante, no lo suficiente como para que messie Kierkegaard se pudiera encerrar ante un hecatombe y resistiera la hazaña. Por ello reunió a un grupo de arquitectos con visión y conocimiento de las materias primas más inquebrantables y rígidas. Por supuesto, que transformaran el monumento francés a uno más acorde con su tierra natal. El resultado fue un maravilloso y acogedor Gatehouse, con innumerables salones y, por sobretodo, pasillos —subterráneos y superficiales— para conectar todo su hogar sin dificultad alguna. Existían tres pasajes: sur, este y oeste. El primero encaminaba al Vestíbulo del Caballero, que albergaba a los refugiados de raza humana—con poderes o no— y a cambiaformas; el segundo guiaba al Torreón del Alfil, que servía como asilo a los de su propia raza; y por último, el Salón del Inmortal, dividido en dos grandes espacios: habitaciones y amplios salones para diversas actividades. A lo largo y ancho había servidumbre entrenada para defenderse a sí misma y los principales personajes de la residencia: Kyros y los hermanos Chavanell. Aunque solo Enaylen era la única que se paseaba seguido por los pasillos de la residencia. Su hogar era una fortaleza que resguardaba a su Ignis de que nunca más le sucediera la tragedia acontecida en Italia.
El vampiro se encaminó a su alcoba al llegar. Sus maletas habían desaparecido del vestíbulo principal, así que su rumbo fue raudo y sin reparaciones. Tenía el hábito de evitar que los sirvientes se encargaran de su higiene personal y apariencia, solo requería sus servicios para la manutención de la residencia y otras labores más pesadas. Se percató de que la vampiresa caminaba con mayor lentitud y estaban ligeramente separados, así que acarició el silencio del ambiente con su nombre, llamándola suavemente. Kyros ingresó primero a la estancia y la descubrió tan serena como siempre. Un mínima ráfaga de aire mimaba las cortinas negras y espesas, incapaces de levantar su vuelo. Existía una única ventana en la habitación, que iba del piso al techo, de la que se podía acceder a un vasto balcón. Su habitación era como la de un mortal: un catre de sábanas de seda al centro, un escritorio con pergaminos y mapas ordenados en un rincón, , un guardarropa de roble frente al tálamo y un pequeño librero.
Procedió a deslizar su saturado abrigo por sus brazos, sorprendiéndose ligeramente al sentir la asistencia de su Ignis, la única a la que permitía cierto contacto imprevisto. Lo colgó en la perchera de ébano a su izquierda de un solo movimiento y procedió a desenredar la corbata torpemente, en silencio. Abruptamente, la vampiresa alzó sus dedos hasta el cuello del inmortal, mientras irrumpía el aire con palabras apresuradas.
Paulatinamente, su mirada se fue ensombreciendo. Posiblemente, porque la de Enaylen se negaba a alumbrarle el camino hacia ella. El primer nombre lo desconocía por completo y fue por ello que su desconfianza lo asaltó sin vacilación. Más el segundo, por mayor contradicción que exista, lo reconocía aunque le era imposible probar cómo. Su extrañeza por el nuevo episodio que su Ignis le relataba no fue más que su pena al detectar que le ocultaba algo más. Un siglo de existencia a su lado y le era imposible no reconocer a la perfección cualquiera sentimiento de su señora, dándole crédito a la espontaneidad y moralidad que ella misma le obsequiaba. No obstante, incluso antes de que la vampiresa se rindiera con su lazo endrino, reconoció que esa noche Enaylen trataba de engañarlo por primera vez. Una absoluta tristeza le invadió mientras el irritante dolor de cabeza volvía a atormentarle.
Ni mil demonios podrían obligarlo a pensar primero en él antes que su Ignis. A pesar del sufrimiento que le causaba su impulsividad e insensatez, Enaylen era una de sus razones para mantener su bestia adormilada. Incluso sabiendo que este era su castillo y sus paredes podían salvaguardarla mientras él no se encontraba en su hogar, ignoraba sus consejos y la protección absoluta que le había costado construir. Pese a ello, la vampiresa seguía dominando sus más cálidas emociones, y aunque furioso y profundamente herido, iba a complacer sus peticiones hasta la muerte.
Asintió indeciso—Me temo, mi Ignis, que hay un conjunto de recuerdos que se niegan a revelarse ante mí—susurró, ocultando la tristeza en su voz, adoptando una postura rígida. Removió suavemente el corbatín ya aflojado y lo estrelló contra el escritorio. Su furia emergió sin consentimiento— ¿Un mes fue suficiente para deslindarte de mis enseñanzas, Enaylen?—su tono era estricto. Su mirada viró hacia los jardines a través de la ventana. Inhalo como mero hábito, recordando que la respiración humana era lo único que actuaba como calmante en sus momentos más agitados. No era su culpa el estar constantemente amenazada por millares de peligros en el exterior—Lamento inmensamente no haberte acompañado esa noche, Ignis, pero debes comprender que no excusa para tus propias precauciones—, esta vez sus ojos volvieron a ella tranquilos, pero con una molestia palpable. Empezó a desabotonarse las mangas sin delicadeza alguna, recordando la
verdadera preocupación de su protegida—. Y en estos instantes, me es casi imposible asimilar por completo lo que afirmas. Confío en vos, eso es irrefutable. No obstante, ¿por qué aseguras que ese endemoniado sujeto nos ha arrebatado la memoria?¿Es que acaso vuestras memorias han regr...? —detuvo su prematuro interrogatorio. Ardía y palpitaba. Se le escapó un ronco alarido de dolor. Se sostuvo del escritorio para estabilizarse. Una voz demoníaca se paseó por su cabeza y soltó una frase que no fue capaz de traducir. El dolor se hizo más intenso y se sintió temeroso por la nueva sensación. Su cuerpo se estremeció y sus piernas le fallaron, perdiendo el equilibrio y tirando al suelo el perchero con su abrigo. Unos ojos escarlata se le cruzaron y soltó un verdadero grito de sufrimiento, como si estuviese siendo torturado cruelmente. Parpadeó una par de veces, tambaleándose y destrozando el candelabro encima del escritorio, escuchando su nombre en boca de su Ignis. Visualizó unas garras, un frasco, un destello carmesí. Un relámpago pareció azotar su cuerpo y su rostro se contrajo en una mueca de dolor.
Cayó al piso sin poder soportar más, inconsciente.
Kyros Kierkegaard- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 96
Fecha de inscripción : 25/05/2016
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Je ne suis pas assez
Durante el mes que fue privada de la presencia de Kyros, interrogantes encontraron camino a su alrededor. Preguntas que jamás creyó verse en la necesidad de poner sobre la mesa exigían atención por su parte y encontraban respuesta de terceros. Mas, la noche que su andar se encontró con Hyun, vio en los recuerdos de Malachai, aquellas cuestiones abandonaron la forma de simple curiosidad, pasando a ser aterradores asunciones que rogaba día y noche no fuesen ciertas.
Durante extensas noches intentó evocar el último momento en el que sintió tal angustia uniendolo al único patrón de hechos con el que ha tenido relación desde entonces: Kyros. Si ha de recurrir a la absoluta y devota verdad, siempre, o al menos ahora que tiene bases para no sonar como una completa desquiciada ante otros ojos que no fuesen los de su compañero, ha experimentado lagunas zigzagueantes que se trazan a voluntad propia en sus recuerdos. Si bien el amor que siente hacia el inmortal es lo único real que ha poseído desde aquella infructuosa noche, con dolor debe aceptar que existe un peso muerto que yace lleno de incertidumbre entre ambos, algo de suma importancia que les fue arrebatado a ambos.
Han existido momentos, claro está, en los que ha sido testigo de la ira que es capaz de apoderarse del inmortal, sin embargo, jamás creyó verla dirigida hacia ella. Nunca le cruzó por la cabeza verle perder siquiera un gramo de la compostura que le ha conocido desde la luna de sangre que le regalo a un caballero como los que su dama de compañía jamás mencionó en las viejas historias de justas y damiselas en apuros; donde incluso mientras la sangre que lo cubría no era hábil para manchar su impecable elegancia. Tan pronto le escuchó llamarle por su nombre de nacimiento en tal entonación confirmó la brecha que temía hubiese surgido entre ambos. Y vaya que amaría mantener los labios sellados, agachar la cabeza y comprenderlo, empero, le era imposible con tantos acontecimientos sucediendo todos a la vez. Aun fuese de él quien se trataba, sentir fragmentar el orgullo incluso en migajas no era asunto que fuese avezada en ignorar.
—Algo habrás olvidado — dijo firme. Hombros erguidos, ojos llenos de ira y dolor. Manos cerradas en puños, clavando las uñas con furia en las palmas. Enaylen se acarreaba más flaquezas que virtudes, juzgadas desde su propio punto de vista. Más presentadas para la época. Le era inevitable mirar en dirección contraria, ignorar lo que consideraba fuera de lugar. Iba tras lo que deseaba tal cual como actuaba. Siempre ha sido Kyros, sin embargo, la barrera contra la que nunca se ha lanzado, el límite que de ninguna manera cruzaría pues de todos los hombres en el mundo ya fuese inmortal o no, él había ganado no solo su respeto y simpatía, sino que en mayor magnitud su amor, uno que no ha sido capaz de definir mas aún así le lleva a moderar el tono de las palabras hacia su persona y mirarle con inconfundible admiración. Esa noche en particular sentía que guardaba ya demasiado en su interior. Ansiaba acabar con sus pesadillas por cuenta propia, aunque significase distanciarse del único ser junto al que ha sentido como un hogar —. No busco excusarme por ninguna de mis acciones. Y lamento escoger interpretar lo que dice tu mirada y no las palabras que declaran tus labios.
Maldijó abordarlo con semejante premura. Antes de notarlo se encontraba alzando la voz, refutando entre el discurso que él manifestaba. Arrollada por una mezcla de sensaciones y ninguna de ellas buena.
—¿Cómo? — inquirió como si la simple mención fuese insultante—. Puedo sentirlo, maldición. He visto los recuerdos del licántropo y contemplado al demonio con mis propios ojos. Que esté segura de ello ¿no te basta? Tan pronto vos y Karsten desaparecieron las cosas comenzaron a desmoronarse más que antes y él apareció… — atreverse a pronunciar su nombre era una aberración misma—, mi palabra debería ser suficiente para ti — la mera mención de su nombre le depositó un dejo de amargura en la boca—. El pánico que su mirada pro... —tan pronto las palabras de su salvador se acortaron, lo hicieron las suyas. El desdén desmesurado se tornó en pánico, lanzandola de rodillas junto al hombre que se ha atrevido a atesorar.
—¿Il mio Chaleur? —pero él yacía inconsciente—. ¿Kyros…? —insistió, experimentando el arrebatamiento de segundos atrás convertirse en preocupación; miedo ante la posibilidad de verlo herido sin importar que la absurda lógica de su naturaleza dictara lo contrario. Intentando hacer uso del sentido común para calmarse, lo llevó hasta la enorme cama de cedro. Colocó con suavidad la cabeza del vampiro sobre sus piernas y, arrollada por una paciencia desconocida, acarició la cabellera castaña oscura en espera de que recobrase la consciencia. Atrapada en el acto repetitivo se conectó con los recuerdos de Kyros, esos que afloraban y le causaban dolor, cazados por los ojos rojo carmesí del asiático y palabras que alguna vez escuchó de primera mano "giokhae".
La figura de ambos hombres se pintaba borrosa ante ella. Palabras en un idioma forastero que por una y mil razones no deberían sonar familiar…, y
y el dolor, punzante, desgarrador… Como un intruso que se instala en lo más recóndito del subconsciente. Era entonces la primera vez que irrumpía en la mente del inmortal. Que violaba, sin importaras intenciones, el contrato no escrito que en su propia extensión de la intimidad, nació entre los dos.
Aguardó hasta que Kyros recuperarse el sentido. Esperó paciente ver la calidez de su mirada hasta que la mano del hombre se posó sobre la suya deteniendo el suave vaivén de los dedos en su cabellera.
—¿Cómo te sientes? —pregunta un tanto ausente. Media sonrisa rota en los labios y la mirada anclada a la del vampiro—.
Silencio.
—¿Giokhae? —recitó en un susurró apenas audible para oídos humanos. Absorta, quizás, del significado mismo y la historia que se oculta detrás.
Enaylen Chavanell- Vampiro/Realeza
- Mensajes : 84
Fecha de inscripción : 20/04/2016
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Je ne suis pas assez
Las melodías más exquisitas que Kyros había tenido el deleite de escuchar comprendía una modesta lista: el compás apresurado y ligero de los tacones sobre los mosaicos alabastrinos—la presencia de Lady Margaret era un antídoto ante su soledad—, el rumor de la brisa sobre los campos de lavanda, la primera vez que escuchó la risa veraniega de Isabel, el cantico melancólico de un ruiseñor a finales de agosto, la fiereza del agua en su caída por una cascada...La eufonía más sublime era su nombre pronunciado dulcemente por su Ignis.
Tardó un momento en desperezar sus pestañas largas y tupidas: parpadeó un par de veces antes de abrir los ojos. Había disfrutado de forma consciente las caricias de la vampiresa por un breve instante, pero el dolor palpitante que envolvía todo su cráneo no tardó en aparecer. Su mano se alzó delicada en dirección a su cabeza y encontró el tacto de Enaylen. La confusión y la misteriosa tortura a la que estaba siendo expuesto irritaban su cordura.
Instintivamente, su mirada se atascó en el lugar dónde había perdido la consciencia en su afán por recordar cómo había llegado al catre. El abrigo espeso se enredaba en el perchero—que se mantenía en el suelo—, un par de hojas sueltas y mapas pequeños se arrastraban suavemente por la caoba encerada. El ventanal del balcón estaba abierto y una melancólica brisa nocturna mecía las cortinas. Kyros logró observar la luna meguante, solitaria y raquítica, abandonada incluso por las estrellas, que parecían mantenerse alejadas lo más posible del astro lunar. El desorden de su recámara incluso tuvo cabida en ese momento, que a pesar de estar aturdido le causó enojo. El inmortal se encargaba de que la pulcredad y orden sea un sello que acompañara su apellido—que era relativamente reciente—, a parte de la opulencia y elegancia. Como bien proclamaba su tutora: "No hay como el orden para enseñar a ganar tiempo". Tiempo. Si solo aprendiera cómo retenerlo. Manipularlo.
Kyros mantuvo la mirada perdida por unos segundos. Retornó a Enaylen de forma pausada al percibir que sus labios se movían, más no comprendió lo que de ellos salía. La mano que detuvo las caricias de su Ignis se encontraba reposando por encima de su cabeza; sus dedos se habían entrelazado con los de la vampiresa en el lapso de formulación de su pregunta, en silencio y como un acto espontáneo. El castaño no conocía la respuesta, y su aletargada racionalidad le susurraba maliciosamente que no rebuscara en sus pensamientos. En sus recuerdos.
Giokhae.
Un resplandor escarlata flageló su memoria y el inmortal supo que debía perseguir su estela aunque su cordura se quebrara, aunque el dolor sea intenso y conserve una cicatriz imborrable por el resto de su existencia. Apretó fuertemente la mano de la vampiresa, suplicándole con la mirada que no lo soltara. Cerró los ojos con fiereza y la oscuridad tomó forma de una habitación empedrada. Una jaula. Un rostro diabólico emergió: una sonrisa de deleite y locura iluminaron de forma perturbadora el escenario. Una sensación de estática total en su cuerpo le invadió: una presión en sus muñecas y tobillos le indicaban que había sido inmovilizado. El palpitar en su sien había mutado de una tenue e intermitente punzada a un violento y acelerado golpeteo. La imagen comenzó a desvanecerse en cuanto Kyros se concentró en la molestia que atravesaba su cabeza de lado a lado. Un quejido sordo y resignado quedó atrapado en su garganta; mientras más se esforzaba en retener el recuerdo, mayor era el azote e intensidad de su recuperación. Se mordió la lengua y obstruyó el escape de un grito lacerante y desgarrador. A su memoria rota acudieron palabras transgresoras:
—Infeliz y desgraciado Kyros...—grave y divertida, la voz del diabólico ente estremeció hasta la propia noche. Su diálogo se perdió ante la impetuosidad y arranque de otra punzada calcinante que desgarró su cerebro e hizo temblar su cuerpo. El vampiro apretó la mandíbula con fiereza y no pudo evitar sentir cómo lágrimas se deslizaban pacientes ante el sobreesfuerzo y tortura a la que estaba siendo condenado—. Te aconsejo no verificar su efectividad...O si quieres inténtalo, no me molestaría que te tortures a ti mismo—su carcajada fue aún más perversa que la entonación que le dio a su última frase. Sostuvo en sus garras un diminuto contenedor con un líquido negruzco y espeso. Lo balanceó ante sus ojos.
Kyros, a pesar de la sensación paralizante que le recorría el cuerpo y el intenso, cruento y tormentoso dolor que aplastaba su cráneo, no comprendió su estado de indolencia, despreocupación y resignación ante la situación que su memoria se afanaba en retener. El vampiro parecía consciente de su tortura e incluso conforme con ella. Como si realmente le haya permitido a aquel demonio que disfrutara de ese último acto de lucidez.
Kyros podía sentir la desesperación de Enaylen, que aún se mantenia engarzada a sus largos dedos. El inmortal había hundido las uñas de su mano libre en el respaldar oneroso de su cama, simulando la exacta posición adoptada en su recuerdo: brazos encima de la cabeza y piernas estiradas y ligeramente separadas. Un último grito desgarró el ambiente, uno que no pudo contener antes de la frase que entonó, casi al unísono con la de su memoria extraviada:
—Hazlo de una vez, Hyun.
Tardó un momento en desperezar sus pestañas largas y tupidas: parpadeó un par de veces antes de abrir los ojos. Había disfrutado de forma consciente las caricias de la vampiresa por un breve instante, pero el dolor palpitante que envolvía todo su cráneo no tardó en aparecer. Su mano se alzó delicada en dirección a su cabeza y encontró el tacto de Enaylen. La confusión y la misteriosa tortura a la que estaba siendo expuesto irritaban su cordura.
Instintivamente, su mirada se atascó en el lugar dónde había perdido la consciencia en su afán por recordar cómo había llegado al catre. El abrigo espeso se enredaba en el perchero—que se mantenía en el suelo—, un par de hojas sueltas y mapas pequeños se arrastraban suavemente por la caoba encerada. El ventanal del balcón estaba abierto y una melancólica brisa nocturna mecía las cortinas. Kyros logró observar la luna meguante, solitaria y raquítica, abandonada incluso por las estrellas, que parecían mantenerse alejadas lo más posible del astro lunar. El desorden de su recámara incluso tuvo cabida en ese momento, que a pesar de estar aturdido le causó enojo. El inmortal se encargaba de que la pulcredad y orden sea un sello que acompañara su apellido—que era relativamente reciente—, a parte de la opulencia y elegancia. Como bien proclamaba su tutora: "No hay como el orden para enseñar a ganar tiempo". Tiempo. Si solo aprendiera cómo retenerlo. Manipularlo.
Kyros mantuvo la mirada perdida por unos segundos. Retornó a Enaylen de forma pausada al percibir que sus labios se movían, más no comprendió lo que de ellos salía. La mano que detuvo las caricias de su Ignis se encontraba reposando por encima de su cabeza; sus dedos se habían entrelazado con los de la vampiresa en el lapso de formulación de su pregunta, en silencio y como un acto espontáneo. El castaño no conocía la respuesta, y su aletargada racionalidad le susurraba maliciosamente que no rebuscara en sus pensamientos. En sus recuerdos.
Giokhae.
Un resplandor escarlata flageló su memoria y el inmortal supo que debía perseguir su estela aunque su cordura se quebrara, aunque el dolor sea intenso y conserve una cicatriz imborrable por el resto de su existencia. Apretó fuertemente la mano de la vampiresa, suplicándole con la mirada que no lo soltara. Cerró los ojos con fiereza y la oscuridad tomó forma de una habitación empedrada. Una jaula. Un rostro diabólico emergió: una sonrisa de deleite y locura iluminaron de forma perturbadora el escenario. Una sensación de estática total en su cuerpo le invadió: una presión en sus muñecas y tobillos le indicaban que había sido inmovilizado. El palpitar en su sien había mutado de una tenue e intermitente punzada a un violento y acelerado golpeteo. La imagen comenzó a desvanecerse en cuanto Kyros se concentró en la molestia que atravesaba su cabeza de lado a lado. Un quejido sordo y resignado quedó atrapado en su garganta; mientras más se esforzaba en retener el recuerdo, mayor era el azote e intensidad de su recuperación. Se mordió la lengua y obstruyó el escape de un grito lacerante y desgarrador. A su memoria rota acudieron palabras transgresoras:
—Infeliz y desgraciado Kyros...—grave y divertida, la voz del diabólico ente estremeció hasta la propia noche. Su diálogo se perdió ante la impetuosidad y arranque de otra punzada calcinante que desgarró su cerebro e hizo temblar su cuerpo. El vampiro apretó la mandíbula con fiereza y no pudo evitar sentir cómo lágrimas se deslizaban pacientes ante el sobreesfuerzo y tortura a la que estaba siendo condenado—. Te aconsejo no verificar su efectividad...O si quieres inténtalo, no me molestaría que te tortures a ti mismo—su carcajada fue aún más perversa que la entonación que le dio a su última frase. Sostuvo en sus garras un diminuto contenedor con un líquido negruzco y espeso. Lo balanceó ante sus ojos.
Kyros, a pesar de la sensación paralizante que le recorría el cuerpo y el intenso, cruento y tormentoso dolor que aplastaba su cráneo, no comprendió su estado de indolencia, despreocupación y resignación ante la situación que su memoria se afanaba en retener. El vampiro parecía consciente de su tortura e incluso conforme con ella. Como si realmente le haya permitido a aquel demonio que disfrutara de ese último acto de lucidez.
Kyros podía sentir la desesperación de Enaylen, que aún se mantenia engarzada a sus largos dedos. El inmortal había hundido las uñas de su mano libre en el respaldar oneroso de su cama, simulando la exacta posición adoptada en su recuerdo: brazos encima de la cabeza y piernas estiradas y ligeramente separadas. Un último grito desgarró el ambiente, uno que no pudo contener antes de la frase que entonó, casi al unísono con la de su memoria extraviada:
—Hazlo de una vez, Hyun.
Kyros Kierkegaard- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 96
Fecha de inscripción : 25/05/2016
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Página 1 de 1.
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.
Miér Sep 18, 2024 9:16 am por Afiliaciones
» REACTIVACIÓN DE PERSONAJES
Mar Jul 30, 2024 4:58 am por Frederick Truffaut
» AVISO #49: SITUACIÓN ACTUAL DE VICTORIAN VAMPIRES
Miér Jul 24, 2024 2:54 pm por Nigel Quartermane
» Ah, mi vieja amiga la autodestrucción [Búsqueda activa]
Jue Jul 18, 2024 4:42 am por León Salazar
» Vampirto ¿estás ahí? // Sokolović Rosenthal (priv)
Miér Jul 10, 2024 1:09 pm por Jagger B. De Boer
» l'enlèvement de perséphone ─ n.
Sáb Jul 06, 2024 11:12 pm por Vivianne Delacour
» orphée et eurydice ― j.
Jue Jul 04, 2024 10:55 pm por Vivianne Delacour
» Le Château des Rêves Noirs [Privado]
Jue Jul 04, 2024 10:42 pm por Willem Fokke
» labyrinth ─ chronologies.
Sáb Jun 22, 2024 10:04 pm por Vivianne Delacour