AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Ron {Gerrit}
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Ron {Gerrit}
Le había cogido el gusto a ir de bares, no por beber, ni mucho menos, como mucho tomaba una única copa por noche, ni tampoco por fumar, aun no había dado una sola calada a ningún puro o cigarro, no, lo que le gustaba era el ambiente, estar sola en medio de esa confusión la hacía sentir, por fin, centrada, como si fuera lo único cuerdo en un mundo de locos, su propio punto de inflexión.
No era que disfrutase de ver miseria, ni mucho menos, lo que le gustaba era que el humo del tabaco la rodeara sin llegar a tocarla, que el olor de este se le pegase al pelo, recordándole a su padre, fumador empedernido donde los hubiera. Ver a las mujerzuelas, que intentaban ganar unas monedas, seducir a los caballeros, el sabor del coñac en la garganta, quemándola, como si quemase también a su loba. Sentarse con sus pantalones en taburetes altos junto a la barra, en la esquina más alejada, y recorrer la estancia con la mirada azul, curiosa.
Llamaba la atención en esos lugares, lo sabía, parecía una cazadora, de esos que persiguen a lobos, brujos y vampiros, buscando presas, cuando, en realidad, pocos seres sobrenaturales, como ella, debían acudir a las tabernas. Sin embargo, después de un rato, al ver que poco o nada de caso hacía a los demás, el interés en su presencia disminuía. Algunos la habían confundido con una señorita de compañía, ella, los había ignorado de mala manera, a pesar de que iban subiendo las cantidades de dinero de forma sofocante, pero antes de que se exasperasen y siguieran intentándolo en vano, ella lanzaba una de esas miradas que hacía entender que la única compañía que buscaba esa noche era la del licor, y lograba la paz que iba buscando a esos lugares.
Incluso eso, a pesar de la ofensa que resultaría de normal a las señoritas de clase alta, como lo era ella, le recordaba que sus convicciones eran fuertes y que no necesitaba ser una dama fina para salir de los líos, lo prefería así, ese era su ambiente, una taberna maloliente con gente de clase obrera, lo era mucho más que una fiesta del té o un baile de gala. No, definitivamente ella no cuadraría en esos ambientes, la calle, las plazas, las fiestas de barrio le gustaban más que cualquier lugar al que tuviera que ir con un vestido cursi y pomposo.
Esa noche se dirigió a un bar algo más céntrico, en realidad, lo que tenía ganas de hacer era de entrar a uno de esos clubs de caballeros donde los carteles rezaban que podían entrar perros, pero no mujeres, Técnicamente, ella podría entrar, ya que, en el fondo, era un perro. Su broma macabra la hizo reír para sus adentros, y se sumergió, abriendo la puerta de un tintineo, en la taberna de esa noche.
Un lugar como los otros, tabaco, alcohol, trabajadores con sus boinas y damas buscando monedas en las braguetas de estos, la barra al fondo, donde se sentó en uno de esos taburetes altos, y un camarero que secaba vasos con un trapo, más bien húmedo, que poco secaba ya. Con un gesto de la cabeza preguntó que quería.
- Ron.- respondió ella con tranquilidad, dejando caer su trasero sobre el taburete.
La copa no tardó en llegar. Y con un gesto delicado, más de lo que su aspecto parecía traducir, dio un sorbo de su copa. El licor bajó por su garganta, ardiendo, mientras ella saboreaba el regusto amargo de la bebida. Su látigo, enredado en el cinturón de su pantalón, y la daga, a buen recaudo en sus botas de montar, la hacían sentir segura, esa prometía ser otra noche tranquila.
No era que disfrutase de ver miseria, ni mucho menos, lo que le gustaba era que el humo del tabaco la rodeara sin llegar a tocarla, que el olor de este se le pegase al pelo, recordándole a su padre, fumador empedernido donde los hubiera. Ver a las mujerzuelas, que intentaban ganar unas monedas, seducir a los caballeros, el sabor del coñac en la garganta, quemándola, como si quemase también a su loba. Sentarse con sus pantalones en taburetes altos junto a la barra, en la esquina más alejada, y recorrer la estancia con la mirada azul, curiosa.
Llamaba la atención en esos lugares, lo sabía, parecía una cazadora, de esos que persiguen a lobos, brujos y vampiros, buscando presas, cuando, en realidad, pocos seres sobrenaturales, como ella, debían acudir a las tabernas. Sin embargo, después de un rato, al ver que poco o nada de caso hacía a los demás, el interés en su presencia disminuía. Algunos la habían confundido con una señorita de compañía, ella, los había ignorado de mala manera, a pesar de que iban subiendo las cantidades de dinero de forma sofocante, pero antes de que se exasperasen y siguieran intentándolo en vano, ella lanzaba una de esas miradas que hacía entender que la única compañía que buscaba esa noche era la del licor, y lograba la paz que iba buscando a esos lugares.
Incluso eso, a pesar de la ofensa que resultaría de normal a las señoritas de clase alta, como lo era ella, le recordaba que sus convicciones eran fuertes y que no necesitaba ser una dama fina para salir de los líos, lo prefería así, ese era su ambiente, una taberna maloliente con gente de clase obrera, lo era mucho más que una fiesta del té o un baile de gala. No, definitivamente ella no cuadraría en esos ambientes, la calle, las plazas, las fiestas de barrio le gustaban más que cualquier lugar al que tuviera que ir con un vestido cursi y pomposo.
Esa noche se dirigió a un bar algo más céntrico, en realidad, lo que tenía ganas de hacer era de entrar a uno de esos clubs de caballeros donde los carteles rezaban que podían entrar perros, pero no mujeres, Técnicamente, ella podría entrar, ya que, en el fondo, era un perro. Su broma macabra la hizo reír para sus adentros, y se sumergió, abriendo la puerta de un tintineo, en la taberna de esa noche.
Un lugar como los otros, tabaco, alcohol, trabajadores con sus boinas y damas buscando monedas en las braguetas de estos, la barra al fondo, donde se sentó en uno de esos taburetes altos, y un camarero que secaba vasos con un trapo, más bien húmedo, que poco secaba ya. Con un gesto de la cabeza preguntó que quería.
- Ron.- respondió ella con tranquilidad, dejando caer su trasero sobre el taburete.
La copa no tardó en llegar. Y con un gesto delicado, más de lo que su aspecto parecía traducir, dio un sorbo de su copa. El licor bajó por su garganta, ardiendo, mientras ella saboreaba el regusto amargo de la bebida. Su látigo, enredado en el cinturón de su pantalón, y la daga, a buen recaudo en sus botas de montar, la hacían sentir segura, esa prometía ser otra noche tranquila.
Zafiro Mendez- Licántropo Clase Alta
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Re: Ron {Gerrit}
Los malos hábitos le acompañaban allá por donde fuera. Era como una condena pues, el no había elegido que un estúpido payaso se sentará justo en el taburete que se encontraba al lado suya. Era un hombre de nariz afilada, pequeño y débil, su aliento apestaba a whisky barato; daba asco. El tipo, se cogió del brazo de Gerrit Nephgerd como si fuera un viejo amigo de la escuela infantil y le contó, prácticamente toda su vida.
-¡UNA PUTA ZORRA, ESO ES LO QUE ES!- Gritaba el hombrecillo de aliento asqueroso a la vez que se apretaba más y más al brazo de Gerrit. - ¡PERO NO ME IMPORTA, QUE SE FOLLE AL VECINO SI QUIERE!- Hipó y luego pareció que estaba a punto de echarse a llorar. -¡TÚ ME ENTIENDES, HERMANO, ME ENTIENDES, ¿VERDAD QUE SÍ?-
La respuesta era tan obvia que Gerrit no creyó que fuera necesario decirle contestarle. Claro que no le entendía. No entendía por qué un gilipollas se había sentado a su lado a molestarle mientras se bebía el ron que, minutos antes, le pidió al camarero. Si no fuera porque estaban en un sitio público y había una gran cantidad de testigos mirándole, Gerrit estaría limpiando la sangre del hombrecillo de la nariz afilada de su navaja.
-¡ABRÁZAME HERMANO!- Gritó de nuevo el pequeño hombre.
Gerrit giró la cabeza para observar unos segundos al borracho. Era la primera vez que lo veía de frente en todo lo que llevaba de noche. Con esa cara tan fea y ese cuerpo tan pequeño, no veía mal que su mujer le hubiera sido infiel. Mucho había tardado. Aunque su cara no era lo peor. Todo su cuerpo parecía estar sacado de una de las caricaturas del periódico local. Era bajo, gordo, paticorto y con una nariz tan afilada que parecía una hurraca. Esa misma nariz que le pinchaba cada vez que el tipo de amarraba a su brazo.
El hombre le devolvió la vista a Gerrit. Sonrió con todas sus fuerzas y abrió tanto los brazos que parecía un pájaro a punto de alzar el vuelo. Si quería volar, iba a ver las estrellas. Antes de que se acercase demasiado, Gerrit cogió el vaso de ron a medio terminar que tenía en la barra y se lo estampó en la frente. Inmediatamente, el hombrecillo cayó de espaldas topándose con la mujer que estaba sentada en el taburete de detrás de él.
La gran cantidad de alcohol que el tipejo tenía en el cuerpo era la razón por la cual no se había desmayado por el golpe. Tenía una brecha en la cabeza con la que no dejaba de sangrar y cristales adheridos por toda la frente; pero nada de eso parecía importarle. El hombrecillo solo gritaba, con sus ojos color avellana bien abiertos, insultos por la supuesta traición de su supuesto amigo. Demasiadas cosas supuso. Ni le había traicionado ni era su amigo. A Gerrit no le importaba que el hombrecillo necesitase atención médica ni que le estuviera gritando las mismas palabrotas que, minutos antes, eran para el vecino que se folló a su mujer. Gracias tenía que dar que estuvieran en un lugar con muchos testigos pues, si hubiera sido por Gerrit, había hecho gala de sus malos hábitos desde hacía ya buen rato.
-Cállate, estás molestando.- Finalizó Gerrit volviendo su mirada hacia la barra.
-¡UNA PUTA ZORRA, ESO ES LO QUE ES!- Gritaba el hombrecillo de aliento asqueroso a la vez que se apretaba más y más al brazo de Gerrit. - ¡PERO NO ME IMPORTA, QUE SE FOLLE AL VECINO SI QUIERE!- Hipó y luego pareció que estaba a punto de echarse a llorar. -¡TÚ ME ENTIENDES, HERMANO, ME ENTIENDES, ¿VERDAD QUE SÍ?-
La respuesta era tan obvia que Gerrit no creyó que fuera necesario decirle contestarle. Claro que no le entendía. No entendía por qué un gilipollas se había sentado a su lado a molestarle mientras se bebía el ron que, minutos antes, le pidió al camarero. Si no fuera porque estaban en un sitio público y había una gran cantidad de testigos mirándole, Gerrit estaría limpiando la sangre del hombrecillo de la nariz afilada de su navaja.
-¡ABRÁZAME HERMANO!- Gritó de nuevo el pequeño hombre.
Gerrit giró la cabeza para observar unos segundos al borracho. Era la primera vez que lo veía de frente en todo lo que llevaba de noche. Con esa cara tan fea y ese cuerpo tan pequeño, no veía mal que su mujer le hubiera sido infiel. Mucho había tardado. Aunque su cara no era lo peor. Todo su cuerpo parecía estar sacado de una de las caricaturas del periódico local. Era bajo, gordo, paticorto y con una nariz tan afilada que parecía una hurraca. Esa misma nariz que le pinchaba cada vez que el tipo de amarraba a su brazo.
El hombre le devolvió la vista a Gerrit. Sonrió con todas sus fuerzas y abrió tanto los brazos que parecía un pájaro a punto de alzar el vuelo. Si quería volar, iba a ver las estrellas. Antes de que se acercase demasiado, Gerrit cogió el vaso de ron a medio terminar que tenía en la barra y se lo estampó en la frente. Inmediatamente, el hombrecillo cayó de espaldas topándose con la mujer que estaba sentada en el taburete de detrás de él.
La gran cantidad de alcohol que el tipejo tenía en el cuerpo era la razón por la cual no se había desmayado por el golpe. Tenía una brecha en la cabeza con la que no dejaba de sangrar y cristales adheridos por toda la frente; pero nada de eso parecía importarle. El hombrecillo solo gritaba, con sus ojos color avellana bien abiertos, insultos por la supuesta traición de su supuesto amigo. Demasiadas cosas supuso. Ni le había traicionado ni era su amigo. A Gerrit no le importaba que el hombrecillo necesitase atención médica ni que le estuviera gritando las mismas palabrotas que, minutos antes, eran para el vecino que se folló a su mujer. Gracias tenía que dar que estuvieran en un lugar con muchos testigos pues, si hubiera sido por Gerrit, había hecho gala de sus malos hábitos desde hacía ya buen rato.
-Cállate, estás molestando.- Finalizó Gerrit volviendo su mirada hacia la barra.
Re: Ron {Gerrit}
Miró molesta al hombre borracho que, a su lado, lloriqueaba enganchado a otro que parecía no estar escuchandolo, y resopló mirando al frente, no le gustaban los borrachos, era lo único que le molestaba de las tabernas. Aburrida de la charla, miró directamente a las botellas que había tras la barra, los licores de exposición, como solía pasar, eran buenos, pero por supuesto, estaban solo para que la gente los viera, nadie de allí pediría licores tan buenos, estaba claro.
Movió su copa de ron, contemplando el movimiento del licor mientras los circulos golpeaban los bordes del baso y, a su lado, un fuerte ruido de rotura de cristal y un golpe resonaban con fuerza. A penas giró la cabeza al oir el sonido por fin el borracho iba a callarse. El hombre con quien hablaba le había roto un vaso de cristal grueso en la cabeza, y ahora el borracho caía hacia ella, que, sin inmutarse, cogió su copa y bajó de su asiento.
Vio caer a sus pies al hombre borracho, le sangraba la cabeza, pero estaba tan ido que no parecía notar, siquiera el dolor. Saltandole con sus largas piernas, fue hasta el taburete del otro lado del hombre y se sentó a seguir bebiende sin dedicar, siquiera, una nueva mirada al cuerpo del borracho. Cuando posó su trasero en la madera del taburete y dio un nuevo sorbo de ron, le dirigió una mirada al hombre que había roto el vaso.
Rubio, alto, de aire serio, probablemente no había acallado al tipo por ella, pero al final, le había hecho un favor, ahora la taberna estaba llena de murmullos, pero al menos no había un escandalo como el del borracho. Indicó al tabernero que pusiera una copa de ron para el hombre y, cuando se la sirvieron, le dio una sonrisa de medio lado.
- No lo ha hecho por mi, pero ese borracho estaba empezando a molestarme, así que, gracias por dejarlo k.o, esa copa corre de mi cuenta.- indicó antes de dar un nuevo trago y volver a mirar a su frente, con las piernas cruzadas y aire serio.
Movió su copa de ron, contemplando el movimiento del licor mientras los circulos golpeaban los bordes del baso y, a su lado, un fuerte ruido de rotura de cristal y un golpe resonaban con fuerza. A penas giró la cabeza al oir el sonido por fin el borracho iba a callarse. El hombre con quien hablaba le había roto un vaso de cristal grueso en la cabeza, y ahora el borracho caía hacia ella, que, sin inmutarse, cogió su copa y bajó de su asiento.
Vio caer a sus pies al hombre borracho, le sangraba la cabeza, pero estaba tan ido que no parecía notar, siquiera el dolor. Saltandole con sus largas piernas, fue hasta el taburete del otro lado del hombre y se sentó a seguir bebiende sin dedicar, siquiera, una nueva mirada al cuerpo del borracho. Cuando posó su trasero en la madera del taburete y dio un nuevo sorbo de ron, le dirigió una mirada al hombre que había roto el vaso.
Rubio, alto, de aire serio, probablemente no había acallado al tipo por ella, pero al final, le había hecho un favor, ahora la taberna estaba llena de murmullos, pero al menos no había un escandalo como el del borracho. Indicó al tabernero que pusiera una copa de ron para el hombre y, cuando se la sirvieron, le dio una sonrisa de medio lado.
- No lo ha hecho por mi, pero ese borracho estaba empezando a molestarme, así que, gracias por dejarlo k.o, esa copa corre de mi cuenta.- indicó antes de dar un nuevo trago y volver a mirar a su frente, con las piernas cruzadas y aire serio.
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Re: Ron {Gerrit}
Levantó dos dedos de su mano derecha para indicar al camarero que le sirviese una copa nueva. El metre, como si estuviera acostumbrado al tipo de escenas en las que un hombre le abría la cabeza a otro, sirvió el vaso sin decir nada. Casi, pareció que estuviera sonriendo. ¿Y, por qué no? El pequeño hombrecillo de la nariz afilada no solo estuvo molestando a Gerrit con sus gimoteos, sino que a toda la tasca por igual. Cuando el borracho calló, hubo unos segundos de silencio y luego, los murmullos de las diferentes mesas volvieron a resurgir de nuevo. Todos los presentes disfrutaban con sus charlas, sonreían, bebían y se divertían sin prestar la más mínima atención al hombrecillo caído. ¿Por qué no iba a sonreír el camarero? Él era el primer interesado en tener a su clientela contenta. Aunque hubiera un borracho desangrándose en el suelo, podía sonreír por tener, en esos momentos, una clientela más feliz.
Gerrit le devolvió el gesto con una inclinación de cabeza y una media sonrisa. Ese pequeño gesto parecía decir por sí solo: “Hice lo que tenía que hacer”. El metre lo entendió y volvió para sus asuntos entre las botellas de la estantería. Gerrit sabía que no le iba a dar las gracias de una manera directa. ¿Dónde se había visto al regente de un bar alegrarse porque alguien casi mataba a un borracho de un golpe? Tenía que mantener las formas. Tanto en Francia como en Austria, los camareros son los primeros en fingir ser lo más neutrales posibles.
Al mismo tiempo que el metre se marchó, la desafortunada chica que tuvo que ver al hombrecillo de la nariz afilada caer derribado encima de ella se levantó de su asiento y se sentó al lado de Gerrit, en el mismo taburete que minutos antes había pertenecido al hombrecillo. Gerrit, al principio, no le hizo caso, ahora que podía disfrutar de su alcohol tranquilo no quería entretenerse con algo nuevo. La chica era hermosa, seguro que podría llegar a ser un muy buen entretenimiento. Para ser mejor que un borracho llorica no había que correr mucho. Sin embargo, Gerrit, había ido a la taberna no para entretenerse con una mujer de buenas caderas y abultados pechos, para eso estaban los burdeles (cosa que en Paris no escaseaban), sino para beber y relajarse; dos conceptos que los franceses no parecían entender.
No fue hasta que la chica habló que Gerrit no se giró a verla. Otra que estaba agradecida por los malos hábitos del hechicero. No fue como el camarero, ella lo dijo directamente. Estaba tan agradecida por el nuevo silencio de la taberna que tuvo la cortesía de invitar a Gerrit a la nueva copa que el metre le había servido.
-Merezco más que una copa gratis,- Contestó Gerrit mirando de nuevo hacia la estantería de botellas que tenía justo en frente. - pero se agradece.-
Dio un al nuevo vaso trago al vaso de ron dando así finalizada la conversa con la chica. ¿Qué más podía decir? Ya estaba dicho todo. Ella le había dado las gracias y él las aceptó. Fin de la historia.
Gerrit le devolvió el gesto con una inclinación de cabeza y una media sonrisa. Ese pequeño gesto parecía decir por sí solo: “Hice lo que tenía que hacer”. El metre lo entendió y volvió para sus asuntos entre las botellas de la estantería. Gerrit sabía que no le iba a dar las gracias de una manera directa. ¿Dónde se había visto al regente de un bar alegrarse porque alguien casi mataba a un borracho de un golpe? Tenía que mantener las formas. Tanto en Francia como en Austria, los camareros son los primeros en fingir ser lo más neutrales posibles.
Al mismo tiempo que el metre se marchó, la desafortunada chica que tuvo que ver al hombrecillo de la nariz afilada caer derribado encima de ella se levantó de su asiento y se sentó al lado de Gerrit, en el mismo taburete que minutos antes había pertenecido al hombrecillo. Gerrit, al principio, no le hizo caso, ahora que podía disfrutar de su alcohol tranquilo no quería entretenerse con algo nuevo. La chica era hermosa, seguro que podría llegar a ser un muy buen entretenimiento. Para ser mejor que un borracho llorica no había que correr mucho. Sin embargo, Gerrit, había ido a la taberna no para entretenerse con una mujer de buenas caderas y abultados pechos, para eso estaban los burdeles (cosa que en Paris no escaseaban), sino para beber y relajarse; dos conceptos que los franceses no parecían entender.
No fue hasta que la chica habló que Gerrit no se giró a verla. Otra que estaba agradecida por los malos hábitos del hechicero. No fue como el camarero, ella lo dijo directamente. Estaba tan agradecida por el nuevo silencio de la taberna que tuvo la cortesía de invitar a Gerrit a la nueva copa que el metre le había servido.
-Merezco más que una copa gratis,- Contestó Gerrit mirando de nuevo hacia la estantería de botellas que tenía justo en frente. - pero se agradece.-
Dio un al nuevo vaso trago al vaso de ron dando así finalizada la conversa con la chica. ¿Qué más podía decir? Ya estaba dicho todo. Ella le había dado las gracias y él las aceptó. Fin de la historia.
Re: Ron {Gerrit}
Zafiro pegó un nuevo trago de su copa y suspiró mientras removía el líquido dentro del grueso vaso de cristal, igual al que, segundos antes, el hombre a su lado había roto en la cabeza del borracho. Las palabras del hombre eran, cuanto menos, ególatras. Aunque no lo culpaba, si ella fuera hombre, probablemente, con su carácter, sería igual.
Por poco que lo pareciera, Zafiro se conocía bien, con el tiempo se había hecho algo huraña, callada, incluso fiera, para los que la veían, costaba acercarse a ella, únicamente lanzando una mirada, podía lograr alejar a alguien o conseguir que se acercasen y bailaran a su son, aunque, usualmente, intentaba alejar a la gente.
Sabía perfectamente la imagen que daba hacia los demás, inaccesible, callada y misteriosa, silenciosa, no era fácil sentirse cómodo a su lado. Pero a ella poco o nada le preocupaba, se había vuelto así por elección propia, si quería proteger a los demás, era así como debía ser, había hecho lo correcto, y lo demás le daba igual. Guardaba en su interior un monstruo, un monstruo que podía salir en cualquier momento en la noche más tranquila o por un fuerte ataque de ira, por ello, había dejado de sentir nada que no fuera aburrimiento. Pero al menos, parecía que el carácter socarrón del tipo a su lado podría darle algo más, aunque fuera, algo de diversión.
- ¿Y qué se merece, señor?- preguntó con una media sonrisa irónica, pidiendo que le rellenasen el vaso.
Probablemente él estuviera pensando en ciertas mujeres que se restregaban por las mesas en busca de clientes, pero dudaba que buscase eso, al fin y al cabo, si quisiera algo así, se habría sentado en el centro y no en la barra. Pero notaba como, al llegar, había repasado el local, tal vez fuera, simplemente, que no había allí nada de su gusto.
El barman le sirvió una nueva copa como quien sirve sidra, Zafiro rodó los ojos, iba a estropear el licor, que desastre, los franceses no sabían disfrutar se una buena copa sin florituras. Cuando puso la copa frente a ella, le dijo que dejase la botella, se negaba a que un inútil le sirviera cuando no había sido no para recoger al hombre que aun dormitaba en el suelo, prefería servirse ella y pagar por la botella, después de todo, a pesar de su apariencia, podía permitírselo.
Por poco que lo pareciera, Zafiro se conocía bien, con el tiempo se había hecho algo huraña, callada, incluso fiera, para los que la veían, costaba acercarse a ella, únicamente lanzando una mirada, podía lograr alejar a alguien o conseguir que se acercasen y bailaran a su son, aunque, usualmente, intentaba alejar a la gente.
Sabía perfectamente la imagen que daba hacia los demás, inaccesible, callada y misteriosa, silenciosa, no era fácil sentirse cómodo a su lado. Pero a ella poco o nada le preocupaba, se había vuelto así por elección propia, si quería proteger a los demás, era así como debía ser, había hecho lo correcto, y lo demás le daba igual. Guardaba en su interior un monstruo, un monstruo que podía salir en cualquier momento en la noche más tranquila o por un fuerte ataque de ira, por ello, había dejado de sentir nada que no fuera aburrimiento. Pero al menos, parecía que el carácter socarrón del tipo a su lado podría darle algo más, aunque fuera, algo de diversión.
- ¿Y qué se merece, señor?- preguntó con una media sonrisa irónica, pidiendo que le rellenasen el vaso.
Probablemente él estuviera pensando en ciertas mujeres que se restregaban por las mesas en busca de clientes, pero dudaba que buscase eso, al fin y al cabo, si quisiera algo así, se habría sentado en el centro y no en la barra. Pero notaba como, al llegar, había repasado el local, tal vez fuera, simplemente, que no había allí nada de su gusto.
El barman le sirvió una nueva copa como quien sirve sidra, Zafiro rodó los ojos, iba a estropear el licor, que desastre, los franceses no sabían disfrutar se una buena copa sin florituras. Cuando puso la copa frente a ella, le dijo que dejase la botella, se negaba a que un inútil le sirviera cuando no había sido no para recoger al hombre que aun dormitaba en el suelo, prefería servirse ella y pagar por la botella, después de todo, a pesar de su apariencia, podía permitírselo.
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Re: Ron {Gerrit}
Después de que el hombre de la nariz afilada se quedará inconsciente, se le quitaron las ganas de hablar. Al lado tenía a una chica hermosa: buenas piernas, buenas caderas y buenos pechos. En otra ocasión, la hubiera saludado con un beso en la mano y una sonrisa en los labios. Unas palabras de buen gusto, un halago referente a sus ojos y una oferta para invitarla otro día sería lo que vendría después de las presentaciones. Gerrit había nacido con, lo que los franceses solían llamar, un pico de un oro. Tenía el don del habla y la persuasión; no le hacía falta usar sus hechizos de seducción para atraer a ninguna chica, su pico de oro era lo suficientemente bueno como para hacerlo sin ayuda de habilidades mágicas. Sin embargo, en aquella situación, justo después de que un borracho le atosigase con malditas historias de infidelidades, Gerrit no tenía ganas de hablar. Ni siquiera hizo gala de una buena educación ni de un comportamiento cortés. Sus gestos y su voz sonaron vulgares y soeces. Quería estar solo. Ya que, por fin, había dejado de tener una nariz afilada clavada en el hombro, quería que le dejasen disfrutar tranquilo de su copa.
Cuando la chica contestó, Gerrit arqueó una ceja sorprendido. ¿A caso era alguna clase de oferta? Eso le parecía. Ya ni siquiera tenía que hacer uso de su pico de oro para que una chica le hiciera caso. Bastaba con destrozar la cabeza a un borracho para tener a una chica bonita sentada a su lado y ofreciéndole lo que realmente se merecía.
Tomó un tragó a la copa sin girar la vista para ver a la chica de cara igual como hubo hecho minutos antes con el borracho de la nariz afilada. Su prioridad en aquella noche era el alcohol de calidad y si era gratis mejor. Para eso había ido a aquel preciso bar y no a otro de mala muerte. Una vez dedicados unos segundos a saborear el sabor dulce y a la vez amargo del ron viejo se volvió de cara a la chica con una sonrisa socarrona que hablaba por sí sola: “Acepto tu oferta”.
-¿Qué crees que me merezco?- Si la chica había empezado a jugar, y por su sonrisa parecía que lo estaba haciendo, el hechicero no estaba dispuesto a darle la solución del juego antes de ni siquiera plantearle el problema. - Ese prototipo a hombre- señaló con la mano con la que no sujetaba el vaso al hombre de la nariz afilada que estaba en el suelo en una estado que era mezcla entre dormido y muerto- me estaba molestando y a ti también, tú misma lo has dicho. Estaba molestando a todo el bar. Así que, he dejado K.O. a un tipo que molestaba a todo el bar.- Utilizó la misma expresión que usó minutos antes la chica para que ella lo entendiera mejor. - ¿Una copa de ron por noquear a alguien tan molesto? Sabes que no es suficiente.- terminó la frase acabándose de solo un trago todo el alcohol que le quedaba en el vaso.
Para no tener ganas de hablar tenía que reconocer que se había quedado a gusto. Toda la molestía que había acumulado con el hombre de la nariz afilada estaba siendo redirigida hacia el juego y la oferta que la chica le había propuesto. Gerrit no solo había aceptado el juego sino que estaba dispuesto a ganarlo.
Cuando la chica contestó, Gerrit arqueó una ceja sorprendido. ¿A caso era alguna clase de oferta? Eso le parecía. Ya ni siquiera tenía que hacer uso de su pico de oro para que una chica le hiciera caso. Bastaba con destrozar la cabeza a un borracho para tener a una chica bonita sentada a su lado y ofreciéndole lo que realmente se merecía.
Tomó un tragó a la copa sin girar la vista para ver a la chica de cara igual como hubo hecho minutos antes con el borracho de la nariz afilada. Su prioridad en aquella noche era el alcohol de calidad y si era gratis mejor. Para eso había ido a aquel preciso bar y no a otro de mala muerte. Una vez dedicados unos segundos a saborear el sabor dulce y a la vez amargo del ron viejo se volvió de cara a la chica con una sonrisa socarrona que hablaba por sí sola: “Acepto tu oferta”.
-¿Qué crees que me merezco?- Si la chica había empezado a jugar, y por su sonrisa parecía que lo estaba haciendo, el hechicero no estaba dispuesto a darle la solución del juego antes de ni siquiera plantearle el problema. - Ese prototipo a hombre- señaló con la mano con la que no sujetaba el vaso al hombre de la nariz afilada que estaba en el suelo en una estado que era mezcla entre dormido y muerto- me estaba molestando y a ti también, tú misma lo has dicho. Estaba molestando a todo el bar. Así que, he dejado K.O. a un tipo que molestaba a todo el bar.- Utilizó la misma expresión que usó minutos antes la chica para que ella lo entendiera mejor. - ¿Una copa de ron por noquear a alguien tan molesto? Sabes que no es suficiente.- terminó la frase acabándose de solo un trago todo el alcohol que le quedaba en el vaso.
Para no tener ganas de hablar tenía que reconocer que se había quedado a gusto. Toda la molestía que había acumulado con el hombre de la nariz afilada estaba siendo redirigida hacia el juego y la oferta que la chica le había propuesto. Gerrit no solo había aceptado el juego sino que estaba dispuesto a ganarlo.
Re: Ron {Gerrit}
La sonrisa del hombre daba a entender que había malinterpretado su pregunta burlona como una oferta de algo más, tal vez de una noche enredada entre sábanas, sudor, mordiscos y calor entre sus piernas, volvió a mirar la postura del hombre, si, sin duda había pensado eso. Sonrió son picardía, y entrecerró los ojos, esa noche sería divertida.
Jugueteó con su pelo mirandolo de reojo, sonriendo, y riendo para si por dentro. La gente no sabía donde se metía al intentar tener encuentros con desconocidos, ese hombre se estaba metiendo en la boca del lobo. Zafiro se acercó un poco a él, para llegar hasta su oído, ya que estaba, iba a jugar un poco con su nueva distracción.
- Si eso piensas, sígueme.- murmuró rozándole al hombre la oreja con sus labios tibios.
Se levantó para acabarse de un solo trago la copa y salió del bar lanzándole una última mirada al tipo antes de salir a la calle. Esa noche, no muy lejos, en una plaza, había oído música, celebraban una fiesta, música, hogueras y alcohol, no era lo que él esperaba, pero sería lo que obtendría, quería fiesta, ella se la daría, literalmente.
Siguió vigilando que el hombre la siguiera, dudaba que, tras su pequeña proposición indecente, se fuera a ir sin probar algo de miel. Llegó a la plaza llena de gente, unos escalones que llevaban a una fuente estaban ocupados por un grupo de música que tocaba con fuerza. Una hoguera en el centro era rodeada por las gentes que bailaban, algunos saltaban hogueras más pequeñas, era la fiesta del patrón del barrio, y el alcohol circulaba sin pausa.
- Bienvenido a la fiesta.- volvió a murmurar antes de tomarle la mano y arrastrarlo hacia el interior de la plaza para, soltarlo e ir directa a bailar, sola, frente a la hoguera.
Todos estaban en parejas, menos ella, nunca había necesitado una pareja para bailar, aprendió en España, el fuego recorría sus venas, había toreado en las plazas, montado a caballo sin silla, bailado danzas exportadas de países extranjeros, no era una experta en la corte, pero si en destacar, y si el hombre quería arder en fuego, no le haría falta siquiera tocarlo. Aunque, tal vez despues, el pobre se llevase una decepción.
Jugueteó con su pelo mirandolo de reojo, sonriendo, y riendo para si por dentro. La gente no sabía donde se metía al intentar tener encuentros con desconocidos, ese hombre se estaba metiendo en la boca del lobo. Zafiro se acercó un poco a él, para llegar hasta su oído, ya que estaba, iba a jugar un poco con su nueva distracción.
- Si eso piensas, sígueme.- murmuró rozándole al hombre la oreja con sus labios tibios.
Se levantó para acabarse de un solo trago la copa y salió del bar lanzándole una última mirada al tipo antes de salir a la calle. Esa noche, no muy lejos, en una plaza, había oído música, celebraban una fiesta, música, hogueras y alcohol, no era lo que él esperaba, pero sería lo que obtendría, quería fiesta, ella se la daría, literalmente.
Siguió vigilando que el hombre la siguiera, dudaba que, tras su pequeña proposición indecente, se fuera a ir sin probar algo de miel. Llegó a la plaza llena de gente, unos escalones que llevaban a una fuente estaban ocupados por un grupo de música que tocaba con fuerza. Una hoguera en el centro era rodeada por las gentes que bailaban, algunos saltaban hogueras más pequeñas, era la fiesta del patrón del barrio, y el alcohol circulaba sin pausa.
- Bienvenido a la fiesta.- volvió a murmurar antes de tomarle la mano y arrastrarlo hacia el interior de la plaza para, soltarlo e ir directa a bailar, sola, frente a la hoguera.
Todos estaban en parejas, menos ella, nunca había necesitado una pareja para bailar, aprendió en España, el fuego recorría sus venas, había toreado en las plazas, montado a caballo sin silla, bailado danzas exportadas de países extranjeros, no era una experta en la corte, pero si en destacar, y si el hombre quería arder en fuego, no le haría falta siquiera tocarlo. Aunque, tal vez despues, el pobre se llevase una decepción.
Zafiro Mendez- Licántropo Clase Alta
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Re: Ron {Gerrit}
Sin prestar atención a la chica, cogió la botella de ron que había dejado en la barra y se llenó el vaso. Sin el mequetrefe de la nariz afilada, el alcohol sabía mucho mejor. Podía sentir el dulzor y el calor de la bebida cosa que antes, con el hombrecillo llorando en su hombro, no podía hacerlo. Antes de tomar cada sorbo se permitía el lujo de oler el líquido. ¿Acaso había olvidado como olía? La primera vez que probó el ron le recordó, tanto a sabor como a olfato, a la miel. ¿Tan molesto estaba con el hombre de la nariz afilada que había olvidado el sabor y el olor del ron? Gerrit no sabía dar una respuesta a la pregunta que se planteaba en su cabeza. Tal vez, algún reputado psiquiatra ingles sabría si aquello era cierto o no. Al hechicero le importaba una mierda. Ahora que podía divertirse, beber tranquilo y, si la suerte era propicia, pasar la noche con la hermosa mujer que le acompañaba; no tenía por qué pensar más en el hombre de la nariz afilada.
Como si le estuviera leyendo la mente, en ese mismo instante, el hombrecillo hipó. Acto seguido, dijo algo. Pareció que era un nombre propio. Según pensó Gerrit solo podía ser uno de los dos nombres que no paró de decir durante toda la noche: el de su mujer o el del amante de su mujer. Tenía la boca tan pastosa entre la sangre y el alcohol que no se entendió anda que lo que dije. Luego, intentó levantarse del suelo y cayó de nuevo. Al final de todo ese lamentable proceso, se volvió a dormir.
Nadie más que Gerrit prestó atención a los movimientos del hombrecillo de la nariz afilada. Cada cual estaba pendiente de sus quehaceres y nadie se preocupaba por él. Ni siquiera el camarero detrás de la barra quien, aunque disimulase lo mejor que podía, se notaba que no podía apartar su vista de la chica del juego. El camarero esperaba una oportunidad en la cual, en un suponer, Gerrit rechazase a la chica y él la consolase. No importaba lo mucho que mal disimulase, el hechicero podía percibir su aura y sabía lo que quería hacer. Lo que el camarero no sabía es que Gerrit jamás rechazaba un juego.
Ya fuera por joder o por tomar una ventaja en el ilusorio juego que tanto la chica como Gerrit había entrado, el hechicero miró hacia otro lado, concretamente hacia el hombrecillo de la nariz afilada, cuando la chica se levantó de su asiento y susurró al oído de Gerrit apoyando sus carnosos labios sobre la oreja. El camarero, por debajo de la barra, apretó el trapo que tenía cogido en un gesto de ira y celos por partes iguales.
-Te sigo.- Contestó Gerrit a la vez que regalaba una sonrisa burlona hacia el camarero. Éste quiso decir algo pero se quedó mudo al instante. Ni siquiera recordó a la pareja que tenían que pagar la botella de que habían estado bebiendo.
Detrás de la chica, a paso lento y con las manos en los bolsillos, se encontraba el hechicero. La seguía a la vez que la vigilaba con los ojos bien abiertos. Había escuchado hablar de historias de hermosas vampiras que seducían a extraños para luego beberles la sangre. Según decían, sus engaños, eran como los cantos de las sirenas de “La Odisea de Ulises”: Fácil de caer en ellos y más fácil de morir en sus brazos.
Gerrit Nephgerd se mantuvo alerta. Acarició la empuñadura de madera de sándalo de su navaja hasta dos ocasiones en el corto tiempo en que la chica le dirigía hacia algún lugar fuera del bar. Estuvo a punto de dar la tercera caricia a la empuñadura cuando se dio cuenta que ni siquiera sabía su nombre. Hasta el entonces, siempre había pensado en ella como “La Chica”. Otro bueno motivo para desconfiar de ella. Otro buen motivo para usar sus habilidades de brujo, sus propios cantos de sireno.
Más temprano que tarde, las calles parisinas se llenaron de una gran multitud de gente vestida de llamativos trajes de colores. Gerrit se sintió como una pieza fuera del puzle. Le gustaban las fiestas, como a cualquiera, pero no estaba vestido para la ocasión. Desentonaba ante tan inmensidad colores y bailes tanto como lo hacía La Chica.
Una sonrisa, una bienvenida y un arrastre hasta el mismísimo centro del baile por parte de La Chica fueron suficientes para que toda la incomodidad que hubo sentido en un principio desapareciese. Al fin de cuentas, las fiestas callejeras se hacían en la calle para que todo el mundo participase.
-Mi recompensa es un baile contigo.- Sonó como una pregunta pero en realidad Gerrit estaba afirmando. - Me parece bien.-
Sin soltar la mano de La Chica, hizo fuerza para atraerla hasta él tanto que los pechos de ella chocó contra el torso de él. Se dejó atrapar por el aroma de la chica y la sensación de tenerla cerca suya y la soltó como si nada. El baile y el juego solo acababan de empezar.
Como si le estuviera leyendo la mente, en ese mismo instante, el hombrecillo hipó. Acto seguido, dijo algo. Pareció que era un nombre propio. Según pensó Gerrit solo podía ser uno de los dos nombres que no paró de decir durante toda la noche: el de su mujer o el del amante de su mujer. Tenía la boca tan pastosa entre la sangre y el alcohol que no se entendió anda que lo que dije. Luego, intentó levantarse del suelo y cayó de nuevo. Al final de todo ese lamentable proceso, se volvió a dormir.
Nadie más que Gerrit prestó atención a los movimientos del hombrecillo de la nariz afilada. Cada cual estaba pendiente de sus quehaceres y nadie se preocupaba por él. Ni siquiera el camarero detrás de la barra quien, aunque disimulase lo mejor que podía, se notaba que no podía apartar su vista de la chica del juego. El camarero esperaba una oportunidad en la cual, en un suponer, Gerrit rechazase a la chica y él la consolase. No importaba lo mucho que mal disimulase, el hechicero podía percibir su aura y sabía lo que quería hacer. Lo que el camarero no sabía es que Gerrit jamás rechazaba un juego.
Ya fuera por joder o por tomar una ventaja en el ilusorio juego que tanto la chica como Gerrit había entrado, el hechicero miró hacia otro lado, concretamente hacia el hombrecillo de la nariz afilada, cuando la chica se levantó de su asiento y susurró al oído de Gerrit apoyando sus carnosos labios sobre la oreja. El camarero, por debajo de la barra, apretó el trapo que tenía cogido en un gesto de ira y celos por partes iguales.
-Te sigo.- Contestó Gerrit a la vez que regalaba una sonrisa burlona hacia el camarero. Éste quiso decir algo pero se quedó mudo al instante. Ni siquiera recordó a la pareja que tenían que pagar la botella de que habían estado bebiendo.
Detrás de la chica, a paso lento y con las manos en los bolsillos, se encontraba el hechicero. La seguía a la vez que la vigilaba con los ojos bien abiertos. Había escuchado hablar de historias de hermosas vampiras que seducían a extraños para luego beberles la sangre. Según decían, sus engaños, eran como los cantos de las sirenas de “La Odisea de Ulises”: Fácil de caer en ellos y más fácil de morir en sus brazos.
Gerrit Nephgerd se mantuvo alerta. Acarició la empuñadura de madera de sándalo de su navaja hasta dos ocasiones en el corto tiempo en que la chica le dirigía hacia algún lugar fuera del bar. Estuvo a punto de dar la tercera caricia a la empuñadura cuando se dio cuenta que ni siquiera sabía su nombre. Hasta el entonces, siempre había pensado en ella como “La Chica”. Otro bueno motivo para desconfiar de ella. Otro buen motivo para usar sus habilidades de brujo, sus propios cantos de sireno.
Más temprano que tarde, las calles parisinas se llenaron de una gran multitud de gente vestida de llamativos trajes de colores. Gerrit se sintió como una pieza fuera del puzle. Le gustaban las fiestas, como a cualquiera, pero no estaba vestido para la ocasión. Desentonaba ante tan inmensidad colores y bailes tanto como lo hacía La Chica.
Una sonrisa, una bienvenida y un arrastre hasta el mismísimo centro del baile por parte de La Chica fueron suficientes para que toda la incomodidad que hubo sentido en un principio desapareciese. Al fin de cuentas, las fiestas callejeras se hacían en la calle para que todo el mundo participase.
-Mi recompensa es un baile contigo.- Sonó como una pregunta pero en realidad Gerrit estaba afirmando. - Me parece bien.-
Sin soltar la mano de La Chica, hizo fuerza para atraerla hasta él tanto que los pechos de ella chocó contra el torso de él. Se dejó atrapar por el aroma de la chica y la sensación de tenerla cerca suya y la soltó como si nada. El baile y el juego solo acababan de empezar.
Re: Ron {Gerrit}
Cuando él la pego a su pecho sonrió divertida, había caido en su red, pero no era tan mala como para provocarle más sin intención de llevar hasta el final el juego, después de todo, estaba claro que le ego del hombre era inmenso, pero no quería romperlo, no lo conocía, solo era alguien con quien pasar un rato antes de volver a su hogar.
El calor de la hoguera, de la música y del baile la transportaba de nuevo a su adolescencia. cuando escapaba a las plazas del pueblo y giraba y giraba junto a los bailaores, cuando las mujeres que llegaban de otros lugares movían sus caderas al rededor de la hoguera, y ella aprendía por imitación, de eso hacía ya tanto tiempo, que a penas era capaz de recordar poco más que sensaciones.
El sudor resvalando por su piel mientras la música tomaba más ritmo, los pasos acelerados de melodías rotas, cantos de sirena al lado del mediterraneo, hogueras de color azul en la orilla de una playa de aguas claras y mansas, arena en los piesa y enredada en el pelo, espuma de mar enganchada al cuerpo por baños nocturnos que acababan en cuentos de fantasmas junto a la hoguera azul. Cuentos y sonatas retumbando con acordes de guitarra, y la luna brillando en el cielo.
Hechaba tanto de menos españa, su España, sus montes y sus playas, sus bosques, su aire, mucho más limpio que el de esa ciudad de locura. El olor a vino barato, a humos y trabajo, tan similar al de sus plazas, la transportaba y relajaba, sus movimientos fluidos comenaron a enredarse con la música, más enredada aun que con el hombre que le sostenía la cadera.
Poco quedaba para el amanecer y la fiesta seguía en auge, pero ella debía volver a su cama antes de que su tía despertase. Con una sonrisa taimada y rodeando con los brazos el cuello del hombre, decidió susurrarle su nombre, y despedirse ahí, era tarde, y debía volver.
- Hey, ¿recureda el color de mis ojos?- preguntó- cuando lo recuerde, sabrá mi nombre.- susurró antes de desaparecer entre el gentío y dirigirse a su hogar a las afueras. Al final, la noche había sido divertida.
El calor de la hoguera, de la música y del baile la transportaba de nuevo a su adolescencia. cuando escapaba a las plazas del pueblo y giraba y giraba junto a los bailaores, cuando las mujeres que llegaban de otros lugares movían sus caderas al rededor de la hoguera, y ella aprendía por imitación, de eso hacía ya tanto tiempo, que a penas era capaz de recordar poco más que sensaciones.
El sudor resvalando por su piel mientras la música tomaba más ritmo, los pasos acelerados de melodías rotas, cantos de sirena al lado del mediterraneo, hogueras de color azul en la orilla de una playa de aguas claras y mansas, arena en los piesa y enredada en el pelo, espuma de mar enganchada al cuerpo por baños nocturnos que acababan en cuentos de fantasmas junto a la hoguera azul. Cuentos y sonatas retumbando con acordes de guitarra, y la luna brillando en el cielo.
Hechaba tanto de menos españa, su España, sus montes y sus playas, sus bosques, su aire, mucho más limpio que el de esa ciudad de locura. El olor a vino barato, a humos y trabajo, tan similar al de sus plazas, la transportaba y relajaba, sus movimientos fluidos comenaron a enredarse con la música, más enredada aun que con el hombre que le sostenía la cadera.
Poco quedaba para el amanecer y la fiesta seguía en auge, pero ella debía volver a su cama antes de que su tía despertase. Con una sonrisa taimada y rodeando con los brazos el cuello del hombre, decidió susurrarle su nombre, y despedirse ahí, era tarde, y debía volver.
- Hey, ¿recureda el color de mis ojos?- preguntó- cuando lo recuerde, sabrá mi nombre.- susurró antes de desaparecer entre el gentío y dirigirse a su hogar a las afueras. Al final, la noche había sido divertida.
Zafiro Mendez- Licántropo Clase Alta
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