Acquit or punish, what you choose? Don't forget that I'm the Minotaur

El vino no le sabía a nada, pero el olor era suficiente como para disfrutarlo. Nuevamente se hallaba en su hogar, en completa soledad, como no lo había estado desde hacía varios meses; ya extrañaba sentirse a gusto consigo mismo, sin personas que perturbaran su mente. Ni siquiera los criados se atrevieron a acercarse, las órdenes habían sido claras; Edric odiaba ser interrumpido de manera abrupta por cualquier tontería. Sin embargo, no pasó mucho tiempo para verse atendiendo a su mensajero. Lo recibió de mala gana, pues, justo en ese momento, no quería nada relacionado con la logia. Los Custodios carecían de importancia aquella noche, podía seguir con ellos a la siguiente noche. Y pudo seguir ignorando las palabras de su mensajero de no haber sido éste tan insistente. El nombre Malebranche emergió entre los labios del hombre y Edric no pudo hacer más, sino, quedarse pasmado ante lo que logró oír. Su maestro, ¡su creador! Él lo citaba, quería reunirse con su vástago.

Hubo silencio entre ambos. El joven mensajero sólo esperó paciente por alguna respuesta de su jefe; Edric aún no creía lo que había escuchado. Tras un suspiro de resignación, sin creerse nada, pidió a su empleado redactar una respuesta inmediata, en donde aceptaba reunirse con el antiguo vampiro.

¿Cómo iba a enfrentarse con Malebranche después de tanto tiempo? ¿Acaso Malacoda le había contado lo ocurrido? ¡Ah! Como odiaba esa sensación de no saber nada. De encontrarse en el mismo limbo en la tierra. Incluso, se decepcionaba de sí mismo por haber flaqueado de esa manera; de haber caído en el sucio juego de Cagnazzo. ¡Qué débil era! No sólo débil, sino, un completo imbécil. Pero tenía que admitir que volver a reunirse con su maestro le tranquilizaba. Con él podía ser honesto y dejar que las palabras simplemente fluyeran. Era una ventaja que poseía, y ya era tiempo de poder usarla a su favor.


En la noche del encuentro ya se encontraba más tranquilo. Su mente había logrado serenarse y podía enfrentar las interrogantes de su sire sin ningún problema; además, podía pedirle ayuda, algo que jamás hizo. Ahora sólo quería estar quieto, deseaba escapar del laberinto en donde fue sumergido por Malacoda gracias a las artimañas de Gran Can. Iba a quejarse como un crío, ¡claro que lo haría! Pero de manera sutil, sabiendo usar las palabras a su conveniencia. No podía engañar a Malebranche, no obstante, conocía mucho de su persona. Quizás demasiado. Aprovecharía el tiempo para poder sosegarse, calmar su mente confusa y empezar a ejecutar las acciones necesarias. Extrañaba volver a ser el Alichino de antaño, sin ningún atisbo de negligencia en sus labores.

—Sí, ya me lo ha explicado mi mensajero —respondió con voz neutral, esbozando apenas una sonrisa—. Al menos me citaste en mi territorio. Si volvía a Francia una vez más, terminaría en el Sanatorio Mental —dijo con ironía y un tono despectivo tan característico de él. Pero antes de volver a decir palabra alguna, empezó a avanzar hacia Malebranche, ignorando el ataviado decorado de la residencia—. Ha pasado mucho. Supongo que has hablado con Malacoda, ¿no? Está un tanto quisquilloso últimamente. Desde que desapareció Khâlid y seguidamente Rubicante.

Y ahí estaba como siempre Alichino, usando su amarga indiscreción como parte de su juego. No lo hacía por maldad, sino, por demostrar que aún seguía siendo él mismo bribón de antaño. Su mente estaba revuelta, sí, pero la maldad recorría su ser de extremo a extremo.

—¿Irritabilidad? —Dejó escapar una ligera carcajada y negó con la cabeza—. Ya, lo admito; me has descubierto. Pero no lo lleves a los extremos, no es para tanto. Sólo he tenido un par de obstáculos. Obstáculos con olor a perro infernal.

Realmente no tenía idea del tiempo que había pasado sin ver a su creador. Malebranche solía desaparecer, y ni siquiera Caraffa estaba al tanto de los lugares que solía concurrir el vampiro. Edric no supo, al menos en un principio, como reaccionar adecuadamente. Había pasado noches enteras como león enjaulado, caminando de un lado a otro, terriblemente confundido sin saber porque razón, sin embargo, estar delante del antiguo hizo que algo surgiera desde su interior, sumado a una repentina aura de maldad que lo invadía momentáneamente. Entonces dudó, ¿sería que Malacoda decidió tomar cartas en el asunto para lograr despertar por completo a Alichino? Fue realmente un golpe bajo; había estado pensando tonterías durante siglos. Ahora todo empezaba a recobrar el sentido que debía. O puede que estaba exagerando. Lo único que consideró sabiamente fue transmitirle sus dudas a Malebranche, aunque no sabía cómo fuera a reaccionar; quizá hasta se sentiría un tanto decepcionado.

—No lo sé —respondió finalmente—. Le pregunté a Malacoda por ti y no supo darme respuesta; luego Cagnazzo empezó a darme batalla sin motivo, está rabioso porque no ha logrado saber qué ocurre con el despertar de Ciriatto. —No mentía, con él no podía sencillamente inventar excusas—. Debía buscarte, ya lo sé, pero no sabía a dónde ir. París es un caos, e hizo de mi cabeza otro caos. Piensa si estoy demente, porque sí, siempre lo he estado. Pero esto es otra cosa, algo que me aferra a la ira.

Lo siguió en silencio, el vampiro tenía tanta razón. ¿Por qué no halló la manera de dar con él y poder hacerle entender su malestar? Fue demasiado orgulloso, demasiado estúpido en realidad. Alichino estuvo atento a las palabras de su sire, y tras una exhalación, luego de considerar varias respuestas acertadas, decidió tomar su turno. No sabía por dónde empezar, pero logró articular algo antes de ahondar más en el asunto.

—¡Se trata de eso mismo! Yo no sé qué ha ocurrido. Simplemente desperté una noche sin comprender nada, ni siquiera sabía porque estaba en ese lugar —admitió—. Por eso te digo, sé que Malacoda tiene algo que ver, algo que fue influenciado por Cagnazzo. No estoy culpando a nadie, pero... Han pasado cosas. —Las imágenes iban y venían en su cabeza, después de tanto, había logrado recordar todo—.¿Es su sentencia no? Decidió encerrarnos en cuerpos mortales, porque sí, aún siendo vampiros conservamos nuestra mortalidad, ¿para destruirnos? Pues, bien, lo ha conseguido. Ha logrado que nos aferremos a las mismas cosas a las que se aferraría una criatura corriente.

Se dejó caer en un sillón, manteniendo las manos unidas frente a su rostro, con la mirada pérdida en algún punto de las tinieblas de la habitación.

—Tampoco lo critico o sienta que me afecte demasiado, porque igual sigo cumpliendo con mis objetivos —le aseguró—. Estuve tanto tiempo en letargo, tanto tiempo actuando como un chiquillo egocéntrico. Luego vino esa maldita bruja, ¿y qué pasó? Que los demás se metieron en mi camino, tratándome como un niño. Sabes que detesto cuando hacen esas cosas. No debería quejarme, pero me tienen harto. —Se llevó las manos al rostro con frustración—. Ella está muerta, Malacoda lo hizo, y no era ninguna amenaza para nosotros, sólo iba a ser mi oveja condenada. —Hizo una pausa y le miró—. Dime algo, ¿alguna vez te ocurrió? Digo, haberte obsesionado con alguien. Por favor, no intentes ocultarlo, sé cuándo mientes, eres mi sire después de todo. Sólo necesito dejar salir todo esto y volver a las andanzas, como en los viejos tiempos.

¿Se podía sentir menos derrotado? Quizás no. Es que tampoco tenía las palabras acertadas para describir cómo se encontraba su mente en ese momento, era un caos, como lo era su alma... su verdadera esencia. ¿Se trataba de llegar a ese punto? ¿Malacoda realmente estaba buscando eso o en su obstinación lo causó? Hasta creyó que Cagnazzo (no podía negar que el tipo era astuto), había sido parte de ese curioso juego. Se obligó a entablar una plática con Malebranche, una que no resultaba nada acogedora, porque, por más que se vanagloriaba de ser su vástago, su creación, bien sabía que cualquier error podía resultarle un gran problema.

Lo escuchó atentamente, sin atreverse a refutarle nada, pues tenía razón, pero tampoco iba a usar el beneficio de poder defenderse. Había cosas que se justificaban perfectamente y Edric no iba a dudar en usarlas a su favor. Sin embargo, necesitaba tiempo para meditar todo; los acontecimientos recientes abrieron un abismo profundo en su mente, de la cual, emergió Alichino de una manera abrupta y hasta inesperada. A pesar de todos los siglos que pesaban sobre sus hombros, nunca antes había estado en semejante situación, ni siquiera cuando era un mortal cualquiera.

—Tienes razón —acertó a decir, aún extraviado en los recovecos de su mente—, sé que justificarme será en balde. Pero, es parte de cualquiera, ¿no? Hasta el más poderoso debe hallar en la justificación algún beneficio de protección. Yo sólo lo encuentro en la confusión. Tengo la cabeza hecha un lío, y aunque empiezo a comprender todo de manera más clara, las aguas aún permanecen turbias.

Exhaló, con cierta pesadumbre, enfocando su visión en las formas abstractas de las sombras. Aquello le recordó a su verdadera esencia, a Alichino, quien no era otro que él mismo, ¿para qué seguir engañándose? ¿Por qué continuar aferrándose a lo que ya no estaba? Juliet estaba muerta, su alma jamás saldría del abismo, no debería ilusionarse con esperarla en otra encarnación. Era una reverenda porquería, porque los demás si hallaban a un par, a un ser como ellos con los que pudieran acompañarse durante siglos, al menos hasta que todo ese desastre cósmico llegara a su fin. Sentía envidia, tenía que reconocerlo; esa era la peor sentencia del Creador y tendría que cargar con ella por la eternidad.

—Siempre me ha gustado hacer las cosas a mí manera. Y lo sé, esta vez fui demasiado lejos —replicó—. Pero ya no más. Que esto me sirva de lección, ¡hice mal! No puedo creer que haya sido tan estúpido —dijo en un deje de frustración, de querer silenciar todo en su cabeza. Había cometido una gran falta, había dejado que su lado mortal le dominara, y eso era inaudito—. No es necesario asegurar que no regresaré, creo que... —alzó la mirada y le observó con los ojos manchados de sombras—, ya lo he hecho. Me han puesto en una situación asfixiante estos meses y me ha servido de algo, como por ejemplo, despertar.

Tenía razón, ese crío quisquilloso de antaño estaba esfumándose para dejar salir a una de las criaturas más nefastas del averno: Alichino. Sí eso era lo que pretendía Malacoda, pues lo había conseguido y era perfecto.