Antigone ID

Tiene una personalidad muy marcada, ya que su temperamento no es el más fácil, con sus propias ideas y formas de conducirse y al mismo tiempo es ágil y decidida lo cual le convierte tanto en buena líder como en buena aliada.

Atlética, energética y dedicada. Le gusta lo novedoso e inusitado. Es fácil para ella lanzarse a una nueva aventura sin pensársela demasiado, acostumbrada como está a pensar en el presente y en el ahora. No medita demasiado en el después.

No es particularmente muy abierta, lo cual en ocasiones dificulta saber qué es lo que está pensando si decide aislarse, pero cuando explota tiene mucho que decir.

Buena para la estafa por lo que ni siquiera sus propios amigos están completamente seguros de que en ocasiones no les está tomando el pelo.

Vela por si misma la mayor parte del tiempo porque es muy independiente pero puede ser protectora e inusitadamente generosa.

Es seductora con el sexo opuesto cuando quiere pero no se interesa particularmente por acercarse a alguien o por tener una relación a largo plazo. Su vida personal es casi inexistente ya que se dedica más a las actividades ilícitas que a examinar su propia vida social, por lo cual esta tiende a ser un caos.


Cuando era niña mi madre solía contarme historias sobre mi padre, como este había visitado la costa cuando ella era muy joven y como había quedado prendada de él desde el primer momento en que lo vio salir de las aguas, como descendiente directo de Lycaon, el padre de todos los lobos y a quien el propio Zeus, dios padre del Olimpo, castigó con la metamorfosis.

De mi padre conocí muchas historias que solían viajar de boca en boca y supe que se trataba de un famoso pirata que solía visitar nuestra costa cada cierto tiempo. Tenía cinco años cuando le vi, en aquel entonces no comprendía muy bien de quien se trataba, solo supe que era un hombre que me alzó en brazos y me regaló un anillo que le quedó demasiado grande a mi dedo, y que milagrosamente conservé maravillada por sus singulares colores.

Después de eso nos visitó poco y luego no supe más de él, tampoco solía pensar mucho en alguien a quien realmente no conocía. Madre y yo vivíamos cerca del puerto, ella se dedicaba a vender pescado en un puesto del mercado y yo crecía como humana y como lobezna ya que desde que pude gatear mi instinto me llevó a transformarme también de forma espontánea.

Madre enfermó y finalmente falleció. La encontré sobre el suelo de nuestra choza de pescadores un día y sin pensarlo mucho me marché. De allí en adelante me dediqué a robar y era bastante buena para eso. Me colaba por los lugares más inverosímiles y conocía todos los recovecos de la ciudad como a la palma de mi mano.

Tenía trece años cuando escuché acerca del paso de El Leviatán por costas griegas y once días después era zarandeada en su cubierta por varios piratas a quienes les divertía la posibilidad de despellejarme. El barullo llamó la atención de su capitán justo en el momento en que estaba a punto de transformarme en lobo. Mi metamorfósis quedó a medias, asustando el alma de los piratas pero el capitán se acercó en cuanto alcé mi mano para mostrarle el anillo que el mismo me había regalado años atrás.

Mi padre no estaba particularmente entusiasmado con la idea de criarme en su barco pero creo que lamentó sinceramente la muerte de mi madre. No le quedó más remedio que enseñarme la piratería tratándome como lo habría hecho con cualquier otro hijo varón suyo. En resumen, aprendí todo sobre el uso de armas, el pillaje y el saqueo ya que a sus hombres no les quedó de otra más que encomendarse a Poseidón cuando supieron que una fémina viajaría entre ellos y que además deberían enseñarle las artes de la piratería.

Los años transcurrieron y aprendí todo lo necesario pero he de ser honesta, no me considero la mejor pirata del mundo ni tampoco la peor. De vez en cuando me alejaba de mi padre unos meses, abandonando el Leviatán para dedicarme a mis propias correrías en tierra adonde me dediqué a estafar y adonde tengo que aceptar que me entretenía ampliamente.

Poco a poco me fui haciendo de dinero que decidí esconder en distintos lugares de las costas europeas. Cada cierto tiempo mi padre me enviaba una paloma con un mensaje para avisarme de su retorno pero esta vez no llegó nada en el día pactado.

Me hice de mi propio barco y de mis propios hombres y regresé a la mar, nos apoderamos de buenos botines y de tesoros hasta que cerca de tierras francesas nos batimos en lucha encarnizada con otro barco. Fuego, pólvora y explosiones retumbando en mis oídos fue lo último de lo que fui testigo en alta mar, y con ello mi siguiente aventura apenas daba inicio.