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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Zafiro Mendez Jue Dic 08, 2016 4:14 pm

El día había amanecido extrañamente luminoso para lo que estaba siendo ese otoño frío y triste. El campo de olivares que se extendía por la parte exterior de la casa de su Tía Analise ya no tenía aceitunas en sus ramas, y las uvas se habían procesado para hacer vino, ese día, la finca estaba tranquila. Solo una figura solitaria, encasquetada en pantalones ajustados, camisa blanca y corsé marron, se veía deslizarse, látigo en mano, por el centro de la escuela de equitación abierta pocos años atrás.

Un caballo, atado con una larga cuerda, giraba entorno a la figura, que sostenía la cuerda con mano firme y giraba junto al corcel, intentando, así, amaestrarlo. El animal había llegado pocos días atrás, un caballo salvaje de color caramelo que parecía no querer que nadie se le acercase. A penas había consentido que Zafiro diera un par de pasos hacia él, aunque la joven lo comprendía, después de todo, era un depredador, y eso los animales lo sentían, sobretodo los que no estaban acostumbrados a tratar con gente.

Cuando el animal estuvo ya cansado, decidió acercarse nuevamente, tendría que empezar montando sin silla, y, cuando se acostumbrase a que lo llevasen, intentaría ponérsela. No era sencillo domar a un caballo que, al parecer, era indomable. Eso era algo que ella sabía bien, y que había notado acrecentarse en sus aburridos días en soledad dentro de ese recinto en el que solo salía a dar clases de equitación a los niños de otros ricos que creían que ella era solo una empleada y acababan cerrando la boca y agachando la cabeza al escuchar cuando la llamaban "Señorita"

- Vale, calmate ahora.- musitó como orden, acercándose con pasos lentos y manos alzadas al caballo, necesitaba, al menos, conseguir acariciarle el hocico, si no no habría forma de hacer nada.

El animal se retiró nervioso un par de pasos y Zafiro, no quierendo perder lo poco que había ganado, dejó de acercarse. Guardó su látigo en el cinturón, dejándolo atado, y dando y chasquido con la cuerda, la soltó del alazán, dejándolo libre antes de acercarle un cubo de alfalfa con un par de zanahorias, se lo había ganado. Hasta que no se alejó del cubo, el animal no se acercó a él.

- Algún día tendrás que dejar que me acerque.- musitó enrollando la cuerda en su brazo.

No le gustaba tener que domar a animales libres, algunos no lo aguantaban y morían, atrapar a quien necesita volar era como condenarlos a muerte, aunque, con algo de suerte, ese caballo lograría adaptarse, si no era así, si en dos semanas no había conseguido montar, lo liberaría. Dejó la cuerda enrollada en un saliente de la verja y se sentó a contemplar la explanada. Los caballos corrían por la zona verde, algunos comían pasto, otros relinchaban tranquilos y el viento movía sus crines al igual que hacía con el cabello de la amazona, que suspiró retirando un mechón rebelde tras su oreja. Echaba de menos España.


Última edición por Zafiro Mendez el Mar Dic 13, 2016 2:35 pm, editado 1 vez


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Mensaje por Izan Uriz Vie Dic 09, 2016 1:24 pm

Varias semanas de viaje a caballo desde el sur de España, me habían llevado hasta la habitación de un lujoso y selecto hotel de París que sería mi morada durante los próximos meses. Desconocía el tiempo que estaría en la ciudad, ni siquiera sabía si encontraría lo que había ido a buscar.

La impulsividad y la falta de cordura me habían llevado a tomar mi montura con el propósito de empezar una nueva vida en París, donde tal vez encontraría mi lugar entre los abogados de renombre de esa ciudad. Aunque esto no era más que la excusa que le había contado a familiares y amigos para justificar una partida que escondía un motivo que no sabía si sería bien visto a los ojos de los demás.

Habían pasado ya muchos meses, tal vez demasiados, desde que mi mejor mejor amiga había sido enviada por sus padres a la casa de un tía al mismo París donde yo me encontraba. Marcha que esperé que fuese temporal y que tras enterarme de que no iba a ser así, había comenzado a buscar la manera de viajar hasta allí para buscarla. Quise escribirle alguna carta para enterarme de su estado, sabía por sus labios que la maldición que portaba desde niña la atormentaba y estar sola en una ciudad que no conocía debía de ser muy duro para ella. Pero sus padres se negaron a darme información sobre su paradero, explicándome que lo mejor para ella sería romper con todo lo que tenía en España.

Meses después y habiendo concertado una cita con un abogado de París, emprendí mi marcha explicando a todos que sería una oportunidad para mí trabajar en una ciudad tan cosmopolita; aunque la mi razón de ser era ver de nuevo a esa mujer que copaba mis pensamientos desde hacía demasiado, y que gracias a varios contactos en España, tenía su dirección.

Salí del hotel esa mañana fría y húmeda, nada tenía que ver con las mañanas en nuestra ciudad natal y tras coger mi montura me encaminé hacia la mansión cuya dirección correspondería con la de la tía de Zafiro, mi amiga incondicional, mi brújula; esa loba testaruda a la que tanto había añorado durante su ausencia.
Un hombre del servicio me indicó que podría encontrarla junto al campo de olivares, tratando de adiestrar a un caballo. No sabía ese pobre animal donde se había metido, pensé.

No tardé mucho en dar con ella, su olor era inconfundible e incluso en la lejanía pude ver que seguía tan preciosa como siempre. Al parecer ya había terminado su empeño con el animal, y decidí acercarme con sigilo para darle una sorpresa. La encontré sentada observando desde lo alto a esos animales a los que tanto amaba, tan sumida en sus pensamientos que no sintió mi presencia.

-¿Y a mí?¿Me dejarás que me acerque?- susurré en su oído al acuclillarme  tras ella, utilizando las mismas palabras que le había escuchado decirle al caballo. Le di un ligero beso en el cuello antes de que se girase y su mirada desconcertada se clavase en la mía.- Estás preciosa, ¿lo sabías?- frase que siempre utilizaba si no sabía si estaba enfadada o no, y quería librarme de un sermón.


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Mensaje por Zafiro Mendez Vie Dic 09, 2016 2:19 pm

Añoraba España, añoraba las bodegas en las que había crecido, los bosques donde, por suerte o desgracia, se había convertido en quien era, donde había aprendido a correr, donde había montado por primera vez a caballo, donde había bailado entre hogueras y gitanos escapando de bailes de gala, pero sobretodo, echaba de menos a quien, tras su transformación, se había convertido en su pilar fundamental.

Amigo, confidente y amante lo habían sido todo, y ni siquiera sabía si recibía sus cartas, ya que no le respondían ni sus propios padres. Añoraba correr por los bosques a caballo con el al lado, retándola a cada salto, burlarse de las damas que en los bailes correteaban tras el primer caballero que las sonriera. No le molestaba la soledad, pero esa falta de complicidad, no tener a nadie, le estaba resultando más difícil de lo que pensaba. No era igual la soledad cuando se escoge, que cuando llega impuesta.

Ni siquiera había podido despedirse, y, aunque disimulase, eso era algo que se la comía por dentro, pero entendía las prisas, era peligrosa, lo seguía siendo, por mucho que su tía intentase negarlo, no era fácil, y ella seguía aprendiendo, como lobo, no era más que un cachorro. Muchas veces, añoraba soltar esa energía de otro modo, montar a caballo, bailar o leer, no estaba mal, pero hacerlo sola, solo hacía que esa rabia y ese miedo se acrecentasen.

Suspiró y noto una presencia a su espalda, que le rodeaba la cintura con una mano y le besaba en el cuello. El olor debería haberlo delatado, pero era imposible, casi habría jurado, mientras lo había sentido acercarse, que era parte de sus recuerdos, que, en medio de se añoranza, se volvían más vívidos, no esperaba notar un beso. Pero, al girarse, y ver la cara sonriente de Izan, de poco no se cae de la valla.

No sabía si cabrearse por el susto o darle un abrazo, pero su autocontrol tomó el manejo de la situación. Se giró pasando las piernas por encima de la valla y saltó al suelo con una media sonrisa dejando su pecho pegado al de Izan y se puso de puntillas, dándole un ligero beso en la mandíbula al recién llegado.

- Y tu igual de idiota.- le susurró, bromeando, feliz de verle, parecía que el cielo la hubiera escuchado y le hubiera entregado, por adelantado, un regalo de navidad.


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Mensaje por Izan Uriz Sáb Dic 10, 2016 5:27 am

Suspiré quitándome un peso de encima cuando  Zafiro destensó ese gesto en que podían verse reflejadas mil y una sensaciones, bajándose de esa valla en donde se encontraba sentada con una preciosa sonrisa acercándose a mí. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo cuando volví a sentir sus cálidos labios sobre mi piel, borrando un poco de esa tristeza que me había invadido desde su partida.

Observé a un lado y a otro del lugar donde nos encontrábamos, buscando presencias desconocidas, cercionándome de que estábamos completamente solos, sin contar por supuesto con la presencia de los  caballos que por allí galopaban en libertad. Para mi satisfacción no noté aura alguna,  y cuando menos se lo esperaba, la cogí de las nalgas y de un tirón ascendente la subí a mi cintura, regalándole ahora ese dulce beso que tanto había imaginado desde mi salida de España.

-Si, pero un idiota que te ha echado de menos y ha venido a buscarte.- respondí frente a sus labios, rozándolos con los míos mientras le hablaba.- ¿Acaso tú no me has echado de menos?

Colmé su cuello de besos y caricias mientras escuchaba su respuesta y acariciaba la espalda por donde la sustentaba. La dejé bajar después con lentitud, por el mero hecho de que no sabía si podría acudir alguien a buscarla y no deseaba comprometerla por nuestros gestos, que aunque en España no nos escondíamos, París era una ciudad bien distinta y tendríamos que andarnos con ojo si no queríamos que su reputación se viese manchada.

-Y dime, pequeña, ¿hay algún hombre al que deba arrancarle el corazón?- le pregunté acariciándole la mejilla con el pulgar y orillando su cuerpo al mío con la otra mano. Mis ojos brillaron ámbar durante unos segundos al pensar que algún hombre podía haberla tocado de la misma forma que lo hacía yo, a sabiendas que aunque me molestase ambos éramos libres respecto a ese tema, nunca nos habíamos puesto la etiqueta de pareja, y como algo más que  amigos nos entendíamos lo suficientemente bien como para dejarlo así..- Después de tanto tiempo sin tener noticias tuyas, creo que lo menos que me puedes conceder es una larga velada junto a una botella de champagne y unas fresas, ¿no te parece?

Sonreí de lado, imaginando como terminaría esa velada donde el champagne alegraría nuestras almas y terminaríamos reviviendo viejos momentos.


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Mensaje por Zafiro Mendez Sáb Dic 10, 2016 8:42 am

Lo vio mirar a su alrededor, y siguió su mirada, preguntándose que lo inquietaba tanto como para tener que buscar, sin embargo, lo entendió todo cuando, sin preverlo, sintió unas manos firmes sobre su trasero, apretándolo y elevándola del suelo. Sorprendida al principio por el gesto, enredó las piernas alrededor de su cintura, como tantas veces había hecho ya, y puso los brazos en su cuello, sintiendo que volvía a estar en el lugar al que había pertenecido siempre y del que la habían arrancado.

Devolvió el beso con suavidad, llevada no por la pasión hueca, sin no por la alegría del reencuentro, notando como los labios de ambos bailaban por un instante sobre los del otro. sonrió un poco, mientras el lobo hablaba sin separarse de sus labios, si de ella dependiera, se quedarían así durante mucho tiempo. Le mordió el labio, juguetona, cuando escuchó su pregunta. Él sabía que nunca respondería de manera clara, no ella, pero que eso no quitaba que lo hubiera añorado como al agua en mitad de un desierto.

- Si me das unas horas, te lo demuestro.-
sonrió dejándole acceso a su cuello, eso era demasiado, conocía bien sus puntos débiles, demasiado bien, porque, con ese sencillo gesto, la hizo lanzar un suspiro para, al final, admitir.- sí te he echado de menos, demasiado.- le robó un ligero beso de los labios antes de descender de su cintura y le dedicó una media sonrisa.

Le había estado esperando meses, apática, cabizbaja, con el vino como único consuelo, soportando fiestas aburridas, algunas a las que había rechazado la invitación y solo una medianamente entretenida, que, aun así, no había llegado a despertar su curiosidad. La soledad y el miedo era lo que había acompañado su estancia en París. Sin embargo, las perspectivas futuras cobraban mayor brillo si iba a contar con la presencia de Izan en la ciudad.

Sonrió de medio lado al oír su pregunta, no tenían exclusividad, nunca la habían tenido, pero ella sabía que si alguien le hacía daño, él podría olvidar por completo su renombre como abogado para tomar cartas en el asunto, al igual, si ella conocía de alguien que quisiera herir al lobo, haría rodar cabezas sin pensárselo dos veces. No eran nada definido ni claro, pero, aunque ella no había sabido si lo volvería a ver, se había mantenido "fiel" a lo que fuera que tuvieran.

- De momento no, ¿alguna arpía a la que clavarle las uñas?.- se acercó un paso más a él cerrando los ojos para llevar su mejilla hacia la mano que le acariciaba la piel, y dejando que su cintura se amoldase cómodamente a su agarre, hasta oír lo de las cartas.- ¿No te llegaron? Te envié una todos los días durante los dos primeros meses, dejé de hacerlo al no recibir contestaciones.- explicó, pero suponía que, al mandarselas todas a sus padres, estos habrían hecho que las cartas nunca llegaran a su destino.- Me parece que te debo más de una noche.- lo miró con ojos oscuros, cargados de promesas.

Recordaba las noches en vela, las sábanas enredadas, los besos y arañazos en la piel, el calor, las respiraciones fundidas y las manos enredadas. Aunque no había echado eso tanto de menos, que lo había hecho y mucho, mucho más de lo que jamás confesaría, como los momentos en los que, simplemente, charlaban acostados tumbados en una alfombra con una bebida caliente entre las manos, o cuando paseaban a caballo en los bosques. Y todo eso era lo que cargaban sus ojos con una sola mirada, justo cuando un trueno rompió el cielo y las nubes comenzaron a moverse con el viento.

Mucho tardaba en llover, con los días horribles que habían ido transcurriendo. Dándole un beso fugaz, se separó de él sacando el látigo y tomando la cuerda que colgaba de la valla antes de saltarla para poder coger al salvaje.

- Ayúdame a guardarlos antes de que empiece a llover.-
le pidió intentando poner la cuerda en el cuello del animal mientras las primeras gotas comenzaban a descargar.- luego te enseño la casa, si quieres.- le sonrió de medio lado.


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Mensaje por Izan Uriz Sáb Dic 10, 2016 4:29 pm

Me deje envolver por su delicado olor, ese que cada noche trataba de imaginar acostado en mi cama cuando me acordaba de ella. No era consciente de cuanto la había echado de menos hasta ese momento en que volvía a tenerla entre mis brazos. Me sentía dichoso de volver a sentir su calor contra mi cuerpo, de poder verme reflejado de nuevo en esos preciosos ojos que eran los que guiaban mis pasos.

-Si me has echado de menos tanto como yo a ti, nos harán falta unos cuantos días, con sus respectivas noches para que me lo demuestres.-reí jocoso por su comentario, intuyendo cual sería nuestra forma de demostrar cuánto habíamos anhelado el cuerpo del otro.
Una sonrisa triunfal se dibujó es mi rostro cuando me confirmó que no había otro hombre al que matar, al menos de momento. Eso estaba bien, pues conmigo en París, hombre que se acercase, hombre que saldría con el rabo entre las piernas.

-Sabes que no correteo con otras, pequeña.- rocé sus labios con un sentido beso, haciéndole saber que ni siquiera había pensado estar con otra mujer que no fuese ella. Mi trabajo me ocupaba todo mi tiempo y el resto de éste lo había dedicado a seguir su rastro, a encontrar cualquier pista que me llevase hasta ella. Al fin mi esfuerzo había dado sus frutos, y allí  estaba, frente a una mujer que de una forma u otra me había robado el alma.-No recibí ninguna carta Zafiro, ni siquiera tus padres quisieron decirme donde encontrarte. Por eso he tardado todos estos meses en dar con tu paradero.- hice una breve pausa recordando la desesperanza que muchas veces me había embargado al pensar que no volvería a verla.- Pero no te preocupes, ahora no podrán separarnos de nuevo. No voy a permitir que nada ni nadie te vuelva a arrancar de mis brazos.

Y allí estábamos los dos,  como unos  tontos abrazados  al otro mientras le acariciaba la mejilla y la observaba como quien ve a un ángel por primera vez en su vida. ¿Siempre había sido ya hermosa o es que al pensar que podía perderla ahora la valoraba todavía más, si es que eso era posible?
De pronto ese momento idílico se vio truncado por una fina lluvia que amenazaba con volverse más torrencial. Asentí ante la orden de Zafiro que me pedía ayuda para recoger a los caballos hasta el establo antes de que la tormenta se pusiese sobre nosotros, y sin más dilación hice lo que deseaba mi bella amazona.

Corriendo entre risas pusimos a todos los caballos bajo techo, acomodándolos en un granero cercano a la mansión. Cuando todo el trabajo parecía ya resuelto tomé la mano de la preciosa dama de cabellos mojados y tiré hacia ella para envolverla con mis brazos.- ¿Sabes que estás muy sexy así mojada?- tomé sus labios de nuevo, pero esta vez con la pasión que encendía mi cuerpo al sentirla de nuevo cerca de mí.


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Mensaje por Zafiro Mendez Sáb Dic 10, 2016 6:55 pm

Los caballos corrieron al establo en cuanto escucharon el primer chasquido del látigo y, sin notarlo, la loba miraba de reojo al joven. No había sabido hasta que lo había vuelto a ver cuantisimo lo necesitaba. Había pensado que estar sola era fácil, que no importaba si él estaba lejos o cerca, que, después de todo, había pasado ya años en soledad, y no le sería difícil volver a aceptarla. Pero había estado equivocada.

Viéndolo reír, guiando a los caballos hacia sus correspondientes boxes, no podía evitar pensar que había sido una ilusa al creer que podría pasar más de unos meses alejada de él, sin su humor de doble sentido, sin las noches en sus brazos, sin sus ojos brillando por bromas que muchas veces ella no alcanzaba a comprender, sin su olor, una mezcla a bosque y libro, que le despertaba la curiosidad, ya que no llegaba a entender que alguien con un trabajo tan serio y una apariencia que solía ser tan elegante, llegara a estar como lo estaba en ese momento. Riendo, empapado con la lluvia, con la ropa echa jirones, el pelo destrozado, los pies llenos de barro y los ojos brillantes.

Corrió, arrastrando al caballo salvaje, hasta dentro del establo, y lo encerró en su propio recinto, retirándole la cuerda. Había sido más sencillo de lo que había pensado en un principio, tal vez la lluvia lo amansaba, o, tal vez, había notado su calma, y eso había hecho que le fuera más sencillo acercarse, porque, ¿para qué negarlo? Izan la hacía sentir miles de cosas, más de las que le gustaría admitir. La apasionaba, la hacía rabiar, y reír, aunque al estar en público ella mantuviera esa fachada fría, y, sobretodo, parecía calmarla, a ella y a su lobo. Posiblemente porque tenía la seguridad de que nunca le haría daño, bien por que sabía que se detendría antes de herirlo, bien porque sabía que él tenía la suficiente fuerza como para detenerla a ella.

Se acercó lentamente, tras cerrar la puerta del caballo, y soltó látigo y cuerda en el suelo, tendiendo la mano para tomar la que él le tendía, notando un suave tirón que la pegaba a él, la ropa húmeda de ambos dejaba pasar con mayor facilidad el calor de sus cuerpos, sin dejar que notase, siquiera, el frío aire que entraba por algún hueco mal cubierto. Notando las manos de él sobre su cintura, rodeándola y creando una pequeña celda, puso sus manos sobre el pecho de él, mirándolo con tranquilidad, demasiado tiempo separados como para perder el tiempo en otra cosa.

- Eso es algo que podría decir de ti, pero, de momento, prefiero que vayamos a secarnos.- musitó antes de devolverle ese beso cargado de fuego y electricidad, que le hizo temblar y le recorrió la piel como un rayo.

Sin mediar palabra, arrastrándolo de la mano, abrió una puerta pequeña que comunicaba directamente con la casa, al cerrarla, volvió a atrapar sus labios en un beso lento y pausado, muy similar al que él había iniciado instantes antes. Entre besos y caricias, negándose a separarse de él. Nadie la iba a arrancar de sus brazos, le había dicho, y no iba a ser ella quien le fuera a hacer romper esa promesa, esa noche, nadie lo arrancaría a él de sus brazos.

Abrió, de espaldas, la puerta de su cuarto y la cerró de igual manera, guiándolo, negándose a separar los labios, hasta el baño. Cerró también, esa puerta y, por fin, detuvo sus besos. solo lo suficiente como para, labio contra labio, susurrarle.

- ¿Me ayudas a secarme?


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Mensaje por Izan Uriz Mar Dic 13, 2016 3:14 am

Mis labios delineaban el contorno de su mandíbula con suavidad, disfrutando de nuevo del olor de su piel impregnando la mía, del sabor de su cuerpo que volvía a sentir en mi boca como agua de mayo después de tanto tiempo sin ella. No se lo reconocería, pero había sido incapaz de estar con otra mujer durante su ausencia. Solo ella ocupaba mis pensamientos, encontrarla había sido mi único objetivo todo este tiempo. Mis ojos se tornaron ámbar al notar su calor atravesando nuestras prendas y fundiéndose con el mío.

-Puedo secarte aquí si quieres.- susurré con una pícara sonrisa frente a sus labios, uniéndolos con los míos de nuevo en un necesitado beso. Había soñado tantas veces con ese reencuentro, que ahora que era capaz de sentir el tacto de su piel bajo mis manos que recorrían con delicadeza su cintura, me parecía un sueño. Un sueño del que no quería despertar y verme privado de nuevo de mi preciosa loba de ojos castaños.

Sujetó mi mano con firmeza, tirando de ella para conducirme hacia una puerta de madera que daba al interior de una preciosa mansión. Negué con la cabeza esbozando una sonrisa cuando impaciente tomó de nuevo mis labios. Imaginaba que la casa no estaría vacía, así que traté de mantener mis instintos a raya mientras llegábamos a un lugar más íntimo.

Entre susurros, besos y caricias recorrimos la distancia que nos separaba hasta su habitación, incapaces ambos se separar nuestros cuerpos en ningún momento. El riesgo de ser descubiertos por alguna doncella o alguien del servicio se convirtió en un interesante juego que cesó cuando la puerta de su dormitorio se cerró tras nosotros.

-Será un placer.- respondí con una sonrisa ladina y unos ojos ámbar que brillaban como nunca, cuando comprendí el doble sentido de sus palabras. Esa intimidad que tanto habíamos echado de menos volvía a surgir entre nosotros, esa necesidad de acariciar cada centímetro del cuerpo ajeno sería complacida en breve. Sabía que ella me deseaba, que aunque le costase reconocerlo, me había echado de menos tanto como yo a ella.

Mis manos se posaron de nuevo en su cintura, deshaciendo los nudos de ese corsé mojado mientras tomaba sus labios con la misma intensidad que minutos antes en el establo. Mis dedos se deslizaban con habilidad sobre su ropa, dejando caer al suelo del cuarto de baño la prenda a un lado. Jadeé frente a sus labios al contemplar la transparencia de su camisa, esa que mojada por el agua de la lluvia dejaba poco a la imaginación. Sus erectos pezones resaltaban a la vista y controlar mis ganas de ella se estaba convirtiendo en toda una odisea.

Saqué la camisa por su cabeza, acariciando su espalda con una mano y aproximando con firmeza su cuerpo al mío, mostrándole lo mucho que una parte de mi cuerpo la había echado de menos. Mis labios recorrieron su clavícula de forma sensual, dedicándole a cada centímetro de su piel ese tiempo que nos había sido arrebatado. - Te deseo, pequeña.- musité junto a su oído mordiéndole con suavidad el cuello.


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Mensaje por Zafiro Mendez Mar Dic 13, 2016 12:39 pm

Las luces de las lámparas de aceite que iluminaban el baño iluminaban con tonos amarillos el cuarto, que parecía titilar junto a las llamas volviendo de un color caramelo líquido los ojos de la joven, que, llevada por sus instintos, dejaba que su lobo saliera, parcialmente, a la luz para disfrutar también del reencuentro. No era solo que ellos, como personas, parecieran encajar a la perfección, era que, además, sus lobos parecían compartir esa sensación de complicidad.

Los meses habían pasado fríos, y, tal vez por primera vez desde que abandonó España. Zafiro sentía una pequeña llama, un foco de calor que hacía que le vibrase hasta la luz de los ojos, la pasión que durante tiempo había estado dormida y que solo ese abogado tan peculiar llegaba a despertar en ella. Mientras las manos de Izan se deshacían de su corsé, sus dedos se movieron, ágiles, sobre los botones que enganchaban la camisa que cubría el pecho de su "amigo", desabotonándola, dejando su pecho libre para salpicarlo de besos.

Besó sus labios, notando un ligero jadeo, y lanzó un suspiro, como si volviera a casa tras un día de trabajo duro. Estaba, por fin, en sus brazos. Dejó que le sacase la camisa, retirando la suya, dejando que ambas prendas, blancas, cubrieran el suelo, y pegó su cuerpo al de él, rodeándole el cuello con los brazos, lanzando una media sonrisa al sentir que algo duro se pegaba a su vientre.

Suspiró al notar los labios de él por su cuello, y un sonrojo a penas notable subió a sus mejillas al oír la voz en su oído. Pocas cosas hacían enrojecer a esa chica, y la única persona que conseguía hacerlo, era ese hombre que tenía delante, que, sin tapujos, la empujaba a su límite. Rozó con su mano y una media sonrisa juguetona esa parte que se interponía entre su piel y la del torso de él, antes de, dándole un suave bocado en el labio inferior, separarse un poco.

- Espera, aquí.- le ordenó contra sus labios, alejándose un poco.

Agachando medio cuerpo, apoyó los brazos en el borde de la tina, dejando correr el agua caliente, que pronto llenó el cuarto de humo. Sin girarse a mirarlo, se deshizo de las botas y se desabrochó el pantalón, dejándolo caer y saliendo de las perneras con un sencillo paso hacia su izquierda. Entró en la bañera, que se llenaba con velocidad y le tendió la mano.

- ¿Vienes?.- estaba dispuesta a inundar el cuarto de baño con lo que iba a suceder dentro del agua.


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Mensaje por Izan Uriz Jue Dic 15, 2016 12:05 pm

Sus labios comenzaron a recorrer mi pecho ahora descubierto tras haber sido ella misma quien se deshiciese de mi camisa momentos antes. Nuestros cuerpos semidesnudos se fundieron en un profundo abrazo, donde volví a sentir la calidez de su piel acariciando de nuevo la mía; esa piel que se había convertido en mi religión y cuya calidez había añorado cada noche sobre la almohada.

Le profesé infinitas caricias mientras mis labios recorrían entre besos y suaves mordiscos desde su hombro hasta su cuello, caricias que no había podido darle cuando seguramente más lo necesitaba y que estaba dispuesto a dárselas todas y cada una de ellas ahora que la había encontrado para que supiese que volvería a ser su apoyo incondicional, que jamás permitiría que se la volviesen a llevar.

La rodeé con ambos brazos izándola un poco hacia mis labios, acercándola tanto a mi cuerpo que sentía como sus pechos endurecidos rozaban los míos, provocando en mí una total excitación que debió sentir golpeando su vientre, pues una pícara sonrisa se dibujó en sus labios. Nuestros labios se buscaron de nuevo, anhelantes de confesarse lo mucho que se habían añorado. Sujeté su nuca con firmeza pero al mismo tiempo con cuidado para ladeando la cabeza profundizar ese beso que sabía a hogar, a felicidad, a ella.

Un gruñido ronco salió de mi garganta cuando con un ligero roce de su mano sobre la tela que ocultaba mi henchida hombría, se alejó de mí, ordenándome que permaneciese quieto. Sentí como mi parte lupina estaba tomando el control de mi cuerpo, como mis ojos brillaban más fuerte que nunca y que si obedecía y me mantenía en esa posición en lugar de salir tras ella para tomarla contra la azulejada pared, era porque conocía su juego. Un juego que me volvía loco con cada gesto de ella.

Podía notar como mi miembro se debatía furioso bajo mis pantalones, suplicando por ser liberado de su prisión, cuando tras abrir el grifo sobre la tina, empezó a liberarse de su ropa despacio, de una terriblemente sensual y provocadora que me arrancó un profundo jadeo cuando terminó por quitarse todas las prendas que cubrían ese precioso cuerpo del que las ninfas de los bosques debían estar envidiosas.

El vaho que inundaba el cuarto de baño envolvía su cuerpo ahora desnudo cuando se introdujo en la tina y me pidió que me acercase. Con una sonrisa de lado en el rostro y los ojos ámbar como la miel, fui desnudándome recorriendo el camino que me separaba de ese pequeño cielo terrenal a su lado en la bañera. Dejé los zapatos en el mismo sitio donde segundos antes la observaba con admiración, desabrochándome los pantalones en ese trayecto para quitármelos frente a ella.

Me metí con cuidado en la tina intentando no derramar mucha agua fuera, aunque en breve dudaba que quedase la suficiente dentro de la tina. Sonreí con picardía cuando nuestras miradas se encontraron dentro del agua, cogiendo su mano y tirando de ella para subirla sobre mí, para sentir ahora nuestros cuerpos desnudos bajo las cálidas aguas que en comparación con nuestros cuerpos parecían haberse enfriado. Nuestros sexos se rozaron por el movimiento de mi hombría que parecía tener vida propia bajo el agua, buscando hundirse en ese lugar que creía suyo por derecho.

-Pensaba que querías que te secase, no que te mojase más.- susurré frente a sus labios, deslizando mi mano despacio sobre su sexo rozando apenas esa parte de su cuerpo que sabía que la enloquecía, besándolos después con necesidad.


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Mensaje por Zafiro Mendez Jue Dic 15, 2016 3:26 pm

Sonrió mientras lo veía deshacerse de la poca ropa que le quedaba, y le siguió con la mirada, repasando cada uno de sus músculos sin cortarse un pelo. Siempre, desde el primer momento que lo había visto, le había sido imposible no fijarse en su cuerpo. Los abogados debían ser fofos, aburridos, y gordos, tenían un trabajo sedentario que les ocupaba, además, gran parte de su tiempo. Pero él...

Tal vez por su naturaleza lupina, o por constitución, no lo sabía, era totalmente contrario a la imagen usual de un letrado. Espalda ancha, pecho torneado, brazos musculosos, piernas fuertes, podría ser la envidia de cualquier caballero que gustase de presumir de su capacidad con las armas. Pero mejor, porque a él no le hacía falta arma alguna para dejar en ridículo a alguien. Mientras se hundía en el agua, siguió mirándolo sin perder detalle.

Su piel morena, salpicada de gotas de lluvia, hablaba de carreras por el bosque, de días a caballo, y de noches entre sábanas. En su ausencia, podría haber tenido a cualquier dama que le diera la gana, más educada, más adecuada para ser una esposa, más dulce, cariñosa y amable. Podría haber encontrado una dama de clase alta que lo aparentase de verdad, que no se pasara el día entre caballos, que no escapase de las reuniones sociales para acudir a fiestas de pueblo, podría haber formado una familia.

No creía que realmente no hubiera tocado a una en sus meses de ausencia, pero no le importaba, porque podrían haber pasado muchas mujeres por su cama, pero al final, estaba allí, con ella, y si podía evitarlo, no permitiría que ninguna otra se acercase a ese hombre que la había buscado hasta dar con ella, porque podría haberla olvidado, haberla dejado como un recuerdo vago de un delirio de alcohol, de mil noches en vela, pero al final, la había escogido.

Se acercó a él cuando se hundió en el agua, serpenteando con lentitud sin apartar sus ojos de caramelo líquido del brillo ámbar de los de él, sintió el tirón en su mano y se dejó guiar hasta quedar a horcajadas sobre él, con el pecho pegado al suyo, y las narices rozándose, tentando a un nuevo roce de sus labios. Sintió como, con el vaivén del agua, rozaban esas partes de ellos que parecían buscarse, como si tuvieran un imán que los atrajera y que quisiera que estuvieran tan unidos, físicamente hablando, como fuera posible.

Con una mano en su mejilla, lanzó un suspiró al notar una caricia bajo el agua y sonrió con los labios frente a los de él. Empezaba el juego. Deslizó su diestra por el pecho húmedo de su compañero hasta llegar a lo que la golpeaba con suavidad, rodeándolo con la palma antes de devolverle el beso con deseo.

- Sabes que soy de cambiar de idea, aun así, no he mentido del todo, uno de los dos va a quedar seco.- bromeó frente a sus labios, volviendo a besarle mientras comenzaba a mover su mano, sin soltar esa parte de él que había cogido, y recorriendo sus labios con la punta de su lengua, volviendo a besarle lentamente, encendida.


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Mensaje por Izan Uriz Vie Ene 06, 2017 11:28 am

Rocé levemente con los labios  la mano  que acarició suavemente mi mejilla antes de que la deslizase por mi torso desnudo, desencadenando en mí mil y una sensaciones distintas que se arremolinaban en mi interior, donde cada una de ellas deseaba hacerla mía después de tanto tiempo sin haber podido acariciar su suave piel, sin poder saborear sus labios ni que mis sentidos quedasen embriagados por su olor.

Un gruñido de pura excitación salió de mis labios cuando su mano tomó mi virilidad con decisión, moviendo ésta con suavidad  e instándome a empezar un juego peligroso donde ambos terminaríamos más que saciados del otro. Mis dedos dejaron de rozar sutilmente su sexo para hacerlo mío en su totalidad, acariciando con dos dedos sus pliegues sin ningún tipo de reparo ni timidez, recuperando todo ese tiempo perdido en el que  había recordado tantas veces encuentros pasados, deseando volver a verla y sentir lo que solo era capaz de sentir con ella.

-Pequeña, creo que después de este deseado reencuentro ambos quedaremos más que secos, ¿o es que crees que te dejaré que te quedes mojada estando yo a tu lado?- mordí su cuello con suavidad, aproximándome hasta el lóbulo de su oreja con pequeños besos.- Si es necesario secaré tu cuerpo entero con la lengua.- susurré con picardía antes de morder su oreja e introducir sin dilación ninguna dos dedos en su interior.

Con la mano que me quedaba libre, rodeé su cintura acercándola a mi cuerpo con necesidad, tomando su endurecido pezón derecho entre mis labios. Una pícara sonrisa se dibujo en mis labios cuando lo succioné primero con suavidad, para luego tironear de él con los dientes. Ese instinto lupino que siempre aparecía en mí cuando disfrutaba de nuestra cercanía volvió a apoderarse de mi ser y un delicado chupetón en su pecho era muestra de ello.

El movimiento de mi brazo mientras la hacía mía con los dedos,  formaba pequeños torbellinos en el agua de la tina, que iba desalojándose sin remedio cuando sus caderas decidieron acompañar el rítmico compás de éstos. Deslicé la mano que tenía en su cintura hasta su trasero, acariciándolo con si de un magnífico tesoro se tratase, acercando un poco más su sexo al mío propio que endurecido como una roca quitaba por entrar al que creía su hogar. Un tercer dedo fue introducido en su interior, regalándome un excitado gemido de sus labios que fue bebido por los míos.


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Mensaje por Zafiro Mendez Dom Ene 08, 2017 6:50 am

Él olía a tabaco de pipa; a papel gastado; a tinta seca; a agua de lluvia; a madera vieja; a hierba fresca; a primavera; a otoño; a recuerdos; a calor; a noches en vela; a velas extintas; a chimeneas que chisporroteaban; a alfombras de pelo; a sábanas limpias. Tenía el sabor de chocolate amargo; del café; del vino tinto en época de bonanza; de la carne asada en madera de naranjo; de la lluvia en los labios tras una carrera en el bosque. El tacto de la lija; de la hierva fresca bajo los dedos; de la madera de barril cuidada: lisa, firme, fuerte; el tacto de las sábanas tras una noche despiertos; del papel con el que se firman los tratos; de las plumas entintadas; de recuerdos; de pasado añorados, presentes perfectos y futuros prometedores. El sonido de canciones y leyendas en hogueras; de bailes de gala que terminaban en danzas a la luz de la luna; de susurros en el oído; de secretos contra los labios fundidos en besos.

El cuarto era una nube de vapor; un verano en la playa; una tarde lluviosa frente al hogar; era suspiros, gemidos y mejillas encendidas; era la calidez de una taza de chocolate caliente en una noche fría de invierno; una conversación frente a una chimenea con media copa de vino en las manos; abrazos entre pajares y burlas a escondidas, olía a almendras y lavanda, con él allí, junto a ella, olía a casa.

Ella era seda, la seda de las sábanas que los envolvía muchas noches; chocolate con leche, y un toque de pimienta; era el fuego que habían saltado un verano; era el viento que les había impulsado a correr; la lluvia que les había cegado; el agua que los cubría y se mecía con sus vaivenes en esos mismos instantes. En ese momento, estaba tan inundada de sensaciones y recuerdos, de calor y fuego, que era y no era: era el olor a pipa; el sabor a vino; era el tacto de la pluma; el sonido de una canción con voz rasgada; lo era todo; y era nada, derritiéndose bajo las caricias de los dedos; firmes, seguros, suaves. Juraría que, a la mañana siguiente, se habría desvanecido, fundiéndose con el brillo plateado de la luna.

Sintió las caricias suaves adentrarse más, sin temor ni vergüenza alguna, para entrar en ella. Soltó un leve suspiro, mientras le besaba con suavidad sin detener el movimiento de su mano. Sonrió contra sus labios al oírlo contestar, y mantuvo silencio, segura de que su voz saldría, si hablaba, entrecortada. Las caricias que le recorrían la espalda hacían que le recorrieran pequeños escalofrío, suaves como la seda, mientras se acercaba más al pecho desnudo de Izan, notando sus dedos hundirse aun más en ella.

Un pequeño gemido escapó de sus labios al notar su boca sobre su pecho, haciendo que su interior se apretase más y el calor aumentase en su cuerpo. Enredó los dedos de la mano libre en su pelo, mientras su otra mano hacía círculos sobre su punta, sensible como era. Volvió a rodearlo moviéndose, inevitable mente, al ritmo de sus caderas, que habían decidido, por cuenta propia, seguir el ritmo que marcaban sus dedos. Los nervios se le ponían de punta, quería más. Lo besó con fiereza, deseosa de cambiar esos dedos por lo que ella misma tenía en una de sus manos, que parecía latir, con las mismas ansias que ella. Notó un tercer dedo que le arrancó un gemido de sorpresa mientras la mano en su trasero la hacía reducir el ritmo con suavidad, y un suspiro contra los labios de él, sin detener ninguno de sus movimientos, lentos, rítmicos y suaves.

- No me rompas, o no podré seguir jugando.- musitó entre exhalaciones suaves, intentando acercarse más a él, decidida a no soltarlo, mientras su mano subía y bajaba y hacía ligeros círculos en la cima con pulgar.

Le mordió la barbilla y repartió besos por su cuello con lentitud, soltando leves gemidos a cada movimiento, llegando hasta su oreja y volviendo a bajar hasta sus labios rozando su cuello con los suyos, impaciente, pero intentando no apresurarse, llevaban mucho sin verse, y algo más sin encontrarse de ese modo, no quería acelerar las cosas, prefería saborearlo, y degustarlo con paciencia, como a un buen vino.


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