Victorian Vampires
Ficha Ivasmila Pekkus 2WJvCGs


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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Ivasmila Pekkus Lun Ene 09, 2017 10:48 pm


DATOS BÁSICOS

▲NOMBRE DEL PERSONAJE▲
Ivasmila Pekkus

▲EDAD▲
19 años

▲ESPECIE▲
Humana

▲FACCIÓN A LA QUE PERTENECE▲
-

▲TIPO, CLASE SOCIAL O CARGO▲
Clase Media

▲ORIENTACIÓN SEXUAL▲
Bisexual

▲LUGAR DE ORIGEN▲
Prusia

▲HABILIDADES/PODERES▲
-



DESCRIPCIÓN PSICOLÓGICA

Ivasmila es una persona sumamente cambiante y volátil. Puede enojarse y odiar con rapidez para luego terminar amando con pasión.
Desde pequeña oye voces en su cabeza, a veces entiende lo que susurran y otras no, puesto que pueden hablar idiomas que ella no conoce. Su madre le ha dicho que puede deberse a que cuando ella no había nacido –estaba aún en el útero materno- Ladislav, su hermano mayor, salvó a su madre de morir utilizando el vigoris.
Daria Pekkus siempre estuvo convencida de que aquella maniobra desesperada de su hijo por darle vida había afectado a Ivasmila. Él había salvado a su madre, pero, a la vez, condenado a su única hermana mujer a la locura.

A Iva le gustan las emociones fuertes que le hagan olvidar todo el dolor que carga, a veces bebe hasta que pierde la noción del lugar en el que se encuentra.
Secretamente, espera enamorarse de verdad. No puede creer que el amor sea solo aquello que vivió con su difunto esposo por el espacio de una semana… Tiene que haber algo más y ella desea descubrirlo. Busca ser hallada por alguien que la crea especial y que le enseñe todo lo que todavía ignora de la vida.
Ama París porque la ciudad es todo lo que ella desearía ser: brillante, intrigante, sensual y adorada.



HISTORIA

La familia Pekkus fue formada por Sacha (herrero) y Daria.
Sus hijos son: Ladislav Pekkus (herrero, vive en París), Alec Pekkus (Teniente del Real Ejército de Prusia), Pavel Pekkus (herrero), Misha Pekkus (herrero) e Ivasmila Pekkus.

****

-No me voy a casar, lo he pensado bien y creo que lo mejor para mí es vivir siempre contigo, padre.
-¿Qué? –Pavel Pekkus observó a su hermana-. Iva, no puedes cambiar ahora algo así, el pobre Dinko…
-¿Pobre? ¡Ese viejo no es ningún pobre!
-Tantas estupideces me abren el apetito –dijo Sacha Pekkus, el padre de ambos, y se puso en pie. Caminó hasta la mesa de madera en la que una fuente de pan, recién horneado por su hija, reposaba.
-Padre, no me voy a casar –volvió a decirle.
Sacha simplemente sonrió mientras masticaba.
-¡A los fuegos todo el mundo, que hay trabajo que entregar! –gruñó.
Cuando los tres hombres de la casa –Sacha Pekkus, su padre, y Pavel y Misha, sus hermanos- salieron rumbo a la herrería que se encontraba de contiguo a la casa, Ivasmila lloró. Extrañaba a su madre, estaba segura de que ella la entendería. Tocó la cruz que llevaba colgada en su cuello y le dedicó un pensamiento amoroso, recordando su voz dulce.
“Si Alec estuviera aquí”, su hermano, el segundo de los Pekkus, era Teniente del Real Ejército de Prusia y además su mejor amigo.
Había creído que casarse con el viejo Dinko era una buena idea, ya no debería hacerse cargo de la casa de su padre, no lavaría más ropa ni alimentar a su familia… El hombre tenía una empleada que se ocupaba de aquello, Ivasmila podría descansar y –si él se lo permitía- acompañarlo en los viajes que hacía para vender sus telas. ¡Conocería ciudades maravillosas!
Todo había cambiado en su cabeza a causa de un beso.
En los meses que llevaban comprometidos, Dinko había intentado besarla en algunas oportunidades pero ella siempre se había negado.
Hacía solo dos días, Ivasmila Pekkus se había puesto su mejor vestido –uno que el propio prometido le había regalado- para pasear con él por el pueblo y enterarse detalles de la ceremonia.
Su padre, siempre reticente a dejarla sola con el hombre –eran humildes, pero no libertinos-, le había permitido ir al paseo porque sería al aire libre.
Habían recorrido las calles tomados del brazo, él le había comprado frutas fragantes en uno de los puestos y la había tentado con regalarle unas bonitas enaguas. Lo último había provocado que Iva enrojeciera.
Mientras iban en la parte trasera del coche que Dinko solía rentar, dirigiéndose ya de vuelta a la casa de los Pekkus, el hombre se acercó a ella y le buscó la boca. Ivasmila le rehuyó, con una sonrisa –como siempre hacía-, pero él no le permitió escapar aquella vez.
Se arrojó sobre su cuerpo, apretándola contra la pared del coche, y lamió su cuello… Tocó sus senos hasta que a Iva la piel le dolió, y, por último, introdujo su lengua en la boca de ella que lanzaba golpes sin darle a ningún blanco.
El hombre tenía más de cincuenta años mientras que Iva solo dieciséis. Pesaba el triple que ella y era mucho más alto… Su inteligencia le dijo que lo mejor era no luchar, dejarlo hacer, en algún momento llegarían al destino.
Cuando el coche se detuvo ellos ya se habían separado. Ivasmila sentía nauseas y luchaba contra su cabeza, aquellas voces habían vuelto para torturarla:
Cerdo, es un cerdo... ¿A dónde iremos hoy?...  Alguien debería cortar su lengua… Es un cerdo… a la mañana… no deberías ir, Iva… ¡Hay que trabajar! … Es un cerdo… ¡Oh, Sacha! … ¿El domingo? … Mamá no quiere comer, padre… ¡Pavel, basta! … Es un cerdo… un cerdo… ¿Cuándo llega Alec? … ¡suéltame, cerdo!
-Acomódate la ropa, querida –le dijo el hombre mientras hacía lo propio.
Descendieron y Pavel, su hermano mayor –quien quedaba a cargo cuando su padre no estaba porque Ladislav y Alec no vivían ya con ellos- los recibió.
-¿A dónde vas, Ivasmila?
-No me siento bien –le respondió y se dirigió, al pequeño dormitorio que tenía en la parte trasera de la casa, sin despedirse de su prometido.

No quería, algo le decía que no debía hacerlo, pero finalmente Ivasmila Pekkus se casó con Dinko Ibramkkus.
Recordaba con dolor aquel atardecer como el más triste de su vida. Se había subido al coche mientras sus seres amados la veían partir para alejarse de ellos. Su padre lloraba y Ladislav –que había viajado desde París para estar en la ceremonia- lo abrazaba. Pavel y Misha la saludaban con las manos en alto. Y Alec, su hermano favorito que se había pedido dos semanas de permiso para estar presente junto a ella, le sonreía formal y perfecto con su traje militar. Todos, excepto él, vestían lo que ella misma les había elegido.
Era un error. ¿Quién iba a cuidarlos ahora? ¿Quién lavaría sus ropas? ¿Quién les acercaría la cena cuando estuviesen muy atareados en la herrería como para dejar de trabajar? ¿Quién iba a encontrar los zapatos que su padre siempre extraviaba?
Su padre solo había llorado dos años atrás cuando Daria, su esposa, murió. Y ahora también lloraba por ella... ¿Sería una señal? ¿Estaba muriéndose ella para él?
“¿Qué hice?” se preguntó y su esposo se sentó junto a ella en el carro.
Dinko rompió su hermoso vestido nada más llegar a la casa. Ni siquiera le mostró las habitaciones, tampoco le presentó a la mujer que se encargaba de todo allí. Cruzaron el dintel y él, desde atrás, le rompió las ropas, dejándole desnuda la espalda.
-¡Nooo! –gritó horrorizada.
-¡Puedo darte cientos, querida! –le juró-. ¿Qué puedes darme tú? –la empujó y ella quedó con la cara en el suelo.
-Sé cocinar –le aseguró con voz asustada. No podía darle nada más.
El hombre –su esposo- rió con gracia y rompió sus enaguas.
-¡No! ¿Qué hace, señor Dinko? –se quejó cuando él le puso una rodilla en la baja espalda-. ¡Suélteme! ¡Le diré a mi padre! ¡Déjeme!
-Ya no eres de tu padre, ahora eres mí mujer. ¿Sabes, acaso, lo que los hombres le hacen a las mujeres?
Ella no respondió. Un cuchillo había entrado ya en su cuerpo y la hería una y otra vez.
-¡Va a matarme, señor Dinko! ¡Va a matarme!
-Shhh –le dijo él y tiró de su cabello-. Silencio, pierdo la concentración si me hablas.
No liberó su cabellera rubia en ningún momento, la cabeza le dolía al igual que el vientre que él le estaba lastimando. Podía sentir el olor de la sangre.
Pero Ivasmila no habló, lloró en silencio.
Tu padre tiene cuchillos… es un cerdo, siempre fue un cerdo… ¡Es culpa de Lad! … es un cerdo… Eres fuerte, Iva… alguien debería hacerle lo mismo al cerdo… ¡Hay que cortarle la lengua!
-¡Estoy todo sucio por ti, esposa! –le dijo y la pateó.
¿Cuánto tiempo había pasado? No lo sabía, había logrado abstraerse del mundo, de su nuevo mundo.
Ivasmila se sintió al fin libre, sin el peso del hombre, y rodó para quedar boca arriba. Entre la cortina de lágrimas lo observó:
-¿Por qué me ha lastimado así? –susurró.
-Ve a buscar algo con qué limpiarme –ordenó.
-No quiero –se sentó y todo el cuerpo le dolió.
Un cachetazo de revés le hizo girar la cara. El oído izquierdo comenzó a zumbarle.
-No debes responderme, esposa. ¡Ve a buscar con qué limpiarme! –le dijo e Ivasmila observó su miembro flácido y ensangrentado.
Sabía que eso era lo que los hombres tenían entre las piernas y que era lo que marcaba la diferencia con las mujeres, pero jamás imaginó que pudiera ser usado como un arma.
¿Lastimarían sus hermanos a otras personas con eso? No, ellos eran buenos…
Su esposo volvió a patearla e Ivasmila no tuvo más remedio que arrastrarse hacia el interior de la casa. Ni siquiera sabía hacia donde iba…
-Señora –unas manos la ayudaron a levantarse y tiraron de ella hacia el interior de una pequeña cocina-, tome, señora –la mujer le tendió una tela húmeda-, no lo haga enojar –rogó, asustada.
Ivasmila deseaba seguir llorando. Abrazó a la mujer pese a que ni siquiera sabía su nombre.
-Tengo miedo…
-Vaya, señora –le dijo la mujer e intentó, en vano, acomodarle la ropa.
Ivasmila tuvo que arrodillarse ante él y limpiar el miembro de su esposo, las lágrimas caían por su rostro y Dinko reía.
-Te acostumbrarás, mi querida.

Ivasmila no se había acostumbrado.
Solo pudo soportarlo una semana, seis días y algunas horas…
Cuando Dinko Ibramkkus tuvo intención de volver a tomarla –mientras ella aparentaba dormir en la enorme cama-, por tercera vez ese día, Ivasmila lo enfrentó.
-¡Váyase, esposo! Quiero dormir…
-¿Por qué debería eso importarme? –preguntó y el olor del alcohol llegó hasta el rostro de Iva.
El hombre cerró sus manos como fuertes tenazas sobre las piernas de su esposa y la arrastró hasta los pies de la cama, acomodándose entre sus piernas.
Buscó, con manos torpes, la forma de despojarla de su ropa de cama pero Ivasmila ya no podía soportarlo más. Llevaba en el cuerpo las marcas de aquella semana de golpes y vejaciones. ¡A penas podía abrir el ojo derecho luego del bastonazo que le había propinado esa misma mañana!
Apretó el mango del cuchillo con fuerza y, sin dudarlo, lo clavó en su garganta. La sangre le salpicó el rostro y pequeñas gotas entraron en su boca. Ivasmila escupió a un costado de la cama antes de entender lo que había hecho.
Dinko ni siquiera pudo gritar, simplemente se deshizo toda su fuerza frente a ella y cayó al suelo.

Irina, la mujer que vivía con ellos, se ocupó de buscar a Alec Pekkus que, afortunadamente, aún permanecía en la casa de su padre disfrutando de su permiso. Solo al ver a su hermano adorado Ivasmila volvió a hablar.
-¿Qué te ha hecho? –le preguntó él al ver el rostro amoratado de su hermanita.
El asunto se cerró en cuestión de días: se había tratado de un robo en el que los maleantes no solo habían asesinado al bueno de Dinko Ibramkkus sino también golpeado salvajemente a su joven esposa.
Al cabo de tres meses la tienda de telas había sido vendida y el dinero era de Ivasmila que vivía de nuevo con su padre y sus dos hermanos. La casa de Dinko también le pertenecía pero ella no quería volver allí donde había sido tan infeliz. Lloraba solo de recordar las cosas que aquel cerdo le había hecho… Lo odiaba, ¿se podía odiar a alguien muerto?
Si por ella fuera le regalaría la casa entera a Irina porque había sabido qué hacer en el momento preciso. Ella sí que había sido buena, la había cuidado… Le recordaba a su madre.
-Me quiero ir, padre –le rogó una mañana-. Aquí no hago más que recordar la muerte de madre y de mi adorado esposo.
Por poco no escupió la última frase. Solo Alec sabía la verdad, nadie más y así se iba a quedar aquello.
-Pero odias vivir sola, tienes tu casa y no la…
-¿Me dices que debo vivir allí donde alguien asesinó a mi esposo? –lo interrumpió-. ¡Tengo dieciséis años y soy viuda! –estalló.
Ante la tristeza de su hija, Sacha le escribió a Ladislav y le pidió que recibiera a su hermana en París.



DATOS EXTRA

*Baila en el Cabaret y sueña que es especial, que la gente la observa y desea ser como ella.

*Oye aquellas voces pero no le ha contado sobre ellas a su hermano.

*Planea juntar dinero para escaparse, quiere acabar viviendo lejos de Ladislav.







Última edición por Ivasmila Pekkus el Mar Jun 13, 2017 3:07 pm, editado 1 vez
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Ficha Ivasmila Pekkus Empty Re: Ficha Ivasmila Pekkus

Mensaje por Invitado Mar Ene 10, 2017 4:14 pm

FICHA APROBADA
bienvenido/a a victorian vampires
¡ENHORABUENA! YA ERES PARTE DE VICTORIAN VAMPIRES Y TE DAMOS LA MÁS CORDIAL BIENVENIDA.

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