AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Beauty on the Run - LIBRE - Flashback
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Beauty on the Run - LIBRE - Flashback
Ucrania. Invierno de 1790.
La tos empeoró. Cada vez era más la sangre que salía del cuerpo de Víktor. Lyudmilla estaba desesperada, pero se mostraba entera, especialmente porque la angustia de Rhostislav crecía conforme la salud de su padre se debilitaba. La muchacha no imaginó jamás, que sería tan difícil el trayecto. El tiempo se prolongaba, porque debían permanecer en un solo sitio, debido a que el ex-militar no podía continuar en pie.
— ¿Qué haremos si papá se muere? —preguntó un temeroso Rhostislav. El menor de los Blavatsky temblaba de frío, y no quitaba los ojos de encima de su padre.
—Papá no va a morirse, quédate tranquilo —se llevó a la boca la cucharada de sopa. Era la mejor comida en días, y la habían conseguido robando. Los hermanos estaban volviéndose expertos en asaltas los graneros atestados de verduras. El niño había sido el encargado de juntar la olla y los cuencos, ingresando a una pequeña granja mientras todos dormían. Lyudmilla no podía creer las habilidades que ambos estaban desarrollando, y entendió que la supervivencia la arrastra a eso.
—Me da miedo que lo haga. Tendremos que dejarlo enterrado en cualquier lado —los ojos se le llenaron de lágrimas y no pudo continuar.
—No voy a morirme, hijo —Víktor habló con los ojos cerrados. El olor a comida lo había despertado. —No hasta asegurarme de que ustedes estén a salvo —parecía bastante recompuesto.
—Te daré de comer, padre —Lyudmilla se puso de pie, sirvió la sopa, mientras Rhostislav ayudaba al hombre a incorporarse. El niño lo tapó y la joven se sentó junto a él. —Está delicioso. Conseguimos buenas verduras —Víktor ya no preguntaba cómo sus hijos conseguían el sustento.
—Mis hijos… Perdónenme por no haberlos cuidado. Su madre…mi querida Yulia, estaría orgullosa de ustedes —se le cayeron un par de lágrimas. A los niños también. Lyudmilla dejó el cuenco, abrazó a su padre, el más pequeño se les unió y lloraron abrazados durante largos minutos.
Un ruido en el exterior del granero los interrumpió, y rompieron el contacto con los rostros rojos y húmedos de llanto. Mantuvieron la respiración entrecortada, y por un instante, creyeron que sólo había sido producto de la tormenta de nieve que se había desatado, pero la puerta se abrió de par en par. El viento casi apaga la improvisada fogata, y se sumieron en la oscuridad por un instante. Una figura envuelta en pieles no dejaba ver su rostro, y les quitó la respiración.
— ¿Qué haremos si papá se muere? —preguntó un temeroso Rhostislav. El menor de los Blavatsky temblaba de frío, y no quitaba los ojos de encima de su padre.
—Papá no va a morirse, quédate tranquilo —se llevó a la boca la cucharada de sopa. Era la mejor comida en días, y la habían conseguido robando. Los hermanos estaban volviéndose expertos en asaltas los graneros atestados de verduras. El niño había sido el encargado de juntar la olla y los cuencos, ingresando a una pequeña granja mientras todos dormían. Lyudmilla no podía creer las habilidades que ambos estaban desarrollando, y entendió que la supervivencia la arrastra a eso.
—Me da miedo que lo haga. Tendremos que dejarlo enterrado en cualquier lado —los ojos se le llenaron de lágrimas y no pudo continuar.
—No voy a morirme, hijo —Víktor habló con los ojos cerrados. El olor a comida lo había despertado. —No hasta asegurarme de que ustedes estén a salvo —parecía bastante recompuesto.
—Te daré de comer, padre —Lyudmilla se puso de pie, sirvió la sopa, mientras Rhostislav ayudaba al hombre a incorporarse. El niño lo tapó y la joven se sentó junto a él. —Está delicioso. Conseguimos buenas verduras —Víktor ya no preguntaba cómo sus hijos conseguían el sustento.
—Mis hijos… Perdónenme por no haberlos cuidado. Su madre…mi querida Yulia, estaría orgullosa de ustedes —se le cayeron un par de lágrimas. A los niños también. Lyudmilla dejó el cuenco, abrazó a su padre, el más pequeño se les unió y lloraron abrazados durante largos minutos.
Un ruido en el exterior del granero los interrumpió, y rompieron el contacto con los rostros rojos y húmedos de llanto. Mantuvieron la respiración entrecortada, y por un instante, creyeron que sólo había sido producto de la tormenta de nieve que se había desatado, pero la puerta se abrió de par en par. El viento casi apaga la improvisada fogata, y se sumieron en la oscuridad por un instante. Una figura envuelta en pieles no dejaba ver su rostro, y les quitó la respiración.
Lyudmilla Blavatsky- Prostituta Clase Media
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Fecha de inscripción : 24/10/2011
Re: Beauty on the Run - LIBRE - Flashback
Era la tercera vez de Demetrius en Ucrania, escudándose bajo el nombre de Kazymyr Doroshenko. Era de las naciones modernas más racistas de las que tuviera conocimiento y no iba a pasar por extranjero. Disimularía su acento al máximo. La primera vez no tuvo éxito, la segunda a duras penas, pero ahora era todo un experto. Engatusaba con facilidad a quien se le cruzara por delante, en especial al inútil pelafustán que vendía la propiedad de su amo.
— …y si bien queda lejos de la ciudad, puede comprobar que estas tierras se mantienen a sí mismas. Incluye sembradíos, canales de agua, tres pozos a la redonda, dos graneros y una granja. — exaltaba el humano las cualidades de la propiedad como si fuera su mayor orgullo.
Entretanto, la mente del vampiro divagaba. Su mirada frenaba el tiempo cada vez que se posaba en un ser u objeto de su interés. No, nada que ver con el jardín. Su atención estaba puesta en el aura que desprendía el terreno. Podía leer la historia de aquel sitio sólo con atravesarlo. La muerte dejaba huellas, al igual que la vida, pero únicamente una minúscula parte se detectaba por medios mortales. La otra clase requería de un tipo especial de herramientas.
— Tienes ratas. — dijo Demetrius de pronto. Su acompañante estiró el rostro, confundido y sonrojado. El vampiro indicó hacia el granero con un gesto de cabeza. En el suelo aún podía distinguirse un camino de granos de maíz que conducía al interior.
— La nieve debe haberlas desviado hasta aquí. — admitió el mortal, sofocado por el bochorno — Mil perdones, señor Doroshenko. Buscaré a los sabuesos.
¿Y para qué quería a los mugrosos perros? Demetrius tenía una idea mejor.
— Yo daría un paso atrás si fuera usted, señor. A estas ratas no se les muerde; se les pisa la cola.
Inhalando el maravilloso aroma que llegaba a sus narices, el vampiro avanzó a solas por la densa nieve, cuya temperatura imitaba la de su piel. Apostaba a que el frío le había proporcionado un obsequio. No se equivocó. El regalo fue descubierto cuando las puertas abrió. Pudo distinguir con claridad a las tres figuras: un hombre, una jovencita y… ¿un niño? Se sonrió, ahogándose en su dicha. Por fin la suerte se había decidido a ser su amiga. Y qué irónico que estuviera vistiendo las mismas pieles con las que había seducido a Niobe, siglos atrás.
De un momento a otro, el vampiro decidió caminar hacia los intrusos y mostrar su altanera figura. Capturó la luz de la hoguera, guardándola en sus profundos y asesinos ojos. El fuego seguía flameando, pero por alguna razón agonizaba opaco. El motivo era inexplicable para los humanos, pero natural para los inmortales: ¿Cómo podía la lumbre atreverse a brillar cuando el ardor del infierno llegaba para dominar?
— …y si bien queda lejos de la ciudad, puede comprobar que estas tierras se mantienen a sí mismas. Incluye sembradíos, canales de agua, tres pozos a la redonda, dos graneros y una granja. — exaltaba el humano las cualidades de la propiedad como si fuera su mayor orgullo.
Entretanto, la mente del vampiro divagaba. Su mirada frenaba el tiempo cada vez que se posaba en un ser u objeto de su interés. No, nada que ver con el jardín. Su atención estaba puesta en el aura que desprendía el terreno. Podía leer la historia de aquel sitio sólo con atravesarlo. La muerte dejaba huellas, al igual que la vida, pero únicamente una minúscula parte se detectaba por medios mortales. La otra clase requería de un tipo especial de herramientas.
— Tienes ratas. — dijo Demetrius de pronto. Su acompañante estiró el rostro, confundido y sonrojado. El vampiro indicó hacia el granero con un gesto de cabeza. En el suelo aún podía distinguirse un camino de granos de maíz que conducía al interior.
— La nieve debe haberlas desviado hasta aquí. — admitió el mortal, sofocado por el bochorno — Mil perdones, señor Doroshenko. Buscaré a los sabuesos.
¿Y para qué quería a los mugrosos perros? Demetrius tenía una idea mejor.
— Yo daría un paso atrás si fuera usted, señor. A estas ratas no se les muerde; se les pisa la cola.
Inhalando el maravilloso aroma que llegaba a sus narices, el vampiro avanzó a solas por la densa nieve, cuya temperatura imitaba la de su piel. Apostaba a que el frío le había proporcionado un obsequio. No se equivocó. El regalo fue descubierto cuando las puertas abrió. Pudo distinguir con claridad a las tres figuras: un hombre, una jovencita y… ¿un niño? Se sonrió, ahogándose en su dicha. Por fin la suerte se había decidido a ser su amiga. Y qué irónico que estuviera vistiendo las mismas pieles con las que había seducido a Niobe, siglos atrás.
De un momento a otro, el vampiro decidió caminar hacia los intrusos y mostrar su altanera figura. Capturó la luz de la hoguera, guardándola en sus profundos y asesinos ojos. El fuego seguía flameando, pero por alguna razón agonizaba opaco. El motivo era inexplicable para los humanos, pero natural para los inmortales: ¿Cómo podía la lumbre atreverse a brillar cuando el ardor del infierno llegaba para dominar?
Bénédicte Rivérieulx- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 24/03/2016
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Re: Beauty on the Run - LIBRE - Flashback
Habían contenido la respiración durante los instantes iniciales. Padre e hijos se mantuvieron en sus lugares, como estatuas, sin emitir sonido, sin que ninguno de sus músculos se moviera. Llevaban mucho tiempo como fugitivos, y si bien el miedo y las muerte les pisaban los talones, ya no había demasiado que perder. Sólo sus vidas… No tenían demasiadas esperanzas de llegar enteros a destino, incluso, París se mostraba tan lejos como el Infierno. Los tormentos a los que se veían sometidos no sólo eran sus cuerpos débiles, pidiéndoles detenerse. Eran, también, sus pensamientos oscuros y fatalistas. Era en éstos que radicaba el verdadero enemigo. ¿Cómo detener la mente cuando cada día se volvía un castigo? Víktor empeoraba, el frío los encarcelaba, y tanto la comida como los refugios eran cada vez más escasos. Lyudmilla no dejaba de preguntarse qué daño habían hecho para merecer lo que les ocurría.
Fue la muchacha la que rompió el silencio, poniéndose de pie. Sus ropajes emitieron sonidos de ultratumba. Su padre la tomó de la muñeca, sin fuerza, pero ella se deshizo de él con estudiada ternura. Le dedicó una suave sonrisa. Rhostilav se colocó junto al hombre, demasiado débil para poder hacer algo por sus hijos. El militar entendió que ahora todo estaba en manos de su hija mayor, y se sintió orgulloso de la mujer que su finada y amada Yulia y él, habían criado.
—Buenas noches —notó que la luz era cada vez más tenue, pero le atribuía la repentina tiniebla a que no estaban avivando el fuego. —Disculpe por instalarnos aquí. ¿Es de su propiedad? —fue acercándose lentamente, casi como si un pie le pidiese permiso al otro para continuar. —Nos atrapó la tormenta, pero dejaremos todo limpio en la mañana y nos iremos. Nada de lo que estamos comiendo o usando le pertenecen —salvo por las instalaciones, claro. Lyudmilla estaba muerta de miedo, le temblaban las piernas, pero su voz sonaba firme. La figura masculina era imponente e intimidante, y ella aún era demasiado joven e inexpertar.
—Mi nombre es Lyudmilla. Ellos son mi padre y mi hermano —giró el rostro por un momento, para señalarlos. Luego, los regresó al extraño. —Le prometo que no seremos una molestia, pero permítanos quedarnos aquí por ésta noche, por favor —estaba visiblemente compungida. —Mi padre está muy delicado de salud —susurró. Por algún motivo extraño, tuvo la necesidad de victimizarse, de apelar a la piedad de aquel hombre quien, claramente, por su aspecto elegante, podía ser el dueño de aquel terreno que ellos habían usurpado. —No somos unos ladrones, lo juro —y la voz ya no salió repleta de seguridad, sino infantil. No dejaba de ser una niña de dieciséis años, aprendiendo a sobrevivir.
Fue la muchacha la que rompió el silencio, poniéndose de pie. Sus ropajes emitieron sonidos de ultratumba. Su padre la tomó de la muñeca, sin fuerza, pero ella se deshizo de él con estudiada ternura. Le dedicó una suave sonrisa. Rhostilav se colocó junto al hombre, demasiado débil para poder hacer algo por sus hijos. El militar entendió que ahora todo estaba en manos de su hija mayor, y se sintió orgulloso de la mujer que su finada y amada Yulia y él, habían criado.
—Buenas noches —notó que la luz era cada vez más tenue, pero le atribuía la repentina tiniebla a que no estaban avivando el fuego. —Disculpe por instalarnos aquí. ¿Es de su propiedad? —fue acercándose lentamente, casi como si un pie le pidiese permiso al otro para continuar. —Nos atrapó la tormenta, pero dejaremos todo limpio en la mañana y nos iremos. Nada de lo que estamos comiendo o usando le pertenecen —salvo por las instalaciones, claro. Lyudmilla estaba muerta de miedo, le temblaban las piernas, pero su voz sonaba firme. La figura masculina era imponente e intimidante, y ella aún era demasiado joven e inexpertar.
—Mi nombre es Lyudmilla. Ellos son mi padre y mi hermano —giró el rostro por un momento, para señalarlos. Luego, los regresó al extraño. —Le prometo que no seremos una molestia, pero permítanos quedarnos aquí por ésta noche, por favor —estaba visiblemente compungida. —Mi padre está muy delicado de salud —susurró. Por algún motivo extraño, tuvo la necesidad de victimizarse, de apelar a la piedad de aquel hombre quien, claramente, por su aspecto elegante, podía ser el dueño de aquel terreno que ellos habían usurpado. —No somos unos ladrones, lo juro —y la voz ya no salió repleta de seguridad, sino infantil. No dejaba de ser una niña de dieciséis años, aprendiendo a sobrevivir.
Lyudmilla Blavatsky- Prostituta Clase Media
- Mensajes : 94
Fecha de inscripción : 24/10/2011
Re: Beauty on the Run - LIBRE - Flashback
Atentamente el vampiro oyó la explicación de la necesitada y desgraciada manceba. Tal y como lo había imaginado, el escenario estaba de lo más entretenido. Tan patético y ridículo que le costaba creerlo. Un sujeto que se hacía llamar hombre dejando que una mujer, su propia hija, vistiera sus pantalones. ¡Ja! Basura sin honor. Casi echaba de menos a los espartanos con menudos maricas a cargo de sus crías. Ojalá muriera pronto. Desperdiciaba oxígeno valioso para otros mortales con un poco más de valor.
Bénédicte asentía a la muchacha, como pensativo, dando un rodeo por su mentón con la mano izquierda. Qué cosa más tierna y gemebunda. Arriesgaba a aseverar que debía haber sido una cachorra exquisita y compradora, seguramente misma razón por la que su progenitor había accedido tan fácilmente a que fuera la portavoz de la familia. A cualquiera hubiera provocado compasión, pero no al ateniense. Él sólo tenía la sensación, aleteándole en los dedos, de que sería bello matarla. Triste, doloroso, y bello.
— Conmovedor. Apasionante, en verdad. — apreció el despiadado, al borde de la sonrisa. Es que no le daba ni un poco de pena. Estaba de lo más ameno, con el pesaroso testimonio de Lyudmilla.
Habiendo oído suficiente, comenzó a pasearse por la estancia, ojeando cada uno de los detalles. Y de pronto, se detuvo justo en medio de la familia. Cómo le encantaba estar en esa posición, empuñando a los menesterosos hasta sacarles la última gota de sus ganas de vivir.
— Eres una hija devota y atenta. Tu padre es muy afortunado. Y el más pequeño no se queda atrás. Callado y obediente mientras los mayores hablan. No un malcriado más. Felicidades. — expresó con falsa amabilidad. Lo que venía carecía de toda compasión — Ah, pero quizás, y no lo tomen a mal, este hombre no ha sido tan buen padre como aparenta, Lyudmilla. No. Porque de haber cumplido a cabalidad con su rol, te habría enseñado que no se puede pedir sin dar nada a cambio. Y menos algo tan valioso. Sé que no quieres abusar de la gente, porque no eres irrespetuosa. No fue lo que te enseñaron, ¿o sí? Oh, y la justicia es una de las primeras lecciones que recibimos. Hasta la caridad tiene sus límites. Estarás de acuerdo conmigo en que esta es una… — suspiró, como si le pesara en el alma que no tenía — …una atención muy grande. Justo lo que tu padre necesita para que pueda seguir con nosotros. Entonces, equilibremos esto, ¿quieres?
Podía notar que la joven quería mirar hacia otra parte, que no estaba contenta con su presencia. Bénédicte no tenía la menor intención de hacerle la vida más fácil, así que, sin previo aviso, la tomó de la mandíbula y la forzó a mirarlo directamente a sus ojos vacíos. Su propósito era asustarla, para que al fin gritara, para sacarle ese clamor que con frecuencia aplacaba a las masas.
— Hazme tu amigo. Tú dime qué gano con esto.
Bénédicte asentía a la muchacha, como pensativo, dando un rodeo por su mentón con la mano izquierda. Qué cosa más tierna y gemebunda. Arriesgaba a aseverar que debía haber sido una cachorra exquisita y compradora, seguramente misma razón por la que su progenitor había accedido tan fácilmente a que fuera la portavoz de la familia. A cualquiera hubiera provocado compasión, pero no al ateniense. Él sólo tenía la sensación, aleteándole en los dedos, de que sería bello matarla. Triste, doloroso, y bello.
— Conmovedor. Apasionante, en verdad. — apreció el despiadado, al borde de la sonrisa. Es que no le daba ni un poco de pena. Estaba de lo más ameno, con el pesaroso testimonio de Lyudmilla.
Habiendo oído suficiente, comenzó a pasearse por la estancia, ojeando cada uno de los detalles. Y de pronto, se detuvo justo en medio de la familia. Cómo le encantaba estar en esa posición, empuñando a los menesterosos hasta sacarles la última gota de sus ganas de vivir.
— Eres una hija devota y atenta. Tu padre es muy afortunado. Y el más pequeño no se queda atrás. Callado y obediente mientras los mayores hablan. No un malcriado más. Felicidades. — expresó con falsa amabilidad. Lo que venía carecía de toda compasión — Ah, pero quizás, y no lo tomen a mal, este hombre no ha sido tan buen padre como aparenta, Lyudmilla. No. Porque de haber cumplido a cabalidad con su rol, te habría enseñado que no se puede pedir sin dar nada a cambio. Y menos algo tan valioso. Sé que no quieres abusar de la gente, porque no eres irrespetuosa. No fue lo que te enseñaron, ¿o sí? Oh, y la justicia es una de las primeras lecciones que recibimos. Hasta la caridad tiene sus límites. Estarás de acuerdo conmigo en que esta es una… — suspiró, como si le pesara en el alma que no tenía — …una atención muy grande. Justo lo que tu padre necesita para que pueda seguir con nosotros. Entonces, equilibremos esto, ¿quieres?
Podía notar que la joven quería mirar hacia otra parte, que no estaba contenta con su presencia. Bénédicte no tenía la menor intención de hacerle la vida más fácil, así que, sin previo aviso, la tomó de la mandíbula y la forzó a mirarlo directamente a sus ojos vacíos. Su propósito era asustarla, para que al fin gritara, para sacarle ese clamor que con frecuencia aplacaba a las masas.
— Hazme tu amigo. Tú dime qué gano con esto.
Bénédicte Rivérieulx- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 24/03/2016
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Re: Beauty on the Run - LIBRE - Flashback
No era más que una chiquilla asustada. Una niña mimada, de alcurnia, caída en desgracia, que jamás había tenido, siquiera, que peinarse sola. Todo lo habían hecho por ella, el séquito de doncellas que había tenido durante sus dieciséis años, los empleados de su padre, todos. No sabía nada de la vida, y había sobrevivido a la cárcel y a ese viaje cruel que habían emprendido, convirtiéndose en prófuga. Pero no dejaba de ser una cachorrita abandonada a su suerte, cuidando de un niño y un hombre moribundo, llorando secretamente la muerte de su madre. Tenía pesadillas con la mirada vacía de Yulia, que los había abandonado a los pocos días, incapaz de soportar las miserias y el encierro. Siempre había sido una mujer frágil, pero Lyudmilla había creído que soportaría por amor a sus hijos.
Era ella la que ahora debía resistir. Reprimir el miedo, aguantar el llanto… Aquel caballero le provocaba un terror inimaginable, como si todos sus sentidos tuvieran que mantenerse alerta. Estaba segura que, en cualquier momento, el corazón se le saldría por la boca; éste parecía las alas de un colibrí. Todo su pulso estaba acelerado y una leve partícula de transpiración, le perlaba la piel. Lo observó sin moverse de su lugar, como si tuviera los pies estaqueados al suelo. Iba y venía por el espacio, a sus anchas, haciéndolos sentir más extraños de lo que ya eran. Lyudmilla estaba sufriendo, y las palabras sobre su padre la obligaron a apretar los puños. Víktor no era nada de lo que estaba diciendo, pero antes de refutar, notó los ojos del líder de la familia clavados en ella. Le pedía, con la poca vitalidad que le quedaba, que se mantuviera callada. La rubia obedeció, porque no tenía demasiadas opciones, y porque sería incapaz de faltar a la educación que, tan celosa y detalladamente, le habían dado.
—Gra…gracias por sus halagadoras palabras hacia mi persona —comentó, antes de ser tomada por sorpresa. Jamás había tenido tan cerca a un hombre. ¿Qué estaba sugiriendo? Tenía la sensación de que las entrañas se le retorcían. —Sí, señor. Dígame qué necesita. Yo…puedo trabajar para usted y su familia, a cambio de refugio —fue lo único que se le ocurrió. —No sé hacer demasiadas cosas, pero aprendo rápido y soy voluntariosa —miraba de un costado a otro, pero la figura del hombre le tapaba la de su padre y hermano. —Haré lo que me pida si nos permite quedarnos aquí. Jamás abusaríamos de su hospitalidad, somos gente de bien — ¿le preguntaría quiénes eran? ¿Cómo haría para inventar una historia y obviar los escabrosos detalles de ser buscados por la Ley?
Era ella la que ahora debía resistir. Reprimir el miedo, aguantar el llanto… Aquel caballero le provocaba un terror inimaginable, como si todos sus sentidos tuvieran que mantenerse alerta. Estaba segura que, en cualquier momento, el corazón se le saldría por la boca; éste parecía las alas de un colibrí. Todo su pulso estaba acelerado y una leve partícula de transpiración, le perlaba la piel. Lo observó sin moverse de su lugar, como si tuviera los pies estaqueados al suelo. Iba y venía por el espacio, a sus anchas, haciéndolos sentir más extraños de lo que ya eran. Lyudmilla estaba sufriendo, y las palabras sobre su padre la obligaron a apretar los puños. Víktor no era nada de lo que estaba diciendo, pero antes de refutar, notó los ojos del líder de la familia clavados en ella. Le pedía, con la poca vitalidad que le quedaba, que se mantuviera callada. La rubia obedeció, porque no tenía demasiadas opciones, y porque sería incapaz de faltar a la educación que, tan celosa y detalladamente, le habían dado.
—Gra…gracias por sus halagadoras palabras hacia mi persona —comentó, antes de ser tomada por sorpresa. Jamás había tenido tan cerca a un hombre. ¿Qué estaba sugiriendo? Tenía la sensación de que las entrañas se le retorcían. —Sí, señor. Dígame qué necesita. Yo…puedo trabajar para usted y su familia, a cambio de refugio —fue lo único que se le ocurrió. —No sé hacer demasiadas cosas, pero aprendo rápido y soy voluntariosa —miraba de un costado a otro, pero la figura del hombre le tapaba la de su padre y hermano. —Haré lo que me pida si nos permite quedarnos aquí. Jamás abusaríamos de su hospitalidad, somos gente de bien — ¿le preguntaría quiénes eran? ¿Cómo haría para inventar una historia y obviar los escabrosos detalles de ser buscados por la Ley?
Lyudmilla Blavatsky- Prostituta Clase Media
- Mensajes : 94
Fecha de inscripción : 24/10/2011
Re: Beauty on the Run - LIBRE - Flashback
Qué divertida era la raza humana. Los roedores más grandes del planeta, si se pensaba con detenimiento. Se asimilaban en casi todas las conductas, sobre todo en esa manía de engullir todo a su paso, sin siquiera masticar. Una plaga degenerativa. Y a pesar de tomaba sin control, pocas veces entregaba. Era tiempo de cobrar. Pero qué gusto daba cuando el débil culpable disfrazado de inocente se entregaba a la voluntad del más fuerte. Fácilmente podía el vampiro manipular una mente tan perturbada emocionalmente como la de Lyudmilla, pero la sangre sabía mejor cuando libremente corría.
— Muy bien. Ya vas entendiendo de qué se trata: Ganarse la vida con el sudor de tu frente. Más honroso que llegar, roncar, tragar y entrar en propiedad ajena sin preguntarle a nadie. No te preocupes por técnicas, habilidades o ciencias, detalles. Tienes más utilidad de la que imaginas. Voy a darte algo que hacer. — dijo soltándola, castigándola. A ella no le gustaría. El granero pasaría de ser un refugio a un campo de batalla constante y agobiante.
Utilizando las herramientas que le proporcionaba el lugar, Bénédicte diseñó en segundos su maquiavélico plan. Para que la familia apreciase lo generoso que era, ni siquiera los cambiaría de lugar.
— ¿Ves esa escalera? — indicó con la mirada a la estructura de madera que daba al segundo nivel del granero. Otro espacio dejado a su suerte, un montón de heno donde el precio era más alto que la vida. — Quiero que la subas y me esperes allí. Ahora.
Podría haber sido todo, pero Demetrius subió la apuesta. Sus ojos fueron a parar al menor de la familia, a quien no dejó en paz.
— Tú también, niño. Sube. Tienes dos manos y un cuerpo saludable. Trabajarás. — ordenó imperiosamente. No le dirían que no.
Y para asegurarse de que no fueran interrumpidos producto del amor paternal, el vampiro usó sus poderes para mantener al enfermo en su lugar.
— Usted se queda en su sitio, caballero. Dormirá profundamente y se recuperará al despertar, pero no nos seguirá. Sueñe tranquilo. Sus hijos lo salvarán.
Con eso dicho, el ateniense inmovilizó al obstáculo y subió las escaleras también. Miró a los hermanos complacido con la cosecha. Podía tomar lo que quisiera, cortarles la garganta y romper su promesa, pero ¿qué tenía de divertido eso? Prefirió darles una opción. Lyudmilla haría su elección.
— Decide, niña. Tu hermano o tú.
— Muy bien. Ya vas entendiendo de qué se trata: Ganarse la vida con el sudor de tu frente. Más honroso que llegar, roncar, tragar y entrar en propiedad ajena sin preguntarle a nadie. No te preocupes por técnicas, habilidades o ciencias, detalles. Tienes más utilidad de la que imaginas. Voy a darte algo que hacer. — dijo soltándola, castigándola. A ella no le gustaría. El granero pasaría de ser un refugio a un campo de batalla constante y agobiante.
Utilizando las herramientas que le proporcionaba el lugar, Bénédicte diseñó en segundos su maquiavélico plan. Para que la familia apreciase lo generoso que era, ni siquiera los cambiaría de lugar.
— ¿Ves esa escalera? — indicó con la mirada a la estructura de madera que daba al segundo nivel del granero. Otro espacio dejado a su suerte, un montón de heno donde el precio era más alto que la vida. — Quiero que la subas y me esperes allí. Ahora.
Podría haber sido todo, pero Demetrius subió la apuesta. Sus ojos fueron a parar al menor de la familia, a quien no dejó en paz.
— Tú también, niño. Sube. Tienes dos manos y un cuerpo saludable. Trabajarás. — ordenó imperiosamente. No le dirían que no.
Y para asegurarse de que no fueran interrumpidos producto del amor paternal, el vampiro usó sus poderes para mantener al enfermo en su lugar.
— Usted se queda en su sitio, caballero. Dormirá profundamente y se recuperará al despertar, pero no nos seguirá. Sueñe tranquilo. Sus hijos lo salvarán.
Con eso dicho, el ateniense inmovilizó al obstáculo y subió las escaleras también. Miró a los hermanos complacido con la cosecha. Podía tomar lo que quisiera, cortarles la garganta y romper su promesa, pero ¿qué tenía de divertido eso? Prefirió darles una opción. Lyudmilla haría su elección.
— Decide, niña. Tu hermano o tú.
Bénédicte Rivérieulx- Vampiro Clase Alta
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Re: Beauty on the Run - LIBRE - Flashback
Había vivido entre algodones a lo largo de sus dieciséis años. Comprendiendo el rol que le había cabido como la hija mujer de una familia encumbrada, jamás había preguntado demasiado, y sólo había absorbido la información que habían querido brindarle. Sin embargo, cuando la traición se les clavó como un puñal bañado en hiel y se alejó de las bondades que el dinero y el poder le daban, entendió –con demasiada rapidez- que el mundo no era ese lugar maravilloso. En el tiempo de confinamiento, donde vio morir a su madre y donde ella y su hermano estuvieron a punto de perecer, Lyudmilla aprendió a desconfiar, incluso de su sombra. En más de una oportunidad esta le jugó una mala pasada, y supo que nada era lo que realmente parecía. Siguiendo esa lógica, las intenciones de aquel extraño caballero, no eran buenas y distaban de ser amables, pero también, por suerte, había desarrollado un cierto sentido de la precaución: no era necesario ser muy avispado para darse cuenta de que debía seguir sus órdenes sin cuestionarlas, al menos, externalizarlas.
Se disponía a seguir su mandato, con la cabeza gacha como correspondía, cuando escuchó que llamaba a Rhostislav. No. Su hermano no. Estuvo a punto de correr a abrazarlo, pero sintió la mirada del niño diciéndole que hiciera lo que le habían pedido. El corazón le galopaba en el pecho, era un caballo atemorizado que corría por su vida; el órgano amenazaba con salirse de su cuerpo y continuar su camino allí donde nadie pudiera detenerlo. Toda la parsimonia de la que se podría haber jactado, se convirtió en un sudor frío cuando estuvo en la parte superior del lugar. Se apuró a tomar a su hermano de la mano y lo colocó detrás de ella. Parecía cubrirlo con todo el cuerpo, a pesar de que él ya estaba por alcanzarla en altura. Se volvía gigante si de proteger a Rhos se trataba. Lyudmilla tenía muy pocas cosas en claro, pero que debía ser el escudo de su familia, era la única que realmente parecía tener una forma.
—Permita que mi hermano vuelva con mi padre, por favor. Yo me quedaré aquí y haré todo lo que sea necesario —tragó con dificultad. En su espalda sentía que llevaba la cruz de Cristo. ¿Alguien, alguna vez, la ayudaría a cargarla? —Él es un niño que no sabe hacer nada, yo soy una jovencita fuerte —le mostró las palmas de las manos, que ya no eran aquellas pulcras que supo tener alguna vez. —Mire. Con ellas he cargado a mi padre en medio de las tormentas y he aprendido a usarlas. Sé que seré útil para lo que usted me pida, pero deje a Rhostislav volver con nuestro papá —se instó a no llorar, la voz le tembló por un instante, pero mantuvo su postura firme.
—Lyudmilla… —el nene estuvo a punto de replicar, en un arrebato de vergüenza por ver a su hermana sacrificarse siempre por ellos.
—Te callas. Soy tu hermana mayor y harás lo que diga. Si el señor permite que te vayas, te irás —había volteado el rostro. Sonaba furiosa, pero estaba aterrada. Regresó la mirada hacia el dueño del lugar. —Por favor —suplicó, sin ningún resquemor a humillarse. Si era necesario tirarse a los pies de él y besárselos para que dejara ir a Rhostislav, Lyudmilla lo haría.
Se disponía a seguir su mandato, con la cabeza gacha como correspondía, cuando escuchó que llamaba a Rhostislav. No. Su hermano no. Estuvo a punto de correr a abrazarlo, pero sintió la mirada del niño diciéndole que hiciera lo que le habían pedido. El corazón le galopaba en el pecho, era un caballo atemorizado que corría por su vida; el órgano amenazaba con salirse de su cuerpo y continuar su camino allí donde nadie pudiera detenerlo. Toda la parsimonia de la que se podría haber jactado, se convirtió en un sudor frío cuando estuvo en la parte superior del lugar. Se apuró a tomar a su hermano de la mano y lo colocó detrás de ella. Parecía cubrirlo con todo el cuerpo, a pesar de que él ya estaba por alcanzarla en altura. Se volvía gigante si de proteger a Rhos se trataba. Lyudmilla tenía muy pocas cosas en claro, pero que debía ser el escudo de su familia, era la única que realmente parecía tener una forma.
—Permita que mi hermano vuelva con mi padre, por favor. Yo me quedaré aquí y haré todo lo que sea necesario —tragó con dificultad. En su espalda sentía que llevaba la cruz de Cristo. ¿Alguien, alguna vez, la ayudaría a cargarla? —Él es un niño que no sabe hacer nada, yo soy una jovencita fuerte —le mostró las palmas de las manos, que ya no eran aquellas pulcras que supo tener alguna vez. —Mire. Con ellas he cargado a mi padre en medio de las tormentas y he aprendido a usarlas. Sé que seré útil para lo que usted me pida, pero deje a Rhostislav volver con nuestro papá —se instó a no llorar, la voz le tembló por un instante, pero mantuvo su postura firme.
—Lyudmilla… —el nene estuvo a punto de replicar, en un arrebato de vergüenza por ver a su hermana sacrificarse siempre por ellos.
—Te callas. Soy tu hermana mayor y harás lo que diga. Si el señor permite que te vayas, te irás —había volteado el rostro. Sonaba furiosa, pero estaba aterrada. Regresó la mirada hacia el dueño del lugar. —Por favor —suplicó, sin ningún resquemor a humillarse. Si era necesario tirarse a los pies de él y besárselos para que dejara ir a Rhostislav, Lyudmilla lo haría.
Lyudmilla Blavatsky- Prostituta Clase Media
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Fecha de inscripción : 24/10/2011
Re: Beauty on the Run - LIBRE - Flashback
Había algo que Bénédicte admiraba de los hermanos mayores: su disposición a inmolarse. Esa misma que los hacía ir de contra de la propia vida y que no les permitía dejarse intimidar por el peligro. Cierto era que el vampiro milenario no necesitaba del consentimiento de sus víctimas para hacer su voluntad, pero qué bien sabía la sangre cuando estaba ahí la culpa. Sí, la culpa, porque Bénédicte les daba opciones, pero ellos decidían. Eran responsables del averno que les aguardaba. Inocentones; pensaban que podían hacerle frente.
Lyudmilla, sin embargo, estaba rompiendo el récord de la ingenuidad. Se estaba esforzando tanto en evitarle el mal a su familia que no se daba cuenta de que no hacía más que acrecentarlo. Ante aquel penoso espectáculo, cualquier persona hubiera detenido a la joven para que no se humillara así, pues era insoportable de ver, pero el vampiro saboreaba cada palabra con que la chica se degradaba. Por eso la dejó continuar y no la interrumpió en ningún momento. Hacía como que lo estuviese convenciendo, pero él tenía decidido el futuro de los jóvenes desde el momento en que ingresó al granero.
— Pero si ya te estoy haciendo un favor. A ti y a tu familia. — dijo sarcástico, abriendo los brazos — Es un favor muy grande. Hasta te dejé elegir entre tu hermano o tú. Mi corazón estaría más que dichoso de acceder a lo que pides, pero vaya que es una lástima. Tu hermano no puede faltar. Y en todo caso…
El vampiro se acercó a los hermanos, a pasos alargados y formidables, sin ver a nadie más que a la hembra. Bajó la cabeza a su altura, frente al rostro de ella, y susurró:
— ¿Quién te dijo que usarías las manos, zorra estúpida?
Con eso dicho, empujó a Lyudmilla hacia un lado y le arrebató a Rhostislav de los brazos, ubicándolo a su lado. Demasiado fácil. Supuestamente eso debía aburrir a cualquiera, pero Bénédicte tenía el macabro talento de reinventarse en sus atrocidades. Esta no sería la excepción.
Sin dejar ir al chico, el vampiro se sentó en uno de los extremos del lugar, sobre un banquillo.
— Niño, ven aquí. Siéntate. — ordenó Bénédicte, invitando a Rhostislav a reposar en sus rodillas. Previendo que Lyudmilla se haría la valiente otra vez, la amenazó ubicando sus uñas sobre la garganta de su hermano — Ah, ah. Momento, cervatillo. Es peligroso echar a correr sin conocer el camino que pisas. Podría tener trampas y depredadores. No te impacientes, que todavía no has oído tu tarea. Y tú, pequeño, imagino que quieres ver a tu hermanita grande ganarse el techo bajo el cual duermen. ¿Sí?
El silencio era abrumador. Bénédicte echó una mirada a ambos hermanos y soltó una carcajada.
— ¿Tienen miedo? Qué graciosos son. No les he hecho nada y ya me temen. — dijo falsamente ofendido, jugando con ellos. — Ya sé qué hacer. Desde ahora soy su profesor y la lección de hoy se titula ¿Cómo distinguir a las mujerzuelas?. A que no adivinan quién será mi ayudante.
Pero las risas se detuvieron en seco cuando las penumbras oscurecieron los ojos del vampiro. A quien clavaba con ellos era Lyudmilla.
— Bájate el vestido hasta la cintura.
Lyudmilla, sin embargo, estaba rompiendo el récord de la ingenuidad. Se estaba esforzando tanto en evitarle el mal a su familia que no se daba cuenta de que no hacía más que acrecentarlo. Ante aquel penoso espectáculo, cualquier persona hubiera detenido a la joven para que no se humillara así, pues era insoportable de ver, pero el vampiro saboreaba cada palabra con que la chica se degradaba. Por eso la dejó continuar y no la interrumpió en ningún momento. Hacía como que lo estuviese convenciendo, pero él tenía decidido el futuro de los jóvenes desde el momento en que ingresó al granero.
— Pero si ya te estoy haciendo un favor. A ti y a tu familia. — dijo sarcástico, abriendo los brazos — Es un favor muy grande. Hasta te dejé elegir entre tu hermano o tú. Mi corazón estaría más que dichoso de acceder a lo que pides, pero vaya que es una lástima. Tu hermano no puede faltar. Y en todo caso…
El vampiro se acercó a los hermanos, a pasos alargados y formidables, sin ver a nadie más que a la hembra. Bajó la cabeza a su altura, frente al rostro de ella, y susurró:
— ¿Quién te dijo que usarías las manos, zorra estúpida?
Con eso dicho, empujó a Lyudmilla hacia un lado y le arrebató a Rhostislav de los brazos, ubicándolo a su lado. Demasiado fácil. Supuestamente eso debía aburrir a cualquiera, pero Bénédicte tenía el macabro talento de reinventarse en sus atrocidades. Esta no sería la excepción.
Sin dejar ir al chico, el vampiro se sentó en uno de los extremos del lugar, sobre un banquillo.
— Niño, ven aquí. Siéntate. — ordenó Bénédicte, invitando a Rhostislav a reposar en sus rodillas. Previendo que Lyudmilla se haría la valiente otra vez, la amenazó ubicando sus uñas sobre la garganta de su hermano — Ah, ah. Momento, cervatillo. Es peligroso echar a correr sin conocer el camino que pisas. Podría tener trampas y depredadores. No te impacientes, que todavía no has oído tu tarea. Y tú, pequeño, imagino que quieres ver a tu hermanita grande ganarse el techo bajo el cual duermen. ¿Sí?
El silencio era abrumador. Bénédicte echó una mirada a ambos hermanos y soltó una carcajada.
— ¿Tienen miedo? Qué graciosos son. No les he hecho nada y ya me temen. — dijo falsamente ofendido, jugando con ellos. — Ya sé qué hacer. Desde ahora soy su profesor y la lección de hoy se titula ¿Cómo distinguir a las mujerzuelas?. A que no adivinan quién será mi ayudante.
Pero las risas se detuvieron en seco cuando las penumbras oscurecieron los ojos del vampiro. A quien clavaba con ellos era Lyudmilla.
— Bájate el vestido hasta la cintura.
Bénédicte Rivérieulx- Vampiro Clase Alta
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