Drawing the beauty of living | Libre

por **Ainariell K. Ivánov** Jue Jul 18, 2013 8:46 am

Ainariell era una chica peculiar, la mirases por donde la mirases. Siendo ya casi una adulta, se seguía comportando tal y como si de una adolescente cualquiera se tratara. Y no era así. Era de todo menos corriente. Las chicas corrientes de su edad, iban por la calle con amigos, paseaban despreocupadamente, se enfadaban y se reconciliaban entre ellas, y si eran de un estrato social bajo, no iban a la escuela y menos recibían clases en su domicilio. Pues aun habiendo pasado dieciocho años desde que fue nombrada única Duquesa de Rusia por la muerte de sus padres, parecía seguir sin comprender por qué no simplemente podía salir a la calle como una más, vestida como una más y actuar como una más. Y por más que sus consejeros y sirvientes le insistieran en lo peligroso que podría llegar a ser el mundo exterior para alguien de su condición, seguía haciendo caso omiso de todas las advertencias. Sí, podría decirse que su necesidad por descubrir cosas nuevas fuera de aquellas cuatro (o mil) paredes, era superior a sus deseos de hacer lo que sus padres hubiesen deseado que hiciera. Casarse, tener hijos, ampliar la fortuna y ser una muchacha de bien que se dedicase a su hogar y a aprender cosas que nunca podría utilizar por ser mujer. En este punto, se enfadaba aún más porque no comprendía aquella manía que tenía la sociedad de considerar a las muchachas inferiores a los hombres, siendo más inteligentes, con más fuerza mental y bastante más afines a la magia... Y opinaba esto porque ella ya se consideraba toda una experta en hechicería, mientras que su primo, Sergèi había demostrado sus pocas dotes mágicas en repetidas ocasiones.

Cualquiera podría podría haberle dicho que estaba equivocada, pero ella tenía buenas referencias de que la razón era suya y de nadie más. Y si no las tenía, las buscaba, todo con tal de darte con un canto en los dientes. Ella era así: tozuda, valiente, fácilmente irritable y sumamente persuasiva. Aunque no la creyeras al principio, al final le darías la razón, aunque fuese para que se callara de una vez. Para ella, eso también era un triunfo. Así que, con todas estas características, ¿quién de su entorno más cercano, donde sólo habían sirvientes y amigos de la familia, podría limitarla a estar en palacio o a comportarse como debía? Exacto: nadie. Nadie era capaz de cortar sus alas, y cualquier amenaza de daño o advertencia de peligro le daba absolutamente igual. Porque cuando aquella joven salía del gran caserón, se le iluminaba el rostro de tal forma que nadie podría impedírselo. Su inocencia era tal vez lo que más querían preservar sus sirvientes, pero parecía tan feliz que simplemente esperaban que nada ocurriera mientras estuviera fuera de casa. Y aunque habían habido algunos altercados, nunca pasó nada excesivamente grave.

Aquella mañana, tras su clase de pintura e historia sobre la arquitectura, la joven había decidido salir en busca de un monumento lo suficientemente hermoso para dibujar. Myth, aquel siniestro gato, la acompañaba como cada día, fingiendo ser un simple peluche (demasiado grande y demasiado grotesco, pero peluche al fin y al cabo) que reposaba sobre sus hombros delgados. Cualquiera se hubiese sorprendido ante aquella visión: una muchacha que apenas aparentaba quince años (aun teniendo dieciocho), bastante bajita (superaba el metro y medio por poco) y con la tez blanca como la cal, portando aquel extraño objeto sobre sus hombros... Casi daba la sensación de que aquel gato pesaba bastante más que ella misma, y quedaría sepultada bajo su peso. Pero su sonrisa acallaba cualquier rumor. Era la sonrisa más dulce y llena de vida que nadie podría imaginar. Por sus ropas, nadie diría que formaba parte de la realeza, más bien parecía una chica normal, de clase media, que paseaba tranquilamente por las calles de París. Aunque no fuera cierto en absoluto, sabía que era preferible fingir que era alguien de menor valor por lo que pudiera ocurrir.

Finalmente, sus pasos la llevaron hasta la Catedral de Notre Dame, y aquella visión la maravilló tanto de repente, que supo que sería eso lo que dibujaría. Ya la había visto en un centenar de ocasiones, pero aquel día estaba inexplicablemente inspirada y la observó con otros ojos: los ojos del soñador, del artista, del amante de la vida... Características que ella también poseía, desde siempre. El clima era perfecto, Sol, calidez, poca humedad... Y su humor no podía ser mejor.

- Vaya... Así que Notre Dame, hoy debes estar muy contenta... -Susurró el gato a su oído, tan bajito que nadie podría haberlo escuchado, a lo que la muchacha respondió con una gran sonrisa que bien valía por respuesta a su pregunta.

- ¡Y lo estoy! ¡No entiendo cómo puede haber tanta gente pasando por delante, sin que ninguna se detenga a contemplar tan majestuosa obra! -Exclamó en voz alta, haciendo que varias personas se girasen a ver, a las que obsequió con una bella sonrisa y un encogimiento de hombros. Acto seguido, se puso a dibujar la Catedral con dedos expertos, alegre y brillante como el día.

por **Gloria De Quadras** Dom Ago 18, 2013 1:27 pm

Era domingo. Otra vez. Y como cada mañana, Gloria se despertó con el olor a té y tostadas, Earl Grey adivinó mientras su mayordomo le traía el desayuno junto con su correo. La rutina se repetía de una forma deliciosamente ordenada, perfecta e inamovible donde cualquier cosa que saliera de los planes habituales se planificaba con antelación. Gloria adoraba planificar su día en la cama mientras desayunaba a la vez que leía la correspondencia y el periódico, pero aun le gustaba más cuando todo salia según lo previsto. Casi podía recitarlo de memoria después de años haciendo lo mismo: desayuno, correo, baño, arreglarse, coche, iglesia y paseo matutino para después llegar justo a la hora de comer, la tarde variaba cada domingo dependiendo a que tarea le tocara dedicarse y se guardaba un domingo al mes para ir al teatro.

"Que día más perfecto" El pensamiento le pasó fugazmente por la cabeza mientras observaba las calles sentada cómodamente en el asiento de su coche de punto particular. Era una mujer de costumbres antiguas y muy arraigadas y por el echo de que los nobles retiraran ese vehículo, no quería decir que ella lo hiciera igual, le gustaba y seguiría con el hasta que se muriera.
La misa aun no había empezado cuando se sentó en su sitio de siempre al lado del caballero de siempre, acompañada por su sirvienta de siempre. Justo a tiempo, como siempre. Una sonrisa tranquila y pacifica se instaló en su rostro mientras oraba, escuchaba y cantaba al señor, bendiciendo su cuadriculada vida y su difunto marido que estaba mejor muerto. "El señor es sabio y siempre nos da solo lo que podemos soportar"

Con los guantes y el sombrero otra vez bien colocados en su sitio, salió de la iglesia vigilando no ensuciar su vestido sin preocuparse de si su séquito de criados la seguía, tenían que hacerlo, era su deber, su obligación. Y ella no admitía fallos.
Una vez comprobado que todo estaba colocado perfectamente alargó la mano hacia su criada que automáticamente le puso en ella su bastón. Clásico, sin muchas filigranas, de madera noble y con el mango tallado, era elegante y parecía un complemento más y no una muleta. Con su ayuda el paseo empezó, siempre en silencio, le gustaba disfrutar del murmullo de la ciudad, aguzar el oído y ver si lograba escuchar alguna conversación jugosa. Cotilla por excelencia siempre encontraba una excusa para poder oír algo indebido. Me gusta escuchar los pajaritos, no me habléis si no es necesario. o No oigo la música des de tan lejos, soy ya mayor, ¿me dejan sentarme aquí? o por ejemplo Dios me dio ojos y oídos para usarlos querida.

Y así, paseando y aguzando oídos y ojos, descubrió a la chica sentada delante de la Notre Dame. Paró de repente a todo el séquito y se la quedó mirando.
-Maria ¿Esa no es la duquesa de Rusia?
Le preguntó en español para intentar que no se enterara todo el mundo de su mala memoria si no acertaba.
-Si, señora, ella es.
-Vale, esperadme por aquí. Ya os llamaré
Con aplomo y tranquilidad se acercó por detrás de la chica que dibujaba ensimismada, se apoyó en su bastón y curioseó por encima de su hombro el dibujo.
-Decidme señorita, ¿Que hace alguien como vos sola delante de Notre Dame?- Observó de reojo el gato raro que le colgaba del hombro -Es peligroso para una duquesa como vos.

por **Ainariell K. Ivánov** Mar Sep 17, 2013 12:19 pm

Con una sonrisa maravillada, comenzó a deslizar el carboncillo sobre el papel vacío, tan blanco que casi parecía recién comprado. Sus trazos eran firmes y claros, nunca pasando más de una vez el carboncillo por el mismo trazo, tal era su grado de confianza en sus manos, expertas en aquella tarea que a otros les hubiera resultado sumamente compleja. Palla era no había nada más simple ni gratificante que el dibujo. Nunca había recibido clases en esta materia. Sus tutores consideraban que el arte no era algo que debía aprender una dama de su clase, preocupándose más por darle una envidiable educación financiera y una extensa preparación en historia de la aristocracia y de los pueblos. Para ella, sin embargo, no había nada más aburrido. Para pertenecer a la nobleza, tenía una idea muy progresista del mundo al que pertenecía. Para ella, las personas eran personas, independientemente de su clase social o condición.

Aunque la verdad era que ese hecho solía traerle bastantes problemas. Una vez, queriendo llevar un carruaje lleno de comida, ropa y algo de dinero al orfanato de la ciudad, un grupo de bandidos -que luego supo que pertenecían a la clase baja- la asaltaron en mitad del trayecto y a punto estuvieron de matar a todos los que la acompañaban en el viaje y llevársela a ella como rehén. Aquel hecho, además de demostrarle que el pueblo no estaba en absoluto contento con las diferencias económicas entre clases sociales; también le indicó que por mucho que quisiera, mientras su apellido la precediese, nadie creería que poseía buenas intenciones para con el pueblo. Aunque fuera cierto. No porque su apellido implicase que su familia hubiese hecho algo terrible en un pasado, ni mucho menos... Simplemente por pertenecer a la élite social, siempre sería el odio el que imperaría, el que se impondría entre sus buenas intenciones y el bienestar del pueblo. Alguna vez fantaseó con ser reina y demostrar que solo quería garantizar la buena salud de todos sus "súbditos", pero sus aspiraciones no llegaban a tanto ni de lejos.

De hecho, se contentaba con pensar que el monarca aspiraría a lo mismo para con el pueblo, aunque no considerara que lo estuviese haciendo demasiado bien. Continuó dibujando trazos seguros y perfectos sobre el papel, cuando se percató de la mirada de dos mujeres sobre sí misma. Sonrió ligeramente y esperó. Mucha gente se la quedaba mirando mientras dibujaba, pensando, tal vez, en cómo una muchacha de tanto talento no vendía sus cuadros: era fácil, ella dibujaba para su propio disfrute, y su condición de duquesa le aportaba dinero suficiente como para pretender siquiera lucrarse con algo que hacía porque le gustaba. Los artistas lo son tanto por fuera como por dentro, y no necesitan ser pagados por sus servicios para sentirse así. A ella le llenaba dibujar, no que le dijeran lo bien que lo hacía.

La mujer se acercó a ella con decisión, dejando a un coro de seguidores tras ella. Sólo entonces cayó en la cuenta de que se trataba de un miembro de la aristocracia: más concretamente, de la baronesa española afianzada en París. Nunca había tenido el gusto de hablar con ella, pero de pronto se sintió ridícula con aquellas ropas. Normalmente, cuando hablaba con personas de su misma clase, ambos estaban en igualdad de condiciones, y aquel no era el caso. En comparación con la elegante señora ella parecía una niña mendigando un trozo de pan. Y lo peor era que todos los que estaban a su alrededor sabrían quien era ella. Las miradas de las personas más cercanas a ambas mujeres se tornaron hacia ellas con cierto descaro y ojos brillantes, como si por estar cerca de personas pertenecientes a la aristocracia se les fuese a pegar algo. Hizo una reverencia cuando la mujer estuvo lo bastante cerca, y sonrió con cierta timidez al escuchar su pregunta, bastante acertada. Cualquiera se hubiera preguntado lo mismo de saber quien era. Se lo habían advertido.

- Bonjour, Madame De Quadras... -Dijo intentando pronunciar correctamente su apellido, extranjero para ella. - Salí un rato a disfrutar del bonito día... y paseando y paseando de pronto me encontré frente a "Nuestra Dama", y me pareció una visión maravillosa y digna de dibujar. -Sonrió con alegría, mostrando el dibujo de la catedral. - Ruego disculpéis mi aspecto, mi señora... pensé que saliendo a solas era mejor no destacar entre el gentío... ¿Cómo os encontráis? ¿Que tal os va en París? ¡No es hermoso el día! -Su entusiasmo podría pegársele a cualquiera. Y es que Ainariell no era otra cosa que derroche de energía y alegría por cada poro de su piel.

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