Living Dolls [Privado]

No. Fue la respuesta.

Esperó la llegada de la noche para salir en complicidad con la obscuridad. Nadie mejor que las sombras para cubrir el rastro de la inexperta pelirroja. Ignis conoce sus secretos como también les concede la libertad de la expresión individual, sabe perfectamente que muchos huyen de sus penumbras y otros las buscan sólo porque se sienten complacidos e identificados; ella pertenece al segundo grupo. Así, con el manto nocturno sobre sus espaldas, salió del circo en busca de un cementerio. De poder ver, se hubiese quedado en el claro junto a los otros y cazar a los bichos bajo las piedras del bosque, sin embargo, existen demasiadas especies de animales ponzoñosos que al ingerirlos podrían causarle la muerte por envenenamiento. Malaquias siempre se negó a mostrarle como identificar sensitivamente a ese tipo de criaturas de las cuales debía alejarse. Él pensaba que la práctica de Ignis era un tanto perturbadora y bastante atrofiada, pero nunca pudo quitarle esa idea de la cabeza. La pelirroja sacó sus propias conclusiones sobre la vida, escuchando entre las multitudes, los comentarios fatalistas de la existencia misma y aquel castigo de dios al observar los pecados en la tierra. Es por ello que, varios de sus compañeros, sufrían la expiación de culpas en base a enfermedades y/o mala suerte. Más nunca creyó en un Dios. No puede existir ser en el mundo que observe desde las alturas como la moralidad del hombre se va al vacío cuando de enfrentarse a si mismo se trata; Ignis no concibe la idea de un ser superior espiritualmente, poseyendo un morbo impulsado por el sufrimiento de lo ajeno. No existe el bien y tampoco el mal, sólo son las circunstancias las que definen las acciones y decisiones de una persona. Más si creía en algo, era en la magia, porque la había sentido a través de su piel, porque la percibió con el alma.

¡Almas! Esa siempre ha sido la palabra clave. La idea popular cuenta que el diablo recolecta almas para hacerse más fuerte, los hombres que van a la guerra asesinan y devoran a sus enemigos para castigar sus almas y jamás ser vencidos en combate; si ella reunía la cantidad apropiada de almas entonces quizá, sólo quizá, podría ver el mundo que tanto le describen. En ocasiones, tenía miedo de hacerlo, pero su temor no es un impedimento para querer conseguir esa cantidad de almas. ¿Cómo? Su teoría es: ‘Cuando un algo, asesina a otro algo, obtiene su alma'. Entonces, si una araña se alimenta de tres moscas, y el ratón se come a la araña, a su vez el gato se traga al ratón y, al final ella devora al gato, tendría un total de seis almas atrapadas en el interior del felino. Pero esta bestia vive siete veces, truncadas por el hambre voraz de Ignis, serían trece. ¡Trece! Un número que, según más historias tergiversadas por el hombre, está maldito. Aún así, un número perfecto para acumular. «¿Más arañas? ¡Te harán daño!» -No. Estas son inofensivas según Shirân. Sabes que no puedo comer ratas, eso alteraría a Metus y los gatos....- Los bellos de su piel se erizaron al pronunciar la palabra –Me dan miedo. ¡Tanto como a él! ¡Los odio!- Ninguna voz más que la de ella, resonaba en el silencio atroz del cementerio. La conversación que sostenía con su muñeca sólo se encontraba dentro de su mente y era la única que podía escucharla. La vieja rata permanecía encerrada en una caja con cintas que ella misma amarró para que su mascota no escapase. Las arañas alimentaron el hambre del animal. La fémina hubiese deseado degustar un gorrión, así la suma sería más que el de simples arañas. Pero alto. –Estos animales se alimentan de los muertos ¿No?- La muñeca le respondió con una afirmación. Rápidamente las ideas surcaron la cabeza de la pelirroja. Sus conclusiones fueron aterradoras. -¿Un hombre, cuántos animales necesita para alimentarse en su vida?-

No. En definitiva, no puede comer humanos, porque entonces ella sería un bocado perfecto para los hombres que, como ella, buscan la recolección de almas para su propio bien. ¡Oh, Ignis! ¿Cuántas almas vales tú, pequeña niña? Sacudió la cabeza. –Bien, sólo comeré a los bichos que se tragaron a los muertos. Debe haber más almas en estos bichos que en los del pantano.- Palpando lápida tras lápida, continuó con su búsqueda de pequeños animalitos. Rastreó por minutos hasta que, abatida por permanecer agachada todo el tiempo, se recostó sobre una de las frías piedras al lado de la caja con la rata dentro y su muñeca. Suspiró. Jamás había escuchado tanto silencio apacible. Se encontraban en el fondo, el graznido de los cuervos, el susurro del viento, los aullidos de los lobos y el cálido cantar de las campanas a lo lejos. Aunque no podía ver y el silencio la devoraba lentamente, por alguna extraña razón no tenía miedo. Las almas de los muertos la acompañaban y, al no haber sido ella quien les quitó la vida, no tenía porque preocuparse de que la hirieran. «Es una noche hermosa. Plagada de estrellas, Ignis» -¿Cómo son las estrellas?- Preguntó. Pero su muñeca no supo responderle debido a que, todo el conocimiento que Mania poseía es proporcional al de la propia Ignis. Si ella no puede describir la forma de las estrellas, su muñeca tampoco lo haría. «Hace frío, deberíamos irnos ya» Suspiró buscando la caja de Metus. Al levantarla, está se soltó de sus manos y cayó al suelo abierta. La rata escapó.