Vermillion {priv.}

Recuerdo del primer mensaje :

Bermellón. Ese era el color de la sangre oscura y caliente que brotaba de aquella pequeña criatura tan famélica como ella. El callejón trasero de la morgue estaba oscuro y poco transitado como era de esperar a esas horas. El hedor que desprendía la alcantarilla era un insulto para cualquier nariz, pues se mezclaban los jugos descompuestos de los cadáveres con el formol o el líquido para embalsamar, que se vertía todo, como una amalgama negruzca y maloliente, a la cloaca principal como si fuera cualquier desperdicio común.

La tapa de la alcantarilla estaba abierta, por ella reptaba y se arrastraba las noches que decidía probar suerte, cuando la sed la enloquecía hasta el extremo, y sus enclenques brazos encontraban la fuerza para mover la tapadera redonda que daba acceso al callejón.

En ese mismo instante no sabía lo que era: criatura, despojo, zombie... cualquiera de esas tres definiciones se ajustarían a la imagen que ofrecía la que en otra vida se llamaba Hania Doe. Su pelo largo y ondulado, del color del trigo, lucía enredado, sucio y apelmazado. Su blanca piel estaba de un color azulado-grisáceo y arrugado, pegada al hueso. Lo único que todavía mantenía con cierta vida eran sus ojos, antaño azules y bonitos.

Hacía tres años que cayó en la oscuridad, tras ser atacada por un vampiro en el orfanato donde vivía, y desde entonces no había conocido la paz ni el descanso. Se había convertido en un monstruo sediento de sangre, que se volvía voraz y terrible cuando sentía un corazón latir cerca del suyo. No entendía el porqué de aquella maldición, tan gratuita, tan implacable... pero en el fondo se lo merecía. Por su culpa había muerto su madre, y los dioses la habían condenado a ser un monstruo asesino. Sólo había matado al estudiante de medicina que abrió el refrigerador de la morgue, pensando que estaba muerta. Sería el primero, y también el último. En aquellos tres años sobrevivía a duras penas de sangre de animales y cuando no podía soportarlo más, entraba en la sala de autopsias y se alimentaba de la sangre de los cuerpos recién muertos. Generalmente acababa vomitando la mitad, porque la sangre muerta era tóxica para los vampiros, pero su cuerpo estaba tan necesitado que algunas veces toleraba hasta ese extremo.

Salía de la alcantarilla sólo para cazar algun gato o perro o pasear por la morgue. No quería tener ningun contacto con los humanos, porque sentiría sus instintos asesinos aflorar, y no podría soportar más muertes sobre su conciencia.

Las calles la escuchaban balbucear algunas cosas, a veces hablaba consigo misma, otras veces le hablaba a un ser imaginario, pues necesitaba de vez en cuando escuchar su propia voz, y cerciorarse de que no se había convertido en algo más animal.

Dejó al gato muerto sobre la acera y sintió apenas un poco de calor recorriendo su cuerpo. Sabía que a continuación vendrían las arcadas y después el hambre de nuevo. Se torturaba de ese modo porque no soportaba el ser en el que se había convertido. Apoyó la mano sobre la pared de ladrillos y se convulsionó, ahí estaba. Notó la escasa sangre ingerida subir por su garganta, pero lo detuvo a tiempo. No necesitaba respirar, pero era un acto reflejo y aún lo hacía involuntariamente. Se tambaleó sobre sus escuálidad rodillas, visibles bajo un camisón de la morgue, con el que se despertó tres años atrás.

No era un loco ni un demente, no le cegaba el odio que sentía hacia criaturas como Assur. Era bien consciente de sus límites, de las pocas, o más bien nulas, opciones que tenía de derrotar a aquel cainita milenario, pero no por ello pensaba dar media vuelta y abandonar la lucha. Si el momento de su sepultura había al fin llegado, lo recibiría con brazos y alma abiertos, pero no se rendiría hasta dar su último aliento en pos de proteger la inocencia de aquella joven. No hubo golpe ni desgarro, siquiera mordisco alguno, que hicieran a Drakul detenerse. Con la vida escurriéndose por cada herida abierta, puso todo su empeño en atacar y defenderse, sin importarle lo más mínimo que su fúnebre guarida estuviera cayendo a pedazos por cada choque entre ambos.

Surcando el cielo de la estancia estaba, buscando un buen punto de ataque, cuando la voz de la joven Hania detuvo su cólera desenfrenada. Cayó con todo su peso a escasos centímetros de Assur, rompiendo y hundiendo piedra allá donde su espada se clavó en el suelo. Una neblina roja empañaba su mirada y trató de enfocar a Hania, suspirando con cierta derrota al darse cuenta de cual era su elección. Sacó la espada del suelo y se retiró, permaneciendo de pie con una mano sujetándose el torso donde los huesos tronaban en busca de volver al sitio donde por naturaleza debían estar.

No se sentía victorioso. Que la pequeña se interpusiera para salvarle la vida no hacía más que demostrar que lo veía tan débil e inferior como el mismo Assur lo miraba. Y tenía razón, aquella no sería la última vez que se encontrarían, su sed por la batalla no se apagaría hasta ver caer al último de su especie... él mismo. Hasta entonces debía resistir y seguir viviendo.

Bajó la cabeza mientras la joven rogaba por no ser abandonada. Podía comprenderla. Assur la rescató de la solitaria oscuridad en la que se encontraba y su frágil mente se aferró a él confundiendo gratitud con amor. No la detendría, no la convertiría en una presa de su fortaleza, no era su intención, pero si llegaba a convertirse en una bestia despiadada no le quedaría más remedio que darle muerte con lágrimas en el rostro, pues su inocencia había despertado la humanidad dentro del guerrero.

-Assur Black, deseo tu muerte como la de cualquier otro de tu especie. Pero si le haces daño a esta niña ten por seguro que daré mi vida por acabar con la tuya - habló al fin, cediendo así entre líneas que se llevara a la pequeña, aún cuando sabía que era la peor idea. Su mente era frágil e impresionable, por mucho que luchara por no convertirse en una bestia ese era su destino si seguía los pasos de Black.

Tantas palabras estaban saturando su mente, en ese preciso instante sólo quería irse a...¿casa? no tenía casa. Assur era su casa, lo más parecido a un hogar. Le daba igual si la llevaba a la suite, como si la llevaba al vertedero o bajo un puente, si él estaba allí, era lo más parecido a una casa que hubiera tenido nunca.

La comprendía, no siempre fue el vampiro que era ahora. Y la había incluido cuando dijo que "nosotros los Black" no agachamos la mirada. ¿Hania Black? por qué no. No tenía apellido, Doe era el que le ponían a todos los huérfanos de los que no habían registros ni padres conocidos. Podría aprender a sobrevivir, a no ser una carga para Assur, pero jamás sería una Black si eso implicaba ser cruel y ser una asesina. Sencillamente su cabeza no lo soportaba, demasiada culpabilidad a sus espaldas. Tampoco era algo a lo que quisiera darle muchas vueltas, se conformaba con escapar del amanecer junto a su sol y que no la odiase demasiado por todo lo que había pasado.

Se recostó sobre Assur cuando la agarró y tras la despedida del vampiro hacia Drakul, le dedicó a éste una mirada cargada de infinita gratitud; primero y principal por no hacerle daño a Assur, porque lo veía capaz de ello. Segundo por tratarla como a una persona, por velar por la integridad de su alma o de lo que fuera que había en la esencia de la gente. Tercero por haberle mostrado su historia en recuerdos. La recordaría siempre, la meditaría y tomaría nota de cada cosa para poder crecer y enfrentarse al mundo de la oscuridad estando preparada cuando surcase las horas más siniestras.

No había mucho más que decir, de hecho su cabeza ya había dado suficientes tumbos y no podía centrarla más, necesitaba descansar, y quizás echar un trago de esas bolsas para no regresar a la sensación de embotamiento y turbidez mental. Tiempo… si algo tenían todos ellos, era tiempo.

La voz de la hermana Adolfina resonó en sus recuerdos: “Hania Doe, hay un tiempo para cada cosa y cada cosa necesita su tiempo. Correr tras él es tontería.” Dejaría que pasasen las horas, los minutos y los días en un lento sangrado hacia la eternidad. ¿Para qué precipitarse o correr tras lo que ya es tuyo? La inmortalidad le había sido otorgada, ahora necesitaba acostumbrarse a eso, nada más, y decidir cómo quería vivirla.

Deslizó las manos alrededor de la cintura del hijo de Caín y cerró los ojos unos instantes. Su mente alterada estaba amplificando de manera brutal cada pensamiento que se revolvía en las mentes de los allí presentes. Le llegó un recuerdo, tenue, casi imperceptible, del corazón de Assur cuando aún latía. Hacía miles de años de aquello, pero una vez fue humano. Y con ese sonido abandonó su mente a la blanca deriva.


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Continua la trama aquí: Fiesta de presentación