Argot doble

La mentira es un bien social de la que uno podía sacar bastante partido además. El soirée se desarrollaba con gran algarabía frente a sus ojos. Damas vírgenes de la temperaba se agitaban suavemente alrededor de la mesa de refrescos, seguidas de un montón de ilustres caballeros que se esforzaban por captar su atención empujando platos llenos de comida y copas, vigiladas por viudas o matronas casamenteras. Un escalofrío un tanto desagradable cruzo su espalda al saber que muchas de ellas tenían sus ojos puestos en él ya sea porque se encontraban terriblemente arruinadas monetariamente o temían que aquel ser desgarbado y vil se acercara a corromper a sus jóvenes protegidas. Estudiando el lugar con ojos fríos Hereb vació su copa de oporto con relativo desdén, pensando que necesitaba una bebida más fuerte.

El pequeño baile se celebraba en el jardín Botánico entre una muestra exótica de rosas de diversos colores entre otras flores en jarrones de diversos tamaños indudablemente caros. El olor dulzón de la hierba contrastaba agradablemente con el perfumado. Ocasionalmente veía a una mujer frotar los pétalos para pasarse las yemas de los dedos contra las orejas y el cuello. Era también una forma astuta de conseguir fondos y distinciones por parte de la alta alcurnia y vender algunos especímenes comunes.

—Es como engordar a los cerdos para disfrutar el festín—masculló caminando hacia el pasillo donde resaltaban oscuros helechos disfrutando un poco más de la simpleza de esas plantas, entre las sombras no tenía que esforzarse en ocultar el obvio desdén que todo aquello le provocaba.—Y durante el baile me uniré a ellos. —Sonrió ladino quedándose quieto ante una voluptuosa rubia a quien decididamente evitaba. La joven viuda no lo dejaba en paz últimamente colgándose de su brazo para espantar al resto de sus competidoras. Era bonita al igual que malvada.
Hereb debía cuidarse de esa clase de mujer.

Dándose la vuelta su saco negro de corte recto y elegante se ciño contra sus amplios hombros al intentar hacerse más pequeño hasta salir de la vista. Perfectamente peinado cualquiera que lo viera pensaría que se trataba de un par del reino cuando no era más que un cínico mercader. La gente de la nobleza no veía con buenos ojos a los ricos y mucho menos que se hablara de dinero, sin embargo en Francia las costumbres se relajaban, aun así pensó que sería mejor acogido y podría mejorar sus negocios si se casaba con una aristócrata de Londres, por encima de todo de todas formas sin importar de quien se tratara a los parisinos se les juzgaba como libertinos sin corrección independientemente de su sangre azul.

Dando un paseo sin ganas de volver aún sus pasos silenciosos se detuvieron al notar una figurilla que se agazapaba sobre el suelo trabajando con concentración. Curioso encamino sus pasos encontrándose con un pequeño invernadero repleto de pinceladas amarillas. —¿Qué es lo que hace agachada ahí de esa manera?—Susurro apreciando que la figura pertenecía a una suave mujer de cabellos oscuros. Deteniéndose detrás de ella levanto la vista para admirar su obra, seguramente, todas esas plantas estaban a su cuidado.

Frunciendo las cejas hasta que parecía que podrían besarse, el pelinegro contemplo a la muchacha que se removía al parecer, nerviosa el frente de la falta. No es que él mismo no fuera consciente de su capacidad de intimidación física, con su uno noventa y tantos y la envergadura dura de sus hombros incluso el traje sin hombreras se fruncía dándole una apariencia difícil.

Enarcando una ceja echándose hacia atrás la repaso con la mirada tomando nota de ella. Una morena guapa pero no de alta cuna ya que se encontraba trabajando la tierra seguramente sería una mujer a la que no se le invitaba a los bailes a los que a él de vez en cuando le arrastraban.
—No quise importunarla, madame —Masculló inclinando la cabeza con una suave reverencia de reconocimiento a la dama, sin esperar una ya que era normal que las mujeres bien educadas no devolvieran la reverencia a los caballeros desconocidos. Hurgando entre sus ropas , mascullo con desdén al no encontrar el pañuelo que se supone, según su ayudante de cama, que todo caballero debía llevar.
Buscando en los bolsillos de su pantalón, una hilera de dientes blancos se mostró triunfante al encontrar la prenda cotizada.—Tome. Lleva la tierra en el rostro querida.
Agregó practico estudiando con los ojos fijos las facciones delicadas de la joven, cierto que su belleza podía compararse con la de las jóvenes vírgenes con las que bailaría.

Encogiéndose de hombros se dio la vuelta contemplando con obvio desdén el resto de la sala de una manera apreciativa y sin embargo al ser un hombre del bajo mundo no podía darle un buen visto a la opulencia.—No he venido por las flores chiquilla, así que no habrá problema si no puedo verlas, debo decir que ciertamente ya he visto suficiente en esta tierra de secretos.
Suficiente con el uso del abanico y sus muchos significados para recaer en el de las flores y el del trino de las aves.—Apartando un mechón negro propio de sus ojos como si fuera una telaraña enchueco la boca mirándola.

—Lo mejor es cargar con una rosa amarilla y listo.

La miro inclinarse ante él y le devolvió la sonrisa con ese gesto, propio de una mujer acostumbrada a enfrentarse a su futuro y tomar sus propias decisiones. El roce de los dedos se le antojo cálido y delicado como un aleteo y no pudo evitar devolverle la sonrisa con una felina de su cosecha.—¿Cómo podría no aceptarlo?, piense que es para mi propio beneficio y la idea con la que coqueteó, usted es la dama que ha impulsado ese lado de caballero que tanto busco autoimponerme, permítame gozar de esta pequeña fantasía de que al menos algo mío la acaricie de una manera tan intima—La tranquilizo con una voz grave y baja, al tiempo que su rostro adquiría una actitud amenazante pero no con ella, echando un vistazo a los alrededores.—Y respecto al castigo pierda cuidado señorita, yo nunca permitiré que usted sufra en ningún momento por mis atenciones.

Dando un paso lejos para guardar a medias la debida distancia, pero manteniéndose lo suficiente cerca para sentir el plisado de las telas de su falda acariciándole la pantorrilla la miro a los ojos.—Los lujos son para las mujeres hermosas, y usted lo és, no es una perdida suya sino una ganancia a la prenda que adquiere un aire peculiar contra sus dedos.

Le sostuvo la mirada, evaluándose, tratando de conocerla por lo que veía de ella y revelar algo de su carácter que era más que alegre y elocuente. Paseándose por sus labios rojos se detuvo en ellos un poco más de la cuenta antes de dirigir una vista a las flores. Inclinándose a su lado una enorme mano sin guante se estira junto a la de ella dándole al pétalo un singular apretón sin daño.

—Bueno no es de hombres el pensar en pájaros y flores, sino en ocuparnos en hacer dinero para colmar de ello a nuestra dama, ¿no es así?, lo que puedo decirle sobre las flores no va más allá de su significado y me temo que los códigos que conozco se limitan a encuentros rápidos en lugares oscuros y pasiones sombrías.—Dejando ir la flor la miro con placer al verla trabajar consiente de la forma en la que las faldas definían la redondeada forma de su trasero y sus muslos, y el asomo de las medias suaves que delicadamente envolvían sus tobillos. Bebiendo de la imagen continuó:
—Sobre los pájaros no se nada más que ellos hablan el lenguaje de dios, que es un lenguaje mágico y poderoso que permite hacer y deshacer el mundo… su argot es lo que me atrae sin embargo no distingo palabras entre sus canciones.

Con el olor de la tierra y el de la mujer su lado Hereb disfrutaba por primera vez la velada.
—A usted le daría una rosa azul supongo.

—En la compra es en lo que pienso, no tanto en el objeto en sí, la rentabilidad, la ganancia y si vale o no la pena…—dejó aquello en el aire, puesto que las damas educadas no participaban comúnmente de esos temas propios de los caballeros. Echando un vistazo al largo pasillo que comenzaba a iluminarse hacia la sala donde parejas se relajaban en la mutua compañía y los viejos jugaban a las cartas. Pese a que aquel era el punto a donde atacaría ahora no sentía las ganas de volver a ser un mono de feria para los pares de sangre azul tan diferentes a la suya.

—Me temo también madame, que mis fantasías se limitan a la economía y los libros de cuenta.—Le sonrió ladino mientras que se tomaba la confianza de alizar una ceja de ella con la punta del pulgar moviéndolo con destreza sobre algunos residuos de tierra para eliminarlos. Era un hombre desacostumbrado a las intimidades y sombrío a los afectos sin embargo, cuando deseaba agradar lo hacía con relativa facilidad dados sus dotes de zalamero, principalmente entre las damas. El que aquella muchacha no perteneciera al mundo en el que se abría paso lo reconfortaba más allá de cualquier recelo.

Contrajo el mentón al ver la abundante mata de cabellos, en esa simple provocación disfrutando de la forma en la que contrastaba con la forma de su cuello y su piel. Limpiándose la garganta sus ojos se paseaban por la boca, por los ojos claros y brillantes y por las clavículas delgadas cubiertas por un suave brillo.—El azul es una fantasía, un ideal…algo onírico. ¿No se siente así rodeado de las flores?, por eso le daría la azul. Pero no a cambio de la blanca—agregó con una sonrisa tensa ante la sugerencia de pureza.—Como dijo antes usted madame, la ensuciaría, más que el pañuelo.

Terminando de limpiarla se concentro en apreciar su tez levemente bronceada, la forma de sus dientes y la vivacidad de sus expresiones. La forma en la que lo miraba le inquietaba y gustaba a partes iguales. Porque era una mirada que decía que en primera instancia la gente le agradaba, cándida. Podía imaginar a aquella mujer como una madre amorosa o una hermana o hija condescendiente. Levantando el rostro de nuevo a las flores su petición de arrancarse la máscara social le hizo reír planamente mientras que una de sus manos presiono su propio lóbulo tirando de él en una lucha clara en su fuero interno. —No sabe lo que pide chiquilla, debajo de esa mascará esta un sucio crápula, un libertino venido de América…nada que pueda aumentar los atributos de su santuario.

Negando con la cabeza respiro el aroma dulzón de las flores recordando viajes pasados de su juventud.—¿Cuál es su nombre señorita?
 

El dolor es una constante en el rostro, en la sonrisa suave y aterciopelada en los labios rojos. Estrechando los ojos Hereb repara en el angulo de sus cejas delgadas o la forma en la que sus manos se mueven, ansiosas. Y no pasa inadvertido la sensación de abandono casi melancólica en su voz. Sonríe porque es lo único que puede hacer para ella y por ella, cuadrándose de hombros siente la tela del chaleco y la levita crujir sobre sus hombros, abrazándose poderosamente a estos y sigue observándola mientras dice todo aquello.
— quid pro quo, querida madame, en esta vida todos damos y todos recibimos...desgraciadamente la ley de la equivalencia no siempre significa igualdad.

Musitó con un movimiento de cabeza, con un mechón negro cuervo acariciándole la frente. Observando a las flores a la distancia y llenándose el pecho del viento oloroso a petricor. Devolviendole la sonrisa con los ojo oscuros tras las pesadas pestañas por el deseo que muerde tras los parpados. —No puedo permitírmelo, dulzura y aún así...

Sus ojos destellan antes de cambiar, hacia la sala llena de música, ante las jóvenes en sus vestidos blancos y la melodía desgranándose de a poco. Niega con la cabeza.—No podría hacer eso, parte de mi aún quiere pensar que es una buena persona.—Alza las cejas sin creérselo del todo, con la sonrisa titubeando en los labios planos.

Una mirada de pardon, de no puedo darte lo que buscas porque ni yo entiendo de eso, pardon pequeña dama.

Moviéndose más cerca de ella, se quedo en silencio mientras veía pasar a una pareja entre risas cómplices para desaparecer en una esquina buscando un momento de intimidad al desprenderse de los chaperones y las damas.

—Kiara será, y cualquier cosa que me diga, la juzgare por mi mismo, alguien que posea unos ojos tan claros y vivos no puede reflejar la oscuridad que sale de su boca.