AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Nevinovăție ~ priv.
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Nevinovăție ~ priv.
Tumbada bajo el revoltijo de mantas que me habían prestado en el albergue, me desperté con el sonido de las campanas de Notre Dame. El restallido del metal, claro y nítido, se escuchaba desde cualquier lugar de París. Era una llamada de la catedral a sus fieles creyentes, para que acudieran a una misa matutina antes de empezar con sus quehaceres. Llamada que la mayoría sólo atendía los días de guardar, pero que los más privilegiados podían permitirse seguir también el resto de los días de la semana.
Para los que dormíamos en el albergue, las campanas significaban que era hora de despertarnos. La caridad de los monjes que llevaban aquel lugar tenía un límite, y como todo en su institución, lo marcaba la propia Iglesia. Cuando nos levantábamos de los ajados colchones de paja, se nos proporcionaba una hogaza de pan a modo de desayuno. Bazo, oscuro y espeso, que llenaba el estómago mejor que cualquier sueño. A los niños, que también los había, se les daba además un pequeño tazón de leche. Pero después de comer también tenían que marcharse, para que los eclesiásticos pudieran cerrar el lugar y dedicarse a otras tareas cristianas.
Masticando lentamente la áspera superfície del pan, me aparté de la cama que había sido la mía durante aquella escasa noche. Reydek, del que me había separado el día anterior, me había dicho que allí me cuidarían hasta que supiera algo más de mi pasado. Hasta el momento, así había sido; incluso me habían dado de cenar, e indicado dónde estaba el comedor social por si tenía hambre más adelante. Pero no pensaba pasar muchas más noches allí si podía evitarlo, porque no era de las que se rendían a su suerte. Iba a pelear por recuperar la memoria, y hasta entonces, por poder mantenerme yo misma sin necesidad de acudir a la Iglesia.
De modo que tan pronto como me acabé aquel exiguo desayuno, puse rumbo al ajetreado mercado de la Ilê de la Citê. Era allí donde se encontraba el albergue, y la razón por la cual las campanadas de la catedral sonasen tan fuerte en sus dependencias. El día anterior había visto restos de comida esparcidos por la plaza, y Reydek había mencionado algo de un mercado. ¿Qué mejor lugar que aquel para buscar un trabajo con el que subsistir?
Un intenso aroma a flores invadía ya las calles laterales, ocultando bajo su embriagador efluvio el nauseabundo proveniente del Sena. Precedía a la multitud de paradas que vendían plantas y maceteros, muchos de ellos ya florecidos debido a la cercanía de la estación primaveral. Los colores variaban casi tanto como los numerosos viandantes; púrpuras intensos, pálidos rosas. Níveos pétalos de aspecto tan delicado como un copo de nieve. En una de las paradas llegué a atisbar incluso una rosa negra, pero mi olfato me indicaba que en realidad estaba pintada. Un engaño para quienes se dejasen guiar por las apariencias, o quien quisiera hacer un regalo tan efímero como original a alguna afortunada dama.
En todas ellas pregunté si tenían trabajo para darme, ensalzando con una tímida sonrisa las características de su mercancía. Y es que, aunque no recordase ni mi apellido, tenía abundantes conocimientos sobre jardinería adquiridos quién sabe dónde. Habían sido la razón principal de que buscase trabajo en el mercado, pero no me sirvieron para nada; todos estaban completos, me decían, debido a la escasa oferta que ofrecían mientra durase el invierno. Algunos parecían sentir su negativa, al advertir la necesidad que expresaba mi gastado vestido pardo. Otros tuvieron menos educación, y me echaron como si de un animal se tratase. No querían sonrisas, ni tampoco palabras sinceras; sólo vender, y si yo no quería comprarles, no tenían nada que hablar conmigo.
No fue hasta que me senté en uno de los bancos que había en un lateral que me dieron, por fin, una buena noticia. Aguantándome las ganas de llorar, estaba intentando pensar dónde podrían querer a alguien como yo cuando una muchacha se acercó a donde estaba. Se movía con una sensualidad que yo no había visto hasta el momento, agitando suavemente sus caderas con cada paso que daba. Ceñido a la cintura, llevaba un fino vestido de un llamativo color verde, y pese al frío que hacía, no vestía capa que lo ocultase. Tampoco llevaba tapado el rostro, aunque sí tan maquillado que su piel parecía del color de la cal. Sólo destacaba en ella unos labios de un intenso escarlata, y unos vivaces ojos azules que me miraban con fijeza. Los hombres la miraban mientras se acercaba, y algunas mujeres también lo hacían. Las expresiones variaban de unos a otros. Ellos lo hacían con curiosidad, y habría jurado que también con deseo. Ellas eran la viva imagen de la desaprobación, con los labios fruncidos en una mueca de evidente disgusto. La desconocida, sin embargo, no les hizo caso alguno.
Se limitó a sentarse junto a mi y a colocar su mano sobre mi hombro, acariciando mis plateados y sucios cabellos rítmicamente mientras me hablaba. - Yo tengo trabajo para ti, ma chère - Empezó, dedicándome una sonrisa que fue como un bálsamo para mi alma herida. Por fin una buena persona, pensé. Alguien como Reydek, que me había ayudado desinteresadamente incluso cuando aquel hombre me atacó. - Eres muy bonita, ¿lo sabías? Con esos cabellos tan claros. Podrías ganar mucho dinero - Continuó hablando, deslizando su mano hasta colocarla encima de una mía. - Tienes las manos muy finas. No tienes porqué estropearlas con el duro trabajo que te darían en esta ciudad. Ven conmigo, y los francos te lloverán. Serás una de las favoritas, no me cabe duda. Y tendrás alojamiento y comida gratis.
Para los que dormíamos en el albergue, las campanas significaban que era hora de despertarnos. La caridad de los monjes que llevaban aquel lugar tenía un límite, y como todo en su institución, lo marcaba la propia Iglesia. Cuando nos levantábamos de los ajados colchones de paja, se nos proporcionaba una hogaza de pan a modo de desayuno. Bazo, oscuro y espeso, que llenaba el estómago mejor que cualquier sueño. A los niños, que también los había, se les daba además un pequeño tazón de leche. Pero después de comer también tenían que marcharse, para que los eclesiásticos pudieran cerrar el lugar y dedicarse a otras tareas cristianas.
Masticando lentamente la áspera superfície del pan, me aparté de la cama que había sido la mía durante aquella escasa noche. Reydek, del que me había separado el día anterior, me había dicho que allí me cuidarían hasta que supiera algo más de mi pasado. Hasta el momento, así había sido; incluso me habían dado de cenar, e indicado dónde estaba el comedor social por si tenía hambre más adelante. Pero no pensaba pasar muchas más noches allí si podía evitarlo, porque no era de las que se rendían a su suerte. Iba a pelear por recuperar la memoria, y hasta entonces, por poder mantenerme yo misma sin necesidad de acudir a la Iglesia.
De modo que tan pronto como me acabé aquel exiguo desayuno, puse rumbo al ajetreado mercado de la Ilê de la Citê. Era allí donde se encontraba el albergue, y la razón por la cual las campanadas de la catedral sonasen tan fuerte en sus dependencias. El día anterior había visto restos de comida esparcidos por la plaza, y Reydek había mencionado algo de un mercado. ¿Qué mejor lugar que aquel para buscar un trabajo con el que subsistir?
Un intenso aroma a flores invadía ya las calles laterales, ocultando bajo su embriagador efluvio el nauseabundo proveniente del Sena. Precedía a la multitud de paradas que vendían plantas y maceteros, muchos de ellos ya florecidos debido a la cercanía de la estación primaveral. Los colores variaban casi tanto como los numerosos viandantes; púrpuras intensos, pálidos rosas. Níveos pétalos de aspecto tan delicado como un copo de nieve. En una de las paradas llegué a atisbar incluso una rosa negra, pero mi olfato me indicaba que en realidad estaba pintada. Un engaño para quienes se dejasen guiar por las apariencias, o quien quisiera hacer un regalo tan efímero como original a alguna afortunada dama.
En todas ellas pregunté si tenían trabajo para darme, ensalzando con una tímida sonrisa las características de su mercancía. Y es que, aunque no recordase ni mi apellido, tenía abundantes conocimientos sobre jardinería adquiridos quién sabe dónde. Habían sido la razón principal de que buscase trabajo en el mercado, pero no me sirvieron para nada; todos estaban completos, me decían, debido a la escasa oferta que ofrecían mientra durase el invierno. Algunos parecían sentir su negativa, al advertir la necesidad que expresaba mi gastado vestido pardo. Otros tuvieron menos educación, y me echaron como si de un animal se tratase. No querían sonrisas, ni tampoco palabras sinceras; sólo vender, y si yo no quería comprarles, no tenían nada que hablar conmigo.
No fue hasta que me senté en uno de los bancos que había en un lateral que me dieron, por fin, una buena noticia. Aguantándome las ganas de llorar, estaba intentando pensar dónde podrían querer a alguien como yo cuando una muchacha se acercó a donde estaba. Se movía con una sensualidad que yo no había visto hasta el momento, agitando suavemente sus caderas con cada paso que daba. Ceñido a la cintura, llevaba un fino vestido de un llamativo color verde, y pese al frío que hacía, no vestía capa que lo ocultase. Tampoco llevaba tapado el rostro, aunque sí tan maquillado que su piel parecía del color de la cal. Sólo destacaba en ella unos labios de un intenso escarlata, y unos vivaces ojos azules que me miraban con fijeza. Los hombres la miraban mientras se acercaba, y algunas mujeres también lo hacían. Las expresiones variaban de unos a otros. Ellos lo hacían con curiosidad, y habría jurado que también con deseo. Ellas eran la viva imagen de la desaprobación, con los labios fruncidos en una mueca de evidente disgusto. La desconocida, sin embargo, no les hizo caso alguno.
Se limitó a sentarse junto a mi y a colocar su mano sobre mi hombro, acariciando mis plateados y sucios cabellos rítmicamente mientras me hablaba. - Yo tengo trabajo para ti, ma chère - Empezó, dedicándome una sonrisa que fue como un bálsamo para mi alma herida. Por fin una buena persona, pensé. Alguien como Reydek, que me había ayudado desinteresadamente incluso cuando aquel hombre me atacó. - Eres muy bonita, ¿lo sabías? Con esos cabellos tan claros. Podrías ganar mucho dinero - Continuó hablando, deslizando su mano hasta colocarla encima de una mía. - Tienes las manos muy finas. No tienes porqué estropearlas con el duro trabajo que te darían en esta ciudad. Ven conmigo, y los francos te lloverán. Serás una de las favoritas, no me cabe duda. Y tendrás alojamiento y comida gratis.
Syri Vinterson- Cambiante/Realeza
- Mensajes : 52
Fecha de inscripción : 02/03/2017
Re: Nevinovăție ~ priv.
El momento preciso el silencio se rompe para dar paso a unos bulliciosos momentos entre la caminata de los inquisidores en medio de la práctica en los bosques parisinos a cargo de aquel hombre cuyo apellido se repetía varias veces y más con aquella señorita de cabellos dorados y labios rojizos que se negaba a participar de las órdenes de su superior alejándose lentamente de aquel lugar ignorando por completo las amenazas de su hermano mayor.
Un día libre por toda la ciudad parisina la lleva a perderse por varios lugares entre ellos en la zona comercial comprando y dejándose llevar por el dinero como apellido de su familia, comida, lujos y demás gastos que solo se los puede permitir ese tipo de personas, aunque de ella en si no se trataba. Ahí estaba la razón de haber aceptado el seguir a aquella mujer a formar parte y el ser un miembro de esa familia de locos o dementes o quizás asesinos del brazo secular de la santa madre iglesia. Realmente de ella no era nada, ni dinero ni posesiones y aun así podía gastar todo lo que de sus padres convenía, muy conveniente para ella y sus traiciones.
Suspiró en recuerdos por su fallido trabajo que aun la ataba del cuello sobre todo al recibir la correspondencia por el apuro de aquello, sabía que no podía dejar pasar los mismos errores que los demás cometieron, ella no era de ese tipo y ya el dinero fue cobrado lo suficiente como para evitar dar un paso hacia atrás.
Camino por horas hasta llegar al mercado ambulante, un lugar al que pocas veces acude a menos que sea por información de ciertos crápulas, entre ellas una visión algo borrosa decayó sobre ella, unos cabellos que eran la exacta descripción. Se acercó sin prisas intentando no asustar a la joven, pero con su mano sobre la de la otra mujer impidió que esta avanzara –Muchos francos por solo algo pequeño como, ah si, abrir tus piernas hasta que se descarguen todos esos patanes, o quizás venderla a un prostíbulo de esos de ricos par que a lo mejor la maten por sus sórdidas deseos ocultos– sonríe quitando la mano de aquella mujer de la joven, sus ojos de serpiente divisan que ella es una hechicera tan antigua como estar dentro de la orden de su hermano –Es fácil así conseguir un trabajo poco esfuerzo y muchas monedas, es muy conveniente para quien desee pero no creo que esta niña quiera eso ¿o si?– mira a la joven con una ceja enarcada curiosa que pregunta sobre ello –pero otras pueden terminar sin su cabeza si llego a abrir mi boca, si no quiere ese persona terminar sin sus bellas florecitas de la noche debería irse– la mujer se alejó echando maldiciones a la víbroa
Solas las dos, se sentó junto a la muchacha sonriéndole como si fuera una gran amiga, que mentira –Acaso, tus padres no te han dicho que no debes aceptar a extraños que te aborden ofreciéndote el oro y la plata– pregunta casi regañándola pero con una suave sonrisa de quien trata de engañar y más que nada inyectar su propio veneno –Que les enseñan a los niños ahora, no lo entiendo, por cierto soy Iris, y tu ¿cómo te llamas, pequeña?– sonríe como si fuera la amabilidad en persona acercando su mano amiga al hombro de la joven con ese gran rostro lleno de la mascara del engaño y falacias.
Iris D'Aramitz- Condenado/Cambiante/Clase Media
- Mensajes : 51
Fecha de inscripción : 27/05/2014
Re: Nevinovăție ~ priv.
Una voz fría y susurrante interrumpió a la prostituta, que se giró en su dirección con el rostro demudado por la ira. Sus labios, pintados de carmín, se entreabrieron para soltar palabras mordaces, que murieron al descubrir quién era su interlocutora. Su rostro cambió completamente, sus ojos posados sobre los gélidos de la desconocida. Que parecían quemar como el hielo desde su pálido y bello rostro. Sus manos, finas y adornadas con baratas joyas, empezaron a temblar, y su aura, antes de un intenso color borgoña, cambió paulatinamente hasta tornarse de una tonalidad más desvaída.
- Sólo le estaba ofreciendo trabajo. No es para ponerse así. - Espetó la meretriz, evitando mirar fijamente a su pelirroja contraria. Todo indicaba que la mujer tenía miedo de la recién llegada, por alguna razón que no era capaz de comprender.
Pero pronto se sobrepuso a su temor, levantándose con dignidad, y abandonando el banco en el que me hallaba sentada con su insinuante caminar. No nos dedicó ni una última mirada antes de marcharse; de hecho, tan pronto estuvo a una distancia prudencial de nosotras, apretó el paso, perdiéndose entre la marea de gente que abarrotaba el matutino mercado.
- Adiós- Musité, algo alicaída. No sabía muy bien a qué se dedicaba aquella dama, y aunque por las palabras de la pelirroja intuía que no querría saberlo, era la única que me había ofrecido algo en aquella plaza. Todos los demás sólo me habían regalado desprecio, al percatarse de que no podía permitirme pagarles ni un tallo de lo que vendían. Como si, en lugar de una persona, no fuera más que un despojo de la calle.
No sabía cuál era la opinión de aquella extraña mujer, ni tampoco, si quería ayudarme o darme trabajo. Pero cuando se sentó conmigo, dedicándome una cálida sonrisa, no pude menos que corresponderle con algo de cortesía. Respondiendo a las sencillas preguntas que ella estaba planteando.
- Todos son extraños para mi, señorita. Perdí la memoria, y ni siquiera recuerdo quienes son mis padres. Sólo sé que mi nombre es Syri, y que vine a París por alguna razón. Y precisamente por eso, aunque no todos los que me rodean sean buenos, tengo que intentar seguir sin miedo. Porque son mi única opción para saber quién fui, y hasta entonces, sobrevivir. - Hice una pausa, mirando fijamente con expresión inocente a Iris. Parecía realmente preocupada por mi, y tal vez fue eso lo que hizo que me sincerase sobre mi situación con ella. - Gracias por ayudarme antes. Supongo que puedo encontrar algo mejor que lo que sea me ofrecía aquella desconocida, aunque no sé dónde. Ni siquiera sé qué es lo que se me da bien.
- Sólo le estaba ofreciendo trabajo. No es para ponerse así. - Espetó la meretriz, evitando mirar fijamente a su pelirroja contraria. Todo indicaba que la mujer tenía miedo de la recién llegada, por alguna razón que no era capaz de comprender.
Pero pronto se sobrepuso a su temor, levantándose con dignidad, y abandonando el banco en el que me hallaba sentada con su insinuante caminar. No nos dedicó ni una última mirada antes de marcharse; de hecho, tan pronto estuvo a una distancia prudencial de nosotras, apretó el paso, perdiéndose entre la marea de gente que abarrotaba el matutino mercado.
- Adiós- Musité, algo alicaída. No sabía muy bien a qué se dedicaba aquella dama, y aunque por las palabras de la pelirroja intuía que no querría saberlo, era la única que me había ofrecido algo en aquella plaza. Todos los demás sólo me habían regalado desprecio, al percatarse de que no podía permitirme pagarles ni un tallo de lo que vendían. Como si, en lugar de una persona, no fuera más que un despojo de la calle.
No sabía cuál era la opinión de aquella extraña mujer, ni tampoco, si quería ayudarme o darme trabajo. Pero cuando se sentó conmigo, dedicándome una cálida sonrisa, no pude menos que corresponderle con algo de cortesía. Respondiendo a las sencillas preguntas que ella estaba planteando.
- Todos son extraños para mi, señorita. Perdí la memoria, y ni siquiera recuerdo quienes son mis padres. Sólo sé que mi nombre es Syri, y que vine a París por alguna razón. Y precisamente por eso, aunque no todos los que me rodean sean buenos, tengo que intentar seguir sin miedo. Porque son mi única opción para saber quién fui, y hasta entonces, sobrevivir. - Hice una pausa, mirando fijamente con expresión inocente a Iris. Parecía realmente preocupada por mi, y tal vez fue eso lo que hizo que me sincerase sobre mi situación con ella. - Gracias por ayudarme antes. Supongo que puedo encontrar algo mejor que lo que sea me ofrecía aquella desconocida, aunque no sé dónde. Ni siquiera sé qué es lo que se me da bien.
Syri Vinterson- Cambiante/Realeza
- Mensajes : 52
Fecha de inscripción : 02/03/2017
Re: Nevinovăție ~ priv.
Como un rayo de una inesperada esperanza de la que no se cree, fue lo que recibió de aquella jovencita perdida cuya inocencia solo se asemeja a los niños perdidos de las calles; no pudo evitar soltar una satisfactoria sonrisa donde los colmillos de la serpiente se ven expuestos a través de esos dedos infelices y envenenados.
La figura de buena niña no es la más idónea para ella, pero opta por una máscara más a la bondadosa sinceridad y presta caridad de ser quien tiende la mano a cualquier alma en desgracia sin nada a cambio, imitando así a su dulce hermana la bibliotecaria. Su mano se posa sobre la cabeza de la pequeña cambiante atrayéndola a su pecho como si se tratara de una buena amiga, una muy peligrosa y traicionera –Lamento mucho que recordaras todo esto, fueron por mis palabras que insensata fui– un suave abrazo que terminar con un beso en la coronilla de aquella niña. se borra el acto con la sonrisa y esos dedos que corren por el rostro de la cambiante como si fuera la más buena alma del mundo –Quizás un eco de un recuerdo vino a ti, o quizás escuchaste por ahí que esta es una buena ciudad para comenzar de cero, mucha gente viene aquí huyendo de todo para iniciar una nueva vida, quizás sea eso que necesites, Syri–
Soltó a la joven llamando a un mozillo que se pasaba por ahí vendiendo algo de comida preparada así como bebidas, pidió algo para la pequeña y para ella un trago de ron bien servido –No has pensado trabajar como empleada o como doncella para alguna buena señorita, lo digo por tu apariencia, eres tan bella y dulce que podrías ser mejor una doncella de ayuda cama para una joven adinerada. Tu cabello atraería mucho la atención y muchos hombres y mujeres querrían tenerte como algo exótico y quizás hasta venderte para ciertos favores sexuales, así que piénsalo, que mejor que ser protegida por alguna casa familiar o una mujer adinerada– se recarga sobre una de sus piernas quebrando un poco la cadera –Tal vez podría ayudarte, conozco a muchas damas de sociedad que podrían darte ese empleo– muerde su labio índice mirando a la cambiante, planeando el mejor lugar donde podría tenerla vigilada –¿Realmente no recuerdas nada? Lo digo como por habilidades, destrezas, debilidades, esas cosas para ver con quien te convendría más estar segura– toma un mechón de cabello de la joven llevándola tras la oreja de ella sonriéndole con una bella bondad fingida.
Iris D'Aramitz- Condenado/Cambiante/Clase Media
- Mensajes : 51
Fecha de inscripción : 27/05/2014
Re: Nevinovăție ~ priv.
Iris se comportaba como si fuésemos amigas de toda la vida. Me acariciaba los cabellos, me hablaba con dulzura, me ofrecía un trabajo como dama de compañía. No podía creerme la suerte que había tenido conociéndola, y más cuando había estado tan cerca de ser engañada por aquella otra mujer. A la que la morena había espantado sin demasiados miramientos.
- Creo que podría trabajar para una mujer de alta cuna, sí. - Le dije a la cambiante, dedicándole una radiante sonrisa de dientes blancos. Tenía la certeza de que sería capaz de desempeñar un trabajo de doncella, pese a ser incapaz de recordar si había trabajado antes de aquello. Tal vez por eso viajaba en un carruaje cuando me dirigía hacia París; porque estaba acompañando a alguna otra dama que tenía aquí asuntos que atender. - No recuerdo cómo lo aprendí, pero sé de etiqueta y música, y también de telas y costura. Podría serle de utilidad a cualquier señorita, Iris. ¿Me ayudarás? ¿Tienes a alguien que necesite una doncella? ¡Te estaría muy agradecida!
Aunque sincera, no me gustó demasiado su referencia a lo que podrían buscar de mi debido a mi cabello. Si al final entraba a trabajar para alguna gran señora, no quería ser considerada como una exótica mascota, que revoloteaba por ahí para entretener a las visitas. Ni tampoco quería ser un objeto de deseo, temerosa de la posibilidad de que alguien decidiera pasar a la acción. Si iba a empezar a trabajar, sería para estar un paso más cerca de descubrir mi pasado. No para empezar a temer por mi futuro, lamentándome por el instante en el que acepté el trabajo.
- En cualquier caso, siempre puedes ponerme a prueba. - Añadí, mirándola fijamente con mis grandes ojos claros muy abiertos. - ¿Tú eres doncella de alguien, Iris? ¿De qué trabajas?
- Creo que podría trabajar para una mujer de alta cuna, sí. - Le dije a la cambiante, dedicándole una radiante sonrisa de dientes blancos. Tenía la certeza de que sería capaz de desempeñar un trabajo de doncella, pese a ser incapaz de recordar si había trabajado antes de aquello. Tal vez por eso viajaba en un carruaje cuando me dirigía hacia París; porque estaba acompañando a alguna otra dama que tenía aquí asuntos que atender. - No recuerdo cómo lo aprendí, pero sé de etiqueta y música, y también de telas y costura. Podría serle de utilidad a cualquier señorita, Iris. ¿Me ayudarás? ¿Tienes a alguien que necesite una doncella? ¡Te estaría muy agradecida!
Aunque sincera, no me gustó demasiado su referencia a lo que podrían buscar de mi debido a mi cabello. Si al final entraba a trabajar para alguna gran señora, no quería ser considerada como una exótica mascota, que revoloteaba por ahí para entretener a las visitas. Ni tampoco quería ser un objeto de deseo, temerosa de la posibilidad de que alguien decidiera pasar a la acción. Si iba a empezar a trabajar, sería para estar un paso más cerca de descubrir mi pasado. No para empezar a temer por mi futuro, lamentándome por el instante en el que acepté el trabajo.
- En cualquier caso, siempre puedes ponerme a prueba. - Añadí, mirándola fijamente con mis grandes ojos claros muy abiertos. - ¿Tú eres doncella de alguien, Iris? ¿De qué trabajas?
Syri Vinterson- Cambiante/Realeza
- Mensajes : 52
Fecha de inscripción : 02/03/2017
Re: Nevinovăție ~ priv.
La incertidumbre se apoder de su mente, un debate se cruza en el momento de decidir si afrontar la verdad o decir alguna que otra mentirilla blanca para su conveniencia. Se mantuvo en silencio sonriendo cual buena amiga, como una mano noble y desinteresada que brinda ayuda, su rostro figura los pensamientos reales de su debate con una sola pregunta ¿A dónde debo enviarla? ¿Con los Caruso? ¿Vermelle? ¿Harnett? Su decisión era difícil y también extraña. Pero solo había un lugar para que alguien como ella pudiera estar sobre la joven.
Acogió las manos de la joven entre las suyas con una sonrisa tan amigable, quien no la conociera la comprase, miró a la joven con toda una bien preparada y manipuladora esperanza de una nueva vida –Cualquier persona te contrataría, déjalo todo en mis manos que yo sabré ayudarte de la mejor forma, confía ciegamente en mí que tu hada madrina Iris de ayudará– ríe para entrar en el calor de la “familiaridad”; por dentro esta planeando la mejor forma de acabar con la joven y es por ello por su dulce inocencia entregada que adopta por decir la verdad, al fin de cuentas su familia es conocida solo en ciertos círculos sociales –Tengo a muchos amigos en lista que podría preguntarles, hombres o mujeres, pero creo que serán mejor mujeres para que te sientas cómoda con ellas, solo tendría que preguntarles si están en busca de una buena doncella para que trabajes con ellos, aunque…– quedó en silencio mirando, analizando a la joven
Su plan era mostrar completa lealtad y amistad a la víctima para luego llevarla al bosque y develarle su futuro y condena de muerte, entonces pensó hacerlo más fácil para ambas –¿Por qué no vienes a mi casa?– acaricia uno de los mechones blancos de la joven enredándolo entre el dedo –Yo no tengo trabajo fijo, tengo una familia muy numerosa y problemática, así que puedes ser mi doncella o de mi hermana menor, podrías vigilarla por mi cuando yo tenga que salir por trabajo ya sabes reuniones sociales, viajes cansados y otros más que aburren– mentira y verdad mezclada. La falsedad de su ocupación así como a lo que se dedica diariamente, mientras que lo otro es verdad pero no del todo porque sus hermanos cada uno termina en otro lado.
Sabe de lo peligroso que podría ser tener a la joven con ella y sus hermanos mayores cerca, así que tendría que llevarse en la pequeña cachorra a una de las villas de la familia para ahí poder estar –Tengo que viajar a La Rochelle, con la pequeña y me serías de mucha ayuda ¿Te gustaría, Syri? Estaremos las dos juntas y hasta te ayudaré a conocer otras personas para que puedas conseguir más trabajos y hasta recordar algo de tu pasado– sus ojos muestran una deseo profundo y real de que acepte la petición.
Iris D'Aramitz- Condenado/Cambiante/Clase Media
- Mensajes : 51
Fecha de inscripción : 27/05/2014
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