AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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¿Caballero de la triste armadura? |Libre
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¿Caballero de la triste armadura? |Libre
La espuma se escapaba de su gran pinta de cerveza de forma tentativa. El vampiro tenía la vista clavada en ella, pero su interés en que el líquido ambarino se deslizara por su garganta era nulo. Su mirada esmeralda atrapaba cada burbuja efervescente de su bebida, perdido en la infinidad de preguntas que lo invadían luego de aquel descubrimiento en el Cementerio de Momtmartre. El menguar de su ánimo lo encaminó dónde cualquier hombre buscaría consuelo.
Su existencia reposaba en un sillón de terciopelo escarlata en una esquina en la recepción de un abarrotado burdel. Uno de los más caros, cotizados y peculiares burdeles de París. Tenía la ventaja de tener espacios de diferente índole; uno de ellos mitad bar y mitad lupanar público. Al parecer, los que allí se hallaban encontraban en la borrachera y mujerzuelas una diversión inigualable. Kyros nunca logró hallar aquel entretenimiento. Ser mortal y como cualquier hombre olvidar lo que ha pasado una noche con un par de barriles de cerveza y unos cuantos pechos dónde recostarse plácidamente, esa era una infalible técnica para desaparecer recuerdos. Él deseaba poder olvidar de ese modo, y su lógica era aquella, aunque sabía que nunca toleraría beber ni una gota de licor, siquiera iba a disfrutar de una noche carnal. Al parecer lo único que a él le entretenía era su propio engaño y su esfuerzo en creérselo.
Pronto desistió ante toda idea que lo había llevado a tal lugar. No tenía nada que hacer allí. Sus sentidos aumentados sólo lo irritaban: gemidos de placer mezclados con la breve melodía del fiscorno y el clavicordio que daban ambiente a esa recepción. O cuarto de descanso. Cómo sea. Al vampiro poco le importaba. Kyros sólo deseaba poder sumergirse en la misma humanidad de aquellos que le rodeaban. Mortales con deseos lascivos insaciables. En aquel salón alfombrado, un poco más alejado del inmortal, se podía observar la fiereza de húmedos besos y las caricias indecorosas con lo que los clientes devoraban e invadían a las cortesanas. En la barra, en un mueble de lino, en una esquina oscura; todas vendían su amor a un precio muy asequible.
¿Debería intentar sucumbir ante las típicas técnicas para olvidar?
Si la respuesta es un afirmativo, entonces Kyros debería procurar primero beberse aquella cerveza. Desganado, con nada que perder, el vampiro alza su pinta, escudriñándola antes de acercarla a sus labios. De pronto, se percata de cómo un sujeto zarandea a una rubia por encima del vaso. Al frente suyo, a un rincón, un hombre con pocos escrúpulos y desaliñado, forcejea a una mujer con mirada de impotencia en su rostro. Pareciera dispuesta a abofetearlo, pero en vez de eso, sólo mantiene el entrecejo fruncido y una mirada cansina y hastiada. Kyros, abrumado por la escena, dejó la pinta de cerveza en una mesita a su derecha. No tenía los ánimos para intervenir, aunque fuera una práctica común en él. Sólo quería quedarse relegado en su rincón oscuro, perdido en su dubitación de beber o no beber esa cerveza.
Pero el patán tenía que abofetearla. Kyros fue hasta aquella esquina oscura y sacó al desaliñado hombre de encima de la rubia sin esfuerzo alguno. Lo apartó a un lado y lo miró directamente a los ojos, le susurró levemente que se largara de una vez, le de cien francos a la muchacha y se olvidara de su rostro. Luego libero el agarre de la solapa de su sucia camisa. Como hipnotizado, el vulgar hombre sacó una pequeña bolsa de lana de su bolsillo para entregársela a la rubia, que lo miraba un poco desconcertada. Kyros se quedó un momento parado, en medio de la oscuridad de esa esquina, para ver cómo aquel pobre infeliz desaparecía en la salida del lugar. Un poco airado, dirigió la mirada hacia la muchacha. No le dijo nada, pero sus ojos esmeraldas trasmitían un mensaje claro: Aléjate de esos idiotas.
Sin más que hacer, volvió hasta su sillón de terciopelo, por el que había pagado una cantidad generosa sólo por poner su trasero allí.
Su existencia reposaba en un sillón de terciopelo escarlata en una esquina en la recepción de un abarrotado burdel. Uno de los más caros, cotizados y peculiares burdeles de París. Tenía la ventaja de tener espacios de diferente índole; uno de ellos mitad bar y mitad lupanar público. Al parecer, los que allí se hallaban encontraban en la borrachera y mujerzuelas una diversión inigualable. Kyros nunca logró hallar aquel entretenimiento. Ser mortal y como cualquier hombre olvidar lo que ha pasado una noche con un par de barriles de cerveza y unos cuantos pechos dónde recostarse plácidamente, esa era una infalible técnica para desaparecer recuerdos. Él deseaba poder olvidar de ese modo, y su lógica era aquella, aunque sabía que nunca toleraría beber ni una gota de licor, siquiera iba a disfrutar de una noche carnal. Al parecer lo único que a él le entretenía era su propio engaño y su esfuerzo en creérselo.
Pronto desistió ante toda idea que lo había llevado a tal lugar. No tenía nada que hacer allí. Sus sentidos aumentados sólo lo irritaban: gemidos de placer mezclados con la breve melodía del fiscorno y el clavicordio que daban ambiente a esa recepción. O cuarto de descanso. Cómo sea. Al vampiro poco le importaba. Kyros sólo deseaba poder sumergirse en la misma humanidad de aquellos que le rodeaban. Mortales con deseos lascivos insaciables. En aquel salón alfombrado, un poco más alejado del inmortal, se podía observar la fiereza de húmedos besos y las caricias indecorosas con lo que los clientes devoraban e invadían a las cortesanas. En la barra, en un mueble de lino, en una esquina oscura; todas vendían su amor a un precio muy asequible.
¿Debería intentar sucumbir ante las típicas técnicas para olvidar?
Si la respuesta es un afirmativo, entonces Kyros debería procurar primero beberse aquella cerveza. Desganado, con nada que perder, el vampiro alza su pinta, escudriñándola antes de acercarla a sus labios. De pronto, se percata de cómo un sujeto zarandea a una rubia por encima del vaso. Al frente suyo, a un rincón, un hombre con pocos escrúpulos y desaliñado, forcejea a una mujer con mirada de impotencia en su rostro. Pareciera dispuesta a abofetearlo, pero en vez de eso, sólo mantiene el entrecejo fruncido y una mirada cansina y hastiada. Kyros, abrumado por la escena, dejó la pinta de cerveza en una mesita a su derecha. No tenía los ánimos para intervenir, aunque fuera una práctica común en él. Sólo quería quedarse relegado en su rincón oscuro, perdido en su dubitación de beber o no beber esa cerveza.
Pero el patán tenía que abofetearla. Kyros fue hasta aquella esquina oscura y sacó al desaliñado hombre de encima de la rubia sin esfuerzo alguno. Lo apartó a un lado y lo miró directamente a los ojos, le susurró levemente que se largara de una vez, le de cien francos a la muchacha y se olvidara de su rostro. Luego libero el agarre de la solapa de su sucia camisa. Como hipnotizado, el vulgar hombre sacó una pequeña bolsa de lana de su bolsillo para entregársela a la rubia, que lo miraba un poco desconcertada. Kyros se quedó un momento parado, en medio de la oscuridad de esa esquina, para ver cómo aquel pobre infeliz desaparecía en la salida del lugar. Un poco airado, dirigió la mirada hacia la muchacha. No le dijo nada, pero sus ojos esmeraldas trasmitían un mensaje claro: Aléjate de esos idiotas.
Sin más que hacer, volvió hasta su sillón de terciopelo, por el que había pagado una cantidad generosa sólo por poner su trasero allí.
Kyros Kierkegaard- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 25/05/2016
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Re: ¿Caballero de la triste armadura? |Libre
De nuevo las sombras de la noche se cernían sobre las laberínticas calles de París, convirtiéndolas en lugares demasiado peligrosos para ir paseando después del toque de queda. Innumerables abominaciones de la noche salían entonces a vigilar a sus presas, a acecharlas y perseguirlas hasta que en el momento preciso las atacaban sin remordimiento alguno. Y aquí es cuando comenzaba la diversión para mí, donde entre los apenas iluminados callejones siempre encontraba a algún desgraciado a punto de satisfacer sus necesidades de sangre y que terminaba con una estaca o en su defecto una daga clavada en su congelado corazón. Vampiros. Desgraciados y pálidos chupasangre que se expandían como la lepra eran mi mayor objetivo.
Tras haber pasado las últimas dos madrugadas con Altair, mi maestro, y con alguna que otra partida de caza de la Orden recorriendo los bosques y las afueras de la ciudad, necesitaba algo más tranquilo donde vigilar a mis objetivos. Especialmente, algún local donde no congelarme de frío en un clima glacial que me calaba hasta los huesos.
No iba a negarlo, esa noche me había escaqueado de las misiones que me habían sido encomendadas y había decidido por cuenta y riesgo escoger personalmente el lugar donde comenzar mi noche de caza. Después de haber trabajado varias semanas bajo la sombra de Lucciano Veccio había aprendido algo muy valioso, y era que, tanto los humanos como los vampiros compartían gustos y aficiones; es decir, las bebidas espirituales y las mujeres de honor distraído.
Al final todo deshecho humano e inmortal de la ciudad acaba reuniéndose en un punto clave, pensé, el burdel. Tras varios intentos de pasar al interior de éste y que el portero se empecinase en no permitírmelo por mi atuendo, conseguí acceder por una puerta trasera donde las chicas salían a tomar un respiro o a hacer algún que otro trabajo rápido. No tardé en acostumbrarme a la tenue luz que iluminaba el local, ni a la típica decoración de este tipo de antros. Era absurdo que se preocupasen por el estilo de su mobiliario, si al fin y al cabo la mayoría de los clientes que allí iban era hombres, y las mujeres que trabajan dudaba que quisiesen hacer de aquel un lugar más agradable. Un taburete al fondo de la barra quedó vacío y no dudé en hacerme con él. La camarera me atendió con cara de pocos amigos, al parecer ver a una mujer vestida con calzas no era muy común allí, pero finalmente sirvió el whisky doble que había pedido, y se marchó.
Respiré hondo y tras girar el taburete con disimulo comencé a realizar un exhaustivo barrido con la mirada por los clientes del burdel. Buscaba alguna señal inequívoca, unos ojos rojos, unos colmillos que sobresalían, garras punzantes en el hombro de alguna joven...pero nada. He de reconocer que en varias ocasiones extraños sonidos se confundían en el ambiente, y que estuve a punto varias veces de sacar las dagas y lanzarme contra algún indeseable; aunque finalmente todo quedaba en gemidos exagerados y alguna cachetada de más. Bebía de mi vaso tranquilamente, cuando a través del cristal de éste una escena peculiar llamó mi atención sobremanera. Una posible agresión hacia una de las rameras, y que según había estado observando toda la noche no era nada del otro mundo, desembocó en la intervención de un joven de gráciles movimientos que sin usar la fuerza consiguió solucionar la situación antes de volver impasible a su asiento.
Una sonrisa ladina se dibujó en mis labios. "El Héroe del Burdel", pensé con sorna en mi interior, aunque también era cierto, que harían falta más hombres como él. Aburrida de no haber encontrado ningún vampiro al que matar y curiosa por saber quien era ese buen samaritano que solitario miraba su pinta, me puse en pie tomando mi copa y la botella entera de whisky y me acerqué hasta el reservado donde él se encontraba.- Permítame que le diga que tiene una curiosa forma de llamar la atención. Gesto que puede que a cierto caballero que ha quedado como un inútil, no le haga mucha gracia. Ni a él ni a sus amigos.- sonreí divertida mientras desviaba la mirada hacia el fondo del salón donde el desgraciado que se había quedado sin la ramera planeaba algo con sus compinches.- ¿Me permite que le acompañe? Es posible que en breve sea usted quien necesite ayuda.- mi mirada se clavó en la suya, acompañada de una picara sonrisa. Quizás no fuese a cazar vampiros todavía, pero darles una buena paliza a tipos como aquellos también era una buena forma de animar la noche.
Tras haber pasado las últimas dos madrugadas con Altair, mi maestro, y con alguna que otra partida de caza de la Orden recorriendo los bosques y las afueras de la ciudad, necesitaba algo más tranquilo donde vigilar a mis objetivos. Especialmente, algún local donde no congelarme de frío en un clima glacial que me calaba hasta los huesos.
No iba a negarlo, esa noche me había escaqueado de las misiones que me habían sido encomendadas y había decidido por cuenta y riesgo escoger personalmente el lugar donde comenzar mi noche de caza. Después de haber trabajado varias semanas bajo la sombra de Lucciano Veccio había aprendido algo muy valioso, y era que, tanto los humanos como los vampiros compartían gustos y aficiones; es decir, las bebidas espirituales y las mujeres de honor distraído.
Al final todo deshecho humano e inmortal de la ciudad acaba reuniéndose en un punto clave, pensé, el burdel. Tras varios intentos de pasar al interior de éste y que el portero se empecinase en no permitírmelo por mi atuendo, conseguí acceder por una puerta trasera donde las chicas salían a tomar un respiro o a hacer algún que otro trabajo rápido. No tardé en acostumbrarme a la tenue luz que iluminaba el local, ni a la típica decoración de este tipo de antros. Era absurdo que se preocupasen por el estilo de su mobiliario, si al fin y al cabo la mayoría de los clientes que allí iban era hombres, y las mujeres que trabajan dudaba que quisiesen hacer de aquel un lugar más agradable. Un taburete al fondo de la barra quedó vacío y no dudé en hacerme con él. La camarera me atendió con cara de pocos amigos, al parecer ver a una mujer vestida con calzas no era muy común allí, pero finalmente sirvió el whisky doble que había pedido, y se marchó.
Respiré hondo y tras girar el taburete con disimulo comencé a realizar un exhaustivo barrido con la mirada por los clientes del burdel. Buscaba alguna señal inequívoca, unos ojos rojos, unos colmillos que sobresalían, garras punzantes en el hombro de alguna joven...pero nada. He de reconocer que en varias ocasiones extraños sonidos se confundían en el ambiente, y que estuve a punto varias veces de sacar las dagas y lanzarme contra algún indeseable; aunque finalmente todo quedaba en gemidos exagerados y alguna cachetada de más. Bebía de mi vaso tranquilamente, cuando a través del cristal de éste una escena peculiar llamó mi atención sobremanera. Una posible agresión hacia una de las rameras, y que según había estado observando toda la noche no era nada del otro mundo, desembocó en la intervención de un joven de gráciles movimientos que sin usar la fuerza consiguió solucionar la situación antes de volver impasible a su asiento.
Una sonrisa ladina se dibujó en mis labios. "El Héroe del Burdel", pensé con sorna en mi interior, aunque también era cierto, que harían falta más hombres como él. Aburrida de no haber encontrado ningún vampiro al que matar y curiosa por saber quien era ese buen samaritano que solitario miraba su pinta, me puse en pie tomando mi copa y la botella entera de whisky y me acerqué hasta el reservado donde él se encontraba.- Permítame que le diga que tiene una curiosa forma de llamar la atención. Gesto que puede que a cierto caballero que ha quedado como un inútil, no le haga mucha gracia. Ni a él ni a sus amigos.- sonreí divertida mientras desviaba la mirada hacia el fondo del salón donde el desgraciado que se había quedado sin la ramera planeaba algo con sus compinches.- ¿Me permite que le acompañe? Es posible que en breve sea usted quien necesite ayuda.- mi mirada se clavó en la suya, acompañada de una picara sonrisa. Quizás no fuese a cazar vampiros todavía, pero darles una buena paliza a tipos como aquellos también era una buena forma de animar la noche.
Maggie Craig- Cazador Clase Media
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Fecha de inscripción : 13/11/2016
Re: ¿Caballero de la triste armadura? |Libre
El vampiro, ya cómodo en el sillón y con el semblante más calmado, desfila seductoramente sus largos dedos por el borde de su pinta, abandonada brevemente en la mesita redonda de su costado. “Sólo somos tú y yo, amarga cebada fermentada…De nuevo”. Con un gesto de total derrota, levanta la gran pinta y se dispone a dar el primer trago de sus más de doscientos años. Sentía la espuma rozar sus labios, haciendo que su entrecejo se arrugue inmediatamente.
Su resistencia se vio interrumpida a buena hora. Ni ramera ni fina dama, Kyros se vio descubierto por una mujer de indumentaria peculiar que no permitían clasificar de qué estamento social provenía. Alejó la pinta de sus labios—por lo cual agradeció internamente—, para dedicarle una mirada distraída y apenada: su soledad se escondía esa noche de él.
—Tengo entendido que aquel hombre ya se encontraba fuera del establecimiento— dijo suavemente, desenganchado sus orbes esmeraldas de los ojos oscuros de aquella dama, volviendo al asunto de su cerveza. Agotado emocionalmente, su guardia se mantenía una altura considerable, ni alta ni baja. Pero era seguro y visible que tanto su mente como su cuerpo se hallaban en una postura despreocupada y no había qué lo sacara de tal comodidad. No obstante, contemplaba como posible aquella prevención que la castaña le daba desinteresadamente. Así que su mirada voló hacia la misma dirección donde antes se posaba la de la mortal de su costado. En efecto, el bribón ya no se hallaba en el lugar, pero ciertamente sus camaradas miraban con recelo en dirección a Kyros. El vampiro resopló, un tanto divertido. Aunque quisiera iniciar una pelea, el inmortal tenía mil y una técnicas de persuasión—confundirlos sería suficiente—para evitarla. Incluso con las emociones revueltas en su interior, comenzar a repartir golpes se hallaba en lo último que haría en toda la noche.
—¿Acaso, madame, cree que no pueda manejar a unos cuántos ebrios? —comentó en tono gracioso, dejando definitivamente la pinta en la mesita y echándole una rápida mirada sobre el hombro a la castaña. Se acomodó el abrigo negro y espeso que lo protegía de las invernales calle parisinas—aunque fuera inútil, ya que desconocía esas sensaciones, debía mostrar comportamiento mortal— y, al parecer, la falta de calidez que se empezaba a sentir en el lupanar—Si es su deseo acompañarme, no soy quien para impedirlo, pero no se preocupe por esos caballeros—, masculló, volviendo a fijar la vista en su burbujeante pinta de cerveza, pensativo. Ciertamente, el vampiro, aunque abandonado emocionalmente, era el mismo de siempre. Notaba en la castaña una impaciencia quién sabe por qué. Tal vez por un poco de acción, una pelea o algo más excitante que beber whisky y estar sentada con un inmortal depresivo.
Su resistencia se vio interrumpida a buena hora. Ni ramera ni fina dama, Kyros se vio descubierto por una mujer de indumentaria peculiar que no permitían clasificar de qué estamento social provenía. Alejó la pinta de sus labios—por lo cual agradeció internamente—, para dedicarle una mirada distraída y apenada: su soledad se escondía esa noche de él.
—Tengo entendido que aquel hombre ya se encontraba fuera del establecimiento— dijo suavemente, desenganchado sus orbes esmeraldas de los ojos oscuros de aquella dama, volviendo al asunto de su cerveza. Agotado emocionalmente, su guardia se mantenía una altura considerable, ni alta ni baja. Pero era seguro y visible que tanto su mente como su cuerpo se hallaban en una postura despreocupada y no había qué lo sacara de tal comodidad. No obstante, contemplaba como posible aquella prevención que la castaña le daba desinteresadamente. Así que su mirada voló hacia la misma dirección donde antes se posaba la de la mortal de su costado. En efecto, el bribón ya no se hallaba en el lugar, pero ciertamente sus camaradas miraban con recelo en dirección a Kyros. El vampiro resopló, un tanto divertido. Aunque quisiera iniciar una pelea, el inmortal tenía mil y una técnicas de persuasión—confundirlos sería suficiente—para evitarla. Incluso con las emociones revueltas en su interior, comenzar a repartir golpes se hallaba en lo último que haría en toda la noche.
—¿Acaso, madame, cree que no pueda manejar a unos cuántos ebrios? —comentó en tono gracioso, dejando definitivamente la pinta en la mesita y echándole una rápida mirada sobre el hombro a la castaña. Se acomodó el abrigo negro y espeso que lo protegía de las invernales calle parisinas—aunque fuera inútil, ya que desconocía esas sensaciones, debía mostrar comportamiento mortal— y, al parecer, la falta de calidez que se empezaba a sentir en el lupanar—Si es su deseo acompañarme, no soy quien para impedirlo, pero no se preocupe por esos caballeros—, masculló, volviendo a fijar la vista en su burbujeante pinta de cerveza, pensativo. Ciertamente, el vampiro, aunque abandonado emocionalmente, era el mismo de siempre. Notaba en la castaña una impaciencia quién sabe por qué. Tal vez por un poco de acción, una pelea o algo más excitante que beber whisky y estar sentada con un inmortal depresivo.
Kyros Kierkegaard- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 25/05/2016
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Re: ¿Caballero de la triste armadura? |Libre
Desconcertada por la seguridad que se escondía tras cada una de sus palabras sobre la ausencia de ese agresor que parecía clamar venganza por haber visto frustrados sus planes de diversión aquella noche, desvié mi mirada de nuevo hacia el lugar donde segundos antes había podido observar a este pobre desgraciado tramar algo con sus compinches. Más mi sorpresa llegó cuando comprobé que ya no estaba allí. Nerviosa y contrariada por parecerle una lunática o peor aún, alguien que se había inventado esa excusa para acercarse a él, mi mirada recorrió con rapidez toda la sala, esperando encontrar que ese cretino solo hubiese cambiado de posición. Pero como bien había aventurado ese desconocido, ese hombre ya no estaba en el burdel.
Probablemente mi expresión de incredulidad lo dijo todo, ya no solo por el hecho de que el agresor hubiese desaparecido en un abrir y cerrar de ojos, sino porque ese hombre desconocido que tenía frente a mí había acertado en su premisa sin ni siquiera moverse.- Le aseguro que hace unos segundos estaba allí, indicándoles a sus amigos quien era el responsable de haberle aguado la fiesta. No tengo razones para mentir en algo así.- nuestras miradas se cruzaron de nuevo, cuando él volvió a dirigir la vista hacia donde yo me encontraba, después de comprobar por si mismo que no había errado en su suposición.
Ladeé ligeramente la cabeza para observarle con atención tras escuchar la pregunta que formuló con un tono distinto al que había usado con anterioridad, más pausado y armónico. Este era uno de esos momentos en los que recordaba los consejos de mi padre en los que era preferible que me guardase mi opinión para mí, y respondiese dando un ligero rodeo. Porque seamos realistas, ese joven caballero que tenía frente a mí tenía suerte de no haber recibido ningún golpe del fornido opresor al que había humillado, porque si esto hubiese sucedido, yo estaría hablando con un muerto y esa mujer estaría sufriendo todo tipo de vejaciones. Sacudí la cabeza levemente, tratando de volver al tema que nos ocupaba; mi respuesta.- No soy quien para juzgar si vos podríais realizar semejante odisea, aunque puedo asegurarle que solo un loco se enfrentaría a tres gigantes como esos sin contar con ayuda.- más complacida de lo que esperaba por haber sido capaz de darle una respuesta coherente en la que no hubiese mencionado que dudaba fervientemente que saliese esa noche entero de allí, tomé mi copa de whisky y di un largo trago, escudriñando con la mirada a ese enigmático caballero, que no solo captaba mi atención, sino también la de la mayoría de damiselas que allí se encontraban, eso sí, bastante más ligeras de ropa que yo.
-Gracias por la invitación, monseiur.- apunté con una sincera sonrisa dibujada en el rostro, tomando asiento frente a él en un cómodo sillón aterciopelado con una seguridad en mi misma desconocida. Tras dejar la bebida sobre la mesita auxiliar que tenía a un lado, me acomodé en el respaldo percatándome de que aquel mullido sillón era más cómodo que mi cama.- Tal vez me haya malinterpretado, no me preocupa que esos hombres se acerquen. Es más, si lo hiciesen podría aventurarme a decir que sería divertido.- encogí mis hombros tras echarles una ojeada antes de centrar mi atención de nuevo en mi acompañante.- Pero me he dado cuenta de una cosa, y es que vos os encontráis tan perdido como yo en este lugar.- me mordí el labio inferior mientras una tímida sonrisa se me escapaba de éstos; sabía que mis deducciones se cogían por los pelos y que bien podía estar equivocada, aunque rara vez el instinto me fallaba en algo así.- Durante los minutos que os he estado observando, no habéis sido capaz de probar vuestra bebida, es más parecía que estuvieseis batallando con ella. Observe a su alrededor, en el espacio de tiempo que llevamos conversando cualquiera de los que nos rodean se habría bebido lo suyo, lo mío y la mitad de las botellas que hay tras la barra.- hice una breve pausa, suspirando ligeramente antes de tocar una parte más delicada del tema.- Además, cualquier hombre que venga aquí tiene unas intenciones claras. Y vos podríais haber aprovechado lo agradecida que estaba la joven a la que rescatasteis. Sin embargo, volvisteis a la soledad de vuestro sillón.- lo observé tras el vidrio de mi copa, humedeciéndome los labios con el whisky antes de continuar.- Por eso, mi querido desconocido, creo que la compañía que podamos ofrecernos el uno al otro no será mucho más extraña de la razón por la que ambos estamos en este lugar.
Probablemente mi expresión de incredulidad lo dijo todo, ya no solo por el hecho de que el agresor hubiese desaparecido en un abrir y cerrar de ojos, sino porque ese hombre desconocido que tenía frente a mí había acertado en su premisa sin ni siquiera moverse.- Le aseguro que hace unos segundos estaba allí, indicándoles a sus amigos quien era el responsable de haberle aguado la fiesta. No tengo razones para mentir en algo así.- nuestras miradas se cruzaron de nuevo, cuando él volvió a dirigir la vista hacia donde yo me encontraba, después de comprobar por si mismo que no había errado en su suposición.
Ladeé ligeramente la cabeza para observarle con atención tras escuchar la pregunta que formuló con un tono distinto al que había usado con anterioridad, más pausado y armónico. Este era uno de esos momentos en los que recordaba los consejos de mi padre en los que era preferible que me guardase mi opinión para mí, y respondiese dando un ligero rodeo. Porque seamos realistas, ese joven caballero que tenía frente a mí tenía suerte de no haber recibido ningún golpe del fornido opresor al que había humillado, porque si esto hubiese sucedido, yo estaría hablando con un muerto y esa mujer estaría sufriendo todo tipo de vejaciones. Sacudí la cabeza levemente, tratando de volver al tema que nos ocupaba; mi respuesta.- No soy quien para juzgar si vos podríais realizar semejante odisea, aunque puedo asegurarle que solo un loco se enfrentaría a tres gigantes como esos sin contar con ayuda.- más complacida de lo que esperaba por haber sido capaz de darle una respuesta coherente en la que no hubiese mencionado que dudaba fervientemente que saliese esa noche entero de allí, tomé mi copa de whisky y di un largo trago, escudriñando con la mirada a ese enigmático caballero, que no solo captaba mi atención, sino también la de la mayoría de damiselas que allí se encontraban, eso sí, bastante más ligeras de ropa que yo.
-Gracias por la invitación, monseiur.- apunté con una sincera sonrisa dibujada en el rostro, tomando asiento frente a él en un cómodo sillón aterciopelado con una seguridad en mi misma desconocida. Tras dejar la bebida sobre la mesita auxiliar que tenía a un lado, me acomodé en el respaldo percatándome de que aquel mullido sillón era más cómodo que mi cama.- Tal vez me haya malinterpretado, no me preocupa que esos hombres se acerquen. Es más, si lo hiciesen podría aventurarme a decir que sería divertido.- encogí mis hombros tras echarles una ojeada antes de centrar mi atención de nuevo en mi acompañante.- Pero me he dado cuenta de una cosa, y es que vos os encontráis tan perdido como yo en este lugar.- me mordí el labio inferior mientras una tímida sonrisa se me escapaba de éstos; sabía que mis deducciones se cogían por los pelos y que bien podía estar equivocada, aunque rara vez el instinto me fallaba en algo así.- Durante los minutos que os he estado observando, no habéis sido capaz de probar vuestra bebida, es más parecía que estuvieseis batallando con ella. Observe a su alrededor, en el espacio de tiempo que llevamos conversando cualquiera de los que nos rodean se habría bebido lo suyo, lo mío y la mitad de las botellas que hay tras la barra.- hice una breve pausa, suspirando ligeramente antes de tocar una parte más delicada del tema.- Además, cualquier hombre que venga aquí tiene unas intenciones claras. Y vos podríais haber aprovechado lo agradecida que estaba la joven a la que rescatasteis. Sin embargo, volvisteis a la soledad de vuestro sillón.- lo observé tras el vidrio de mi copa, humedeciéndome los labios con el whisky antes de continuar.- Por eso, mi querido desconocido, creo que la compañía que podamos ofrecernos el uno al otro no será mucho más extraña de la razón por la que ambos estamos en este lugar.
Maggie Craig- Cazador Clase Media
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Fecha de inscripción : 13/11/2016
Re: ¿Caballero de la triste armadura? |Libre
El Centinela Inmortal era de aquellos sobrenaturales que no había sucumbido del todo ante la ausencia de su humanidad. Contrariamente a aquello, el vampiro se esforzaba por nunca olvidar cuando su corazón latía y la bestia encerrada en su interior no existía. Con el tiempo había adquirido una calma envidiable, un semblante que podría parecer infranqueable a lo lejos, pero si te acercabas a sus murallas sólo unas varas, era visible como sus imponentes puertas estaban abiertas de par en par. Al menos así era Kyros, como si la inocencia corriera por su ser, pero realmente era paciencia y tolerancia. No, de ninguna manera era un inmortal ingenuo. Era más bien…Complaciente.
Esa noche no sería la excepción. Si bien estaba maltrecho en lo que respecta al sentimentalismo tan adherido a él, no era razón suficiente para que ignorara a quien solicitara su ayuda, atención, conversación alguna o cualquier otra asistencia que podría realizar sin demora alguna. Así que se encendió en él la disposición de no arruinarle el día a aquella mujer. El suyo ya estaba ahogándose entre penurias, pero no permitiría trasmitir por más tiempo aquella desdicha. Así fue como el vampiro se convenció de contemplar una vez más a la mortal, coincidiendo su resolución con una gran sonrisa genuina por parte de ella. Kyros se sintió desconcertado por un momento— aunque, como es usual, ninguna expresión lo delató—, sólo su mirar esmeralda que siguió los movimientos de la castaña demostraban su examinación minuciosa; dudaba de su agradecimiento, ya que en ese lugar no habían reglas ni etiquetas. “Pero no es motivo para abandonarlos”, pensó, desviando la mirada inmediatamente para evitar la de la mortal, que se dirigía nuevamente a él sin importar cuan desconocido o peligroso pudiera ser.
Kyros pretendía incorporarse a aquella conversación en la cual la mortal se desenvolvía locuazmente, pero descubrió que se sentía cómodo escuchando sus observaciones y casi evadiendo su mirar por completo. Además, no era el mejor de los lugares para mantener una plática libremente. Un baile, quizás, o una reunión ostentosa. El vampiro no había tardado en acostumbrase a los hábitos de ese siglo y ahora los defendía íntegramente. Kyros pertenecía a un escalón social donde, a pesar mantener una visión igualitaria sobre cada uno de los mortales—sin siquiera clasificarlos como bocadillo o tipos de sangre no ingeribles—, debía mantener ciertos ademanes. Aunque eso no parecía preocuparle a aquella mujer. Por un momento fijó aquellos ojos esmeraldas que brillaban por sobre la oscuridad del lugar sobre la mortal. Lo que había mencionado; el hecho de que aun queriendo pasar desapercibido no lo haya logrado, tal vez, por delatarse al defender a aquella prostituta. No. Pareciese que había estado siendo observado por ella incluso antes del suceso. ¿Será que alguien lo seguía? ¿Quién era esa mujer?
Aún en una postura cómoda y sosegada en el sillón, ancló su atención por completo a aquella dama. De forma inconsciente, llevó sus nudillos hasta sus labios. Sintió el metal de sus colosales anillos acariciar las comisuras inertes, inexpresivas, mientras deslizaba su mano lentamente. Pensativo y con todo su interés en la mortal, respondió: Primero, permítame manifestarle lo halagado que me siento al poder atraer su mirada de entre todos estos caballeros y por darme el honor de ser su acompañante. Kyros sonrió cálidamente, satisfecho. Esa mujer había escogido estar justo en ese sillón, no había duda alguna que el vampiro estaba siendo vigilado, pero pese a aquello, el inmortal trataba de disipar sus sospechas averiguando si respondía a su observación como un espía no lo haría: rudeza, evasión. Aunque a veces era todo lo contrario, te seguían el juego. Kyros, aunque se adelantaba a los hechos, no veía certero comenzar a atender los prejuicios que se le venían a la mente. Los rechazaba aunque no los descartaba por completo. Como si jugaran al ajedrez, el vampiro mantenía su mirada en todo el tablero y mandaba señuelos para distraer al adversario. “Aunque no debería ser un enemigo aquel que tengo frente a mí”. ¿Acaso su estado hacía que sus predicciones se mantuvieran irregulares? Quería confiar en que sólo era una mujer interesada en aquella aura que sólo él destilaba, pero era difícil después de aquella confesión.
—Milady—dijo con su acento inglés, incorporándose en su asiento, colocándose casi al filo—. Debo confesar que sus conjeturas son erróneas—hizo una pausa, bajando la mirada. No tenía intención en contradecirla, no obstante, no iba a darle la razón. En realidad, debía regular sus palabras. Regresó la vista al frente y se encontró con los ojos oscuros de la mortal. —. No me encuentro perdido. Así como vuestra persona ha de tener una razón para encontrarse en este lugar, mi persona no ignora el propio motivo—, su mirada se endureció un poco. No dejó de profundizar en los ojos contrarios, buscando pistas o algún gesto que delate sus verdaderas intenciones—. Como ha manifestado, cualquier hombre haría aquello—puntualizó, dándole la razón— Pero me arriesgo, con su permiso, a afirmar que usted ya se percató que no comparto aquella semejanza que cualquier hombre tendría—esta vez finalizó divertido, suavizando su mirar. Kyros no era orgulloso, pero no iba a negar que sabía que era diferente, más por su condición de chupasangre que por alguna otra cosa.
—Admito que era lo que menos me esperaba esta noche, milady. No creo merecer su compañía—frunció los labios, sin más que decir, volviendo a un semblante serio e impasible. No tenía idea de cómo resultaría esa escena después de que la castaña se acabe su whisky y pida unas cuantas rondas más. En el filo de aquel mueble, la luz iluminaba sus rasgos con mayor claridad. Sus cabellos largos y rizados, más despeinados de lo usual, se amontonaban entre ellos cubriendo parte de su frente. Su espeso saco de plumas negras cubría casi por completo su cuerpo, como si se envolviera en una capa. Luego de unos segundos de breve silencio, el vampiro contemplo la necesidad de presentarse. Con una breve inclinación, murmuró suavemente:” Kyros Kierkeegaard, un placer acompañaros esta noche, mademoiselle”
Esa noche no sería la excepción. Si bien estaba maltrecho en lo que respecta al sentimentalismo tan adherido a él, no era razón suficiente para que ignorara a quien solicitara su ayuda, atención, conversación alguna o cualquier otra asistencia que podría realizar sin demora alguna. Así que se encendió en él la disposición de no arruinarle el día a aquella mujer. El suyo ya estaba ahogándose entre penurias, pero no permitiría trasmitir por más tiempo aquella desdicha. Así fue como el vampiro se convenció de contemplar una vez más a la mortal, coincidiendo su resolución con una gran sonrisa genuina por parte de ella. Kyros se sintió desconcertado por un momento— aunque, como es usual, ninguna expresión lo delató—, sólo su mirar esmeralda que siguió los movimientos de la castaña demostraban su examinación minuciosa; dudaba de su agradecimiento, ya que en ese lugar no habían reglas ni etiquetas. “Pero no es motivo para abandonarlos”, pensó, desviando la mirada inmediatamente para evitar la de la mortal, que se dirigía nuevamente a él sin importar cuan desconocido o peligroso pudiera ser.
Kyros pretendía incorporarse a aquella conversación en la cual la mortal se desenvolvía locuazmente, pero descubrió que se sentía cómodo escuchando sus observaciones y casi evadiendo su mirar por completo. Además, no era el mejor de los lugares para mantener una plática libremente. Un baile, quizás, o una reunión ostentosa. El vampiro no había tardado en acostumbrase a los hábitos de ese siglo y ahora los defendía íntegramente. Kyros pertenecía a un escalón social donde, a pesar mantener una visión igualitaria sobre cada uno de los mortales—sin siquiera clasificarlos como bocadillo o tipos de sangre no ingeribles—, debía mantener ciertos ademanes. Aunque eso no parecía preocuparle a aquella mujer. Por un momento fijó aquellos ojos esmeraldas que brillaban por sobre la oscuridad del lugar sobre la mortal. Lo que había mencionado; el hecho de que aun queriendo pasar desapercibido no lo haya logrado, tal vez, por delatarse al defender a aquella prostituta. No. Pareciese que había estado siendo observado por ella incluso antes del suceso. ¿Será que alguien lo seguía? ¿Quién era esa mujer?
Aún en una postura cómoda y sosegada en el sillón, ancló su atención por completo a aquella dama. De forma inconsciente, llevó sus nudillos hasta sus labios. Sintió el metal de sus colosales anillos acariciar las comisuras inertes, inexpresivas, mientras deslizaba su mano lentamente. Pensativo y con todo su interés en la mortal, respondió: Primero, permítame manifestarle lo halagado que me siento al poder atraer su mirada de entre todos estos caballeros y por darme el honor de ser su acompañante. Kyros sonrió cálidamente, satisfecho. Esa mujer había escogido estar justo en ese sillón, no había duda alguna que el vampiro estaba siendo vigilado, pero pese a aquello, el inmortal trataba de disipar sus sospechas averiguando si respondía a su observación como un espía no lo haría: rudeza, evasión. Aunque a veces era todo lo contrario, te seguían el juego. Kyros, aunque se adelantaba a los hechos, no veía certero comenzar a atender los prejuicios que se le venían a la mente. Los rechazaba aunque no los descartaba por completo. Como si jugaran al ajedrez, el vampiro mantenía su mirada en todo el tablero y mandaba señuelos para distraer al adversario. “Aunque no debería ser un enemigo aquel que tengo frente a mí”. ¿Acaso su estado hacía que sus predicciones se mantuvieran irregulares? Quería confiar en que sólo era una mujer interesada en aquella aura que sólo él destilaba, pero era difícil después de aquella confesión.
—Milady—dijo con su acento inglés, incorporándose en su asiento, colocándose casi al filo—. Debo confesar que sus conjeturas son erróneas—hizo una pausa, bajando la mirada. No tenía intención en contradecirla, no obstante, no iba a darle la razón. En realidad, debía regular sus palabras. Regresó la vista al frente y se encontró con los ojos oscuros de la mortal. —. No me encuentro perdido. Así como vuestra persona ha de tener una razón para encontrarse en este lugar, mi persona no ignora el propio motivo—, su mirada se endureció un poco. No dejó de profundizar en los ojos contrarios, buscando pistas o algún gesto que delate sus verdaderas intenciones—. Como ha manifestado, cualquier hombre haría aquello—puntualizó, dándole la razón— Pero me arriesgo, con su permiso, a afirmar que usted ya se percató que no comparto aquella semejanza que cualquier hombre tendría—esta vez finalizó divertido, suavizando su mirar. Kyros no era orgulloso, pero no iba a negar que sabía que era diferente, más por su condición de chupasangre que por alguna otra cosa.
—Admito que era lo que menos me esperaba esta noche, milady. No creo merecer su compañía—frunció los labios, sin más que decir, volviendo a un semblante serio e impasible. No tenía idea de cómo resultaría esa escena después de que la castaña se acabe su whisky y pida unas cuantas rondas más. En el filo de aquel mueble, la luz iluminaba sus rasgos con mayor claridad. Sus cabellos largos y rizados, más despeinados de lo usual, se amontonaban entre ellos cubriendo parte de su frente. Su espeso saco de plumas negras cubría casi por completo su cuerpo, como si se envolviera en una capa. Luego de unos segundos de breve silencio, el vampiro contemplo la necesidad de presentarse. Con una breve inclinación, murmuró suavemente:” Kyros Kierkeegaard, un placer acompañaros esta noche, mademoiselle”
Kyros Kierkegaard- Vampiro Clase Alta
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Re: ¿Caballero de la triste armadura? |Libre
Agudicé durante unos segundos la mirada, tratando de descubrir en mi interlocutor algo más de su persona que se me escapaba. Mi padre me había enseñado a inferir los secretos más oscuros de las personas solo observándolos, analizando cada uno de sus gestos y la tensión en sus palabras. Era fácil reconocer a un sobrenatural cuando trataba de disimular que no lo era, especialmente cuando se percataban del gremio al que pertenecíamos. Así que cuando de humanos se trataba, el análisis psicológico resultaba mucho más fácil. Pero con ese desconocido, todo lo aprendido años atrás me resultaba inútil; a pesar del silencio que durante unos instantes reinó entre nosotros, no podría asegurar si ese hombre se sentía incómodo en mi presencia, pues en varias ocasiones apartó su mirada para luego volver a cruzarla con la mía, o si había algún otro motivo oculto.
-No se ofenda, monseiur, pero no estaba especialmente interesada en vos hasta que intervino para ayudar a la dama. Por lo que sé, cualquiera que frecuenta estos lugares hubiese animado al desgraciado al que vos convenció para que desistiese en su empeño, en lugar de aplacar sus actos.- pude sentir como mis mejillas se sonrojaban por el simple hecho de pensar que ese caballero podía creer que mis intenciones hacia él eran otras que la sencilla compañía en un local donde me sentía un tanto incómoda.- Acostumbro a observar todo lo que me rodea cuando llego a un lugar; no me gustan las sorpresas y con el tiempo he aprendido a adivinar cuando la presencia de cierto tipo de personas me darán problemas. Vuestro comportamiento simplemente se cruzó en mi campo de visión, llamándome la atención por lo inverosímil de la situación.
Nuestras miradas se cruzaron de nuevo, manteniéndose fija una en la otra. Algo me decía que ese hombre no era muy común, y que lejos de ser un alma perdida, era más interesante de lo que ya de por sí me parecía. Me mordí el labio inferior, tratando de no demostrar que me gustaba el cáliz que estaba tomando esa conversación, donde cada uno escogiendo sus palabras, parecía querer desenmascar al otro.
-Disculpe, tal vez no me haya expresado bien.- no pude evitar sonreir con inocencia, cuando lejos de darme la razón, me indicó de una forma inusualmente educada lo equivocadas que estaban mis conclusiones. Podía apostar sin errar esta vez que ese desconocido no pertenecía al tipo de caballeros que frecuentan burdeles, por no decir que tampoco era de París. Un marcado acento, aunque quizás modificado levemente por el tiempo y los viajes al extranjero, me dejó claro que provenía de un lugar bastante cercano al mio. Sonreí al pensar que al fin y al cabo si teníamos algo en común, ambos estábamos en tierra extraña.- Es obvio que tanto uno como otro sabemos la razón por la que estamos aquí, sería desconcertante que hubiesemos terminado entrando a este local sin saberlo.- me incliné ligeramente hacia delante, apoyando los codos en mis rodillas y acortando las distancias con ese enigmático ser.- Al decir perdidos, me refería a que no estamos acostumbrados a este ambiente, y que por lo que parece, tampoco buscamos lo que suele ser habitual en él.
Afirmé ligeramente con la cabeza cuando él mismo reconoció no ser un hombre normal, caracteristica que no me había pasado desapercibida. Pero entonces, ¿Por qué estar en un lugar donde era más que obvio lo que se iba a buscar allí? Cada vez tenía más preguntas en mente, y más curiosidad para verlas satisfechas. Claro que tampoco me aventuraría a preguntarlas abiertamente, sino que continuaría con ese extraño juego que había comenzado entre los dos.- Es curioso, yo tampoco acostumbro regalarle mi compañía a nadie.- media sonrisa asomó a mis labios cuando se inclinó para presentarse, desconcertándome durante unos segundos. ¿Cómo un simple nombre podría resultar tan melodioso al ser pronunciado? Sacudí la cabeza para centrarme de nuevo en él, imitando su gesto para hacer lo propio.- Maggie Craig, el placer es mío.
Yo misma me sorprendí por estar siguiendo un protocolo muy diferente a lo que estaba acostumbrada, claro que para tratar con ese caballero debía mantener unos modales acordes a los suyos, o terminaría por ahuyentarlo. Desabroché ligeramente mi abrigo, echando cada parte de ésta a un lado a para tratar de ocultar las dagas de plata y estacas que prendían de mi cinturón. Mi atuendo compuesto por calzas de cuero y corsé no era el hab¡tual en las mujeres de la época, aunque esperaba que el señor Kierkergaard lo atribuyese al encontrarnos en una ciudad distinta a la que nos vio nacer.
-No se ofenda, monseiur, pero no estaba especialmente interesada en vos hasta que intervino para ayudar a la dama. Por lo que sé, cualquiera que frecuenta estos lugares hubiese animado al desgraciado al que vos convenció para que desistiese en su empeño, en lugar de aplacar sus actos.- pude sentir como mis mejillas se sonrojaban por el simple hecho de pensar que ese caballero podía creer que mis intenciones hacia él eran otras que la sencilla compañía en un local donde me sentía un tanto incómoda.- Acostumbro a observar todo lo que me rodea cuando llego a un lugar; no me gustan las sorpresas y con el tiempo he aprendido a adivinar cuando la presencia de cierto tipo de personas me darán problemas. Vuestro comportamiento simplemente se cruzó en mi campo de visión, llamándome la atención por lo inverosímil de la situación.
Nuestras miradas se cruzaron de nuevo, manteniéndose fija una en la otra. Algo me decía que ese hombre no era muy común, y que lejos de ser un alma perdida, era más interesante de lo que ya de por sí me parecía. Me mordí el labio inferior, tratando de no demostrar que me gustaba el cáliz que estaba tomando esa conversación, donde cada uno escogiendo sus palabras, parecía querer desenmascar al otro.
-Disculpe, tal vez no me haya expresado bien.- no pude evitar sonreir con inocencia, cuando lejos de darme la razón, me indicó de una forma inusualmente educada lo equivocadas que estaban mis conclusiones. Podía apostar sin errar esta vez que ese desconocido no pertenecía al tipo de caballeros que frecuentan burdeles, por no decir que tampoco era de París. Un marcado acento, aunque quizás modificado levemente por el tiempo y los viajes al extranjero, me dejó claro que provenía de un lugar bastante cercano al mio. Sonreí al pensar que al fin y al cabo si teníamos algo en común, ambos estábamos en tierra extraña.- Es obvio que tanto uno como otro sabemos la razón por la que estamos aquí, sería desconcertante que hubiesemos terminado entrando a este local sin saberlo.- me incliné ligeramente hacia delante, apoyando los codos en mis rodillas y acortando las distancias con ese enigmático ser.- Al decir perdidos, me refería a que no estamos acostumbrados a este ambiente, y que por lo que parece, tampoco buscamos lo que suele ser habitual en él.
Afirmé ligeramente con la cabeza cuando él mismo reconoció no ser un hombre normal, caracteristica que no me había pasado desapercibida. Pero entonces, ¿Por qué estar en un lugar donde era más que obvio lo que se iba a buscar allí? Cada vez tenía más preguntas en mente, y más curiosidad para verlas satisfechas. Claro que tampoco me aventuraría a preguntarlas abiertamente, sino que continuaría con ese extraño juego que había comenzado entre los dos.- Es curioso, yo tampoco acostumbro regalarle mi compañía a nadie.- media sonrisa asomó a mis labios cuando se inclinó para presentarse, desconcertándome durante unos segundos. ¿Cómo un simple nombre podría resultar tan melodioso al ser pronunciado? Sacudí la cabeza para centrarme de nuevo en él, imitando su gesto para hacer lo propio.- Maggie Craig, el placer es mío.
Yo misma me sorprendí por estar siguiendo un protocolo muy diferente a lo que estaba acostumbrada, claro que para tratar con ese caballero debía mantener unos modales acordes a los suyos, o terminaría por ahuyentarlo. Desabroché ligeramente mi abrigo, echando cada parte de ésta a un lado a para tratar de ocultar las dagas de plata y estacas que prendían de mi cinturón. Mi atuendo compuesto por calzas de cuero y corsé no era el hab¡tual en las mujeres de la época, aunque esperaba que el señor Kierkergaard lo atribuyese al encontrarnos en una ciudad distinta a la que nos vio nacer.
Maggie Craig- Cazador Clase Media
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Re: ¿Caballero de la triste armadura? |Libre
El zumbido de la melodía que los envolvía logró ahuyentar parte del silencio que los aisló brevemente del ambiente lascivo. Kyros se alegró internamente al escuchar su nombre y que no le resulte familiar. El vampiro poseía un gran abanico de informantes —como el inmortal los consideraba—, que, por una u otra razón, mantenían ciertas alianzas inquebrantables. Como Kyros quería asegurarse de proteger a sus seres más queridos, utilizaba ciertos métodos que facilitaban su propósito. Tales cómo cuchicheos de próximas jugadas de los inquisidores, así como una lista de los mortales que podían causar problemas. Para su fortuna, «Maggie Craig» no se encontraba en ese dichoso índice.
Relajado pero aún vigilante, siguió nuevamente el movimiento de la mortal. Bajo aquel desgastado y sucio abrigo, Kyros recorrió en un segundo su mirar por un ajustado corsé y unas largas piernas ceñidas en cuero. Le sorprendió la pulcritud hallada y lo cómoda que se veía a pesar de sus estrechas prendas. Desvió la vista, centrándose en el pensamiento de lo estilizado que se veía el cuerpo de una mujer en un vestido— Uhm…Milady Maggie—no pudo evitar que lo oriundo se le saliera en la entonación de su nombre otra vez. Pensativo, rastreando el lugar en busca del cantinero, siguió el hilo de su oración—…, para serle honesto, me intriga aquella razón extraña por la cual se encuentra en este—hizo una pausa al encontrar a un hombre rechoncho y barbudo, que regresaba a la barra después de dejar dos puertas de madera tambaleándose a su paso—…particular establecimiento.
El vampiro alzó dos dedos, dibujando grácilmente un círculo en el aire: el cantinero entendió la señal y se apresuró a dejar la copa que pulía sobre la barra. Una sonrisa amigable se plantó en sus labios al volver a mirar a su compañera de charla, esperando a que el mozo se acercara—. Mencionó que la había malinterpretado, pero sólo respondía a su inadecuada elección de palabras—murmuró cálido, con la paciencia insondable adquirida en el par de siglos de su existencia—«Perdido» implica no poseer conocimiento, en cambio, «inusual» describe perfectamente lo que quiso manifestar
—, una risilla suave acarició la garganta del vampiro.
Al sentir la presencia del cantinero, alzó la pinta hacia su dirección: evitar grandes cant]idades de alcohol esa noche— y todas las noches que pudiera — era un hecho. «Deseo una sidra de manzana en su lugar, gracias». Girando hacia la castaña, Kyros preguntó amablemente: «¿Le apetece una bebida en particular, milady? Me encargaré de dejarle al cantinero la suma que requiera»
Relajado pero aún vigilante, siguió nuevamente el movimiento de la mortal. Bajo aquel desgastado y sucio abrigo, Kyros recorrió en un segundo su mirar por un ajustado corsé y unas largas piernas ceñidas en cuero. Le sorprendió la pulcritud hallada y lo cómoda que se veía a pesar de sus estrechas prendas. Desvió la vista, centrándose en el pensamiento de lo estilizado que se veía el cuerpo de una mujer en un vestido— Uhm…Milady Maggie—no pudo evitar que lo oriundo se le saliera en la entonación de su nombre otra vez. Pensativo, rastreando el lugar en busca del cantinero, siguió el hilo de su oración—…, para serle honesto, me intriga aquella razón extraña por la cual se encuentra en este—hizo una pausa al encontrar a un hombre rechoncho y barbudo, que regresaba a la barra después de dejar dos puertas de madera tambaleándose a su paso—…particular establecimiento.
El vampiro alzó dos dedos, dibujando grácilmente un círculo en el aire: el cantinero entendió la señal y se apresuró a dejar la copa que pulía sobre la barra. Una sonrisa amigable se plantó en sus labios al volver a mirar a su compañera de charla, esperando a que el mozo se acercara—. Mencionó que la había malinterpretado, pero sólo respondía a su inadecuada elección de palabras—murmuró cálido, con la paciencia insondable adquirida en el par de siglos de su existencia—«Perdido» implica no poseer conocimiento, en cambio, «inusual» describe perfectamente lo que quiso manifestar
—, una risilla suave acarició la garganta del vampiro.
Al sentir la presencia del cantinero, alzó la pinta hacia su dirección: evitar grandes cant]idades de alcohol esa noche— y todas las noches que pudiera — era un hecho. «Deseo una sidra de manzana en su lugar, gracias». Girando hacia la castaña, Kyros preguntó amablemente: «¿Le apetece una bebida en particular, milady? Me encargaré de dejarle al cantinero la suma que requiera»
Kyros Kierkegaard- Vampiro Clase Alta
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Re: ¿Caballero de la triste armadura? |Libre
El aire fue escapándose lentamente entre mis labios en un largo y silencioso suspiro cuando sentí como la mirada del señor Kierkegaard recorría mi ser de forma inquisitiva durante unos segundos, probablemente sorprendido por mi atuendo. Me moví inquieta en mi asiento, cambiando la postura y cruzando las piernas antes de tomar mi copa casi vacía entre las manos. ¿Se habría percatado de mis armas? Estaba practicamente segura de que no, había sido cuidadosa al apartarme el abrigo para ocultarlas. Si hubiese sabido de antemano que la calefacción en este tipo de locales estaba tan elevada, habría escondido mis armas bajo la ropa en lugar de dejarlas a mano.
Siempre me había gustado mi nombre, me parecía diferente y original, pero no fue hasta que lo escuché pronunciado por esa envolvente voz que aprecié lo bonito que era. ¿O tal fuese la forma en que ese hombre misterioso acariciaba las palabras al hablar? Terminé mi copa confundida por las extrañas sensaciones que me envolvían desde que comenzó nuestra conversación, que era sin lugar a dudas de las más desconcertantes que había tenido. - Mi presencia aquí es complicada de explicar.- sin que piense que estoy loca, concluí en mi mente. ¿Cómo le dices a un elegante caballero que estás ahi para encontrar a algún sobrenatural al que dar caza esa noche? Aprendí la lección de no decir las cosas tal cual las pensaba cuando mi abogado pensó que me había escapado de un manicomio al confesarle cual era mi profesión.- Se podría decir que he venido buscando algo de acción, un quehacer que me tenga entretenida el resto de la noche...algo así, como un trabajo.
Sonreí complacida durante unos segundos por haber respondido a su pregunta sin delatar mi profesión, cuando me percaté de que mis palabras podían confundirse de nuevo y mis ojos se abrieron presa del nerviosismo.- No me malintrepete. Yo no soy una...- moví la mano señalando a ninguna parte, sino a modo general mostrándole el local, haciéndole entender que no me refería como trabajo al que allí desempeñaban el resto de mujeres. Miré de reojo hacia quien iba dirigida su señal, acomodándome en el sillón de nuevo, tomando aire profundamente para tratar de calmarme.- Le pido disculpas, mi mente está muy obtusa esta noche y no soy capaz de expresarme con claridad. Probablemente el olor a perfume barato me tenga aturdido el entendimiento.
-Lo mismo que estaba tomando, whisky puro de malta.- apunté mirando al cantinero, observando atenta como se marchaba para servir nuestra comanda. Era la bebida preferida de mi padre, y a la que yo me había aficionado desde que empecé a cazar. Me calmaba los nervios y el dolor cuando tenía que curarme las heridas que noche sí, noche también, terminaban marcando mi cuerpo. Además que, desde la muerte de éste, se había convertido en mi fiel aliado para ayudarme a olvidar.- Gracias por la invitación, sois muy amable.- una sonrisa comenzó a dibujarse en mis labios recordando lo que tanto me había llamado la atención de él. - Lo que me hace preguntarme de nuevo cuál es ese enigmático motivo por el que un hombre tan inusual como vos, acabais tomando una copa en un antro como este.
Sonreí con picardía, sintiéndome segura de mi misma al haberle devuelto la pregunta sin tener que responder del todo yo a la suya. Tal vez, si la noche se nos daba bien, podría confesarle a lo que me dedicaba realmente. De momento prefería no asustarlo; no parecía ese tipo de hombres que creen en seres mitológicos de los que solo hablan los libros.
Siempre me había gustado mi nombre, me parecía diferente y original, pero no fue hasta que lo escuché pronunciado por esa envolvente voz que aprecié lo bonito que era. ¿O tal fuese la forma en que ese hombre misterioso acariciaba las palabras al hablar? Terminé mi copa confundida por las extrañas sensaciones que me envolvían desde que comenzó nuestra conversación, que era sin lugar a dudas de las más desconcertantes que había tenido. - Mi presencia aquí es complicada de explicar.- sin que piense que estoy loca, concluí en mi mente. ¿Cómo le dices a un elegante caballero que estás ahi para encontrar a algún sobrenatural al que dar caza esa noche? Aprendí la lección de no decir las cosas tal cual las pensaba cuando mi abogado pensó que me había escapado de un manicomio al confesarle cual era mi profesión.- Se podría decir que he venido buscando algo de acción, un quehacer que me tenga entretenida el resto de la noche...algo así, como un trabajo.
Sonreí complacida durante unos segundos por haber respondido a su pregunta sin delatar mi profesión, cuando me percaté de que mis palabras podían confundirse de nuevo y mis ojos se abrieron presa del nerviosismo.- No me malintrepete. Yo no soy una...- moví la mano señalando a ninguna parte, sino a modo general mostrándole el local, haciéndole entender que no me refería como trabajo al que allí desempeñaban el resto de mujeres. Miré de reojo hacia quien iba dirigida su señal, acomodándome en el sillón de nuevo, tomando aire profundamente para tratar de calmarme.- Le pido disculpas, mi mente está muy obtusa esta noche y no soy capaz de expresarme con claridad. Probablemente el olor a perfume barato me tenga aturdido el entendimiento.
-Lo mismo que estaba tomando, whisky puro de malta.- apunté mirando al cantinero, observando atenta como se marchaba para servir nuestra comanda. Era la bebida preferida de mi padre, y a la que yo me había aficionado desde que empecé a cazar. Me calmaba los nervios y el dolor cuando tenía que curarme las heridas que noche sí, noche también, terminaban marcando mi cuerpo. Además que, desde la muerte de éste, se había convertido en mi fiel aliado para ayudarme a olvidar.- Gracias por la invitación, sois muy amable.- una sonrisa comenzó a dibujarse en mis labios recordando lo que tanto me había llamado la atención de él. - Lo que me hace preguntarme de nuevo cuál es ese enigmático motivo por el que un hombre tan inusual como vos, acabais tomando una copa en un antro como este.
Sonreí con picardía, sintiéndome segura de mi misma al haberle devuelto la pregunta sin tener que responder del todo yo a la suya. Tal vez, si la noche se nos daba bien, podría confesarle a lo que me dedicaba realmente. De momento prefería no asustarlo; no parecía ese tipo de hombres que creen en seres mitológicos de los que solo hablan los libros.
Maggie Craig- Cazador Clase Media
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Re: ¿Caballero de la triste armadura? |Libre
Adorable.
El vampiro tenía una habilidad indudable, codiciada por muchos mortales ingenuos, que reaccionaba como detector ante alguien que deseaba ocultar algo. Su respuesta bastaría para convencer a un campesino cualquiera, un noble poco minucioso, incluso a un sobrenatural distraído. Pero Kyros escapaba de esas denominaciones y se alzaba por entre todos como un inspector de la verdad. Incluso, verdad a medias. Años de años observando desde fuera y dentro de la sociedad le habían dado una ventaja que aprovechaba al máximo: una avidez en recolectar detalles, siendo un observador licenciado y altamente calificado. Si algún día llegara a olvidar a milady Maggie, de seguro se acordaría de cómo esconde la belleza de una idealista tras un temple de acero y una locuaz personalidad. Tal vez no se acuerde de su rostro en su totalidad, pero probablemente aquellos ojos profundos y oscuros regresarían a sus pensamientos de vez en vez.
¿Acción y entretenimiento nocturno, eh?
Soltó una carcajada suave. Como una brisa primaveral. Se extinguía lentamente en él la desesperanza de su día y afloraba una predisposición por envolverse aún más en esa agradable personalidad que le daba aclaraciones innecesarias sin notar el ligero rubor en sus mejillas.
—Os ruego no se disculpe, milady. Comprendí a la perfección la otra clase de distracción a la que se refería—, sonrió agradecido por su nerviosismo, ya que le demostraba poco a poco ser una mortal digna de fiar. Pero…—Gracias, messie—Kyros se dirigió al cantinero, que traía ambas bebidas en una charola verde metálica. El vampiro sostuvo el concentrado whisky de malta en la mano izquierda y se lo ofreció a la castaña. Luego, cogió la afrutada sidra e hizo una pequeña reverencia hacia el hombre, indicándole que podía retirarse. Antes de aislarse para enfrentar sus demonios en su mansión, le dejaría tal propina que podrá mandar a remodelar el establecimiento. Sorbió de su deliciosa sidra y sus labios se impregnaron de ese sabor cítrico y dulzón. Aquel placer en su boca, menos delicioso y nutritivo que el saborcillo metálico de la sangre, empapaba su lengua y desaparecía la sequedad de su garganta.
¿En qué enfocaba su atención el vampiro? Oh, cierto. La castaña y si podía fiarse de ella. A decir verdad, Kyros supo atar aquellas agujetas sueltas sólo con esa respuesta: indumentaria poco engorrosa, sin temor por enfrentarse a unos ciclópeos mortales, fuertes y hermosas entrenadas piernas largas, actividad nocturna además de un afán por mantener discreción. No era la primera cazadora de su tipo que encontraba. Y tampoco fue muy difícil, aquel tipo de mujeres llamaban mucho la atención de Kyros, ya que en exclusivamente ese siglo, una fémina que desee a voluntad ir clavando estacas en vez de beber el té y desposarse con un noble ricachón que saciara todas sus vanidades materiales era una sorpresa agradable. Una parte de él admiraba su valentía. Y también las razones que las habían empujado a desenvolverse en el oficio.
—Milady Maggie, os prometo darle una respuesta que la dejaran completamente satisfecha—comenzó el inmortal, dejando nuevamente su bebida en la mesita—. Aunque debo advertiros que es una muy común y tal vez decepcionaría aquella imagen que sin querer le he infundido—frunció los labios hasta hallar una palabra que definiera esa concepción—. La de un enigmático hombre inusual—su sonrisa ladina emergió con confianza. ¿Qué debía hacer ante aquella cazadora? Sólo esperar un poco. Ella era como una chiquilla exploradora con mirada traviesa que iba por el mundo cazando sobrenaturales con una red para mariposas. No había visto sus armas aún, pero estaba seguro que por allí se encontraban. Volvió a inspeccionarla una vez más. Nada en los zapatos, largas piernas de nuevo, unas curvas que no tenían nada que envidiar a las prostitutas del lugar. ¡Uh! Ahí deberían estar. Tras esos pliegues de su abrigo. Ya sabía a dónde mirar si el asunto se ponía tenso, al menos. Sus orbes esmeraldas se volvieron a enfocar en la mirada contraria. Kyros estaba siendo muy imprudente al recorrer su mirada por su cuerpo, aseguraba ver otra vez un rojizo claro tiñendo sus mejillas—. ¿Os enfada si le hago una pregunta muy íntima, milady?
El vampiro tenía una habilidad indudable, codiciada por muchos mortales ingenuos, que reaccionaba como detector ante alguien que deseaba ocultar algo. Su respuesta bastaría para convencer a un campesino cualquiera, un noble poco minucioso, incluso a un sobrenatural distraído. Pero Kyros escapaba de esas denominaciones y se alzaba por entre todos como un inspector de la verdad. Incluso, verdad a medias. Años de años observando desde fuera y dentro de la sociedad le habían dado una ventaja que aprovechaba al máximo: una avidez en recolectar detalles, siendo un observador licenciado y altamente calificado. Si algún día llegara a olvidar a milady Maggie, de seguro se acordaría de cómo esconde la belleza de una idealista tras un temple de acero y una locuaz personalidad. Tal vez no se acuerde de su rostro en su totalidad, pero probablemente aquellos ojos profundos y oscuros regresarían a sus pensamientos de vez en vez.
¿Acción y entretenimiento nocturno, eh?
Soltó una carcajada suave. Como una brisa primaveral. Se extinguía lentamente en él la desesperanza de su día y afloraba una predisposición por envolverse aún más en esa agradable personalidad que le daba aclaraciones innecesarias sin notar el ligero rubor en sus mejillas.
—Os ruego no se disculpe, milady. Comprendí a la perfección la otra clase de distracción a la que se refería—, sonrió agradecido por su nerviosismo, ya que le demostraba poco a poco ser una mortal digna de fiar. Pero…—Gracias, messie—Kyros se dirigió al cantinero, que traía ambas bebidas en una charola verde metálica. El vampiro sostuvo el concentrado whisky de malta en la mano izquierda y se lo ofreció a la castaña. Luego, cogió la afrutada sidra e hizo una pequeña reverencia hacia el hombre, indicándole que podía retirarse. Antes de aislarse para enfrentar sus demonios en su mansión, le dejaría tal propina que podrá mandar a remodelar el establecimiento. Sorbió de su deliciosa sidra y sus labios se impregnaron de ese sabor cítrico y dulzón. Aquel placer en su boca, menos delicioso y nutritivo que el saborcillo metálico de la sangre, empapaba su lengua y desaparecía la sequedad de su garganta.
¿En qué enfocaba su atención el vampiro? Oh, cierto. La castaña y si podía fiarse de ella. A decir verdad, Kyros supo atar aquellas agujetas sueltas sólo con esa respuesta: indumentaria poco engorrosa, sin temor por enfrentarse a unos ciclópeos mortales, fuertes y hermosas entrenadas piernas largas, actividad nocturna además de un afán por mantener discreción. No era la primera cazadora de su tipo que encontraba. Y tampoco fue muy difícil, aquel tipo de mujeres llamaban mucho la atención de Kyros, ya que en exclusivamente ese siglo, una fémina que desee a voluntad ir clavando estacas en vez de beber el té y desposarse con un noble ricachón que saciara todas sus vanidades materiales era una sorpresa agradable. Una parte de él admiraba su valentía. Y también las razones que las habían empujado a desenvolverse en el oficio.
—Milady Maggie, os prometo darle una respuesta que la dejaran completamente satisfecha—comenzó el inmortal, dejando nuevamente su bebida en la mesita—. Aunque debo advertiros que es una muy común y tal vez decepcionaría aquella imagen que sin querer le he infundido—frunció los labios hasta hallar una palabra que definiera esa concepción—. La de un enigmático hombre inusual—su sonrisa ladina emergió con confianza. ¿Qué debía hacer ante aquella cazadora? Sólo esperar un poco. Ella era como una chiquilla exploradora con mirada traviesa que iba por el mundo cazando sobrenaturales con una red para mariposas. No había visto sus armas aún, pero estaba seguro que por allí se encontraban. Volvió a inspeccionarla una vez más. Nada en los zapatos, largas piernas de nuevo, unas curvas que no tenían nada que envidiar a las prostitutas del lugar. ¡Uh! Ahí deberían estar. Tras esos pliegues de su abrigo. Ya sabía a dónde mirar si el asunto se ponía tenso, al menos. Sus orbes esmeraldas se volvieron a enfocar en la mirada contraria. Kyros estaba siendo muy imprudente al recorrer su mirada por su cuerpo, aseguraba ver otra vez un rojizo claro tiñendo sus mejillas—. ¿Os enfada si le hago una pregunta muy íntima, milady?
Última edición por Kyros Kierkegaard el Sáb Abr 22, 2017 11:39 pm, editado 1 vez
Kyros Kierkegaard- Vampiro Clase Alta
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Re: ¿Caballero de la triste armadura? |Libre
Asintiendo con un ligero movimiento de cabeza, agradecí al señor Kierkegaard la amabilidad que demostraba de nuevo al acercame él mismo la copa de whisky que minutos antes había solicitado. Me sorprendió la rapidez con la que el mesero había preparado y servido nuestra comanda, y es que no había nada mejor que poseer, o al menos aparentar poseer lo suficiente como para poder comprar el local, para que tus deseos fuesen servidos en bandeja de plata (o lo más parecido teniendo en cuenta el lugar).
-¿De verás lo comprendió?- pregunté sorprendida tras comprobar que el cantinero estaba lo suficientemente lejos para no escuchar nuestra conversación, apostado tras la barra. Volví a fijar mi mirada en ese singular caballero de embriagadores ojos esmeralda, que durante unos instantes pareció perdido en sus pensamientos. ¿Cómo podía haberlo entendido si ni yo misma me había aclaro con mi respuesta?
Aproveché ese breve silencio para observarlo con atención desde detrás del cristal de mi copa, con el propósito de obtener alguna pista que me indicase si era cierto que sabía de mi profesión o por el contrario solo estaba apostando por un farol. No parecía un cazador, que era la opción más palpable que se me ocurría en esos momentos. Ninguno vestiría de forma tan refinada para salir de caza, además que tampoco me pareció ver ningún tipo de arma a la vista. Los varones acostumbraban a llevar armas más voluptuosas cuando salían de caza en lugar de las pequeñas dagas de plata como llevábamos las cazadoras. El motivo de este misterio lo desconocía, pero siempre pensé que querían recompensar el tamaño de otra arma oculta. Sonreí con picardía al permitir que mi mente vagase por ese tipo de pensamientos, cuando la voz de Kyros me trajo de nuevo a la realidad.
-No se preocupe, dudo que su respuesta me decepcione. Pocos hombres actuarían así, y eso ya es digno de admiración.- afirmé con timidez, imitando su gesto y dejando la bebida en la mesilla. Si ya de por sí había llamado mi curiosidad con su comportamiento, ahora lo volvía a hacer con esas modestas palabras que parecían querer quitarle mérito a sus actos. Tragué saliva despacio cuando su mirada recorrió de nuevo cada centímetro de mi cuerpo; empezaba a pensar que estaba confundido con lo que a mi profesión se refería. Me removí incómoda en el sillón antes de dedicarle una perpleja mirada cuando escuché su pregunta.- No, descuide. Puede preguntar lo que quiera. Trataré esta vez de responderle de forma más clara y concisa.- susurré a duras penas, sintiendo como las palabras se negaban a ser pronunciadas. Si antes me había sonrojado, en esos momentos debía estar pasando por todas las tonalidades de rojo temiendo cuál sería la pregunta del caballero que tenía enfrente
-¿De verás lo comprendió?- pregunté sorprendida tras comprobar que el cantinero estaba lo suficientemente lejos para no escuchar nuestra conversación, apostado tras la barra. Volví a fijar mi mirada en ese singular caballero de embriagadores ojos esmeralda, que durante unos instantes pareció perdido en sus pensamientos. ¿Cómo podía haberlo entendido si ni yo misma me había aclaro con mi respuesta?
Aproveché ese breve silencio para observarlo con atención desde detrás del cristal de mi copa, con el propósito de obtener alguna pista que me indicase si era cierto que sabía de mi profesión o por el contrario solo estaba apostando por un farol. No parecía un cazador, que era la opción más palpable que se me ocurría en esos momentos. Ninguno vestiría de forma tan refinada para salir de caza, además que tampoco me pareció ver ningún tipo de arma a la vista. Los varones acostumbraban a llevar armas más voluptuosas cuando salían de caza en lugar de las pequeñas dagas de plata como llevábamos las cazadoras. El motivo de este misterio lo desconocía, pero siempre pensé que querían recompensar el tamaño de otra arma oculta. Sonreí con picardía al permitir que mi mente vagase por ese tipo de pensamientos, cuando la voz de Kyros me trajo de nuevo a la realidad.
-No se preocupe, dudo que su respuesta me decepcione. Pocos hombres actuarían así, y eso ya es digno de admiración.- afirmé con timidez, imitando su gesto y dejando la bebida en la mesilla. Si ya de por sí había llamado mi curiosidad con su comportamiento, ahora lo volvía a hacer con esas modestas palabras que parecían querer quitarle mérito a sus actos. Tragué saliva despacio cuando su mirada recorrió de nuevo cada centímetro de mi cuerpo; empezaba a pensar que estaba confundido con lo que a mi profesión se refería. Me removí incómoda en el sillón antes de dedicarle una perpleja mirada cuando escuché su pregunta.- No, descuide. Puede preguntar lo que quiera. Trataré esta vez de responderle de forma más clara y concisa.- susurré a duras penas, sintiendo como las palabras se negaban a ser pronunciadas. Si antes me había sonrojado, en esos momentos debía estar pasando por todas las tonalidades de rojo temiendo cuál sería la pregunta del caballero que tenía enfrente
Maggie Craig- Cazador Clase Media
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Re: ¿Caballero de la triste armadura? |Libre
El dramatismo desentonaba con el artero vampiro. No obstante, aquel sobrenatural trágicamente reservado acudía inconscientemente a él, siendo incapaz de evitar tanto suspenso en su semblante. Orquestando movimientos mayestáticos, se inclinó lentamente hacia la mortal, con la finalidad de acortar la distancia a tal punto que únicamente el volumen de su propia pinta de cerveza fuera el obstáculo entre ellos. Sus pupilas, con el estío indeciso asomando en ellas, navegaron mar adentro en los detalles del rostro de Maggie. Pero fueron sus largos y finos dedos quienes emprendieron un recorrido distinto, con una velocidad sobrehumana, invadiendo sus ropas, sumergiéndose por los pliegues de su abrigo hasta llegar a acariciar levemente el mango argéntico de su daga. Su pregunta, ahogada aún entre sus labios, se hizo esperar unos segundos…
Una ignota figura había traspasado el lugar instantes atrás. Un aura cargada de ira y venganza se mezclaba con el ambiente erótico. Un neófito creado hace un par de días con una revancha latente en el pecho inspeccionaba el lugar. Mientras que Kyros demandaba las respectivas bebidas al cantinero, un sobrenatural le seguía la pista. Antes de haber partido al viaje a América, monsieur Kierkegaard había firmado unos papeles que le otorgaban el título de latifundista principal de unas cuántas hectáreas al norte de París, resultando algunos campesinos insatisfechos por esta nueva adquisición. El vampiro, como buen diplomático, optó por elaborar un contrato con aquellos mortales desconformes, cediéndole una buena porción de terreno al noroeste del lugar, dónde antes llevaba un negocio ganadero. Un hombre poco escrupuloso e inestable le gritó atrocidades ese día, jurando que iba a cortarle el cuello. Kyros no se inmutó ni dio mucho crédito a sus palabras, ya que un mortal preso de sus emociones no siempre piensa claramente. Un mes después, el invierno azotaba París y un desgraciado—completamente novicio en ser un dipsómano plasmático— añoraba poder clavarle los colmillos al notable vampiro longevo. Una obviedad que se debe remarcar es que el infeliz desconocía en su totalidad la condición de Kyros. Ventaja aprovechada y agradecida por el sobrenatural; un camuflaje infalible: ser noble y actuar como un mortal ignorante.
El neófito vestía unos andrajos fétidos, llevando el hedor putrefacto hasta las fosas nasales de todos los clientes. En un primer momento, algunas vistas más susceptibles se hallaron buscando el origen de la pestilencia, distrayéndose de su labor con las prostitutas. Pero un hombre apestoso no era motivo para distraerse en demasía, con mayor razón si tienen un pecho cálido contra sus narices. Un olor a menta envolvía como escudo al vampiro de antaño, posiblemente la fragancia de la mortal frente a ella. Sus miradas habían danzado por algunos segundos, muy pocos para que Kyros siquiera se percatara de que el neófito se acercaba hasta aquel rincón oscuro para arrancarle el corazón.
— ¿Por qué una bella dama como vos carga consigo un objeto tan mortífero como su mirada? —formuló el vampiro. Pero sólo en sus adentros, porque en el instante en que despegó sus labios para hacerlo verdaderamente, el neófito ya estaba aprehendiendo férreamente su abrigo de plumas negras. El vampiro se sorprendió por la fuerza que trató de levantarlo en el aire, pero no fue suficiente siquiera para elevarlo de su asiento. Kyros miró sorprendido ante esto hacia arriba: la imagen histérica y la mueca de ira en el neófito.
Instintivamente, su mano izquierda se posó en aquellas dos prensas demoniacas que lo sujetaban. Pudo retenerlo, pero la fuerza de un vampiro en sus primeros meses de existencia era increíble. La mano derecha aún acariciaba la daga. Sólo era cuestión de desenvainarla y clavársela en el corazón. No. Lo delataría. Reflexionó en un milisegundo: Él no debía hacerlo. Maggie. Con una fe ciega, retiró su mano derecha de entre los pliegues del abrigo de la mortal, y sujetó al neófito. Una esperanza se instauró en el vampiro y deseo que la mortal no dudara ni un segundo. Las sombras estaban de su lado.
Una ignota figura había traspasado el lugar instantes atrás. Un aura cargada de ira y venganza se mezclaba con el ambiente erótico. Un neófito creado hace un par de días con una revancha latente en el pecho inspeccionaba el lugar. Mientras que Kyros demandaba las respectivas bebidas al cantinero, un sobrenatural le seguía la pista. Antes de haber partido al viaje a América, monsieur Kierkegaard había firmado unos papeles que le otorgaban el título de latifundista principal de unas cuántas hectáreas al norte de París, resultando algunos campesinos insatisfechos por esta nueva adquisición. El vampiro, como buen diplomático, optó por elaborar un contrato con aquellos mortales desconformes, cediéndole una buena porción de terreno al noroeste del lugar, dónde antes llevaba un negocio ganadero. Un hombre poco escrupuloso e inestable le gritó atrocidades ese día, jurando que iba a cortarle el cuello. Kyros no se inmutó ni dio mucho crédito a sus palabras, ya que un mortal preso de sus emociones no siempre piensa claramente. Un mes después, el invierno azotaba París y un desgraciado—completamente novicio en ser un dipsómano plasmático— añoraba poder clavarle los colmillos al notable vampiro longevo. Una obviedad que se debe remarcar es que el infeliz desconocía en su totalidad la condición de Kyros. Ventaja aprovechada y agradecida por el sobrenatural; un camuflaje infalible: ser noble y actuar como un mortal ignorante.
El neófito vestía unos andrajos fétidos, llevando el hedor putrefacto hasta las fosas nasales de todos los clientes. En un primer momento, algunas vistas más susceptibles se hallaron buscando el origen de la pestilencia, distrayéndose de su labor con las prostitutas. Pero un hombre apestoso no era motivo para distraerse en demasía, con mayor razón si tienen un pecho cálido contra sus narices. Un olor a menta envolvía como escudo al vampiro de antaño, posiblemente la fragancia de la mortal frente a ella. Sus miradas habían danzado por algunos segundos, muy pocos para que Kyros siquiera se percatara de que el neófito se acercaba hasta aquel rincón oscuro para arrancarle el corazón.
— ¿Por qué una bella dama como vos carga consigo un objeto tan mortífero como su mirada? —formuló el vampiro. Pero sólo en sus adentros, porque en el instante en que despegó sus labios para hacerlo verdaderamente, el neófito ya estaba aprehendiendo férreamente su abrigo de plumas negras. El vampiro se sorprendió por la fuerza que trató de levantarlo en el aire, pero no fue suficiente siquiera para elevarlo de su asiento. Kyros miró sorprendido ante esto hacia arriba: la imagen histérica y la mueca de ira en el neófito.
Instintivamente, su mano izquierda se posó en aquellas dos prensas demoniacas que lo sujetaban. Pudo retenerlo, pero la fuerza de un vampiro en sus primeros meses de existencia era increíble. La mano derecha aún acariciaba la daga. Sólo era cuestión de desenvainarla y clavársela en el corazón. No. Lo delataría. Reflexionó en un milisegundo: Él no debía hacerlo. Maggie. Con una fe ciega, retiró su mano derecha de entre los pliegues del abrigo de la mortal, y sujetó al neófito. Una esperanza se instauró en el vampiro y deseo que la mortal no dudara ni un segundo. Las sombras estaban de su lado.
Kyros Kierkegaard- Vampiro Clase Alta
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Re: ¿Caballero de la triste armadura? |Libre
Su enigmática pregunta seguía resonando todavía en mi mente, repitiéndose una y otra vez, con la intención de anticiparme a ésta para poder disimular mi estupefacción cuando la realizase; porque si de algo estaba segura es de que me sorprendería con creces. ¿Qué interrogación íntima podría realizarse a una desconocida para poder evocar en ésta tal enfado? Tenía que reconocer que desde que había tomado asiento frente a él, la curiosidad por descubrir más de ese inusual caballero iba en aumento. El aura de misterio que rodeaba al señor Kierkegaard me tenía del todo desconcertada, y para qué negarlo, bastante entusiasmada.
La prudencial distancia que había existido entre nosotros desde el comienzo de la conversación, fue disminuyendo paulatinamente cuando con un suave movimiento Kyros se aproximó hasta mí, sobrepasando una línea invisible pero no por ello menos peligrosa. Podía sentir como mi respiración se agitaba con cada centímetro que él acortaba desde su asiento; como mi corazón palpitaba con frenesí amenazando con salirse del pecho cuando su proximidad fue tan palpable que hasta podía sentir su agradable olor. El rubor de mis mejillas debía de ser tan latente en esos instantes, que hasta podía sentir la calidez que éste emanaba sobre ellas. Estaba realmente confundida, esperando que su aproximación fuese fruto de querer preservar esa pregunta en privado, lejos de oídos indiscretos.
Entre abrí ligeramente los labios, dejando escapar un tímido jadeo cuando su mano se adentró en el interior de mi abrigo. Empezaba a sospechar que el joven noble había confundido realmente mi profesión; o al menos eso fue lo que se me pasó por la cabeza, hasta que su mano quedó fijada sobre una de mis armas, que tironeó ligeramente de mi cinturón al ser sometida a un cambio de presión. Sonreí ligeramente, todavía inquieta en mi asiento. ¿Habría sido casualidad que hubiese llevado su extremidad hacia ese lugar? Lo dudaba mucho. Había aprendido que las casualidades nunca eran tales, y que siempre había una razón encubierta tras cada uno de los sucesos que nos sorprendían. Entonces, ¿era un cazador como yo? Solo alguien que conoce el mudo de los sobrenaturales es capaz de deducir que bajo mis ropas llevaba escondidas las armas, puesto que estaba segura que no las había mostrado en ningún momento.
Siendo yo esta vez quien buscaba su cercanía, me incliné ligeramente hacia delante. Demasiado cerca, pensé. Pero la compañía de ese hombre me agradaba, y todos y cada uno de mis instintos me empujaban a conocer más de él. Mis dudas sobre cuál sería su pregunta parecían disiparse al presuponer que era del gremio, claro que su atuendo me confundía sobremanera. Sus labios se entreabrieron delicadamente justo antes de que un hombre de maneras poco refinadas tomase a mi acompañante para levantarlo bruscamente. Miré a ambos con curiosidad durante unos segundos, sopesando si ese hombre estaba entre los rostros de los compinches alertados por el vengativo caballero de hacía unos minutos, pero si la memoria no me fallaba, no se encontraba entre los privilegiados.
Esperando calmar los ánimos del salvaje que había interrumpido de esa forma un momento tan excitante, me puse en pie junto a ellos. Fue entonces, cuando me fijé en su mirada para dirigirme a él cuando me percaté de lo que pasaba. Aquel hombre, por llamarlo de alguna manera, no era más que un ser de las tinieblas que probablemente quería vengarse de Kyros por la pérdida de alguno de sus miembros. Razón más para pensar que mi acompañante era uno de los míos. Aunque entonces, ¿Dónde estaban sus armas?¿Por qué no se defendía? Sopese que tal vez no quisiese llamar la atención y empezar la caza en el burdel, que esperaba hacerlo de forma más desapercibida. Sin esperar un segundo rodeé con rapidez a ambos, colocándome tras el desconocido que tenía sujeto al enigmático cazador, aprovechando el vaivén del abrigo al caminar para sacar con disimulo una de las estacas que llevaba sujetas al cinturón.
-¿Podría acompañarme a un lugar menos concurrido, monsieur?- susurré a las espaldas del inmortal, colocando mi mano en su hombro y presionando con fuerza la estaca a la altura del corazón desde atrás.- Ambos sabemos que esta estaca atravesará su pecho y llegará a su corazón. Suelte a mi amigo, porque le aseguro que antes de que sea capaz de girarse le habré reducido a cenizas.- sentencié con un tono grave en la voz, disipando duda alguna de que dudaría en acabar con su vida allí mismo si fuese necesario. Arrugué la nariz un tanto asqueada por el hedor que desprendía ese hombre y que al situarme tras él se hacía cada vez más evidente.- ¿Es que no le dijo su Sire que aunque no pueda morir de tiña, esa no es razón para no lavarse?.- aguanté una arcada, manteniendo firme la posición de la estaca y sopesando si no sería mejor saltarse todas las reglas de pasar desapercibidos antes el resto de humanos, para acabar cuanto antes con aquel olor repugnante. No necesitaba una excusa para hacer el que era mi trabajo; un solo movimiento, y empalaría a ese desgraciado delante de todos los presentes.
La prudencial distancia que había existido entre nosotros desde el comienzo de la conversación, fue disminuyendo paulatinamente cuando con un suave movimiento Kyros se aproximó hasta mí, sobrepasando una línea invisible pero no por ello menos peligrosa. Podía sentir como mi respiración se agitaba con cada centímetro que él acortaba desde su asiento; como mi corazón palpitaba con frenesí amenazando con salirse del pecho cuando su proximidad fue tan palpable que hasta podía sentir su agradable olor. El rubor de mis mejillas debía de ser tan latente en esos instantes, que hasta podía sentir la calidez que éste emanaba sobre ellas. Estaba realmente confundida, esperando que su aproximación fuese fruto de querer preservar esa pregunta en privado, lejos de oídos indiscretos.
Entre abrí ligeramente los labios, dejando escapar un tímido jadeo cuando su mano se adentró en el interior de mi abrigo. Empezaba a sospechar que el joven noble había confundido realmente mi profesión; o al menos eso fue lo que se me pasó por la cabeza, hasta que su mano quedó fijada sobre una de mis armas, que tironeó ligeramente de mi cinturón al ser sometida a un cambio de presión. Sonreí ligeramente, todavía inquieta en mi asiento. ¿Habría sido casualidad que hubiese llevado su extremidad hacia ese lugar? Lo dudaba mucho. Había aprendido que las casualidades nunca eran tales, y que siempre había una razón encubierta tras cada uno de los sucesos que nos sorprendían. Entonces, ¿era un cazador como yo? Solo alguien que conoce el mudo de los sobrenaturales es capaz de deducir que bajo mis ropas llevaba escondidas las armas, puesto que estaba segura que no las había mostrado en ningún momento.
Siendo yo esta vez quien buscaba su cercanía, me incliné ligeramente hacia delante. Demasiado cerca, pensé. Pero la compañía de ese hombre me agradaba, y todos y cada uno de mis instintos me empujaban a conocer más de él. Mis dudas sobre cuál sería su pregunta parecían disiparse al presuponer que era del gremio, claro que su atuendo me confundía sobremanera. Sus labios se entreabrieron delicadamente justo antes de que un hombre de maneras poco refinadas tomase a mi acompañante para levantarlo bruscamente. Miré a ambos con curiosidad durante unos segundos, sopesando si ese hombre estaba entre los rostros de los compinches alertados por el vengativo caballero de hacía unos minutos, pero si la memoria no me fallaba, no se encontraba entre los privilegiados.
Esperando calmar los ánimos del salvaje que había interrumpido de esa forma un momento tan excitante, me puse en pie junto a ellos. Fue entonces, cuando me fijé en su mirada para dirigirme a él cuando me percaté de lo que pasaba. Aquel hombre, por llamarlo de alguna manera, no era más que un ser de las tinieblas que probablemente quería vengarse de Kyros por la pérdida de alguno de sus miembros. Razón más para pensar que mi acompañante era uno de los míos. Aunque entonces, ¿Dónde estaban sus armas?¿Por qué no se defendía? Sopese que tal vez no quisiese llamar la atención y empezar la caza en el burdel, que esperaba hacerlo de forma más desapercibida. Sin esperar un segundo rodeé con rapidez a ambos, colocándome tras el desconocido que tenía sujeto al enigmático cazador, aprovechando el vaivén del abrigo al caminar para sacar con disimulo una de las estacas que llevaba sujetas al cinturón.
-¿Podría acompañarme a un lugar menos concurrido, monsieur?- susurré a las espaldas del inmortal, colocando mi mano en su hombro y presionando con fuerza la estaca a la altura del corazón desde atrás.- Ambos sabemos que esta estaca atravesará su pecho y llegará a su corazón. Suelte a mi amigo, porque le aseguro que antes de que sea capaz de girarse le habré reducido a cenizas.- sentencié con un tono grave en la voz, disipando duda alguna de que dudaría en acabar con su vida allí mismo si fuese necesario. Arrugué la nariz un tanto asqueada por el hedor que desprendía ese hombre y que al situarme tras él se hacía cada vez más evidente.- ¿Es que no le dijo su Sire que aunque no pueda morir de tiña, esa no es razón para no lavarse?.- aguanté una arcada, manteniendo firme la posición de la estaca y sopesando si no sería mejor saltarse todas las reglas de pasar desapercibidos antes el resto de humanos, para acabar cuanto antes con aquel olor repugnante. No necesitaba una excusa para hacer el que era mi trabajo; un solo movimiento, y empalaría a ese desgraciado delante de todos los presentes.
Maggie Craig- Cazador Clase Media
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Re: ¿Caballero de la triste armadura? |Libre
El vampiro cedió ante la fuerza del neófito, incorporándose hasta quedar su altura. Las llamaradas coléricas del infierno desatado en su interior brillaban en sus irises, pretendiendo corromper la serenidad de aquellos orbes esmeraldas. Kyros sujetó férreamente las muñecas de aquel pestilente espectro, inmovilizándolo y limitando algún movimiento brusco no deseado. La escasa luz que podía alcanzarlos sólo era suficiente para iluminar la mitad —incluso un poco menos—, de su rostro. Las facciones del infeliz no eran finas ni resaltables, era el rostro de un hombre común del burdo: nariz aguileña, barba incipiente y ojos muy separados y pequeños, un atractivo que no envidiaba. No obstante, el vampiro supo encontrar entre los recovecos de su memoria a cuál de los menesterosos y carentes de modales pertenecía ese rostro. ¿Aubr…Aubregat, era? ¿O Aubrieré?
— ¡Kierkegaard! —, una rugido lúgubre y de odio desbordante se internó violentamente en la mente del inmortal.«Imposible», pensó instantáneamente Kyros. Sin explorar las causas que pudieron haber permitido a ese neófito proyectar sus habilidades tan tempranamente, activó la defensa única: bloqueo mental. Los dientes del neófito chirriaron de ira al notar que sus intentos de entrar en la mente de messie Kierkegaard eran inútiles.
«Madame Maggie disfruta de juguetear con sus víctimas», observó para sus adentros el castaño. La mortal se había posicionado a espaldas del neófito, desenvainando su daga con un movimiento fugaz e imperceptible. El mínimo forcejeo que acontecía entre ambos sobrenaturales se detuvo al instante. Al parecer el repugnante novel no era inmune a las amenazas de alto calibre presentadas en una punzante daga de plata. Kyros no pudo evitar sonreír ampliamente ante la denominación tan amable que le otorgó Maggie; aunque una arrogancia poco ostentosa afloro en su labios, transformándose en una pálida medialuna. Su mirada sobrevoló hacia la de ella, visible apenas por encima del hombro del neófito, dispuesta a intimar y manejar un lenguaje silencioso con aquellos orbes oscuros y convincentes.
— Os aconsejo siga la recomendación que le ofrecen, messie—, seca y sin emoción la voz de Kyros emergió, clavándole instantáneamente el verdemar pendenciero de su mirar, como marea violenta. Un gruñido escapó del infeliz, como si de un animal se tratara. El gesto feroz de su rostro evidenciaba su indecisión enfrentada con su venganza. No había tiempo: Kyros barrió con la mirada el lugar, buscando mortales impertinentes. Si no se resolvía el embrollo, pronto el número nulo de espectadores iba a incrementar inconcebiblemente. Las sombras danzaban eclipsantes, envolviendo a aquel indeseable trío, siendo repelidas mínimamente por la flama de las lamparillas. El neófito se movió con rapidez, tratando de huir de aquella cárcel humana en que se había metido sin querer, entre aquellos dos cómplices, mientras gruñía: “Os mataré a ambos, ¡LO JUR…!”. La daga había logrado su finalidad. Fue el inmortal quien sujetó en un sutil movimiento al neófito que se daba en fuga, empalándolo contra la daga que sostenía firmemente Maggie. Inmediatamente después, se dejó caer en el sillón sin mucha fuerza, llevándose con él aquel cadáver, que empezaba a desvanecerse en una volátil ceniza. Las sombras envolvieron completamente al inmortal, dejando sólo el titilar de sus esmeraldas brillando como faro en altamar. Recostado plácidamente, como si extinguir la inmortalidad de uno de su raza fuera algo común, se acomodó los rizos alborotados por el veloz actuar. Muy en el fondo se arrepentía por lo ocurrido, no obstante, era claro que el indigente no deseaba razonar.
— Admiro su habilidad tan presurosa de socorrerme, madame — su voz se deslizó suave, incluso acompasando el sonido lascivo de la música que aún se vaporizaba en el ambiente — . Y os agradezco.—, puntualizó el vampiro. No tenía la seguridad suficiente como para afirmar si la mortal se había percatado de su condición. No temía que lo haya hecho, pero posiblemente haya preferido que Maggie siga con la duda e incomprensión que impregnaban sus pupilas. Una risita vesperal se escapó sin querer y endulzó el ambiente tenso— Y ahora reconozco su actividad nocturna predilecta —, susurró, aún entre las sombras. Kyros observó el puñal argéntico que había caído delicadamente sobre su vientre, invitándola a tomarlo. Si se atrevía.
— ¡Kierkegaard! —, una rugido lúgubre y de odio desbordante se internó violentamente en la mente del inmortal.«Imposible», pensó instantáneamente Kyros. Sin explorar las causas que pudieron haber permitido a ese neófito proyectar sus habilidades tan tempranamente, activó la defensa única: bloqueo mental. Los dientes del neófito chirriaron de ira al notar que sus intentos de entrar en la mente de messie Kierkegaard eran inútiles.
«Madame Maggie disfruta de juguetear con sus víctimas», observó para sus adentros el castaño. La mortal se había posicionado a espaldas del neófito, desenvainando su daga con un movimiento fugaz e imperceptible. El mínimo forcejeo que acontecía entre ambos sobrenaturales se detuvo al instante. Al parecer el repugnante novel no era inmune a las amenazas de alto calibre presentadas en una punzante daga de plata. Kyros no pudo evitar sonreír ampliamente ante la denominación tan amable que le otorgó Maggie; aunque una arrogancia poco ostentosa afloro en su labios, transformándose en una pálida medialuna. Su mirada sobrevoló hacia la de ella, visible apenas por encima del hombro del neófito, dispuesta a intimar y manejar un lenguaje silencioso con aquellos orbes oscuros y convincentes.
— Os aconsejo siga la recomendación que le ofrecen, messie—, seca y sin emoción la voz de Kyros emergió, clavándole instantáneamente el verdemar pendenciero de su mirar, como marea violenta. Un gruñido escapó del infeliz, como si de un animal se tratara. El gesto feroz de su rostro evidenciaba su indecisión enfrentada con su venganza. No había tiempo: Kyros barrió con la mirada el lugar, buscando mortales impertinentes. Si no se resolvía el embrollo, pronto el número nulo de espectadores iba a incrementar inconcebiblemente. Las sombras danzaban eclipsantes, envolviendo a aquel indeseable trío, siendo repelidas mínimamente por la flama de las lamparillas. El neófito se movió con rapidez, tratando de huir de aquella cárcel humana en que se había metido sin querer, entre aquellos dos cómplices, mientras gruñía: “Os mataré a ambos, ¡LO JUR…!”. La daga había logrado su finalidad. Fue el inmortal quien sujetó en un sutil movimiento al neófito que se daba en fuga, empalándolo contra la daga que sostenía firmemente Maggie. Inmediatamente después, se dejó caer en el sillón sin mucha fuerza, llevándose con él aquel cadáver, que empezaba a desvanecerse en una volátil ceniza. Las sombras envolvieron completamente al inmortal, dejando sólo el titilar de sus esmeraldas brillando como faro en altamar. Recostado plácidamente, como si extinguir la inmortalidad de uno de su raza fuera algo común, se acomodó los rizos alborotados por el veloz actuar. Muy en el fondo se arrepentía por lo ocurrido, no obstante, era claro que el indigente no deseaba razonar.
— Admiro su habilidad tan presurosa de socorrerme, madame — su voz se deslizó suave, incluso acompasando el sonido lascivo de la música que aún se vaporizaba en el ambiente — . Y os agradezco.—, puntualizó el vampiro. No tenía la seguridad suficiente como para afirmar si la mortal se había percatado de su condición. No temía que lo haya hecho, pero posiblemente haya preferido que Maggie siga con la duda e incomprensión que impregnaban sus pupilas. Una risita vesperal se escapó sin querer y endulzó el ambiente tenso— Y ahora reconozco su actividad nocturna predilecta —, susurró, aún entre las sombras. Kyros observó el puñal argéntico que había caído delicadamente sobre su vientre, invitándola a tomarlo. Si se atrevía.
Kyros Kierkegaard- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 25/05/2016
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Re: ¿Caballero de la triste armadura? |Libre
El frío y endurecido cuerpo del inmortal se tensó bajo el tacto de mi mano segundos después de escuchar y comprender mi amenaza. No acostumbraba a entablar conversaciones con mis presas, especialmente porque de esta forma les obsequiaba de un tiempo del que no disponía y perdía la ventaja que me daba el ataque sorpresa, pero en esta ocasión todo era diferente. Mi compañero de gremio se encontraba en una situación algo precaria frente al tercero en discordia, y tratar de pasar desapercibidos en un lugar así era la razón por la que en esta ocasión había decidido hacer una excepción.
La desconcertante y peculiar mirada del señor Kierkegaard dibujaba un camino invisible entre el vampiro que se encontraba posicionado entre nosotros y mis ojos que lo observaban expectante a su reacción, esbozando una media sonrisa que parecía mostrar una ligera sorpresa frente a mi comportamiento. Por su ligero movimiento minutos antes al acercarse hasta mi arma era consciente que sabía de mi profesión, al igual que yo la suya, así que a esas alturas era absurdo disimular durante más tiempo lo que ambos éramos. Sonreí fugazmente a mi acompañante, hundiendo un poco más la daga en el cuerpo del inmortal cuando un gutural sonido marcó el pistoletazo de salida. No iba a rendirse jamás, sino que por lo que indicaban sus gruñidos buscaría venganza por lo sucedido.
Mi mirada se clavó en la de Kyros, buscando algún tipo de señal que me indicase como continuar con esa reyerta que temía que se me escapase de las manos. Solo encontraba una solución a tal enfrentamiento y que ambos saliésemos airosos además de con vida, y no era otra que hundir la daga en lo más profundo del corazón de nuestro enemigo, esperando que ninguno de los presentes fuese consciente de ello. Desvié durante unos segundos la vista de los orbes esmeralda de mi nuevo amigo, buscando entre el gentío de clientes alguno que estuviese pendiente de nosotros y pudiese suponer un problema en la culminación de la cacería que teníamos pendiente de un hilo.
La mayoría de ellos, ebrios por el alcohol y sedientos por dejarse llevar hasta los placeres más inconfesables por las manos de alguna profesional, no estaban atentos a la incómoda situación en la que maese Kyros y yo nos encontrábamos. Más fue en el momento que sentí un repentino tirón entre mis manos y temí que mi presa se escapase antes de darle caza, cuando giré de nuevo la cabeza para encontrarme con la oscura mirada de mi compañero, que con rapidez y decisión se había adelantado a mis movimientos, sajando de un solo empujón la vida del inmortal que se desvanecía entre sus brazos contra la daga que yo empuñaba con fuerza.
Suspiré lentamente cuando vi como el cuerpo inerte del vampiro se desintegraba sobre un cazador que por el estado de estrés ante el que nos habíamos visto envueltos se encontraba recostado sobre el sofá. Todo había sucedido demasiado deprisa, pensé, y si no llega a ser por la increíblemente rápida reacción de Kyros en esos momentos habría un desgraciado vampiro más suelto por París, y tal vez alguno de nosotros estaría herido de gravedad. Sonreí de medio lado, excitada por lo ocurrido y al mismo tiempo complacida de que ambos hubiésemos salido ilesos. Tenía la esperanza de encontrar algún vampiro en aquel burdel, pero desde luego no que el desarrollo de la caza hubiese sido ese, sino de atraerlo hasta un callejón anexo al local donde darle muerte.
-Debería agradecerle yo a usted la rapidez con la que resolvió nuestro pequeño problema. Es de admirar su destreza en esta peculiar labor que nos ha sido asignada por gracia divina.- respondí tras una ligera sonrisa, acercándome lentamente hasta él.
Mordiéndome el labio con cierto nerviosismo, me percaté de que la daga descansaba sobre su regazo después de que el inmortal dejase de servir del sustento de ésta, daga que quería recuperar puesto que era regalo del que fue mi maestro durante un tiempo.
Tratando de quitarle importancia a lo sucedido y buscar un punto de complicidad entre ambos, me senté a su lado como si fuésemos viejos conocidos.- Ha sido excitante. Tal vez podríamos compartir alguna noche más de cacería, es más que obvio que formamos un buen equipo.- busqué con mi mirada la suya, notando como cierto rubor aparecía en mis mejillas cuando alargué la mano hasta la citada daga con el fin de recuperarla.- Disculpe. Fue regalo de mi maestro antes de marcharse, y le tengo cierto aprecio.
Mi mano permanecía sobre la daga sin llegar a tocarla, buscando el valor suficiente para bajarla hasta cogerla despacio, rozando inevitablemente con los dedos el vientre de ese enigmático cazador que permanecía atento a mis movimientos.- ¿Y si lo celebremos con una copa doble?- apunté con una pícara sonrisa, mientras me alejaba despacio de él, con la intención de recuperar la postura sentada a su lado.
La desconcertante y peculiar mirada del señor Kierkegaard dibujaba un camino invisible entre el vampiro que se encontraba posicionado entre nosotros y mis ojos que lo observaban expectante a su reacción, esbozando una media sonrisa que parecía mostrar una ligera sorpresa frente a mi comportamiento. Por su ligero movimiento minutos antes al acercarse hasta mi arma era consciente que sabía de mi profesión, al igual que yo la suya, así que a esas alturas era absurdo disimular durante más tiempo lo que ambos éramos. Sonreí fugazmente a mi acompañante, hundiendo un poco más la daga en el cuerpo del inmortal cuando un gutural sonido marcó el pistoletazo de salida. No iba a rendirse jamás, sino que por lo que indicaban sus gruñidos buscaría venganza por lo sucedido.
Mi mirada se clavó en la de Kyros, buscando algún tipo de señal que me indicase como continuar con esa reyerta que temía que se me escapase de las manos. Solo encontraba una solución a tal enfrentamiento y que ambos saliésemos airosos además de con vida, y no era otra que hundir la daga en lo más profundo del corazón de nuestro enemigo, esperando que ninguno de los presentes fuese consciente de ello. Desvié durante unos segundos la vista de los orbes esmeralda de mi nuevo amigo, buscando entre el gentío de clientes alguno que estuviese pendiente de nosotros y pudiese suponer un problema en la culminación de la cacería que teníamos pendiente de un hilo.
La mayoría de ellos, ebrios por el alcohol y sedientos por dejarse llevar hasta los placeres más inconfesables por las manos de alguna profesional, no estaban atentos a la incómoda situación en la que maese Kyros y yo nos encontrábamos. Más fue en el momento que sentí un repentino tirón entre mis manos y temí que mi presa se escapase antes de darle caza, cuando giré de nuevo la cabeza para encontrarme con la oscura mirada de mi compañero, que con rapidez y decisión se había adelantado a mis movimientos, sajando de un solo empujón la vida del inmortal que se desvanecía entre sus brazos contra la daga que yo empuñaba con fuerza.
Suspiré lentamente cuando vi como el cuerpo inerte del vampiro se desintegraba sobre un cazador que por el estado de estrés ante el que nos habíamos visto envueltos se encontraba recostado sobre el sofá. Todo había sucedido demasiado deprisa, pensé, y si no llega a ser por la increíblemente rápida reacción de Kyros en esos momentos habría un desgraciado vampiro más suelto por París, y tal vez alguno de nosotros estaría herido de gravedad. Sonreí de medio lado, excitada por lo ocurrido y al mismo tiempo complacida de que ambos hubiésemos salido ilesos. Tenía la esperanza de encontrar algún vampiro en aquel burdel, pero desde luego no que el desarrollo de la caza hubiese sido ese, sino de atraerlo hasta un callejón anexo al local donde darle muerte.
-Debería agradecerle yo a usted la rapidez con la que resolvió nuestro pequeño problema. Es de admirar su destreza en esta peculiar labor que nos ha sido asignada por gracia divina.- respondí tras una ligera sonrisa, acercándome lentamente hasta él.
Mordiéndome el labio con cierto nerviosismo, me percaté de que la daga descansaba sobre su regazo después de que el inmortal dejase de servir del sustento de ésta, daga que quería recuperar puesto que era regalo del que fue mi maestro durante un tiempo.
Tratando de quitarle importancia a lo sucedido y buscar un punto de complicidad entre ambos, me senté a su lado como si fuésemos viejos conocidos.- Ha sido excitante. Tal vez podríamos compartir alguna noche más de cacería, es más que obvio que formamos un buen equipo.- busqué con mi mirada la suya, notando como cierto rubor aparecía en mis mejillas cuando alargué la mano hasta la citada daga con el fin de recuperarla.- Disculpe. Fue regalo de mi maestro antes de marcharse, y le tengo cierto aprecio.
Mi mano permanecía sobre la daga sin llegar a tocarla, buscando el valor suficiente para bajarla hasta cogerla despacio, rozando inevitablemente con los dedos el vientre de ese enigmático cazador que permanecía atento a mis movimientos.- ¿Y si lo celebremos con una copa doble?- apunté con una pícara sonrisa, mientras me alejaba despacio de él, con la intención de recuperar la postura sentada a su lado.
Maggie Craig- Cazador Clase Media
- Mensajes : 357
Fecha de inscripción : 13/11/2016
Re: ¿Caballero de la triste armadura? |Libre
El tintinear de los cristales y las abrumadores exhalaciones eróticas no desconcentraban al vampiro de su reciente y principal inconveniente: la cazadora tenía la certeza de que el inmortal era un colega de oficio. Su primera observación fue que Maggie realmente disfrutaba de la caza de sobrenaturales, incluso tenía la sospecha de que prefería atravesar con su daga a vampiros más que a los hijos de la luna, que incluso llegaban a ser tan peligrosos como lo era su poco control sobre su inconsciente transformación. El rostro de Kyros se contrajo en una mueca de culpabilidad—que las sombras ocultaron en favor del vampiro—, como si hubiera cometido un delito y estuviera gravemente apenado. El inmortal ahuyentó cualquier idea que le sugiriera seguir con la farsa, al fin y al cabo, su actual condición anímica se limitaba a una sonrisa por día y seguir con aquel juego de roles mal supuestos seguro le traía mayor disgusto que diversión. Estaba agotado, moribundo, terriblemente infeliz. Medianamente traicionado. La inesperada visita del neófito le desagradó, por supuesto, no obstante, el comentario de compartir con la mortal una noche y teñirla de muerte causó la ruina de su empeño por olvidar lo pasado ese día. Un comentario inofensivo lo desarmó de todo brío que empezaba a apoderarse de él. La cazadora no había cometido infracción alguna. Era enteramente su responsabilidad el padecer de sentimentalismo agudo. Esa noche no tenía defensas, ni juicio; solo deseaba perderse a él mismo. Y a la vez, no sucumbir ante su decaimiento.
Se acomodó lentamente en el sillón—recostando media espalda en el lateral—segundos después de que Maggie recogiera con dubitación el presente de su querido instructor, ignorando la efímera caricia que le regaló el tacto de la mortal. No pronunció palabra debido a que ni siquiera tenía vitalidad para seguir fingiendo, incluso su encanto se vio claramente apagado y su rostro no mostraba emoción alguna. Esa vez las tinieblas no le brindaron ayuda, al contrario, se alejaron tanto de su rostro, que ya iluminado reveló su desaliento y desilusión. Era deseo del inmortal seguir compartiendo la velada con la mortal, pero—a pesar de sus esfuerzos y de la revitalizante compañía de la dama—había llegado al confín de su capacidad para soportar sus penurias conjugadas con lo que más odiaba: recordar que era una bestia sedienta. Era consciente de que acababa de eliminar a uno de su raza por necesidad y no por deporte, cuestión muy diferente a la de la cazadora frente a él. Kyros conocía el riesgo de seguir entreteniéndose con la mortal de esa forma. Peligroso porque, aunque en ese instante pudiera infligirle daño si reconocía su naturaleza sobrenatural, Kyros de seguro que se vería en disyuntiva entre defenderse o concederle la satisfacción de hundirle una estaca.
El asunto ya se estaba marchitando. Su dilema estaba causándole un dolor en el lóbulo occipital, lacerante e intenso, y se había perdido en pensamientos tan alejados del momento que su vista se había desconectado de la realidad brevemente. La invitación de Maggie quedó revoloteando lejos en un lugar del burdel. Negó con la cabeza por fin, luego de unos largos segundos—Debo declinar vuestro ofrecimiento, milady—comentó álgido. Kyros se percató de la ubicación de su puñal, que seguía sin reposar junto a la cintura de la mortal—. Sin embargo, mi señora Maggie , que mi sobriedad no la detenga—su mirada abandonó recelosa el brillo de la daga, engarzándola en el abrumador cobalto de la cazadora. Alzó la mano ante de oír alguna protesta por parte de la castaña. El tabernero se acercó y Kyros formuló con gentileza «Copa doble», aún reposando el sombrío jade de su mirar en su contraria. El cantinero se alejó hacia la barra—Uhm...—musitó pensativo. El inmortal sabía perfectamente por el rostro de la muchacha que se encontraba intranquila. Era de esperar, el vampiro estaba siendo muy cortante y aunque intentara volver a resucitar ese carisma asesinado por Ignis, no era suficiente para encaminar su semblante nuevamente—. Comentó que la persecución y ejecución de sobrenaturales os emociona...—susurró, aún consciente del lugar en el que se encontraban. Su vista nuevamente recayó cautelosa sobre su arma blanca—. ¿Vuestro oficio es una pasión? ¿Es una mera necesidad o una distracción...?—asesinar, pensó para sus adentros, pero su interrogante flotó inconclusa, dándole a entender que realmente no era predilecto en la actividad de cacería sobrenatural. Si su respuesta fuera la segunda, lo comprendía, pero le disgustaba. profundamente que se tratara de una de esas cazadoras.
Se acomodó lentamente en el sillón—recostando media espalda en el lateral—segundos después de que Maggie recogiera con dubitación el presente de su querido instructor, ignorando la efímera caricia que le regaló el tacto de la mortal. No pronunció palabra debido a que ni siquiera tenía vitalidad para seguir fingiendo, incluso su encanto se vio claramente apagado y su rostro no mostraba emoción alguna. Esa vez las tinieblas no le brindaron ayuda, al contrario, se alejaron tanto de su rostro, que ya iluminado reveló su desaliento y desilusión. Era deseo del inmortal seguir compartiendo la velada con la mortal, pero—a pesar de sus esfuerzos y de la revitalizante compañía de la dama—había llegado al confín de su capacidad para soportar sus penurias conjugadas con lo que más odiaba: recordar que era una bestia sedienta. Era consciente de que acababa de eliminar a uno de su raza por necesidad y no por deporte, cuestión muy diferente a la de la cazadora frente a él. Kyros conocía el riesgo de seguir entreteniéndose con la mortal de esa forma. Peligroso porque, aunque en ese instante pudiera infligirle daño si reconocía su naturaleza sobrenatural, Kyros de seguro que se vería en disyuntiva entre defenderse o concederle la satisfacción de hundirle una estaca.
El asunto ya se estaba marchitando. Su dilema estaba causándole un dolor en el lóbulo occipital, lacerante e intenso, y se había perdido en pensamientos tan alejados del momento que su vista se había desconectado de la realidad brevemente. La invitación de Maggie quedó revoloteando lejos en un lugar del burdel. Negó con la cabeza por fin, luego de unos largos segundos—Debo declinar vuestro ofrecimiento, milady—comentó álgido. Kyros se percató de la ubicación de su puñal, que seguía sin reposar junto a la cintura de la mortal—. Sin embargo, mi señora Maggie , que mi sobriedad no la detenga—su mirada abandonó recelosa el brillo de la daga, engarzándola en el abrumador cobalto de la cazadora. Alzó la mano ante de oír alguna protesta por parte de la castaña. El tabernero se acercó y Kyros formuló con gentileza «Copa doble», aún reposando el sombrío jade de su mirar en su contraria. El cantinero se alejó hacia la barra—Uhm...—musitó pensativo. El inmortal sabía perfectamente por el rostro de la muchacha que se encontraba intranquila. Era de esperar, el vampiro estaba siendo muy cortante y aunque intentara volver a resucitar ese carisma asesinado por Ignis, no era suficiente para encaminar su semblante nuevamente—. Comentó que la persecución y ejecución de sobrenaturales os emociona...—susurró, aún consciente del lugar en el que se encontraban. Su vista nuevamente recayó cautelosa sobre su arma blanca—. ¿Vuestro oficio es una pasión? ¿Es una mera necesidad o una distracción...?—asesinar, pensó para sus adentros, pero su interrogante flotó inconclusa, dándole a entender que realmente no era predilecto en la actividad de cacería sobrenatural. Si su respuesta fuera la segunda, lo comprendía, pero le disgustaba. profundamente que se tratara de una de esas cazadoras.
Kyros Kierkegaard- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 25/05/2016
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