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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Invitado Mar Abr 04, 2017 11:24 am

Lo buscaban como lo habían buscado muchas veces, como esa mosca pesada que no deja de rondar un día caluroso de verano hasta que te acabas hartando y la matas de un golpe, ¡zas!, adiós al zumbido molesto y pesado que no dejaba de volar alrededor y... ¿de qué hablábamos? ¡Ah, que lo buscaban! Sí, cierto. Siempre lo habían hecho por un motivo o por otro, Ciro había sido un hombre (más o menos...) considerablemente popular, bien fuera por pecador, por molestar a quien no debía o directamente porque le gustaba que alimentaran su ego; no en vano había sido rey, y a veces seguía siéndolo, pero sólo cuando le apetecía, no cuando se lo pedían.

Así pues, Ciro sabía lo que era ser buscado y perseguido, y no le extrañaba lo más mínimo, aunque cuando lo hacía la Inquisición, lo cierto era que la cosa empezaba a tornarse molesta de verdad, como ese moscardón de antes. Y si bien había conseguido, milagrosamente (eso era indiscutible hasta para él: no existía ni un dios ni los milagros, pero si él se encargaba de ello, las cosas que sucedían se convertían en tales. ¡Magia!), que la Iglesia lo dejara tranquilo durante las últimas décadas, a veces seguían teniendo que volver a aparecer para recordarle que, para su desgracia, seguían estando ahí. Si no fuera porque hacía tiempo que había dejado de importarle lo que esos fanáticos (mira quién habla, precisamente, de fanatismo...) hicieran, tal vez le preocuparía, pero ya no lo hacía.

Que no le preocupara, sin embargo, no significaba que no le molestara. Tan centrado como estaba, cuando sus pensamientos no volaban libremente por ese caos puntiagudo y doloroso que era su cabecita medio rubia, medio castaña, en su venganza, lo cierto era que tener que centrarse en no dejar un rastro para atraer a soldados con crucifijos era un bendito, nunca mejor dicho, fastidio. ¿Es que nadie les había comentado que los Templarios hacía mucho tiempo que se habían eliminado! ¡Que abandonaran de una vez todo ese mundillo de monjes soldados, demonios! Estaba muy visto, a nadie le interesaba, a nadie le caían bien todos ellos con sus malditas estupideces; ya bastaba. Y lo decía él, que de estar desfasado sabía bastante... para su desgracia.

Lo peor del caso no era eso, sino cuando se pensaban que eran inteligentes y él era quien les seguía el rastro, no al contrario. No es que se tratara de una cuestión de mayor talento, aunque era evidente que el espartano lo poseía a raudales hasta estando como una maldita cabra; no, se trataba de que no consideraban necesario ocultarse, y así hasta un ciego podría llegar a ver el rastro brillante que dejaban. Éste era muy parecido al de Ciro en sus mejores momentos, aunque el del espartano estaba formado íntegramente por sangre y vísceras, como aquel en concreto que estaba esparciendo a su alrededor en las afueras de la ciudad, y el de los inquisidores también tenía cenizas de vampiros que cazaban a veces. Y no sólo eso: también los cazaban otros vampiros...

¡El sinsentido máximo, efectivamente! Pero luego el loco era él, ¿no? Si no lo hubiera sabido con absoluta certeza, tal vez habría desdeñado esa idea como un fruto de sus desquiciados pensamientos, pero no es que lo supiera, es que estaba viendo acercarse a su trampa al vampiro en cuestión, otomano y que no llegaba ni al medio milenio: un niño a sus ojos. Si ya tan solo tuviera la vitalidad de un crío en vez de esa melancolía que hacía bostezar al espartano de puro aburrimiento simplemente viéndolo... No le gustaba esa pasividad, ¿de acuerdo? Le daba ganas de zarandearlo, de romperlo por completo a ver si así se le pegaba la risa del espartano ante la violencia, lo sádico y todas las cosas malas para el resto pero que para él eran su pan y su vino de cada día.

¿Qué te he hecho? ¿He matado a tu familia, a tu amante, a tu creador, a tu maldita descendencia? He perdido la cuenta, me han acusado de todo ya, pero quiero saber por qué me sigues, empieza a ser molesto. – espetó Ciro, desde las sombras (siempre teatral, a eso no renunciaba), al vampiro que acababa de llegar, siguiendo el rastro que el espartano había conseguido hacer lucir casual pero que, realmente, estaba tan estudiado como muchas de las cosas que hacía, pese a su locura. – ¿Vas a hablar o tengo que abrirte la boca a golpes? No me importaría, pero dímelo, por ir preparando los puños. – sonrió, amenazante, y aún en la semipenumbra. Planeaba pasárselo muy bien...
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Mensaje por Zlatan Hadžić Mar Jul 11, 2017 11:27 pm


Desde que era mortal, Zlatan encontraba tranquilidad en el estudio, en la lectura, en aprender no de manera egoísta, como para saberlo todo y luego conquistar al mundo; lo de él era más inmediato y sincero, aprendía para luego enseñar a otros. Siendo inmortal, aquello no había cambiado, al contrario y mucho más luego de dejar el lado de Franka, su creadora. En todo ello, en letras y anales encontró paz, y en la Inquisición encontró un camino a la redención, incluso cuando eso significó renunciar a la fe musulmana, aunque para entonces ya no creía en nada y había intentado quitarse la vida tantas veces cuando todavía podía, que incluso si creyera, estaba destinado a no ir al lado de los profetas, por pecador.

Ser bibliotecario era perfecto. Ideal. Podía seguir aprendiendo, estar dentro de esa institución y estar casi siempre solo, como le gustaba. No era enviado a luchar, a dar caza a otros como él, o no del modo convencional. Era él quien proveía de las herramientas a los soldados y espías para sus misiones. Señalaba mapas, ataba cabos, y allá iban los demás. Quizá su labor era más artera de lo que había creído.

Y en esa incansable tarea, se topó una y otra vez con un inmortal registrado que luego, de la nada, desaparecía. Así, como humo. No dejaba rastro, sólo para volver a reaparecer algunos cientos de años después, aunque de esto no estaba tan seguro, él había llegado a esa conclusión movido y asido a las pruebas, y la posibilidad de poder preguntarle directamente era virtualmente nula.

O no.

Algunos meses atrás, en una sede francesa de la Inquisición, escuchó a dos soldados hablar de algo que llamó su atención. Concordaba con su búsqueda y tras recabar más datos, se dispuso a hacer algo que usualmente no hacía: una cacería. Aunque Zlatan estaba más interesado en conocer que en asesinar.

Al final, resultó que los papeles se habían cambiado y él era el que iba directo a la trampa de su objetivo. Se dio cuenta tarde, y de todos modos no le importó, porque a final de cuentas ese era su objetivo. Verlo, preguntarle, confirmar y dejarlo en paz. Ya se encargarían los soldados o los cazadores de matarlo. Si había vivido tanto como calculaba, sería porque era hábil. Porque ese era Zlatan, se preocupaba incluso por aquel vampiro que causaba estragos. En el sentido estricto, el otomano era un traidor a la institución.

No, que yo sepa —se adentró a la penumbra de la monumental catedral—. No harán falta los golpes, hablaré. Advierto que la palabra no es mi fuerte, pero ha sido un arduo camino, al menos para mí. ¿Lo ha sido para ti? Sólo quiero conocerte, no quiero tomarte el pelo, es verdad, si eres quien creo, has vivido muchas vidas, y eso me interesa. Vengo como hombre que busca la verdad, no como inquisidor, si así quieres verlo —y fue meridiano. Declaró sin más que era inquisidor porque la honestidad era muy importante para él, y porque algo le dijo que el otro ya estaría enterado de ese detalle.

Mis manos a penas se han manchado de sangre inocente. No voy a negar que no he matado, sobre todo si consideramos lo que soy. La muerte que he dado es por hambre, no por servir a un Dios en el que no creo. No deberías preocuparte por eso. La verdadera pregunta aquí es si yo debería hacerlo—, pausó—, ¿debería preocuparme, y cuidarme de ti? —Continuó avanzando con pasos cautelosos, buscando figuras entre las sombras y entonces se topó con un par de ojos claros que lo miraban como si fueran capaces de adentrarse a su interior y arrancarle sus secretos.
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Mensaje por Invitado Sáb Ago 05, 2017 4:01 pm

Si Ciro tuviera una lista con toda la gente a la que había matado, sería más o menos del tamaño de toda la península del Peloponeso, ¡sin exagerar! Bueno, tal vez exagerando un poquito porque siempre podía hacer la letra más pequeña, pero era larga, de eso no cabía duda; además, sería una cosa práctica, porque así sabría quién iba a irle detrás y... ¿de qué estaba hablando? ¡Ah, de enfadar gente! De entre sus muchos talentos, y ni estar como una santa cabra le iba a quitar la capacidad de saber valorárselos (en otras palabras: ego), molestar a los demás era uno de los más destacados, entre otras cosas porque lo había practicado hasta la saciedad, pero ahí estaba.

Sí, efectivamente: su lista de enemigos era larga, no definamos cuánto para ahorrarnos dolores de cabeza, pero no recordaba a aquel en concreto, y por eso no le sorprendió cuando le dijo que no había matado a nadie de sus conocidos. Oh, no, ¡casi se sintió decepcionado al respecto...! Con lo interrelacionado que estaba todo el mundo, Ciro estaba seguro de que el vampiro conocía a alguien que conocía a alguien que, a su vez, conocía a alguien a quien el espartano había matado o herido, de eso no le cabía duda; sin embargo, por mucho que su humor fuera violento (¿y cuándo no lo era, demonios!), el otro no le estaba buscando pelea.

¡Qué aburrimiento! Ciro dedicó ese tiempo de verborrea verbal que le dedicó el vampiro inquisidor (traidores, todos ellos, ¡y la historia decía que él lo era! Si algún día conocía a la maldita musa Clío la mataría por tergiversadora y zorra y... ¡ya se estaba evadiendo de nuevo!) a observarlo, y en esos segundos que duró su mirada paseando por el otro, casi tuvo tiempo de odiarlo. Casi, nada más, porque Ciro era muy selectivo con las personas a quienes les dedicaba su más profundo rechazo; de hecho, hasta el momento solamente uno se había ganado a pulso esa posición, pero había otros candidatos, de eso no se olvidaba. ¿Lo sería el que tenía enfrente? Pues a saber, ¿acaso tenía pinta de Oráculo de Delfos? ¡No, griego equivocado!

Ajá. – esa fue su única respuesta, dos sílabas que le salieron de la boca con tanta indiferencia y tan cortantes que parecieron cuatro, en vez de las que realmente fueron. Eso sí, con la indiferencia con que las había pronunciado pareció seco, casi tan tranquilo como el inquisidor, aunque ni de broma porque de repente se movió rápido, tan caótico como lo que había en ese cráneo suyo tan codiciado por muchos. Sí, sí, codiciado, que sea para colocarlo en una pared como el premio de una cacería particularmente complicada es otra historia, y no tiene nada que ver en absoluto con el tema en cuestión. Hablando de lo cual...

No voy a confiar en un tipo al que no conozco y que me toma por imbécil diciendo que se presenta como hombre cuando no lo es, no me importa que te ofenda. – espetó, pero no fue tan cortante como podría haber sido, sino que sonó incluso aburrido mientras lo decía, en contraste con sus movimientos rápidos, alrededor del vampiro, estudiándolo como el depredador antiguo y desquiciado que era él. – Y eres inquisidor. No tienes ni idea de la pereza que me da eso. ¿Por qué no debería partirte el cuello ahora mismo? Es lo que más me apetece. – reflexionó, más para sí mismo que para el otro, e incluso se llevó una mano a la mandíbula para, de esa guisa, aparentar todavía más que reflexionaba.

¿Qué habíamos dicho de la teatralidad del vampiro? Ahí estaba, vivita y coleando, pues incluso mientras el vampiro inquisidor extraño que lo había intentado atrapar a él en... ¿dónde estaba? Ah, sí, en la Catedral, lo mismo daba porque todo tenía tan poca lógica como un vampiro ateo en las filas de la Iglesia, ¡pero luego el loco era él! Vaya panda de hipócritas estaban hechos todos, al menos él llevaba su cabecita desquiciada con orgullo, como no podía ser de otra manera porque seguía tratándose de Pausanias, Ciro, el espartano vencedor, vampiro inmortal, vencedor de la tortura y un millón de cosas más.

Me aburres. ¿Me buscas y ni siquiera sabes si debes cuidarte de mí? La Inquisición está cada vez más de capa caída. – criticó, chasqueando la lengua, y entonces lo golpeó en la garganta, de modo que lo dejó mudo unos pocos segundos, nada más. No había ido a matarlo, ni tampoco mucho a hacerle daño; había ido a demostrar que el vampiro estaba loco de atar y que al inquisidor más le valía andarse con ojo con él. ¡Encima de que hacía una obra de caridad y avisaba...! – Estoy esperando, si me buscabas es por algo. ¿Qué he hecho ahora? – preguntó, con cierta curiosidad. Poca, pero menos daba una piedra.
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Mensaje por Zlatan Hadžić Lun Sep 11, 2017 11:46 pm


Hace años, sin exagerar, siglos quizá, que no sentía algo parecido. Zlatan era de esos que tenía las emociones a flor de piel, muy para su desgracia, pues era fácil herirlo y hacerlo sangrar de sus más profundas honduras. Era demasiado bueno, o ingenuo, o torpe, para su propia desgracia. No el candidato que uno apuntaría para darle la inmortalidad. La sed de sangre, poder, locura o muerte no era algo que lo moviera. La mayor parte del tiempo, no sabía en realidad qué era lo que lo motivaba, y luego sólo podía llegar a un puerto: el saber. Eso era lo que lo mantenía en el plano de lo terrenal, el conocer y desentrañar secretos. Hasta ahora una labor más bien segura, aunque claro, frente al objeto de estudio, eso estaba a punto de cambiar.

Los soldados que han perdido un miembro en la guerra, a veces todavía se levantan por las noches, sintiendo esa mano o esa pierna, padeciendo dolor en un sitio que ya no existía más. Lo mismo le sucedió a Zlatan en ese instante, tuvo síndrome del corazón fantasma, pues sintió algo en su pecho, como si sus entresijos aún palpitaran y bombearan sangre. Al menos, creyó, si iba a dejar de existir a manos del otro, lo haría teniendo la sensación de estar vivo una última vez. Tragó saliva.

No, no, tienes razón... —comenzó. Y fue a dar un discurso casi existencialista sobre la vida y no vida de un vampiro. No obstante, ya no pudo. De la nada surgió el golpe, directo a la garganta, y casi se ahogó con su propia saliva, con sabor a cobre, como si tuviera una moneda debajo de la lengua.

Se quejó, pero fue muy suave, pues ni eso alcanzó a hacer. Se inclinó al frente, al grado de quedar sobre una rodilla en el suelo de piedra de la catedral, con una mano sobre la garganta. Tuvo que recuperar aliento a duras penas, y alzó el rostro. Los ojos oscuros como ascuas a punto de extinguirse, los del otro, claros en más de un sentido. Zlatan pudo ver en ellos una locura palpable, y a la que la lógica le decía que debía huirle, sin embargo, se quedó ahí. Como pudo, y tras unos segundos, se puso de pie de nuevo, sin soltarse el cuello.

Casi lo haces. Partirme el cuello, quiero decir. —La voz le salió un poco más ronca, pero logró hablar con fluidez—. Si eres quien creo, sé que debo cuidarme de ti. Un hombre…, perdón, un vampiro de tus años es especialmente susceptible al uso de las palabras, por lo que veo. Yo no puedo ni siquiera imaginarlo, pues poseo apenas una fracción de tu edad. —Al fin, y tras sobarse por última vez, bajó ambos brazos.

Mírame, no soy un guerrero. Aunque creo que en eso tienes razón, la Inquisición pasa por un mal momento, aunque si te soy sincero, lleva así desde hace siglos. —Quiso reír y luego pensó que no era del todo prudente. Carraspeó—. Como sea, me dedico a investigar, y mis pistas me han traído hasta ti, a pesar de que, fuiste tú al final quien realmente me trajo a esta trampa. No, nada te impide acabar conmigo ahora, te aseguro que ni las manos metería, no poseo instinto alguno de supervivencia, lo digo muy en serio. No preguntes cómo demonios he sobrevivido tanto tiempo, porque ni yo mismo lo sé. —Y no era broma. Suspiró.

Ahora y siempre, has hecho muchas cosas. Aún no tengo certeza de que seas tú a quien busco, pero si lo eres, todas tus hazañas, grandiosas y terribles, han quedado documentadas. Todas, o la gran mayoría. Eso es lo que estoy buscando, al autor de todo ello. Una noche mi curiosidad va a terminar por aniquilarme, pero espero que ésta no sea. —Entornó la mirada y terminó de manera muy solemne. No, aún ni comprobaba nada, pero una parte de él, las entrañas, el anhelo, le decía que este vampiro con un claro problema de locura era a quien había estado buscando.

No que ello lo decepcionara. No que su demencia ajara el hallazgo. Simplemente lo convertía en algo nuevo e inesperado. Lo intrigaba más, todavía.
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Mensaje por Invitado Lun Sep 18, 2017 1:24 pm

¿Débil? Por favor, el vampiro que tenía delante le daba un nuevo significado a la palabra, ¡y encima veía necesario decirle que no era ningún guerrero! ¡A él, guerrero legendario donde los hubiera, rey y general vencedor en una de las grandes batallas de la Antigüedad! Los vampiros jóvenes no tenían ni idea de nada, se movían como si tuvieran derecho a existir sólo porque habían sido afortunados por algún imbécil alguna vez y le faltaban al respeto a uno de los grandes, ¡él! Oh, cuán ofendido se sentía el espartano, cuán molesto, cuán...

Avergonzado, de hecho, por respirar el mismo aire (no literalmente, claro, que no se olvidaba de que estaba muerto) que el otro. ¡Por favor, qué bajo había caído! ¿Y encima el vampiro decía que le había estado siguiendo el rasgo? Para aprender de sus hazañas, en teoría, y eso Ciro lo podía aceptar porque así el patetismo inicial no sería para tanto al final. No se lo iba a agradecer tampoco, por cierto, porque ¡qué menos que interesarse por un ser tan increíble como él!, pero no hacía más que lo que debía, y aunque sólo fuera por eso, Ciro se comportaría durante un rato.

Es más, aparte de comportarse, se quedó quieto y escuchó (fingió escuchar, en realidad; no estaba muy interesado en las elucubraciones del pusilánime ser que tenía delante) durante todo el rato que el otro abría la boca y emitía sonidos poco lógicos, todo un ejemplo de saber estar que, en condiciones normales, no habría dado Ciro. Y así continuó bastante, hasta que el otro dejó de hablar, ante lo cual el espartano ladeó la cabeza y lo miró, un tanto pensativo, sumido en sus propios pensamientos y en un silencio que contrastaba con la cotorra con la que se había ido a topar.

Así que no sabes del todo quién soy, pero aun así me sigues la pista. Ya. ¿Y esperas que me lo crea? – inquirió, alzando una ceja y con la lógica de su mano, en brutal contraste con la actitud violenta de antes y de casi siempre, mas ¿acaso no era Ciro un hombre (vampiro, ¡ya se ha entendido!) de contrastes...? Incluso desde su más tierna humanidad se había caracterizado por no ser del todo lo que se esperaba de él, por presentar aristas fascinantes, como el resto de él, y eso era algo que ni los años ni las torturas habían mitigado en absoluto, sino que incluso lo habían multiplicado. Con razón estaba como estaba...

No sé si eres más estúpido, por tu ignorancia, o patético, porque eres incapaz de recibir un buen golpe o de salvar tu propio pellejo. Me lo creo, tranquilo, y no porque no tengas motivos para mentir, sino porque ¡mírate! Eres patético, en definitiva. – opinó, con la arrogancia de quien se sabe no poseedor de ninguna de esas características y sí de las contrarias: inteligencia y gloria, hasta si ésta se encontraba mermada, mellada y un tanto dañada por los acontecimientos. Eso el otro no tenía por qué saberlo, ¿no...?

Bueno, ¿y qué si lo hacía! ¡No era nada de lo que avergonzarse! La parte en la que el responsable de su estado había sido un cazador humano sí, bueno, pero al principio, cuando nadie sabía que el mismo Ciro lo había convertido en lo que era. ¡Entonces ya era mucho menos ofensivo haber sido herido hasta el punto en que lo había sido por un simple mortal! De todas maneras, eso no había podido llegar a ningún registro ni documento; por lo que él sabía, y sabía mucho de casi todo, era demasiado reciente y anónimo para haber dejado un rastro, así que, en ese sentido, estaba a salvo.

¿Quieres saber quién soy? Bien, soy Pausanias, diarca de Esparta, y también soy Ciro, vampiro legendario y milenario. ¿Por cuál de mis acontecimientos importantes vas a preguntar? Tengo una vida entera de ellos. – espetó, con orgullo y arrogancia a partes iguales, estirado y quieto como correspondía a un monarca antiguo, y ¿acaso no se había presentado como tal? Ciro conocía la importancia del teatro, no en vano era heleno, y sabía del poder de unos buenos gestos para rematar una aún mejor actuación, así que se entregó al papel y cedió... por el momento. Hasta que se cansara. Siempre con quizás porque no aguantaría mucho así, y los dos lo intuían, seguramente.
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Mensaje por Zlatan Hadžić Lun Nov 13, 2017 12:00 am


Zlatan estaba acostumbrado a los insultos, no que ello significara un logro. Era la perfecta víctima de aquellos que son más fuertes, o más inteligentes, así había sido incluso en su mortalidad. El otomano sabía que poseía una mente privilegiada, pero en esa humildad suya, no creía que era el más de nada. A pesar de ello, siempre dolía, aunque ya no le afectaba como antaño, así que dejó al otro hablar, escupir su veneno con un estoicismo que era desesperante.

¡Vamos Zlatan! ¡Enójate aunque sea un poquito! Porque parecía ni siquiera conocer esa emoción. Prefería recibir los golpe con la cara en alto que tratar de defenderse, ¿acaso eso le traía algún tipo de gloria? No, y eso era lo peor del caso.

Una vez que el otro hubo terminado, dio un paso al frente, un haz de luz exterior se posó sobre su rostro, justo en los ojos oscuros. Ese sencillo acto hizo que el golpe que acababa de recibir le volviera a doler. Tragó saliva y fue una tortura.

No voy a negar ninguna acusación, excepto una —comenzó—, soy estúpido, ignorante y patético, eso lo acepto, no eres el primero que lo dice. Lo que voy a tener que refutar es el hecho de que esas cosas las soy por no poder asegurar quien eres. Ahora ya lo sé, Pausanias, era esa la respuesta y el nombre que buscaba. Soy un hombre de ciencia, no puedo hacer conjeturas a la ligera —declaró, y guardó silencio de nuevo. Se dijo que debía guardarse las disertaciones para otra ocasión, pues este vampiro, Pausanias, o Ciro, no parecía poder prestar atención por demasiado tiempo.

Tenía al objeto de estudio donde quería, o casi, porque la posibilidad de morir por segunda vez y para siempre, era latente. Caminó de nuevo, rodeando al otro, con una cautela que parecía dolorosa, y por demás obvia. Era evidente que le tenía miedo. Pero siendo fieles a la verdad, Zlatan temía a muchas cosas.

Tus logros como rey espartano, eso fue lo que me interesó de ti. No sé si lo has hecho apropósito o es algo inherente a haber vivido tantos años, pero…Ve al punto, Zlatan—. Pero has dejado pistas a lo largo de los siglos, aunque no sabía si estaban ahí o yo estaba obsesionado con encontrarte y por eso las veía. A veces desapareces de los anales de la historia, pero vuelves a aparecer. En escritos, en hazañas, en el arte. Recopilé toda la información que pude encontrar, y toda ella me llevó a un callejón sin salida. Creí que habías desaparecido finalmente y para siempre, entonces escuché los rumores, que me condujeron hasta aquí, hasta ti —explicó—. Haz hecho cosas terribles, enormes, pero terribles, y no sé por qué encontré interés en ti, un ser casi mítico. Quizá porque eres todo lo que yo no soy. O porque las pistas aparecían una y otra vez ante mí, y debía develar este secreto. Encontrarte ha sido sólo el primer paso… —Fue a continuar, pero se detuvo al darse cuenta que lo estaba haciendo otra vez, hablando mucho. Se rascó entre las cejas y rio.

Ahora me restaría tratar de convencerte para hablar más, pero no pareces del tipo que tiene mucha paciencia, así que aprovecharé que has hecho la invitación —dijo con educación, a pesar de que el otro lo había golpeado y parecía dispuesto a volver a hacerlo. Estaba tranquilo, pero eso sólo alertaba más a Zlatan—. Te voy a preguntar de ese periodo en el que desapareciste hace relativamente poco, ¿qué sucedió? ¿Puedo saber o es demasiado pronto para preguntar? —Dio un paso hacia atrás, como si temiera que el puño ajeno pudiera alcanzarlo.

No te pido que comprendas mi curiosidad. Y la verdad, no sé qué pedirte y qué no. Has resultado más complicado de lo que esperaba —declaró con un dejo de recelo en su voz, que de por sí era suave, a pesar del acento balcánico. Hablaba más como un poeta que como un científico, hablaba más como un hombre a punto de morir, que como un vampiro.
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Mensaje por Invitado Sáb Nov 25, 2017 1:12 pm

Ciro estaba loco de atar, la cosa parecía así de simple, y sin embargo apenas hacía falta un vistazo de alguien medianamente avispado para darse cuenta de que la situación de simple tenía lo mismo que Ciro de adicto al sol: nada en absoluto. Ni siquiera hacía falta conocer al espartano para llegar a esa conclusión, y así lo había hecho el pusilánime aquel al que Ciro había sometido con sólo existir, igual que, estaba seguro, muchos otros como él. Ese era un talento particular de los depredadores, así como él lo era: podían captar la debilidad a kilómetros, e igual de bien podían captar cuándo otros ya habían sido explotados hasta deshacer las costuras que los convertían en algo con una forma definida. ¡Cómo no saberlo si ese era su alimento...!

No alimento en un sentido primario de la palabra, no, sino sustento del alma, o de esa cosa negra y retorcida que en todo caso parecería la psique de Ciro si en algún momento se dejara abrir la cabeza el vampiro malhumorado aquel. ¿Por dónde íbamos? Ah, sí, que Ciro era un depredador y captaba presas, ¡siguiente asunto! ¿Cuál toca en la orden del día? Otro parecido: Ciro era un egocéntrico aún, muy en el fondo de su psique hecha cascotes tras las torturas continuadas de aquel que no merecía ni ser nombrado, y le gustaba mucho escuchar los milagros de quien había sido. En aquel momento, al menos... En otro, sólo por eso, ya lo habría matado, pero esa era la belleza de la locura, que era imprevisible por completo.

Uno acaba aburriéndose del anonimato. ¿De qué sirve ser un rey magnífico y que las musas escriban sobre ti si tu nombre es olvidado y nadie es capaz de recordarlo? – afirmó, absolutamente convencido, y por algún maravilloso tipo de milagro fue capaz de adoptar un tono y una actitud tan aburridos como sus palabras habían sugerido que se sentía ante la idea del olvido. Como si fuera aburrimiento lo que le provocaba a él, o a cualquiera (¡sí, estaba dispuesto a considerarse semejante a parte del vulgo en eso! No igual porque eso era imposible, pero sí algo parecido, que menos daba una piedra), la idea de no ser recordado nunca más.

Mala hierba nunca muere, estúpido, ¿ser un hombre de ciencia no te ha enseñado eso? Incluso si hubiera muerto, todo eso que te ha llevado a mí te permitiría recordarme, pero ya ves que no lo he hecho, ni tampoco creo que vaya a pasar nunca. Antes muerto que morirme. – afirmó, y sonrió con una mueca macabra y llena de dientes ante aquel chiste malo, mueca que quedaba intensificada por sus afilados colmillos y por su aspecto, al mismo tiempo regio y salvaje porque así era él, tan dual que dolía. Bueno, les dolía a otros, él se había hecho la promesa de que nada más le haría daño tras la horrible tortura a la que su némesis lo había sometido y, de momento, la estaba cumpliendo genial, con un éxito arrollador. Por supuesto, por otro lado, ¡seguía tratándose de él!

Que hayas leído sobre mí no significa que me conozcas, así que no asumas. – ordenó, y continuó con ese tono porque el otro, débil y asustadizo, así se lo provocaba. – Entiendo tu curiosidad, demonios, ¡quién no la sentiría por mí y por Pausanias! Somos el mismo pero ya no soy él, es una larga historia. En cuanto a lo demás, me retiré, no voy a responder nada más. Si quieres saberlo, morirás después de oírlo, así que tú eliges: vida o conocimiento. Vamos, hombre de ciencia, es una elección complicada, ¡lo sé! – provocó, con una mueca de diversión en los ojos y en la boca, cuyas comisuras se estaban elevando un tanto para dar muestra de esa hilaridad sádica que sólo le parecía divertida a él, y nada a sus víctimas... a fin de cuentas, lo que el otro, quisiera o no, era.
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