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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Yvette Béranger Dom Jun 11, 2017 7:13 am

Continúa de Toc-toc




¿Qué clase de familia dejaría que su hija se volviera loca? Esa era la pregunta que se había hecho Yvette desde el momento en el que creyó que estaba empezando a enloquecer. Aunque lo cierto era que nadie en su casa parecía haberse percatado de nada, y, si lo hacían, lo achacaban a la pérdida de su padre —aunque había pasado tiempo ya— o al cambio de residencia. Su pacífica Saint-Denis era tan distinta a París… Quizá debía ir a pasar unos días allí, a la casa de su padre, y así poder pensar con claridad sobre todo aquello. Estando allí nadie la molestaría, conocía innumerables lugares donde poder esconderse sin que la encontraran para tener tiempo de ordenar sus ideas. Aunque el manejo del tiempo parecía lo primordial, los sueños también eran un problema para ella, e Ilanka también se había expresado curiosidad por saber más. Yvette deseaba contárselo todo, pero necesitaba tiempo para entenderlo mejor, o, al menos, encontrar algún patrón o similitud entre ellos. Ahora que conocía esa extraña sensación de vacío y náuseas que le dejaban al despertar, podía identificarlos mejor. Eso ya era un avance para ella.

Aunque la mano de Ilanka tendida frente a ella era la respuesta que estaba esperando, sintió miedo, el mismo miedo que se siente cuando un ser humano sabe que tiene que enfrentarse a lo que acecha. Miró la mano unos segundos y después a ella. Se mordió el labio inferior con fuerza, casi hasta sentir el sabor de la sangre en la boca, y terminó aceptando esa invitación para salir a, como ella había dicho, redescubrir el cielo. Cuando vio que Ilanka se ponía su abrigo, se dio cuenta de que no había traído el suyo, pero estaba tan nerviosa, excitada y asustada que apenas sentía ni el calor de la habitación ni el frío que les esperaba en la calle. Cruzaron el hotel con paso tranquilo y sin llamar la atención. Pasaron cerca del comedor, donde ya habían empezado a servir las cenas, y el olor de la comida caliente hizo que Yvette ralentizara el paso. Tenía hambre, pero Ilanka no parecía que quisiera comer todavía. Tenían otras cosas que hacer.

La siguió fuera, y se dio cuenta de que la lluvia que había provocado la rusa había dejado su huella en el suelo empapado. Todavía quedaban charcos en la calzada, pero, curiosamente, sólo en las calles colindantes del hotel. El rastro de la lluvia estaba perfectamente delineado, como si hubiera estado limitada. En realidad, así había sido, sólo que eso era algo que tan sólo sabían ellas dos. Había transeúntes que miraban el suelo mojado extrañados, puesto que la tarde había estado despejada de nubes, sin amenaza de tormenta. ¡Ay, pobres ilusos! La joven rubia se permitió sonreír con malicia al ver algunas caras de desconcierto, sobre todo de aquellos que salían a la calle por primera vez tras la lluvia. Sintió unas terribles ganas de empezar.

¿A dónde vamos? —le preguntó—. Y, ¿qué es lo que vamos a hacer?


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Mensaje por Ilanka Kratorova Miér Jun 21, 2017 1:32 pm

Salieron a las calles de París e Ilanka no tardó en prenderse del brazo de su incipiente discípula. Hacía frío, mucho frío, pero ella sentía el calor del alcohol todavía en su interior.

-No vamos a ningún lugar en concreto –le dijo, sabiendo que cualquier esquina era tan buena como la siguiente. Lo mismo daba en qué lugar se detuvieran, en caso de que quisieran hacerlo-. Daremos un paseo y veremos qué somos capaces de hacer.

Mientras caminaban, Ilanka alzó los ojos al cielo. Con un gesto ladeado de su cabeza le ordenó a las nubes moverse, abrirse para dejar ver las estrellas que ya brillaban en esas primeras horas de la noche. Quería un lienzo limpio para poder trabajar, como si se tratasen de dos pintoras uniendo su arte, quería que Yvette comenzase desde cero.

Una de las contras que tenía aquella lección práctica era la falta de intimidad. No podrían hablar todo lo que quisieran, tampoco con la libertad que les era necesaria, pues nunca podrían saber a ciencia cierta quien podría estar oyéndolas.

Ilanka se tomó unos instantes para meditar en qué le convenía más hacer, cómo debía enseñarle a la joven aquello, al menos una introducción al tema. Ella todo lo había aprendido de sus padres, mientras comprendía que tenía la habilidad iba aprendiendo a controlarla. En cambio con Yvette todo era muy diferente, una contraposición, pues ella tenía la habilidad y lo sabía, pero no podía controlarla.
Entendió que, aunque en ella no funcionaba de esa forma, la joven solo podría comenzar por un medio emocional. Ilanka odiaba eso, no era dada a sentimentalismos ni a la apelación de recuerdos. No lo necesitaba y lo consideraba señal de debilidad, pero de eso tendría que valerse en esos momentos.

Se detuvieron en medio de una calle no tan concurrida. Habían rodeado Notre Dame y se encontraban justo en la calle trasera que era algo oscura y poco transitada, mas Ilanka no temía. Por el contrario, estaba deseando que se les acercase alguien con malas intenciones para poder ensañarse… necesitaba liberar las tensiones que todavía cargaba producto del largo viaje recorrido en los últimos días.


-Quiero que sepas que esto no tiene por qué funcionar a la primera. Puedes fallar, permítete fallar porque a veces es bueno –lo decía a sabiendas de que era una estupidez, la propia Ilanka no se permitía equivocaciones jamás, pero creía que era lo que la muchacha necesitaba oír en esos momentos-. Cierra los ojos, no pienses en el cielo, no debes hacer nada para conectarte con él pues tu energía es tan fuerte que ya repercute allí sin necesidad de nada más de tu parte –le tomó las manos y volvió a pedirle-; cierra los ojos, Yvette, y piensa en el mejor recuerdo de tu niñez.

Alzó su mirada para ser testigo privilegiada de lo que sobre ellas ocurriría.


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Mensaje por Yvette Béranger Jue Jun 29, 2017 4:35 am

Caminaron del brazo sin un rumbo aparente, simplemente buscando la calle que más intimidad y anonimidad les pudiera dar. Así, llegaron a la parte trasera de la catedral de Notre Dame, una calle oscura, húmeda y poco concurrida, que era lo que más necesitaban ambas hechiceras. Yvette no estaba del todo segura de que hacer magia en mitad de la ciudad fuera una buena idea —porque, por muy poco éxito que tuviera aquel callejón, no dejaba de estar en un lugar céntrico de la ciudad—, pero era Ilanka la que mandaba en aquel momento, y si ella creía que cualquier lugar era tan bueno como el anterior, Yvette no tenía más que callar y obedecer. La rusa sabía cómo controlar sus poderes, ¿por qué no iba a fiarse de ella? «Porque la acabas de conocer», dijo una vocecita en su cabeza, que la joven ignoró por completo. Algo las había unido, y no había sido la casualidad, así que, cuando ella le cogió las manos ella asintió, cerró los ojos y comenzó a pensar en su mejor recuerdo de la niñez.

Comenzó a hacer memoria e inmediatamente pensó en su padre fallecido. Como hija única, siempre había sido su favorita, su protegida independientemente de lo que hiciera. Apenas la regañó, y tuvo suerte de que no se volviera una diablilla incontrolable, mentirosa e insoportable. Había que reconocer que tenía sus momentos, y ese espíritu de niña mimada la acompañaría el resto de su vida, pero ya se encargaría la magia de centrarla en lo verdaderamente importante. Y para que la magia funcionara, tenía que pensar en algo bueno, y pensó en las tardes al sol, en las noches en vela que pasaba con sus primos cuando éstos venían de visita y en el día en que su padre le regaló a Brenda, su preciosa yegua baya, y en la cantidad de buenos momentos que había pasado con ella. Intentó repasar cada minuto de su infancia y adolescencia, y aunque se esmeró en buscar un buen recuerdo, ella no sentía nada a su alrededor. ¿Qué se suponía que tenía que pasar? ¿Haría llover? ¿Haría soplar el viento? ¿Lo haría todo?

Se centró, se centró, y… no consiguió  nada. Absolutamente nada. Tenía los ojos tan cerrados que hasta le dolían los párpados, pero se atrevió a abrir uno y mirar a su alrededor. Vio a Ilanka frente a ella, la calle estaba prácticamente desierta y el cielo seguía tan estrellado como cuando habían empezado. Bufó rabiosa y golpeó el suelo con el pie.

¡No puedo! —se quejó—. He pensado en todo lo que recuerdo, ¡y no ha pasado nada! —Miró hacia arriba, donde las estrellas titilantes parecía que se estaban burlando de ella. Fijó sus ojos en ellas, tanto que casi las escuchaba reírse de su fracaso y no, no pensaba permitir algo así—. Voy a volver a intentarlo.

Cerró los ojos de nuevo, esta vez manera más delicada, y agarró las manos de Ilanka con firmeza. Ahora que no veía, el resto de sus sentidos eran los que le daban una descripción aproximada de lo que la rodeaba. Alguien pasó por junto a ellas, pero consiguió ignorarlo; escuchó voces al final de la calle, pero enseguida se amortiguaron hasta quedar en un ligero murmullo arrullador. ¿Dónde se había quedado antes? ¡Ah! En los paseos con Brenda. Sí, definitivamente, esa yegüita le había dado muy buenos recuerdos, como la tarde en la que salieron ellas dos solas y galoparon por los terrenos de la mansión de Saint-Denis hasta que perdieron la casa de vista. Recordó la madriguera de topillos que encontraron por casualidad, y la curiosidad que mostró la yegua por los agujeros desde donde ella podía escuchar los sonidos que hacían las crías llamando a sus padres. Aquella tarde vieron anochecer, e Yvette recordaba eso, pero, de pronto, en su recuerdo se perfiló la figura de una mujer, y no una cualquiera: era la rubia de sus sueños, la misma que tiraban al pozo de agua y que tanto la inquietaba. Dejó de estar con Brenda y pasó a ver montañas de todas las tonalidades de verde a su alrededor. La mujer se acercó a ella y le tendió una mano que ella aceptó tranquila y gustosa. El sol se escondía tras las montañas y unas nubes bajas impedían apreciarlo con claridad, pero la rubia misteriosa movió la otra mano y las apartó con rapidez. Yvette miró hacia arriba buscando su rostro, porque en ese recuerdo ella era una niña que caminaba de la mano de su madre.

Fue un cosquilleo en la punta de los dedos lo que la descentró. Abrió los ojos de golpe y se miró las palmas de las manos, soltando inevitablemente las de Ilanka.

¿Has hecho tú ese cosquilleo? —preguntó, pero sabía que no había sido ella. Miró al cielo, pero, para cuando lo hizo, ya se había borrado cualquier rastro de magia que podía haber habido, si es que lo hubo—. Ha sido un cosquilleo en las yemas de los dedos. ¿Has notado algo? ¿Ha pasado algo?

Estaba ansiosa por saber si había conseguido algo o si, simplemente, habían sido imaginaciones suyas. En ese momento no pensó en el recuerdo que había propiciado el acto de magia porque el cosquilleo la había sorprendido tanto que fue lo único en lo que pensaba, pero tarde o temprano tendría que enfrentarlo. Aquel había sido como uno de sus extraños sueños, sólo que, por una vez, no estaba durmiendo cuando pensó en él.


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Mensaje por Ilanka Kratorova Mar Ago 01, 2017 7:33 pm

Parecía evidente que la joven necesitaría algo de ayuda, un pequeño empujón, un apoyo extra para comenzar a confiar en sí misma. Por eso Ilanka le había pedido que proceda con los ojos cerrados, primero para que no se distrajese, para que se pudiese abstraer en sus pensamientos, y luego porque ella misma no quería ser descubierta en su intervención.
La dejó proceder sola, pero nada ocurrió pese a que era casi palpable la energía que Yvette manejaba. Ilanka entendía que la muchacha –su nueva aprendiz- tenía las capacidades, los dones, era virtuosa… pero no se sentía segura y eso hacía que todo dentro de ella fuese un caos, que se hallara todo desordenado.


“Tan maleable, un diamante sin pulir”, pensó ella.

-Sí, hazlo de nuevo –la alentó y sostuvo otra vez sus manos, sabiendo que debía darle ese empujón tan necesario-. Tranquila, Yvette –le pidió en un susurro.

La vio tan confiada, tan entregada pese a que hacía pocas horas que la conocía… Esa inocencia, esa entrega, bien tendría que ser recompensada. Ilanka no se topaba con gente como aquella muchacha muy a menudo.

El cielo comenzó a acomodarse, las nubes -que se habían abierto para mostrar las estrellas- comenzaron a deshacerse sobre sus cabezas. Pero la temperatura comenzó a bajar peligrosamente en torno a ellas, tanto que la rusa creyó que un espíritu las rondaba. Tuvo que intervenir para templar el aire, para provocar una brisa cálida que contrarrestase lo que Yvette estaba haciendo.


-Todo lo has hecho tú –le mintió con descaro cuando preguntó-, yo no he hecho nada con mis manos.

Bueno, eso no era mentira. Ella no había sentido el cosquilleo en sus yemas, por lo que era probable que ese poder hubiese sido liberado por Yvette.
Las tensiones se relajaron poco a poco, la temperatura volvió a la normalidad porque ambas habían dejado de incidir sobre ella.


-Has estado bien, pero siempre debes aspirar a la excelencia. La comodidad nunca es buena, no para mujeres como nosotras –la tomó del brazo y volvieron a caminar juntas, de nuevo hacia las calles más concurridas-. Siempre hay que desafiar a las propias habilidades. Quiero que vuelva a llover, Yvette. Quiero que lleguemos al hotel empapadas por la lluvia que tú vas a provocar.

Tenían unas dos calles que recorrer todavía. ¿Podía la joven provocar una pequeña tormenta –y controlarla- en lo que el trayecto durase? Ya lo averiguarían.

-No importa el desorden, yo estaré aquí en caso de que haga falta ordenar tu caos –le aseguró-. ¿Qué crees? Si tus mejores recuerdos provocaron un cielo pacífico, ¿qué necesitas recordar para desatar los nudos de las nubes? ¿A qué momentos de tu vida necesitas volver?


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Mensaje por Yvette Béranger Sáb Ago 12, 2017 7:14 am

Sintió mariposas en el estómago cuando Ilanka le aseguró que todo lo que había sentido había sido producido por ella. ¡Qué sensación tan maravillosa la de saber cómo producir ese cosquilleo en sus manos! Y pensar que sólo necesitaba recordar los buenos momentos… No obstante, ella tenía razón. El cosquilleo había estado bien como primer contacto con la magia controlada, pero Yvette debía aspirar a más. Asintió lentamente, asimilando así sus palabras, mientras volvían a caminar agarradas del brazo hacia unas calles más concurridas que la que acababan de visitar.

Necesito recordar aquellos que me ponen triste —dijo, tras meditar la respuesta—. O aquellos que me enfurecen, ¿cierto?

De esos tenía para paliar la falta de agua en el mundo entero. Desde que su madre y ella dejaron la residencia de Saint-Denis, nada había sido como había esperado. París tenía cosas buenas, de eso no cabía duda, pero tenía muchas otras malas, muy malas. Entre ellas, su padrastro Arnaud, empeñado como estaba en casarla con alguien adecuado para ella, siguiendo un criterio que la propia Yvette no compartía. ¿Qué prisa había con querer obligarla a formar una familia? ¡Demonios! Y ya no digamos llevar una casa… Había visto a su madre hacerlo y admiraba su trabajo, pero, en ese momento, la mente de la joven bruja estaba centrada en otros asuntos muy distintos. Si ni siquiera soportaba los llantos de su hermano en mitad de la noche, ¿cómo iba a cuidar de sus propios hijos? ¡Ni en mil años pensaba hacer algo así!

Miró hacia el frente, donde una gata de tres colores y calvas en el pelaje cruzó la calle a toda prisa. Al otro lado de la calzada, una mujer mandó a su doncella espantar al animal, cosa que hizo de una patada, haciendo que soltara un bufido y un maullido agudo. Yvette abrió las aletas de la nariz, asqueada y enfadada. ¿Acaso los demás la veían como ella veía a esa mujer, una sibarita insoportable y egoísta que sólo velaba por los de su clase? Nunca había creído que ella fuera tan insensible, de hecho ¡no lo era! Pero París le había demostrado que, a ojos de los menos afortunados, sí. Era la misma mujer insensible que apartaba gatos mugrientos con la punta del zapato sin despeinarse lo más mínimo. Odiaba París, odiaba a Arnaud y odiaba a todos aquellos que la juzgaban sin molestarse en conocerla. Empezó a soplar una brisa ligera. Causar una tormenta no le iba a suponer un gran esfuerzo.

Haré que llueva —sentenció, girando la cabeza para mirar a Ilanka—. Haré que caigan tantos rayos y truenos que todo París pensará que el cielo se está desplomando sobre sus cabezas.

Volvió a mirar al frente y siguió caminando del brazo de su mentora. La brisa se convirtió en un aire más fuerte, acompañado de las primeras gotas que golpearon su rostro con suavidad. Era el mismo proceso por el que pasaba cada vez que causaba tormentas, sólo que, esta vez, no estaba temerosa de provocarla; Ilanka estaba a su lado y le aseguró que pararía cualquier caos que formara. Por primera vez, se sentía segura y muy capaz, lo que desembocó en una Yvette confiada que recibió el primer trueno con una sonrisa en el rostro. Se paró en mitad de la calle de manera casual y miró hacia atrás: el destello del rayo dibujó el perfil de la ciudad, tan hermoso como un amanecer. Para cuando volvió a mirar al frente, ya estaba cayendo la mayor tromba de agua que podía provocar. Todos los viandantes, incluida la mujer pomposa del gato, corrían para resguardarse de la lluvia. Todos salvo ellas dos, que, en medio de aquella inesperada tormenta, comenzaban a empaparse hasta los huesos. ¿Qué necesidad había de correr? ¡Por el amor de Dios! ¡Sólo era agua!


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Mensaje por Ilanka Kratorova Jue Ago 24, 2017 12:16 am

No sabía cual era su historia. Desconocía si había sufrido o tenido una vida alegre. Sí podía suponer que con su familia no estaba en muy buenos términos, cualquier persona con una inteligencia media podía llegar a conjeturar aquello. No hacía falta más que remitirse a los hechos (que eran pocos si se tenía en cuenta que en verdad acababan de conocerse). Yvette se había escapado de la casa y todavía no había nadie que la buscase –y sí que se había hecho de noche ya-, y no podía soslayar el hecho de que ella era una hechicera a la que su familia no había apoyado… En momentos así, en los que se chocaba con la realidad de otras personas en iguales condiciones que las que ella había tenido cuando era un poco más joven, Ilanka se daba cuenta de que había tenido una vida afortunada. No tenía mucho de lo que quejarse.

Ilanka ya no habló, se limitó a observarla mientras avanzaban. A ver como su aura mutaba lentamente, a asimilar los cambios que la energía de su discípula transitaba. Entendía sus cambios, pero no podía saber qué estaba pasando por su mente, ella miraba el entorno y conforme lo hacía su espíritu se endurecía.

Decidida, determinada -como ella jamás se había imaginado que su discípula podía llegar a ser-, Yvette le juró que haría llover… y lo hizo. Una lluvia limpia, de gotas pesadas y truenos ensordecedores. Ilanka se sentía orgullosa de ella –y era extraño, pues no era dada a sentimentalismos como ese-, lo había hecho mejor de lo que ella esperaba. Realmente había sido una sorpresa.

La gente corría de aquí a allá buscando refugio. Pero no ellas, las dos hechiceras estaban en una de las esquinas y observaban el cielo, Yvette lo hacía como si acabase de descubrirlo y como si con ese hallazgo también se hubiera autoconocido. Ilanka lo observaba porque lo amaba, porque el poder de la naturaleza no dejaba de asombrarla, de llenarla y empoderarla. No había motivo para correr, pero sí para festejar.


-Nosotras no nos vamos a ningún lado –le dijo, pese a que era obvio-. No se tú, pero yo tengo ganas de danzar bajo tu tormenta –le sonrió, mientras los truenos y los rayos se adueñaban de todo en aquellas calles, y comenzó a dar vueltas, cada vez más rápido, con los brazos extendidos como si fuese una niña que se había escapado de la vigilancia de sus padres para cometer travesuras-. ¡Lo has hecho tan bien, Yvette! ¿Te das cuenta de eso? ¡Es perfecta! –le decía y reía, pues era cierto. Esa vez no había tenido que ayudarla para nada.

Ya tendría tiempo para preguntarle en qué había pensado, a qué recuerdos o sentimientos había acudido… Lo harían durante la cena, pues Ilanka ahora veía que, tal vez, había bebido demasiado, más de lo que su estómago vacío hubiese querido.


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Mensaje por Yvette Béranger Dom Sep 10, 2017 10:52 am

El ruido de la lluvia era maravilloso, al menos para los oídos de Yvette. En condiciones normales habría echado a correr como el resto de viandantes, buscando un lugar a cubierto donde permanecer hasta que se pasara la tormenta y deseando, por todos los medios, volver a casa. Esa tormenta, sin embargo, le pareció la más hermosa de todas porque, al fin y al cabo, era su tormenta. De la misma manera que una madre es capaz de sacar infinidad de cosas buenas del pañal sucio de su bebé, Yvette veía la hermosura en cada gota que caía sobre ella. Eran grandes y pesadas y la calaron hasta los huesos, deshaciendo su peinado y dejando mechones rubios pegados a su rostro. El vestido aumentó su peso y comenzó a molestarla, pero no le dio más importancia. Tenía ganas de gritar de júbilo, de abrir los brazos y recibir la lluvia. Cuando Ilanka comenzó a girar Yvette rió con ganas. Era el espectáculo más hermoso que había presenciado en años, y lo había producido ella. ¡Ella!

¡Sí! ¡Sí lo es! —gritó para hacerse oír por encima del ruido de la lluvia. Un trueno ensordeció la ciudad, seguido del relámpago—. ¡Es perfecta!

Salió detrás de la rusa y alzó el rostro hacia arriba unos segundos, dejando que la lluvia le acariciara la piel, para imitarla después extendiendo los brazos y girando sobre sí misma. Giró y giró hasta que sus vueltas se volvieron demasiado rápidas y la vista se le empezó a mover de un lado a otro. Paró y se apoyó en la pared más cercana mientras observaba a Ilanka cómo seguía danzando bajo la lluvia. Se pasó la palma de la mano por el rostro para quitar todo el agua sobrante, pero poco tiempo le duró; las gotas eran tantas y tan densas que tardaron segundos en volver a inundarle la piel. Yvette miró al cielo primero, y después bajó la vista hacia el suelo, completamente encharcado. El suelo no era capaz de absorber tanta cantidad de agua, puesto que estaba cayendo mucho en muy poco tiempo. Poco faltaba para que el agua almacenada en los bordes de la calzada alcanzara el nivel de las aceras a ambos lados, y ella ni se había acordado de controlarla. ¡Ni siquiera sabía si podía!

Intentó concentrarse y tranquilizarse. Cerró los ojos tal y como había hecho al principio, pero ahora el ruido le parecía demasiado alto y la desconcentraba de su misión. Su júbilo ya no era tal, y toda su felicidad al ver aquella tormenta perfecta se esfumó, dando paso a un nerviosismo que sólo agravaría la situación.

¡Ilanka! —volvió a gritar. Se acercó hasta ella y le tocó en un hombro para llamar su atención; después señaló el cielo—. ¿No deberíamos pararla? ¡Vamos a inundar la ciudad!

¿Estaba ahora lloviendo más fuerte que hacía un minuto? Era posible. Un nuevo trueno volvió a retumbar entre las calles. Esta vez, las siluetas que dibujó el rayo no le parecieron tan hermosas a la inexperta hechicera, sino que, en su lugar, sintió que algo terrible iba a pasar. ¡En qué clase de lío se había vuelto a meter!


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Mensaje por Ilanka Kratorova Sáb Sep 23, 2017 7:01 pm

El espectáculo que pudiera estar dando no le importaba en lo más mínimo. Estaba sola en la ciudad, pero lo mismo le daba pues ella no le debía obediencia a sus padres -ellos la habían criado como un alma libre y segura de sí-, no tenía esposo a quién contentar… Lo que la sociedad francesa pudiese decir o pensar de ella la tenía sin cuidado también. Por lo que danzaba libre y feliz en una esquina de aquella ciudad que siempre le parecería sobrevalorada, sucia y poco interesante.
Le gustaba creer que no sólo danzaba sobre la tormenta de Yvette, sino que ella también tenía un papel importante en aquello. Ya lo sabía bien: la muchacha era mucho más poderosa que ella, pero tenía bastante que aprender aún.

Dejó de reír, y tomó real consciencia de lo que sucedía allí, al notar que sus pies se helaban dentro de sus zapatitos. El agua se había introducido dentro de sus ropas, hasta llegar a su piel; caía como una cortina pesada y lejos estaba de retroceder en su intensidad, los rayos y truenos así lo anunciaban.


-Oh, tranquila –dijo, intentando aparentar seguridad. Se acercó a ella para hablarle, al tiempo que advertía que ya todos los caminantes habían corrido a refugiarse-. ¿Inundar la ciudad? No debemos exagerar, vamos… concéntrate –le pidió con voz firme, aunque ya se estaba comenzando a alterar, y tomó las manos de su discípula entre las suyas.

Pero nada sucedía. Yvette no podía deshacer lo que había desatado… ¿Qué recuerdo era tan fuerte en ella, tan definitivo, como para causar una tormenta que no retrocedía? Era imposible. Ilanka se concentró y –con cierta dificultad- clavó su mirada clara en el cielo; si bien logró que los truenos cesaran y los rayos se apagasen, el agua no dejó de caer sobre aquel sector de la ciudad. Se lo ordenó mentalmente, con la mirada como siempre lo había hecho, como le habían enseñado desde niña, ¡y hasta llegó a lanzar un grito de rabia!, pero nada más ocurrió.


-¿Qué hemos hecho? –susurró, antes de decidir que debían intentarlo una vez más-. ¡Vuelve a pensar en tus recuerdos felices! –le ordenó-. ¡Solo piensa en algo que te tranquilice, Yvette!

Bueno, podría decirse que el momento en el que se hallaban no era para nada tranquilizador o relajado… Ilanka quería darle paz, ayudar a que vuelva a su eje emocional, pero no podía hacerlo porque ella misma estaba enojada por no tener la capacidad de frenar todo aquello.

-Tal vez lo mejor sería volver al hotel –pensó en voz alta, sintiendo que el agua le llegaba a los tobillos. Sus zapatos estaban ya debajo del agua-, refugiarnos allí y que pase lo que deba pasar aquí…

No sería muy ético de parte de ellas -eso de armar desorden en el cielo y luego solo marcharse con la cabeza gacha-, pero Ilanka no se caracterizaba por ser una mujer de palabra u honor. Claro que se veía tentada a esconderse y a poner su mejor cara de desentendida y asustada frente a quien quisiera verla o preguntarle qué sabía al respecto… por eso tomó del brazo a Yvette para comenzar a caminar, pero ¿a dónde debían dirigirse? El agua le impedía la visión y hacía que no pudiese ubicarse.


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Mensaje por Aurélien Varèse Lun Oct 02, 2017 9:22 pm


Tardó más de lo que le hubiera gustado en la calle, ayudando a los más necesitados como solía hacer. Anónimo y discreto, no lo gustaba alardear de eso; expiar culpas parecía obsesionarlo. Miró al cielo, estaba despejado, pero aún así apresuró sus pasos hacia Notre Dame, donde tenía un jardín (otro lo poseía en la casa que había heredado de su falso padre francés). Para alguien que hacía todo lo posible por no tratar con otros mandos de la inquisición, parecía casi siempre despreocupado, cuidando plantas y repartiendo comida en la Corte de los Milagros. Era su modo de meditar, de calcular su siguiente movimiento; no era tiempo perdido. Pocas cosas eran al azar con él.

Regresó con paso resuelto y llegó hasta la parte trasera de la catedral. Volvió a mirar el cielo, parecía cambiado a como lo había visto hace unos minutos. Frunció el ceño. Como jardinero, sabía leer el clima, aún durante las noches, pero no supo identificar con certeza lo que sucedía. Se apresuró, para llegar a casa antes de que cualquier desventura que el firmamento tuviera deparada para París se desatara.

Sonrió al ver que uno de sus lotos había florecido. Con muchos cuidados, y otro poco de magia, Aurélien lograba hacer florecer los más exóticos capullos. Lo tomó con delicadeza cuando la primera gota de lluvia cayó sobre su rostro, deslizándose por la nariz y hasta el vacío. Sostuvo con deferencia la frágil flor, se irguió, y supo que esta lluvia era atípica. Podía sentir la fuerza de la magia en cada gota que caía. Una magia poderosa, pero no controlada. Salió de su refugio y hacia las calles, mientras la lluvia arreciaba. Aceleró el paso, levantando agua que comenzaba a encharcarse, al grado que casi corrió; eso sí, sin soltar el loto blanco.

Conforme avanzaba, iba sintiendo más y más la fuerza de aquello salvaje, que debía ser detenido si no querían convertir a París en una nueva Venecia. Para entonces, el agua ya le llegaba a la punta de los pies en algunos tramos de su camino. El cabello se le pegó a la cabeza, y las gotas, como el rocío de la mañana, se quedaban atrapadas en sus pestañas.

Se detuvo al fin, al ver a dos mujeres jóvenes. Escuchó la última parte de la conversación y suspiró antes de avanzar hasta ellas.

Me temo que esa no es opción para ustedes, señoritas —así anunció su llegada, con la flor blanca sobre su gabardina negra, húmeda por los hombros—. Me gustaría saber qué pasó aquí. —Ni siquiera tuvo que preguntar, el último fragmento de la charla ajena las delató como autoras de aquel desastre, eso y que la fuerza intangible y taumaturga nacía desde ahí, como si se tratara de un sol que hace llover planetas; todo giraba en torno a ese núcleo.

Entre antes confiesen, antes podré ayudarlas —declaró entonces, mirándolas con un gesto frío y el rostro empapado.


Última edición por Aurélien Varèse el Dom Ene 21, 2018 2:20 am, editado 1 vez


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Mensaje por Ilanka Kratorova Lun Oct 23, 2017 11:56 pm

En cuanto el hombre se acercó a ellas, Ilanka tomó la mano de su discípula y se puso delante de ella, como si intuyese que él traía el peligro consigo. No era una mujer sensible y protectora, salvo que eso fuese de su conveniencia como lo era en esos momentos; sabía que Yvette era mucho más poderosa que ella, pero también que no la superaba en inteligencia. Tenían que ver bien donde pisaban, y no solo en sentido literal –pues el agua enturbiada no les dejaba ver dónde metían los pies-, sino también metafórico.

-Nada –le respondió de inmediato al entrometido recién llegado-, está lloviendo así que estamos por refugiarnos, debería hacer lo mismo.

¿Quién era ese tipo que se atrevía a increparlas de ese modo? ¡Qué modales horribles tenían los parisinos! La respuesta le llegó unos instantes más tarde. A Ilanka algunas cosas no se le daban tan bien como otras en cuanto a la hechicería, identificar los auras de las personas era una de ellas… se revelaban de forma algo tardía, siempre tras algunos minutos de estudiar a quién tuviese delante. Era un hechicero, uno que sabía quienes eran ellas también.

-Mi querida discípula está practicando un poco –intentó sonar segura pero, producto de los nervios de Yvette seguramente, truenos resonaron, aunque nada cambió en cuanto a la cantidad de agua y viento-, se nos ha ido de control –concedió finalmente, sin bajar la vista.

No reconocería que había sido un error todo aquello, no era así y no lo sería para agradar a nadie, ella solo pretendía agradarse a sí misma y si de algo estaba orgullosa en su vida era de no hacer lo que simplemente no deseaba hacer. La confesión –que él tanto pedía- ya estaba hecha, ¿o no? Ya le había dicho que todo se les había salido de control. Tenía que bastarle con aquello.


-Si cree que tiene más poder que mi discípula, adelante –lo retó con un ademán elegante-, de no ser así le recomiendo correr a buscar refugio como todos los demás.

Temía que su plan con Yvette se frustrase de repente por culpa del desconocido, que ella se asustase y quisiera correr a su hogar, a los brazos cálidos de su familia. Ilanka no podía privarse de los poderes de la muchacha, no ahora que todo ya tenía forma en su mente.


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Mensaje por Yvette Béranger Jue Nov 23, 2017 4:06 pm

Yvette se percató demasiado tarde de que alguien se acercaba hacia donde ellas se encontraban. Estaba tan preocupada en intentar parar la tormenta que no prestó atención a su entorno, y sólo la voz masculina la devolvió a la realidad. Se giró despacio, temiendo que aquel hombre fuera algún gendarme consciente de que aquel lío lo habían armado entre las dos hechiceras.

La percepción del aura que había empezado a desarrollar todavía no era, ni por asomo, decente, con lo que eso tampoco le serviría para darse cuenta de que el individuo que se les había presentado era alguien igual que ellas, al menos, en lo esencial. Yvette todavía no había asimilado (y no porque no se lo hubieran dicho ya) que no todos los seres con los que se encontraba eran buenas personas. Su encuentro con Ilanka había sido, cuando menos, curioso, y así como ella sí se había ofrecido a ayudarla con lo que hasta ese momento había tratado como un problema, no sabía si él haría lo mismo.

Se dejó cubrir por la rusa, creyendo que eso la haría sentirse más segura y, por ende, más tranquila. Lo primero se cumplió; saber que la mayor la protegía le dio la fuerza suficiente para quedarse en su lugar y no salir corriendo terriblemente asustada. Lo segundo, en cambio, no tuvo el efecto deseado. La tormenta no sólo estaba arreciando, sino que, no muy lejos de allí, resonaron dos truenos, seguidos de sus correspondientes rayos. Eso la alteró más, haciendo que un tercero siguiera la cantinela de los anteriores. El ruido de la lluvia chapoteando en el agua acumulada era ensorcededor y angustioso. Yvette se arrimó más al cuerpo de Ilanka y se aferró con fuerza a su brazo, todo ello sin dejar de mirar al hombre con ojos de cachorro asustado.

¿Por qué le cuentas todo eso? —le preguntó a la bruja entre susurros, confundida—. No sabemos quién es, así que no sabemos si es de fiar. ¿Y si nos hace algo? Nos podemos meter en un lío.

Lo dijo como si la pobre ilusa no supiera que ya estaba en uno, y muy gordo. Miró a su mentora buscando respuestas, pero la vio tan segura de sí misma que se intentó convencer de que no había nada que temer. Después llevó la mirada hacia él y lo miró de arriba a abajo, estudiándolo. De pronto sintió algo extraño que la obligó a fijar la vista en el rostro empapado que tenía en frente, y fue entonces cuando entendió que las dos estaban frente a un igual.

«Busca lo extraño», le había dicho alguien. Parecía que ya lo había encontrado.


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Mensaje por Aurélien Varèse Dom Ene 21, 2018 2:45 am


Dio un par de pasos más bajo la lluvia y hacia ellas. Sonrió de lado con un gesto casi divertido, si se consideraba lo impasible que Aurélien usualmente era. Miró fijamente a la castaña, que se mostró en una posición preponderante, cosa que se confirmó con sus palabras, no dijo nada. Escuchó luego a la rubia hablar, era más ingenua, pudo notarlo, y entonces, distrajo la mirada en el loto blanco que llevaba consigo.

No voy a hacerles daño —dijo con voz firme y desapasionada, apenas por encima de la sinfonía de las gotas cayendo en techos y empedrados. No levantó la vista, se dedicó a delinear con un dedo los pétalos de la flor—. No voy a hacerles daño —repitió y alzó la vista—, si me dejan ayudarlas. Mi nombre es Aurélien Varèse, no pretendo que les suene, pero si después de esto tienen curiosidad, podrán comprobar lo que les digo. Formo parte de la Inquisición, y mi deber en este instante sería capturarlas y llevarlas ante el Santo Oficio. No lo voy a hacer —aseguró y avanzó otro poco hacia ellas.

No sé si soy soy más poderoso que ella. —Señaló con el mentón a la rubia, detrás de la otra—. Pero les aseguro que controlo mucho mejor mis poderes, porque vaya que si se les ha ido de control. —Chasqueó con la mano libre, y la lluvia pareció detenerse un segundo, para luego volver a caer con fuerza. Negó con la cabeza y un atisbo de risa se asomó en su rostro.

Yo no puedo detener esto, no ha sido obra mía, pero puedo decirles cómo hacerlo. Verán, aparte de trabajar para Su Santidad cazando seres sobrenaturales que insisten en salirse de control —dijo, tratando de transmitir un mensaje más grande—, me gusta la jardinería, y este pequeño desastre que han provocado no ayuda a mis plantas, así que es de mi interés detenerlo cuanto antes —habló meridiano y alzó la vista al cielo cuajado de nubes.

¿Entonces? ¿Me harán las cosas fáciles o van a jugar a hacerse las difíciles? —preguntó muy serio, con la severidad que lo había ayudado a ascender hasta donde estaba en la organización a la que pertenecía. Cerca de la Iglesia, como le gustaba, pero no dentro de los viciados escalafones clericales.

Tú eres la maestra, ¿no? —Se dirigió a la castaña—. Pues bien, instruye a tu alumna —retó. Se cruzó de brazos, indiferente a seguirse empapando como estaba haciendo, y con el loto entre los dedos diestros, lánguido y húmedo.

Tal vez hubiera sido mejor si hubiera llegado gritando, perdiendo el control, obligándolas y amenazando a diestra y siniestra. De este modo indolente era mucho más complicado saber qué pasaba por su cabeza, o adelantarse a un siguiente movimiento. Ellas no lo sabían, pero Aurélien, a pesar de todo, era de los que cumplían su palabra, y si se portaban bien, en verdad no iba a capturarlas y llevarlas ante ningún tribunal. Sólo restaba que cooperaran. Esperaba que así fuera, en verdad no quería condenarlas a las torturas de la Inquisición.


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Mensaje por Ilanka Kratorova Jue Ene 25, 2018 9:34 pm

-Ya estamos en un lío, querida –le susurró a Yvette y siguió, inamovible, parada delante de ella como si fuese un escudo-. Podemos confiar en él, o eso parece, la verdad es que con los hechiceros nunca se sabe. –Bien lo sabía ella. ¡Ah, pero no tardó en cambiar de opinión al respecto!

¡Pero por supuesto que no iba a hacerles daño! ¿Qué se creía? Ellas eran dos y él uno, Ilanka no tenía intensión alguna de pelear con él pero llegado el caso sabía que podrían ganarle. Tampoco le asustó saber que era de la Inquisición –aunque no podría decirse que le pareció la mejor noticia de la semana-, ella tenía contactos allí adentro, gente importante que le debía a su familia grandes favores.


-Ah, un inquisidor –dijo y lo miró de pies a cabeza, destinándole la única mirada que una hechicera le podía dispensar a un traidor-. Y para colmo uno muy orgulloso de serlo…

¡Pero qué atrevido era! ¡Un verdadero descarado! Llegaba con sus aires de superioridad a querer dar órdenes, asegurando que podía ayudar y en cuanto veía que su poder no era como el de Yvette acababa desligándose de la situación, cargándolas a ellas con todo el trabajo por hacer. ¡Pero para eso hubiera sido mejor que se quedara sentado frente a sus plantas viéndolas crecer! Ilanka estaba indignada, pero contuvo a tiempo su enojo, se mordió la lengua y se obligó a mantener la boca bien cerrada para no acabar en una discusión que no les convenía tener en la calle y bajo esa lluvia inmisericorde.

-Aquí nadie está jugando –le aseguró, mentón en alto-, ¿va a ayudarnos? Si no lo va a hacer, al menos sea considerado y no nos entretenga con sus amenazas encubiertas, tenemos un lío que resolver y al parecer estamos completamente solas. No esperaba menos.

No le diría más de momento. No sin temor –pues no lo conocía y sobre que era un traidor, por haber puesto sus poderes al servicio de tan perversa orden, era hombre-, Ilanka le dio la espalda y se volvió hacia su jovencísima discípula.

-Mírame –le pidió y tomó su rostro empapado entre sus manos-, yo sé que puedes y tú también lo sabes. El que no lo tiene claro es este arrogante de aquí atrás y odio decirlo, pero puede meternos en problemas más serios así que hay que demostrarle que no le conviene meterse con nosotras. Dame tus manos –las tomó, aunque ella no se las diera-, yo apagaré los rayos y callaré los truenos, pero el cese del agua es tarea tuya. Piensa en algo que te calme, ¿cuándo estuviste verdaderamente en paz? Vuelve a ese momento, piensa en ese día. Vamos, Yvette, puedes con esto…

Tal como le había prometido, los rayos dejaron de iluminarlos y los truenos se fueron haciendo cada vez más lejanos hasta acallarse del todo. La parte de Ilanka estaba hecha.


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Mensaje por Yvette Béranger Lun Feb 26, 2018 4:13 am

¡Pues claro que estaban en un lío! Yvette, en concreto, desde el mismo momento que había salido de su casa aquella tarde para ir al encuentro de Ilanka. Y eso no era lo peor; el hombre que tenían delante, y que las había cazado como autoras de la tormenta, formaba parte de la Inquisición. ¿En qué momento se había torcido todo tanto hasta llegar a ese punto? La joven hechicera no podía estar más asustada como en ese momento. Que no las iba a llevar, decía. ¡Ja! Ella no se lo creería hasta que no lo viera con sus propios ojos.

Tenía el brazo de la rusa agarrado fuertemente, como si fuera el tronco salvador de un náufrago a la deriva. Había decidido que, si Ilanka no se asustaba, ella tampoco lo haría. A pesar de que tenía el rostro empapado y las gotas le impedían ver con claridad, fijó sus ojos en los de la rusa cuando esta tomó su cara entre las manos.

Puedo hacerlo. Puedo parar esto —dijo, con el único propósito de escucharlo de su propios labios y comprobar si así terminaba de creérselo.

Cerró los ojos y apretó las manos en torno a las de la hechicera. El corazón seguía latiéndole deprisa, y hasta que no consiguió acompasar su respiración no fue capaz de ralentizar su pulso. Los truenos siguieron sonando, pero cada vez más lejanos. Las gotas, sin embargo, no habían bajado en intensidad; eran tan densas que casi parecían aceite. Había llegado su turno.

Comenzó a repasar cada uno de sus recuerdos, pero ninguno de los últimos años tuvo el efecto deseado, así que probó con esos sueños extraños que sentía como recuerdos no vividos. La mujer rubia era lo que mejor podía evocar en su mente, puesto que era con ella con la que más soñaba. Una vez que la imaginó dejó que su mente volara sola, hasta el punto de dejar de sentir todo a su alrededor. Volvió a ver las praderas verdes y montañosas al atardecer, acompañada por esa mujer y, por primera vez, junto a otro niño de su edad al que tampoco pudo ver la cara. Sólo sabía que estaban ahí, como presencias que sentía pero no reconocía.

De la misma manera que esos recuerdos habían comenzado la lluvia, la pararon. Las gotas mermaron hasta convertirse en finos granitos de arena que caían con parsimonia. El sonido en la calle remitió, devolviendo paz a la ciudad. Yvette quiso abrir los ojos para ver el resultado de sus poderes, pero tenía miedo de perder la concentración y que todo volviera a empezar. Mantuvo las manos de Ilanka sujetas incluso minutos después de sentir las últimas gotas de lluvia en el rostro, y cuando sintió que ya había parado todo abrió los ojos de forma tímida.

Creo que lo he conseguido —murmuró para que sólo su mentora lo oyera—. ¿No nos va a apresar, verdad? Hemos arreglado el problema y ya puede volver con sus flores, ¿no?


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Mensaje por Aurélien Varèse Miér Abr 11, 2018 11:05 pm


Aurélien jamás había tenido una forma muy tranquila y empática de acercarse a los problemas. A él lo habían instruido a palos, y sólo así él sabía transmitir conocimiento, quizá por eso jamás tomó pupilos, y no le interesaba hacerlo en el futuro, a pesar de su talento natural para las artes mágicas, y no quería comenzar a experimentar con las dos chicas, que para como estaban las cosas, le parecieron igual de novatas, aunque no dijo nada. Si quería que la lluvia se detuviera, debía callarse bastante de lo que pensaba en ese instante. Era una fortuna que se tratara de un hipócrita consumado.

Si acaso sonrió de lado ante el desdén mostrado por ser inquisidor. Un gesto burlón, hostil y encantador, ¿acaso eso era posible? Pues en Aurélien lo era. Eso hacía él, aparte de crear prodigios con las enseñanzas de los hermanos Sorrentino, torcía la realidad a su antojo, tan era así, que todo mundo lo creía hijo de un aristócrata francés.

Observó con atención el intercambio y como la que era la aprendiz poco a poco lo conseguía. Alzó la vista al cielo. Sabía que no iba a durar, así que aprovechó que las mujeres se veían cara a cara y no le prestaban atención para acercarse a ellas con paso ligero, casi felino.

Enternecedor —dijo con displicencia—, pero esto no es un jardín de niños. Hazte a un lado —le ordenó a la pelirroja y no esperó a que lo obedeciera. Tomó las manos de la rubia, o se las arrebató a la otra, mejor dicho y las apretó con fuerza. Iban a quedar marcas de sus dedos.

Observa —le dijo y clavó los ojos azules en los de la otra mujer. La chica era muy joven, bonita y temerosa. No necesitaban eso, no necesitaban miedo—. Escúchame —continuó, esta vez se dirigió a la que tenía sostenida por las manos. Su sola mirada parecía poder arrancarte la piel y la carne, como una llama descontrolada que te derrite en un santiamén.

Escucha, escucha —insistió y sacudió las manos ajenas—, para que esto se detenga… para que se detenga en serio, debes seguir las instrucciones que voy a decirte. ¿Paz mental? ¡Por favor! Patrañas, piensa en aquello que te produzca furia, tristeza, angustia, piensa que eso se ha transformado en lluvia, y que si no la detienes, te vas a ahogar en tus penas. La magia, al menos la mía, nace de lo más oscuro del corazón —explicó mientras apretaba más y más las manos.

La tormenta no se va a detener, es algo que al parecer ninguna de las dos sabe. —Miró con burla a la otra—. Sólo aquel que provoca un fenómeno puede detenerlo. Toda magia tiene un precio, y otro no puede pagar por ti. El aguacero va a regresar si no haces lo que te digo, y va a ser peor —apremió.

Conforme fue dando instrucciones se dio cuenta que iba hablando más y más rápido, aunque ciertamente sereno para la situación en la que estaban. Abrió un poco más los ojos.

Ya no lo hagas por ti, o por mis plantas. —¿Era acaso eso una broma—. Hazlo por la maldita ciudad que va a inundarse si no paras tu llanto celestial. Eso es, ¿no lo ves? Eso ha sido siempre. Si eres una hechicera elemental, o del clima, debes saberlo… o quizá no lo has descubierto aún. Pero el cielo es ahora una parte de ti, en este momento… —Pausó.

Una nueva gota cayó en su hombro.


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Mensaje por Yvette Béranger Lun Ago 20, 2018 4:48 pm

Le apretó las manos con tanta fuerza que le hizo daño, y se quejó. ¿Pero qué se creía ese tipo? ¿Quién era para contradecir lo que su mentora, la única que se había molestado en ayudarla, decía? Había sido una tarde tan larga que parecía que conocía a Ilanka desde hacía varios meses, cuando, en realidad, sólo habían pasado unas horas. No obstante, para ella habían sido tan intensas que sentía que el vínculo que la unía a la hechicera era muy fuerte, irrompible.

¡Ya escucho! —dijo, enfadada—. ¿Y por qué cree que la mía va a funcionar si pienso en algo que me enfurezca? Usted no me gusta, no sé por qué tendría que hacerle caso.

Ella, en el fondo, no quería obedecer, pero la mirada que el inquisidor le dedicó estaba tan cargada de odio y de furia que Yvette no podía quitarle los ojos de encima. Le recordaban tanto a Arnaud, el actual esposo de su madre y que le gustaba casi tan poco como ese desconocido de las flores... Además, que se atreviera a asegurar que ninguna de las dos tenía capacidad suficiente para parar la lluvia le molestó. Lo miró con todo el odio que fue capaz y no se preocupó en ocultarlo. ¡Cómo lo odiaba! Hablaba mucho pero no decía nada. ¡Nada! Que pensara en algo que la enfureciera, y después ¿qué? ¿Se suponía que con eso bastaba?

Yvette también apretaba las manos del hombre casi con la misma fuerza que lo hacía él. Sentía una rabia muy fuerte en su presencia y, sin darse cuenta, comenzó a concentrar todas sus energías en esa rabia. Los truenos habían conseguido pararse con la intervención de Ilanka, pero la lluvia parecía que volvía a caer sobre los hombros de Aurélien. En realidad, no sabía bien en qué se estaba concentrando, pero se esforzó al máximo para dejarle claro a ese tipejo con quién se estaba metiendo.

De pronto sintió como una energía salía expulsada de su cuerpo hacia el cielo y, sin entender cómo, notó que las nubes se disipaban. No le hizo falta mirar hacia arriba para comprobar si la tormenta había terminado; sabía que así era.

Ya está —dijo, soltando el agarre de sus manos con fuerza—. Problema resuelto.

Con la cabeza bien alta se alejó de él para acercarse hasta Ilanka. La tomó del brazo, como si fueran dos amigas que salen a pasear, y se alejaron de allí. Era mejor si no las relacionaban con el pequeño incidente de la lluvia. Ahora, lo único que le quedaba a Yvette era decidir qué hacer a continuación. Sabía que, si volvía a casa, las posibilidades de encontrarse de nuevo con Ilanka serían mínimas —si es que las había—, pero, por otro lado, no había otro lugar al que poder ir. Estaba en un verdadero aprieto.

No puedo volver a casa, Ilanka —confesó—. Si lo hago, estoy segura de que no me dejarán volver a salir. Me pondrán vigilancia día y noche, eso si no termino en un convento. ¿Qué puedo hacer?

Por suerte para ella, la rusa ya tenía la respuesta a ese dilema.



FIN DEL TEMA


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