AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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The Cardinal Sin — Privado
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The Cardinal Sin — Privado
Había abandonado el College más temprano que de costumbre. Ese día no se sentía particularmente bien, y no, no se trataba de su salud al cien por ciento. Ciertamente, la cercanía del plenilunio lo tenía con un humor horrible, que ni él mismo se soportaba, pero lo que más le tenía la cabeza hecha un lío era su otro oficio. Oh sí, el profesor Bonnet no resultaba ser siempre profesor, ¿quieren saber? Bien, es que el profesor Bonnet se dedicaba a ser mercenario durante sus otras horas libres, y siempre había sido así, porque, desde hacía varios años, se dedicaba a lo mismo, motivado por una estúpida venganza que ya ni valía la pena. Luego terminó metiéndose a dar clases, y bien, debía reconocerlo, le tomó mucho aprecio a cada uno de sus alumnos, por eso es que continuaba ahí. Sin embargo, la doble vida empezaba a agotarlo un poco más de lo esperado.
Y aún con el desvelo grabado en los ojos, siguió su camino con discreción. Tenía un asunto pendiente, alguien de quien debía encargarse, según las notas de uno de sus tantos clientes. Hubiera preferido regresar a su habitación y echarse a descansar hasta la mañana siguiente, pero no, aquello se convirtió en un deseo muy lejano, que no cumpliría hasta muy tarde a la noche, y para su mala fortuna, apenas estaba atardeciendo. Oh, su paciencia era verdaderamente escasa ese día, por eso estaba solo, porque no quería que más nadie le taladrara la cabeza con palabras innecesarias, ya suficiente tenía con lo que debía hacer en lo que restaba del día. Además, el camino que restaba hasta su destino no era particularmente corto. Al menos no a pie, por lo que debió alquilar un coche para llegar más rápido de lo previsto, algo que no disfrutaba.
Apenas le agradeció al cochero, se escabulló entre las calles en donde se esparcían varios negocios, unos menos sanos que otros. En alguno con fachada derruida por la humedad, que sirviera para vender cualquier chatarra, se quedaría. No muy cerca, para no levantar sospechas, pero fue prudente en su vigilancia, porque justo de ese negocio saldría determinado sujeto, el mismo al que debía cegarle la vida, así de simple y nefasto. Incluso, tuvo que sacar un papel arrugado de uno de los bolsillos de su abrigo para repasar nuevamente las indicaciones. ¡Y voilà! Ahí iba su presa, un hombre bien ataviado con buenas prendas, algo desgastadas, a decir verdad; pero dicho detalle sólo podía notarlo la buena visión de un sobrenatural como Zéphyr, quien discretamente se dedicó a perseguir al sujeto.
Sí, desde luego que sabía hacia donde se dirigía, ya lo había vigilado durante un par de semanas atrás, conociéndose su rutina por completo, aparte de aprenderse todos los detalles de las callejuelas por donde transitaba. Con el tiempo había conseguido perfeccionar sus habilidades; lástima que éstas sólo las usaba para... bueno, siendo mercenario, ya debían intuir lo que hacía. A veces se avergonzaba, pero siendo como era, terminaba aceptando su situación como lamentable y sin cero esperanzas de salvación alguna. Probablemente estaría atormentando al espíritu de su madre con todo aquello, sin embargo, no tenía mejores opciones. Si las hubiera tenido, tal vez... ¿y ahora que trabajaba en el College qué? ¡Por favor! Su estupidez era infinita, tanto, que casi pierde de vista al hombre al que debía matar. Maldita fuera su distracción.
No obstante, aquella vez hubo un cambio ligero en las andanzas de aquel hombre, y eso no le hizo nada de gracia a Zéphyr. Aunque, no fue tan sustancial como para arruinar su plan por completo, sólo sería un pequeño retraso a la rutina, pero nada demasiado grave. Además, siendo el tipo quien era, no era de extrañarse que entrara a un burdel cualquiera y que, al cabo de un rato, saliera arrastrando a una mujer. Una mujer que creyó reconocer...
¿Creyó? ¡Claro que terminó dándose cuenta quien era ella! Si hubiera sido otra fulana cualquiera, bien, lo habría dejado pasar, pero no, esa vez no pudo. Aun así, optó por mantenerse con la cabeza fría, mientras se acercaba lentamente a su presa, quien llevaba a rastras a la prostituta hacia un callejón apartado, ¡y quién sabe qué cosas le haría en ese lugar! Bien, no es como si pudiera cumplir con sus actos, porque antes de que terminara por mancillar el rostro de la joven, Zéphyr apareció tras sus espaldas, con una serenidad que nada se comparaba con su amargura.
—Aparte de estafador, también te gusta maltratar mujeres, ¿no, Bramante? Un tipo cualquiera de algún barrio pobre de Florencia, ahora pretende ser un señor con una, ¿qué? ¿Furcia? —habló, y su voz sonó grave, áspera, tan parecida a su genio en ese instante—. Ya déjala, no ves que no te quiere como cliente.
Y Bramante tuvo la osadía de dirigirse a Bonnet para golpearlo, pero resulta que aquel era mucho más hábil en combate y terminó rebanándole el cuello, justo por donde se encontraba la yugular. Misión cumplida. No, no tan cumplida, porque hubo una añadidura extra a su trabajo de aquel día y era haber encontrado a Elia después de tanto tiempo.
—Y tú, ven aquí. ¡Demonios! Creí que te habías... Olvídalo —espetó, sujetándola firmemente por el brazo—. ¿Nunca te cansas de buscar problemas, no? Vaya día he tenido...
Y se la llevó consigo al lugar más cercano: el albergue. Quizás no sería un sitio tan adecuado, dada su situación, sin embargo, tenía escasas alternativas por llevar a Elia consigo.
Y aún con el desvelo grabado en los ojos, siguió su camino con discreción. Tenía un asunto pendiente, alguien de quien debía encargarse, según las notas de uno de sus tantos clientes. Hubiera preferido regresar a su habitación y echarse a descansar hasta la mañana siguiente, pero no, aquello se convirtió en un deseo muy lejano, que no cumpliría hasta muy tarde a la noche, y para su mala fortuna, apenas estaba atardeciendo. Oh, su paciencia era verdaderamente escasa ese día, por eso estaba solo, porque no quería que más nadie le taladrara la cabeza con palabras innecesarias, ya suficiente tenía con lo que debía hacer en lo que restaba del día. Además, el camino que restaba hasta su destino no era particularmente corto. Al menos no a pie, por lo que debió alquilar un coche para llegar más rápido de lo previsto, algo que no disfrutaba.
Apenas le agradeció al cochero, se escabulló entre las calles en donde se esparcían varios negocios, unos menos sanos que otros. En alguno con fachada derruida por la humedad, que sirviera para vender cualquier chatarra, se quedaría. No muy cerca, para no levantar sospechas, pero fue prudente en su vigilancia, porque justo de ese negocio saldría determinado sujeto, el mismo al que debía cegarle la vida, así de simple y nefasto. Incluso, tuvo que sacar un papel arrugado de uno de los bolsillos de su abrigo para repasar nuevamente las indicaciones. ¡Y voilà! Ahí iba su presa, un hombre bien ataviado con buenas prendas, algo desgastadas, a decir verdad; pero dicho detalle sólo podía notarlo la buena visión de un sobrenatural como Zéphyr, quien discretamente se dedicó a perseguir al sujeto.
Sí, desde luego que sabía hacia donde se dirigía, ya lo había vigilado durante un par de semanas atrás, conociéndose su rutina por completo, aparte de aprenderse todos los detalles de las callejuelas por donde transitaba. Con el tiempo había conseguido perfeccionar sus habilidades; lástima que éstas sólo las usaba para... bueno, siendo mercenario, ya debían intuir lo que hacía. A veces se avergonzaba, pero siendo como era, terminaba aceptando su situación como lamentable y sin cero esperanzas de salvación alguna. Probablemente estaría atormentando al espíritu de su madre con todo aquello, sin embargo, no tenía mejores opciones. Si las hubiera tenido, tal vez... ¿y ahora que trabajaba en el College qué? ¡Por favor! Su estupidez era infinita, tanto, que casi pierde de vista al hombre al que debía matar. Maldita fuera su distracción.
No obstante, aquella vez hubo un cambio ligero en las andanzas de aquel hombre, y eso no le hizo nada de gracia a Zéphyr. Aunque, no fue tan sustancial como para arruinar su plan por completo, sólo sería un pequeño retraso a la rutina, pero nada demasiado grave. Además, siendo el tipo quien era, no era de extrañarse que entrara a un burdel cualquiera y que, al cabo de un rato, saliera arrastrando a una mujer. Una mujer que creyó reconocer...
¿Creyó? ¡Claro que terminó dándose cuenta quien era ella! Si hubiera sido otra fulana cualquiera, bien, lo habría dejado pasar, pero no, esa vez no pudo. Aun así, optó por mantenerse con la cabeza fría, mientras se acercaba lentamente a su presa, quien llevaba a rastras a la prostituta hacia un callejón apartado, ¡y quién sabe qué cosas le haría en ese lugar! Bien, no es como si pudiera cumplir con sus actos, porque antes de que terminara por mancillar el rostro de la joven, Zéphyr apareció tras sus espaldas, con una serenidad que nada se comparaba con su amargura.
—Aparte de estafador, también te gusta maltratar mujeres, ¿no, Bramante? Un tipo cualquiera de algún barrio pobre de Florencia, ahora pretende ser un señor con una, ¿qué? ¿Furcia? —habló, y su voz sonó grave, áspera, tan parecida a su genio en ese instante—. Ya déjala, no ves que no te quiere como cliente.
Y Bramante tuvo la osadía de dirigirse a Bonnet para golpearlo, pero resulta que aquel era mucho más hábil en combate y terminó rebanándole el cuello, justo por donde se encontraba la yugular. Misión cumplida. No, no tan cumplida, porque hubo una añadidura extra a su trabajo de aquel día y era haber encontrado a Elia después de tanto tiempo.
—Y tú, ven aquí. ¡Demonios! Creí que te habías... Olvídalo —espetó, sujetándola firmemente por el brazo—. ¿Nunca te cansas de buscar problemas, no? Vaya día he tenido...
Y se la llevó consigo al lugar más cercano: el albergue. Quizás no sería un sitio tan adecuado, dada su situación, sin embargo, tenía escasas alternativas por llevar a Elia consigo.
Zéphyr C. Bonnet- Licántropo Clase Media
- Mensajes : 48
Fecha de inscripción : 12/03/2015
Localización : París
Re: The Cardinal Sin — Privado
Cuando desperté, lo hice con las manos manchadas de sangre y ningún recuerdo de la noche anterior, pero eso último no era exactamente nuevo. Desde que tenía memoria, un tiempo escaso, había habido noches en las que no era capaz de rememorar qué había hecho con anterioridad, y eso me frustraba aún más que la otra amnesia porque sabía, ¡estaba segura!, que ella tenía algo que ver. Ella, esa voz, esa mujer que vivía en mi cabeza y que no era yo, no podía ser yo; la mujer que reía y no respondía mientras yo, tirada en la cama, me despertaba ensangrentada.
Un vistazo a la ventana me permitió comprobar que el sol estaba bajo, y probablemente estuviera a punto de ponerse: sin pensarlo, por la amenaza sorda que pendía de mi cabeza y que había aprendido las últimas semanas de que la madame me regañaría si no aparecía presentable a tiempo, me incorporé y comencé la rutina de siempre, de cada día y cada noche, pues fuera el momento que fuese, lo cierto era que apenas cambiaba. La única salvedad de aquella noche fue que tuve que lavarme entera para limpiar los restos de sangre y de hierba, que no sabía de dónde venían... ¿Qué había hecho? ¿De dónde venían? ¡Necesitaba respuestas!
Pero no las tendrás cuando fue mi turno de jugar, ¡mío y mío!
Era inútil hacerlo, pero de todas maneras me llevé la mano a la frente y cerré los ojos, rezando (no, rezando no. Nadie escuchaba; no lo hacía ya) con desesperación para que ella se marchara, ¡para poder recordar algo! Pero nada: sus risas seguían, y con ellas el frustrante vacío oscuro y profundo que eran mis pensamientos, mis recuerdos fragmentos que apenas se remontaban a unos pocos meses, nada más allá de eso. De entre mis pocas certezas, una de las más fuertes era mi ocupación de prostituta; al pensarlo, la noté parar de reír en mi mente, así que yo sonreí con todas mis ganas.
¡Todo lo que hago es por ayudarnos! No debes mancillar nuestro cuerpo así, lo compartimos, ¡no debes!
Pero, como siempre sucedía, bastaba con que ella me dijera algo, lo que fuera, para que yo hiciera lo contrario, y como cada vez que ella sugería que vender mi cuerpo (¡mío! ¡Que quedara claro, era mío!) estaba mal, yo me esforzaba en regodearme en lo mal que le parecía. No podía negar que lo disfrutaba, y ¿acaso no era digno de disfrutarse tener las de ganar, por una vez, en esas batallas mentales que libraba cada noche? Desnuda como me habían traído al mundo, no sabía ni cuándo ni quién, terminé de limpiar mi cuerpo para, a continuación, empaparme en azahar, la esencia con la que todos mis clientes me terminaban identificando.
Cubres con aroma a flores la peste de la podredumbre, ¡ese asco que da que abusen de nuestro cuerpo! Alchemilla, debes...
¡No, no debía nada! Con violencia, sin pensarlo, me giré y me dirigí al arcón donde guardaba las pocas prendas que me dejaban conservar: de entre todas, de por sí con escotes muy bajos y faldas muy cortas, escogí las más atrevidas, esas que eran prácticamente la lencería que las damas de sociedad llevaban bajo sus amplios y elegantes vestidos pero que las fulanas, ¡sí!, las fulanas como yo utilizábamos de cara a la galería para identificarnos como tal. Sin miedo, sin vergüenza: sólo con orgullo, real o fingido.
Debería ser fingido, ¿cómo puedes enorgullecerte de tu aspecto? ¡Mírate, con esos encajes y esas transparencias, mírate con tu pelo suelto! Eres una fulana, ninguna dama de alta alcurnia tiene ese aspecto.
Y me miré, sí, me miré antes de salir al salón principal donde los clientes estaban empezando a llegar, pero a partir de ahí no miré más y me dediqué, libre y salvaje, a alternar entre hombres que mucho veían, pero poco tocaban, y mucho menos pagaban. La regla de oro de la madame era que debíamos asegurarnos de que recibíamos la paga por nuestros servicios, pues, de lo contrario, ¿de qué servían? Tenía mis propias objeciones al respecto, pero en general le solía hacer caso, tanto en el pasado como aquella noche, con un hombre repulsivo al que no me quedó más remedio que seguir.
¡Te estás metiendo en problemas otra vez, estúpida!
¡Ya, no fastidies...! Lo supe bien cuando, al salir, empezó a arrastrarme como si quisiera aprovecharse de mí y no hubiera escuchado que si quería ser violento, debía darme más francos; lo había hecho, pero le daba igual. Sin embargo, no tuve tiempo de ponerme nerviosa porque, antes de que el hombre me hiciera nada, apareció otro, alguien a quien no conocía... ¿no? Pero me sonaba. Ese rostro lo había visto antes, ¡ojalá pudiera recordar dónde!
¡Y qué importa? ¡No te fíes, es peligroso!
Y por una vez, me vi obligada a estar de acuerdo y hacer caso: me aparté de él y me separé unos pasos, acariciando el brazo donde él me había agarrado con fuerza y paseando la mirada entre mi extremidad y él. – No estoy en problemas. Ese tipo había pagado por un servicio que no ha recibido, y ahora presentará queja a la madame, ¡espero que estés contento! – soné... ¿rabiosa? Pero no sabía si estarlo, no sabía por qué, ni tampoco sabía por qué él me era tan familiar.
No lo es.
– Si pagas escucharé tu día, tus problemas y lo que quieras decir. Incluso podría masajearte la espalda, pareces agotado, pero debes pagar, ¿no recuerdas que soy una furcia? – espeté, definitivamente ofendida, pero no sabía por qué, ¡ni siquiera sabía su nombre! Y había terminado con él en el albergue, encerrada y sola con un hombre cuya identidad me era desconocida pero que no dejaba de resultarme sumamente familiar.
Un vistazo a la ventana me permitió comprobar que el sol estaba bajo, y probablemente estuviera a punto de ponerse: sin pensarlo, por la amenaza sorda que pendía de mi cabeza y que había aprendido las últimas semanas de que la madame me regañaría si no aparecía presentable a tiempo, me incorporé y comencé la rutina de siempre, de cada día y cada noche, pues fuera el momento que fuese, lo cierto era que apenas cambiaba. La única salvedad de aquella noche fue que tuve que lavarme entera para limpiar los restos de sangre y de hierba, que no sabía de dónde venían... ¿Qué había hecho? ¿De dónde venían? ¡Necesitaba respuestas!
Pero no las tendrás cuando fue mi turno de jugar, ¡mío y mío!
Era inútil hacerlo, pero de todas maneras me llevé la mano a la frente y cerré los ojos, rezando (no, rezando no. Nadie escuchaba; no lo hacía ya) con desesperación para que ella se marchara, ¡para poder recordar algo! Pero nada: sus risas seguían, y con ellas el frustrante vacío oscuro y profundo que eran mis pensamientos, mis recuerdos fragmentos que apenas se remontaban a unos pocos meses, nada más allá de eso. De entre mis pocas certezas, una de las más fuertes era mi ocupación de prostituta; al pensarlo, la noté parar de reír en mi mente, así que yo sonreí con todas mis ganas.
¡Todo lo que hago es por ayudarnos! No debes mancillar nuestro cuerpo así, lo compartimos, ¡no debes!
Pero, como siempre sucedía, bastaba con que ella me dijera algo, lo que fuera, para que yo hiciera lo contrario, y como cada vez que ella sugería que vender mi cuerpo (¡mío! ¡Que quedara claro, era mío!) estaba mal, yo me esforzaba en regodearme en lo mal que le parecía. No podía negar que lo disfrutaba, y ¿acaso no era digno de disfrutarse tener las de ganar, por una vez, en esas batallas mentales que libraba cada noche? Desnuda como me habían traído al mundo, no sabía ni cuándo ni quién, terminé de limpiar mi cuerpo para, a continuación, empaparme en azahar, la esencia con la que todos mis clientes me terminaban identificando.
Cubres con aroma a flores la peste de la podredumbre, ¡ese asco que da que abusen de nuestro cuerpo! Alchemilla, debes...
¡No, no debía nada! Con violencia, sin pensarlo, me giré y me dirigí al arcón donde guardaba las pocas prendas que me dejaban conservar: de entre todas, de por sí con escotes muy bajos y faldas muy cortas, escogí las más atrevidas, esas que eran prácticamente la lencería que las damas de sociedad llevaban bajo sus amplios y elegantes vestidos pero que las fulanas, ¡sí!, las fulanas como yo utilizábamos de cara a la galería para identificarnos como tal. Sin miedo, sin vergüenza: sólo con orgullo, real o fingido.
Debería ser fingido, ¿cómo puedes enorgullecerte de tu aspecto? ¡Mírate, con esos encajes y esas transparencias, mírate con tu pelo suelto! Eres una fulana, ninguna dama de alta alcurnia tiene ese aspecto.
Y me miré, sí, me miré antes de salir al salón principal donde los clientes estaban empezando a llegar, pero a partir de ahí no miré más y me dediqué, libre y salvaje, a alternar entre hombres que mucho veían, pero poco tocaban, y mucho menos pagaban. La regla de oro de la madame era que debíamos asegurarnos de que recibíamos la paga por nuestros servicios, pues, de lo contrario, ¿de qué servían? Tenía mis propias objeciones al respecto, pero en general le solía hacer caso, tanto en el pasado como aquella noche, con un hombre repulsivo al que no me quedó más remedio que seguir.
¡Te estás metiendo en problemas otra vez, estúpida!
¡Ya, no fastidies...! Lo supe bien cuando, al salir, empezó a arrastrarme como si quisiera aprovecharse de mí y no hubiera escuchado que si quería ser violento, debía darme más francos; lo había hecho, pero le daba igual. Sin embargo, no tuve tiempo de ponerme nerviosa porque, antes de que el hombre me hiciera nada, apareció otro, alguien a quien no conocía... ¿no? Pero me sonaba. Ese rostro lo había visto antes, ¡ojalá pudiera recordar dónde!
¡Y qué importa? ¡No te fíes, es peligroso!
Y por una vez, me vi obligada a estar de acuerdo y hacer caso: me aparté de él y me separé unos pasos, acariciando el brazo donde él me había agarrado con fuerza y paseando la mirada entre mi extremidad y él. – No estoy en problemas. Ese tipo había pagado por un servicio que no ha recibido, y ahora presentará queja a la madame, ¡espero que estés contento! – soné... ¿rabiosa? Pero no sabía si estarlo, no sabía por qué, ni tampoco sabía por qué él me era tan familiar.
No lo es.
– Si pagas escucharé tu día, tus problemas y lo que quieras decir. Incluso podría masajearte la espalda, pareces agotado, pero debes pagar, ¿no recuerdas que soy una furcia? – espeté, definitivamente ofendida, pero no sabía por qué, ¡ni siquiera sabía su nombre! Y había terminado con él en el albergue, encerrada y sola con un hombre cuya identidad me era desconocida pero que no dejaba de resultarme sumamente familiar.
Invitado- Invitado
Re: The Cardinal Sin — Privado
Zéphyr no era hombre de dejarse llevar por instintos, porque bien sabía que aquello podría traerle consecuencias irreversibles. Con el tiempo, y a pesar de ser un maldito licántropos, había aprendido a tener mejor control de su carácter (que solía ser muy malo), en especial los días en que la luna llena estaba bastante lejos. Sin embargo, el destino era una porquería que siempre se encaprichaba con arruinarle el día a cualquiera, y justo se lo acababa de estropear a él, cuando lo único que quería era terminar con su misión y ya, todos felices y contentos. Necesitaba descansar y olvidarse que existía. ¡Pero no! Maldita sea... no había terminado nada. Es decir, su tormento apenas comenzaba, y justo después de haberse deshecho del desgraciado de Bramante, a quien, obviamente, tenía que matar, justo por la petición de unos enemigos suyos (y ya lo había hecho, como buen sicario que era).
Tenía que admitirlo, no esperaba verla... ¡no de nuevo! Elia había quedado muy en el pasado, enterrada en esas memorias que le amargaban el humor de una manera terrible. Pero no, resulta que a las coincidencias les dio por ser particularmente molestas, por eso tenía que toparse con una furcia, y no una cualquiera, sino con Elia, ¡justo ella! Zéphyr no sabía con quién estar más molesto: si con ella, o con él mismo. Se había enredado emocionalmente con esa mujer hace bastante tiempo, y no pensó que al reencontrarse con ella, todo se iba a hacer un mar tormentoso en su interior. Le costaba demasiado asimilar la situación, misma que no había empezado con buen pie. Así que todo terminó con él llevándosela a otro lado, menos al burdel. Necesitaba poner sus pensamientos en regla, aunque la indignación era más fuerte que la razón.
¡Bien! Tampoco tenía que echarle toda la culpa encima a Elia. O sea, él se había ilusionado como un adolescente, porque en ese momento estaba pasando por una pésima situación y sólo se refugiaba en ella, sabiendo que era una prostituta, que nada de eso cambiaría las cosas. ¿Qué creía? ¡Qué estúpido había sido! Pero igual tenía que pedirle explicaciones, como si fuera su dueño (típico en el ego masculino). Vale, no se creía con poder sobre Elia ni nada por el estilo; aunque si le daba mucha rabia que rompieran sus promesas como la había hecho la fulana que tenía en frente.
¿Y saben cuál era el colmo? ¡Que parecía no reconocerlo! ¿Estaba fingiendo demencia o qué diablos? Así es, eso molestó más a Bonnet; la rabia en su interior se estaba esparciendo como un incendio en un reguero de pólvora. Pero se aguantó, aunque tuvo que hacer un esfuerzo increíble para conseguirlo. Expulsó todo el aire de sus pulmones, mientras empuñaba las manos y la miraba con el ceño fruncido. Tenía que ser un chiste... un de muy mal gusto, obviamente.
—Es una broma, ¿verdad? —habló finalmente, a pesar de que le costó gesticular las palabras, porque la mandíbula la tenía muy rígida—. ¡No te voy a pagar nada! No te traje aquí por tus servicios, no seas... ¿Te estás haciendo la estúpida o qué? ¡Habla! —Bien, estaba siendo muy duro con ella. Había pasado mucho tiempo, quizás le ocurrieron cosas que él, por estar metido en sus asuntos, olvidó—. Elia... lo siento. No me contuve, es todo. —Bajó la mirada, sin saber qué pensar en ese instante—. Ese hombre no va a quejarse nada, así que no te preocupes.
Se acercó a ella luego de haberse calmado (un poquito, pero lo hizo), buscando alguna herida en su rostro o en sus brazos; apenas vislumbró la marca del agarre fuerte del repulsivo de Bramante. Y de manera automática le sujetó el brazo, y no fue nada brusco, al contrario, sólo la examinaba.
—¿No te hizo más nada? Tiene fama de maltratar mujeres, y no sólo a las del burdel. Supongo que le daba rabia ser un impotente o un precoz —murmuró, desviando la mirada a la suya—. Elia... ¿no me recuerdas?
Tenía que admitirlo, no esperaba verla... ¡no de nuevo! Elia había quedado muy en el pasado, enterrada en esas memorias que le amargaban el humor de una manera terrible. Pero no, resulta que a las coincidencias les dio por ser particularmente molestas, por eso tenía que toparse con una furcia, y no una cualquiera, sino con Elia, ¡justo ella! Zéphyr no sabía con quién estar más molesto: si con ella, o con él mismo. Se había enredado emocionalmente con esa mujer hace bastante tiempo, y no pensó que al reencontrarse con ella, todo se iba a hacer un mar tormentoso en su interior. Le costaba demasiado asimilar la situación, misma que no había empezado con buen pie. Así que todo terminó con él llevándosela a otro lado, menos al burdel. Necesitaba poner sus pensamientos en regla, aunque la indignación era más fuerte que la razón.
¡Bien! Tampoco tenía que echarle toda la culpa encima a Elia. O sea, él se había ilusionado como un adolescente, porque en ese momento estaba pasando por una pésima situación y sólo se refugiaba en ella, sabiendo que era una prostituta, que nada de eso cambiaría las cosas. ¿Qué creía? ¡Qué estúpido había sido! Pero igual tenía que pedirle explicaciones, como si fuera su dueño (típico en el ego masculino). Vale, no se creía con poder sobre Elia ni nada por el estilo; aunque si le daba mucha rabia que rompieran sus promesas como la había hecho la fulana que tenía en frente.
¿Y saben cuál era el colmo? ¡Que parecía no reconocerlo! ¿Estaba fingiendo demencia o qué diablos? Así es, eso molestó más a Bonnet; la rabia en su interior se estaba esparciendo como un incendio en un reguero de pólvora. Pero se aguantó, aunque tuvo que hacer un esfuerzo increíble para conseguirlo. Expulsó todo el aire de sus pulmones, mientras empuñaba las manos y la miraba con el ceño fruncido. Tenía que ser un chiste... un de muy mal gusto, obviamente.
—Es una broma, ¿verdad? —habló finalmente, a pesar de que le costó gesticular las palabras, porque la mandíbula la tenía muy rígida—. ¡No te voy a pagar nada! No te traje aquí por tus servicios, no seas... ¿Te estás haciendo la estúpida o qué? ¡Habla! —Bien, estaba siendo muy duro con ella. Había pasado mucho tiempo, quizás le ocurrieron cosas que él, por estar metido en sus asuntos, olvidó—. Elia... lo siento. No me contuve, es todo. —Bajó la mirada, sin saber qué pensar en ese instante—. Ese hombre no va a quejarse nada, así que no te preocupes.
Se acercó a ella luego de haberse calmado (un poquito, pero lo hizo), buscando alguna herida en su rostro o en sus brazos; apenas vislumbró la marca del agarre fuerte del repulsivo de Bramante. Y de manera automática le sujetó el brazo, y no fue nada brusco, al contrario, sólo la examinaba.
—¿No te hizo más nada? Tiene fama de maltratar mujeres, y no sólo a las del burdel. Supongo que le daba rabia ser un impotente o un precoz —murmuró, desviando la mirada a la suya—. Elia... ¿no me recuerdas?
Zéphyr C. Bonnet- Licántropo Clase Media
- Mensajes : 48
Fecha de inscripción : 12/03/2015
Localización : París
Re: The Cardinal Sin — Privado
Si no me había llevado con él por mis servicios, ¿para qué lo había hecho? ¡No es que fuera estúpida, es que él no se explicaba! ¿Cómo podía pretender que, habiéndome recogido en la calle como si fuera un animal perdido, fuera a confiar en él? ¡En él, un lobo al que no recordaba! Su aura servía para provocarme sentimientos encontrados, por un lado miedo pero por otro añoranza, quizá porque sí había sido un cliente en el pasado o... qué sabía yo. Era difícil opinar sobre alguien si ni siquiera se recuerda a dicho alguien.
Oh, vaya, la gatita está sacando las garras...
¡No, no sacaba nada! Estaba a la defensiva, sí, pero era inevitable; él me trataba como si fuera estúpida y yo me estaba molestando, pero en el fondo suponía que él entendía tan poco como yo, así que quise darle una oportunidad para que siguiera hablando. Con eso había dos opciones: o bien, como muchos hombres (era increíble que lo supiera tan bien para lo poco que recordaba), estropearía las cosas o, quizá, las arreglaría un poco, no lo sabía.
Vaya, Alchemilla, qué taimada, qué calculadora... Aprendes de la mejor.
Pero él fue una excepción y se disculpó; incluso, para mi sorpresa, me examinó con cuidado, y me preguntó por mis heridas, que para mi enorme fortuna no tenía, pues, de ser así, mi precio se vería reducido hasta que se curaran. Nadie quería una fruta picada en el mercado, y del mismo modo nadie quería una prostituta marcada en el burdel: era injusto, sí, pero era la ley del mundo en el que me había tocado vivir, así que poco podía hacer al respecto, ¿no?
– No, no te recuerdo. Pero no recuerdo casi nada, no te lo tomes como algo personal. – me sinceré, no pude evitarlo, y en mi tono hubo algo de lástima y de broma, como si estuviera intentando tomarme con humor algo que, para mí, era la mayor de las torturas. ¡Qué no daría yo por recordar quién era y mi vida anterior...! ¡Qué no estaría dispuesta a sacrificar con tal de obtener respuestas a todas las preguntas que me hacía a diario!
¿Estás dispuesta a perder tu cordura, Alchemilla? ¿Tanto lo deseas que quieres perder lo único que de verdad posees, todavía?
Eso ya lo estoy perdiendo. Y así era, estaba segura, pero no podía evitarlo; era como ver un edificio derrumbarse pero saber que eres impotente porque no tienes la fuerza ni los medios para sostenerlo y alzarlo de nuevo. Con esa misma incapacidad de hacer nada, le permití curarme y reflexioné un tanto sobre él y lo que me había dicho; había elegido responder primero a lo que quizá le daría alguna clave sobre mí, pero seguía habiendo preguntas suyas pendientes de aclarar, y dado que no me estaba hiriendo, no había un motivo para negarme a hablar, ¿no?
Oh, fulana, no lo sé, ¿más motivos aparte de que es un licántropo!
– No, no me ha hecho nada más, gracias a ti. Has aparecido en el momento justo y en el lugar preciso, supongo que tengo que agradecerte tu intervención, así que... gracias. – conseguí decir, jugueteando con mis propios dedos y mirándolo a la cara a ratos, cuando no bajaba la mirada hasta el suelo de nuevo, perdida en mis pensamientos como últimamente me ocurría tan a menudo. – ¿Cuál es tu nombre? ¿De qué nos conocemos? – terminé por preguntar.
Genial, muy bien, ¡enfada a un licántropo insultando su hombría! ¿Es que no ves que fue tu cliente!
Y entonces recordé un poco, lo suficiente para que ella sintiera unas náuseas que casi fueron las mías, aunque las sustituyeron pronto los escalofríos ante los recuerdos de él besándome, sus manos por todas partes, su peso sobre el mío propio y mis dedos enredándose en sus cabellos mientras gemía por él, su nombre... ¡Ya estaba! ¡Ya sabía cómo se llamaba!
– Eres Zéphyr. ¿Fuimos amantes? Creo recordarlo, pero no sé si es lo que sentí entonces o lo que deseo ahora. – admití, y sin poder evitarlo acaricié su mejilla, sintiendo su barba raspándome los dedos de un modo tan placentero que continué haciéndolo. ¿Era eso fruto de la costumbre de ser prostituta o de que realmente lo recordaba con deseo y quería sentirlo de nuevo? No lo sabía. No podía saberlo. Y eso era lo que más me molestaba, esa impotencia que sabía que ella había provocado...
Pues aún te queda mucho por aguantar, fulana, porque no pienso largarme... ¡En tus sueños!
Oh, vaya, la gatita está sacando las garras...
¡No, no sacaba nada! Estaba a la defensiva, sí, pero era inevitable; él me trataba como si fuera estúpida y yo me estaba molestando, pero en el fondo suponía que él entendía tan poco como yo, así que quise darle una oportunidad para que siguiera hablando. Con eso había dos opciones: o bien, como muchos hombres (era increíble que lo supiera tan bien para lo poco que recordaba), estropearía las cosas o, quizá, las arreglaría un poco, no lo sabía.
Vaya, Alchemilla, qué taimada, qué calculadora... Aprendes de la mejor.
Pero él fue una excepción y se disculpó; incluso, para mi sorpresa, me examinó con cuidado, y me preguntó por mis heridas, que para mi enorme fortuna no tenía, pues, de ser así, mi precio se vería reducido hasta que se curaran. Nadie quería una fruta picada en el mercado, y del mismo modo nadie quería una prostituta marcada en el burdel: era injusto, sí, pero era la ley del mundo en el que me había tocado vivir, así que poco podía hacer al respecto, ¿no?
– No, no te recuerdo. Pero no recuerdo casi nada, no te lo tomes como algo personal. – me sinceré, no pude evitarlo, y en mi tono hubo algo de lástima y de broma, como si estuviera intentando tomarme con humor algo que, para mí, era la mayor de las torturas. ¡Qué no daría yo por recordar quién era y mi vida anterior...! ¡Qué no estaría dispuesta a sacrificar con tal de obtener respuestas a todas las preguntas que me hacía a diario!
¿Estás dispuesta a perder tu cordura, Alchemilla? ¿Tanto lo deseas que quieres perder lo único que de verdad posees, todavía?
Eso ya lo estoy perdiendo. Y así era, estaba segura, pero no podía evitarlo; era como ver un edificio derrumbarse pero saber que eres impotente porque no tienes la fuerza ni los medios para sostenerlo y alzarlo de nuevo. Con esa misma incapacidad de hacer nada, le permití curarme y reflexioné un tanto sobre él y lo que me había dicho; había elegido responder primero a lo que quizá le daría alguna clave sobre mí, pero seguía habiendo preguntas suyas pendientes de aclarar, y dado que no me estaba hiriendo, no había un motivo para negarme a hablar, ¿no?
Oh, fulana, no lo sé, ¿más motivos aparte de que es un licántropo!
– No, no me ha hecho nada más, gracias a ti. Has aparecido en el momento justo y en el lugar preciso, supongo que tengo que agradecerte tu intervención, así que... gracias. – conseguí decir, jugueteando con mis propios dedos y mirándolo a la cara a ratos, cuando no bajaba la mirada hasta el suelo de nuevo, perdida en mis pensamientos como últimamente me ocurría tan a menudo. – ¿Cuál es tu nombre? ¿De qué nos conocemos? – terminé por preguntar.
Genial, muy bien, ¡enfada a un licántropo insultando su hombría! ¿Es que no ves que fue tu cliente!
Y entonces recordé un poco, lo suficiente para que ella sintiera unas náuseas que casi fueron las mías, aunque las sustituyeron pronto los escalofríos ante los recuerdos de él besándome, sus manos por todas partes, su peso sobre el mío propio y mis dedos enredándose en sus cabellos mientras gemía por él, su nombre... ¡Ya estaba! ¡Ya sabía cómo se llamaba!
– Eres Zéphyr. ¿Fuimos amantes? Creo recordarlo, pero no sé si es lo que sentí entonces o lo que deseo ahora. – admití, y sin poder evitarlo acaricié su mejilla, sintiendo su barba raspándome los dedos de un modo tan placentero que continué haciéndolo. ¿Era eso fruto de la costumbre de ser prostituta o de que realmente lo recordaba con deseo y quería sentirlo de nuevo? No lo sabía. No podía saberlo. Y eso era lo que más me molestaba, esa impotencia que sabía que ella había provocado...
Pues aún te queda mucho por aguantar, fulana, porque no pienso largarme... ¡En tus sueños!
Invitado- Invitado
Re: The Cardinal Sin — Privado
Sí, tenía que reconocerlo, el hecho de que ella le hubiera dicho que no lo recordaba, le dolió, ¡aún cuando todo había quedado en el maldito pasado! Sin embargo, no demostró su indignación, al contrario, al final tuvo que extrañarse ante aquella respuesta. Es decir, nadie pierde la memoria de la noche a la mañana, y menos cuando se relaciona tan íntimamente con alguien, como lo habían hecho ellos antes. ¡Bien! Ahora el único confundido era él, porque, por más que intentara entender a Elia, no podía. ¿Qué rayos le había ocurrido en todo ese tiempo? ¿Y por qué incluso su aura se notaba diferente? Aquello alarmó a la bestia de su interior, como si se presentara ante un peligro inminente, pero no, sólo se trataba de una falsa alarma. Al menos fue lo que se aseguró, porque se hallaba más centrado en descifrar todo ese ese enigma que giraba en torno a ella.
Elia había sido la única mujer que realmente le importó luego de su madre, y justo coincidió con ella tiempo después del momento más precario de su vida. Por eso, y aunque ahora se esforzara en ocultarlo, era evidente que aún le afectaba un tanto la situación; que no había dejado atrás aquello que pudo haber sentido en ese entonces. ¡Maldición! Era tan difícil centrarse después de todos esos recuerdos jugando con su mente, y justo en ese instante, cuando más necesitaba permanecer sosegado, tanto por fuera, como por dentro. Cuestión bastante complicada. Al menos externamente sí lograba controlarlo más, ¿gracias a sus años de trabajo sucio? Quizá. No era algo que pudiera responder con facilidad.
Pero dejando a un lado todas aquellas cuestiones, lo que le interesaba ahora era, justamente, que Elia se encontrara bien, que aquel tipo no la hubiera maltratado antes de que él llegara. Por suerte, sus dudas fueron disipadas luego de que la examinó. ¡Era una prostituta por favor! ¿Cómo iba a estarlo si se exponía a diario a hombres como Bramante? ¿Tenía que ser su problema o no? Tal vez estaba siendo demasiado ingenuo, aun así, si de algo estuvo seguro, fue de que ella todavía le importaba, que aún le tenía algo de aprecio. ¡Bingo! Aún conservaba un poco de humanidad después de tanto tiempo. ¿Y qué tan bueno era eso? Cuestiones aparte: No quería saberlo.
—Difícil —soltó, sin saber muy bien cómo continuar, aunque eso le llevó tan sólo unos segundos. Zéphyr no se podía creer que todo eso le estuviera ocurriendo justo ahora, ¿por qué? Ah sí, porque hacía cosas deshonradas, por eso. Jaque mate—. Quise decir, que... lo que sea qe hubo entre nosotros, fue difícil. —Bajó la mirada un instante y sonrió, con debilidad, pero lo hizo, ¿contaba?—. Y no es por tu trabajo, creo que eso es lo que menos interesa...
Se quedó plantado en su lugar, observándola en silencio, con el ceño fruncido, como si quisiera hallar alguna respuesta en su mirada, pero sólo encontró confusión. ¿Era Elia u otra persona? ¡Bien! Al menos había recordado algo, ¿no? Suponía un avance, aunque él no sabía exactamente cómo tomarlo. ¿Estaría bromeando? No, no podía ser tal cosa, aquella sólo era la idea de un paranoico, y pese a que estaba hecho un lío, tampoco era para tanto (¿o sí?).
—¿Amantes? Sí, quizá a eso podría llamársele de ese modo. Pero ya te dije, fue algo complicado. Al menos has recordado mi nombre, supongo que está bien —respondió, luego de un incómodo y abismal silencio—. Ha pasado mucho tiempo, Elia. ¿Qué ha ocurrido contigo? ¿Por qué regresaste a esa pocilga? ¡Bien! No digas más, ya no soy quien para juzgarte, no ahora... no nunca. Me cuesta un poco controlar mis instintos.
Y fue justamente por esos instintos que sujetó la mano que acariciaba su mejilla. Tal vez lo hizo con brusquedad, pero lo siguiente simplemente resultó inesperado, incluso para él, porque la jaló hacia su propio cuerpo mientras rodeaba su cintura con el brazo, dedicándose a acariciarle el mentón con el pulgar.
—Dime, ¿qué fue exactamente lo que recordaste de mí, aparte de mi nombre? —inquirió, sin intenciones de soltarla—. ¿Qué es lo que deseas ahora?
Elia había sido la única mujer que realmente le importó luego de su madre, y justo coincidió con ella tiempo después del momento más precario de su vida. Por eso, y aunque ahora se esforzara en ocultarlo, era evidente que aún le afectaba un tanto la situación; que no había dejado atrás aquello que pudo haber sentido en ese entonces. ¡Maldición! Era tan difícil centrarse después de todos esos recuerdos jugando con su mente, y justo en ese instante, cuando más necesitaba permanecer sosegado, tanto por fuera, como por dentro. Cuestión bastante complicada. Al menos externamente sí lograba controlarlo más, ¿gracias a sus años de trabajo sucio? Quizá. No era algo que pudiera responder con facilidad.
Pero dejando a un lado todas aquellas cuestiones, lo que le interesaba ahora era, justamente, que Elia se encontrara bien, que aquel tipo no la hubiera maltratado antes de que él llegara. Por suerte, sus dudas fueron disipadas luego de que la examinó. ¡Era una prostituta por favor! ¿Cómo iba a estarlo si se exponía a diario a hombres como Bramante? ¿Tenía que ser su problema o no? Tal vez estaba siendo demasiado ingenuo, aun así, si de algo estuvo seguro, fue de que ella todavía le importaba, que aún le tenía algo de aprecio. ¡Bingo! Aún conservaba un poco de humanidad después de tanto tiempo. ¿Y qué tan bueno era eso? Cuestiones aparte: No quería saberlo.
—Difícil —soltó, sin saber muy bien cómo continuar, aunque eso le llevó tan sólo unos segundos. Zéphyr no se podía creer que todo eso le estuviera ocurriendo justo ahora, ¿por qué? Ah sí, porque hacía cosas deshonradas, por eso. Jaque mate—. Quise decir, que... lo que sea qe hubo entre nosotros, fue difícil. —Bajó la mirada un instante y sonrió, con debilidad, pero lo hizo, ¿contaba?—. Y no es por tu trabajo, creo que eso es lo que menos interesa...
Se quedó plantado en su lugar, observándola en silencio, con el ceño fruncido, como si quisiera hallar alguna respuesta en su mirada, pero sólo encontró confusión. ¿Era Elia u otra persona? ¡Bien! Al menos había recordado algo, ¿no? Suponía un avance, aunque él no sabía exactamente cómo tomarlo. ¿Estaría bromeando? No, no podía ser tal cosa, aquella sólo era la idea de un paranoico, y pese a que estaba hecho un lío, tampoco era para tanto (¿o sí?).
—¿Amantes? Sí, quizá a eso podría llamársele de ese modo. Pero ya te dije, fue algo complicado. Al menos has recordado mi nombre, supongo que está bien —respondió, luego de un incómodo y abismal silencio—. Ha pasado mucho tiempo, Elia. ¿Qué ha ocurrido contigo? ¿Por qué regresaste a esa pocilga? ¡Bien! No digas más, ya no soy quien para juzgarte, no ahora... no nunca. Me cuesta un poco controlar mis instintos.
Y fue justamente por esos instintos que sujetó la mano que acariciaba su mejilla. Tal vez lo hizo con brusquedad, pero lo siguiente simplemente resultó inesperado, incluso para él, porque la jaló hacia su propio cuerpo mientras rodeaba su cintura con el brazo, dedicándose a acariciarle el mentón con el pulgar.
—Dime, ¿qué fue exactamente lo que recordaste de mí, aparte de mi nombre? —inquirió, sin intenciones de soltarla—. ¿Qué es lo que deseas ahora?
Zéphyr C. Bonnet- Licántropo Clase Media
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Fecha de inscripción : 12/03/2015
Localización : París
Re: The Cardinal Sin — Privado
El pasado había sido complicado, ¿y entonces por eso el presente también lo era? ¿O quizá él exageraba y se trataba de algo diferente? No era el primer hombre que se negaba a referirse a nosotros como amantes tras utilizar mis servicios, pero ¿los había precisado o se los había regalado yo por algún motivo? ¡No podía recordarlo! Esa exclamación vacía que me acompañaba cada día de mi vida se antojaba, algunas veces mucho más que otras, demasiado frustrante, aunque más lo era contar con la posibilidad de tener una respuesta y que ésta jamás viniera...
Ni va a venir, no, te vas a tener que buscar la vida tú sola, Alchemilla, ¡conmigo no cuentes!
Pero él no me llamaba Alchemilla, él insistía en referirse a mí como Elia, y el nombre me producía una sensación rara en el estómago... ¿Familiaridad, quizá? Me parecía un nombre apropiado para mí, pero no sabía si porque me pertenecía o porque lo había utilizado en alguna ocasión, pues no sería tampoco el primer cliente que quería referirse a mí de otra forma. ¡Demasiadas preguntas y ninguna respuesta! Tal vez él tuviera alguno, pues su tacto parecía querer indicar que lo complicado no había sido malo, pero ¿había sido reservada entonces como lo era ahora? ¿Qué sabía él de mí...?
¡Nada, nadie sabe nada, no lo intentes y no indagues, lárgate!
Por supuesto, como cada vez que ella me sugería algo, yo hacía lo contrario; así se sentía más correcto, como una forma de luchar contra el veneno que nacía dentro de mí, una mala hierba que me arañaba cuando intentaba arrancarla y se extendía sin que pudiera hacer nada por evitarlo. Bueno, aquella vez sí podía hacer algo, de eso se trataba precisamente; podía intentar confiar en Zéphyr, de quien recordaba su cuerpo, a quien sentía desear y a quien di un beso suave y tímido justo antes de fundirme con su pecho porque parecía ser lo más seguro que se me ocurría.
– He vuelto porque sentía que no tenía otra opción. Cuando volví en mí, no recordaba nada, pero sabía que había yacido con un hombre y de algún modo supe que eso era lo que hacía y lo que se me daba bien. Las monedas pudieron tener algo que ver. – admití, con una media sonrisa tímida que sentí borrarse de mi expresión al momento, porque no había nada gracioso en mi descubrimiento, ni en mi despertar, ni, definitivamente, en mi situación presente. No, nada me provocaba risa, más bien frustración y ganas de gritar, pero eso hacía que ella sí sonriera, ¡se lo notaba en mi cabeza!, y eso... Eso sí era una mala noticia.
¿Por qué? ¿Te da miedo convertirte en mí? Pues asúmelo, ¡es lo que va a pasar!
¡No, no, por encima de mi cadáver y con todas mis fuerzas no! Aunque tuviera que revolcarme, literalmente o no, con mi peor enemigo para librarme de ella, que también era la peor adversaria con la que tenía que batallar y... Demonios, no sabía qué hacer. No tenía nada claro el paso que me tocaría dar a continuación, lo único que sabía era que contaba con la fortaleza del muro de Zéphyr contra mí, sosteniéndome pese a que todo hubiera sido complicado y no dejara de serlo. Oh, no, todo acababa de empezar.
– Me desperté en una cabaña con el cuerpo dolorido, sobre todo el cuello. Me desperté sin recordar nada, ni mi nombre, y con algo en mi cabeza que... Dios, vas a pensar que estoy loca. Pero algo en mi cabeza sabía las respuestas, y otro algo intuía que era una prostituta y recordaba el camino al burdel, así que si no tenía nada, ¿qué iba a hacer? ¿Mendigar? No. – afirmé, con toda la seguridad de la que era capaz, pero después me aparté porque su tacto me quemaba, y no de una manera agradable, sino peligrosa, como intuía que él lo era.
Ah, empiezas a ver la verdad, ¡bien! Ahora tienes que recordar otras cosas de él, tal vez así me creas.
– Te recuerdo... Lleno de sangre. Volvías de matar a alguien, estabas... Tu mirada estaba vacía. Pero viniste a mí. – recordé, ¿o imaginé? Era difícil saberlo con certeza, pero mis manos crispadas en sendos puños parecían indicarme que lo que veía era cierto. Para mi desgracia. – Te aseé, y me tomaste allí mismo con fuerza, rabia. Me hiciste daño, pero sentías placer, y a mí no me importó porque al final yo también, aunque las mujeres no debamos. ¿Es cierto eso? ¿O es lo que tengo aquí dentro jugando con mi cabeza...? – pregunté, desesperada, e incluso volví a acercarme a él.
Vaya... Sí que tienes que estarlo si prefieres la compañía de un asesino confeso.
Ni va a venir, no, te vas a tener que buscar la vida tú sola, Alchemilla, ¡conmigo no cuentes!
Pero él no me llamaba Alchemilla, él insistía en referirse a mí como Elia, y el nombre me producía una sensación rara en el estómago... ¿Familiaridad, quizá? Me parecía un nombre apropiado para mí, pero no sabía si porque me pertenecía o porque lo había utilizado en alguna ocasión, pues no sería tampoco el primer cliente que quería referirse a mí de otra forma. ¡Demasiadas preguntas y ninguna respuesta! Tal vez él tuviera alguno, pues su tacto parecía querer indicar que lo complicado no había sido malo, pero ¿había sido reservada entonces como lo era ahora? ¿Qué sabía él de mí...?
¡Nada, nadie sabe nada, no lo intentes y no indagues, lárgate!
Por supuesto, como cada vez que ella me sugería algo, yo hacía lo contrario; así se sentía más correcto, como una forma de luchar contra el veneno que nacía dentro de mí, una mala hierba que me arañaba cuando intentaba arrancarla y se extendía sin que pudiera hacer nada por evitarlo. Bueno, aquella vez sí podía hacer algo, de eso se trataba precisamente; podía intentar confiar en Zéphyr, de quien recordaba su cuerpo, a quien sentía desear y a quien di un beso suave y tímido justo antes de fundirme con su pecho porque parecía ser lo más seguro que se me ocurría.
– He vuelto porque sentía que no tenía otra opción. Cuando volví en mí, no recordaba nada, pero sabía que había yacido con un hombre y de algún modo supe que eso era lo que hacía y lo que se me daba bien. Las monedas pudieron tener algo que ver. – admití, con una media sonrisa tímida que sentí borrarse de mi expresión al momento, porque no había nada gracioso en mi descubrimiento, ni en mi despertar, ni, definitivamente, en mi situación presente. No, nada me provocaba risa, más bien frustración y ganas de gritar, pero eso hacía que ella sí sonriera, ¡se lo notaba en mi cabeza!, y eso... Eso sí era una mala noticia.
¿Por qué? ¿Te da miedo convertirte en mí? Pues asúmelo, ¡es lo que va a pasar!
¡No, no, por encima de mi cadáver y con todas mis fuerzas no! Aunque tuviera que revolcarme, literalmente o no, con mi peor enemigo para librarme de ella, que también era la peor adversaria con la que tenía que batallar y... Demonios, no sabía qué hacer. No tenía nada claro el paso que me tocaría dar a continuación, lo único que sabía era que contaba con la fortaleza del muro de Zéphyr contra mí, sosteniéndome pese a que todo hubiera sido complicado y no dejara de serlo. Oh, no, todo acababa de empezar.
– Me desperté en una cabaña con el cuerpo dolorido, sobre todo el cuello. Me desperté sin recordar nada, ni mi nombre, y con algo en mi cabeza que... Dios, vas a pensar que estoy loca. Pero algo en mi cabeza sabía las respuestas, y otro algo intuía que era una prostituta y recordaba el camino al burdel, así que si no tenía nada, ¿qué iba a hacer? ¿Mendigar? No. – afirmé, con toda la seguridad de la que era capaz, pero después me aparté porque su tacto me quemaba, y no de una manera agradable, sino peligrosa, como intuía que él lo era.
Ah, empiezas a ver la verdad, ¡bien! Ahora tienes que recordar otras cosas de él, tal vez así me creas.
– Te recuerdo... Lleno de sangre. Volvías de matar a alguien, estabas... Tu mirada estaba vacía. Pero viniste a mí. – recordé, ¿o imaginé? Era difícil saberlo con certeza, pero mis manos crispadas en sendos puños parecían indicarme que lo que veía era cierto. Para mi desgracia. – Te aseé, y me tomaste allí mismo con fuerza, rabia. Me hiciste daño, pero sentías placer, y a mí no me importó porque al final yo también, aunque las mujeres no debamos. ¿Es cierto eso? ¿O es lo que tengo aquí dentro jugando con mi cabeza...? – pregunté, desesperada, e incluso volví a acercarme a él.
Vaya... Sí que tienes que estarlo si prefieres la compañía de un asesino confeso.
Invitado- Invitado
Re: The Cardinal Sin — Privado
Alguna vez oyó decir a uno de sus compañeros que los sentimientos pueden ser un mal terrible, sobre todo si éstos son compartidos con otra persona, sin razonar demasiado en las consecuencias. Quizá en ese momento se había reído de las ocurrencias de su amigo, una noche cualquiera, mientras se hallaban en mitad de la nada, enterrando a un hombre al que acaban de darle una muerte nada honorable; otro mafioso más que, ¿se merecía morir de aquella manera? No importaba, sólo valía la pena el rumbo que tomaba aquella discusión compleja, con puntos de vista que distaban, más no resultaban tan errados. Sin embargo, de eso hace mucho, y Zéphyr no lo recordó sino hasta ese momento, en que intentaba arrancar alguna respuesta de la mirada de Elia... ¿Realmente quería? El temor y la inseguridad de su espíritu se vieron arrastrados por la tempestad que invadió su propia mente, mientras sus brazos poseían el cuerpo de esa mujer que, de alguna manera, había significado mucho en su pasado.
Zéphyr había cometido muchos errores en antaño, y a pesar de que estaba aprendiendo a vivir con ello, aún le resultaba excesivamente complicado aceptarlos a la ligera. Tal vez era por orgullo, o porque la conciencia le empezaba a hundir en la miseria, de manera lenta y tortuosa. No podía decirlo con exactitud, porque tampoco estaba tan interesado en la respuesta, siempre había preferido que ésta se mantuviera aislada, oculta en uno de los recovecos olvidados de su mente; a la deriva, sin que lo atormentara. Pero, ¿por cuánto tiempo iba a estar de ese modo? No por mucho, temía. Y ahí estaba Elia para demostrárselo; para gritárselo a la cara.
Podía excusarse en la vida complicada que tenía, o mejor dicho, en la rabia que tenía reservada con casi todo el mundo. Por aquel entonces estaba muy reciente la muerte de su madre, la desaparición de su hermano... y esa maldita venganza que tenía que llevar a cabo. Todo pareció acumularse, hasta un punto que se volvía obstinante, amargo; terrible para seguir soportándolo. Quizá ahora sí había superado por mucho esa etapa nefasta, pero no podía borrar las heridas, como si fueran simples líneas trazadas en el papel. Y cuando prestó atención a las palabras de ella, sus peores demonios regresaron para acosarlo en las penumbras. Esas bestias que no eran otra cosa que él mismo, atormentándose con su pasado; con su falta de fortaleza con todo.
—No, no estás loca. Quizá sólo estés confundida, incluso hayas perdido gran parte de tus recuerdos, pero, tampoco creas que se han ido para siempre —murmuró, observando distraídamente la nada, mientras él mismo recordaba su propio dolor, en especial cuando Elia se apartó—. Lamento no haber estado ahí para ayudarte. Simplemente me esfumé, como un cobarde.
No pudo continuar hablando más, se silenció al momento en que la distancia entre ambos se acortaba, cuando ella le revelaba ese primer encuentro, en el que... prefería no pensar. Aun así, a aquel le suscitaron otros más, pues su propio arrepentimiento le hizo volver, hasta que todo acabó, como tiene que ser siempre. ¿Y por qué Elia había regresado a su vida entonces? Ya ni siquiera se hallaba interesado en vengarse, o sentir recelo hacia todos en general. Le fastidiaba ser sicario, sí, pero ya empezaba a aceptarlo poco a poco.
—Elia —soltó, dejando escapar una exhalación antes de continuar—, es eso... cierto. No lo recuerdas todo en este momento, pero sí, soy un asesino a sueldo. Y cuando te conocí, había descargado mi rabia contra alguien más, luego viniste tú. Tenía mucho resentimiento, odiaba mi existencia. Quizá haya cambiado eso, porque uno aprende a convivir con sus propios demonios, ¿sabes? Aun así, no justifico que te haya tomado de ese modo. Aunque —la miró fijamente a los ojos—, no fue la primera vez que coincidimos. Si habría sido de ese modo, yo no te recordaría con tanto aprecio. Tú ocupaste un lugar en mi vida, y fuiste lo único bueno que tuve en ese entonces. Siento tanto haberte dejado ir...
Zéphyr había cometido muchos errores en antaño, y a pesar de que estaba aprendiendo a vivir con ello, aún le resultaba excesivamente complicado aceptarlos a la ligera. Tal vez era por orgullo, o porque la conciencia le empezaba a hundir en la miseria, de manera lenta y tortuosa. No podía decirlo con exactitud, porque tampoco estaba tan interesado en la respuesta, siempre había preferido que ésta se mantuviera aislada, oculta en uno de los recovecos olvidados de su mente; a la deriva, sin que lo atormentara. Pero, ¿por cuánto tiempo iba a estar de ese modo? No por mucho, temía. Y ahí estaba Elia para demostrárselo; para gritárselo a la cara.
Podía excusarse en la vida complicada que tenía, o mejor dicho, en la rabia que tenía reservada con casi todo el mundo. Por aquel entonces estaba muy reciente la muerte de su madre, la desaparición de su hermano... y esa maldita venganza que tenía que llevar a cabo. Todo pareció acumularse, hasta un punto que se volvía obstinante, amargo; terrible para seguir soportándolo. Quizá ahora sí había superado por mucho esa etapa nefasta, pero no podía borrar las heridas, como si fueran simples líneas trazadas en el papel. Y cuando prestó atención a las palabras de ella, sus peores demonios regresaron para acosarlo en las penumbras. Esas bestias que no eran otra cosa que él mismo, atormentándose con su pasado; con su falta de fortaleza con todo.
—No, no estás loca. Quizá sólo estés confundida, incluso hayas perdido gran parte de tus recuerdos, pero, tampoco creas que se han ido para siempre —murmuró, observando distraídamente la nada, mientras él mismo recordaba su propio dolor, en especial cuando Elia se apartó—. Lamento no haber estado ahí para ayudarte. Simplemente me esfumé, como un cobarde.
No pudo continuar hablando más, se silenció al momento en que la distancia entre ambos se acortaba, cuando ella le revelaba ese primer encuentro, en el que... prefería no pensar. Aun así, a aquel le suscitaron otros más, pues su propio arrepentimiento le hizo volver, hasta que todo acabó, como tiene que ser siempre. ¿Y por qué Elia había regresado a su vida entonces? Ya ni siquiera se hallaba interesado en vengarse, o sentir recelo hacia todos en general. Le fastidiaba ser sicario, sí, pero ya empezaba a aceptarlo poco a poco.
—Elia —soltó, dejando escapar una exhalación antes de continuar—, es eso... cierto. No lo recuerdas todo en este momento, pero sí, soy un asesino a sueldo. Y cuando te conocí, había descargado mi rabia contra alguien más, luego viniste tú. Tenía mucho resentimiento, odiaba mi existencia. Quizá haya cambiado eso, porque uno aprende a convivir con sus propios demonios, ¿sabes? Aun así, no justifico que te haya tomado de ese modo. Aunque —la miró fijamente a los ojos—, no fue la primera vez que coincidimos. Si habría sido de ese modo, yo no te recordaría con tanto aprecio. Tú ocupaste un lugar en mi vida, y fuiste lo único bueno que tuve en ese entonces. Siento tanto haberte dejado ir...
Zéphyr C. Bonnet- Licántropo Clase Media
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Re: The Cardinal Sin — Privado
¿No estaba loca? ¿No lo estaba? ¡Y él qué sabía! Era muy fácil opinar sin saber, sin escuchar la voz de mi cabeza que me atormentaba, que sabía que no venía de ninguna parte porque había mirado, ¡no había parado de hacerlo! Al principio, al despertarme sin saber nada, la había asociado como propia, pero no había tardado mucho en darme cuenta de que no sonaba como cuando yo pensaba... Dios, ¿tenía algo de sentido lo que me estaba pasando? ¿De verdad quería convencerme de que no estaba loca cuando me sentía como si lo estuviera?
Ah, no, aún no lo estás, ¡te lo digo yo! Pero lo estarás. Y yo de locos sé mucho.
Busqué de nuevo su cercanía, pues aunque sabía que era un asesino por contrato, él mismo lo había afirmado cuando le había preguntado hacía un momento que se me antojaba eterno, me parecía mucho más seguro que ella. Sí, Zéphyr podía estar mintiéndome, pero no creía que lo hiciera, pues me parecía verdaderamente arrepentido, dolido hasta el punto de que le acaricié la mejilla mientras hablaba sin saber muy bien por qué lo estaba haciendo.
En eso somos dos. ¡Apártate, estúpida, no te puedes fiar de él!
Pero, como sucedía desde hacía ya un tiempo, no la escuché, e incluso hice lo contrario. No lo hice por ser (estúpida) testaruda, sino que lo hice porque no se sentía bien nada de lo que ella hablaba, ¡si hasta en mi propio nombre me mentía! No tenía motivos para creer a Zéphyr cuando él admitía que había huido como un cobarde, pero sí sabía cómo me sentía, y Alchemilla no tenía un regusto tan familiar como sí lo tenía Elia... Ese nombre por el que él constantemente me llamaba y que tal vez fuera mío. O tal vez no y le había mentido, pero ¿de verdad a un cliente frecuente le habría engañado así?
– Estoy demasiado confundida. Sé que deben de seguir aquí, mis recuerdos, pero... – me interrumpí para apretarme la sien con los dedos, que había subido a la cara para ejemplificar así el lugar donde se debían de encontrar los fragmentos de mi vida anterior y, también, la guardiana que los encadenaba y que los tenía retirados de mi control, simplemente porque así le beneficiaba más a ella. A una ella que, por cierto, yo no había invitado a mi cabeza en ningún momento: de eso estaba más que segura.
Ni yo quería estar dentro de una sucia puta, pero ¡no había más remedio!
– Eras... ¿Qué eras para mí? No lo sabes, no lo sé ni yo; soy prostituta, puede que te mintiera en el pasado, y eres consciente de eso, ¿no? – razoné, abrazándome el pecho y mirándolo a los ojos con atención, pues aunque esa era una verdad inherente a mi oficio, el más antiguo del mundo de acuerdo con la madame y con mis compañeras más veteranas, tal vez él la había olvidado... O tal vez la había querido olvidar.
¿Y aún crees que eres mejor que yo? ¡Ja! Mentir es un pecado.
Era toda una suerte, entonces, que no hubiera ningún dios que pudiera echarme en cara las mentiras y los demás actos obscenos y nocivos que llevaba a cabo en mis días, ¿no? De haberlo, no me habría abandonado, y ni siquiera encontrarme con alguien que parecía apreciarme (¿lo hacía de verdad o mentía, como casi todos los visitantes del burdel en general y de mi lecho en particular...?) me iba a hacer cambiar de opinión. Sobre él, sin embargo, tal vez podría hacerlo aún, así que debía darle una oportunidad, sobre todo si eso implicaba enfadarla aún más.
– ¿Qué era yo para ti? ¿Por qué te fuiste? – pregunté, dejando caer las manos a ambos lados de mi cuerpo y ladeando la cara, intentando encontrar en su mirada y sus gestos la verdad que, quizá, sus palabras no me dirían. Era evidente que no me fiaba todavía de él, pero ¿podía culparme? Él, que se dedicaba a algo que le impedía abrirse a casi nadie (e incluso a mí misma, aunque en el pasado lo hubiera hecho cuando yo era otro), debía entenderlo mejor que nadie... ¿no?
– ¿Qué sabes de mí? – terminé preguntando, mordiéndome el labio inferior y, ahora sí, apartando la mirada de él, porque no me fiaba ni de él ni de mí misma, no con respecto a mi identidad real, pues ya la sentía a ella intentando desasirse del (escaso) control que ejercía para mantenerme yo, ¿Elia?, dentro de mi propio cuerpo, como si no quisiera saber la respuesta... No, como si ella ya la supiera y no quisiera que yo me enterara de cómo había sido.
Y no quiero que lo sepas, ¿para qué? Eras igual de patética, estás mucho mejor ahora, conmigo, ¡sin él! Aléjate, antes de que sea tarde.
Ah, no, aún no lo estás, ¡te lo digo yo! Pero lo estarás. Y yo de locos sé mucho.
Busqué de nuevo su cercanía, pues aunque sabía que era un asesino por contrato, él mismo lo había afirmado cuando le había preguntado hacía un momento que se me antojaba eterno, me parecía mucho más seguro que ella. Sí, Zéphyr podía estar mintiéndome, pero no creía que lo hiciera, pues me parecía verdaderamente arrepentido, dolido hasta el punto de que le acaricié la mejilla mientras hablaba sin saber muy bien por qué lo estaba haciendo.
En eso somos dos. ¡Apártate, estúpida, no te puedes fiar de él!
Pero, como sucedía desde hacía ya un tiempo, no la escuché, e incluso hice lo contrario. No lo hice por ser (estúpida) testaruda, sino que lo hice porque no se sentía bien nada de lo que ella hablaba, ¡si hasta en mi propio nombre me mentía! No tenía motivos para creer a Zéphyr cuando él admitía que había huido como un cobarde, pero sí sabía cómo me sentía, y Alchemilla no tenía un regusto tan familiar como sí lo tenía Elia... Ese nombre por el que él constantemente me llamaba y que tal vez fuera mío. O tal vez no y le había mentido, pero ¿de verdad a un cliente frecuente le habría engañado así?
– Estoy demasiado confundida. Sé que deben de seguir aquí, mis recuerdos, pero... – me interrumpí para apretarme la sien con los dedos, que había subido a la cara para ejemplificar así el lugar donde se debían de encontrar los fragmentos de mi vida anterior y, también, la guardiana que los encadenaba y que los tenía retirados de mi control, simplemente porque así le beneficiaba más a ella. A una ella que, por cierto, yo no había invitado a mi cabeza en ningún momento: de eso estaba más que segura.
Ni yo quería estar dentro de una sucia puta, pero ¡no había más remedio!
– Eras... ¿Qué eras para mí? No lo sabes, no lo sé ni yo; soy prostituta, puede que te mintiera en el pasado, y eres consciente de eso, ¿no? – razoné, abrazándome el pecho y mirándolo a los ojos con atención, pues aunque esa era una verdad inherente a mi oficio, el más antiguo del mundo de acuerdo con la madame y con mis compañeras más veteranas, tal vez él la había olvidado... O tal vez la había querido olvidar.
¿Y aún crees que eres mejor que yo? ¡Ja! Mentir es un pecado.
Era toda una suerte, entonces, que no hubiera ningún dios que pudiera echarme en cara las mentiras y los demás actos obscenos y nocivos que llevaba a cabo en mis días, ¿no? De haberlo, no me habría abandonado, y ni siquiera encontrarme con alguien que parecía apreciarme (¿lo hacía de verdad o mentía, como casi todos los visitantes del burdel en general y de mi lecho en particular...?) me iba a hacer cambiar de opinión. Sobre él, sin embargo, tal vez podría hacerlo aún, así que debía darle una oportunidad, sobre todo si eso implicaba enfadarla aún más.
– ¿Qué era yo para ti? ¿Por qué te fuiste? – pregunté, dejando caer las manos a ambos lados de mi cuerpo y ladeando la cara, intentando encontrar en su mirada y sus gestos la verdad que, quizá, sus palabras no me dirían. Era evidente que no me fiaba todavía de él, pero ¿podía culparme? Él, que se dedicaba a algo que le impedía abrirse a casi nadie (e incluso a mí misma, aunque en el pasado lo hubiera hecho cuando yo era otro), debía entenderlo mejor que nadie... ¿no?
– ¿Qué sabes de mí? – terminé preguntando, mordiéndome el labio inferior y, ahora sí, apartando la mirada de él, porque no me fiaba ni de él ni de mí misma, no con respecto a mi identidad real, pues ya la sentía a ella intentando desasirse del (escaso) control que ejercía para mantenerme yo, ¿Elia?, dentro de mi propio cuerpo, como si no quisiera saber la respuesta... No, como si ella ya la supiera y no quisiera que yo me enterara de cómo había sido.
Y no quiero que lo sepas, ¿para qué? Eras igual de patética, estás mucho mejor ahora, conmigo, ¡sin él! Aléjate, antes de que sea tarde.
Invitado- Invitado
Re: The Cardinal Sin — Privado
Elia había aparecido en ese instante para sacarle en cara todos sus errores; para obligarlo a mirar atrás , y encontrarse a cara a cara con ese maldito pasado que lo perseguía como una sombra voraz. Pero ella, a pesar de sus imperfecciones, había demostrado ser una luz en medio de las tinieblas, lo que la convirtió en alguien importante, y quizá, seguiría siéndolo. Zéphyr a veces sentía que se volvía más frívolo a medida que pasaba el tiempo, aun así, no le restaba méritos a aquella mujer. Se arrepentía, por supuesto que sí, de haberle hecho algún daño, y eso lo atormentaría siempre. Estaba acostumbrado a dañar personas, pero no a esas que le importaban, y si llegaba a cometer semejante error, no se lo iba a perdonar jamás. Quizá estaba siendo duro consigo mismo, como tantas veces se lo recriminó Ernest, ¿y qué más iba a hacer? Tal vez podría llegar a remendar ciertas cosas; tal vez no.
Haberse topado con Elia, en circunstancias ajenas a ambos, hizo que se cuestionara justamente eso. ¿De verdad tendría otra oportunidad o no? La respuesta solamente quedaba en ella, pero ahora mismo la veía tan confundida, tan diferente a la mujer que había conocido, que no sabía, con exactitud, si iba a ser capaz de responderle algo a él. Tal vez le reprocharía muchas cosas, y con todo el derecho lo haría, de eso no le cabía la menor duda a Zéphyr, aun así, no pudo evadir la inseguridad que se apoderó de su mente en ese instante.
Extrañó la calidez de su cuerpo, pero no tuvo el valor de acercarla de nuevo cuando ella se alejó. ¡Era un cobarde! Pudo haberla sacado de ese abismo, y no lo hizo. Claro, ¿cómo? Si él también se hallaba hundido en lo peor. ¿Era posible que un mercenario llegara a tener a alguien inocente a su lado? Eso iba a arrastrar más problemas de los que ya tenían ambos. Lo más sensato es que Elia saliera de ese agujero por su cuenta, y confiaba en su palabra. Sin embargo, al verla esa vez, al reencontrarse con ella, supo que no lo había conseguido. Maldijo internamente sus propias decisiones, y simplemente la observaba en silencio, sin atreverse a responderle nada, porque apenas se encontraba arreglando su propio caos mental. No supo qué decirle hasta determinado punto. Nunca antes se había sentido tan vulnerable como ahora...
—Sí, soy consciente de que pudiste haberme mentido por tu oficio, pero también estoy consciente de que eres humana, que no puedes evitar muchas cosas, como los sentimientos, Elia. Hubo algo, breve eso sí, pero algo al fin y al cabo —contestó, luego de un extenso, y muy incomodo silencio. La miraba fijamente a los ojos; estaba siendo honesto, transparente, más de lo que pudiera ser con alguien—. Quizá pudimos haber sido amantes, o algo más, no lo sé. Lo único que sé es que... Yo te amé, Elia, y a más nadie le he dedicado tantos pensamientos luego de mi madre. Si me mentías o no, eso no me importaba, porque ya estaba acostumbrado a las mentiras, lo que me importaba era lo que sentía por ti. Tal vez siga latente ahí, en mi interior, no lo sé. Ha pasado mucho tiempo.
Se tuvo que obligar a callar, porque sus propias palabras lo abrumaron. Ya no era capaz de sostener la mirada de esa mujer. Estaba demasiado contrariado, extrañado hasta cierto punto, porque odiaba tener que reconocer que aún tenía sentimientos, siendo que él mismo se aferraba a la idea de ser condenadamente distante. Fue inclusive confuso. Pero sí, ciertamente, Elia seguía importándole, y eso no iba a cambiar.
—¿Quieres saber por qué me largué? Porque era peligroso para ti, Elia. Había gente peligrosa buscándome por haber aceptado un encargo demasiado complicado. Sabían que me relacionaba con una mujer, y si no me apartaba, darían contigo y las cosas serían mucho peores. Prefería ganarme tu odio si me marchaba que lamentarme el resto de mis días por otra muerte —explicó, echando un vistazo al techo del minúsculo espacio en que se hallaban—. Quería sacarte de ese maldito burdel, pero me tardé en tomar una decisión. Creí que buscarías los medios para huir de ahí, me sabe mal que no haya sido así. Ahora mismo no sé qué va a ocurrir entre nosotros. Hay algo diferente en ti, no sé qué es, pero tu esencia... ha cambiado. Pero no debes permitir que eso gane la batalla, ¿lo entiendes?
Quiso acercarse, obvio que sí, aun así, prefirió esperar que ella accediera, que se lo permitiera. No quería ganarse su odio, más tarde que temprano lo descubrióm, y tan problemático que era.
Haberse topado con Elia, en circunstancias ajenas a ambos, hizo que se cuestionara justamente eso. ¿De verdad tendría otra oportunidad o no? La respuesta solamente quedaba en ella, pero ahora mismo la veía tan confundida, tan diferente a la mujer que había conocido, que no sabía, con exactitud, si iba a ser capaz de responderle algo a él. Tal vez le reprocharía muchas cosas, y con todo el derecho lo haría, de eso no le cabía la menor duda a Zéphyr, aun así, no pudo evadir la inseguridad que se apoderó de su mente en ese instante.
Extrañó la calidez de su cuerpo, pero no tuvo el valor de acercarla de nuevo cuando ella se alejó. ¡Era un cobarde! Pudo haberla sacado de ese abismo, y no lo hizo. Claro, ¿cómo? Si él también se hallaba hundido en lo peor. ¿Era posible que un mercenario llegara a tener a alguien inocente a su lado? Eso iba a arrastrar más problemas de los que ya tenían ambos. Lo más sensato es que Elia saliera de ese agujero por su cuenta, y confiaba en su palabra. Sin embargo, al verla esa vez, al reencontrarse con ella, supo que no lo había conseguido. Maldijo internamente sus propias decisiones, y simplemente la observaba en silencio, sin atreverse a responderle nada, porque apenas se encontraba arreglando su propio caos mental. No supo qué decirle hasta determinado punto. Nunca antes se había sentido tan vulnerable como ahora...
—Sí, soy consciente de que pudiste haberme mentido por tu oficio, pero también estoy consciente de que eres humana, que no puedes evitar muchas cosas, como los sentimientos, Elia. Hubo algo, breve eso sí, pero algo al fin y al cabo —contestó, luego de un extenso, y muy incomodo silencio. La miraba fijamente a los ojos; estaba siendo honesto, transparente, más de lo que pudiera ser con alguien—. Quizá pudimos haber sido amantes, o algo más, no lo sé. Lo único que sé es que... Yo te amé, Elia, y a más nadie le he dedicado tantos pensamientos luego de mi madre. Si me mentías o no, eso no me importaba, porque ya estaba acostumbrado a las mentiras, lo que me importaba era lo que sentía por ti. Tal vez siga latente ahí, en mi interior, no lo sé. Ha pasado mucho tiempo.
Se tuvo que obligar a callar, porque sus propias palabras lo abrumaron. Ya no era capaz de sostener la mirada de esa mujer. Estaba demasiado contrariado, extrañado hasta cierto punto, porque odiaba tener que reconocer que aún tenía sentimientos, siendo que él mismo se aferraba a la idea de ser condenadamente distante. Fue inclusive confuso. Pero sí, ciertamente, Elia seguía importándole, y eso no iba a cambiar.
—¿Quieres saber por qué me largué? Porque era peligroso para ti, Elia. Había gente peligrosa buscándome por haber aceptado un encargo demasiado complicado. Sabían que me relacionaba con una mujer, y si no me apartaba, darían contigo y las cosas serían mucho peores. Prefería ganarme tu odio si me marchaba que lamentarme el resto de mis días por otra muerte —explicó, echando un vistazo al techo del minúsculo espacio en que se hallaban—. Quería sacarte de ese maldito burdel, pero me tardé en tomar una decisión. Creí que buscarías los medios para huir de ahí, me sabe mal que no haya sido así. Ahora mismo no sé qué va a ocurrir entre nosotros. Hay algo diferente en ti, no sé qué es, pero tu esencia... ha cambiado. Pero no debes permitir que eso gane la batalla, ¿lo entiendes?
Quiso acercarse, obvio que sí, aun así, prefirió esperar que ella accediera, que se lo permitiera. No quería ganarse su odio, más tarde que temprano lo descubrióm, y tan problemático que era.
Zéphyr C. Bonnet- Licántropo Clase Media
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Fecha de inscripción : 12/03/2015
Localización : París
Re: The Cardinal Sin — Privado
¿Ves? Él tampoco está respondiéndote, para él tampoco es relevante decirte quién eras, ¿y sabes por qué? Porque eras fulana, ¡por eso!
No quería creer eso, no podía hacerlo, pero lo que él estaba diciendo lo demostraba, ¿no? Quería sacarme del burdel en el pasado, eso significaba que mi intuición al despertarme sin saber nada de mí era cierta, pero también que yo siempre había sido carne para los hombres que pudieran pagarme... O, al menos, un siempre lo bastante largo para que él me hubiera podido conocer así, pero no sabía cuánto había durado ni qué había sido de mí antes. ¿Cómo, si nadie quedaba que pudiera aclarármelo? ¿Cómo, si los que podían callaban, cómplices de aquella mentira?
Callamos y nos callaremos, estás mucho mejor que antes y mejor si te convences pronto, porque lo contrario te dolerá, ya lo creo que sí.
Sentí un escalofrío de puro terror y mi cuerpo reaccionó solo, sin que mediáramos Alchemilla ni yo misma: se acercó a Zéphyr, quien parecía añorar esa proximidad y en cuyo pecho me apoyé, aterrada por mí misma, confundida y desorientada, justo como cuando había despertado. Aún no comprendía qué había hecho yo para merecer todo aquello y para haber terminado presa en la intimidad de mi propia cabeza; por mala que hubiera sido, y Zéphyr parecía peor que yo, a juzgar por lo que decía, nada justificaba ese castigo que se me había impuesto, nada de nada.
– No puedo saber si fue mutuo. – sacudí la cabeza. Probablemente no haya sido la mejor de tus ideas no decirle lo que quiere oír, ¡estúpida fulana desagradecida...! – Pero creo que te apreciaba. Aunque hay una parte de mí que desconfía... – comencé, mordiéndome el labio. ¡Vaya que si desconfío! Los malditos lobos mejor lejos o muertos, ¡no hay más! – La otra parece sentir algo por ti. Aunque sólo sea la creencia de que pareces algo de fiar. – afirmé.
Pero no lo hace, no es cierto, ¡una cosa es decirle lo que quiere oír y otra permitirle que te haga lo que quiera! Esto está pasando ya de castaño oscuro.
La ignoré y me aparté de nuevo, abrazándome el torso como para compensar la ausencia de su contacto, pese a que la ropa no permitiera que éste fuera total. Lo recordaba como amante, creía; no en detalle, porque pocas cosas se habían quedado grabadas a fuego en mi memoria, pero sí tenía fugaces vistazos a su cuerpo, su sonrisa, su forma de complacerme tanto como se complacía él mismo, que era algo que casi ningún cliente solía tener en cuenta. Debía de haberme valorado... ¿No?
¿No ves que no! ¡Sólo los estúpidos utilizan a una mujer sin tener nada más en cuenta!
Casi quise esbozar una sonrisa amarga ante esa primera muestra de ingenuidad que mi inquilina sin permiso mostró: no había pasado el tiempo suficiente conmigo para saber que a muchos hombres no les importaba el placer de sus mujeres, sólo el propio. Muchos, incluso, ignoraban que las mujeres pudieran disfrutar de un acto tan íntimo para todos excepto para quienes, como yo, lo cobrábamos al terminar, y eso solía significar dolor para ella e ignorancia para él. Zéphyr no era de esos, la certeza la tenía, pero no se podía juzgar a un hombre (lobo) por su comportamiento en la cama y nada más, así que debía tratar de mantener la cabeza todo lo fría que pudiera, más o menos igual que mi cuerpo sin su cercanía.
– No sé si te odié. Tan siquiera sé si busqué una manera de salir o no, porque desperté muy débil y sin memoria, un día, e hice lo que creía que había hecho antes. Sin saber cuánto antes, me es complicado responderte a eso... – aclaré, encogiéndome de hombros y jugando con la tela de mi falda, cualquier cosa con tal de no mirarlo a los ojos y de poner en orden mis ideas en la medida de lo posible.
Tus ideas no se merecen nada, sólo lo hacen las mías, ¡para de una vez!
– Sé que hay algo distinto. – susurré, y una vez comencé no fui capaz de parar, ni siquiera para tomar el aire. – Hay algo en mi cabeza que no me pertenece, algún tipo de ser se ha metido y no puedo sacarlo, soy diferente porque esto se siente artificial y mal, como si estuviera sucia. Tiene gracia que yo, una prostituta, diga eso, pero hay algo distinto y poderoso con lo que batallo a diario y no sé si puedo ganar, Zéphyr, no lo sé y eso me aterra. – confesé.
No puedes ganar. Sólo por estar yo aquí, ya has perdido. ¡Te fastidias, estúpida!
No quería creer eso, no podía hacerlo, pero lo que él estaba diciendo lo demostraba, ¿no? Quería sacarme del burdel en el pasado, eso significaba que mi intuición al despertarme sin saber nada de mí era cierta, pero también que yo siempre había sido carne para los hombres que pudieran pagarme... O, al menos, un siempre lo bastante largo para que él me hubiera podido conocer así, pero no sabía cuánto había durado ni qué había sido de mí antes. ¿Cómo, si nadie quedaba que pudiera aclarármelo? ¿Cómo, si los que podían callaban, cómplices de aquella mentira?
Callamos y nos callaremos, estás mucho mejor que antes y mejor si te convences pronto, porque lo contrario te dolerá, ya lo creo que sí.
Sentí un escalofrío de puro terror y mi cuerpo reaccionó solo, sin que mediáramos Alchemilla ni yo misma: se acercó a Zéphyr, quien parecía añorar esa proximidad y en cuyo pecho me apoyé, aterrada por mí misma, confundida y desorientada, justo como cuando había despertado. Aún no comprendía qué había hecho yo para merecer todo aquello y para haber terminado presa en la intimidad de mi propia cabeza; por mala que hubiera sido, y Zéphyr parecía peor que yo, a juzgar por lo que decía, nada justificaba ese castigo que se me había impuesto, nada de nada.
– No puedo saber si fue mutuo. – sacudí la cabeza. Probablemente no haya sido la mejor de tus ideas no decirle lo que quiere oír, ¡estúpida fulana desagradecida...! – Pero creo que te apreciaba. Aunque hay una parte de mí que desconfía... – comencé, mordiéndome el labio. ¡Vaya que si desconfío! Los malditos lobos mejor lejos o muertos, ¡no hay más! – La otra parece sentir algo por ti. Aunque sólo sea la creencia de que pareces algo de fiar. – afirmé.
Pero no lo hace, no es cierto, ¡una cosa es decirle lo que quiere oír y otra permitirle que te haga lo que quiera! Esto está pasando ya de castaño oscuro.
La ignoré y me aparté de nuevo, abrazándome el torso como para compensar la ausencia de su contacto, pese a que la ropa no permitiera que éste fuera total. Lo recordaba como amante, creía; no en detalle, porque pocas cosas se habían quedado grabadas a fuego en mi memoria, pero sí tenía fugaces vistazos a su cuerpo, su sonrisa, su forma de complacerme tanto como se complacía él mismo, que era algo que casi ningún cliente solía tener en cuenta. Debía de haberme valorado... ¿No?
¿No ves que no! ¡Sólo los estúpidos utilizan a una mujer sin tener nada más en cuenta!
Casi quise esbozar una sonrisa amarga ante esa primera muestra de ingenuidad que mi inquilina sin permiso mostró: no había pasado el tiempo suficiente conmigo para saber que a muchos hombres no les importaba el placer de sus mujeres, sólo el propio. Muchos, incluso, ignoraban que las mujeres pudieran disfrutar de un acto tan íntimo para todos excepto para quienes, como yo, lo cobrábamos al terminar, y eso solía significar dolor para ella e ignorancia para él. Zéphyr no era de esos, la certeza la tenía, pero no se podía juzgar a un hombre (lobo) por su comportamiento en la cama y nada más, así que debía tratar de mantener la cabeza todo lo fría que pudiera, más o menos igual que mi cuerpo sin su cercanía.
– No sé si te odié. Tan siquiera sé si busqué una manera de salir o no, porque desperté muy débil y sin memoria, un día, e hice lo que creía que había hecho antes. Sin saber cuánto antes, me es complicado responderte a eso... – aclaré, encogiéndome de hombros y jugando con la tela de mi falda, cualquier cosa con tal de no mirarlo a los ojos y de poner en orden mis ideas en la medida de lo posible.
Tus ideas no se merecen nada, sólo lo hacen las mías, ¡para de una vez!
– Sé que hay algo distinto. – susurré, y una vez comencé no fui capaz de parar, ni siquiera para tomar el aire. – Hay algo en mi cabeza que no me pertenece, algún tipo de ser se ha metido y no puedo sacarlo, soy diferente porque esto se siente artificial y mal, como si estuviera sucia. Tiene gracia que yo, una prostituta, diga eso, pero hay algo distinto y poderoso con lo que batallo a diario y no sé si puedo ganar, Zéphyr, no lo sé y eso me aterra. – confesé.
No puedes ganar. Sólo por estar yo aquí, ya has perdido. ¡Te fastidias, estúpida!
Invitado- Invitado
Re: The Cardinal Sin — Privado
Si cerraba los ojos y se concentraba lo suficiente, podría recordar cada encuentro con Elia en el pasado. Podría hasta rememorar en su cabeza cada frase surgida de sus labios; cada cosa que perteneciera a esa relación efímera que sostuvieron. Pero hacerlo, eso sería hacerse sangrar demasiado, y ya había tenido suficiente con ese accidente del destino. Creyó haberla perdido antes, y para siempre. ¡Y cuán equivocado estaba! Aun así, no dejaba de creer que aquello se convertía en una idea terrible. El hecho de que ambos pudieran compartir algo, de nuevo, eso no estaría bien. El instinto de Zéphyr, casi siempre bueno, se lo advertía, y a él, que le hubiera encantado ignorarlo, sencillamente no podía.
Pero, ¿cómo pasar de ello como si nada? Quizá si ella se encontrara bien, a pesar de su trabajo, tal vez habría sido una buena señal. Sin embargo, Zéphyr se dio cuenta de que Elia no estaba para nada bien. Él, siendo, de cierta manera, un hombre con un poco de sobrenatural en su ser, pudo percartarse de algo más. Algo que se dibujaba con formas siniestras en el aura de su antigua amante. Tampoco sintió temor, en realidad, lo que lo invadió fue una impotencia que ya la conocía de esa sobra. Esa misma que se burlaba de él cuando no podía hacer mucho por un propósito, por más que lo persiguiera hasta el cansancio. Menos abandonó la culpabilidad, que lo picaba hasta hacerlo sangrar todavía más. Si tan sólo no la hubiera dejado... ¡Estaría muerta!
Tenía que guardar la calma, por supuesto. Dejarse llevar por los instintos primarios sería como cometer enormes fallos, aunque las palabras de ella le estuvieran talandrando en lo más hondo. Incluso lo hacía esa distancia que los separaba en ese momento. Siempre podía ayudarla, pero eso significaba relacionarla con ese grupo de sicarios con los que se la pasaba, y, bueno, no se veía tan fantástico. Aunque, conociendo a Ernest, y planteándole mejor la situación, de seguro le tendería una mano como amigo, no lo dudaba. No obstante, ¿querría Elia esa ayuda?
—Oye, si no fue mutuo, no importa... Es decir, me conformo con haberte conocido y que me hubieras dado motivos suficientes para no derrumbarme cuando sólo veía tinieblas —habló, no supo si había sido lo correcto. Hasta sintió el deseo de acercarse a ella, pero mantuvo la distancia con prudencia, al menos por un breve instante—. Sin embargo, entiendo que yo pueda levantar grandes murallas de desconfianza. Después de todo, un asesino como yo, ya no puede limpiarse la sangre de sus manos. Por más que sea sangre de personas repudiables, una cosa no justifica a la otra.
¿Se estaba excusando acaso? No, simplemente hablaba con la verdad. La vida se había encargado de enseñarle que, algunas veces, lo mejor era expresarse con la verdad, y él tuvo que hacerlo en ese instante. Quizá ella no lo necesitaba, porque su mente se envolvía en un caos que, parecía, no provenía de un golpe en la cabeza. Había algo más... Y fue lo que obligó a Zéphyr a acercarse a Elia nuevamente. Le sostuvo el rostro, y aunque no era momento para ello, le dedicó una sonrisa.
—Elia —la llamó, y cuando obtuvo su atención, recargó su frente contra la suya—. No tengas miedo. Tienes que ser fuerte; siempre lo has sido.
Se quedó observando sus labios, y atraído por completo, decidió besarla, como lo había hecho muchas veces. Con paciencia, como si el tiempo no tuviera sentido alguno.
—Déjame ayudarte. Sea lo que sea que esté ocurriendo, yo, quisiera ayudarte de verdad —agregó una vez se separó de sus labios—. Nunca es tarde para intentar hacer algo, y si nos hemos topado, será por algo, no por pura coincidencia. Tengo amigos que saben de... magia. No truquitos, eh. Saben lidiar con sus dones. Quizá sea eso lo que necesites, que te orienten. Eso podría ayudarte a ganar la batalla, ¿no lo has pensado de ese modo? —propuso—. No puedes permitirte perder. Es por el bien de ti misma...
Finalmente se separó de ella, retrocediendo un par de pasos, dejándole espacio para que lo meditara, o lo qué fuera.
Pero, ¿cómo pasar de ello como si nada? Quizá si ella se encontrara bien, a pesar de su trabajo, tal vez habría sido una buena señal. Sin embargo, Zéphyr se dio cuenta de que Elia no estaba para nada bien. Él, siendo, de cierta manera, un hombre con un poco de sobrenatural en su ser, pudo percartarse de algo más. Algo que se dibujaba con formas siniestras en el aura de su antigua amante. Tampoco sintió temor, en realidad, lo que lo invadió fue una impotencia que ya la conocía de esa sobra. Esa misma que se burlaba de él cuando no podía hacer mucho por un propósito, por más que lo persiguiera hasta el cansancio. Menos abandonó la culpabilidad, que lo picaba hasta hacerlo sangrar todavía más. Si tan sólo no la hubiera dejado... ¡Estaría muerta!
Tenía que guardar la calma, por supuesto. Dejarse llevar por los instintos primarios sería como cometer enormes fallos, aunque las palabras de ella le estuvieran talandrando en lo más hondo. Incluso lo hacía esa distancia que los separaba en ese momento. Siempre podía ayudarla, pero eso significaba relacionarla con ese grupo de sicarios con los que se la pasaba, y, bueno, no se veía tan fantástico. Aunque, conociendo a Ernest, y planteándole mejor la situación, de seguro le tendería una mano como amigo, no lo dudaba. No obstante, ¿querría Elia esa ayuda?
—Oye, si no fue mutuo, no importa... Es decir, me conformo con haberte conocido y que me hubieras dado motivos suficientes para no derrumbarme cuando sólo veía tinieblas —habló, no supo si había sido lo correcto. Hasta sintió el deseo de acercarse a ella, pero mantuvo la distancia con prudencia, al menos por un breve instante—. Sin embargo, entiendo que yo pueda levantar grandes murallas de desconfianza. Después de todo, un asesino como yo, ya no puede limpiarse la sangre de sus manos. Por más que sea sangre de personas repudiables, una cosa no justifica a la otra.
¿Se estaba excusando acaso? No, simplemente hablaba con la verdad. La vida se había encargado de enseñarle que, algunas veces, lo mejor era expresarse con la verdad, y él tuvo que hacerlo en ese instante. Quizá ella no lo necesitaba, porque su mente se envolvía en un caos que, parecía, no provenía de un golpe en la cabeza. Había algo más... Y fue lo que obligó a Zéphyr a acercarse a Elia nuevamente. Le sostuvo el rostro, y aunque no era momento para ello, le dedicó una sonrisa.
—Elia —la llamó, y cuando obtuvo su atención, recargó su frente contra la suya—. No tengas miedo. Tienes que ser fuerte; siempre lo has sido.
Se quedó observando sus labios, y atraído por completo, decidió besarla, como lo había hecho muchas veces. Con paciencia, como si el tiempo no tuviera sentido alguno.
—Déjame ayudarte. Sea lo que sea que esté ocurriendo, yo, quisiera ayudarte de verdad —agregó una vez se separó de sus labios—. Nunca es tarde para intentar hacer algo, y si nos hemos topado, será por algo, no por pura coincidencia. Tengo amigos que saben de... magia. No truquitos, eh. Saben lidiar con sus dones. Quizá sea eso lo que necesites, que te orienten. Eso podría ayudarte a ganar la batalla, ¿no lo has pensado de ese modo? —propuso—. No puedes permitirte perder. Es por el bien de ti misma...
Finalmente se separó de ella, retrocediendo un par de pasos, dejándole espacio para que lo meditara, o lo qué fuera.
Zéphyr C. Bonnet- Licántropo Clase Media
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Re: The Cardinal Sin — Privado
Estaba aterrada. No tienes por qué estarlo. Desconfiaba de todo lo que me rodeaba, y también de lo que tenía dentro. ¿Por qué? Sólo tienes que escuchar y obedecer. No sabía a qué aferrarme, no sabía quién decía la verdad y quién sólo lo que yo quería oír para guiarme en una u otra dirección, me sentía vacía y sin ni una sola referencia en mi pasado, en mis recuerdos robados, que pudiera guiarme... Y entonces él me besó y me abandoné al beso, más incluso de lo normal.
Como siempre, fulana estúpida, ¡piensa con lo que corresponde!
Ni siquiera la escuché. Lo agarré como si fuera un ancla que no me permitiría echar a volar por culpa de todo lo que intentaba borrarme de mi lugar, y cuando finalmente se separó me sentí vacía, hueca y fría, aún más que hasta ese momento. Con añoranza, sin duda, lo miré mientras él hablaba e intentaba tranquilizarme, a mí y a quien no sabía que vivía en mis pensamientos; poco a poco, el miedo iba volviendo, y no sabía cómo enfrentarme a ello ni, tampoco, si merecía la pena siquiera hacerlo.
– Creo que... ahora yo soy una asesina. Igual que tú. ¿Cómo puedo echarte en cara si ni siquiera recuerdo qué he hecho? Por lo que sé, puedo haber sido igual que tú. Puedo haberme incluso ocupado de gente que no lo merecía. – aventuré. Él se había apartado y yo miraba al suelo, con las manos apretadas en las sienes y tratando de acallar esa voz que se reía sin parar y que decía que sí, que ella había matado, pero que yo también, ¡yo también!
No tienes ni idea de lo mucho que me estoy divirtiendo...
– Fui fuerte. ¿Pero lo soy ahora? No lo sé. Esa fuerza no me pertenece. – admití. Eso lo sabía, la magia que sentía, porque ese era su nombre, no se sentía como propia, aunque a veces casi pudiera llegar a creérmelo; eran talentos prestados por la misma que ansiaba dominarme y que buscaba desterrar mis pensamientos para instaurar los suyos y nada más. Oh, ¿tan transparente soy? ¡Por fin, por fin lo admitía! Pero Zéphyr no me creería si se lo decía...
Ni él ni nadie. ¿Quién, por lobo que sea, escucharía una historia como la de una puta poseída y querría ayudarte y no mandarnos a la hoguera? Eso no te lo pienso permitir.
– Si pierdo, desaparezco. Sé que no me lo puedo permitir. – repetí, pero más para mí misma que para él. De algún modo sentía que si lo decía en voz alta, las palabras adquirirían más significado que si simplemente lo pensaba, en un campo donde Alchemilla tenía todas las de ganar. Podía sonar estúpido, ni siquiera estaba convencida de que fuera a funcionar, pero no perdía nada por intentarlo, y menos cuando él parecía dispuesto a ayudar.
Su ayuda no va a servir de nada. Vas a perder, y vas a desaparecer, y no sabes lo a gusto que yo sola me quedaré.
– ¿Sabes qué? Acepto. – afirmé, sacudiendo la cabeza. Probablemente fuera una idea horrible; es más, estaba convencida de que era una malísima idea, pero ¿qué perdía por probar? Oh, no sé, ¿tal vez que mi magia se vuelva contra ti? ¿Lo has pensado? La magia me pertenece a mí, fulana estúpida, no a ti, y nada de lo que puedas creer que te va a ayudar lo va a hacer de verdad. Tal vez, pero no iba a hundirme sin intentar, al menos, salvarme.
– La magia es suya, pero a veces me pertenece. Si conoces a alguien... Me gustaría aprender. Quiero saber defenderme, aunque sea de mí misma. Lo necesito con desesperación. – supliqué. Me avergonzó oír cómo mi voz se quebraba en las últimas sílabas, producto sin duda de ese ruego que le estaba dando a él como última opción antes de que Alchemilla, ese monstruo, me hundiera a mí también por completo. Aun así, no me retracté, puesto que no tenía esperanzas salvo las que había puesto en él...
Un gran error.
Como siempre, fulana estúpida, ¡piensa con lo que corresponde!
Ni siquiera la escuché. Lo agarré como si fuera un ancla que no me permitiría echar a volar por culpa de todo lo que intentaba borrarme de mi lugar, y cuando finalmente se separó me sentí vacía, hueca y fría, aún más que hasta ese momento. Con añoranza, sin duda, lo miré mientras él hablaba e intentaba tranquilizarme, a mí y a quien no sabía que vivía en mis pensamientos; poco a poco, el miedo iba volviendo, y no sabía cómo enfrentarme a ello ni, tampoco, si merecía la pena siquiera hacerlo.
– Creo que... ahora yo soy una asesina. Igual que tú. ¿Cómo puedo echarte en cara si ni siquiera recuerdo qué he hecho? Por lo que sé, puedo haber sido igual que tú. Puedo haberme incluso ocupado de gente que no lo merecía. – aventuré. Él se había apartado y yo miraba al suelo, con las manos apretadas en las sienes y tratando de acallar esa voz que se reía sin parar y que decía que sí, que ella había matado, pero que yo también, ¡yo también!
No tienes ni idea de lo mucho que me estoy divirtiendo...
– Fui fuerte. ¿Pero lo soy ahora? No lo sé. Esa fuerza no me pertenece. – admití. Eso lo sabía, la magia que sentía, porque ese era su nombre, no se sentía como propia, aunque a veces casi pudiera llegar a creérmelo; eran talentos prestados por la misma que ansiaba dominarme y que buscaba desterrar mis pensamientos para instaurar los suyos y nada más. Oh, ¿tan transparente soy? ¡Por fin, por fin lo admitía! Pero Zéphyr no me creería si se lo decía...
Ni él ni nadie. ¿Quién, por lobo que sea, escucharía una historia como la de una puta poseída y querría ayudarte y no mandarnos a la hoguera? Eso no te lo pienso permitir.
– Si pierdo, desaparezco. Sé que no me lo puedo permitir. – repetí, pero más para mí misma que para él. De algún modo sentía que si lo decía en voz alta, las palabras adquirirían más significado que si simplemente lo pensaba, en un campo donde Alchemilla tenía todas las de ganar. Podía sonar estúpido, ni siquiera estaba convencida de que fuera a funcionar, pero no perdía nada por intentarlo, y menos cuando él parecía dispuesto a ayudar.
Su ayuda no va a servir de nada. Vas a perder, y vas a desaparecer, y no sabes lo a gusto que yo sola me quedaré.
– ¿Sabes qué? Acepto. – afirmé, sacudiendo la cabeza. Probablemente fuera una idea horrible; es más, estaba convencida de que era una malísima idea, pero ¿qué perdía por probar? Oh, no sé, ¿tal vez que mi magia se vuelva contra ti? ¿Lo has pensado? La magia me pertenece a mí, fulana estúpida, no a ti, y nada de lo que puedas creer que te va a ayudar lo va a hacer de verdad. Tal vez, pero no iba a hundirme sin intentar, al menos, salvarme.
– La magia es suya, pero a veces me pertenece. Si conoces a alguien... Me gustaría aprender. Quiero saber defenderme, aunque sea de mí misma. Lo necesito con desesperación. – supliqué. Me avergonzó oír cómo mi voz se quebraba en las últimas sílabas, producto sin duda de ese ruego que le estaba dando a él como última opción antes de que Alchemilla, ese monstruo, me hundiera a mí también por completo. Aun así, no me retracté, puesto que no tenía esperanzas salvo las que había puesto en él...
Un gran error.
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