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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Edgar Leclercq Lun Jul 03, 2017 12:22 am


“The mixture hits you hard
Don't get that sinking feeling, don't fall apart
Some out of tune guitar
Soundtrack to disaster
Oh, one for the road.”
— Arctic Monkeys, One for the Road


Aquella noche, hace tres días, había llegado hasta su oficina un paquete. Llevaba francos, una botella pequeña de whisky y una carta, firmada por una familia poderosa de Aquitania. Le decía que había más de donde todo eso había venido, pero que necesitaban que buscara a uno de los miembros de aquel clan. Edgar se apresuró a responder que tomaba el caso, aunque aclaró que debía tratar con alguien en persona, aunque, aclaró, comenzaría la búsqueda de inmediato. Lo cual fue una mentira, pues la botellita de whisky parecía llamarlo como canto celestial y se la zampó casi en dos tragos, para luego continuar con Poitín, esa maldita bebida irlandesa que ya comenzaba a quedarle chica, para como bebía.

Total que terminó mandando la respuesta hasta el día siguiente, ni siquiera con resaca, sino que fue a la oficina postal todavía ebrio, y quizá estaba tan borracho que pagó más de lo que debía, porque ya no tenía francos de los que le habían llegado adjuntos a la carta. Eso, o se los bebió como acostumbraba. Como fuera, se quedó rápido sin pasta… de nuevo.

Pasó dos días encerrado en casa, según él, preparándose para el caso, pero a menos que seguir bebiendo como lo hizo fuera preparación, simplemente se trató de eso. Sólo decidió dejar de tomar cuando la comida se acabó. Si quería seguir viviendo, necesitaba comer; y para comprar comida, necesitaba dinero, así que supuso debía terminar con el caso, que se le antojaba sencillo. Antes ya había caído tan bajo como para transformarse en oso en el bosque y comer pescado crudo, aunque luego cuando regresaba a su forma humana demasiado pronto, sentía un malestar en el estómago horrible.

Desde la mañana comenzó, guiado por la poca información que la misiva traía consigo, que lo condujo a un par de lugares, donde preguntó, o engañó para obtener información, según fuera el caso. No estaba para ser escrupuloso en ese sentido. Su trabajo requería una sensibilidad muy particular, y un cinismo como escudo y arma. Fue así que para el anochecer fue a dar al cementerio, donde le dijeron que tal vez encontraría más información.

Se sentó sobre una tumba tan vieja que las letras ya se estaban borrando, y sacó su pequeña cantimplora de metal con Poitín. El aroma a malta y papas fermentadas se olía a kilómetros, aquella bebida estaba a nada de ser alcohol puro, del que las enfermeras usaban para limpiar heridas. Se dedicó a beber, por supuesto, hasta que escuchó ruidos, ayudado de sus sentidos agudizados por su habilidad cambiante, y que por fortuna, aún no estaban obstruidos por el alcohol. Se puso de pie raudo, aún entero. Se necesitaban más que un par de tragos para ponerlo ebrio. Si acaso seguía con resaca.

Oteó el lugar y entre la neblina que ya comenzaba a bajar, distinguió una figura que se acercaba. Se quedó de pie a mitad del camino, si aquella presencia seguía el trayecto que llevaba, se lo toparía. Necesitaba seguir recabando información y sentía que se estaba acercando a la meta. Y él tenía buen olfato para eso, no en vano antaño fue tan famoso como detective y aún hoy, con todos sus problemas, todavía lo era.

Hey, tranquilo… —Se acercó un par de pasos mostrando las manos, para que viera que estaba desarmado. Sabía que los encuentros nocturnos eran más peligrosos—. ¿Trabajas aquí? Quisiera hacerte unas preguntas. Será rápido. ¿Me ayudarías? —Fue amable y accesible, sus palabras fueron poco cercanas o personales, sabía desenvolverse en su trabajo, sí, a pesar de todo.


Última edición por Edgar Leclercq el Lun Sep 04, 2017 10:40 pm, editado 3 veces


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Mensaje por Invitado Lun Jul 03, 2017 7:47 am

Si algo bueno había tenido encontrarse con Átropos tantas veces (demasiadas, para su gusto; no las suficientes, para los puristas para con la palabra tantas; varias, en definitiva) era que Gaspard se había prometido que no volvería a pisar las Catacumbas en, como mínimo, mucho tiempo. Era lo suficientemente avispado para no caer en eso de decir nunca cuando el futuro podría depararle aventuras subterráneas de todo tipo, pero, por lo pronto, sabía que no le apetecía lo más mínimo volver a encontrársela, así que prefería cortar por lo sano y evitar sus dominios. Por si acaso.

¿Quién lo había visto y quién lo veía? El hombre al que le encantaba el riesgo, el cazador que alternaba con vampiros como estilo de vida, apartándose por voluntad propia de un ejemplar de esa raza, y además de uno que había catado con anterioridad, aunque eso mejor que siguiera siendo un secreto. Como si hubiera muchos que conocieran los suyos, o algo... Pero Gaspard, una vez más, prefería pecar de excesivamente previsor, y la misma lógica que lo había llevado a apartarse de las entradas que conocía a las Catacumbas fue la que lo instó a seguir estando calladito, sin hacer ruido, mientras se hacía con las llaves del cementerio.

Lo cierto era que esa lógica había estado presente en el aquitano desde siempre, literalmente: incluso su nacimiento, como el de en medio y con una retahíla de hermanos mayores y más pequeños a ambos lados de su árbol genealógico, había aprendido a pasar desapercibido, y le había funcionado genial durante la mayor parte de su vida, así que ¿para qué cambiar? Sobre todo era desaconsejable hacerlo cuando se encontraba robando unas llaves con las que poder atravesar las verjas sin saltarlas; aquella noche se había sentido comodón, así que prefirió hacerlo así, más o menos consciente de que estaría solo.

Para su desgracia, sin embargo, todo se había puesto en su contra en los últimos tiempos, y ni siquiera en el cementerio podía disfrutar de su propia compañía. ¡Demonios, sí que había tenido que hacer las cosas mal para que las circunstancias se le atravesaran tantísimo! Aunque, bueno, al menos tuvo un rato de paz y tranquilidad consigo mismo: más o menos desde que atravesó las enormes puertas, envuelto en ropas de sepulturero y con las herramientas propias de la profesión, hasta que vislumbró una tumba fresca, ideal para sus propósitos, y junto a la cual, por supuesto, había alguien.

Se ahorró la maldición que estuvo a punto de soltar porque, en fin, qué pérdida de tiempo, ¿no? Además, se imaginaba que el otro lo habría visto, así que no podía ni ignorarlo ni huir para seguir haciendo de las suyas por la ciudad: para su aún mayor desgracia, tendría que interactuar con otra persona, ¡justamente la noche que más le apetecía estar solo al pobre Gaspard de Grailly! Aun sin creer en Dios o en la suerte, debía admitir que aquella noche había salido torcida desde el principio, porque ¿qué posibilidades había de encontrarse con alguien en el cementerio a eso de las dos de la madrugada...? Para alguien que no fuera él, claro estaba.

– ¿Estaría aquí en medio de la noche si no trabajara entre tumbas? Lo cual me lleva a preguntarme qué haces tú aquí. – replicó, hostil, y se apoyó en la empuñadura de la pala, la cual había clavado en la tierra dura, como un mástil que se mostraba tan firme como pensaba mostrarse Gaspard de Grailly. En su defensa, había que decir que había empezado con buen pie: ¡menuda mentira más fluida le había salido! Por supuesto, le había salido así porque no había intentado caerle bien al otro; demonios, ni siquiera lo conocía, no pensaba perder el tiempo. Sin embargo, era un testigo, así que no lo podía dejar así y hacer sus cosas sin más... Tendría que hablar con él. Más pereza aún, ¡maldita sea!

– Pero bueno, ya estás dentro, qué importa. ¿Qué quieres? – preguntó, y sus dedos se movieron rítmicamente sobre la pala en la que estaba apoyado, la única muestra de la hiperactividad motora que lo afectaba desde que tenía consciencia de sí mismo, y algo que bien podía pasar, en ese contexto, por mera impaciencia, no incapacidad para estarse quietecito. Que Gaspard hubiera elegido renunciar a las convenciones sociales no significaba que no las conociera... Incluso en esas circunstancias tan adversas y con el borracho, a la vista estaba, de su interlocutor.
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Mensaje por Edgar Leclercq Lun Sep 04, 2017 11:03 pm


Rio roncamente y dio un nuevo paso al frente. Se sintió un poco fatigado, porque estaba entre caer en la más cruel de las resacas y continuar ebrio hasta el final de los días. Tuvo una nausea que controló bien, tan bien, que pudo mantener el rostro afable, casi sereno. Un borracho experto como él podía hacer eso con facilidad, aunque otras reacciones de su cuerpo lo delataran. Como el ligero temblor de los ligamentos de sus manos, y el sudor que comenzaba a pringar su frente, a pesar de que la noche era fresca.

No serías el primero, ni el último, en tratar de meterte en un sitio como este a estas horas —dijo al fin, echando el mentón al frente, como si señalara el camino ante ellos—. He visto muchas cosas, pero vamos, seguro tú también si trabajas aquí. En fin… en fin… —Se secó la transpiración con el puño de su suéter color mostaza. Una prenda fina que hablaba del esplendor perdido para el detective Leclercq.

¿Yo? Yo sólo vengo a trabajar, como tú. —Miró la pala en la que se sostenía el hombre; hostil, pudo notar, pero Edgar no se amilanaba con esas cosas—. Aunque en cosas distintas, ¿no? —Sonrió y apretó las manos que le temblaban, no quería delatar su debilidad, aunque el aroma a alcohol seguro ya le habría dado indicios al otro. No se necesitaba tener habilidades como él para percibir ese olor a rancio que desprendía cuando había estado bebiendo por días (o sea, el perfume que casi siempre lo acompañaba).

Extrajo la licorera del bolsillo de su pantalón. La destapó y extendió la mano, ofreciendo un trago al hombre. Sabía que el alcohol aflojaba a las personas, sobre todo de la boca, pero era raro que ofreciera su propio Poitín, que con tanto trabajo conseguía; porque no se trataba sólo del dinero, sino que la maldita bebida estaba prohibida y sólo se destilaba en Irlanda. Debió elegir un veneno más sencillo de conseguir, pensó.

¿Quieres? —al fin hizo manifiesta la invitación—. Es un poco fuerte, lo admiro. —Recogió el brazo y miró la cantimplora de desgastado acero y cuero. Dio un trago. Dios, había pasado cuánto… ¿10 minutos? Y ya extrañaba su beso con sabor a fuego. Se limpió la boca con el dorso de la mano.

Bueno, bueno. Ya no te haré perder tu tiempo. Verás, mi trabajo es hacer preguntas, y todas las respuestas me condujeron aquí. ¿Puedes creerlo? Me dijeron que un hombre que frecuentaba este lugar tal vez tendría pistas de lo que busco, pero no aclararon si se trataba de un sepulturero, así que no sé si serás tú. No creo que mucha gente venga a un lugar como este a estas horas, ¿no? Como sea, me estoy desviando… A lo que voy es que estoy buscado a una persona, y tal vez tú lo hayas visto. Mira… —Se acercó al sujeto, a pesar de que podía acabarlo de un palazo, considerando su estado, y aunque podía resultar más resistente, si lo agarraba desprevenido, ¡puf! Ahí quedaba. El hombre lucía enjuto, delgaducho pero fuerte.

Cerró la licorera de nuevo y la guardó debajo de su brazo. De la bolsa trasera de su pantalón (remendado varias veces) sacó un papel, sellado por la familia aquitana que lo había mandado.

Usualmente me adjuntan algún retrato cuando se trata de casos como este, pero vamos… la carta traía whisky, y uno no puede decirle que no a eso. —Se paró junto al supuesto sepulturero y le mostró la carta, aunque no se la dio. Era, por ahora, su única pista verdadera, todo lo demás eran conjeturas y supuestos.


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Mensaje por Invitado Sáb Sep 09, 2017 2:36 pm

Técnicamente, Gaspard de Grailly no estaba mintiendo, no del todo al menos: había ido al cementerio para trabajar, y de hecho trabajaba allí; que ese trabajo fuera o no el que le había anunciado al otro era irrelevante por completo, en su opinión, porque no era como si fuera asunto suyo. ¡Qué manía tenía la gente con meterse en asuntos ajenos, de verdad! Por si el aquitano necesitara motivos para rechazar al otro, esa insistencia y la naturalidad con la que preguntaba, antes de admitir que lo buscaba a él sin saber que, precisamente, el hombre que tenía delante era Gaspard de Grailly.

La verdad, a punto estuvieron sus rasgos de traicionar al expresivo aquitano, pero se contuvo a tiempo, y a cambio sólo tuvo que mover de forma casi descontrolada una de sus manos, con los dedos paseándose rítmicamente por la calma, como un maldito ritual del que era consciente a medias. ¿Cómo demonios podía haber cometido semejante estupidez...? Cierto, estaba borracho, tanto que apestaba todo el aire de alrededor de los dos, pero ¿tanto lo estaba que ni siquiera podía cubrirse las espaldas frente a un desconocido? ¿Es que iba a resultar que sólo él, mediano de la familia que lo buscaba, era tan desconfiado que no se fiaba ni de su propia sombra!

Así fue como reaccionó Gaspard, claro: no dejándose embaucar por la simpatía, o eso suponía que intentaba provocarle el otro, de su interlocutor. Echó un vistazo rápido al papel pero después clavó los ojos claros, demasiado verdes en su extrañeza rabiosa, en el otro, un vestigio claro de un tipo rico que se había echado a perder. ¿Como él, suponía? Tal vez, pero darse cuenta de ello no trajo consigo ningún tipo de empatía, por el momento, ya que aún dominaba en el resurreccionista la preocupación de ser atrapado por una familia que, después de todo, aún lo buscaba.

¿Se suponía que tenía que sentirse honrado? Porque no lo hacía, la verdad: Gaspard se sentía molesto, y hasta cierto punto rabioso. No comprendía, como nunca lo había hecho, los sentimientos ajenos, pero es que cualquiera en su situación se encontraría pensando lo mismo, ¿no? Es decir, ¿con qué cara lo buscaban, casi dos décadas después de marcharse, cuando en un principio jamás le habían prestado atención! ¡No lo entendía! Era absolutamente imposible para él encontrar la lógica de las acciones de su familia; para su fortuna, no obstante, su rápida mente estaba centrada en el interlocutor y en trazar un plan para no decir quién era, así que optó por centrarse en eso.

– No quiero. Y no sé lo que pone ahí, no sé leer. – respondió, encogiéndose de hombros. Una verdad, ya que salvo el vino no solía probar mucho alcohol, y una mentira, porque por supuesto que sabía leer, y hasta en varios idiomas si lo apuraban. Sin embargo, eso era algo que no le convenía que el otro supiera, ya que si buscaba a un miembro de una familia de clase alta, ¿acaso un iletrado podía formar parte de la misma? Según la lógica del aquitano, no; sin embargo, la lógica de su familia se le escapaba, igual que la del otro, así que quién lo sabía, en verdad.

– No sé cómo puedo ayudarte yo si sólo veo muertos y nada más. Apenas me cruzo con nadie, esta es una ocupación muy solitaria. – añadió, aferrando su pala con la fuerza de la desconfianza y obligándose a sí mismo a controlarse, responder cuanto fuera necesario (aunque la idea de hablar de más le estuviera dando urticaria) y ya estaba, lo que fuera para no despertar sospechas mientras no supiera qué demonios quería su familia, aparte de encontrarlo. Eso sí había tenido tiempo de leerlo, por cierto.

– No muchos vienen a estas horas, creen que hay fantasmas. – reflexionó, y, de la forma más hipócrita posible (pero creíble porque, recordemos, fue educado por un sacerdote), se santiguó ante la sola mención de los espíritus. Menuda tontería... – Tendrás que describirme a esa persona. No encontrarás a nadie más y yo no sé qué es lo que pone ahí, nunca aprendí a distinguir todo eso. Había cosas más urgentes que hacer entonces, y la escuela es para nobles y curas, no para un tipo como yo. – concluyó, de nuevo con una verdad a medias, y a cada palabra que decía parecía más anodino, más gris, menos sospechoso de ser aquel a quien buscaba su rival.
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Mensaje por Edgar Leclercq Jue Nov 02, 2017 11:42 pm


Ver a Edgar trabajar era como observar una pieza de reluciente oro, que no ha sido pulida en décadas; aún había partes donde brillaba, pero la mayoría era sólo opacidad. El detective todavía poseía esos destellos de brillantez, esa que le ayudó a forjarse un nombre tal, que seguía haciendo eco aún ahora en su decadencia. Se notaban en esa forma que tenía para mover los ojos tan rápido y anotar detalles mentalmente. La mano del otro sujeto asiéndose con fuerza de la pala, las respuestas, su entonación, su intención. Aunque, debía admitir, este sujeto lo confundía más de lo que lo ayudaba.

En eso, mi amigo, tienes razón. Este trabajo es solitario, ¿quién más va a venir por aquí? —dijo mientras volvía a doblar la carta y la guardaba de nuevo en el bolsillo trasero del pantalón. Se alejó un poco, lo suficiente y volvió a sacar la licorera, para dar un nuevo trago. Se convenció que era más conveniente mantenerse un poco ebrio a tener que lidiar con el agobio de la resaca, sobre todo porque al parecer, se había encontrado con un callejón sin salida.

O eso daba a entender su rictus. Dentro, Edgar estaba maquinando nuevas cosas, quizá no con la velocidad de antaño, pero sí con la suficiente, que resultaba todo un hito cuando se había pasado años matando sus neuronas con alcohol.

Hay cosas peores que los fantasmas, sepulturero —declaró y se alejó todavía más. Le dio la espalda adrede. Si quería darle un palazo, era su momento, pero Edgar estaba preparado para transformarse en oso y soportar el golpazo.

Pues mira, no tengo una descripción del sujeto, porque desapareció hace mucho. Aunque me dijeron que podía ser alto, así como tú, más o menos. —Se giró y lo miró sobre su hombro. Le sonrió—. Delgado, aunque todo depende de la vida que haya tenido, ¿no? Imagino que si… no sé, se dedicó a algo así como lo que tú haces, sería más bien flaco pero con músculos, por aquello del trabajo físico. La familia es de piel blanca, supongo que él también lo será, y eso sí, me dijeron que tenía ojos verdes. —Terminó y se volvió hacia él una vez más. Edgar sonreía, y con los ojos beodos, de un azul imposible, ahogados en Poitín, lucía como un demonio.

Sé que mi descripción es muy vaga y podría ser cualquiera. Pero, no sé, tú podrás decirme mejor cómo es él, Gaspard. —Porque el nombre sí que lo tenía. Lo que no tenía era la certeza de que este sujeto fuera quien buscaba, se aventuró y habló con seguridad, como si tuviera a la verdad jugando de su lado. Cayó en esa conclusión porque el callejón no podía no tener salida. Todas sus pistas, que no fueron pocas de inicio, lo condujeron a ese sitio. Él debía ser.

Y Edgar, detrás de ese desastre en el que se había convertido, seguía siendo el gran detective que alguna vez fue. No consiguió esa fama por jugar a la segura.

Vamos, hombre, tu familia te está buscando, no lo hagas más difícil. Mi trabajo aquí está hecho. —Lo señaló con el índice—. Y deja la pala, que ya vi tus intenciones. Hay cosas peores que los fantasmas, y créeme, conozco a un par. Seres como yo, o los vampiros. Seguro has visto a más de uno, ¿no? —Se acercó con paso resuelto y estiró la mano para tomar el mango de la pala, aunque no se la arrebató.

Sólo queda que llame a tu familia, y vendrán, ¿no te emociona volver a verlos? —le dijo, estaba cerca y pudo mirarlo a los ojos. Había algo muy familiar en los ajenos, algo que veía todas las mañanas (o cuando despertara) en el espejo. Se vio a sí mismo, y eso lo incomodó de sobremanera, no obstante, no se apartó, se quedó ahí, sosteniendo la pala con fuerza.


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Mensaje por Invitado Dom Nov 05, 2017 4:47 am

Durante un breve momento, Gaspard llegó a preguntarse por qué demonios el otro lo había llamado amigo, cuando ya no es que no lo fueran, sino que encima ni se conocían. Lo dejó de lado rápido, sin embargo, por dos motivos: el primero de ellos era la certeza, tras años de experiencia, de que jamás comprendería a otros seres humanos y sus formas de pensar; el segundo, seguramente más importante, que el otro se había lanzado a la piscina y había aventurado su identidad, con un éxito que el aquitano no estaba dispuesto a reconocerle.

Podía parecer curioso para alguien que apenas lo conociera que Gaspard de Grailly, tan incapaz de quedarse quieto y tan impulsivo como era, tuviera talento de verdad para mentir, pero sólo era necesario pasar con él un rato (si se era capaz de aguantarlo, que eso ya de por sí era un logro increíble) para darse cuenta de que, de puro reservado, el aquitano era buen mentiroso, ¡y aún mejor actor! Nunca se había dedicado profesionalmente a eso porque, en fin, siempre habían surgido otras cosas mejores en su vida, pero la capacidad seguía encontrándose ahí, lista para el momento de utilizarla. Un momento como ese, por ejemplo.

– ¿Gaspard? Me parece que te equivocas, no conozco a ningún Gaspard. – respondió, con una ceja alzada, lo cual daba una particular expresividad a su rostro, de por sí bastante poco dado a la serenidad y al estoicismo. Si bien su tono había sido tan cortante como antes, su lenguaje corporal, en ese cuerpo que el otro había definido como delgado pero con una musculatura dependiente de su modo de vida (bueno, al menos su camuflaje funcionaba, ¿no?, porque no podía ver que Gaspard era capaz de arrancarle la cabeza a golpes si se lo proponía), era de franca incredulidad, igual que la expresión en esos ojos verdes que el otro también había identificado.

– No sé si sales mucho, pero hay muchos tipos de ojos verdes por París, ¿por qué iba a ser yo el único? Te has aventurado un poquito de más, me parece a mí. – continuó, con un deje de humor que no disimuló, al tiempo que se encogía de hombros y no soltaba la pala, pero tampoco lo atacaba con ella. Lo cierto era que sí, iba a negar que él era Gaspard de Grailly durante todo el tiempo que resultara creíble, pero el hecho de que el otro hubiera llegado a la conclusión lo colocaba en una posición interesante, más cerca del respeto del aquitano que muchos otros antes que él. Increíble, lo sé, pero cierto.

– Plantéate una cosa, detective. En el caso improbable de que fuera a quien buscas, ¿qué te hace pensar que ese alguien quiere ser encontrado? A ti te da igual, claro, porque vas a cobrar el dinero de quien te lo ha encargado, pero ¿y si esa familia no la considera, ese tal Gaspard, como tal? ¿Entonces qué? – planteó, y como para su gusto ya había hablado demasiado, decidió hacer fuerza y arrebatarle la pala (pudo valiéndose únicamente de su desarrollada musculatura, lo cual colocaba al otro en la posición de un sobrenatural.... ¿Más problemas en serio? ¡Aquella no era su noche!) para guardársela y largarse de allí.

No se despidió, ¿para qué hacerlo? Ni siquiera había querido verlo en primer lugar, y además ya había hablado demasiado para lo poco que le gustaba hacerlo, de modo que, en lo que a él respectaba, la decisión estaba tomada. Además, tenía otras cosas en las que pensar, como por ejemplo en que su maldita familia estaba llegando a demasiados extremos para encontrarlo, que su negativa no iba a colar eternamente o que el otro, si sabía su identidad real, era peligroso... Aparte de porque no era sólo humano, claro, pero eso no le preocupaba tanto como lo demás.

– Vete a casa, detective, estás borracho. – recomendó, sin girarse, pero lo hizo al poco tiempo, mientras caminaba, para confirmar que el otro no iba a dejarlo estar y le daba igual que Gaspard no quisiera saber nada de él. Ahí fue cuando, buen actor o no, al aquitano le pesó la hiperactividad que lo acompañaba desde que tenía la menor noción de sí mismo; sin pensar, porque a veces no lo hacía, se le acercó de nuevo (y no tuvo que andar mucho, ventajas de que el otro hubiera caminado hasta él. Quien no se consuela es porque no quiere) y se valió de la pala para mantener las distancias, de modo que si el otro intentaba aproximarse más se vería atravesado por aquella improvisada arma. – ¿Qué amenaza es un ser como tú si no puede ni andar en línea recta? Déjame tranquilo y olvídame o haré que lamentes no haberlo hecho.
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Mensaje por Edgar Leclercq Dom Dic 03, 2017 11:07 pm


Por un momento, Edgar titubeó, dudando de sus capacidades, y es que después de tanto alcohol, le sorprendía seguir vivo, a decir verdad. Supuso que su condición cambiante lo estaba salvando de una cirrosis fulminante, pero ese no era el tema ahora. Entornó la mirada y se dijo que lo mejor era no quitar el dedo del renglón, ¿qué era lo peor que podía pasar si había errado? Que los de Grailly no le liquidaran el trabajo. Gran parte de su labor era la de guiarse por las corazonadas, era parte del don o lo que diablos fuera, y esta vez, sus entrañas le decían que estaba apuntando en la dirección correcta.

Sonrió, sin responder, observando de cerca al hombre. Sus cuestionamientos eran muy válidos, pero los encontró más clarificadores que otra cosa. Su afán de negarlo, y luego decir que, quizá el susodicho no quería ser encontrado, sólo fueron reafirmaciones. Y por ello, se sintió victorioso, aunque ahora quedaba la parte difícil, que era la de convencerlo de seguirlo, o de no huir al menos. Se mordió las mejillas por dentro, pensando, y esos segundos fueron aprovechados por el otro. No ayudaba su estado de ebriedad, desde luego. Nunca ayudaba, no tenía por qué ser distinto ahora.

Fue a seguirlo, pero la pala se interpuso entre ambos y alzó las manos como si estuviera siendo asaltado (ja, como si tuviera algo de valor).

Eso no te lo voy a negar, estoy borracho, pero no tanto —dijo y bajó los brazos—, ahora quién es el que amenaza. Vamos, sólo estoy haciendo mi trabajo —continuó. Casi se le sale decir que, a pesar de todo, lo estaba haciendo muy bien, que no le arrebatara ese pedacito de gloria, pero tampoco era alguien que buscara la lástima ajena, así que se lo guardó.

Mira, Gaspard —insistió en llamarlo por ese nombre, obviamente—, no sé qué problemas tengas con tu familia, pero estaban muy interesados en encontrarse, y a menos que tengas una contraoferta, mi deber es decirles dónde estás, porque hacer que vengas conmigo ni en sueños, ¿verdad? —Con el dorso de la mano, apartó la punta de la pala para avanzar ante él, arriesgándose a un golpe certero.

Pues estaré indispuesto, pero aún puedo hacer uso de mis poderes, y ya quiero ver que noquees a un oso con tu triste fuerza de hombre. No lo hagas más difícil. —Edgar pareció muchas cosas en ese momento, menos amenazador—. Así como ves, siempre cumplo un trato con un cliente, y no vas a ser la excepción. Luego si quieres a ellos dales de palazos, eso ya no me interesa —dijo con tono cándido y algo cínico, aunque bastante alerta de los movimientos ajenos. Señaló por sobre su hombro y terminó encogiéndose de hombros.

Se quedó ahí, de pie sin moverse, muy atento, pero a una distancia prudencial. Era obvio que Gaspard no se iba a ir sin dar pelea. Bien, pues que así fuera, aunque en fondo sabía que todo lo que había dicho era verdad y su estado beodo no era precisamente una ventaja. Al menos, se dijo, la fuerza bruta estaba de su lado, si es que eso servía de algo, que igual no le iban a pagar si un oso se comía a medio Gaspard de Grailly.

Soy un hombre accesible, Gaspard. Dime qué hacemos ahora que sé dónde estás, y la mitad de mi paga me espera con tu familia. No me das muchas opciones. —Alzó ligeramente los brazos, para acentuar las preguntas. Sí, por supuesto que esperaba una propuesta para que los dos quedaran satisfechos, aunque para como veía las cosas, el sepulturero (vaya trabajito que se encontró) no tenía ni dónde caerse muerto, no así su familia que con tanto afán lo buscaba.


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Mensaje por Invitado Dom Ene 14, 2018 9:51 am

Ni era tan estúpido para no darse cuenta de que le había dado la razón con sus palabras ni era tan inconsciente para que le diera igual haberlo hecho, ¡sorpresa! Gaspard de Grailly, imprevisible e hiperactivo aquitano a su servicio, conocía las consecuencias de la mayor parte de sus actos; eso no significaba que solieran importarle, pero incluso él tenía momentos de hacer excepciones, y allí, con él, hizo una bien grande. Casi parecería romántico, sacado de contexto... Pero, claro, él no era romántico, y mucho menos lo sería con un cambiante, ¡ni en broma!

Tal vez el aquitano se dedicara más a robar cadáveres que a su otra ocupación, pero la mayor parte de su formación que no versaba sobre el vino o sobre teología (es decir, toda la que había tenido lugar fuera de su diminuto pueblecito entre Libourne y Bordeaux) había sido como cazador, y vaya si se le daba bien. Ni siquiera había necesitado que el otro se lo dijera para saber que era un sobrenatural, aunque no llegara hasta el punto de decir en qué animal se transformaba ni nada de eso; talento, sí, fruto de la práctica, pero la omnisciencia era un mito en el que Gaspard no creía, así que no se la iba a colocar gratuitamente.

– Pues vamos a tener un problema, porque no voy a poner nada de mi parte para que tú te ganes tu reputación, sea cual sea aparte de borracho, y que a mí me molestes. – comentó Gaspard, con el mismo tono que habría utilizado si hablara del tiempo (si es que él en algún momento se dedicara al noble arte de la charla insustancial, que no solía ser el caso), pero con una amenaza tan implícita en los ojos y en su lenguaje corporal que no podía pasarse desapercibida, ni siquiera aunque se apestara a destilería. Y ni siquiera necesitó volver a empuñar la pala, que estaba muy tranquilita, para conseguir ese efecto: ¡menudo talento!

Lo que hizo a continuación fue rápido, claro, pero él siempre lo era, en la mayor parte de las situaciones de su vida y desde que era un niño por si se tiene la menor curiosidad al respecto. Habría sido rápido, aunque no imposible de evitar, para un cambiante en condiciones normales, pero el que tenía delante no era un sobrenatural en plenas facultades, sino uno que se bebería hasta el agua de los floreros si le dejaban, y Gaspard no era ni de los permisivos ni de los que permitían que las plantas se deshidrataran... Así que antes de que el otro hiciera nada, Gaspard se valió de un cuchillo de plata escondido para clavárselo en el pecho, encima del corazón, sin matarlo pero sí inutilizándolo.

– Qué le vamos a hacer, soy de ataque fácil y paciencia escasa. – se burló, mas ¡cuánta verdad hubo escondida en aquel comentario hiriente...! No era como si el otro no se hubiera dado cuenta; alcoholizado o no, había demostrado ser observador y peligroso, y por eso Gaspard había optado por lo que sabía que más daño le podía hacer a un cambiante. Aun así, tenía que tener cuidado por si el dolor le hacía salir de su estupor alcohólico y le devolvía el golpe, así que lo tiró al suelo con una fuerza que el cambiante ignoraba que tenía, le robó la petaca y le vertió el contenido en la boca, sin parar hasta que la última gota hubo sido consumida.

– No tengo ningún interés ni en ti ni en mi familia. Has venido aquí, a molestarme, con un encargo de quienes llevan casi veinte años sin saber de mí, ¿cómo esperas que me lo tome? – comenzó, encogiéndose de hombros, y entonces lo miró de nuevo, casi con lástima. – Diles que me he muerto, cuéntales cualquier mentira, y si de verdad necesitas el asqueroso dinero, mataré a un par de los tuyos para que me paguen esos francos y te puedas comprar una destilería o una bodega, me es indiferente. El dinero se puede conseguir, pero no tengo la menor intención de volver allí, y no me vas a obligar. – concluyó, y aunque sus palabras parecieran las de un niño caprichoso, el resto de su lenguaje corporal dejaba claro que no habría discusión alguna por su parte.
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